Descargue Libros Cristianos Gratis
Entre 1947 y 1948, el periodista y escritor, Eric Arthur Blair, conocido por su seudónimo de George Orwell, escribió la novela «1984«. Uno de los personajes más relevantes del relato, es el Gran Hermano.
Se trata de una figura omnipresente y autoritaria que simboliza el poder totalitario del partido que gobierna la distópica sociedad en la que se desarrolla la historia.
Aunque no se sabe con certeza si el Gran Hermano es una persona real o simplemente un símbolo de la vigilancia y el control, su imagen está en todas partes: en carteles, en monedas y en la propaganda del Partido.
El Gran Hermano representa la vigilancia constante y el control sobre la vida de los ciudadanos, fomentando el miedo y la conformidad. Su lema, «El Gran Hermano te vigila«, refleja el control absoluto que el partido ejerce sobre la privacidad y las libertades individuales.
En la novela, la figura del Gran Hermano es utilizada para mantener la opresión y manipulación de la realidad, haciendo que los ciudadanos se sometan a la autoridad del Partido.
Infinidad de personas en todo el mundo tienen una idea equivocada de Dios. Lo asocian, algunas veces sin pretenderlo, con el emblemático personaje de esa novela, es decir, “El Gran Hermano”.
Conciben al Padre celestial como alguien que está atento a que incurramos en equívocos para castigarnos de inmediato. ¡Tremendo equívoco!
Una de las películas más exitosas de la década de los noventa fue “El show de Truman”. Truman Burbank, es un feliz agente de seguros que cree llevar una vida normal, pero no tiene idea de que las cámaras lo graban las 24 horas y que todo lo que hace se ve en televisión.
Detrás de ese reality hay un controlador, que prepara todo de manera que Truman siga un libreto concebido con antelación. Sólo desea divertirse y divertir a infinidad de televidentes, aun cuando ya sabe cuál es el comienzo y el final de la trama.
¿Por qué traigo a colación este filme? Porque, igual, millares de personas consideran que Dios –principio y fin de todo lo creado—nos escogió desde antes de la fundación del mundo para ser salvos o llevarnos a la condenación.
Si usted ha pensado del Supremo Hacedor inclinándose por una de las dos concepciones, permítame decirle que está equivocado. Es cierto, Dios todo lo sabe y nos ve en todo momento, pero su distintivo y naturaleza es el amor (Cf. 1 Juan 4:7-9)
Ahora, algo que sí es claro es que Él ve todo cuanto hacemos. Está cerca.
“Los caminos del hombre están ante el Señor, y él pone a consideración todas sus veredas. Al impío lo atrapa su propia maldad, lo atan las cuerdas de su pecado. El malvado muere por falta de corrección, y pierde el rumbo por su inmensa locura.” (Proverbios 5: 21-23 | RVC)
Y, también, leemos:
«En todo lugar están los ojos del Señor, observando a los malos y a los buenos.» (Proverbios 15: 3; Salmo 14: 2; 53: 2 | NBLA)
Pero, aun cuando Él sabe que pecamos, si algo procura es salvar a los pecadores, como explica el apóstol Pablo:
«Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad.» (1 Timoteo 2:2, 3 | NBLA)
Aunque usted haya incurrido en infinidad de pecados y la maldad lo acompañe a todas partes como una sombra gigantesca, todavía hay esperanza en Dios. Él comprende nuestra situación y responde con perdón (Cf. Miqueas 7: 18, 19) cuando se lo pedimos, con un corazón arrepentido.
El perdón de nuestros pecados y emprender una nueva vida, es posible gracias a la obra redentora del Señor Jesús en la cruz. Él murió siendo inocente para que todo el peso de nuestra maldad fuera perdonado por su sangre. Nos hizo santos y justos delante del Padre.
Permítame citar al teólogo, R. C. Sproul, quien explica el asunto de una manera sencilla en el libro “La verdad de la cruz”:
“Cristo asumió voluntariamente todas las imperfecciones del pecador. Dios le imputó esos pecados a Jesús. Por lo tanto, Dios miró a Cristo y vio una gran cantidad de pecaminosidad porque todos los pecados de todo el pueblo de Dios habían sido transferidos al Hijo. Jesús murió en la cruz para satisfacer esos pecados, cumpliendo sus funciones de Fiador, Mediador, Sustituto y Redentor. Este es el concepto que la gente tiene en mente cuando dice que Jesús murió por ellos. No solo se imputa a Cristo el pecado del hombre, sino que la justicia de Cristo se transfiere a nosotros, a nuestra cuenta. Como resultado, a los ojos de Dios, el ser humano ahora está limpio de todas las imperfecciones y adornado con una justicia gloriosa. Por eso, cuando Dios me declara justo, no miente.”
Cuando nos apropiamos de la gracia perdonadora de Dios, todo nuestro pasado, presente y futuro, son borrados por el Salvador. Algo maravilloso que no podemos alcanzar por nuestros propios medios.
