—Éste es un día especial, Ben. Un día que será recordado por mucho tiempo. ¿Sabes qué lo hace tan especial? —La madre de Ben le dirigió una mirada expectante, mientras sonreía beatíficamente.
—Sí, ma —dijo Ben—. Hoy lo aprendimos en la escuela. Es el día de la boda de la Princesa Gloria. Será un día de fiesta para todo el Imperio.
—El Imperio —repitió desdeñosamente el papá de Ben—. ¡Por favor! ¿Y qué tenemos que celebrar, en cualquier caso? ¿Que una mocosa consentida se casa y que tiene garantizados todos sus caprichos y deseos por el demente de su padre?
—Dean, por favor, muestra algo de respeto por el Emperador —dijo la mamá, con la voz ribeteada por el susto y el desánimo—. No hables así cuando Ben está escuchando.
—Ya es tiempo de que empiece a ver las cosas como son —musitó el papá. Por un rato los padres no intercambiaron más palabras. Simplemente permanecieron en silencio mirando el cielo nocturno; la Luna llena inundaba el paisaje con su luz encantadora y sólo dejaba ver las estrellas más brillantes. Esa noche había mucha gente en las calles y en las plazas de la ciudad, mirando hacia arriba, y sin ninguna duda no era distinto en otras ciudades en todo el Imperio.
A Ben lo le gustaba el silencio que se había levantado y decidió romperlo. —También nos dijeron que la princesa quería una noche de casamiento sin Luna, con el cielo llameante de estrellas y los fuegos artificiales más espectaculares que se hayan producido en la historia, para que todos en el Imperio los vieran y los recordaran por el resto de sus vidas.
—Sí, Ben —replicó la mamá, que le palmeó suavemente el hombro—. ¿No es por eso que todos estamos mirando aquí? Observa con atención, mi niño. Estarás orgulloso de ser un ciudadano del Imperio.
—El Imperio… —se mofó el papá de Ben—. El Imperio Panamericano, por el amor de Dios. ¿Qué había de malo con los viejos Estados Unidos? Al menos eran un país del cual podíamos estar orgullosos. ¿Por qué ese magnate loco tuvo que comprar el continente entero y expandirlos a los Estados Unidos de América del Norte y Central? ¿Y, como si no fuera suficiente, cambiarles el nombre por el de Imperio Panamericano? Por Dios, ¿qué hemos hecho para merecer tan espantoso disparate?
—Dean, por favor, deja de ser tan irrespetuoso con el Emperador.
—¿El emperador? Ese ricachón excéntrico autodenominado Emperador, quieres decir? ¿Ese empresario iluso con demasiado dinero para su bien y una hija maleducada, cuyos tontos y estúpidos deseos deben ser garantizados a cualquier costo? ¿Quién le dio a ese mugroso rico chiflado el derecho de transformar nuestra vidas en su cuento de hadas privado, en todo caso?
La madre de Ben comenzó a sollozar. Aquello era demasiado para ella. Antes de que el papá pudiera continuar, toda la gente que los rodeaba señaló la Luna y un tenue runrún de comentarios susurrados y de conversaciones apagadas llenó el aire. Sin duda, el gran momento estaba por llegar. ¿No había insistido la Princesa Gloria con lo de la noche de bodas sin Luna? ¿No era conocido el Emperador por conceder cada deseo de su hija?
Un impresionante silencio volvió cuando el suceso tan esperado finalmente tuvo lugar. Puntitos de luz cubrieron de repente la superficie de la Luna, como si hubieran nacido y levantado vuelo un vasto número de libélulas gigantescas. Aun sin binoculares, se hicieron visibles remolinos y patrones amarillos, anaranjados y rojos, que desbordaban de grietas y fisuras que cruzaban de un lado a otro a través del yermo paisaje lunar, por eones no tocado, y ahora conmovido por una súbita y febril actividad. A Ben le habían explicado esa mañana que megatones y megatones de explosivos serían lanzados a la Luna, para rajar al satélite de la Tierra luego de incontables siglos de fiel servicio. Ben y todos los demás miraron con pasmado asombro a la Luna, que rápidamente fue engullida por lo que debían de ser nubes de ceniza, polvo y roca desmenuzada, hasta que el majestuoso estallido se esparció en miríadas y miríadas de fragmentos, como una flor de piedra que se abriera a la vivificante calidez y luz del Sol y arrojara su polen al universo.
