Capítulo 46: Aluvión y terremoto

—Una persona de palabras lisonjeras adula para retratar lealtad. Una persona de palabras obsequiosas cita las escrituras para retratar sabiduría. Una persona de palabras vacías abandona las aprensiones para retratar coraje. Una persona de palabras tiránicas presenta estratagemas para retratar confianza. Una persona de palabras calmas...

—Amo.

Ping'an se vio obligado a hablar e interrumpirlo. Jing Qi había estado todo el día anidado en su habitación, inclinado contra el cabezal mientras yacía sentado con un libro viejo en mano. El interior de la habitación era cálido y acogedor, incluso provocaba también un poco de somnolencia. Los dos ojos de la joven sirvienta que esperaba atender en las cercanías ya se estaban entrecerrando. Ping'an se encontraba de pie a un lado, sin marcharse ni quedarse.

—Aún no termino de hablar. —Jing Qi ni siquiera levantó la vista—. Escucha con atención, ya que estas tácticas están interrelacionadas con métodos comerciales y operativos. Otra persona me hizo darle una lección sobre esto y todavía no se lo explico para que lo internalice, sabías... Hay un dicho que dice "quien tiene la intención de volverse deseoso debe primero halagar". Si decides prestarle atención a alguien y quieres ganarte su favor, para hacer que deponga las defensas de su corazón, primero debes conseguirle lo que quiere. La metodología de la adulación radica en la moderación. Sé superficial y le harás sentir que no eres lo suficientemente sincero; sé abundante y le harás sentir que estás siendo excesivamente deliberado. Cuando quieras lograr ser del agrado de alguien, rasca su picazón, y después tienes que...

—Amo, el joven chamán todavía está afuera, esperando verte.

Al darse cuenta de que tenía la intención de dar un sermón bastante largo, Ping'an llegó al límite de su paciencia y solo pudo volver a interrumpirlo. En el pasado, todas estas palabras solían decirse para el oído del joven chamán. No estaba seguro de lo que estaba pasando hoy, pero su amo había dejado afuera al joven chamán y se negaba a verlo sin importar qué.

La voz de Jing Qi se detuvo brevemente. —Di que estoy enfermo, descansando en cama, y no estoy recibiendo invitados extranjeros.

Ping'an no pudo distinguir si fue su imaginación o qué, pero sintió que la forma en que su amo dijo "invitados extranjeros" se pronunció con especial claridad. —El joven chamán dijo que lo curaría y que sus habilidades medicinales son mayores que las de los doctores imperiales en el hospital —respondió con sinceridad.

Jing Qi lanzó el libro a un lado con un golpe, sus atractivas cejas se arrugaron en un único bulto. —Entonces di que me morí —dijo con fastidio.

Por otro lado, la joven sirvienta, cuya cabeza ladeada parecía un pollo picoteando arroz, se despertó de inmediato. Sus ojos se agrandaron mientras miraba de un lado a otro. Ping'an escudriñó la expresión de Jing Qi como una esposa agraviada, después convino y salió.

Jing Qi se sentó en soledad por un rato, luego le habló a la sirvienta:

—Anda a mi estudio y tráeme el libro de contaduría gris y el plan de defensa del noroeste. Después de eso, puedes irte a jugar.

La pequeña sirvienta no era muy mayor. Convino y dentro de poco entró con las cosas, parpadeando con sus grandes ojos expectantes mientras lo miraba. Una vez que Jing Qi asintió, salió corriendo de muy buen humor.

Frunció el ceño y abrió el plan, apenas logrando controlar su estado emocional para verlo por un momento. Poco después, tomó un pincel y papel de su velador, escribió una carta y la sopló hasta secarla. Mientras la estaba sellando, de repente se escuchó un estallido de crujidos provenientes de bajo su cama. La pequeña marta pronto emergió con la cara y el cuerpo cubiertos de polvo. Pisó sus zapatos cuando saltó sobre la cama, estampando una hilera de diminutas huellas cenicientas.

La levantó por el pescuezo y la arrojó suavemente al costado.

Se tambaleó en el suelo por un intervalo, desorientada y confundida, y fue a subir de nuevo, tozuda. Jing Qi la fulminó con la mirada. La marta se agachó inmóvil en el suelo, con sus patitas estiradas inocentemente hacia arriba y la cabeza levantada para mirarlo.

