Todas las notas editoriales de la revista juntas.
Porque, más de una vez, lo escrito hace mucho tiempo (para bien o para mal) no deja de tener vigencia.
Desde el número de la revista se puede acceder al ejemplar en línea.
Cuando comenzaron las tertulias de ComunidadCF y tuve la oportunidad de reencontrarme con algunos de los veteranos del fandom de los años de la recuperación de la democracia, uno de los principales tópicos de las conversaciones nostálgicas era sobre lo que hubiéramos podido hacer en aquellas épocas con los medios tecnológicos actuales. Con métodos primitivos y casi artesanales, en los mejores momentos de aquel periodo, un grupo de aficionados conseguía un interesante caudal de publicaciones independientes, en algunos casos con una periodicidad verdaderamente loable.
Luego, mucho de aquel esfuerzo fue menguando, producto —según los casos— de las obligaciones personales, de algunas dificultades presupuestarias y, tal vez, de un cierto cansancio. De ahí el mérito de revistas como Cuásar y Axxón, que consiguieron perdurar.
Sabemos que todo tiene un principio y un final. Por lo general —incluso en la vida misma—, lo más importante no se encuentra en esos dos puntos sino en lo que sucede entre ellos. Allí reside, quizá, lo interesante de no saber con precisión cuándo algo llegará a su término.
En el caso de Nuevomundo, se puede precisar su nacimiento en la primavera austral de 1983. Fundada por Daniel Croci, también conocido por su seudónimo literario de Daniel Barbieri, tenía el subtítulo de “Pequeña revista argentina de fantasía y ficción científica”. Hacia el nº 7 (primavera de 1985), el lema había sido cambiado a “La nueva literatura fantástica nacional hispanoamericana (CF y fantasía)”, en tanto que para el nº 16 (1991) se optó por “La decana de la CF nacional. Ganadora del premio Más Allá 1989”, ante la ausencia de Sinergia, fundada también en 1983 por Sergio Gaut vel Hartman. Luego de eso, también Nuevomundo desapareció.
A partir del nº 14 había estado encargado de la dirección de la revista y parecía que era un capítulo cerrado. Dejé de escribir ficción y me dediqué a mi sitio web de mitología céltica. En 2004, Croci falleció. Nos habíamos encontrado poco tiempo antes, hacia fin de año de 2003, y especulamos sobre la posibilidad de que apareciera un tercer Barbieri - Oviedo, un regreso que estuviera a la altura de Condenado a muerte escapa y de Los pobladores. Lamentablemente no pudo ser.
Luego de eso, me reencontré con viejos conocidos y al mirar hacia atrás pude advertir todo el material que estaba desapareciendo. Comencé a recuperar mis cuentos y en una de las tantas ocasiones tropecé con Un paseo con Gerónimo, de Barbieri, y lo escaneé para uso particular. Al poco tiempo, Luis Pestarini lo recordó en un mensaje ante un aniversario del Proceso. Me resultó entonces evidente que como obra seguía vigente, a la vez que era inhallable, por lo que valía la pena que “Ediciones Turas Mór” lanzara una cuarta edición.
Una vez más, volvía la cuestión de qué hubiéramos podido hacer con los medios actuales. Inevitablemente, lo que surgió no fue una respuesta a esa pregunta sino un nuevo interrogante, mucho más importante: ¿qué estamos haciendo ahora? Hay un cúmulo interesante de nuevos escritores, un gran caudal de material y unas pocas publicaciones.
Supongo que es hora de dejar de lado la típica actitud argentina de limitarse a sugerir lo que tienen que hacer los demás, esperando que todo venga servido en bandeja, siempre listos para disfrutar del esfuerzo ajeno y constantemente dispuestos para criticarlo. La única forma de generar algo es arremangándose y poniendo manos a la obra; colaborando con los que tienen un objetivo en común, tratando de que el logro sea mayor.
En ese sentido, me parece que Nuevomundo aún no tuvo un final. Es cierto que el actual nombre del proyecto es tan sólo NM y que ahora el lema es un sencillo “La nueva literatura fantástica latinoamericana [rectius: hispanoamericana]”. Pero, bueno, no es la revista de Croci; es apenas la de Oviedo. La intención es generar un medio más para la difusión de la nueva generación de escritores y un espacio para volver a reunir a antiguos colaboradores; para acompañar —sin intenciones de competir— a la ahora decana Cuásar y a la también madura Axxón.
Se lo puede considerar regreso, nueva etapa o comienzo, pero ésas no dejan de ser sino meras definiciones. En definitiva, no es sino despuntar el vicio por ese gusto de “re-crear”, junto con los autores, que subyace en la tarea del diseño editorial.
Santiago Oviedo
Por algunos instantes, pareció como si todo el proyecto fuera a fracasar. El número 2 estaba terminado y el 3 estaba muy adelantado cuando la computadora dijo “basta”. Por fortuna, fue posible recuperar todo el material.
La intensa participación de los escritores y la respuesta de los lectores, por otra parte, determinaron que —a grandes males, grandes remedios— la resolución de comprar un nuevo equipo resultara menos difícil.
Resulta apropiado —también— aprovechar este espacio para agradecer a todos aquellos que expresaron su interés por el desarrollo de la revista, a los que efectuaron sugerencias desinteresadas y a los que se limitaron a acercar —lo que no es poca cosa— su enhorabuena.
Este nuevo ejemplar de NM tiene dos características principales: todos los escritores son debutantes en la revista y en su mayoría son extranjeros. Algunos publican por primera vez y otros lo hicieron poco después de que se les hubiera seleccionado un cuento.
El de Cagliani fue la primera colaboración recibida para este número. Juárez Hernández fue el primer mexicano en mandar un relato; López Muñoz, el primer español. Giacoman Vargas resultó ser la primera mujer en NM. Los siguientes autores permitieron que ninguno de ellos fuera el único y que esta entrega pudiera mantener el nivel deseado.
Fantasía, ciencia ficción en sentido estricto y general, leves matices de terror en algunos de los relatos, se conjugan para formar un número que hubiera querido llegar a obtener para la antigua Nuevomundo, y estoy seguro de que a Croci también le hubiera gustado.
Desde todo punto de vista, es innegable la versatilidad que ofrece el correo electrónico, que hace que escritores de otras nacionalidades estén al alcance de la punta de los dedos.
Es por todo eso que a partir de 2007 NM será de aparición trimestral. Cada 1º de febrero, de mayo, de agosto y de noviembre un nuevo número estará disponible en línea, buscando presentar nuevos escritores, mostrando la nueva producción de los ya conocidos y rescatando del olvido alguna pequeña joya.
A cada instante surgen más personas que se animan no sólo a escribir, sino también a ofrecer sus cuentos para la publicación, arriesgándose a recibir las “despiadadas” críticas de los editores. A cada instante aparecen más aficionados ávidos de material nuevo, de publicaciones cada vez más frecuentes.
En la medida en que otros autores hispanoamericanos colaboren en NM y los del interior de la Argentina ayuden a demostrar que no sólo se escribe en Buenos Aires, la publicación irá cumpliendo con su objetivo, acompañando en el esfuerzo a las otras revistas hermanas.
El tiempo dirá, oportunamente, si todo esto sirvió para algo. Sin embargo, quienes lo estamos haciendo, sabemos que puede ser cualquier cosa, menos poco interesante (y, además, a veces hasta es divertido).
Santiago Oviedo
Este número de NM tiene un sabor especial, agridulce.
Por un lado, la satisfacción de haber inaugurado el sitio propio en Internet, donde se podrá tener acceso a todos los números en línea y como documento imprimible. A partir de ese momento, entonces, el tradicional sitio de e-ditores (http://ar.geocities.com/e_ditores) se limitará a tener disponible exclusivamente la última entrega, hasta su oportuno cierre.
Ello se debe a que a partir de este año la revista pasa a ser trimestral, lo que determinó la necesidad de contar con un servidor con más espacio. El caudal de las colaboraciones y la expectativa de los lectores llevó a tener que analizar la conveniencia de mantener la periodicidad semestral, con un considerable aumento de páginas, frente a una mayor frecuencia de publicación. Se optó por lo último, teniendo en cuenta que —dado el carácter no comercial del emprendimiento y la cantidad de tiempo libre que dejan otras ocupaciones— el plazo de tres meses es el que mejor se adecua para la confección de un ejemplar que mantenga el perfil y la calidad de los anteriores.
Los tres primeros números —en tal sentido— parecen marcar una tendencia en NM: más terror que fantasía; una ciencia ficción en la que lo más importante es la historia humana. Quizá se pueda llegar a decir que el contenido de la revista es, en cierto sentido, deprimente, con una atmósfera un tanto opresiva. Tanto mejor; es un argumento contundente contra los críticos que postulan que la CF es literatura de evasión. Los que busquen en nuestros relatos un estupefaciente para desconectarse de la realidad o un alucinógeno para construir su propio paraíso artificial, que vayan a la sección de best-sellers; quienes quieran encontrar respuestas a sus dudas en nuestras ficciones, que pasen por los estantes de los libros de autoayuda.
La CF clásica (básicamente, estadounidense) se ocupó en su momento de mostrar de modo magistral los riesgos que conlleva el desarrollo descontrolado desligado del ser humano. Cuando leemos las noticias de los diarios, no podemos menos que decir: “Fulano ya había escrito algo como eso”.
No se trata, por cierto, de clarividencia ni de dones proféticos, sino de una capacidad prospectiva dentro de parámetros lógicos, sin el temor de aceptar que las cosas pueden fallar. Pero lo más importante es que se alerta contra el estatismo, contra el abandonismo. En suma: siempre se puede estar peor, pero siempre se puede hacer algo.
La nueva literatura fantástica hispanoamericana, por su parte, ha venido creciendo hasta igualar (y en algunos momentos superar) a la del Primer Mundo. Eso lleva a la parte un tanto molesta de este número.
Hasta el momento, en NM sólo han participado escritores mexicanos y españoles, aparte de los argentinos. De estos últimos, casi todos son oriundos o moradores de la ciudad de Buenos Aires. El objetivo en los próximos números será el de demostrar que en el interior de la Argentina también se escribe (muy bien), así como en todos los otros países de habla hispana, por lo que se reitera la invitación a todos los escritores para que manden sus relatos.
Mientras tanto, en esta entrega —como no puede ser de otra manera— se produce el debut de nuevos colaboradores. Hay un par de homenajes, vuelven antiguos conocidos y se practica un pequeño ejercicio de autoindulgencia.
Por último, cabe destacar y agradecer a todos aquellos que difunden NM —muchos de ellos anónimamente—, a través de Internet, en los foros de discusión y en los sitios especializados.
Santiago Oviedo
El 1º de mayo de 2006 surgió la idea de editar NM. Un año después, luego de cuatro entregas y con nuevo diseño de tapa, se puede decir que la revista es una fuente de satisfacciones. Los lectores pudieron disfrutar de la reedición de algunos relatos perdidos en el tiempo y en las penumbras de la limitada difusión previa a Internet, de nuevos cuentos de escritores reconocidos y de la prometedora producción de autores noveles e incluso —lo más agradable— debutantes.
De una fugaz semestralidad, se pasó a la actual trimestralidad y a un sitio propio. Fueron apareciendo colaboradores espontáneos que con sus consejos ayudaron a mejorar la publicación en función de las necesidades de los lectores: la versión en línea y la descargable para lectura fuera de línea. Incluso escritores no hispanoamericanos, que dieron origen al proyecto de Xenoliteraria.
Con la seguridad de que el esfuerzo vale la pena, las páginas de NM siguen abiertas a los autores de lengua castellana para demostrar que en nuestro ámbito también se produce literatura de calidad. Después de todo, ya estamos bastante grandes como para poder hacer cosas sin entrar en simples imitaciones.
Santiago Oviedo
El 21 de junio de 2006 estuvo disponible en Internet el primer número de NM. En aquel momento, la periodicidad propuesta era trimestral. No obstante, luego del nº 2, el volumen de colaboraciones hizo posible que ese plazo se redujera a una frecuencia de tres meses entre cada entrega.
La nueva grilla de publicación determinó, entonces, que uno de los cuatro números del año coincida —como se recordó en el editorial del nº 5— con el aniversario del día en que surgió la idea de crear la revista: el 1º de mayo.
Esa proliferación de fechas hace que no se sepa exactamente cuándo celebrar, por lo que parece preferible hacerlo siempre que sea posible. Después de todo, los motivos sobran.
A pocos días del aniversario de lanzamiento, luego de la nevada en Buenos Aires, a cincuenta años de la aparición de El eternauta y a treinta de la lamentable desaparición forzada de Héctor Germán Oesterheld, hay varios platos fuertes. Algunos saltan a la vista, otros hay que buscarlos adentro y unos más se reservan para próximos números.
Desde el inicio, como aperitivo, la realización de las tapas corre ahora por cuenta de Bárbara Din. Artista gráfica, diseñadora de interiores, artesana, fotógrafa compulsiva y eventual cuentista (ver Axxón 157), en su momento se ofreció para recrear el isologo de NM, como se pudo apreciar en el nº 4.
En vista del resultado de su trabajo, en una acción mefistofélica, se recurrió a la vieja y efectiva técnica del soborno para que se hiciera cargo de la tarea de atraer a los lectores desde la portada. A cambio de la libertad creativa se encuentra ahora obligada a presentar en término el producto final.
De hecho, parece que eso no le representa ningún inconveniente. Así, la aflicción mecánica de este número en el próximo dará paso al recuerdo, para los que tienen memoria, o al descubrimiento, para quienes no cuentan con tantos años.
