Navidad 1997

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San León Magno (?-hacia 461), papa y doctor de la Iglesia

Carta 31; PL 54, 791

«Genealogía de Jesucristo»

De nada sirve decir que nuestro Señor, hijo de la Virgen María, es verdaderamente hombre, si no se cree que lo es tal como lo proclama el Evangelio. Cuando Mateo nos habla de la «genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham», dibuja, a partir del origen de la humanidad, la línea de las generaciones hasta José con quien María estaba desposada. Lucas, al contrario, remonta, desde Jesús, los peldaños sucesivos hasta llegar al comienzo del género humano, con ello demuestra que el primero y el último Adán son de la misma naturaleza (3,23s).

Ciertamente que era posible, a la omnipotencia del Hijo de Dios, para dar la instrucción y la justificación necesarias a los hombres, manifestarse de la misma manera que se apareció a los patriarcas y a los profetas, bajo forma carnal; por ejemplo, cuando luchó con Jacob (Gn 32,25) o cuando se puso a conversar con Abraham y aceptó el servicio de su hospitalidad hasta el punto de comer lo que éste le ofreció (Gn 18). Pero estas apariciones no eran sino signos, imágenes del hombre cuya realidad anunciaban, sacada de las raíces de sus antepasados.

El misterio de nuestra redención, dispuesta ya desde antes de los siglos, desde la eternidad, no podía llevarla a cabo ninguna imagen. El Espíritu no había aún descendido sobre la Virgen María, ni el poder del Altísimo la había cubierto con su sombra (Lc 1,35). La sabiduría no se había construído todavía una morada para que el Verbo se encarnara en ella y de esta manera, la naturaleza de Dios y la del esclavo se unieran en una sola persona, el Creador del tiempo naciera en el tiempo, y aquel por quien todo fue hecho fuera engendrado entre todas las criaturas. Si el hombre nuevo no hubiera asimilado la carne de pecado y cargado con nuestra vejez, si él, consubstancial al Padre, no se hubiera dignado tomar de la sustancia de su madre y asumir nuestra naturaleza –excepto el pecado-, la humanidad hubiera seguido siendo prisionera y a merced del demonio, y nosotros no podríamos gozar de la victoria triunfal de Cristo, porque su existencia hubiera tenido lugar fuera de nuestra naturaleza. Es, pues, de la admirable participación de Cristo de nuestra naturaleza que nace para nosotros la luz del sacramento de la regeneración.

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La imagen muestra la raiz Davidica de Xto. proveniente de San Jose.

La Sagrada Familia

Navidad 1997

Frente a esta imagen hecha por las manos de Dios; quizas queriendo que la familia se ejercite en las virtudes y ejemplos de La Familia de Belén; transmitimos el testimonio recibido:

Pasamos a narrar un hecho ocurrido en nuestro hogar en la Navidad de 1997. Resultó que decidimos, mi esposa, nuestras hijas y un servidor, rezar una novena de oraciónes por dicha festividad: tomamos un plato y en el pusimos 9 velitas rojas, encendimos y apagamos, diariamente las velitas durante las oraciones, una cada día y las del día anterior hasta el noveno día en que las dejamos todas prendidas. Comenzamos el 17 de Diciembre hasta el 25, pedimos entre otras cosas por la visita Pastoral del Papa a Cuba. El dia 25 dejamos las velitas encendidas para que se consumieran totalmente y al amanecer del siguiente dia cual no seria nuestra sorpresa al ver lo que al parecer, es la imagen de El Nacimiento en Belén, o sea La Sagrada Familia. Aqui estan las oraciónes que rezamos:

Oración a la Sagrada Familia

Jesus lleno de amor, que con tus admirables virtudes y ejemplos de vida doméstica santificaste la familia que eligiste para ti en la tierra, mira piadoso a la nuestra, que ante ti postrada, implora tu clemencia. Acuérdate de que toda ella te pertenece, porque a ti especialmente está ofrecida y consagrada. Asistela benigno, defiendela en todo peligro, socórrela en sus necesidades y concedele la gracia de mantenerse firme en la imitación de tu Sagrada Familia, para que, sirviendote fielmente y amandote en esta vida, pueda luego bendecirte eternamente en el paraíso. María, Madre dulcisima, a tu intercesión recurrimos con la seguridad de que tu divino Hijo escuchará tus ruegos. A ti también, glorioso Patriarca San José, te pedimos que nos socorras con tu poderoso patrocinio, y por manos de Maria presentes nuestras súplicas a Jesús.