Jing Qi quitó el polvo de la cobija a palmaditas. —Estoy ocupado con asuntos serios, ¿entendido? Verte me irrita, anda a jugar sola. No me molestes.

La pequeña marta agitó su gran cola en señal de agravio. Caminó hasta la esquina y se encogió hasta convertirse en una bola, tremendamente desconsolada.

En ese momento, Ping'an abrió la puerta y entró de nuevo. Pudo notar de un vistazo que la expresión de Jing Qi era mala, así que frunció los labios y se quedó temblando de miedo en el umbral sin entrar del todo. —Amo, dice que si está usted vivo, quiere verlo, y si está usted muerto, quiere ver su cadáver...

—Hmph, ¿por qué está siendo un hijo tan filial? Anda a decirle que no es necesario que recoja el cadáver de este señor cuando me muera.

Ping'an miró hacia afuera. —Con la forma en la que habla usted, tuvo una especie de disputa con el joven chamán, ¿verdad? Han estado haciendo alboroto desde el amanecer hasta ahora y ya es mediodía. ¿Qué tan grande es este asunto que no puede hablar correctamente con él?

—Pregunta menos sobre cosas que no deberías preguntar. —Jing Qi lo miró con frialdad y le entregó la carta sellada y secada—. Encuentra una persona confiable para que lleve esto al señor Lu Shen. Que lo entregue personalmente en sus manos.

Ping'an convino y la aceptó. Tras dar dos pasos hacia afuera, de nuevo volvió a girar la cabeza. —Amo, tanto que le hace usted el vacío al joven chamán. ¿No le preocupa que pueda irrumpir en un momento?

—¿Acaso no tiene este señor tantos guardias imperiales aquí que trabajan por su comida? Decir que alguien podría atacar la residencia del príncipe Nan'ning, ¿crees que este lugar es un huerto? Dije que no lo veré, así que no lo veré. Va a tener que esperar.

Tan pronto como levantó la mirada vio a Ping'an todavía estúpidamente estacado en el umbral y se enojó aún más. —Tú también lárgate rápido de aquí. Deja de acaparar espacio ante a mis ojos.

Ping'an frunció el ceño, escurriéndose silenciosamente a lo largo de la base de la pared.

Jing Qi tomó un libro al azar. Después de abrirlo, lo miró durante mucho tiempo, sin leer ni una palabra. Lo arrojó al suelo con un balanceo del brazo y coincidentemente cayó al lado de la pequeña marta acurrucada. La criatura dio un salto hacia atrás vigilantemente y después se acercó a olfatearlo. Jing Qi soltó un largo suspiro, cerrando los ojos mientras se inclinaba contra el cabezal.

Al probablemente sentir que no sería apropiado quedarse aquí por mucho tiempo, la marta salió por la ventana con un brinco. Dentro de toda la habitación solo quedó Jing Qi respirando profundamente, lo que lo hacía excepcionalmente pacífico.

Sabía que Wuxi había bebido demasiado la noche anterior, asimismo sabía que este era un evento bastante inconveniente. No pudo imaginar cuánto podría recordar cuando se despabilara al amanecer ni podía descifrar cómo tratar con él, así que planeó esconderse con una cobardía extraordinaria. Cuando Wuxi se levantó esa mañana, Jing Qi entonces se ocultó en su habitación: que regresara a su residencia por su cuenta estaba bien.

Por algo tan vergonzoso, si Wuxi se despabilaba y aún lo recordaba, debería ser un poco sensato e irse en silencio.

Por desgracia, este joven chamán de Nanjiang no era ni un poco sensato, y como ahora no tenía nada que perder, no tenía miedo. Aunque todo se había revelado, no lo evitó ni se ocultó de ello. Había estado esperando afuera desde la primera hora de la mañana, exigiendo verlo.

Tan pronto como Jing Qi escuchó la algarada al levantarse, su cabeza inmediatamente se hinchó al doble de su tamaño y acríticamente hizo que Ping'an buscara una excusa para rechazarlo. Ese indicio de renuencia a ver a la contraparte ya había sido bastante obvio y a Wuxi siempre se le había considerado como una persona perspicaz... así que debería haber regresado, ¿verdad? Nadie podría haber imaginado que el príncipe volvería a subestimar el temperamento de burro terco del joven chamán.