Mientras los restos de la Luna volaban en todas las direcciones y la resplandeciente nube de polvo comenzaba a disiparse, un estruendoso aplauso se elevó alrededor y miles de bocas emitieron vítores y exclamaciones.
Sin la luz reflejada por la Luna, se había vuelto notablemente más oscuro. Las estrellas ahora resplandecían con un brillo enceguecedor, excepto donde la nube de polvo —todo lo que quedaba de la Luna— oscurecía la visión. ¡Otro deseo de la Princesa Gloria había sido concedido! ¿Era su padre, el Emperador, verdaderamente omnipotente? ¿No se detendría ante nada para complacer a su única hija?
—¿No es maravilloso? —susurró la madre de Ben, claramente sobrecogida por la emoción—. ¡Una noche de bodas sin Luna! ¡Mi Dios!
—Es una vergüenza —se quejó airadamente el papá de Ben—. No había necesidad de hacer estallar la Luna. Esa cabeza hueca de Gloria hubiera elegido una noche de Luna nueva, por empezar. ¿Sabes cuánto debe de haber costado esa operación? ¿No crees que ese dinero se debería haber gastado en beneficio del país? ¡Este espectáculo fue una completa locura! —El tono de la voz del papá estaba subiendo peligrosamente.
—No hables así, Dean, por favor. Y trata de bajar la voz. Si alguien escucha lo que dices…
—¿Qué pasa entonces con la libertad de expresión? ¿O acaso también la han volado en pedazos? —Ben sintió claramente que su padre se estaba poniendo furiosos y pensó que era necesario intervenir.
—¿La Princesa Gloria no quería fuegos artificiales, mami? ¿Para cuándo los esperamos? —Trató de sonar tan positivo y entusiasta como era posible.
—Oh, Ben —replicó su madre, con un temblor en la voz que trataba desesperadamente de controlar—. No creo que tengamos que esperar demasiado por los fuegos artificiales.
La mamá volvió a estar en lo cierto. Momentos después, en el cielo aparecieron estrellas fugaces y su número creció rápidamente hasta que todo el firmamento estuvo ardiendo con vetas de luz, que rivalizaban en belleza y brillantez. La mamá se refregó las manos y susurró: —¿No crees que es maravilloso, Ben? ¡Mira eso!
—¡Oh, Dios! —dijo el papá—. Me enferma. Ésos son fragmentos de la Luna que se queman en la atmósfera de la Tierra. ¡Qué desgracia! ¡Fuegos artificiales, las pelotas! Esta pavada llegó demasiado lejos. Creo que voy a vomitar. —El papá sonaba verdaderamente disgustado y la mamá se sobresaltó por el lenguaje subido de tono. Ben no estaba seguro de qué lado elegir. No quería escuchar a su papá hacer comentarios que claramente herían a la madre, pero quizá él estaba en lo cierto y la mamá estaba siendo demasiado sentimental con todo el tema del casamiento. Ben sabía que al papá le disgustaba que en la escuela les enseñaran acerca del Emperador y la gloriosa historia del Imperio.
Ben, sus padres y todas las otras familias en los porches o en la calle aún estaban mirando la interminable lluvia de meteoros que transformaban el cielo nocturno en un deslumbrante caleidoscopio, ofreciendo elogiosos comentarios y palabras de alabanza y produciendo andanadas de “ooohs” y “aaahs”, cuando el papá comenzó a renegar de nuevo.
—Muy bien, así que ahora hicieron estallar la luna y quemaron sus fragmentos. ¿Qué sigue? ¿Qué otra cosa exigió esa mocosa de Gloria? ¿Algo especial para envolver la Fiesta de Casamiento del Siglo? ¿Qué remate encumbrado que realmente nos haga enojar?
