Después de haber marcado cinco veces y no haber obtenido respuesta, Rob estaba listo para desistir de comunicarse con su compañero por el momento cuando, justo en el último momento, el teléfono logró conectarse. De fondo, escuchó una voz que no sonaba muy sobria entre ruidos fuertes y música estridente que le preguntaba:
—¿Rob? ¿Pasa algo?
¡Claro que pasa algo! ¡Más que de sobra para volverme loco! Rob resistió el impulso de rezongar y levantó la voz:
—Leo, ¿dónde estás? Creo que tenemos que juntarnos.
—Dónde... Qué sé yo, ¿en algún bar o puede que en una discoteca? —La voz al otro extremo flotó y se hundió en la marea de la música del DJ, como si fuese una canoa fuera del alcance de su dueño—. Oye nena, ¿sabes dónde estamos?
—...Opino que bebiste demasiado... Quién quiere otra copa conmigo... Guapetón, ella es una aguafiestas, yo bebo contigo… —La voz de mujer se acercó flotando, difusa e indistinta, como si hubiera más de una persona hablando.
El rostro de Rob se volvió hosco y se le levantaron venas en las comisuras de la frente. —¡Leo! Maldición, ¿dónde rayos estás?
—Ni idea... las lámparas moradas con forma de mariposa... como que me suenan.... Me acuerdo de que también has estado aquí… —respondió el otro incoherentemente.
Rob sabía dónde andaba. Como amante de los clubes nocturnos, el agente de ojos verdes se había drogado más de una vez en el Banshee antes de que su compañero, que lo estaba buscando, lo devolviera a la arrastra al coche. Una vez se emborrachó de tal manera que agarró a Leo por el cuello y no cesó de preguntarle: “¿Eres hetero o gay? No tienes novia, no tienes novio... ¿Eres narcisista?” El desenlace fue un puñetazo en el estómago de parte de su irritado compañero y un vómito tan intenso que hasta sus zapatos de cuero acabaron apestando.
...Por el otro lado, ahora él tenía que ir a buscar a su compañero.
Rob encontró con facilidad el club nocturno escondido en un callejón oscuro y se abrió paso entre la multitud que bailaba frenéticamente en los salones. Entre las brumosas luces parpadeantes, miró a su alrededor y por fin encontró al agente de cabello negro en una de las cabinas semiabiertas.
Estaba evidentemente demasiado borracho para saber qué estaba pasando. Se encontraba tumbado en el respaldo del sillón, su cabello negro (que por lo general estaba meticulosamente peinado) caía y se desparramaba con cierto desorden sobre su frente suave. La chaqueta de su traje estaba tirada en el reposabrazos y su camisa blanca tenía al menos cuatro botones abiertos desde el cuello hacia abajo, exhibiendo así la mayor parte de su pecho. En comparación con las personas blancas de raza pura, los poros de Leo eran muy delicados y su vello corporal tan escaso que, bajo las luces frías de las lámparas, la piel tersa y los músculos firmes que sobresalían parecían esculpidos en mármol de color claro, lo que seducía la mirada del espectador a seguir descendiendo a lo largo de las líneas tonificadas y explorar el resto de su cuerpo oculto bajo esas ropas.
En ese momento, había dos o tres manos con esmalte de uñas de distintos colores deambulando por su pecho y las mujeres, bien maquilladas y vestidas de punta en blanco, se le aferraban con gran entusiasmo y pasión, con sus cortas faldas pululando entre los muslos del hombre.
En circunstancias normales, Rob habría apreciado y valorado el insólito espectáculo, pero hoy no estaba de humor en absoluto y se encaminó directamente. —Bueno, chicas, es hora de devolvérmelo.
Una de ellas, una chica rubia con grandes pendientes redondos y un tatuaje en el cuello, lo fulminó con una mirada irritada, manifestando su descontento por haber sido interrumpida en medio de algo bueno. —¡Agarra tu método mediocre y lárgate, viejo! ¡Es nuestro! ¿Acaso quieres que mis amigos te den una paliza?