Este tipo tenía la perseverancia de un recaudador de impuestos. Se quedó erguido como una lanza, expresando claramente que, si Jing Qi no salía, entonces no se iría, y que era absolutamente necesario dar una explicación.

Al ver que el sol ya se elevaba por el cielo, Ji Xiang abrió suavemente la puerta y entró. —Amo, ¿le traigo comida?

Los ojos de Jing Qi lo recorrieron. Primero asintió con la cabeza, después negó. —Olvídalo. No he estado despierto durante mucho tiempo y las cosas que comí esta mañana todavía están bastante atoradas en mi pecho. Pueden ir y comer ustedes solos, yo no necesito nada.

Ji Xiang sabía que hace poco había perdido los estribos discrepando de Ping'an, por lo que no se atrevió a provocarlo. Emitiendo una confirmación particularmente inteligente, comenzó a retirarse, pero el llamado de Jing Qi lo detuvo.

—Sal a hablar con el joven chamán. Haz que regrese y no se quede por aquí, ¿bueno? Cuando hayan pasado unos días, tendré la energía para volver a hablarle. De todos modos, el emperador se encuentra en medio de restringir mis pisadas, por lo que tampoco es apropiado que reciba invitados todo el tiempo.

No mucho después de que Ji Xiang se fuera, una conmoción explotó en el patio. Con el ceño fruncido, Jing Qi no pudo evitar levantarse de la cama y acercarse a la ventana, ubicándose sesgadamente junto a ella. Desde su ángulo, sucedió que pudo ver a Wuxi parado en la entrada del pequeño patio, solo. Como si Ji Xiang le hubiera dicho algo, sus emociones de repente se agitaron y se precipitó resueltamente al interior.

Los guardias habían recibido sus órdenes y le bloquearon el camino, impidiéndole la entrada. Sin poder hacer nada para ayudar, Ji Xiang lo estaba tratando de calmar apresuradamente desde el lado.

—¡Beiyuan! ¡Jing Beiyuan! ¡Sal y habla conmigo! Como ya lo sabes todo, ¡¿qué clase de hombre eres escondiéndote?! ¡Sal! —rugió Wuxi.

Desde luego, los guardias que vigilaban el patio no eran rivales para Wuxi, pero, afortunadamente, no planeaba lastimarlos. Agarró sus armas y las arrojó a un costado, después golpeó sus puntos de acupuntura para temporalmente privarlos de libertad de movimiento.

Aunque Ji Xiang quería obstruirlo, tampoco se atrevía a hacerlo, por lo que no tuvo más remedio que perseguirlo. —¡Joven chamán! ¡Joven chamán!

Nadie le bloqueaba el camino, pero Wuxi vaciló un poco. Se detuvo en el patio por un momento, con las líneas de su rostro tensas y los puños apretados. Estaba tan forzosamente erguido como un bastón, con el cuerpo envuelto en ropa negra y una terquedad indescriptible. Miró firmemente hacia donde se encontraba Jing Qi.

Ese vigor impenitente que tenía... realmente le provocaba dolor de cabeza.

Podía tratar con otras personas porque todos tenían puntos débiles, porque poseía la capacidad de despilfarrar en aquello que los embelesaba. Había innumerables ladinos, aduladores, reservados, nobles y plebeyos en su vida, pero nunca había habido un niño tan directo como Wuxi que no vacilaba en absoluto y enfrentaba a la muerte sin apartar la mirada.

Extendió la mano y se amasó el entrecejo mientras suspiraba. Salió, se apoyó contra el marco de la puerta y miró a Wuxi con indiferencia.

Esa mirada lo conmovió, por lo que hubo una fracción de segundo en la Wuxi se estremeció. Poco después, volvió a enderezar la espalda.

—Has estado haciendo escándalo desde la madrugada hasta ahora. ¿Qué es tan importante que no puedes esperar unos días para hablarlo? El ruido me provoca dolor de cabeza.

Jing Qi ya estaba acostumbrado a comenzar a practicar taichí con sus divagaciones tan pronto como abría la boca.

