La comitiva avanzaba en silencio por el camino polvoriento, el sol de la mañana apenas lograba penetrar las nubes grisáceas que cubrían el cielo. Liderados por Lady Aribeth de Tylmarande, una paladín elfa de renombre en las tierras de Faerûn, y su protegida, Lady Eneth de Tylmarande, otra paladín elfa, el grupo había salido de Neverwinter al recibir una llamada de socorro proveniente de la aldea de Alderwick.
El viaje había sido largo y extenuante, pero Aribeth y Eneth no mostraban signos de cansancio. Ambas compartían una relación más profunda que la de maestra y aprendiz; eran como hermanas. Aribeth había acogido a Eneth años atrás, y desde entonces, la joven paladín había demostrado una valentía y devoción incansables.
A medida que se acercaban a Alderwick, un inquietante silencio llenaba el aire. Los bosques a ambos lados del camino parecían más oscuros de lo habitual, y la brisa llevaba un hedor que hizo fruncir el ceño a Aribeth.
- Mantened los ojos abiertos y las armas listas. - Ordenó Aribeth a sus compañeros.- El viento arrastra lamento y sufrimiento.
Finalmente, llegaron a la aldea. La visión que los recibió fue espeluznante. Las casas, hechas de piedra y madera, estaban en su mayoría intactas, pero las puertas y ventanas estaban destrozadas. No se veía a ningún aldeano a la vista, pero los signos de violencia eran evidentes: Manchas de sangre en las paredes y en el suelo, muebles rotos y rastros de lucha por todas partes.
- Por los dioses... - Murmuró Eneth, acercándose a una puerta rota y observando los restos de lo que parecía una lucha feroz. - ¿Qué ha sucedido aquí?
La comitiva avanzó cautelosamente por las calles desiertas. Aribeth lideraba y su espada estaba brillando tenuemente con una luz sagrada preparada para todo. Los caballeros se dispersaron para inspeccionar diferentes áreas de la aldea, buscando cualquier señal de vida o pistas sobre lo que había ocurrido.
De repente, uno de los caballeros, Sir Aldric, llamó la atención del grupo. Había encontrado algo en una pequeña plaza. Todos se reunieron a su alrededor y vieron lo que él señalaba: un brazo amputado, parcialmente enterrado en la tierra.
- Esto es... horrible - dijo Eneth, su voz apenas un susurro.
- Esto no es obra de bandidos. - Dijo Aribeth con firmeza. - Hay algo más siniestro en juego.
Decidieron avanzar hacia una de las casas de la aldea, la que solía ser la casa del herrero. La puerta estaba entreabierta, y un oscuro presagio llenaba el aire. Entraron con cautela, el crujido de la madera bajo sus pies resonando en el silencio opresivo.
Dentro de la casa, la escena era aún más perturbadora. Había signos de una lucha desesperada: Muebles volcados, manchas de sangre y rastros de algo que había sido arrastrado por el suelo. Aribeth notó una puerta en el fondo de la sala principal, ligeramente entreabierta.
- Por aquí. - Indicó, avanzando con Eneth a su lado.
Al abrir la puerta, descubrieron una pequeña habitación que parecía ser la cocina. En el centro de la habitación, en el suelo, yacía el cuerpo de un niño. Parecía tener unos diez años, su rostro pálido y sin vida.
- Por la Luz... - Susurró Eneth, sintiendo una profunda tristeza.
Sin embargo, antes de que pudieran reaccionar, el cuerpo del niño comenzó a moverse. Sus ojos se abrieron de golpe, mostrando orbes vacíos y oscuros. Con una velocidad antinatural, se levantó y emitió un gruñido inhumano. Antes de que los paladines pudieran desenvainar sus espadas, el niño se abalanzó sobre ellos con una fuerza descomunal.
El golpe inicial derribó a Sir Aldric, quien quedó inconsciente al impactar contra la pared. Aribeth y Eneth reaccionaron al instante, blandiendo sus armas con precisión y determinación. Sin embargo, el niño no-muerto era sorprendentemente rápido, esquivando sus ataques con agilidad bestial.
