«Mi abuela siempre sabe cuándo va a llover», cuento de José de Jesús Camacho Medina, publicado en 2024.
La historia es un emotivo homenaje a la figura de una abuela, retratada como un ser lleno de sabiduría, ternura y conexión con la naturaleza.
El relato es una historia que invita a la reflexión sobre la importancia de la memoria, el amor familiar y la trascendencia de quienes nos guían con su sabiduría.
Mi abuela tiene ochenta y ocho años. Ella siempre sabe cuándo va a llover. Es curioso y hasta mágico escucharle decir: “Familia, ¡hoy llueve!”, y luego ver que su profecía se convierte en una innegable verdad.
Una vez se me ocurrió preguntarle sobre su virtud, sobre el don que tiene de predecir la lluvia. La respuesta me dejó totalmente sorprendido. Con su voz de seda, me dijo: “Cada vez que me duele la rodilla, es porque va a llover”.
Desconozco cuánta ciencia haya en su afirmación plagada de ternura; sin embargo, le tengo un profundo respeto a sus creencias, así como al brillo de sus ojos, que siempre han sido para mí un caudal de agua dulce en la sed de este desierto. A menudo me acerco a ella y plasmo cada vivencia en un viejo diario. Quizás en el futuro necesite de las alas que emergen de cada una de sus palabras.
El otro día, la abuela me mostró la poesía que se esconde entre las buganvilias, los cóleos y la mejorana. Su eterno amor por las plantas es un poema que se escribe a sí mismo y que resuena en la ciudad donde vivimos. Es el único viento capaz de agrietar los corazones más petrificados y derrotar las densas dunas de la indiferencia.
En sus manos, llenas de arrugas con puntos oscuros, veo constelaciones de luciérnagas que me muestran la virtud del tomillo y la sonrisa del geranio. Y en el arroyo de la paciencia, siempre me es posible constatar los tersos campos de la sabiduría que emana de sus años.
El patio de la casa de mi abuela siempre ha sido un santuario de vida, un caparazón contra la hostilidad que puede ofrecer el mundo. Probablemente sea el cielo más creíble. En mi familia, nadie pone en tela de juicio que mi abuela es como la luna llena: es el ser que más brilla en nuestras noches y cuya luz logra guarecernos de las inclemencias que despliega la penuria.
Los ojos de mi abuela siempre han sido un mapa, fuego inabarcable. A ella siempre le he visto tejer trozos de sol con la guitarra de sus pasos y precipitar el pan entre postales de esfuerzo. De sus labios, siempre emigraron misiles contra la incertidumbre y fábricas de fe. Sus consejos han sido pájaros que acarrean el aliento de Dios, sapiencia infinita que resuena en lo más hondo.
Dicen mis padres y mis tíos que nadie ha sabido transmutar la espina como mi abuela. Me consta ese terciopelo, ese prado imperecedero donde se multiplican las historias y los dioses, ese bosque de pétalos donde se diluyen los vacíos y se alinean los rayos.
Ayer, mi abuela partió al otro mundo. Ya no le va a doler su rodilla. Me queda el consuelo de que, en mi diario, de alguna manera logré capturar su canto. Mi abuela ya descansa en paz.
A partir de hoy, jamás sabremos cuándo volverá a llover, pero no hace falta. Ya no es necesario. Su ausencia ha instalado muy dentro de nosotros una lluvia que se presume eterna.
JOSÉ DE JESÚS CAMACHO MEDINA