Wuxi sostuvo la mirada por un momento, circunspecto. Sin apreciar ni siquiera un poco del minucioso esfuerzo de Jing Qi por pensar en una manera de que ambas partes involucradas se liberaran de esto, se acercó. —Ayer bebí hasta emborracharme, pero recuerdo todas las palabras que te dije y eran lo que pensaba.

Jing Qi guardó silencio por un momento. Hasta el día de hoy, todavía era bastante incapaz de adaptarse a esta forma de hablar franca y excesivamente explícita que tenía el otro. Mucho tiempo después, comenzó a levantar la cabeza con una expresión muy tranquila, pero no volvió a mirar a Wuxi. —Que todos se retiren. Tú también —le dijo a Ji Xiang—. Lo que se dijo hoy... si una sola palabra sale de aquí, no culpen a este príncipe por volverse hostil y no tener consideración por ustedes.

Por el tono que levantó, Ji Xiang supo que esto no era una broma. Despejó ágilmente la escena y se retiró.

Solo después de organizar su fraseo, Jing Qi se dirigió a Wuxi. —Cualesquiera que sean las palabras que se dijeron anoche, consideraré nunca haberlas escuchado. Puedes volver.

Wuxi se puso ansioso. —Las palabras dichas dichas están y las escuchaste. ¿Cómo puedes considerarlas como si nunca se hubieran dicho?

—Eso es asunto mío —murmuró Jing Qi—. Joven chamán, en una amistad, no debes dificultarme las cosas ni a mí... ni a ti mismo.

Wuxi se congeló en el lugar, obligándose a hablar después de muchísimo tiempo. —No... ¿te gusto ni un poco?

Jamás le ocultaba sus emociones, y en ese momento, la mirada en sus ojos era tan triste que incluso una persona ciega podría haberla visto. Jing Qi de repente recordó la noche anterior, cómo se veía el muchacho mientras yacía recostado flácido contra la puerta, llamando su nombre una y otra vez en el suelo. Su corazón se ablandó y todo tipo de pretextos suaves y amables se dieron un gran círculo dentro de su cabeza, pero al final no dijo nada.

Creía que, después de tanto tiempo, tenía una comprensión interna de qué tipo de persona era Wuxi. El chico no había nacido con el acorde del tacto, era directo y franco, así que lo mejor sería ser terminante con él para no darle una ilusión poco realista como esta y llevarlo contrariamente a la perseverancia tozuda. Por consiguiente, Jing Qi asintió.

—Que tu imaginación no vuele.

Dicho eso, se dio la vuelta para regresar a la habitación. Wuxi apretó los dientes y gritó a sus espaldas:

—¡Llegará el día en el que estarás dispuesto a irte conmigo!

Jing Qi giró abruptamente la cabeza. —Joven chamán de Nanjiang, ¿estás instando abiertamente a este príncipe para que confraternice con una tribu extranjera? —respondió, con una pausa entre cada palabra.

Todo el cuerpo de Wuxi se estremeció. El inusual rojo en sus mejillas se retiró inmediatamente y desapareció. Jing Qi se sacudió las mangas, girándose otra vez. —Disculpa por no salir a despedirte más allá.

Wuxi se quedó mirando la puerta cerrada durante un buen rato y después le habló al patio vacío como si estuviera hablando solo. —Llegará el día.

No llegó respuesta. No se sabía si Jing Qi lo había escuchado o no.

A partir de ese día, Jing Qi no volvió a ver a Wuxi. Este último siguió viniendo diariamente a sentarse en la residencia por un rato al mediodía. Jing Qi no estaba recibiendo invitados y Wuxi no volvió a irrumpir. Al igual que cuando Jing Qi fue a las Guang, hubiera sol o lluvia, esperaba un rato allí todos los días y luego regresaba.

Y, sin embargo, la era del arresto domiciliario del príncipe Nan'ning no fue tan larga como se había imaginado. Menos de un mes después, lo liberaron porque había acontecido un terremoto en el monte Tai de Dongping.

Con el oro sosteniendo el denso ramaje, los templos de Bixia se desordenaron. El jade inspeccionaba el fango, desmoronando el sello del Emperador Azur. El amo de las cinco montañas –un importante sitio de veneración donde se coexistía con la nación– se había derrumbado.

La corte y la gente común se alborotaron.

Y los conspiradores de todos los partidos también comenzaron a aprovechar esta oportunidad para afilar sus espadas.