- ¡Formación! - Gritó Aribeth, intentando coordinar a los caballeros para un contraataque efectivo.
Pero el niño no les dio tiempo. Con un movimiento rápido, agarró a uno de los caballeros y lo lanzó a través de la habitación. Aribeth logró finalmente asestar un golpe con su espada, imbuyéndola con energía divina, pero la criatura solo retrocedió ligeramente, soltando un chillido aterrador.
- Esto no es un simple no-muerto. - Dijo Eneth, esquivando por poco otro ataque. - Hay una maldición poderosa en juego aquí.
Unidos por su vínculo y entrenamiento, Aribeth y Eneth sincronizaron sus movimientos. Mientras Aribeth bloqueaba los ataques de la criatura, Eneth preparaba un hechizo sagrado. Con una oración ferviente a Tyr, lanzó una onda de energía luminosa que impactó directamente en el niño no-muerto.
El grito de la criatura resonó en toda la aldea. La energía sagrada lo debilitó, permitiendo que Aribeth asestara el golpe final, separando su cabeza del cuerpo con un corte preciso. El niño cayó al suelo, finalmente inerte.
- ¿Estás bien? - Preguntó Aribeth, ayudando a Eneth a ponerse de pie.
- Sí, gracias... - Respondió Eneth, respirando con dificultad. - Pero esto no ha terminado. Si esta criatura estaba aquí, puede haber más.
- Debemos investigar más a fondo y descubrir el origen de esta maldición. - dijo Aribeth.
El grupo de caballeros estaba aún recuperándose de la intensa batalla con el no-muerto cuando notaron que uno de los suyos, Sir Aldric, estaba gravemente herido. Durante el enfrentamiento, el niño había logrado desgarrarle profundamente en el costado antes de ser derrotado. El corte era profundo, atravesaba la armadura y sangraba abundantemente, además de emanar un extraño resplandor oscuro, indicio de una posible infección.
Aribeth se apresuró a su lado:
- Tenemos que llevarlo de vuelta a Neverwinter de inmediato. - Dijo, tomando una rápida decisión. - Si esta herida está maldita, necesitará la atención de los mejores clérigos y sanadores.
Eneth, que había estado observando con creciente ansiedad, asintió rápidamente. Ella y otro caballero, ayudaron a levantar a Sir Aldric con cuidado. La respiración del caballero era irregular, y su piel empezaba a adquirir un tono pálido y sudoroso.
- No te preocupes, Aldric, te llevaremos a salvo. - Le dijo Eneth con voz tranquilizadora, aunque su propia preocupación era evidente.
Con la urgencia apremiando, el grupo comenzó el viaje de regreso a Neverwinter. El camino de vuelta parecía aún más sombrío y peligroso, pero Aribeth mantenía una vigilancia constante, su mente dividida entre la preocupación por su herido compañero y la inquietud sobre lo que habían dejado atrás en Alderwick.
El trayecto fue arduo, y cada minuto parecía una eternidad. Los caballeros avanzaban a paso rápido, casi corriendo, sin detenerse más que lo necesario para ajustar las vendas de Sir Aldric y asegurarse de que seguía consciente.
Finalmente, las puertas de Neverwinter aparecieron a la vista, y la comitiva aceleró el paso. Los guardias, al ver la urgencia en sus rostros, abrieron rápidamente las puertas y les permitieron pasar sin demora. La noticia del estado crítico de Sir Aldric se extendió rápidamente, y pronto un grupo de clérigos y sanadores se reunió para recibirlos.
- Llevadlo al Templo de Lathander. - Ordenó Aribeth, dirigiendo a los clérigos. - Este hombre ha sido herido por una criatura maldita. Necesita los mejores cuidados que podamos ofrecer.
Los clérigos fueron reticentes a llevarlo a aquel templo. No era ningún secreto de que la elfa Medlië, su líder, no era de agrado del resto del clero y los nobles. La dura mirada de Lady Aribeth les hizo recapacitar en sus pensamientos y asintieron finalmente. Con movimientos eficientes, llevaron a Sir Aldric al Templo de Lathander. Aribeth y Eneth los siguieron de cerca, observando con preocupación cómo los clérigos comenzaban a trabajar inmediatamente, limpiando la herida y canalizando energías sagradas para contrarrestar cualquier maldición.
