Con una creciente sensación de desazón, Ron descolgó el teléfono y dijo: —Hola.
—Hola, Ron; soy Steve. Me temo que tengo malas noticias.
“Oh, no; no otra vez”, pensó Ron. Las malas noticias parecían estar volviéndose irrazonablemente populares en las últimas semanas. —¿Ahora qué pasó? —preguntó.
—Es Janis. Se volvió a suicidar. Lo siento.
Ron tuvo que lidiar con el deseo de arrojar el teléfono a través de la oficina. Era la tercera vez en relativamente poco tiempo que Janis Joplin se suicidaba. Si seguía así, tendría que sacarla de la lista. Ella tendría que buscarse otro representante. Uno que no se preocupara por el representado.
—Está bien, Steve —dijo—. Yo me encargo. Tendremos que cancelar algunos recitales pero vamos a sobrevivir a esto. No te preocupes. Tenme al tanto, ¿sí?
Las cosas iban peor de lo que quería admitir, para ser honestos. De hecho se estaban poniendo desesperadamente poco promisorias. Nada parecía funcionar como lo esperaba. A veces maldecía a ese tal Albert Newton, que había iniciado todo aquello al hacer comercialmente accesibles las actuales técnicas de clonación, refinadas casi al máximo.
Años atrás había comprado los derechos exclusivos de una plétora de proyectos de clonación y se había puesto a trabajar de inmediato en lo que él llamaba “la veta de negocios más impresionante del siglo”.
Primero se puso en contacto con un fan de Jimi Hendrix que tenía en su colección una púa para guitarra con sudor reseco, pero aún aprovechable, del maestro. La había adquirido por una considerable suma de dinero al advertir que se había vuelto a formar un gran número de bandas de rock de los años sesenta y setenta, que cosechaban espectaculares réditos financieros. Él supuso que un nuevo Jimmy Hendrix bien podía volverse un exitazo.
Por supuesto, había estado en lo cierto. A medida que el flujo de billetes del éxito comenzaba a cobrar fuerza, volvió su atención hacia otras interesantes leyendas de la escena de la música de los años sesenta y setenta. Había rastreado a un fan de los Doors que aún poseía un rizo de Jim Morrison, a uno de Elvis Presley con una chalina manchada con sudor y fijador para el cabello, a uno de Janis Joplin que tenía cierta prenda de vestir impregnada con cierta excreción corporal, a uno de Led Zeppelin que contaba con palillos de batería ensuciados con la transpiración de John Bonham, y así sucesivamente.
El futuro nunca había parecido tan brillante. Pero entonces nubes oscuras se reunieron en el horizonte. Los competidores se habían subido al vagón del éxito de la clonación (uno de los más infames era una versión clonada de Leonardo da Vinci, que también se había vuelto representante de estrellas de rock y le había robado algunos de sus clientes; por él perdió a John Lennon y a John Bonham, por ejemplo, y ahora estaba obteniendo inmensas cantidades de dinero con las giras mundiales de reunión de sus Beatles y su Led Zeppelin).
Copias piratas de sus artistas estaban inundando el mercado, versiones clonadas de modo ilegal, explotadas y manejadas por competidores despiadados. Varios Jimi Hendrix estaban ahora maltratando sus Stratocasters en escenarios alrededor del mundo. Un flujo incontrolable de Elvis Presleys actuaba en una ristra de giras de conmemoración, cada una celebrando un periodo distinto de la carrera de Elvis.
Pero eso no era todo. Algunos de sus mejores clientes se habían desencantado del negocio de la música, porque valoraba más las ventas que la integridad artística. Así, Jim Morrison lo había dejado para iniciara una religión llamada “Puertas al Cielo”, con la que esperaba tener mayores posibilidades de satisfacer sus ambiciones personales. Otros clientes, sencillamente, no eran dignos de confianza. Cada clon de Janis Joplin que ordenó se había suicidado, con lo que hacía peligrar las giras y la grabación de los álbumes. Era imposible trabajar con ella.
Y luego estaba la interferencia de los clones que no eran del ambiente, sobre los que no tenía derechos de reproducción por razones contractuales. Algunos líderes religiosos como Jesucristo habían desechado la religión por una carrera en la música, porque de ese modo esperaban alcanzar una audiencia más amplia. Hitler también había elegido la música para expresar sus ideas, cuando no vio la posibilidad de una renovada carrera política. Ahora entonaba canciones patrióticas para un sostenidamente creciente séquito de jóvenes desilusionados, ávidos por encontrar una voz para escuchar en estos tiempos difíciles.
Tenía que hacer algo para no ir a la quiebra.
Se sobresaltó cuando el teléfono sonó de nuevo. Sin ninguna duda, más malas noticias. ¿Ése era el final? Cerró los ojos, suspiró con resignación y descolgó el teléfono.
—Hola.
—Hola, Ron; soy Charles. ¿Oíste las noticias?
—¿Cuáles? —Charles era uno de sus contadores de la Contaduría S. Freud y S. Darwin, que trabajaba para él. Habían hecho un maravilloso trabajo, en la época en que él obtenía dinero…
—Hitler fue baleado en uno de sus conciertos.
—¿Y con eso qué? Él no es uno de mis clientes.
—Lo sé. Pero, ¿no ves lo lo que eso significa? Es una variación interesante y, a la luz de tu deteriorada situación financiera, amerita un estudio más detallado.