Rob sacó su credencial del bolsillo interior de la chaqueta de su traje; mostró la placa dorada durante un corto instante y la guardó tan rápido que nadie pudo leer lo que había escrito en ella. —DEA. ¿Quieres venir conmigo a hacerte un análisis de orina?
Las tres chicas hicieron una mueca, recogieron sus respectivas carteras y huyeron con resquemor. No había mucha gente en un lugar como aquel que no hubiera probado drogas blandas como el LSD; otras incluso llevaban mercancía ya preparada en el bolsillo.
Sin prestarles atención, Rob se acercó y sacudió a su compañero moreno de ojos nublados. Notó que estaba delirando demasiado por la borrachera y no tuvo más remedio que medio ayudarlo, medio arrastrarlo cual mopa fuera del club, meterlo en el coche y llevarlo a su apartamento de Manhattan. Abrió la puerta con la llave que sacó del bolsillo del otro hombre y, con bastante laboriosidad, lo condujo a la habitación y lo lanzó a la bañera, como si quisiera liberar un poco de estrés. Después, agarró la regadera, puso el chorro de agua al máximo y le mojó la cara y el cuerpo.
Azuzado por el agua fría, el agente pelinegro pareció recuperar la sobriedad al instante. Se cubrió la cara con las manos para calmarse un poco antes de echarse el pelo mojado hacia atrás, para luego intentar levantarse y salir de la bañera con movimientos inestables.
Rob le agarró el brazo con una mano, su tono era una combinación de preocupación y descontento:
—¡Leo! ¿No sé en qué momento te aficionaste a beber?
—Ni que el dueño de la patente fueras tú —respondió con frialdad el otro hombre.
Rob se atragantó y se volvió para decir:
—¡Este no es el Leo Lawrence que conozco! Él nunca dejaría la misión que tiene entre manos para escaparse solo a un club nocturno a emborracharse, ¡porque ama su trabajo más que a nadie!
—Por eso me tomé las vacaciones anuales —Leo se quitó la mano de encima con impasibilidad—. No me he tomado ni unas sola vacaciones anuales desde que entré al Buró, o sea ocho años enteros ya, y la única licencia que he tenido me la cancelaron antes. ¿No puedo tomarme un descanso completo ahora?
Rob se quedó sin palabras. Solamente pudo observar cómo el otro se quitaba la ropa empapada, la tiraba despreocupadamente al suelo y, por último, caminaba desnudo hacia el dormitorio para sacar ropa casual del armario y ponérsela. Aunque estaba cien por cien seguro de que era heterosexual, el agente de ojos verdes no pudo evitar apartar la mirada, como si la perfecta desnudez del otro fuera una deslumbrante luz solar que le quemaría las retinas si la miraba demasiado tiempo.
—Pero no puedes dejarlo así como así, ni este caso ni… él —Rob suspiró y dijo—: Sé que hay muchísimos conflictos y dicotomías entre ustedes dos y sé que te engañó y te usó... No, a los dos, y los dos caímos redondito en su trampa y fuimos engañados por su personalidad falsa. Y realmente es una fuente de gran rabia y odio, así como una enorme sensación de vergüenza, pero siempre, siempre sentí que algo... no estaba del todo bien. No sabría decir qué era, pero…
Se detuvo un momento, como si estuviera eligiendo la descripción más adecuada para un sentimiento que solo cabía en la imaginación:
—¿Recuerdas el caso de contrabando de reliquias culturales que investigamos una vez? ¿Ese cuadro chino antiguo de valiosísimo valor? Por fuera, era una pintura completamente diferente; no importaba si probábamos con carbono 14, infrarrojos o cualquier otro procedimiento, no encontrábamos nada sospechoso.