En cuanto al contenido, como en el primer número, sólo hay cuatro relatos, a diferencia de los siete que conformaban cada una de las otras entregas.
Con frecuencia los potenciales colaboradores se preocupan por la extensión de los cuentos que quieren enviar, pero eso no es lo más importante. En la Argentina, revistas como El Péndulo o fanzines como Axxón, Cuasar o Nuevomundo dedicaron algún número íntegro a publicar una novela, a veces incluso por entregas. De no ser por eso, muchos títulos y autores ahora no podrían ser recordados.
En realidad, lo que realmente se busca privilegiar (por lo menos, ésa es la intención de NM) es a los autores. El mejor relato, entonces, sería aquel con el que el escritor se siente más cómodo, sin importar algún tema específico o la extensión.
Al respecto, en este caso, Giorno vagabundea por lo fantástico; Guajardo se hunde en la ciencia ficción apocalíptica; Morales se transporta a la ciencia ficción dura y Jorgeemprende un viaje al terror de la soledad. Cada uno desde su propio mundo, ofreciéndoselo al lector, en la continua búsqueda de un disfrute mutuo.
Santiago Oviedo
Un número para todos los gustos.
Fantasía, terror, ciencia ficción (de la dura y de la otra) y material inclasificable. Antiguos y nuevos colaboradores. Escritoras y escritores. Nacionales (de Capital y de provincia) e internacionales (de España y de hispanoamérica). Relatos inéditos y reediciones. Algún artículo, para no perder la costumbre.
En suma, otra clásica entrega de NM.
Con seis números publicados, treinta y siete relatos y veintisiete colaboradores diferentes, la revista tiene un promedio de más de cuatro nuevos autores y de unos seis relatos por ejemplar. Algo que es fuente de orgullo por el logro, un desafío para continuar por ese camino y un motivo de preocupación para el futuro.
De hecho, el número 7 va a contar con más páginas y espero que eso sea una situación que se mantenga en el futuro. En algún momento quizá incluso resulte necesario pensar en la bimestralidad. Pero, por ahora, acá está el 6, para que los lectores de antes y los nuevos puedan empezar a disfrutarlo.
Santiago Oviedo
Primer ejemplar del año 2008. Crecido. Con 64 páginas, en lugar de las 56 habituales (¡ojalá se haga costumbre!), repartidas salomónicamente entre nuevos y antiguos colaboradores.
Desde el lado de los nuevos, González Castro nos pasea por un horror cósmico de corte lovecraftiano, Biondino nos transporta por el tiempo y Morales Rojas filosofa acerca de un clásico de Ridley Scott.
Por parte de los ya conocidos, una juvenil Salmoiraghi rescata un texto de tono elegíaco, Bonsembiante recorre estados alterados y Gaut vel Hartman nos trae reminiscencias de sus Cuerpos descartables.
Se siguen manteniendo las costumbres (surgidas desde el número 2) de que siempre colaboren, por lo menos, una mujer y algún autor que no sea argentino. En esta entrega, al cuento de Paula se le suman la ilustración de Giacomán Vargas y ese toque mágico que Bárbara le sabe dar a las tapas. Sue y Morales Rojas, por su parte, son exponentes de la creatividad mexicana y González Castro representa el aspecto hispánico de la cultura europea.
Como se dijo en editoriales anteriores, así como resulta interesante ese carácter internacional de la nueva literatura fantástica hispanoamericana, no deja de ser un poco preocupante —en el ámbito interno— cierta falta de federalismo artístico. Estamos seguros de que no sólo se escribe y se dibuja en Buenos Aires. Los pocos autores del interior que publicaron en la revista no pueden ser los únicos.
Esperamos, no obstante, que en futuros números se vaya revirtiendo esa tendencia hasta llegar a un equilibrio, que permita pintar mejor el estado del arte en la Argentina, así como la participación de autores de las otras naciones hispanoamericanas que aún no pasaron por estas páginas.
Como novedad, la redacción de NM ahora está más cerca de todos. Aprovechando los servicios de las redes sociales, en www.myspace.com/editornm se puede acceder al blog con las novedades de la publicación, dejar mensajes a la redacción, ver algún vídeo interesante y —para aquellos que también formen parte de la comunidad— recibir boletines informativos, compartir el calendario, participar en un eventual foro y dejar sus comentarios [ese sitio posteriormente fue reemplazado por NM al día].
Por supuesto, están todos invitados. Disfruten de este número y nos reencontraremos en el siguiente.
Santiago Oviedo
Hace dos años atrás, un 1º de mayo, nació la idea de lanzar NM como una publicación que pudiera distribuirse a través de Internet. Luego de ocho números, el resultado es por demás satisfactorio.
El caudal de colaboradores se va ampliando a un ritmo constante y más de uno de ellos se preocupa por seguir participando en estas páginas, pese a la norma de dejar pasar un número —como mínimo— entre una y otra aparición y a la aparente demora que impone la condición de trimestral.
Lo cierto es que esto último es consecuencia natural de la estructura de la revista, la cual —pese a su presentación como webzine— está diseñada como una publicación en papel (como habrán podido apreciar los lectores que se toman la molestia de imprimirla), con las innatas ventajas y desventajas que eso conlleva.
Entre las primeras, la posibilidad de incluir material de mayor extensión que el que resulta conveniente para una lectura en línea. Con el ejemplar impreso, no hay inconveniente en interrumpir la lectura para retomarla más tarde y en la versión en PDF también se vuelve al sitio en el que se estaba cuando se cerró el programa.
Por el otro lado, aparece la obligación del espacio, pues no se puede trabajar sino a partir de las cuatro páginas y sus múltiplos, con lo que hay que diagramar cuidadosamente la distribución del material.
Las entregas anteriores, por su parte, también ejercen un pequeño cúmulo de presión, pues obligan a mantener constante —y aun a aumentar— las exigencias de calidad. A diferencia de un blog, donde un relato se puede “descolgar” del sitio, y caer en el olvido, el material impreso hace saltar a la vista las virtudes y los defectos, los aciertos y los errores.
Todo eso hace que cada número de NM se trate de un desafío para seleccionar los cuentos y cumplir con los plazos de edición. Por eso mismo, uno de los hechos más gratificantes es la respuesta de los autores y de los lectores.
Mientras tanto, en esta entrega se despliega un abanico de autores y de estilos para todos los gustos. Como siempre, algunos son antiguos conocidos y otros son debutantes. Del lado de los lectores, seguramente pasará lo mismo.
Santiago Oviedo
El mismo día que salió el número 8 de NM, o sea, el 1 de mayo de 2008, se dieron a conocer los ganadores del Primer Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (http://premiointernacional.blogspot.com/), en el cual los candidatos propuestos por esta publicación consiguieron un puntaje más que interesante.
Sue Giacomán Vargas obtuvo el primer puesto en la categoría Relatos, con Ashegnemé (NM 1), con lo que se hizo acreedora del premio de doscientos dólares. A su vez, Hernán Domínguez Nimo obtuvo el tercer accésit por La araña tiene patas cortas (NM 4), en tanto que Bárbara Din mereció el segundo accésit en la categoría Ilustración, por “Biomechanical distress” (NM 5).
Entre el resto de los participantes aparecían nombres de autores que también habían publicado en NM, o que lo están por hacer, lo que en determinado momento nos hizo pensar que seríamos afortunados si al menos alguna de nuestras sugerencias terminaba ternada.
Finalmente, la alegría se dio por el hecho de que todos ellos fueron galardonados. Lo interesante de la cuestión es que ninguna publicación podía votar por sus postulados, por lo que el resultado que obtuvieron los ganadores fue fruto de la decisión de los otros editores.
En suma, NM no obtuvo nada en particular, sino que se vio prestigiada por sus colaboradores, que a su vez merecieron un respaldo de reconocimiento por su producción. Aprovechamos este espacio para felicitar a todos los otros premiados y participantes. Asimismo, no podemos sino sentirnos obligados a mantener y a tratar de superar el nivel editorial que hemos logrado. Esperamos, también, que esto sea un aliciente para que las publicaciones colegas se esmeren para seguir en esta brecha, en un clima de sana competencia.
Santiago Oviedo
Otro número de NM. Un número más, sin grandes sorpresas. Debutantes. Viejos conocidos. Algún cuento a cuatro manos —un estupendo ejercicio, tanto para autores principiantes como consagrados—. Se mantiene la cantidad de páginas. Se cumple con la periodicidad.
Pero, en realidad, hay algo más. Es el 10, número con el que más de un viejo fanzine o alguna revista desapareció. Es la entrega correspondiente a Samain, el año nuevo céltico, cuando el mundo de los espíritus se entremezcla con el de los simples mortales.
En este último aspecto, cada vez son más los lectores que se toman el trabajo de imprimir la revista, que hacen que ella deje el universo virtual para ingresar al real. En tal sentido, ellos permiten, con ese pequeño rito o ceremonial, que este proyecto adquiera sentido y merezca continuar. Son los druidas que impulsan el devenir.
Por supuesto, también hay otra cosa. Quizá lo más trascendente: todos esos escritores e ilustradores que consiguen que las páginas de esta publicación se vuelvan importantes.
Santiago Oviedo
Es verano, hace calor y no se tiene ganas de hacer nada.
Pero hay lectores que quieren imprimir algo para llevarse a la playa. En Europa, cubiertos de nieve, están los que quieren leer algo en el cálido ambiente de sus moradas.
Hay, además, demasiados cuentos buenos como para que no salgan a la luz.
Ante esa situación, he aquí otro número de NM, con el estilo de siempre: autores debutantes y viejos conocidos; terror, fantasía y CF original en español, para que no se piense que sólo se tiene que vivir de traducciones.
Ínterin —en lo interno—, un trabajo para este nuevo año: buscar nuevos ilustradores, para que puedan difundir su arte desde la tapa; darle mayor importancia a los artículos y publicar más historias gráficas.
Todo eso en cuanto al contenido. Con respecto al contacto con la gente, la redacción virtual sigue presente en Hi5®, con el objeto de complementar la comunicación por correo electrónico [posteriormente, la revista dejó de participar en ese servicio].
Por otra parte, NM ahora también cuenta con una página en Facebook®. Para encontrarla en esa red social, basta con ingresar NM en el buscador interno de http://www.facebook.com/pages/. Los colaboradores están invitados a notificar a los lectores de la revista acerca de sus publicaciones y premio obtenidos en otros medios, en una suerte de “tablero de noticias”.
Allí se pueden consultar, por el momento, los índices completos de todos los números y ver la tarjeta de fin de año pergeñada por M. C. Carper, así como las fotografías correspondientes a la entrega de los pertinentes diplomas a los ganadores postulados por la revista en el I Premio de las Editoriales Electrónicas (http://premiointernacional.blogspot.com/).
Llegado el momento de hacer un balance, puede decirse que 2008 fue un año productivo para NM y repleto de satisfacciones, tanto por la participación de los colaboradores como por la respuesta de los lectores.
Resulta gratificante ver el crecimiento del proyecto, sin prisa pero sin pausa. Es también un orgullo haber presentado tantos nuevos autores o poder contar con la presencia de otros ya reconocidos. Ese número, seguramente, no dejará de ampliarse.
Hubiera sido agradable, por último, poder decir que el año 2009 se presenta más promisorio y esperanzado que los anteriores. No obstante, las primeras noticias no pueden sino provocar algo de desaliento y nos llevan a pensar que durante mucho tiempo seguiremos publicando historias bélicas y de terror. Porque, en última instancia, autores y lectores somos parte del mundo. Un mundo al que recreamos por medio de una literartura que nos permite seguir tratando de encontrar un futuro viable, que nos permite emitir señales de advertencia.
Si todo fuese perfecto —acaso—, el terror, la fantasía y la CF no tendrían razón para existir.
Santiago Oviedo
Al escribir estas líneas había finalizado la etapa de votación en el II Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas. Los cuentos Fuerza laboral, de Teresa Mira, y He aquí el hombre, de Alexis Brito Delgado, ambos publicados en NM 8, obtuvieron el 5º y 7º puestos, respectivamente, en la categoría Relatos, sobre un total de diecinueve candidatos. Vaya para ellos la felicitación; esta revista se siente orgullosa de tenerlos como exponentes del material que aparece en sus páginas año. También para el amigo Carper, por su doblete en Ilustraciones.
Por otra parte, si bien la información pertinente corresponde que la notifique el colectivo del Premio (http://premiointernacional.blogspot.com/), cabe decir que la votación de NM como parte de ese emprendimiento coincidió en gran parte con el resultado final. Muchos de los escritores postulados son o están por ser colaboradores de esta revista y es alentador ver que su calidad autoral es reconocida por todos y que tienen ganas de participar en este proyecto.
De paso, vale la pena recordar que con este número se cumple su tercer año desde que surgió la idea de desarrollar este medio.
Es de esperar que todos los que estamos en este movimiento podamos seguir en esta brecha, sumando nuevos nombres y difundiendo a los ya consagrados, para demostrar que todavía hay mucho por hacer.
Por suerte. Cualquier otra cosa sería estancamiento.
Santiago Oviedo
Trece. Cifra de mal agüero, para algunos. Para otros, el nombre de un personaje (en español, en el original) de un cuento de Cordwainer Smith. Para NM, apenas un nuevo número. O quizá más.
Acaso, desde la tapa, puede parecer un especial de reediciones. Pero no.
La encargada de arte, Barby, descubrió en la Red a Gerardo Barbero (http://www.digitaltutors.com/digital_tutors/featured_artist.php?artist=16), un joven ilustrador de Alta Gracia, Córdoba, Argentina, y se obtuvo el permiso para reproducir algunos de sus trabajos como portada de la revista. Vale la pena seguirle el rastro.
