Maldito Rodolfo Alonso

Dones para donar

Te doy lo que me dieron:

aquel sagrado olor

a la tierra mojada,

y esa voz que es el viento

entre las ramas altas.

 

Devuelvo lo que tuve:

los árboles hermanos,

las flores que modula

la niebla, el grillo, el pájaro

cantando en la garúa.

 

Ni herencia, ni legado.

Sólo pasión y tiempo.

La intensa vida, el aire,

la mañana radiante

y cielos en los ojos.

 

No nos llevamos nada.

¿Es que lo merecimos?

La llama del instante,

colores en el sol,

el crepúsculo juntos.

 

El fuego de la hoguera

donde vamos ardiendo.

 

¿Y veo lo que me ve?

En el momento justo,

el liso resplandor

del neto mediodía

sobre una mesa blanca

 

y frutas entonadas

como parientes próximos:

la luz, la gama, el iris,

limones con bananas

y la manzana verde.

 

En la lluvia cabemos,

instantáneos, de pronto,

íntimos y gregarios,

cercanos y distantes.

La lluvia es nuestro templo.

 

La canción evidente,

la palabra encarnada,

lo que llegó de afuera

porque sonaba dentro.

¿O es que no somos, lengua?

 

Y el fuego de la especie,

horizonte y pasado.