—Por un momento pensé que nos habíamos equivocado y que no se trataba de ningún cuadro antiguo. No fue hasta que invitaste a un especialista en enmarcado chino a retirar lentamente la capa de papel de arroz de su superficie y reveló el verdadero rostro que había debajo, que me di cuenta de que se trataba del famoso "cuadro dentro de un cuadro". Solo gracias a años de experiencia y percepción, la tecnología más antigua y sabia, conseguimos descubrir esa capa de ilusión que era tan fina como las alas de una cigarra.
—¿A qué quieres llegar? —le preguntó su compañero.
—Tal vez no sea la mejor analogía, pero aun así, me llama la atención; Sha Qing es así, un cuadro dentro de otro cuadro —Rob hizo una pausa y dijo—: Sea lo que sea lo que exactamente se esconde debajo, la verdadera imagen jamás es la de la superficie.
—¿Ya y? Sha Qing no es un cuadro famoso y no es mi deber ni mi obligación averiguar si hay una verdad más horrible bajo la superficie. Ya lo atrapé ¡y con eso doy por cumplida la misión! —Leo se encontraba encorvado sobre el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y se agarraba las sienes con las dos manos, sintiendo un hormigueo en el cerebro que le impedía pensar con claridad.
—No me creo que te rindas tan fácil. Buscar la verdad tras la oscuridad es casi tu obsesión instintiva —Rob persuadió implacablemente—. Tú no te doblegas ni ante un contratiempo mayor que este y mucho menos recurres al alcohol para escapar. ¡No eres esa clase de persona!
El agente de cabello negro lo miró desde las palmas de sus manos. La sangre alrededor de sus iris azul entintado y las profundas sombras verdosas bajo sus ojos rezumaban un cansancio alucinante difícil de ocultar. —¿Sabes cuándo fue la última vez que dormí? —cambió de tema de golpe.
Rob se quedó perplejo un momento. —¿Anoche?
—Hace tres días. Desde el momento en que lo atrapé, no he podido dormir ni un minuto —dijo Leo con despreocupada displicencia—. ¿Sabes cuántos días puede vivir una persona si no duerme nada?
—¡Dios! —Rob palideció, se medio agazapó y le sujetó el brazo con fuerza—. ¿Por qué? ¿No has estado tomando medicamentos...? Lo siento, no tenía intención de entrometerme en tu vida privada, pero sé que estás tomando psicofármacos, aunque no se lo dices a nadie. Dada nuestra línea de trabajo, la mayoría de nosotros tenemos algún problema en esa materia, así que no pasa nada... Entonces, ¿puedo preguntar si se trata de una falla del medicamento o de un efecto secundario?
Leo negó lentamente con la cabeza. —Los efectos secundarios son terribles, pero estoy en proceso de desintoxicación y estoy a punto de dejar de depender de ellos por completo. El problema no son los medicamentos... ¿No lo entiendes, Rob? En el fondo nunca me he enamorado de nadie. Encontrar a la chica adecuada, salir con ella, casarse, tener unos cuantos hijos y vivir una vida sencilla, estable y segura; de eso creía que se trataban las presuntas relaciones.
—También me creía lo suficientemente calmo, lo suficientemente racional, como para burlarme de esos jóvenes apasionados que se enamoran perdidamente de los demás; no fue hasta que conocí a Li Biqing que comprendí que hay cosas que, cuando se presentan, no se rigen en absoluto por la razón. Es como si mi racionalidad hubiera sido engullida por una avalancha y yo estuviera feliz de quedar sepultado en esa grandiosidad de la naturaleza.
—Pero entonces giré la cabeza y me di cuenta de que todo en realidad era una catástrofe inducida artificialmente, con varias cámaras instaladas en un lugar oculto al lado de mí solo para filmar mi vacilación, pánico, desesperación, fascinación y así sucesivamente, para burlarse de todo. ¿Puedes entender cómo me siento en este punto, Rob?
—...Lo entiendo —el agente de ojos verdes apretó sus manos con fuerza, tratando desesperadamente de transferir el calor de sus palmas a la persona que tenía enfrente—. Sé que amas a Li Biqing y, hasta ahora, todavía te niegas a considerar a él y a Sha Qing como la misma persona. Incluso piensas que fue la aparición de Sha Qing lo que causó la muerte de Li Biqing, que Sha Qing lo asesinó.