En el aspecto literario, mientras con Daniel Barbieri, lamentablemente, la única solución es reeditar, en el caso de Escudero Zumel, la opción es más alentadora. Su cuento se publicó por primera vez en OcioJoven (actualmente OcioZero —http://www.ociozero.com/—) y, luego de obtener el segundo accésit ex æquo en el II Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (http://premiointernacional.blogspot.com/), fue reproducido en NGC 3660 (http://www.ngc3660.es/). Seguramente, ésta no será su única participación en NM.
Asimismo, como es costumbre, colaboradores ya conocidos de la revista. Con cuentos inéditos. Con opiniones novedosas.
Todo en una delicada mixtura que hace que el resultado sea mucho más que iteraciones.
Santiago Oviedo
Último número del año solar o primero del calendario céltico. Autores ya conocidos, autores nuevos y nuevos programas para el desarrollo de la revista, que en lo demás intenta seguir mateniendo su estilo: difundir material originalmente escrito en español, dentro de la corriente de la nueva literatura fantástica hispanoamericana (en rigor, panhispana).
En el cibersitio también se advierten algunas novedades. En función de la nueva presentación, las versiones para lectura en y fuera de línea se han unificado, pues los marcadores y las miniaturas de páginas del documento PDF facilitan la navegación. Tanto ellas como la versión imprimible se han podido reducir en tamaño, sin perder calidad en definición ni seguridad.
A su vez, el cierre de GeoCities determinó que las páginas de e-ditores y sus editoriales asociadas migraran al espacio de la revista, lo que permite acceder con más facilidad a Xenoliteraria, el sitio en línea con traducciones de relatos de ciencia ficción de Ediciones Turas Mór.
Paralelamente, aun cuando la publicación sigue siendo de distribución gratuita, en La Hemeroteca ahora existe la posibilidad de que los lectores colaboren mediante donaciones para sostener el proyecto, a través del servicio de DineroMail.
Ahora bien, volviendo a cuestiones más importantes, con motivo del bicentenario de la Revolución de Mayo, durante el año 2010 NM le dará especial preferencia a ucronías y utopías basadas en ese suceso histórico y a cualquier otro tipo de material relacionado.
Como siempre, están invitados a participar autores tanto argentinos como hispanoamericanos y españoles.
Será un experimento interesante ver si diferentes pasados hipotéticos confluyen en una única línea de tiempo, si rige una suerte de determinismo histórico o si tal vez —en el peor de los casos y pese a todo— nos ha tocado vivir en el mejor de los universos posibles.
No queda sino adentrarse la lectura de las páginas de este número, mientras se aguarda la llegada de las fiestas de fin de año y, para muchos, también de las vacaciones.
Espero que las disfruten tanto como yo lo hice durante el proceso de selección del material y armado de este ejemplar.
Santiago Oviedo
Calor húmedo y pesado en el verano austral. Pocas ganas de hacer gran cosa. Sin embargo, NM no se detiene.
Con actitud siempre positiva —a diferencia de algunos personajes a los que inadvertidamente la gente se va acostumbrando—, se agregan nuevos nombres al colectivo de colaboradores.
A su vez, los trabajos Doce Águilas amarillas, de Chaija, y Quemar a Madre, de Giorno (# 10), y La trama del Vacío, de Mira de Echeverría (# 13), fueron postulados para el II Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (http://premiointernacional.blogspot.com/); los dos primeros en la categoría Relato y el tercero en la categoría Ensayo.
Cabe recordar que en el I Concurso Giacomán Vargas obtuvo el primer puesto en la categoría Relato, por Ashegnemé (# 2) y Domínguez Nimo el tercero, por La araña tiene patas cortas (# 4), en tanto que Barby fue merecedora del segundo puesto en la categoría Ilustración, por Biomechanical distress (# 5). Luego, en ocasión del II Concurso, sobre un total de diecinueve postulados, una debutante Mira consiguió el quinto puesto en la categoría Relato, por Fuerza laboral, y Brito Delgado el séptimo, por He aquí el hombre (# 8).
Es de esperar que los nuevos candidateados logren un reconocimiento similar de sus trabajos, teniendo siempre en cuenta la calidad de los otros autores, muchos de los cuales también suelen frecuentar estas páginas, como Magnus Dagon, Canalda y Carper, entre otros.
Quienes visitan el sitio de la revista habrán visto que se agregó publicidad en algunas de las ciberpáginas, para tratar de solventar parte de los gastos de mantenimiento.
En tal sentido —a diferencia de otros personajes a los cuales la gente también tiene que acostumbrarse—, la política de NM no es considerar que todo el que no es un amigo es un adversario y que el enemigo del enemigo automáticamente pasa a ser un amigo (cosa que generalmente después se lamenta). Esta publicación nació como gratuita y lo seguirá siendo. El objetivo es que pueda llegar a ser autosuficiente y que —en su momento— los autores puedan ser retribuidos por su colaboración.
Como correlato, en las páginas de la revista también irán apareciendo avisos gratuitos, sujetos a la disponibilidad de espacio, destinados a difundir la actividad del fandom.
Disfruten de este número, y recuerden que el próximo corresponde al aniversario.
Santiago Oviedo
Podrías no estar leyendo estas líneas.
Entre las reglas no escritas de NM, una de las más importantes es la de que saldrá puntualmente en fecha o desaparecerá. Y se estuvo cerca de eso.
Una mudanza y dificultades con un proveedor de Internet arrojaron espesos nubarrones sobre la continuidad de la publicación. Quedaba, no obstante, la alternativa de trabajar fuera de línea y de que luego mis hijos se encargaran de habilitar oportunamente este nuevo número. Pero igual estaba el engorro de no poder mantenerse en contacto directo con los colaboradores y los lectores, como es costumbre. Una sana y gratificante costumbre.
No obstante, luego de varios disgustos, se encontró una solución y la tarea de crear la revista pudo continuar por los carriles normales.
Atrás quedó la desagradable experiencia de tratar con una empresa en la que el cliente sólo parece ser importante en función del pago de las cuotas, la incompetencia de los administrativos y la desidia del servicio técnico. Seguramente, en estos tiempos, podrán lograr la prosperidad. Pero la época de los jóvenes exitosos y ocupados sólo de sí mismos, parafraseando un antiguo poema anglosajón, también pasará.
Mientras tanto, pese a todas esas dificultades, hay quienes siguen trabajando —a veces, a puro pulmón— para crear y difundir lo que realmente es importante. El ejemplo de las revistas colegas, tanto connacionales como extranjeras, es más que elocuente.
Después de todo, la cultura es uno de los principales motores de la civilización. Desde el surgimiento de las sociedades agrícolas, el arte y la ciencia pudieron desarrollarse para acompañar a las pasiones humanas en el proceso de forjar nuestra historia, con todos sus defectos y aciertos.
En ese sentido, NM está más que orgullosa por ser parte de un movimiento que día a día busca mejorar y desarrollarse.
Pero, ciertamente, la satisfacción es mayor cuando se pueden apreciar los resultados.
Sin ir más lejos, en ocasión de la tercera entrega del Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (http://premiointernacional.blogspot.com/), Teresa Mira resultó acreedora del 2º accésit en la categoría Ensayo por su trabajo “La trama del Vacío”, publicado en NM 13 y reeditado en Cuásar. Por cierto, los postulados en la categoría Relato (Giorno y Chaija) también quedaron muy dignamente ubicados dentro de la primera mitad de los participantes, en un tándem que ya es habitual entre los propuestos por esta revista. Nuestras felicitaciones, una vez más, a todos ellos.
Finalmente, como anecdótico, cabe señalar que este número fue armado casi en su totalidad en una netbook. Parece que era ayer cuando los faneditores de Sinergia, Gurbo,Nuevomundo y tantas otras publicaciones independientes cortábamos y pegábamos los originales para fotoduplicación sobre la mesa de algún bar. Parece que era ayer cuando Axxón, la primera revista electrónica de ciencia ficción, se repartía mano a mano en disquetes de 5¼…
S.O.
Entre 1983 y 1991, la revista Nuevomundo editó dieciséis números. En cuatro años, NM —su continuadora— logró la misma producción y con esta entrega la ha superado. Una de las razones es el desarrollo de la informática. En aquella época todo era armado manual, mucho esfuerzo y voluntad; ahora se hizo más fácil, pero sigue habiendo esfuerzo y voluntad. Otra es haber optado por la publicación electrónica, que permite hacer todo más rápido. Pero sigue habiendo esfuerzo y voluntad. Una más —y dejamos acá, porque se podría seguir con la enumeración— es la participación de los autores que colaboran con la publicación. Gracias a ellos, cada tres meses puede aparecer un nuevo número para satisfacción de los lectores. Ahí también hay esfuerzo y voluntad de su parte.
Por cierto, también hay satisfacciones. El 4 de junio de este año, por ejemplo, tuvimos la oportunidad de entregarle a Teresa Mira el diploma por el 2° accésit en el III Premio de las Editoriales Electrónicas por su ensayo La trama del Vacío, que publicara en las páginas de este medio. La ceremonia fue en la sede de la Fundación Vocación Humana y disfrutamos del honor —como representantes en la Argentina del colectivo de Premio— de también darles las certificaciones correspondientes a Pablo Capanna, ganador de la categoría Ensayo, y a Guillermo Romano, primer accésit en Ilustración. Además, experimentamos la alegría de encontrarnos con gente a la que apreciamos.
Todo gracias a ese esfuerzo y voluntad.
Santiago Oviedo
Según algunas teorías, los fragmentos del tiempo que los humanos percibimos como pasado y fugaz presente perduran de modo indeleble en una suerte de eternidad que nos resulta inaprehensible.
En el pensamiento taoísta, eso es parte de un Todo que sólo se puede contemplar cuando se alcanza la inmortalidad o el máximo grado de autosuperación.
Más allá de que ello determinaría que en cada uno de nuestros actos generamos las propias escenas de un Cielo o de un Infierno personal, lo cierto es que la benévola protección de una efímera existencia también nos resulta contraproducente.
Como animales humanos, en términos generales nuestros organismos demandan unas ocho horas de descanso diarias. Consumimos otro tanto en lo que socialmente se llaman “actos productivos” (por lo común, meras tareas de supervivencia) y apenas nos queda un lapso similar para otras actividades, entre las que se encuentra lo poco que realmente puede ser considerado vivir, como escribir para una revista, crearla o leerla.
De hecho, cuando se lanzó la propuesta de Recreación Bicentenaria, los plazos estaban demasiado cerca de las Fiestas Mayas como para pensar que se pudiera llegar a pretender una masiva afluencia de colaboraciones. La temática era muy acotada y el desafío era muy grande.
El tiempo, en suma, es demasiado escaso —en cualquier orden— para todas las cosas que queremos hacer; se acaba pronto en aquellas que podemos hacer y es muy mezquino para las que nos dejan hacer.
Aun así, tenemos la satisfacción de poder presentar en el último número de este año dos aportes que cumplieron con la consigna, y tampoco podemos dejar de reconocer la voluntad de muchos interesados en una historia que cuadrara con la propuesta, pero que no llegaron a cumplir con los plazos.
Por cierto, a estos últimos les recordamos que los siguientes números de NM siguen abiertos a sus colaboraciones.
El tiempo, como venimos diciendo, siempre nos resulta poco, pero pensamos seguir aprovechándolo para plasmar en esta publicación la imaginación de esos autores que permiten que un héroe del futuro se encuentre con uno del pasado, para que lo disfrute un lector del presente. Después de todo, “para nosotros, qué es el tiempo”, como dice Rodolfo Fogwill (1941-2010) en un cuento pensado para homenajearlo en vida, cosa que lamentablemente no pudo ser.
Aunque, quién sabe, acaso esté disfrutando del honor —junto con tantos otros— en una inadvertida pulpería de campaña.
S.O.
Verano austral. Nada mejor, entonces, que una tapa con una dama ligera de ropas.
Verano austral en la Argentina. Nada mejor, entonces, que aumentar los precios de los productos de primera necesidad, con motivo de las fiestas, porque hay que tratar de salvarse durante esos pocos días. Nada mejor, entonces, que aprovecharse de las necesidades de los desposeídos, porque cuando se carece de proyectos corresponde apelar a la confusión. Nada mejor, entonces, que hacer desaparecer mágicamente de circulación el efectivo, porque es necesario adquirir divisas en el mercado “paralelo” para enviarlas al extranjero o guardarlas en el colchón.
Nada mejor, por cierto, porque no todo el mundo lee CF y pocos saben que la mayor parte de las posibilidades ya las escribieron y describieron autores más preclaros que un puñado de sociólogos de salón, políticos dedicados a la contemplación de la pelusa de sus ombligos y formadores de opinión a tanto por palabra. Nada mejor, por cierto, porque no se quiere aceptar que, cuando cada uno haga por lo menos la mitad de lo que realmente debe hacer, las cosas marcharán —como mínimo— el doble de bien.
Evidentemente, siempre es más fácil para algunos acudir a las emociones —tanto positivas como negativas— que al pensamiento racional, a un proyecto planificado. Por supuesto, eso determina que las reacciones de los protagonistas, tanto las superiores como las inferiores, queden limitadas a hechos puntuales, a meros actos de supervivencia, sin mayor trascendencia, como no sea para el futuro inmediato.
Queda, sin embargo, el sujeto singular. Ése que crea, que indaga, que busca armonía en el desorden.
