Podemos: un partido de viejo tipo.

“Ya me gustaría descargarme de responsabilidad. Pero tres secretarios generales no le ganan las elecciones a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez; y uno, sí”

Pablo Iglesias en la asamblea de Podemos

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Seguramente que pocas personas deben de haber intuido que las sinceras expectativas depositadas en el conglomerado de reciente constitución, se desmoronarían como un castillo de naipes en un tiempo récord; que el desprendimiento de cuanto de novedoso pudo encontrarse en sus inicios, fuese a tener un carácter tan vertiginoso.

Porque aunque parezca natural que en cada oportunidad se presente con nuevos bríos la tradicional e irresuelta disputa entre modalidades de organización y puesta en práctica de los propósitos que se buscan asumir de manera colectiva, ¿por qué no habría de creerse que la experiencia recogida fundamentalmente en los últimos 20 o 30 años y a la luz de una situación global potencialmente catastrófica, obraría como sosiego, capaz de atemperar las “certidumbres” históricas?

Después de todo, si las diferentes tradiciones políticas e ideológicas tienen algún valor, deberían de poseerlo, en cuanto a construcción de nuevos instrumentos y renovados ensayos de convivencia política, los aspectos más controvertidos de las mismas por sobre todas las cosas, de manera de operar como testigo y llamado a la rectificación de las conductas. Desdichadamente y por enésima vez, se vuelve a los senderos conocidos.

Es cierto que si se observa y juzga con ecuanimidad los antecedentes, comportamientos y los gestos políticos de los principales actores en el breve período de tiempo transcurrido, la responsabilidad en el sentido anotado de que ello no sucediese recae, fundamentalmente, en el equipo promotor “Claro que Podemos”: desde sus primeros pasos y al margen de la dosis de esforzada paciencia que muchos nos impusimos (¡implacablemente contrariada en 48 horas!), queda completamente claro que la estrategia de constitución de un partido de "viejo tipo" estaba en su agenda, siendo impulsada sin vacilaciones de ningún tipo y al margen de cualquier otra consideración.

Sin embargo, lo que resulta obligado constatar (y posiblemente brinde una explicación más verosímil, aunque también menos estimulante), es la relación de espejos entre el futuro “líder” y los “liderados”, pues un partido, conviene no olvidarlo, así como cualquier otra organización social y política, es una emanación de la propia sociedad. Y si tal sociedad no se concibe a sí misma sin liderazgos fuertes y claros (y por lo visto ni siquiera en sus segmentos políticamente más avanzados sucede otra cosa), los que aspiran tan sólo a su representación, se moverán y hasta alimentarán dicha lógica.

En ello se sustenta y encuentra explicación, a mi juicio, la increíble reflexión de Iglesias acerca del “renunciamiento” personal al que se sometería (¡invocado para sí mismo, pero también para los demás y como obligatorio!), y aceptada patéticamente por Pablo Echenique (“nadie discute el liderazgo de Iglesias”), en la medida en que sus propuestas no encontrasen el respaldo mayoritario debido.

En este cuadro y a partir de la estrategia reseñada, la búsqueda de la “centralidad política” no puede dejar de estar en sintonía con el sentimiento mayoritario y los anhelos de la sociedad de que se trate. Aunque tal cosmovisión sea política, económica y ecológicamente insostenible.

Para aquellos que predicamos un punto de vista radical respecto a la ausencia de alternativas en el marco de las relaciones sociales de producción existentes (sintetizado en el manifiesto “Última Llamada” de manera brillante), las cosas no pueden ir peor.

Mientras la “sociedad del espectáculo” se aproxima de manera irremediable a su paroxismo, las mayorías, de las que fue borrado todo sentimiento de solidaridad genuina y en buena medida con su propio consentimiento, no ven más allá de la reconquista de su nivel de consumo recientemente escatimado.

Creer que pueden ser inducidas a abrazar un nuevo ideal, fruto de un despertar que les devuelva la sensatez perdida, es una vana ilusión. Por el contrario, se insistirá en caminos trillados y se estigmatizara toda opinión que no repare en los “verdaderos culpables” del torcido rumbo de los acontecimientos.

Luchar con mayor ahínco en tiempos de adversidad, como proponía Marvin Harris en su maravilloso trabajo “Caníbales y Reyes”, puede presentarse como la única alternativa. Imperativo ético y moral que, sin embargo, a la vez que posee el inmenso valor de la correspondencia con una conciencia limpia y recta, no deja de mostrarnos su impotencia.

(2014)