—Dean, por favor. —La mamá comenzó a sollozar otra vez; ya no encontraba solaz en el glorioso espectáculo de arriba. Había un hondo sentimiento de pena en su voz, pero al papá no pareció importarle y siguió hablando sin parar.
—¿Qué podría ser? Déjame pensar… ¿Muchos chicos? No, seguramente algo más grandioso. ¿La inmortalidad? ¿La eterna juventud? Sería más algo como eso. ¿Luz del sol perpetua, quizá? ¿Paz en la Tierra? ¿Las ranas serán transformadas en en apuestos príncipes? Estoy seguro de que su viejo y querido padre puede tener eso arreglado. No, dulce y querida Gloria. Sólo expón tus deseos. —El papá sofocó una risa; el sonido se estrelló con el sollozo de la mamá.
Ben sintió que tenía que decir algo; un comentario o una sugerencia llevara de vuelta la conversación a aguas más tranquilas. —¡Confeti! —exclamó—. ¿No bañan a todos con confeti al final de un casamiento? —Le echó a su madre una mirada triunfante; luego a su padre. El papá refunfuñó algo en voz baja; la mamá lo rodeó delicadamente con un brazo y le dijo: —Seguro, mi niño. Confeti. Estoy segura de que pronto estará repleto de confeti.
Los fragmentos de la Luna seguían cayendo, hasta que todo el cielo estuvo cruzado de un lado a otro con sus trazos llameantes. Luego de un rato, justo cuando el papá les decía que había visto bastante y volvería adentro, escucharon un ruido sordo en las cercanías, como si se hubiera desplomado algún objeto pesado.
—¿Qué fue eso? —preguntó la mamá—. ¿Lo oyeron? —Ellos miraron en la dirección desde donde había llegado el sonido.
—Por supuesto —gritó de repente el papá—, ¡confeti! ¿No es obvio? Estabas en lo cierto, mi niño. ¡Estuviste condenadamente acertado todo el tiempo! Todos vamos a ser bañados en confeti. Así es como verdaderamente terminan todas las bodas. ¿No dijo esa perra que quería que todos recordaran su noche de casamiento por el resto de sus vidas? Vamos, gente. Volvamos adentro y vayamos directo al sótano. Hay mucho confeti cayendo y nos puede golpear en cualquier momento.
Ahora se oían más y más golpes secos y en los alrededores comenzaron a estallar incendios.
—¿Confeti? —preguntó Ben, aún no completamente seguro de lo que quería decir el papá.
—Sólo los fragmentos más pequeños de la Luna se queman completamente en la atmósfera de la Tierra —explicó el papá—. Los mayores impactan en la superficie como rocas incandescentes. Los realmente grandes dejarán cráteres lo bastante amplios como para transformarlos en piletas de natación para la Princesa Gloria. Preferiría no pensar sobre lo que harán los descomunales. Seremos afortunados si sobrevivimos a esto. Muchacho, ¡qué noche de bodas! ¡Primero fuegos artificiales y ahora confeti! ¡Jesús!
Las rocas al rojo vivo comenzaron entonces a caer en mayor número y todas las familias que estaban afuera admirando el espectáculo corrieron adentro. ¿No había deseado Gloria, en efecto, que la noche de su casamiento fuera vívidamente recordada por todos en el Imperio? ¿Y no se había ocupado el Emperador de que se cumplieran todos los deseos de su hija?
Ahora estaban encerrados en el sótano, rezando para que el confeti más grande de rocas lunares se estrellara en otro lado.
“This is a special day, Ben. This is a day that we will all remember for a very long time. Do you now what makes this day so special?” Ben's mother shot him an expectant look, smiling beatifically.
“Yes, mom,” Ben said. “We learned about it in school today. This is Princess Gloria's wedding day. It will be a day of celebration for the entire Empire.”
“The Empire,” Ben's dad repeated contemptuously. “Give me a break. And what do we have to celebrate anyway? A spoiled, snotty kid getting married, and having all her whims and wishes granted by her demented father?”