Están los escritores e ilustradores, que encuentran su tiempo para el arte, aun cuando parezca una causa sin sentido. Están los lectores, que también se preocupan por encontrar su tiempo para alimentar su espíritu con algo más que adocenados programas televisivos, en un reconocimiento implícito de aquellos creadores.
Por ellos, por cada uno de ellos, medios como Axxón, Cuásar y Próxima, entre otros, y la propia NM continuamos en la brecha, con material que acaso nos vuelva más escépticos en cuanto a las promesas del futuro, pero de ninguna manera pesimistas.
Eso se lo dejamos a los que no ven más que el presente o a los que no se desprenden del pasado. Nosotros sabemos que aún queda todo por hacer.
Santiago Oviedo
En mayo, hace cinco años, surgió la idea de desarrollar esta publicación.
Veinte números después, puede decirse que el esfuerzo valió la pena, que las satisfacciones superan con creces todas las dificultades.
Por estas páginas han pasado antiguos conocidos y nuevos colaboradores. El camino se lo recorre en compañía de otras revistas amigas y cada página es un aporte más a la difusión de una nueva literatura fantástica (en el caso de NM, exclusivamente panhispánica) y es de esperar que la pujanza de esta corriente no decaiga nunca.
Este número aniversario tiene —como el primero— la lamentable particularidad de carecer de escritoras, así que los caballeros deberán conformarse con los cósmicos horrores de Magnus Dagon, el urbano terror de Rangel Santos, el epistolar futuro de Escudero —que participara en el nº 1—, la ideológica mitología de Betancourt Dipotet y una tardía Recreación Bicentenaria de Almada (para que no se diga que no hay nuevos autores).
Llega, entonces, el turno de ustedes. Disfruten, sin más, de la lectura, mientras esperan el próximo número.
Santiago Oviedo
Este número de NM no es democrático.
Después de todo, los inventores de la democracia eran iguales sólo entre ellos, filosofaban, participaban en festines, practicaban el sexo al estilo griego y vivían a costa de sus esclavos. Mientras tanto, del otro lado, los bárbaros se sentían iguales, guerreaban, organizaban banquetes, tenían sexo salvaje y sus señores poseían siervos. En cierto modo, unos y otros entendían que —en realidad— no todos somos iguales.
Tanto en uno como en otro caso, sabían que una mitad teme u odia a la otra (acaso ambas cosas a la vez) y desarrollaron modales o costumbres para evitar que la violencia fuera la norma. Los griegos apelaban al ostracismo para protegerse de los enemigos internos —verdaderos o imaginados— de la polis; algunos, como Sócrates, elegían ante eso el sacrificio para mantener en pie sus convicciones. Entre los hiperbóreos, por su parte, la emboscadura a veces era voluntaria, el único camino que el proscrito tenía a su alcance para conservar su estima como individuo singular, luego de haber quebrantado —de manera real o no— alguna prohibición; así, Eric el Rojo abandonó Noruega acusado de asesinato y emigró a Islandia, para luego descubrir Groenlandia.
En suma, parecería que lo que permite la trascendencia es el reconocimiento de la existencia de la desigualdad y que ella es lo que evita el estancamiento del ser humano.
Por eso, en las siguientes páginas se puede ver que una alucinación colectiva puede ser una herramienta para manejar la opinión pública y encubrir los experimentos de algunos, que los planes los de Arriba pueden estar basados en objetivos presumibles en los que no se quiere pensar, que en la guerra no hay otros y que todos son uno, que el mal se puede perpetuar de maneras extrañas, que lo que inventamos puede escapar de nuestros más férreos controles, que la impunidad no es garantía de indemnidad, que lo simple puede ser más efectivo que lo sofisticado y que siempre hay quienes quieren cambiar la historia para modificar el futuro.
Hilando más fino, se puede concluir que todos esos cuentos distintos, en definitiva, son iguales. Eso haría que, en puridad, este número de NM resulte democrático y por eso elegimos la filosofía del emboscado.
En última instancia, sabemos que esto no es nada más que ficción. Con sólo dar vuelta la página, con apenas cerrar la revista, podemos volver al mundo real y leer las propuestas para Europa del FMI, enterarnos por Internet de las revueltas en el mundo árabe, vivir una crisis económica global a la que algunos quieren hacer ver —en distintos países— como culpa exclusiva del gobierno local o escuchar los discursos partidarios de los políticos.
S.O.
El terror y el horror están en estas páginas, a veces en el párrafo menos pensado. Acaso sean una representación de lo que está afuera. O adentro de cada uno de nosotros. Ambos se conjugan con el pánico, que paraliza, o con el miedo, que ofusca la inteligencia. El último, además, cuando se funda en cuestiones guiadas por las pasiones —deportivas, sociales, políticas, religiosas, culturales—, no es sino un mecanismo para encubrir un odio visceral que no se quiere aceptar.
Unos escritores exorcizan esos demonios y otros no hacen sino exacerbarlos. Hay quienes se conforman con dar un susto. Los lectores lo saben y ellos eligen qué leer. ¿Se puede criticar a los que escriben? ¿A los que leen?
Sentir repulsión por aquello que no nos gusta es casi tan absurdo como criticar sin propuestas. Es cambiar la visión infantil del mundo, donde a todo se dice que sí, por otra adolescente digna de Peter Pan, en la que la rebeldía se eterniza caprichosamente.
En NM se busca una visión adulta, donde el terror y el horror no generen temor, sino que acicateen a seguir recorriendo las páginas de la vida.
S.O.
Las nuevas deidades de Occidente son el Éxito y la Felicidad. El uno es la causa y excusa para la otra y se comportan como estrellas binarias. Los humanos las orbitan como planetas, sin advertir que en el centro de masa en torno al cual giran no hay nada.
La sociedad nos impone ser exitosos a cualquier precio y nos endilga la obligación de ser constantemente felices, cuando en realidad la acumulación de bienes, títulos y honores no implica, necesariamente, la realización personal —la mayoría de las veces es todo lo contrario: genera ansias de más y más logros— y una sonrisa constante termina siendo una muestra de estulticia, antes que de alegría.
Así, la persona singular —aquella que ve más allá del hipnótico giro de las estrellas— suele verse menospreciada por el rebaño, que no advierte que cede su esencia al campo gravitatorio de aquéllas.
En nombre de una genérica y abstracta libertad individual, se olvida que ella implica una tremenda carga. En realidad, la auténtica libertad es resultado y reflejo del respeto por el orden y de la responsabilidad.
Fruto del pensamiento de la Ilustración y del liberalismo filosófico, como respuesta al despotismo anterior, el concepto de autoridad pasó del soberano a una sociedad genérica y utópica. Se dejó de lado —porque es más cómodo— que el dominio debe ser servicio y se reemplazó a la responsabilidad y a las obligaciones por una idea abstracta de contrato social. Paralelamente, continuando con la ruptura de los moldes anteriores, se fueron socavando los cimientos de lo sacro.
Pero, evidentemente, el ser humano tiene un atavismo que supera a la razón divinizada.
En Los hermanos Karamazov, uno de los personajes dice: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Sartre tomó esa frase para justificar el existencialismo, pero la frase de Dostoievski finalizaba: “[y] si todo está permitido la vida es imposible”. Quizá por eso la humanidad siguió construyendo ídolos como Éxito y Felicidad.
Revistas como ésta, en un mercado como el latinoamericano —donde el mote fácil y ambiguo del género “ciencia ficción”, pensado para las mesas de las librerías, cierra las puertas—, no siguen ese rumbo. Publicaciones como Cuásar, Axxón o Próxima, entre otras, son el producto agonal de un esfuerzo continuado de los (ir)responsables que las creamos.
Sabemos casi con certeza que el éxito económico no nos acompañará; más de una vez padecemos sinsabores y disgustos. Pero nos mantenemos en la brecha, porque somos conscientes de lo importante que es lograr ese pequeño triunfo de cada nuevo número y disfrutamos de la alegría que eso nos provoca en medio de cada una de las luchas cotidianas. Es una forma de vivir que está más allá del sobrevivir.
Todo eso —por cierto— no sería posible sin el esfuerzo continuo de los colaboradores, de los escritores y dibujantes que quieren publicar sus trabajos, de aquellos que hacen donaciones que ayudan a cubrir los gastos que demanda mantener el espacio en Internet, de todos los que brindan su apoyo desinteresado. Todo eso, a su vez, no tendría sentido sin la imprescindible presencia de los lectores. Seguramente, NM no les traerá éxito ni felicidad, pero sí un material interesante del que puedan disfrutar.
Al menos, ésa es la intención.
S. O.
In memóriam Martín Adrián Ramos.
“Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”. El último cuento de Dublinenses es una sumatoria de epifianías. Sin las pirotecnias del Ulises, con una historia narrada con sencillez, James Joyce expone en “Los muertos” casi todas las facetas que, aun ignorándolo, presenta el individuo singular.
En una típica cena de Navidad se advierten costumbres rutinarias y a veces vacías, vanidades, pequeños vicios, diferencias socioculturales e ideológicas, conversaciones vacuas.
Culto, bibliómano, razonablemente próspero, Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas, llega con su esposa Gretta y en un par de ocasiones se pierde en el ensueño de lo agradable que sería caminar solo por la orilla del río y atravesar el parque en la noche invernal, antes que estar ahí.
La velada y el discurso navideño de Gabriel se entretejen, como en un lazo céltico, en una especie de nostalgia, en la insinuación de un pasado que se recuerda como mejor que el presente. Gretta, su mujer, se sume en una profunda melancolía al escuchar una vieja canción.
Mientras vuelven al hotel donde se habían alojado, Conroy se alegra al recordar momentos vividos con su esposa, que valían por otros donde primó el aburrimiento. Se da cuenta de que la sigue deseando. Cuando trata, con ternura, de vencer los muros de su melancolía, se entera de que aquella canción le había traído el recuerdo de un antiguo novio.
Gabriel siente celos y apela a la ironía y a la frialdad, para terminar experimentando humillación al saber que su rival —humilde, provincianamente inocente— había muerto en plena juventud. Reconociéndose fatuo, trata de consolar a Gretta, avergonzado, hasta que ella se duerme. Pero se da cuenta de que nunca podrá ser la parte más importante de los recuerdos de su esposa. Aun así, descubre que su amor por ella es más trascendente de lo que pensó alguna vez.
“Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida”, se dice mientras escucha el melancólico golpeteo de la nieve en la ventana, que cae sobre todos por igual.
Esa preocupación que insinúa Joyce por lo que realmente es la vida puede llevarnos muchas veces a hacernos pensar que la mayor parte de la gente desperdicia su existencia. Que siete mil millones de habitantes dejaron atrás las grandezas que tuvieron lugar cuando la Tierra apenas estaba poblada.
Pero no debemos olvidar que también solemos encontrarnos con quienes actúan desinteresadamente, viendo al Otro como un igual, antes que como alguien al que siempre se le puede echar la culpa. Que hay quienes se brindan a los demás y se preocupan por ellos. Que todavía quedan héroes, incluso en los momentos y lugares más terribles, como muchos lo demostraron en Malvinas. Que hay quienes tienen grandeza aun en la derrota.
De tanto en tanto tenemos la suerte de cruzarnos con gente así, aunque sean adalides anónimos. No importa. Son importantes para nosotros y para algunos otros. Nunca debemos dejar de dar gracias por eso. Todos los días.
A veces también nos toca llevar cargas que no quisiéramos tener que soportar, pero que son inevitables. A veces nos parece que nada de lo que hagamos tiene alguna utilidad. A veces nos faltan fuerzas y tenemos ganas de abandonar todo. A veces no nos sentimos dignos de tratar de dar ejemplos.
No obstante, debemos recordar que en medio de las masas solitarias, donde muchos que ya no están vivieron más que los que aún respiran, seguramente hay una gran cantidad de gente con capacidades que no merecen ser desperdiciadas, muchos “durmientes”.
Para que el futuro pueda tender a ser como ese pasado a veces idealizado, para cumplir con nuestra obligación con la vida y con la trascendencia, acaso debamos intentar ser espabiladores, para que cada vez haya más “espabilantes”.
Es por eso que seguimos en la brecha. No por nosotros, solamente. Sino por todos los demás.
S.O., 2/4/12.
El antiguo sistema de castas de la India puede llegar a escandalizarnos, pero en nuestra sociedad, por lo general, se terminó enquistando la de las dirigencias.
Para conservar o aumentar sus privilegios, en sus batallas ella acude al común para enrolarlo en sus huestes, cual prescindible peón o anónima piedra de go.
El común es ajeno a todo eso, pero no lo sabe. Es ajeno a las finanzas (lo suyo es la economía doméstica, expresión en la que la morada helénica se entrevera de manera redundante, en la lucha por la subsistencia diaria, con la vivienda latina). Es ajeno a la política, salvo cuando es convocado para brindar su apoyo a otros (pero cada vez que se indigna y reclama “que se vayan todos” no es escuchado).
Se lo ve como una masa indiferenciada, como un bosque fértil proveedor de recursos. Pero no se alcanza —o no se quiere— apreciar a cada árbol en sí mismo. Se ignora olímpicamente al sujeto singular. Porque, en realidad, no todos los integrantes del común se conforman con ser rehenes de quienes se consideran destinados a dirigirlo. Algunos tienen inquietudes.
Muchos de ellos optan por permanecer emboscados y conservar su identidad. Reconocen el poder, pero no los impresiona. No creen en él. No lo buscan. No le temen.
Ante la prepotencia, las falacias, las chicanas y la ineptitud de los que se sienten poderosos, prefieren usar su capacidad para generar pequeños chispazos de luz en la caverna en la que moramos.
