EDITORIAL DEL MES

Quito, 08 de marzo de 2018

La Mujer en los Cuidados Intensivos

Dra. Anabella Cifuentes


Las mujeres intensivistas somos testigos de situaciones dramáticas que atraviesan pacientes y familiares. Sabemos que toda enfermedad ejerce un impacto en la actitud de la persona, es decir, en el nivel de los pensamientos o convicciones y en el del comportamiento. Tal impacto se produce antes del diagnóstico y depende no solo de la enfermedad en sí, sino también y sobre todo del significado que la persona atribuye a la misma, a la amenaza que se prevé que signifique, al colorido emotivo experimentado asociado a recuerdos, contenidos y sensaciones que hacen referencia a la experiencia pasada, a los deseos actuales y a las expectativas o preocupaciones del futuro.

Enfermar nos lanza a un mundo de relaciones que generalmente no son habituales y puede ocurrir que nos dejemos llevar por la tentación de comprobar la capacidad de la tecnología y olvidarnos de la persona que está recibiendo la atención.

Nosotras sabemos que podemos formar parte del destino de nuestros pacientes y que podemos constituir una fuerza sanadora por la carga de humanidad que liberamos. La experiencia vivida hace que cada minuto pueda convertirse en una eternidad, con la confianza de que pase. La posibilidad de narrarlas permite captar la magia que involucran a pesar del dolor y sufrimiento.

“Un día como cualquiera mi trabajo empezó a las 07h00. Recibí las noticias sobre la evolución de mis pacientes. Era sábado, recuerdo. Me llamó mucho la atención una mujer sentada junto a la cama donde dormía el paciente. Me acerqué despacio, me quedé mirando….: él recostado sobre su cama que la había hecho suya por el simple y trascendente motivo de ser “el paciente”. Un poco agitado, buscaba la mano de su compañera. Se veía vulnerable ..., respiraba tranquilo, muy acompasado, como si algo hiciera ese trabajo por él….y así transcurrían ciclos….y ciclos…y más…. Sus ojos se cerraron, por fin dormía…. ¿durmiente soñando, tal vez?

Una mano pálida, con arrugas, con firmeza sujetaba una de las manos algo hinchada por cierto, tensa, del señor dormido…Acariciaba y sobaba primero una mano y luego la otra….

Ella mostraba, al estar sentada sobre una silla baja, una edad aproximada de 70 años; su cuerpo en una posición hacia adelante, algo arqueada parecía sumisa…como esperando… ¿soñando quizás?

Sucedía como todos los días en su visita…Se incorporaba con cierta dificultad. Muy cuidadosa, llevaba sus ojos hacia el techo que parecía ser su cielo. Luego miraba a su alrededor y acomodaba la cobija una vez, dos y tres….para que él no tuviese frío -decía-. Luego, se apoyaba en la baranda y su mano con arrugas primero, tocaba el pecho y luego la frente del dormido….

Sucedía el ritual…en su visita…todos los días. A través del vidrio….Me quedé mirando cerquita….”

Cuando salió y le sugerí que vaya a descansar …. La tarde es muy larga y tediosa en casa –dijo- ……. me siento tranquila con usted, una mujer es más sensible y compasiva que un varón, me dijo”.

Un extraño dinamismo nos ha llevado a las mujeres intensivistas a tomar conciencia de lo que la vida nos regala, una experiencia como esta, traduce nuestro humilde deseo de entrar al espacio del paciente y su familia, en intentar acogerlo con sagrado respeto, confrontarlo y acompañarle a soñar. Esto a su vez nos compromete con caminos saludables de coraje y entereza: humanizar la práctica médica, la mayor contribución de las mujeres a la especialidad.

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