Arqueología
De las antiguas casas del pueblo de Villabol, sin duda pallozas circulares, como fue, la última, la de Sabel o del Ferreiro, no queda ningún rastro. De las familias mencionadas en los libros parroquiales a partir del siglo XVII, tales la del Barreal, Veiguela, Vale y otras conocidas sólo por el apellido, se ve, por el edificio actual, que fueron reedificadas de nueva planta en algún momento, tal vez por los años 1800, eliminando la fábrica más antigua. Lo mismo ocurrió con la casa conocida como Casa de Marentes de Riba, Casa de Miguel, Casa de Andrés y Casa de Bastián, esta construida poco antes de 1930. Junto a la Casa de Miguel, hoy conocida como Casa do Noiro, se conserva una pequeña construcción circular, de las denominadas celeiros, sin duda construcción antigua. De la única casa que quedan restos, con viejos aires de palacio, es de la Casa de Niño o del Ferreiro, propiedad últimamente de la familia de Peñamaría de Mazaeda, si bien antes parece haberlo sido de la rica familia que aparece en el siglo XVII y XVIII bajo el apellido de los Álvarez de Ulloa y otras raíces. A la familia Peñamaría, en todo caso, perteneció la capilla, todavía conservada en el centro del pueblo, que dispuso de sacristía y tuvo varios retablos, con pequeñas figuras, salvo la de la Virgen de los Dolores, donada luego por don Ovidio Peñamaría a la parroquia, que, aunque sólo esculpida de cabeza y manos, es de tamaño medio y de excelente factura, con una expresión en su rostro de dolor y de piedad inigualables. Otras casas, como la de Marentes de Baixo, la de la Corredoira, la de Xoquín, la del Asturiano y la de la Rigueira y algunas más, dejando de lado las modernas últimamente construidas, son de fecha reciente, en torno a los años 1875 o posteriores.
Restos de verdadero interés arqueológico son, en sus inmediaciones, el Castro de Villabol, el canal de conducción de aguas a las minas romanas de As Covas de Castañedo, conocido en el pueblo con el nombre de Senda dos Moros, el Castro de Xegunde y ciertas calicatas de explotaciones auríferas en el monte de Refoxos y en Rubieiro, términos por donde discurre actualmente la carretera, después de cruzar el río. En el término de Villabol no se halla ningún rastro de mámoas o monumentos megalíticos, tan abundantes en la Sierra de Llouxas, empezando ya en Ervelláis, y en su paralela la Sierra de Liñares de Bidul. Nada de extraño, teniendo en cuenta la conocida ausencia de este tipo de enterramientos en las zonas bajas o de media altura.
*El Castro de Villabol
El Castro de Villabol se halla ubicado un poco más arriba de media ladera entre Villabol y el pueblo de Estoupelo. Está dentro de un estibo cerrado sobre sí de pared, conocido como Estibo do Castro, dividido aún hoy en parcelas desiguales, propiedad de los vecinos de Villabol, que las cultivaron a través de largos siglos hasta fecha relativamente reciente. El perímetro del castro es hoy imposible de determinar, no quedando de él resto alguno ni de fosos ni de edificaciones. Únicamente por la parte norte, la ladera que mira a Fonsagrada, se observa el perfil de algo así como de dos pequeñas jibas, resultado sin duda de un sistema de defensas, muralla o tal vez simple empalizada. Un poco más arriba, por la izquierda, esto es, hacia el naciente, existe una roca cortada que muy posiblemente fue aprovechada para la defensa. No es posible, sobre todo a causa de la crecida vegetación, apreciar si la roca había sido picada por el hombre. Lo que parece seguro es que se aparovecharon para servicio del poblado las aguas que descendían de la Rigueira de Estoupelo, por el oeste, como también las de la Fonte das Cristalinas, por el sur, ya que del Castro en dirección a la primera se observa como un pequeño terraplén, que pudiera ser un antiguo estanque, y hacia la fuente se nota aún hoy una senda muy destacada con cierto relleno que la hace plana. El origen romano del castro y su función están fuera de toda duda. Fue creado, como el de Souto, para el cuidado y protección del canal que, partiendo al menos del pueblo de Veiga de Donas, parroquia de San Martín de Arroxo, tenía como misión recoger a lo largo de varios kilómetros el agua de todos los arroyos para conducirla a las minas de oro que se explotaban a cielo abierto y por el sistema de galerías en el pueblo que hoy se conoce como As Covas de Castañedo. Que se trataba de oro, consta por el sistema de explotación, con su técnica del agua, y por el nombre que se da al lugar, donde una casa que allí hay recibe todavía hoy el expresivo nombre de Casa da Ouría, palabra ouría que designa en la zona, como en todo el occidente astur y parte oriental lucense, un lugar donde hubo en algún tiempo explotaciones de minas de oro. El canal pasaba casi lamiendo de poniente a naciente, o de norte a sur, la base del castro, como lo había hecho poco antes en el Castro de Souto. Curiosamente, ambos castros carecen de sistemas claros de defensa, como son los clásicos fosos, si bien el último presenta gran cantidad de piedras sueltas, a modo de escombrera, que pudieran proceder de una vieja muralla.