A veces esos destellos convergen en un punto y el resplandor que se produce permite ver más lejos, más profundo. Son los pequeños grandes logros que le dan sentido a la historia de la humanidad.
Pero la emboscadura del sujeto singular no es gratuita, porque los riesgos del bosque también lo afectan. Las fieras y los demás peligros lo obligan a tomar decisiones. Tiene que sopesar lo que debe y lo que quiere, que no siempre es lo mismo. En ciertas ocasiones, tanto hacer como no hacer tal vez sea lo más ético, pero las consecuencias pueden llegar a ser desagradables o más graves —quizá más infamantes— que optar por lo que acaso no es tan correcto. Seguramente hay cosas más feas que bañarse en la sangre de un dragón, como lo hizo Sigfrido, aunque el premio sea grande.
El emboscado tiene que enfrentarse a la tentación y resistirla, sin avergonzarse cuando cede ante ella. Porque la única manera de seguir siendo individuo es aceptándose, con sus virtudes y defectos.
Sobre el sujeto singular se cierne siempre, omnipresente, el sino del héroe. La grandeza del finés Kullervo del Kalevala, del tolkeniano Túrin Turambar, de Edipo o de Heracles se hace evidente con sus caídas. El maravilloso periplo de Jasón o las hazañas de Teseo no se ven empañados por sus pecados ni sus finales trágicos.
Es una elección personal —o acaso no—; como la de Cúchulain, el héroe del Úlster, que prefirió una vida breve y gloriosa, antes que una larga e intrascendente.
Todos tenemos que afrontar un viaje tan azaroso como el de Odiseo. El largo viaje, el gran viaje (turas fada, turas mór, en gaélico).
Acaso dure años, como para el personaje de Homero. O apenas un día, como para el de Joyce.
Mientras tanto, al escribir esto, aparece en Internet la noticia de la muerte de John Lord. Que haya llegado bien a puerto. Es un buen momento para escuchar “Lazy”.
S. O.
En el cuarto capítulo de La lucha por el derecho, Rudolph von Ihering analiza El mercader de Venecia, de William Shakespeare.
Si bien advierte que el contrato entre Antonio y Shylock carecía de valor, por contener una cláusula amoral, examina dicha lucha en el ámbito social, a partir de la distinción entre derecho abstracto y derecho objetivo.
Aunque la pieza de teatro sea catalogada como comedia, bien analizada, tiene poco de divertida. Cuando Porcia, disfrazada de abogado, entiende razonable el reclamo de medio kilo de carne por parte de Shylock, éste se alegra y considera el juicio justo, propio de un Daniel. Mas cuando la heroína hace un rizo y le advierte al judío las penas por derramar una sola gota de sangre del mercader enjuiciado, es Basanio, amigo de Antonio —en realidad, aparentemente, más que amigo—, quien elogia la sentencia y le endilga a Shylock que es digna del profeta bíblico.
Mucha agua ha corrido por los canales de Venecia (donde no son sólo góndolas las que flotan), pero la noción humana de justicia sigue siendo la misma.
Todo juez es justo, siempre y cuando falle como nosotros queremos, mientras afirmamos que no buscamos venganza, sino justicia.
En ejercicios de autoindulgencia, acudimos a enunciados políticamente correctos para justificarnos en nuestra hipocresía.
Denostamos a los europeos que despojaron a los nativos de sus tierras pero no alojamos a ninguno de sus descendientes en nuestras casas, porque son nuestras. Defendemos como templarios el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, cuando sabemos científicamente que —una vez producida la fecundación— el conjunto de cromosomas de esa única célula no el mismo, sino algo diferente; es otro. Criticamos la corrupción ajena, pero no la reconocemos cuando a fin de mes cobramos nuestro sueldo por una tarea que no hicimos, porque estuvimos más tiempo en la cocina del trabajo, tomando café, antes que en la oficina.
Algún formador de opinión devenido en politólogo —léase, mal periodista—, con motivo de las elecciones en un país sudamericano, dijo por la televisión, con todo desparpajo, que el candidato opositor, si ganaba, iba a tener que mantener muchas medidas del partido gobernante. Manifestó que algunas de ellas, después de todo —aunque no correspondían a su propia ideología—, no eran tan malas y que nunca se puede hacer borrón y cuenta nueva.
Sería interesante tener la misma amplitud de pensamiento en la propia tierra. Pensar en función de Nación y no de antagonismos, de camisetas. Tratar de evolucionar con vista al futuro y no anhelar, en reacción, un pasado que nunca volverá, porque el tiempo prosigue en su devenir.
Pero, como venimos diciendo, por lo general lo que sostenemos no es lo que pensamos y por eso a veces nos cuesta ser fieles a nuestros dichos. De allí que El mercader de Venecia sea vista por unos como una obra antisemita, en tanto que para otros es un alegato contra el racismo. Tal vez eso sirva para evitar abordar la pasividad irresoluta de Antonio y sus amigos o la astuta iniciativa de Porcia y Nerissa. No sea cosa que nos tilden de homofóbicos y feministas. O acaso de lo contrario.
Como lo reconociera von Ihering, “el poeta puede indudablemente hacerse una jurisprudencia a su capricho”. En suma, desde lo literario, lo importante en Shakespeare no es el derecho, sino la obra en sí.
Para nosotros, en el ámbito de la ciencia ficción, lo jurídico también es una cuestión menor. La cláusula insanablemente nula en Venecia, para la moral media de los terrícolas, acaso sea válida para los habitantes de ε Eridani e.
Además, con un bisturí láser, Shylock no habría tenido inconvenientes para cortarle a Antonio el medio kilo de carne, sin derramar una gota de sangre.
S. O.
Para las culturas primitivas —según Mircea Eliade— el Tiempo era uno con el Mundo y la temporalidad profana no estaba desligada de la sagrada. En América del Norte, por ejemplo, los yuki y los yokut decían “la Tierra ha pasado” para expresar que había transcurrido un año. Cada nueva estación era una re-creación de un tiempo eterno y original; el Cosmos comenzaba de nuevo. Todo acto humano ceremonial era una representación de un suceso mítico. Mas luego, en sitios como Grecia o la India, las elites fueron perdiendo su auténtica religiosidad y la repetición de rituales despojada de contenido condujo necesariamente a una visión pesimista de la existencia, donde la única salida eran la ekpyrosis o el nirvana.
La filosofía historicista y existencialista nos siguió alejando de esa concepción del Eterno Retorno, pero no de su aspecto terrorífico. Definitivamente desacralizado, el Tiempo presenta una duración precaria y evanescente que conduce de manera irremediable a la idea de la muerte, de la extinción. Quizá por eso la paranoia del 2K o la fascinación por el “apocalipsis maya”.
Pero los aficionados a la CF estamos de vuelta y ya vivimos el futuro. Re-creamos. Re-presentamos mitos. Sabemos que las posibilidades son infinitas. Si no, lean las siguientes páginas.
S. O.
Desde la perspectiva sociolingüística, cada individuo tiene un idiolecto, un conjunto de peculiaridades en su habla que lo diferencia de los demás, básicamente resultante de un dialecto (relativo a lo geográfico), un sociolecto (definido por la extracción social) y un cronolecto (producto de las diferencias etarias).
En su relación con los otros, ese idiolecto se ve influenciado por ideoléxicos (concepto surgido de la teoría de los campos semánticos de Jorge Majfud; términos y construcciones moldeados por la ideología, que en estos tiempos tienen su ejemplo más claro en lo que se conoce como “políticamente correcto”).
Palabras que guiaban a las sociedades primigenias, como honor, amistad, valentía, patria y familia, fueron cediendo espacio a otras, como libertad, igualdad, fraternidad,democracia, pueblo y justicia. Los derechos constitucionales básicos inalienables, considerados de derecho natural, paulatinamente se fueron viendo rodeados por otros de “segunda”, “tercera” y “cuarta” generación, en las constituciones más modernas, muchas veces redundantes y a veces meramente declamativos.
Esas “generaciones”, en función del pensamiento “políticamente correcto” imperante, pueden llegar a multiplicarse. Si a eso se le suma la “ceguera selectiva” que los psicólogos Christopher Chabris y Daniel Simons estudiaron en 1999 y que divulgaron en 2010 en El gorila invisible, por la cual el cerebro no procesa todo lo que captan los sentidos, es fácil imaginar que esos bonitos términos pueden llegar a transformarse en una entelequia, teniendo en cuenta que desde el punto de vista filosófico eso representa “lo que tiene fin en sí mismo”, en tanto que en el habla cotidiana se transforma en una “cosa irreal”.
Tenemos, así, el surgimiento de “buenas” y “malas” palabras. Los ideoléxicos, según quién los emplee, significan una u otra cosa en función del oyente. El emisor se cuida al pronunciarlos, por el temor de cometer un “pecado mortal”, y generalmente no dice —o no se atreve a decir— lo que realmente piensa.
Las palabras, entonces, se vuelven armas contundentes e inmisericordes, menos caballerescas —y menos caballerosas— que un hacha de combate. La dialéctica se presenta como un campo de batalla donde se busca aniquilar al adversario sin efusión de sangre, pero desacreditándolo. El diálogo y la conversación se transforman en arengas de barricada. El discurso supera a los actos, al factum. De a poco, las palabras se van transformando en apariencia, en imago, en espectros de sí mismas; se convierten en flatus voci, las más de las veces prorrumpidas de manera visceral.
Ante esa situación, la degradación del lenguaje y la pobreza de pensamiento, que lleva a un estancamiento general en lo social y a una degradación en lo moral, se torna inevitable. Para el común, lo único que queda, entonces, es esperar lograr una vida que justifique una muerte o una muerte que le dé valor a una vida.
Para el individuo singular, en cambio, la opción es otra. Para un escritor, por ejemplo, las palabras —esas “putitas baratas”, en términos de Abelardo Castillo— son las piezas de un juego que merece jugarse. Son medios para re-crear el Universo, para tender a lo sublime. Como en la alegoría de la caverna de Platón, él es el prisionero que sale al exterior, para ver más allá de las sombras chinescas que proyectan unos pocos ilusionistas, y que luego vuelve para tratar de “liberar” a los demás. Según el texto de La república, cuando lo hace, los otros prisioneros no le creen.
Pero éste no es el caso. Sabemos que también está el lector, otro individuo singular, para acompañarlo. Los dos hacen. Uno desde la escritura; el otro, desde la lectura. Por eso NM suma su séptimo aniversario en este proyecto de ponerlos en contacto. Ambos —autor y lector— disfrutan de ese juego que les brindan las palabras. Herramientas, antes que fines en sí mismas.
S. O.
Las editoriales, las galerías de arte y las compañías discográficas se suelen aferrar a lo ya probado, aunque de vez en cuando apuestan por algo experimental, para no perderse una nueva ola, y los consumidores se quedan con lo conocido o siguen las nuevas corrientes —aun cuando les resulten abstrusas—, para no parecer ignorantes.
Como consecuencia, muchas obras valiosas —a veces más interesantes que las que están a disposición del público— quedan inéditas por cuestiones de mercado.
Después de todo, los escritores no tienen per se derecho a escribir, los ilustradores no tienen intrínsecamente derecho a dibujar y los músicos no tienen un derecho inherente a componer. En realidad, ellos tienen (sienten) la necesidad de pergeñar eso que hacen. Nada más y nada menos.
Ahora bien, borronear un par de frases bien armadas, bosquejar líneas y planos en una buena composición o combinar con armonía algunos acordes no convierte al creador automáticamente en artista. Hay cientos, si no miles, de libros vacíos de contenido en los estantes de las librerías y otro tanto sucede con una miríada de lienzos que tapizan las paredes y con infinidad de grabaciones que inundan las bateas de las disquerías. Pero, por fortuna, no siempre es así.
Por su parte, NM no goza de un derecho a poder publicarse.
A su vez, tampoco puede hablarse exclusivamente de una necesidad. Hay un momento en el que se advierte (se descubre) que hay algo más, que hay un querer completar un nuevo número, buscar algo que supere al anterior.
En ese recorrido destinado a difundir la nueva literatura panhispánica de ficción lo que sale a la luz, casi sin advertencia, ya no es un derecho ni un anhelo, sino una obligación. Una que tiene en cuenta tanto a los autores como a quienes los disfrutan. Una que, cumplida (o al menos intentada), genera una satisfacción a veces rayana en un orgullo acaso inmerecido.
Todo eso encuentra justificación cuando se tiene en cuenta que la creación artística —en puridad, re-creación— implica necesariamente (o debería hacerlo) un contenido metafísico, aun en nuestro campo.
En tal sentido, para Teresa Pilar Mira de Echeverría, doctora en Filosofía y escritora, la literatura de ciencia ficción ocupa actualmente el espacio antes cubierto por losmitos.
Tanto para el hombre arreligioso de la sociedad moderna como para los primeros teólogos cristianos ese término remite a los conceptos de “fábula”, “ficción” o “mentira”. Sin embargo, en Mito y realidad, Mircea Eliade ha puesto en evidencia la pervivencia de las estructuras míticas en la vida moderna. Ello se da tanto en el plano contingente, incluso bajo la presión de los medios de comunicación de masas, como en el historicista, con ejemplos extremos en las ideologías escatológicas del nacionalsocialismo y del marxismo, que —pese a sus anhelos— no pudieron liberarse de lo sagrado que está más allá y que es parte inescindible del ser humano.
La tensión entre tiempo histórico y tiempo sacro, el hambre del conocimiento de los orígenes, lo iniciático y el periplo del héroe subyacen en nuestra estructura mental, aun cuando se vean banalizados por el ansia de una juventud indeclinable y el rechazo de las tradiciones y de las responsabilidades, ante el anhelo del éxito fácil, aunque sea fugaz.
