Presentamos algunos aspectos sociales del consumo de tabaco completados con otros de índole económica.
Los fumadores ocasionales fuman de vez en cuando, pero no necesariamente en situaciones sociales especificas. Su consumo de tabaco es irregular y puede depender de diversas circunstancias personales.
Hay personas que no fuman todos los días. Quizás ellos solo desean fumar cuando están con amigos o hacen ciertas actividades. Algunas personas los llaman “fumadores sociales.” Puede ser que no piensen que sea importante ya que sólo lo hacen en circunstancias supuestamente controladas.
La adicción se caracteriza por la búsqueda compulsiva y el consumo de la droga, aún a la luz de las consecuencias negativas para la salud. La mayoría de los fumadores quiere dejar de fumar, y cada año la mitad de ellos se propone dejar de fumar en forma permanente; sin embargo, solo un 6% alcanza esa meta.
En relación con las repercusiones sobre la salud, el consumo de tabaco causa una carga económica considerable. En 2012, los gastos sanitarios a nivel mundial para tratar las enfermedades y las lesiones atribuibles al consumo de tabaco ascendieron a cerca del 6% del gasto sanitario global. Asimismo, el consumo de tabaco puede reducir la productividad al retirar permanente o temporalmente a las personas del mercado laboral debido a una salud precaria. Cuando las personas fallecen de forma prematura, la producción laboral que habrían producido en sus años restantes se pierde. Además, es más probable que las personas con una salud precaria pierdan días de trabajo (absentismo) o que trabajen con una capacidad reducida mientras están en el trabajo (presentismo).
El consumo de tabaco puede desplazar el gasto de los hogares en necesidades básicas, incluyendo la alimentación y la educación, lo que contribuye a empujar a las familias hacia la pobreza y el hambre. Además, impone costes sanitarios y socioeconómicos desproporcionados para familias en situación de dificultad económica, para las mujeres, los jóvenes y otras poblaciones vulnerables. Al mismo tiempo, la producción de tabaco causa daños ambientales, en particular la degradación del suelo, la contaminación del agua y la de forestación. Hechos igualmente con repercusiones económicas importantes.
Dados los grandes desafíos de desarrollo que impone el tabaco, su control eficaz requiere de la participación de sectores no sanitarios en el contexto de un enfoque que abarque a todo el gobierno.
La Agenda 2030 reconoce que las tendencias de consumo de tabaco actuales alrededor del mundo son incompatibles con el desarrollo sostenible. A través de la meta 3.A de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los Estados Miembros se comprometen a conseguir una reducción de un tercio en la mortalidad prematura de enfermedades no transmisibles (es decir, muertes entre los 30 y los 70 años de edad) para 2030. Acelerar el progreso sobre las enfermedades no transmisibles requiere una aplicación reforzada del Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco (meta A del ODS 3).El control del tabaco no es solo un medio principal para mejorar la salud de la población, sino también un enfoque de validez comprobada para reducir la pobreza y las desigualdades, hacer crecer la economía y fomentar el desarrollo sostenible en líneas generales.
Los impuestos que gravan el tabaco benefician al Estado y, por tanto, podríamos entender que nos benefician al conjunto de la sociedad, con un impacto económico de 3.200 millones de euros representa el 0,3 % del PIB de España (según la pagina CEOE).
Pero también conlleva que el Estado deba pagar los tratamientos contra las enfermedades que provoca fumar. según la página INFOLIBRE los gastos sanitarios se elevarían a 8.000 millones de euros pagados con los impuestos y dinero de cada uno de los ciudadanos españoles.
En definitiva, el consumo del tabaco aumenta los costos sanitarios, reduce los ingresos y disminuye la productividad de toda sociedad. El costo directo al sistema de salud debido al tabaquismo representa el 7,6 % del gasto en salud de nuestro país.