A pesar de que una vida de pecado nos acompaña, y lo más seguro es la condenación eterna, la obra redentora de Jesús marca la diferencia en nuestra vida. Por Su sacrificio en la cruz, recibimos la salvación:
«A lo Suyo vino, y los Suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.» (Juan 1:11-13 | NBLA)
Cuando Pablo entendió la grandeza de la gracia divina, experimentó una transformación total. De hecho, le escribió a su discípulo Timoteo:
«Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero. Sin embargo, por esto hallé misericordia para que, en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda Su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en Él para vida eterna. Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.» (1 Timoteo 1:15-17 | NBLA)
Observe cuidadosamente que el apóstol reconoce que fue como consecuencia de la misericordia que recibió perdón de sus pecados. No fue porque lo mereciera. Igual con nosotros. No merecemos el perdón, pero al creer en Jesús, se produce esa limpieza en nuestro ser.
R.C. Sproul, lo explica de una manera muy sencilla:
“Pero el punto del Evangelio es que la imputación es real: Dios realmente puso nuestros pecados en Cristo y realmente nos transfirió la justicia de Cristo. Poseemos realmente la justicia de Jesucristo por imputación. Él es nuestro Salvador, no solo porque murió, sino porque vivió una vida sin pecado antes de morir, como solo el Hijo de Dios podía hacerlo. s. La enseñanza del Evangelio es que en el momento en que una persona abraza a Jesucristo, todo lo que Cristo ha hecho se aplica a esa persona. Todo lo que Él es se vuelve nuestro, incluida Su justicia. Es la justicia de Cristo lo que me hace justo. Su muerte se ha encargado de mi castigo y Su vida se ha encargado de mi recompensa. Entonces mi justicia está atada completamente a Cristo.” (Citado en el libro “La verdad de la cruz”)
Jesucristo cargó con todas nuestras culpas. Lo hizo por amor. Su sacrificio nos hizo aceptos delante del Padre.
Al evaluarnos, concluiremos sin duda que somos pecadores. Excepto el Señor Jesús, todos pecamos y pecar nos hace merecedores de la muerte eterna, como advierte el apóstol Pablo:
«¿Entonces, qué? ¿Somos nosotros mejores que ellos? ¡De ninguna manera! Porque ya hemos demostrado que todos, judíos y no judíos, están bajo el pecado. 10 Como está escrito: «¡No hay ni uno solo que sea justo! No hay quien entienda; no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido. No hay quien haga lo bueno, ¡no hay ni siquiera uno! Su garganta es un sepulcro abierto, y con su lengua engañan. ¡En sus labios hay veneno de serpientes! Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies son veloces para derramar sangre. Destrucción y desgracia hay en sus caminos, y no conocen el camino de la paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos.» Pero sabemos que todo lo que dice la ley, se lo dice a los que están bajo la ley, para que todos callen y caigan bajo el juicio de Dios, ya que nadie será justificado delante de Dios por hacer las cosas que la ley exige, pues la ley sirve para reconocer el pecado.” (Romanos 3:9-20 | RVC)
A pesar de que una vida de pecado nos acompaña, y lo más seguro es la condenación eterna, por la obra redentora del Señor Jesús recibimos la salvación.
El teólogo y autor, R. C. Sproul, anotó lo siguiente:
“Una vez que una persona comete un pecado, es imposible para él ser perfecto, porque ha perdido su perfección por su pecado inicial. ¿Puede pagar la pena por su pecado? No, a menos que desee pasar una eternidad en el infierno. ¿Puede Dios simplemente pasar por alto el pecado? No. Si Dios hiciera eso, sacrificaría Su justicia. Por lo tanto, para que el hombre sea justo, la justicia de Dios debe satisfacerse. Alguien necesita ser capaz de pagar la pena infinita por el pecado del hombre. Debe ser un miembro de la parte infractora, la raza humana, pero debe ser uno que nunca haya caído en la imperfección ineludible del pecado. Dados estos requisitos, ningún hombre podría calificar. Sin embargo, Dios mismo pudo. Por eso, Dios Hijo vino al mundo y asumió la humanidad.”
Delante de nosotros hay una enorme oportunidad. Dios nos la ofrece, por Su divina gracia. Nos referimos al perdón de los pecados. Pero hay algo en lo que deseo enfatizar: la gracia está disponible para usted, es un regalo generoso del Padre.
Sin embargo, Dios no le obligará a aceptar la gracia. Usted debe creer y apropiarse de esa enorme bendición que representa ser salvados de la condenación eterna.
Hoy es el día oportuno. Ábrale las puertas de su corazón a Jesucristo…
@SalvosporlaGracia | © Fernando Alexis Jiménez
Encuentre más contenidos edificantes haciendo Clic Aquí
Escuche las transmisiones de Radio Reformada con programación cristiana 24/7