Frente a eso, harto de derechos sin obligaciones, el individuo singular tildado de conservador por los que ven con un solo ojo manotea su testículo siniestro, mientras que otro, sospechado de revolucionario, conjura con el diestro.
Harto de falacias, el individuo singular —de quien los fariseos pretenden un san Francisco de Asís a su gusto, ajustado a sus fines— trata de mantener en pie la verdad que lo hace fuerte, que lo vuelve trascendente.
Harto de mediocridad, el individuo singular no ceja en la búsqueda de un nuevo mundo —que estuvo, está y siempre estará allí— en esta línea espaciotemporal o acaso en una próxima.
S. O.
Mientras se espera en un hospital a que los médicos de guardia atiendan a un paciente, respirando el aire impregnado de antisépticos y enfermedad que lo caracteriza, se ven pasar los minutos y —de tanto en tanto— gente muy tímida, trasladada en camillas con el rostro cubierto por una sábana.
Eso nos recuerda que el tiempo es un bien escaso y que lo mismo ocurre con el espacio. No en vano en el mundo editorial se le dice a los autores, cuando quieren agregar material nuevo a un texto ya compuesto, que “las páginas no son de goma”.
Después de todo, la tarea de armado de una publicación física es una de las que más tiempo demanda, pues hay que ajustar el contenido a la cantidad de fojas disponibles, que por lo general nunca son todas las que se desean.
En la época dorada de los fanzines en la Argentina, durante los años ochenta, en determinado momento Sinergia, Cuásar y otras tantas publicaciones (Axxón todavía no existía) comunicaban a las demás qué cuentos estaban traduciendo, para no superponerse entre ellas, como había sucedido en alguna oportunidad.
Nuevomundo, la antecesora en papel de NM, no tenía esos problemas, porque desde su inicio se limitó a publicar material escrito originalmente en español. Como se decía en la redacción, los anglosajones ya tenían sus canales de distribución bien aceitados y el objetivo de la revista era difundir trabajos valiosos que eran ignorados por los medios comerciales.
Sí se compartía la problemática de luchar contra los costos de impresión, que de manera irremediable terminaban afectando la periodicidad de los medios, y las dificultades para contactarse con los autores, en épocas en las que no existía Internet y el único correo era postal —con tendencia a la pérdida de algún envío—, lo que hacía que hubiera que repetir las misivas que permitían ajustar con ellos los últimos detalles.
Aquellas épocas trajeron sus enseñanzas. Un aprendizaje, por ejemplo, fue ver que El Péndulo —una estupenda revista profesional que se animó a difundir en el mercado un género literario considerado menor, como lo es la ciencia ficción— cometía en sus inicios el error de repetir en números sucesivos a un mismo autor. Por excelente que fuera, el lector quería algo distinto, algo nuevo, y más de una vez se lo escuchaba protestar por tal motivo. Ésa es la razón por la que NM deja pasar por lo menos una entrega entre dos cuentos de la misma autoría.
Otras cuestiones fueron resultado del tiempo y de las nuevas tecnologías, que trajeron soluciones y nuevos inconvenientes. Por lo general, un texto en pantalla genera distracciones o cansancio y un texto largo suele ser leído a los saltos. Eso es lo que le dio impulso en la Red a los microcuentos —antaño no bien vistos, porque complicaban el armado de las páginas—, con detrimento de las obras más extensas. En tal sentido, con sus versiones en línea e imprimible, NM trata de cumplir un rol intermedio.
No obstante, en realidad, nuestra preferencia pasa por los textos de mediana a larga extensión. El objetivo sigue siendo la difusión de una literatura marginalizada, generada por autores no tenidos en cuenta por quienes se acogen a la seguridad comercial de lo que representa la corriente principal. El objetivo sigue siendo la difusión de la mayor cantidad de creadores, con la esperanza de que alguno de ellos logre trascender las fronteras del gueto impuesto o autoimpuesto.
Como seguidores del género, sabemos que hay demasía de autores, de trabajos, como para dejarlos de lado. Sabemos que no podemos aferrarnos a lo ya conocido y repetirlo una y otra vez (aunque a veces bien vale la pena reeditar alguna obra de arte acaso no muy bien recordada). Sabemos que el tiempo es limitado y el espacio exiguo. Pero también —con la humildad del caso— sabemos que, con perseverancia y con esfuerzo, podemos decir, como John Donne, “Muerte, no seas orgullosa”, y lograr alguna trascendencia, que es lo que justifica casi cualquier proyecto.
S. O.
La tapa de este número trata de sobrellevar la canícula austral.
Como casi todos los fines de año, las noticias giraron en torno a los cortes de luz y a la falta de una política coherente del gobierno con respecto a la electricidad, lo que dio pie para que antiguos secretarios o subsecretarios de Energía pontificaran postulando soluciones que no aplicaron cuando tuvieron la oportunidad, mientras las autoridades de turno le echaban la culpa a las empresas privadas encargadas de la distribución del fluido, que responsabilizaban al Estado que les otorga las prebendas que en algún momento retribuyen, sin tener en cuenta a los usuarios.
Por suerte, todo eso hizo que quedara atrás la cuestión de los saqueos “espontáneos” que suelen producirse para estas épocas —en especial cuando se acerca el final de algún período de gobierno—, aprovechando esta vez el acuartelamiento de unas fuerzas de seguridad que quieren sindicalizarse, en un triste remedo de Robocop. Por supuesto, sin el robotón (léase “robot botón”).
Luego hubo más nuevas repetidas y una que otra cosa inesperada.
Afortunadamente, todas esas noticias se verán reemplazadas en unas semanas, cuando los docentes inicien un paro que evite el comienzo de las clases. Después vendrá el tema del aumento del precio del pescado para Semana Santa, hasta que le toque el turno a la falta de gas en invierno.
En suma, todos pequeños grandes hitos que nos permiten ir midiendo el paso del tiempo y saber que ha pasado otro año.
Pero lo que antes era algo casi folclórico se ve agravado por una tendencia cada vez más preocupante. Acaso sea por la vorágine de la vida urbana o por la inmediatez que genera la tecnología, pero lo cierto es que parecería que hubiésemos perdido el punto de referencia y confundimos sencillez con simplicidad.
La vida, en realidad, es sencilla. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y, finalmente, morimos.
Nos pasa a nosotros. Le pasa a los animales inferiores. Le pasa a los imperios y a cualquier creación humana.
Pero sencillo no significa simple. Por ejemplo, éste es un sencillo editorial de verano, sin disquisiciones profundas ni citas eruditas; es apenas un preámbulo al contenido de la revista. No obstante, trata de no ser simple.
La simplificación es un instrumento por demás peligroso. La simplificación lleva a una visión maniquea en donde el Otro es la suma de todos los males y uno se ve como la quintaesencia de las virtudes. La simplificación lleva a la deificación de abstracciones. A escribir con mayúscula palabras como democracia, para poder celebrarla como a un ídolo pagano ante el cual se realizan sacrificios, en nombre de la igualdad y de los derechos, que racionalmente escandalizarían. A definir colectivos como oficialismo, oposición o pueblo, en los que los individuos se desdibujan y cosifican, desvaneciéndose sutil pero inevitablemente sus responsabilidades.
En lo cotidiano, la simplificación lleva a vivir en mundos del “me gusta”; lleva a discursos de ciento cuarenta caracteres, a alimentarnos de la sabiduría de algún oráculo en Ask.fm o a creer que lo somos nosotros y que tenemos todas las respuestas. La simplificación, en suma, lleva a la banalización.
Mientras tanto, la historia continúa. El común padece la simplificación, incluso sin darse cuenta, y se esfuerza en lo suyo día a día, con resignada grandeza. El individuo singular es consciente de esa simplificación, pero no pierde de vista la marcha del péndulo del tiempo.
Cuando se inicia un nuevo año, ya comenzó a terminar. El próximo se edificará sobre los restos de éste.
Felices fiestas, entonces, con algo de atraso. El Universo es entrópico.
S. O.
Una de las falacias de la cultura egoísta en la que vivimos inmersos es que la unión nos permite defender nuestros derechos y lograr los objetivos deseados por todos, al tiempo que se proclama el respeto por la diversidad.
Lo cierto es que, las más de las veces, una suma de personas no pasa de ser sino una multitud desordenada y que la preponderancia mayoritaria conduce a ignorar la opinión de la minoría. El colectivo como masa amorfa es una entidad entrópica y peligrosa. Puede ser el disfraz que enmascara los miedos atávicos o el instrumento de pulsiones primitivas.
Un hato de ovejas que se protegen con el número fácilmente puede ser conducido al matadero por un puñado de perros pastores, que no perdieron las características de aquellos lobos que, operando en manada, son capaces de diezmar a una cantidad de esas ovejas que los supere. De manera similar, un nido de hormigas o una colmena funcionan como comunidades organizadas y productivas. Sus integrantes pueden actuar en conjunto para aniquilar a quien amenace la colonia —o, al menos, intentarlo— y continuar luego con una existencia estratificada. En todos los casos, esos grupos pueden prosperar y expandirse. Acaso —con algo de suerte— vivir sin sobresaltos. Pero nunca tendrán una historia que resulte digna de mención.
Por eso, a lo largo de su existencia, esta revista siempre trató de sacar a la luz al individuo singular. Tanto al autor que re-crea, con palabras, ilustraciones o —en los últimos tiempos— música, como a los personajes de sus obras, que viven en el universo arquetípico.
Es una búsqueda de la trascendencia que nos diferencia de los organismos menos desarrollados. Es el juego de proyectar un futuro a partir de un presente que es fruto de nuestro pasado.
Quien no recuerda el motivo de un feriado establecido por un hecho no tan distante en el tiempo no se diferencia mucho del que sigue hablando de “los chicos de Malvinas”. En ambos casos se mancilla la dimensión de quienes obraron como nuevos titanes.
Los discursos sobre la futilidad de la guerra son muy bonitos y tienen toda la razón del mundo, como los que hablan de la necesidad de rehabilitar al delincuente, antes que castigarlo, o de la redistribución equitativa de la riqueza. Pero nos hacen olvidar que esos soldados conscriptos —ciudadanos como nosotros—, que no pidieron aquel conflicto, tampoco buscaron una oportunidad para rendirse sin más y fueron más allá de sus límites, al igual que muchos militares de carrera, como lo reconocieron los propios ingleses. Nos hacen dejar de lado a las víctimas de los delitos, muchas veces aberrantes. Nos hacen creer que la equidad implica igualdad, sin importar méritos o responsabilidades, tornando culpable hasta a los que obtienen sus logros con esfuerzos y sacrificios. En suma, nos hacen perder de vista que todos debemos tratar de ser pequeños héroes cotidianos en nuestras victorias y derrotas.
La desaparición física o virtual —el olvido— de esos ejemplos hace que el miedo y la desesperación medren; deja lugar a la anomia. Y bien sabemos que eso desemboca en violencia irracional, en justicia privada e injusticia pública.
Por eso mismo, seguir con la tarea iniciada hace ya ocho años es una obligación moral, un motivo de orgullo y una cuestión de honor, aun cuando la entidad registrante de dominios de Internet resuelva que una publicación gratuita como NM tiene que pagar el mismo canon que un emprendimiento comercial con fines de lucro.
Mercantilismo ciego o Gran Hermano, la permanencia en línea del sitio tiene que marcar que el espíritu no claudica ante la imposición de gabelas. Después de todo, es sólo dinero, que demanda sacrificios y esfuerzos muy pequeños, comparados con los que ejemplificamos antes. Valgan estas líneas, de paso, para agradecer a esos pocos lectores que ayudan a sostener la revista con sus donaciones.
Por supuesto —y por coherencia—, también es cierto que jamás nos lamentaremos ni mendigaremos. Todas las veces que fue necesario nos las arreglamos solos, sea para reponer equipamiento o solucionar inconvenientes. En el peor de los casos, siempre habrá medios alternativos de difusión, como el de los inicios de Axxón o las bibliotecas humanas de Farenheit 451.
No tememos cambiar. No nos avergonzaría. No sólo por reconocimiento a los colaboradores y a los seguidores, sino también para saber que estamos haciendo todo lo posible para forjar ese futuro que anhelamos.
Desde el inicio, el objetivo es reunir individuos singulares por afinidades electivas. En la historia, las turbas informes y las masas de aduladores sólo representan el retroceso de la civilización.
S. O.
Como algunos saben, NM no es una revista para cualquiera, porque no es una revista, parafraseando a René Magritte.
Por lo menos, no es una revista de ciencia ficción, de fantasía ni de terror, pese a que así figure en la tapa.
En su interior en verdad subyace —como bien saben sus lectores— la nueva literatura fantástica hispanoamericana. Aunque, en realidad, eso tampoco es cierto. Porque, en puridad, antes que“hispanoamericana”, habría que hablar de “panhispánica”.
No se trata de nada nuevo, por cierto. Cuando en 1983 Daniel Barbieri lanzó el fanzine Nuevomundo, su objetivo ya era el de difundir obras de autores de habla castellana herederos de la tradición de Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Macedonio Fernández y Julio Cortázar, entre otros (restringiéndonos, como ejemplo, sólo al ámbito rioplatense), enriquecidos continuamente por las nuevas corrientes literarias, en un vislumbre del fenómeno que actualmente llamamos “globalización”, con algo de desprecio o de temor, o —cuando nos involucra— “aldea global”.