- ¿Podrá sobrevivir?- Preguntó Eneth, su voz temblando ligeramente mientras observaba a los clérigos.
- Haremos todo lo posible. - Respondió uno de los clérigos, sin apartar la vista de su trabajo. - La bendición de Tyr está con nosotros.
Las horas parecieron pasar como minutos. Aribeth y Eneth esperaron fuera de la sala de curación, sus corazones pesados con la incertidumbre. Finalmente, el líder de los clérigos salió, su rostro cansado, pero mostrando un atisbo de esperanza.
- Hemos logrado estabilizarlo. La herida estaba profundamente corrompida, pero creemos que sobrevivirá. Necesitará tiempo para recuperarse, pero sus posibilidades de supervivencia son buenas.
Mientras Aribeth y Eneth absorbían la noticia del clérigo sobre la recuperación de Sir Aldric, un estruendo ensordecedor resonó en el templo, seguido por los gritos desesperados de varias personas. Sin perder un segundo, Aribeth y Eneth desenvainaron sus espadas y se precipitaron hacia el origen del caos, con el clérigo y otros caballeros pisándoles los talones.
Al entrar en la sala principal del templo, la escena que encontraron fue horrorosa. En el centro de la sala, Medlië, la líder del templo, sostenía una espada ensangrentada, y a sus pies yacía el cuerpo decapitado de Sir Aldric. La expresión de Medlië era frenética, sus ojos desorbitados y su respiración entrecortada.
- ¡Medlië! ¿Qué has hecho? - Gritó Aribeth, acercándose cautelosamente.
Medlië levantó la vista, y sus ojos mostraron una mezcla de desesperación y furia.
- ¡Habéis traído el mal a nuestra ciudad! - Vociferó. - ¡Debemos purgarlo antes de que sea demasiado tarde!
Antes de que pudiera moverse, los caballeros se abalanzaron sobre ella, desarmándola y sujetándola con fuerza. Medlië luchó y gritó, su voz llena de pánico y angustia.
- ¡No entendéis! ¡He visto la corrupción en sus ojos! ¡Nos destruirá a todos si no actuamos! ¡La herejía se apoderará de las calles!
- ¡Calmaos! - Ordenó Eneth, tratando de mantener la situación bajo control. - Llevadla presa, pero con cuidado. Sigue siendo la Suma Sacerdotisa de Neverwinter.
Los caballeros arrastraron a Medlië fuera de la sala de forma ruda ajenos a los consejos de Eneth, mientras ella seguía gritando y maldiciendo. Aribeth se arrodilló junto al cuerpo de Sir Aldric, sus ojos llenos de dolor. Eneth la acompañó, murmurando una oración por el alma del valiente caballero caído.
- Esto es una pesadilla. - Dijo Eneth, con la voz cargada de tristeza. - Primero Alderwick, y ahora esto.
- Debemos averiguar qué está ocurriendo. - Respondió Aribeth. - Medlië puede haber actuado precipitadamente, pero si hay alguna verdad en sus palabras, necesitamos saberlo.
Mientras escoltaban a Medlië a una celda, dos caballeros quedaron rezagados en la puerta del templo. Uno de ellos, Sir Barret, miró con preocupación una pequeña herida en el brazo de su compañero, Sir Aydan.
- Esa herida… - Dijo Sir Barret, señalando el corte. - Aunque sea solo un rasguño, deberías dejar que te la revisen. No quiero aguantar a un novato en la guardia de mañana.
Aydan sacudió la cabeza, restándole importancia.
- No es nada, Barret. Apenas me ha rozado. No pierdas el tiempo preocupándote por mí.
- Aun así… —insistió Barret. — Deberías cuidarte un poco mejor, entre lo que bebes y los lupanares que frecuentas vete a saber que hay dentro de tu cuerpo…
Aydan soltó una carcajada, intentando aliviar la tensión.
- Eres peor que mi madre. Vamos, volvamos a nuestros puestos.