“Dean, please, show some respect for the Emperor,” his mom said, her voice edged with shock and despair. “Don't talk like that while Ben's listening.”
“It's about time he started seeing things as they are,” his dad muttered. For a while his parents didn't exchange another word. They simply stood staring in silence at the night sky, the full moon flooding the landscape with its enchanting light, leaving only the brightest stars visible. Many people were out on the streets and squares of the city tonight, looking up, and without a doubt it was no different in other towns all over the Empire.
Ben didn't like the silence that was building up, and decided to break it. “We were also told the Princess wanted a moonless wedding night, with the sky ablaze with stars, and the most spectacular fireworks ever produced in history, with everyone in the Empire watching and remembering it for the rest of their lives.”
“Yes, Ben,” his mom replied, gently patting him on the shoulder. “Isn't that why we're all here, looking up? Watch attentively, my boy. You'll be proud to be a citizen of the Empire.”
“The Empire,” Ben's dad sneered. “The Pan-American Empire, for God's sake. What was wrong with the good old United States? At least that was a country we could be proud of. Why did that mad tycoon have to buy the entire continent and expand it to the United States of North and Central America? And if that wasn't enough, change its name into the Pan-American Empire? For Christ's sake, what did we do to deserve such godawful nonsense?”
“Dean, please, stop being so disrespectful towards the Emperor.”
“The Emperor? That screw-loose, tycoon-turned-self-appointed-Emperor, you mean? That deluded businessman with too much money for his own good and an ill-bred daughter whose silly, idiot-brained wishes must be granted at all cost? Who gave that filthy rich nutcase the right to turn our lives into his own private fairy tale anyway?”
Ben's mother started sobbing. This was too much for her. Before his dad could continue, people all around pointed at the moon and a faint buzz of whispered comments and hushed conversations filled the air. No doubt the great moment was about to come. Hadn't Princess Gloria insisted on a moonless wedding night? Wasn't the Emperor known for granting his daughter's every wish?
An awed silence returned as the long-awaited event finally happened. Pinpricks of light suddenly dotted the moon's surface, as if giant dragonflies were born and took flight in vast numbers. Even without binoculars, yellow, orange and red swirls and patterns became visible, bursting from cracks and fissures criss-crossing the barren moonscape, untouched for aeons, and now stirred into sudden feverish activity. It had been explained to Ben in class this morning that megatons and megatons of explosives were to be hurled at the moon, set to rip apart the earth's satellite after countless centuries of faithful service. Ben and all the others gaped in stunned amazement at the moon rapidly becoming engulfed with what had to be clouds of ash and dust and pulverised rock, until it majestically burst apart in myriads and myriads of fragments, like a flower of stone blossoming in the life-giving warmth and light of the sun, and throwing out its pollen into the universe.
As the remnants of the moon flew in all directions and the glowing cloud of dust started to dissipate, a thundering applause rose from all around, and cheers and exclamations issued forth from thousands of mouths.
Without the moon's reflected light, it had become noticeably darker. The stars now shone in blinding splendour, apart from where the dust cloud, all that was left of the moon, obscured the view. Another wish of Princess Gloria had been granted! Was her father, the Emperor, truly omnipotent? Would he stop short of nothing to please his only daughter?
“Wasn't that wonderful?” Ben's mother whispered, clearly overwhelmed with emotion. “A moonless wedding night! My God!”
“It's a crying shame,” Ben's dad angrily. “There was no reason to blow up the moon. That air-headed Gloria should have picked a moonless night to start with. Do you realise what this operation must have cost? Don't you think that money should have been spent to the country's benefit? This spectacle was sheer madness!” Dad's voice was dangerously rising in pitch.
“Don't talk like that, Dean, please. And do try to keep your voice down. If someone hears you talking like that…”
“What about freedom of speech then? Or has that perhaps been blown up as well?” Ben clearly felt his father was growing furious, and thought it necessary to intervene.