Jesús, María, y José, iluminadnos, socorrednos, salvadnos. Amén.

Jesusito de Mi Vida (Canto de Navidad)

Jesusito de mi vida, / TU eres niño como yo, / por eso te quiero tanto / y te doy mi corazón; / tómalo, tómalo, tuyo es mío no, // Tiritando estás de frio / y buscando vas calor, / aunque calienta muy poco / aquí está mi corazón. // Oculto dentro del pecho / para Ti lo guardo yo, / que en la vida y en la muerte / aquí está, mi corazón.//Todo tuyo, Jesús mio,/te prometo ser desde hoy, / y en prueba de que soy tuyo, / aqui está mi corazón.

Novena al Sagrado Corazón de Jesús

¡Oh Santisimo Corazón de Jesús!, fuente de todas las bendiciones, yo te adoro, yo te amo, y con sincero arrepentimiento de todos mis pecados, yo te ofrezco este mi pobre Corazón. Hazme humilde, paciente, puro y totalmente sumiso a Tu voluntad. Concédeme, misericordioso Jesús, poder vivir para ti y por ti, protegeme en todos los peligros, confórtame en mis tribulaciones, dame salud y ayuda en mis necesidades temporales, tu bendición mientras vivo y el favor de morir en tu gracia. Amén.

PADRE NUESTRO, AVE MARIA y GLORIA al Padre.

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San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia

Palabras para la novena de Navidad, nº 10

«Os anuncio una buena noticia, un gran gozo para todo el pueblo»

«Os anuncio una gran alegría.» Estas son las palabras que dijo el ángel a los pastores de Belén. Os las repito hoy a vosotros, almas fieles: os traigo una noticia que os causará una gran alegría. ¿Puede haber, para unos pobres exiliados, condenados a muerte, una noticia más dichosa que la de la aparición de su Salvador, que ha venido no tan sólo para librarles de la muerte, sino para que puedan retornar a su patria? Esto es lo que vengo a anunciaros: «Os ha nacido un Salvador»...

Cuando un monarca hace su primera entrada en una ciudad de su reino, se le tributan los más grandes honores: ¡cuánta decoración, cuántos arcos triunfales! Prepárate, pues, dichosa villa de Belén, a recibir dignamente a tu Rey... Has de saber, dice el profeta (Mi 5,1), que entre todas las ciudades de la tierra tú eres la más favorecida puesto que el Rey del cielo te ha escogido a ti como lugar de su nacimiento aquí en la tierra, a fin de reinar, seguidamente, no sólo en Judea, sino en los corazones de los hombres de todo lugar... ¡Qué habrán dicho los ángeles viendo a la Madre de Dios entrar en una gruta para, allí, dar a luz al Rey de reyes! Los hijos de los príncipes vienen al mundo en habitaciones resplandecientes de oro...; y quedan rodeados por los más altos dignatarios del reino. El Rey del cielo, quiere nacer en un establo frío y sin lumbre; para cubrirse no tiene más que unos pobres jirones de ropa; para descansar sus miembros sólo un miserable pesebre con un poco de paja...

¡Ah! Reflexionar sobre el nacimiento de Jesucristo y las circunstancias que le acompañaron, debería abrazarnos en amor; y pronunciar las palabras gruta, pesebre, paja, leche, vagidos, poniendo delante nuestros ojos al Niño de Belén, deberían ser para nosotros otras tantas flechas encendidas hiriendo enteramente de amor nuestros corazones. ¡Dichosa gruta, pesebre, paja! Pero mucho más dichosas las almas que aman con fervor y ternura a este Señor tan digno de amor y que ardiendo en caridad, le reciben en la santa comunión. ¡Con qué arrebato, con qué gozo viene Jesús a descansar en el alma que le ama verdaderamente!

