El consumo del tabaco no sólo conlleva la aparición de enfermedades, algunas de ellas muy graves, con el consiguiente problema de salud pública y tiene su incidencia negativa en la cuentas económicas que soportamos como sociedad. El consumo de tabaco, conlleva también una serie de repercusiones ambientales ligadas tanto a su producción como a su consumo.
Al año, 32 millones de toneladas de hoja de tabaco son cultivadas para manufacturar aproximadamente 6 mil millones de cigarros. Este proceso emite más de 80 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) y utiliza alrededor de 22 mil millones de toneladas de agua, a menudo en países donde el suministro de agua ya es de por sí escaso.
Tanto el cultivo como el tratamiento del tabaco (secado) son causas directas de deforestación. Las estimaciones indican que desde la década de 1970 el mundo ha perdido 1,500 millones de hectáreas de bosques (principalmente tropicales), lo que ha contribuido hasta un 20 por ciento del aumento anual de los gases de efecto invernadero.
Algunos consumidores tiran sus colillas en lugares inadecuados, esto causa un gran número de incendios forestales que dañan nuestros bosques y acaban con gran parte de la biodiversidad de los mismos.
Por otra parte, los nuevos productos de nicotina y tabaco, como cigarros electrónicos, vapeadores, dispositivos para calentar tabaco, bolsas y cápsulas de nicotina, entre otros, son una fuente de residuos electrónicos, que van a agravar el enorme impacto ecológico de la industria. Estos productos no solo mantendrán a los consumidores adictos a la nicotina, sino que también generarán toda una nueva crisis ecológica, desde la extracción de los componentes de las baterías y la fabricación de plásticos hasta la eliminación de las cápsulas de vapeo y los dispositivos electrónicos.