“Didn't Princess Gloria want fireworks, mom? When can we expect the fireworks?” He tried to sound as positive and enthusiastic as possible.
“Oh, Ben,” his mother replied with a trembling voice she desperately struggled to control. “I don't think we'll have to wait too long for the fireworks.”
Mom turned out to be right. A short time afterwards falling stars appeared in the sky, and their numbers increased rapidly until the entire sky was ablaze with streaks of light, rivalling in beauty and brightness. Mom grabbed his hand, and whispered: “Don't you think it's wonderful, Ben? Just look at it!”
“Aw, God,” his dad said. “This makes me sick. Those are fragments of the moon burning up in the earth's atmosphere. What a disgrace! Fireworks, my ass! This nonsense has gone too far. I think I'm gonna puke.” Dad sounded truly disgusted, and mom cringed at his foul language. Ben wasn't sure which side to choose. He didn't like to hear his dad make comments that clearly hurt his mother, but maybe dad was right and mom was being too emotional about the whole marriage. Ben knew that dad didn't appreciate what they were taught at school about the Emperor and the glorious history of the Empire.
Ben and his parents and all the other families out on their porches or on the street were still staring at the unending shower of meteors turning the night sky into a blinding kaleidoscope, offering lofty comments and words of praise and producing volleys of “ooohs” and “aaahs”, as dad started moaning again.
“All right, so now they've blown up the moon and burned up its fragments. What's next? What else did that snotty Gloria demand? Something special to wrap up the Wedding Party of the Century? Some over-the-top crowning event that will really piss us off?”
“Dean, please.” Mom started sobbing again, finding no solace anymore in the glorious spectacle overhead. There was deeply-felt pain in her voice, but dad didn't seem to care, and just rambled on.
“What could it be? Let me think… Lots of children? No, surely it should be something more grandiose. Immortality? Eternal youth? That would be more like it. Everlasting sunshine, perhaps? Peace on earth? Will all frogs be turned into good-looking princes? I'm sure her dear old father can have that arranged. No sweat, dear Gloria. Just state your wishes.” Dad chuckled, a sound that clashed with mom's sobbing.
Ben felt he had to say something, a remark or suggestion that would steer the conversation back into more tranquil waters. “Confetti!” he exclaimed. “Isn't everyone showered with confetti at the end of a wedding?” He threw a triumphant look at his mother, then at his father. Dad grumbled something under his breath, and mom gently put her arm around him, and said: “Of course, my boy. Confetti. I'm sure there'll be plenty of confetti real soon now.”
Fragments of the moon kept coming down, until the entire sky was criss-crossed with their fiery streaks. After a while, just as dad told them he had seen enough and would go back inside, they heard a dull thud nearby, as if some heavy object had fallen down.
“What was that?” mom asked. “Did you hear that?” They all looked in the direction the sound had come from.
“Of course,” dad suddenly cried out. “Confetti! Isn't that obvious? You were right, my boy. You were goddamned right all along! We are all to be showered with confetti. This is indeed how a wedding ends. Didn't that bitch say she wanted everyone to remember her wedding night for the rest of their lives? Come on, folks. Let's get back inside, and go straight to the cellar. There's a lot of confetti coming down, and it can hit us any moment now.”
More and more dull thuds could now be heard, and fires were flaring up all around.
“Confetti?” Ben asked, still not quite sure what dad meant.
“Only the smaller fragments of the moon burn up completely in the earth's atmosphere,” dad explained. “The bigger ones hit the surface as red-hot rocks. The really big ones will leave craters big enough to turn into swimming pools for Princess Gloria. I'd rather not think about what the huge ones will do. We'll be lucky if we survive this. Boy, what a wedding night! First fireworks, and now confetti! Jesus Christ!”
Smouldering rocks now started coming down in vast numbers, and all the families who were out admiring the spectacle hurried inside. Hadn't Gloria wished indeed her wedding night would be vividly remembered by everyone in the Empire? And didn't the Emperor see to it all his daughter's wishes were granted?
Presently they were hulking in the cellar, praying the biggest confetti-moonrocks would smash down elsewhere.