Los últimos Avatares
Actualmente, el pueblo de Villabol languidece tristemente, como todos los del entorno y tantos otros de la provincia lucense y de toda España, quedando doce casas habitadas, pero algunas con un solo morador, otras con el matrimonio, ya anciano, y sólo tres con gente más o menos joven. Sin embargo, todas sus casas han sido renovadas, algunas levantadas de nuevo, sin destruir la antigua (tales, la del Vale, Vázquez, Monxardín, Ermita de Riba, la Torre de la Casa de Niño, Savedra o Ferreiro y Rigueiro, aparte de ampliaciones menores en otras casas), y todas disfrutan de agua corriente y, salvo dos, de excelentes servicios higiénicos. Por otra parte, la energía eléctrica, que llega con la debida potencia, les permite gozar de las comodidades de la vida moderna, con buena luz, frigorífico, arcón congelador y hasta, en algunos casos, calefacción de gasoil con instalación en toda la casa. Todo ello se completa con la carretera asfaltada por los años 1990 que, atravesando el pueblo, sirve de comunicación a los que, viniendo de las aldeas de Fonsagrada que dan al Vale da Suarna o de Ibias y de Negueira, se dirigen hacia Navia de Suarna y Becerreá, o a Lugo si se tercia por la autovía de Madrid – La Coruña a través de los pueblos de Llouxas y la Tombeadoira. Y viceversa, naturalmente.
Por lo demás, una vegetación exuberante, que avanza inexorable, cubre todos los montes, hasta amenazar invadir el pueblo. Ello es motivo de preocupación para los vecinos o para cuantos tienen allí todavía su casa, si bien cerrada en los meses de invierno, pero de gozo para los jabalíes, corzos y otras especies que campan a sus anchas y se multiplican cada vez en mayor número.
El atractivo turístico y arqueológico que brinda el pueblo de Villabol, como el de Xegunde y otros de la parroquia, se ve acrecentado por el área recreativa creada hace varios años entre términos de Naraxa y Villabol, en el punto conocido como A Pena do Inferno, en siglos pasado Pena Mayor, y también O Retorno, por el zigzag que hace aquí el río obligado por la cresta rocosa. En la canícula de agosto ofrece allí la playa artificial solaz y descanso para el cuerpo y las limpias aguas del río Suarna le brindan su frescor, contando además el viajero con la posibildad de un espléndido y económico yantar bajo la sombra de los árboles y arrullado por el susurro de las aguas, servido con esmero por un pequeño establecimiento allí ubicado. Para mayor comodidad, la carretera le deja al lado.