Charles siempre fue rápido para advertir cómo evolucionaban las cosas y una vez más estaba en lo correcto. Mucha gente le guardaba rencor a los antiguos tiranos. Sin duda, Hitler estaba destinado a ser baleado. ¿Pero por qué dejar que la gente le dispare gratuitamente a sus despreciados opresores? ¿Por qué no producir suficientes versiones clonadas de ellos, organizar los fusilamientos y dejar que la gente pague para matar a sus torturadores en condiciones ideales, sintiendo que obtuvieron lo que vale su dinero? Era obvio que esa idea tenía interesantes posibilidades de mercado.
Se puso a trabajar frenéticamente. Tan sólo debía encontrar, en algún lado, restos aún clonables de Stalin, Mao, Ceausescu y todos los otros.
With a rising feeling of despair, Ron picked up the phone and said, “Hello.”
“Hello, Ron, this is Steve. I'm afraid I've got bad news.”
Oh no, not again, Ron thought. Bad news seemed to be growing unreasonably popular these last few weeks. “What happened now?” he asked.
“It's about Janis. She committed suicide again. I'm sorry.”
Ron had to fight down the urge to throw the phone across his office. This was the third time Janis Joplin had committed suicide in a relatively short time. If she went on like this, he'd have to drop her from his roster. She would have to look for another manager. Someone who didn't bother about manageability.
“That's okay, Steve,” he said. “I'll deal with it. We'll have to cancel some shows but we'll survive this. Don't worry. Keep me posted, will ya?”
Things were going worse than he cared to admit, to be honest about it. As a matter of fact, things were getting desperately bleak. Nothing seemed to work out as he expected it to. At times he cursed that Albert Newton guy who had started this whole thing by making honed-to-perfection state-of-the-art cloning techniques commercially available.
Some years back he had bought sole rights to a plethora of cloning projects, and had immediately started work on what he labelled “this century's most megablockbusting bizniz bonanza.”
First off he had gotten in touch with a Jimi Hendrix fan whose collection included a guitar pick which still had some dried-up but still usable sweat of the master clinging to it. He had bought it for a substantial amount of money, as he had noticed that a lot of sixties and seventies rock bands had reformed and were reaping impressive financial rewards. He figured a new Jimi Hendrix could well turn out to be a smash hit.
Of course he had been right. As the flow of green-backed success had started to swell, he had turned his attention to other interesting legends of the sixties and seventies music scene. He had tracked down a Doors fan who still possessed a lock of Jim Morrison's hair, an Elvis Presley fan with scarves stained with sweat and grease, a Janis Joplin fan who had a certain piece of clothing impregnated with a certain body excretion, a Led Zeppelin fan who had some of John Bonham's transpiration-soiled drumsticks, and so on.
The future had never looked as bright. But then dark clouds had gathered on the horizon. Competitors had jumped onto the cloning bandwagon - one of the most wicked ones a cloned version of Leonardo da Vinci who had also become a rock star manager and had stolen some of his clients. He'd lost John Lennon and John Bonham to him, for instance, and da Vinci was now making vast amounts of money from his Beatles and Led Zeppelin worldwide reunion tours.
Pirate copies of his artists now flooded the market, illegally cloned versions owned and managed by ruthless competitors. Several Jimi Hendrixes were now abusing their stratocasters on stages around the world. An uncontrollable flood of Elvis Presleys were active with a string of memorial tours, each one celebrating a different period of Elvis' career.
But that wasn't all. Some of his best clients had grown disenchanted with the music business because it valued sales more than artistic integrity. So Jim Morrison had left him to start a religion called the Doors To Heaven, with which he hoped to stand a better chance of fulfilling his personal ambitions. Other clients were simply unreliable. Every Janis Joplin clone they had ordered had committed suicide, thus jeopardising tours and album recordings. She was impossible to work with.
And then there was interference from non-music clones on whom he held no copyrights for contractual reasons. Some religious leaders such as Jesus Christ had discarded religion in favour of a career in music because that way they hoped to reach a wider audience. Hitler had chosen music to express his ideas as well, as he saw no possibilities for a renewed political career. He now sang patriotic songs to a steadily growing following of disillusioned young people eager to find a voice to listen to in these difficult times.
He would have to do something about it before he went broke.
He cringed as the telephone rang again. No doubt more bad news. Was this the end? He closed his eyes, sighed with resignation and picked up the phone.
“Hello.”
“Hello, Ron, this is Charles. Did you hear the news?”
“What news?” Charles was one of his accountants at S. Freud and C. Darwin Accountancy who worked for him. They had done a marvellous job - as long as he'd been making money...
“Hitler was shot during a concert of his.”
“So what? He's not one of my clients.”
“I know that. But don't you see what this means? This is an interesting evolution, and in the light of your deteriorating financial situation it deserves closer study.”
Charles was always quick to spot some evolution or other. And once again he was right. Lots of people still held grudges against the old tyrants. No doubt Hitler was bound to be shot. But why let people shoot their despised oppressors for nothing? Why not produce sufficient numbers of cloned versions of them, organise the shootings and let people pay to kill their tormentors in good conditions, so they felt they had gotten their money's worth? It was obvious this idea had interesting market possibilities.
Frantically, he set to work. There just had to be still clonable remains somewhere of Stalin and Mao and Ceausescu and all the others.