*El Castro de Xegunde
El otro castro, el de Xegunde, nada tuvo que ver, en su origen, con las minas, siendo sin duda obra de los pueblos que antes de la llegada de los romanos ocupaban el país, como lo fueron el Castro de Espiñeira, el Castro de Aldomán, el Castro de Llencias y el Castro de Cuiñas, todos dotados de fosos, por sólo citar los más próximos y que se podían contemplar desde el Castro de Villabol. El Castro de Xegunde, uno de los más interesantes, si no el que más, de todos los del concejo de Fonsagrada y comarcas adyacentes, consta de tres recintos, separados entre sí por sendos fosos, además del exterior que protegía el tercer recinto y con él, naturalmente, los otros dos. El primer recinto, situado al norte, está formado, a modo de acrópolis, por una prominente roca y un espacio escarpado en torno a ella mirando al poniente y al norte, en el que se observan todavía restos de antiguas casas de planta circular. Por la parte que mira al naciente, un alto corte de la roca defendía eficazmente el poblado, en tanto que, por poniente y norte, lo hacía una muralla, de la que se nota el antiguo emplazamiento y quedan aún las piedras de cuarcita. Por el sur, además de cierta seguridad que ofrecía la roca, se abrió un gran foso, hoy en gran parte rellenado de piedras, sin duda procedentes de un muro con el que se roforzó la defensa natural que ofrecía la roca misma. Por esta parte, mirando al norte, hubo una entrada, abierta en la roca, en todo semejante a otras del mismo estilo que se dejan ver en el Castro de Cuiñas y en el Castro de Souto. Después de este foso, hacia el sur, se extiende el segundo recinto, espacio prácticamente llano, al que sigue el tercer recinto, separado de él por un nuevo foso. Ambos, por el naciente, se hallan sólidamente protegidos por la alta roca que mira al río. Con los montes quemados, se oberva a continuación de los recintos y rebasado el último foso extraños surcos paralelos, como trazados por un gigantesco arado, que terminan por el norte o nordeste en la roca. También por esa misma ladera se aprecian vestigios del viejo camino que subía en zigzag para entrar en el castro. Posiblemente servía también de acceso a los manantiales del agua, elemento de que carecía totalmente el poblado. Cuestión final es la de saber si el castro tuvo en algún tiempo relación con las explotaciones auríferas de la zona, especialmente las de las Covas de Castañedo, sobre todo habida cuenta que en toda la zona el único castro verdaderamente importante fue el de Xegunde, resultando a todas lusces insuficiente el que existió frente a las Covas de Castañedo, del otro lado del arroyo, que apenas serviría para alojamiento del personal. En cuanto al final del castro, no sabemos cuándo habrá sido abandonado, pero lo que sí parece claro, a la luz de la exploración llevada a cabo en una de las viviendas, es que acabó víctima de un incendio. En esta casa aparecieron, además de algunos fragmentos de cerámica rústica, un trozo de hierro, que podria ser la punta de una lanza, pequeñas cuentas de piedra amarillenta de un collar, una extraña ruedecita de plomo y una chapita de cobre repujado, que pudo ser parte de un brazalete, pulsera o placa.
*Las calicatas de Rubierio y de Refoxos
Son, por último, dignas de mención las calicatas o ensayos de explotación llevadas a cabo en Rubieiro y en el monte de Refoxos. Se trata de intentos o pruebas a la búsqueda de pepitas de oro en terrenos de aluvión, procedentes del cauce antiguo del río, como fue el caso y en mayor medida en el río Ibias, a la altura de Cecos. Las más notables son las de Rubieiro, donde se conservan, perdidas entre el bosque de castaños, dos o tres respetables excavaciones. El agua para el lavado del material se traía de la Rigueria do Souto, desde el que fue luego prado de la Casa da Veiguela, a donde conducía claramente un carreiro, perfectamente identificable hace pocos años. Luego en el monte de Refoxos, aparte de dos o tres peños hoyos en la parte alta, cerca del conocido como Prado de Marentes, hubo un intento de explotación en la ladera sur, que mira a Xegunde, ya cerca de la antes aludida Ponte do Vilar. El agua para ella se captaba del arroyo de Valiñapatoria, último tramo del mencionado Rigueiro da Marcada, que prácticamente servía de límite a los términos de Xegunde y de Villabol.