La cara de Leo se tornó cenicienta. Después de un largo rato, dijo finalmente con una voz extremadamente cansada:
—Sí, fue un asesinato sin cadáver, sin ninguna evidencia, sin forma de rastrearlo y solo yo sé qué clase de chico erradicó de mi vida por completo… Lo odio, Rob. Nunca he odiado a nadie solo por una emoción personal. Incluso los criminales más viles han recibido solo la justa indignación del agente Leo. Y si quería usar el odio para que lo recordara por el resto de mi vida, ¡entonces ya se ha cumplido su deseo!
Rob se quedó en silencio y en ese momento recordó de repente la mirada de Leo cada vez que veía los falsos retratos de Sha Qing pegados en la pared de su oficina. Siempre parecía surgir un fuego sutil de la mirada de su compañero cuando se hallaba en las profundidades de la reflexión; procediera esta flama de un punto de vista diverso de admiración, aprecio o quizás porque se veía reflejado en él, al final seguía siendo una luz reluciente y cálida que perduraba durante todo un año.
—...¿Es solo odio? —preguntó Rob de un modo enigmático.
Aquellas palabras fueron como una llave que abrió una caja de recuerdos e incontables fragmentos de imágenes escaparon y revolotearon al exterior, lo que provocó en su cerebro un súbito dolor punzante. Leo apretó con fuerza los dedos contra sus sienes para intentar que volvieran a su sitio, pero, aun así, tardó demasiado y una parte de los fragmentos excesivamente profundos e intensos ya se había fugado…
Una mano que bajó desde el conducto de ventilación durante aquel momento desesperado.
Labios teñidos de sangre sosteniendo una bala.
Besos manchados de sangre frente a paredes llenas de balas.
El aliento de dos personas dentro de una cueva oscura.
El dolor durante los combates igualados.
Ese hombre diciéndole de forma seria, atrevida y directa que sentía cosas por él desde hace bastante tiempo.
Ese hombre en una posición medio arrodillada, como si se estuviera sometiendo ante él, cuando no dudó en darle sexo oral.
El temblor incontrolable del cuerpo de ese hombre ante la penetración, lo que denotaba su falta de sentimiento de seguridad y el gran esfuerzo por reprimir su instinto de ataque. Esos estremecimientos, que expresaban la fuerte contradicción de su cuerpo de querer resistirse a la invasión de otro hombre y obligarse a abrir su cuerpo y aceptarlo....
...Aunque todas sus otras muestras de sensibilidad fuesen por el bien de su disfraz, los temblores de su cuerpo en ese momento revelaron su autenticidad.
Como si quisiera reventar con fuerza estas imágenes, Leo se agarró con las manos una cabellera negra y espetó cual gimoteo:
—Sí… solo odio.
Rob se levantó de un salto y se dirigió al comedor, de donde sacó una botella de whisky al azar de una vitrina decorativa. Le quitó la tapa y se la introdujo en la mano a su colega. —En ese caso, sigue bebiendo. Tal vez la única forma de que duermas bien sea estando borracho. Y si no quieres volver a verlo, déjame todo el trabajo de seguimiento a mí. Mañana la fiscal tendrá una reunión antes del juicio con el abogado del Estado y el acusado e intentará que se declare culpable directamente en los tribunales.
—No se va a declarar culpable —dijo Leo, con la mirada perdida y vacía en la botella que tenía en la mano—: Cree que todo lo que hizo es algo que se debía hacer, así que no cederá a ninguna presión externa.