Orígenes (hacia 185-253), presbítero y teólogo

Homilía 15 sobre san Lucas; PG 13, 1838-1839

«Irse en paz»

Simeón sabía que nadie es capaz de hacernos salir de la cárcel del cuerpo, con la esperanza de la vida futura, si no es aquél que él tenía en sus brazos. Por eso le dice: «Ahora, Señor, dejas a tu siervo irse en paz, porque todo el tiempo que yo no llevaba a Cristo y no le abrazaba con mis brazos, era como prisionero y no podía deshacerme de mis lazos.» Es necesario remarcar que esto no sólo vale para Simeón, sino para todos los hombres. Si alguno deja este mundo y quiere ganar el Reino, que coja a Jesús con sus manos, lo abrace con sus brazos, le estreche contra su pecho, y entonces podrá irse gozoso allí donde desea.

«Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios» (Rm 8,14). Es, pues, el Espíritu Santo quien hace ir a Simeón al Templo. También tú, si quieres tener a Jesús, estrecharlo en tus brazos y hacerte digno de salir de tu prisión, esfuérzate en dejarte conducir por el Espíritu para llegar al templo de Dios. Te encontrarás, desde ese momento, en el templo del Señor Jesús, es decir, en su Iglesia, su templo construido con piedras vivas (1P 2,5)...

Pues si tú vienes al Templo incitado por el Espíritu, encontrarás al niño Jesús, lo cogerás en tus brazos y le dirás: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz». Esta liberación y este ponerse en camino se hacen en paz... ¿Quién es el que muere en paz sino el que goza de la paz de Dios que sobrepasa todo juicio y custodia el corazón de los que la poseen? (Flp 4,7). ¿Quién es el que se retira en paz de este mundo sino el que comprende que Dios ha venido en Cristo para reconciliar al mundo consigo?

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San Juan Damasceno (hacia 675-749), monje, teólogo, doctor de la Iglesia

Homilía para la Natividad de la Virgen

«Ahora hago el universo nuevo» (Ap 21,5)

Hoy, el Creador de todas las cosas, el Verbo de Dios, ha hecho una obra nueva, salida del corazón del Padre para ser escrita, como con una caña, por el Espíritu que es la lengua de Dios... Hija santísima de Joaquín y Ana, que has escapado a las miradas de los Principados y de las Fuerzas y «de las flechas incendiarias del Maligno» (Col 1,16; Ef 6,16), has vivido en la cámara nupcial del Espíritu, y has sido guardada intacta para ser la esposa de Dios y Madre de Dios a través de la naturaleza... Hija amada de Dios, honor de tus padres, generaciones y generaciones te llamaran bienaventurada, como con verdad lo has afirmado (Lc 1,48). ¡Digna hija de Dios, belleza de la naturaleza humana, rehabilitación de Eva nuestra primera madre! Porque por tu nacimiento se ha levantado la que había caído... Si por la primera Eva «entró el pecado en el mundo» (Sab 2,24; Rm 5,12), porque se puso al servicio de la serpiente, María, que se hizo la servidora de la voluntad divina, engañó a la serpiente engañosa e introdujo en el mundo la inmortalidad.

Tú eres más preciosa que toda la creación, porque sólo de ti compartió las primicias de nuestra humanidad. Su carne fue hecha de tu carne, su sangre de tu sangre; Dios se alimentó de tu leche, y tus labios tocaron los labios de Dios... En la presciencia de tu dignidad, el Dios del universo te amó; tal como te amó, te predestinó y «al final de los tiempos» (1P 1,20) te llamó a la existencia...

Que Salomón, el gran sabio, se calle; que ya no vuelva a decir:«No hay nada nuevo bajo el sol» (Eccl 1,9).

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