Una argumentación o una disertación es una composición escrita en la que se trata de responder a una cuestión, filosófica o no, desde un punto de vista personal. Esto no quiere decir que tengamos que ser totalmente originales; podemos, y debemos apoyar nuestro punto de vista con información, argumentos, otras opiniones, ejemplos, pruebas,...
Se trata de ofrecer un conjunto de razones o pruebas en apoyo de una conclusión.
Para construir un argumento hay que seguir unas pautas. Cualquier cosa no es un buen argumento, tampoco ni los gritos ni los insultos lo son. No tiene más razón el que más fuerte habla, sino el que mejores razonamientos usa. Estamos acostumbrados a los debates en la TV o a los de los políticos en los que nunca o casi nunca encontramos un razonamiento inteligentemente construido.
Sin embargo, siguiendo tres sencillas reglas, podemos mejorar considerablemente la calidad de nuestros parlamentos. Para construir un buen argumento, este tiene que tener al menos dos de los siguientes elementos (aunque mejor si tiene los tres):
Afirmación: La información que aportamos, la opción que se defiende, la opinión que defendemos. Esta es la obligatoria, y tiene que quedar muy clara.
Razones: Se trata de las justificaciones que damos para sostener la afirmación, es el “soporte” de lo que decimos. Nos las podemos inventar o podemos sacarlas de alguien, pero en ese caso diremos dónde lo hemos leído o escuchado.
Evidencias (hechos, datos): Los hechos que apoyan nuestra afirmación. Tienen que ser hechos reconocibles, se tienen que poder señalar, enseñar, citar... a ser posible con pruebas documentales y documentadas. La cuestión importante es que todo argumento empieza siempre por una afirmación que debe de ir acompañado de, al menos, varias razones o varias evidencias, pero mejor si tiene varias de ambas. Y lo más importante, las razones y las evidencias tienen que ser relevantes, o sea apoyar de verdad la afirmación.
Afirmación: Lo que se dice.
Razones: Por qué se dice lo que se dice.
Evidencias: Hechos que apoyan lo que se dice.
Se trata de ofrecer ejemplos en apoyo de una generalización. Los ejemplos deben ser ciertos y representativos. Hay que tener en cuenta la información de trasfondo, sobre todo en proporciones y porcentajes. Comprobar si existen contraejemplos.
Las comparaciones evitan el exceso de ejemplos. Van de un caso concreto a otro ejemplo; argumentando que, debido a que los dos ejemplos son semejantes en muchos aspectos también lo serán en aquel aspecto que queremos resaltar. Cuando un argumento acentúe las semejanzas entre dos casos, probablemente sea un argumento por comparación o analogía.
Muchas veces tenemos que confiar en otros para informarnos y en los que apoyar nuestras opiniones. En este tipo de argumento se señala la posición que defiende una autoridad en el tema señalando que tiene más valor que otras.
Se trata de justificar cómo determinadas causas provocan determinadas consecuencias (positivas o negativas). Pero hay que explicar que ambos hechos están correlacionados.
También se usa para comparar dos ideas entre sí, para mostrar de qué manera una de ellas es mejor que la otra; para resaltar los valores éticos que tiene una opción, sean buenos o malos. Este tipo de argumento es útil si el tema del que se está hablando es fundamentalmente filosófico y moral, es decir, si se habla acerca de lo que debe hacerse y qué acciones deben ser priorizadas. Son eficaces para ofrecer valoraciones globales sobra líneas argumentales.
También podemos basar este argumento en datos, hechos, experimentos científicos.
Son una clase de argumentos basados en informaciones muy concretas y específicas, normalmente extraídas de investigaciones científicas o de bases de datos. Sirven para reforzar argumentos, ofreciéndoles apoyo empírico.