—En ese caso, la justicia tendrá que librar una batalla bastante problemática y larga. El Buró también tendrá que estar en condiciones de reunir pruebas suficientes para aportarlas a la fiscalía y entonces, como el agente que lo rastreó durante mucho tiempo y arrestó personalmente, tu papel será absolutamente crucial —dijo Rob, para continuar—: De hecho, ojalá que pueda tomar la iniciativa de declararse culpable a cambio de una sentencia reducida. Esa sería la situación ideal para todos, incluido Sha Qing, ya que lo salvaría de que lo condenen a cadena perpetua, lo que resultaría en que nunca podría volver a ver la luz del día… Más vale ceder el paso a un perro que dejarse morder por él.
No hará eso; él preferiría romperse sin dudarlo que doblegarse ante los demás en contra de su voluntad, a menos que ese doblegamiento, también, formara parte de su plan, se dijo Leo mentalmente y con ello se vertió una botella entera de whisky en la garganta.
Contemplando al agente pelinegro que por fin se había quedado dormido sobre la cama, Rob emitió un largo suspiro y lo arropó antes de salir del apartamento con pasos firmes.
Era la hora del desayuno en la Casa Blanca a las 7:30 a.m. La unidad 7R tenía su propio comedor y sala de raciones, por lo que los reclusos no tenían que abarrotar el comedor común de ese piso. No obstante, las mesas habilitadas en el interior de las celdas estaban bastante llenas.
Con una bandeja de acero inoxidable con el desayuno (hoy eran avena, leche fresca, tarta y manzanas), Alessio recorrió el comedor con la mirada y enseguida vio al nuevo joven chino. Estaba sentado en un rincón desapercibido, absorto en la ingestión de su avena, con un aspecto solitario.
Él era el único en la mesita cuadrada, al parecer debido a que sus acciones en la «fiesta de bienvenida» de la noche anterior fueron suficientes para ahuyentar a los demás reclusos. Los ojos de estos, que guardaban distintos significados, lo escudriñaban, pero nadie se atrevía a acercarse a él. Sabían que los dos hispanos que habían puesto como "ejemplo" seguían vivos y coleando en la celda, uno con la muñeca tan hinchada como un rábano modificado genéticamente, mientras que el otro había sido trasladado a la unidad médica para permanecer en observación porque estaba mareado y vomitaba y se sospechaba que había sufrido una leve concusión.
El joven, rascándose la corta barba de pelo castaño, dudó menos de un segundo antes de decidirse a tomar el toro por los cuernos. Se acercó para sentarse frente al recién llegado y habló con un leve acento italiano:
—Hola, Li.
Sha Qing levantó la mirada. —¿Qué tal?
Alessio hizo una pausa un poco con torpeza. —¿Es tu primera vez? Eh, o sea, tu primera vez aquí…
Diablos, ¡qué horrible forma de saludar a alguien que acabo de conocer! Pensó Alessio mientras batía la leche y la avena en su bol, muy decepcionado de su desempeño.
—Ajá —respondió el otro con amabilidad, sin mostrarse ofendido—. Hasta ahora, toda la impresión que tenía de las cárceles provenía únicamente de las películas y las novelas, así que me sorprendió un poco ver esto —pinchó el pastel cubierto de crema de mantequilla con una cuchara. A pesar de su apariencia insulsa, era efectivamente un trozo de tarta de verdad—. No sabía que la asistencia estatal de las cárceles era tan buena.
Con un tema fácil del que partir, el tono de Alessio fue mucho más natural:
—Como es un centro de detención federal, la mayoría de los que están aquí están en prisión preventiva y, en términos legales, solo somos sospechosos detenidos y no presos. Además, como la mayoría de la gente tiene juicios en curso, los abogados suelen venir de vez en cuando. La prensa a menudo informa de la situación de los juicios importantes y si se produce algún tipo de abuso y sale a la luz, se convierte en un escándalo. Algunos pueden incluso usar eso para chantajear a las autoridades de la prisión y llegar a un acuerdo a cambio de una indemnización y una reducción de la pena impuesta.