Una de las consignas de quienes editamos Nuevomundo fue la de publicar sólo material escrito originalmente enespañol.
No abjurábamos de la lectura de traducciones de obras escritas en otras lenguas ni las anatemizábamos —pese al chovinismo que algunos nos achacaban—, sino que queríamos que la revista sirviera para exponer el resultado de la interacción de todo eso en nuestros creadores.
En sus ocho años, Nuevomundo tuvo cambios de formato, de tecnologías para la confección del producto final, renovaciones de equipo de trabajo, y hubo crisis económicas que afectaron a los plazos de lanzamiento. En definitiva, con muchos sacrificios, totalizó dieciséis números, la mayoría de ellos dignos de una antología.
En la misma cantidad de tiempo, NM consiguió publicar treinta y dos números y esperamos que la calidad de ellos por lo menos iguale a los de su predecesora.
Las vicisitudes que hay que atravesar, pese a las diferencias de soporte (papel/Internet), siempre están presentes. Desde el presupuesto del hosting y los gastos de registración en Nic.ar, a la migración a otra computadora, cuando se “cae” aquella con la que se viene trabajando.
Pero los creadores siempre están ahí. Y eso nos obliga a no bajar los brazos y a seguir adelante con el proyecto.
Hay quienes dicen que por estos lares no se publica ciencia ficción y coincidimos con ellos. Como decíamos antes, es nueva literatura fantástica. No es anglo. No es del Norte. No es del llamado Primer Mundo. Tiene voz propia, aunque los de afuera la critiquen porque se parece a aquélla y no tiene gauchos, cuates, changos ni personajes parecidos. No buscamos remedar a los autores estadounidenses de la Edad de Oro de la CF ni nos quedamos aferrados a El eternauta.
Queremos que NM sea más que el acrónimo de Nuevomundo, para pasar a ser Nuevos Mitos, en el sentido que Mircea Eliade le da en Mito y realidad a las expresiones artísticas modernas, al decir que “es un ‘nuevo mundo’ lo que se está reconstruyendo sobre las ruinas y los enigmas” en una sociedad desesperadamente desacralizada, pero que la literatura, especialmente la épica, “no carece de relación con la mitología y los comportamientos míticos”.
Miramos, entonces, hacia el futuro, buscando nuevas formas de expresión. Por eso decimos que NM no es una revista, en el sentido tradicional. Porque en su versión electrónica gratuita permite acceder a contenidos multimediales, como los temas musicales que acompañan a cada número, y en algún momento puede llegar a expresarse como experiencia audiovisual.
Para eso hace falta todo el esfuerzo de los que desarrollamos cada ejemplar, comenzando por los autores y los ilustradores, para finalizar con los lectores, pasando también por el apoyo de quienes, desde el Programa IA (Impresores Autorizados), permiten la existencia de la revista en soporte papel, para deleite de quienes pueden acceder a ese objeto físico tangible que busca aparecer puntualmente cada tres meses.
S. O.
Como mariposas nocturnas frente a un farol, las muchedumbres solitarias actuales involucionan deslumbradas por perspectivas hipotéticamente progresistas.
Masas anónimas, homogeneizadas por discursos edulcorados de gurúes y profetas mediáticos, se vuelven herramientas inertes para perpetuar un sistema que tiende al inmovilismo, cuando alguna vez —obligadas o voluntariamente— construyeron pirámides, palacios o templos. Forjaron o derribaron imperios; descubrieron nuevos mundos.
Sus integrantes no eran diferentes de nosotros. Tenían las mismas necesidades básicas, las mismas emociones. Ello tanto para el común como para el individuo singular, ese que se distingue por algún motivo en medio de la multitud. Pero, como pasa una y otra vez a lo largo de la historia, las sociedades van perdiendo el impulso vital que las lleva a la trascendencia y parecen aferrarse a una blanda molicie, a contentarse con mantener un statu quo que permita conservar mezquinos logros.
Cuando Roma decayó, sus ciudadanos ya descreían de sus antiguos dioses y las antiguas tradiciones se habían convertido poco menos que en ritualismos de forma. Algunas mentes lúcidas buscaron insuflar un hálito vivificante, apoyando nuevas visiones del mundo a partir de los cultos de Mitra o del Sol Invicto, entre otros, pero lo que permitió rescatar importantes vestigios de aquella cultura, en medio de un inevitable derrumbe, fue una religión que a primera vista parecía destinada al fracaso.
Dos milenios después, Occidente parece sumido en un nuevo estancamiento. Las potencias dominantes, luego de dos guerras mundiales, bajan línea a sus satélites idolatrando una democracia formal, apuntalada en los dogmas de los derechos humanos.
Bajo la premisa de lo políticamente correcto, se aprueban leyes por las que uno puede pedir que lo consideren un potus, en lugar de un ser humano, porque se siente una planta, pese a que el ADN diga lo contrario, porque ése es su derecho.
Al mismo tiempo, la prepotencia es el único medio de diálogo y la mezquindad y estrechez de miras llevan a oponerse automáticamente a la opinión del Otro, al que se ve como enemigo, aunque ello implique cambiar de discurso. Así, aunque siempre se haya alertado sobre el riesgo de entablar contacto con extraterrestres, hay que mantener relaciones carnales con ellos cuando el opositor dice que son peligrosos.
Mientras tanto, la Tierra sigue orbitando en torno al Sol y por eso NM continúa su marcha, tratando de superar las vicisitudes. Una computadora puede descomponerse cerca de la fecha de cierre, pero siempre hay alguien que ofrece otra máquina en comodato o que contribuye de algún modo para mantener vivo el proyecto.
Algunos pueden pensar que su ayuda no fue suficiente, pero no es cierto. El esfuerzo para solucionar los problemas tiene que salir de uno mismo, no de limosnas. Lo importante es saber que todos están ahí y que este medio les interesa. Por eso el gesto de realizar las donaciones tiene un valor que supera la cuestión pecuniaria y siempre es un aliciente cuando, de tanto en tanto, un lector satisfecho demuestra que está ahí, del otro lado de estas páginas.
Mil gracias a todos por su interés en la difusión de la nueva literatura fantástica panhispánica.
S. O.
Aparte del calor insoportable en el hemisferio sur y de las consabidas noticias acerca de los inevitables cortes de luz de estas épocas, del romance pasajero de alguna estrella fugaz en el firmamento de la farándula, del precio de un sándwich en la terminal de ómnibus y de cuánto le cuesta a una familia tipo alimentarse a fuerza de panchos en la costa, 2015 amenaza con ser un año interesante, para aquel que esté provisto de abundante paciencia.
Con la periodicidad cíclica del eterno retorno, comenzarán a oírse elogiosos panegíricos proferidos por sus mismos destinatarios, denuncias encendidas de quienes los enfrentan, falsos pedidos de disculpa y promesas de soluciones mágicas que todos dicen tener, pero que nunca se aplican. Se premiará a leales (a veces obsecuentes) y se señalará a traidores reales o temidos. Épocas de caza de brujas en medio de sonrisas. Un bombardeo casi continuo y aletargante de eslóganes vacíos y declaraciones rimbombantes, muchas veces peligrosas.
Durante la II Guerra Mundial, una las frases de propaganda del régimen nazi era: “Tú no eres nada; el Reich es todo”. Una joyita de las ciencias de la comunicación. Una oración simple y con fuerza, que ofrece una sensación de pertenencia, como un cantito de hinchada en un partido de fútbol.
Pero el individuo singular, alejado de la masa, a diferencia del común, puede vislumbrar siempre algo más detrás del velo. Así, la esposa de Ernst Jünger le escribía a su marido, que estaba sirviendo en el frente oriental: “Somos una suma de ceros”. Ahora bien, los dos sabían que pensar con esa independencia no podía dejar de tener consecuencias, pero —como individuos singulares que eran— no les importaba.
Durante la guerra, muchos miembros del partido gobernante tildaban a Jünger de peligroso opositor y, luego del conflicto, algunos de los vencedores lo tachaban de nazi. Él siguió siendo él, porque no podía ser otro, porque nadie puede ser sino quien es (trabajosamente, más de una vez), y todo el resto pasó. En definitiva, fue un testigo privilegiado de una época por demás apasionante, por todos los logros y los horrores que conllevó.
Por eso mismo, mientras hombres y mujeres públicos, arribistas y formadores de opinión interesados van a desgañitarse en los próximos meses; mientras unos se prendan a la yugular de otros como perros asilvestrados y aquellos de más allá se huelan el trasero entre sí, NM va a ser simplemente NM, sin importar las dificultades que nunca faltan, y seguirá de manera inexorable en pos de sus objetivos.
Éste es el primer número del año calendario. Hay que seguir preparando los otros tres, con la tenacidad de un lobo solitario. Con la ecuanimidad del hombre en el castillo.
Los años electorales pasan. Las revistas quedan. Gracias a Dios, como bien lo sabemos los aficionados.
S. O.
Para Ernst Jünger, cuando lo cotidiano trasparece el ser, cuando cobra “sentido”, se transforma en símbolo, que luego va degradándose en alegoría, para finalmente transformarse en cliché, en lugar común.
Para ese autor, el símbolo es el milagro de la existencia en el que el hombre logra ver tanto a sus prójimos como a las plantas, los animales y las cosas, y a él están consagradas las religiones.
La alegoría, a su turno, se caracteriza por la intercambiabilidad de las imágenes, entre las cuales no reina un orden jerárquico. Las estrellas son ovejas que pacen en la bóveda celeste, pero también las ovejas pueden ser vistas como estrellas dispersas en el pasto. La unidad que eso trasunta la hace bella, pero siempre tiene que intervenir la cultura o incluso el simple saber, para que no devalúe a mero juego. En tal sentido, la alegoría es más sólida cuando más se enraíza en el antiguo fondo simbólico.
El cliché, por su parte, no sólo es intercambiable a placer, sino que se lo puede reproducir hasta el hartazgo. Como muestra de un mundo industrializado y pragmático, carece de contacto con el mundo natural y con las obras de arte, que deben ser creadas por el espíritu y la mano, no por puro intelecto y formas muertas.
De ahí que si se trata de construir un edificio nuevo, respetando las medidas de uno antiguo, no se obtiene sino un remedo, porque los sistemas y la cosmovisión del espectador no son los mismos. De ahí que, si se pretende escribir siguiendo la receta de una obra maestra, lo que se obtiene generalmente no deja de ser sino un pastiche. Lo mismo sucede con el cine y cualquier otra expresión del arte.
En alguna época más abierta a la meditación contemplativa, donde la vida se desenvolvía con un ritmo más pausado, aún podía salir por imitación una alegoría, pero hoy, como fruto del “corte y pegue”, resulta casi inevitable imprimir un cliché, que apenas sirve para alimentar el ego de los miembros de un cenáculo cualquiera —a los que suele dar origen—, que se limitan a alabarse entre sí.
Ahora bien, el ritmo trepidante del desarrollo es inevitable. Es imposible volver atrás. Vamos hacia él a toda velocidad, como montados sobre los rieles de un tren bala. Intentar bajar de la formación es la manera más rápida de desnucarse. La mejor opción, por cierto, no es ir contra la corriente; tampoco dejar de andar.
Como escribe Jünger en El libro del reloj de arena, “más importante que el apearse es no dejar que en nuestro interior, en nuestra esencia y en nuestras aprobaciones, triunfe completamente el cliché, sino mantenerse abierto al símbolo. Así permanecemos dentro del bosque. En el bosque un instante puede compensar toda una vida que haya estado fluyendo dentro del tiempo mecánico. Entonces puede florecer la seca vejez, entonces el bastón del peregrino puede reverdecer al final de la peregrinación o hacer que broten fuentes de las rocas, golpeándolas”.
Por eso, en el inicio de su noveno año, NM le sigue dando espacio al individuo singular que se embosca para buscar sus raíces, aunque haya interesados en quemar los bosques con intenciones crematísticas. Porque es él quien debe batir en el monte los nuevos rastros de las mejores piezas, “recrear” los símbolos para que mantengan su vigencia.
Los cuentos que se incluyen en este número son, una vez más, ejemplo de eso.
S. O.
En tiempos de la República, en Roma el comercio era visto con desprecio. Se ensalzaban las virtudes morales y marciales de cada uno de los ciudadanos, desde los patricios hasta la plebe.
Las legiones, como brazo armado del Senado y del pueblo romano, defendieron las fronteras de esa pequeña tribu del Lacio y fueron ampliando su territorio hasta que se toparon con el poder de Cartago.
Los cartagineses eran comerciantes amantes del lujo y de placeres ostentosos; su riqueza les permitía contratar mercenarios y comprar casi cualquier cosa. Para los frugales romanos de aquella época, representaban el máximo de la perversión, que se denotaba en los sacrificios humanos habituales de la religión llegada de Fenicia, costumbre que los latinos hacía tiempo que habían dejado de lado.
El enfrentamiento entre dos cosmovisiones se hizo, entonces, inevitable. Ya no era una rivalidad con pequeñas ciudades-Estado de la Magna Grecia, sino una amenaza en el patio trasero llegada de Oriente.
Las sucesivas Guerras Púnicas que tuvieron lugar en los siguientes años terminaron con la destrucción de Cartago, pero también habían sembrado la semilla de la caída de Roma.
El Mediterráneo se había convertido en el Mare Nostrum, una “quintita” de uso exclusivo que permitía llegar a cualquier otro mercado conocido.
Algunos privilegiados comenzaron a considerar que era mejor saber manejar monedas que la espada; acumular riquezas antes que conocimiento. La carrera senatorial fue mejor vista que la castrense y el arte se convirtió en mercadería y símbolo de lujo.
