Narciso era bello. Tan bello que todo el mundo se enamoraba de él. Tan bello que su madre rompió y escondió todos los espejos de su casa por miedo a que él mismo cayera en la tentación.

Un día, paseando, encontró un lago y al ver su reflejo, se enamoró inmediatamente.

Al acercarse a besar su imagen, cayó en las profundas aguas, ahogándose.

Sísifo era un hombre astuto, tan astuto que engañó a los dioses en varias ocasiones. Incluso engañó a la muerte.

Tras vivir una vida plena, la muerte volvió a él. Y como castigo por sus engaños, fue condenado a subir una enorme roca por una montaña, y, cuando la dejaba en la cima, esta volvía a caer, creando así un ciclo infinito.

Minos encerró a Ícaro y a su padre en una torre.

El padre de Ícaro era un hombre muy sabio y diseñó unas alas para poder escapar.

Estas las fabricó con cera. El diseño era perfecto, menos por un pequeño problema. Se derretían si se acercaban al calor.

Ícaro, ignorando las advertencias de su padre, se acercó demasiado al sol. Sus alas se derritieron y cayó.