—Por eso el trato aquí es bastante bueno, la actitud de los guardias también es relativamente agradable, y aunque hay algunos que tienen mal genio, no se atreven a ir demasiado lejos. Además, como todavía no han sido condenados, los “residentes” tampoco se atreven a jugar sucio. Si cometen una falta, hay una alta posibilidad de que se tenga en cuenta durante el juicio, lo que probablemente agravaría sus condenas.
—En otras palabras, es una comunidad armoniosa de lujo, con residentes civilizados y guardias de seguridad competentes —Sha Qing dibujó un círculo con la punta del dedo sobre la suave piel de la manzana—, al menos por fuera.
Alessio sonrió. —Sí, es una manzana pequeña por dentro y grande por fuera —señaló con el pulgar la ventana fuertemente enrejada—. Y no importa lo que ocurra dentro, tiene que estar brillante y bonita en la superficie.
—Ah, también es una suerte que estés en un centro federal. El trato en las prisiones estatales es mucho peor que este y los guardias son todos unos matones y rufianes. Bueno, aunque todas sean prisiones federales, hay una gran diferencia entre una buena y una mala. En Nueva York, por ejemplo, está Osterville, una de las cinco prisiones más lujosas del país, que nosotros llamamos "La Colina", y está la infame isla Rikers. ¿Sabes cómo le decimos a ese gran complejo de islas que está dividido en diez distritos?
—¿Cómo?
—”La Tumba”.
Sha Qing dejó de mordisquear la manzana e inclinó la cabeza para mirarlo. —Sabes bastante. ¿Así que no es la primera vez que te mandan a un sitio como este?
Alessio se apresuró a negar:
—No, es mi primera vez en la cárcel, pero a mi hermano lo encerraron en la isla Rikers. No meten a cómplices en la misma cárcel.
—¿Cómplices? Claro, confiar en la propia sangre es mejor que confiar en un extraño. ¿Qué hicieron? ¿Robaron un banco?
—No... es solo un asunto familiar —el italiano sonrió un poco sonrojado de vergüenza y, al ver que el otro hombre casi había terminado su desayuno, se levantó— Déjame mostrarte el lugar. Es tiempo libre de aquí a que se apaguen las luces a las diez de la noche, pero tenemos que estar en la celda a la hora de pasar lista, a las cuatro de la tarde y a las nueve de la noche. Tenemos un bar con parrilla de autoservicio, lavandería, sala de proyección de vídeos, gimnasio y biblioteca que puedes ocupar a tu antojo. Los teléfonos públicos son gratis, pero ten cuidado con la vigilancia después de introducir tu ID. También hay una piscina y una cancha de baloncesto en el último piso, aunque no abren todos los días.
—Suena como un centro turístico.
—En realidad, es bastante parecido, salvo por el hecho de que es demasiado pequeño en términos de metros cuadrados por persona, que no se puede salir tanto como nos gustaría y la interminable cantidad de papeleo que tenemos que hacer. El gobierno federal gasta más de 90 dólares al día en cada uno de nosotros, que es mucho más que el salario diario de una persona de clase trabajadora media.
Mientras hablaban y reían, dos guardias penitenciarios entraron en el comedor, miraron a su alrededor y se sentaron en su mesa.
—¿Algún problema, Ian, Marcus? No hemos infringido ninguna norma —dijo Alessio al guardia a cargo de la unidad.
Sha Qing los reconoció como dos de los guardias que lo habían escoltado en su ingreso la noche anterior; Marcus era un negro corpulento de mediana edad; Ian era un blanco con rizos rubios un poco largos metidos bajo el borde de su sombrero. En apariencia, se veía demasiado joven para el trabajo, pero la leve expresión de desprecio que se dibujaba en su rostro hasta el último momento lo hacía lucir mucho más maduro y experimentado de lo que en realidad era.
—No es asunto tuyo, Alessio —dijo Marcus, girando la cabeza hacia Sha Qing y levantando la barbilla—. 3145-107, acompáñanos.
—¿Para qué? —preguntó este último.
—Para un cambio de ropa —respondió rutinariamente el guardia negro.