Empezaron los amiguismos, el clientelismo y los favores por conveniencia. Pero también se acercó el apogeo. Nació el Imperio y se alcanzaron los mayores logros. Pero también se inició la decadencia.
Sólo una religión traída de Oriente permitió que mucho de aquel mundo sobreviviera. Lo que quedó se vio amenazado nuevamente por otra religión oriental, pero Europa pudo resistir una vez más. Tuvieron lugar las Cruzadas y la Reconquista, con momentos trágicos y bochornosos, pero también —como siempre, inevitablemente— con periodos gloriosos y sublimes.
Ahora, repitiendo el ciclo, Oriente y Occidente parecen enfrentados.
Pero acaso el verdadero conflicto sea otro.
Tal vez se trate tan sólo de una elección. De elegir entre lo trascendente o lo inmediato; entre lo moral y lo material.
Por eso NM opta por la emboscadura. Como los celtas y los germanos, preferimos las montañas nevadas y los lagos en los que se arrojan las joyas como ofrenda a la divinidad; los bosques donde se puede comulgar con la naturaleza. La belleza antes que el beneficio. Porque consideramos que allí reside la grandeza del ser humano.
Así, este número corresponde a elecciones. Seguir adelante pese a la adversidad; emprender un viaje; desafiar una amenaza; confrontar lo desconocido; enfrentarse a sí mismo; ponerse frente al otro; tomar todo como un juego. Tomar decisiones; buenas o malas, con todo lo subjetivo que ellas implican. Pero que sean nuestras.
Tenemos que estar seguros de que no le podemos echar la culpa a nadie de nuestras equivocaciones y de que no le debemos a nadie nuestros aciertos. En última instancia, las elecciones las impone la vida. Los que elegimos somos nosotros.
S. O.
La farsa de la democracia plebiscitaria, en la que el poder lo ejercen las agrupaciones políticas y no los ciudadanos, parece digna de la pluma de Giuseppe Tomasi diLampedusa (1896-1957).
Los votantes se enfrentan entre ellos en discusiones cada vez más subidas de tono, tratando de convencer o —en última instancia— de obligar al otro para que convalide al postulante que a cada uno le parece más conveniente.
Mientras tanto, los candidatos actúan un patético juego de los tronos de opereta donde no faltan pases de bando de último momento —tratando de cosechar alguna migaja—, en el que cada uno dice que, “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
En última instancia, el mayor trabajo queda en manos de los extras. No hacen falta buenas interpretaciones ni diálogos inteligentes.
Dentro de un maremagno de apologías y rechazos, fogoneado por formadores de opinión y militantes, lo más importante parece ser el poder casarse con uno mismo, comprar dólares libremente, figurar en su documento como el Pato Donald, instalar como nuevos vagones de subte obsoletos en cualquier parte del mundo o cambiar una estatua de lugar.
Los tiempos cambian, evidentemente. Antes —cuando se llamaba a las puertas de los cuarteles— resultaba suficiente con modificar el nombre de las calles.
Por su parte, el individuo singular, el que no se enceguece por arengas, recuerda que aquella frase la novela italiana tiene su origen en la de que, “cuanto más cambia, es más de lo mismo”, que en 1849 escribiera Jean-Baptiste Alphonse Karr (1808-1890) en Les Guêpes, una publicación satírica en la que obtuvo la reputación de tener un carácter amargo. Así, en una propuesta para abolir la pena de muerte, no pudo dejar de manifestar que “veía bien que los asesinos dieran el primer paso”, advirtiendo que —pese a lo humanitario de la medida— el garantismo no disminuiría la criminalidad.
Si ese individuo singular, además, se aproxima al anarca de Ernst Jünger (1895-1998), que no está ni a favor ni en contra del poder —aunque lo reconoce—, al tiempo que vive en sociedad, pero sin establecer vínculos con ella, es muy posible que acceda a una visión imparcial del todo.
Habrá visto indigentes en las calles, degradados hasta una subhumanidad casi irreversible (aunque, por supuesto, abogar por un aborto posdatado no es políticamente correcto, ni siquiera si se trata de violadores compulsivos), y sabe que, sea como fuere, siempre puede haber más. Habrá visto al Fisco exigirle a algunas empresas un comportamiento de carmelitas descalzas, aun en medio de una crisis inculpable (mientras hace la vista gorda con algunas otras, con las que mantiene algún contacto —pero eso siempre puede cambiar, de un día para otro—). Habrá visto empresas que hacen gambitos para tercerizar a sus empleados y personas que se humillan hasta grados indecibles por llevar un plato de comida a sus casas.
El individuo singular sabe que es difícil que eso pueda mejorar, pero está seguro de que pueda empeorar. Porque la solución no pasa por el campo económico o político. Sino por el metafísico.
Por eso podremos seguir imaginando universos postapocalípticos emocionantes, mientras autores como los soviéticos soñaban con un futuro ideal edulcorado.
Eso como escritores o lectores. En lo cotidiano, la respuesta acaso resida en alejarse de las mentiras.
Quizá por eso en 1855 Alphonse Karr se fue de su París natal, dejó atrás sus publicaciones Les Guêpes y Le Journal, así como Le Figaro, y se mudó a la costa mediterránea de Francia, donde se dedicó a la floricultura y le dio su nombre a numerosas variedades nuevas de flores, como la dalia. Incluso prácticamente fundó el mercado de cortar flores en la Riviera francesa.
Aunque, seguramente, no debe de ser la única manera de escapar de El gatopardo.
S. O.
Desde el punto de vista de Friedrich Nietzsche, la oposición entre la moral del amo y la del esclavo es parte del itinerario en el camino del eterno retorno y por eso no deja de advertir acerca del riesgo de contemplar durante demasiado tiempo la grieta del abismo. El que combate contra monstruos puede convertirse, a su vez, en uno de ellos. Siempre está presente el riesgo de que los poderosos de ayer sean los sometidos de hoy, en un recorrido cíclico que lleva a cazas de brujas, listas negras y exigencias de certificados de pureza racial, religiosa o ideológica, entre otras exquisiteces de la raza humana.
No obstante, en esa línea de pensamiento acaso pueda advertirse una simplificación platónica valedera, pero no por eso menos peligrosa (como toda simplificación).
En tal sentido, con una visión ahistórica, Ernst Jünger —que codirigiera con Mircea Eliade la revista Antaios— prefiere hablar del retorno de lo Eterno, con lo que lo trascendente pasa por lo metafísico, lo que le permite acceder a los hechos desde una visión más intuitiva y menos estructurada.
Así, en Eumeswil escribe —con referencia al ámbito universitario— que en determinadas situaciones políticas un docente debe acotarse a las ciencias naturales. Lo que salga de esos límites (literatura, filosofía, historia) puede entrar en terrenos peligrosos, especialmente “si cae bajo la sospecha de ‘trasfondos metafísicos’”.
Según él, “basándose en estas sospechas actúan entre nosotros dos tipos de profesores: pillos disfrazados de profesores o profesores que, para gozar de popularidad, juegan a ser pillos. Compiten entre sí por superarse en infamias; pero los lobos de una misma camada se cuidan mucho de devorarse entre sí”. No obstante, cuando un espíritu más elevado entra por error en esos círculos, “lo tratan como a un mirlo blanco: todos se unen contra él. Es todo un espectáculo verlos cerrar filas, como si los amenazara el exterminio”.
Fuera de la literatura, en lo cotidiano, el individuo singular con rasgos del anarca jüngeriano puede advertir ese comportamiento en todos los ámbitos. Tanto en lo laboral como en lo social. En lo privado y en lo político; en lo particular y en lo público. Incluso, lamentablemente, también en niveles superiores, como lo artístico y lo espiritual.
En tal sentido, el anarca puede acceder a la imparcialidad porque trata de expulsar de sí a la sociedad, el derecho o cualquier otra imposición. En puridad, él es anarca no porque desprecie la autoridad, sino porque la necesita; no es un no creyente, sino un hombre que demanda algo en lo que merezca la pena creer.
Por eso mismo, no puede dejar de advertir la falacia institucionalizada y maniquea de la sociedad globalizada y mediática. Así, la maquinaria partidocrática impone que, si alguien opina de manera diferente en una única cuestión, automáticamente está en la vereda de enfrente. Del mismo modo, ante una sola declaración aprobatoria, de inmediato adscribe al votante en las filas propias, como si fuera un seguidor incondicional.
Se llega, de ese modo, a la exigencia de volverse epígonos —o, cuando menos, defensores incondicionales— de reconocidos corruptos para enfrentar a otros corruptos, en función de un algo intangible casi místico (una ideología, un equipo de fútbol, una corriente literaria), aun cuando se es consciente de que esos adalides básicamente buscan tan sólo un beneficio personal. O la de pedir que se aplauda como obra de arte a producciones mediocres, por el solo hecho de adoptar un sello, entre otros ejemplos.
El anarca, por supuesto, no deja de advertir esas imposturas. Es consciente de la futilidad de intentar modificar lo inevitable del devenir. Del mismo modo, está seguro de que lo trascendente resurge una y otra vez; de que lo que en verdad importa, aunque parezca haberse extinguido, renace (quizá modificado) en otro lado. En consecuencia, observa.
Para tratar de evitar dejar de ser él mismo, en realidad, una de las opciones más sencillas que tiene a su disposición es la de emboscarse.
Si no incendiaran los bosques —ésa sí es una cuestión importante—, acaso todo sería un poco más fácil.
S. O.
Una tarde, en la ciudad de Buenos Aires, un florista japonés le mostraba una planta a una potencial compradora y, ante alguna pregunta de ésta, le respondía: “Todo lo que está vivo tiene que morir”.
En La rama dorada, Frazer describe los rituales y tradiciones con los que las sociedades primitivas trataban de propiciar y conservar el orden del universo, en medio de una visión mágica de la existencia plagada de fastos y nefastos, frente a esa muerte que —en términos generales— les causaba pavor. Él y otros antropólogos dibujan un recorrido en el que un mero brujo se transforma en chamán, para ir decantando —en sucesivas evoluciones— hasta convertirse en el sacerdote de una religión organizada, que generalmente comparte el poder con un gobierno secular.
Desde nuestra perspectiva moderna, consideramos que todas esas culturas —separadas tanto en el espacio como en el tiempo— se encontraban o se encuentran inmersas en la superstición, atadas a una visión acientífica de los fenómenos de la naturaleza.
No obstante, si —como lectores y autores de literatura fantástica— desplazamos un poco el punto de observación lineal y tridimensional, podemos llegar a sorprendernos bastante, como nos ocurre siempre con la lectura de un buen cuento.
Por ejemplo, durante el siglo XX la Argentina vivió golpes de Estado trascendentes en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976, lo que podría promediarse como uno cada doce años. A partir de 1983, con la restauración de una pretendida democracia, los tanques en la calle estuvieron mal vistos, pero el sistema aproximadamente “decádico” siguió vigente.
En 2009 [rectius: 1989; 2009 fue el año de fallecimiento de Raúl Alfonsín] el primer gobierno constitucional después de toda la seguidilla anterior tuvo que retirarse antes de tiempo —aunque ya no por imposición de las armas— y se inició una nueva etapa cuasidecenal.
A partir de ahí tomaron el poder los nuevos chamanes (los miembros encumbrados de los partidos) y erigieron una nueva religión. La Democracia vino a ser la diosa Razón del siglo XXI, fecundada por su padre y esposo Derechos Humanos. Entre los dos parieron a un hijo Justicia 2.0, ante el altar del cual —cada diez años aproximadamente— sacrifican un chivo expiatorio, como en la tradición mosaica.
Nos ocupamos de que alguien cargue no sólo con sus pecados, sino con todos los de los demás. Lo arrojamos al desierto de la opinión pública y nos sentimos liberados, mientras seguimos saltando los molinetes del subte (porque este servicio es un robo) o remarcamos los precios de nuestro almacén (por las dudas). Total, el que roba —nos decimos— es el de arriba; porque, como si fuéramos vampiros, no nos miramos (no nos vemos) en el espejo.
En tal sentido, Mircea Eliade hacía referencia a este fenómeno en El eterno retorno. Ernst Jünger, su amigo y coeditor en la revista Antaios, prefería hablar de “el retorno de lo eterno”. Porque, en definitiva, nuestro racionalismo no puede evitar la visión mística del ser humano frente al Universo, dado que somos capaces de darnos cuenta de que todo no puede ser fruto del azar. Pero nos cuesta escapar a la rebeldía que nos genera esa sensación de no poder manejar las cosas, de ser apenas como dioses, sin mayor poder.
La humildad —la única opción para evitar caer en la tentación de la soberbia y la vanidad, eso que nos puede llegar a degradar— acaso está sugerida en la obra de Jünger. Eumeswill, Heliópolis y Sobre los acantilados de mármol finalizan con una partida. En la primera, Martín Venator desaparece en el bosque con el Cóndor. En las otras dos, el protagonista se despide de su morada después de una aparente derrota, luego de un funeral.
En lo personal, ya hemos cargado muchos féretros y se abren nuevos proyectos en el horizonte. Sería cada vez más difícil cubrir el tiempo, el esfuerzo y los gastos que demanda NM y entendemos que el proyecto no merece llegar a una decadencia que desmerezca los niveles de calidad alcanzados, por lo que lo su cancelación en este punto parece lo más adecuado.
Fueron diez años de satisfacciones y de logros compartidos con colaboradores y lectores. Recordemos cada número con alegría y repitamos siempre que “no está muerto lo que yace eternamente”.
Gracias a todos. Por todo.
S. O.