Calvo, obeso, majestuoso, con sus modales llenos de unción, el barredor de la Agencia me da siempre la impresión de un obispo que, a raíz de alguna injusticia, ha sido despojado de sus vestiduras sagradas. Cuando lo veo recorrer en overol los pasillos, con su aire recogido,sonriente y benévolo, imagino lo bien que se le vería celebrando una misa o presidiendo una ceremonia de canonización. Habla solo, saluda obsequiosamente a todo el mundo, es un pacífico demente. Fue un redactor que, atacado de locura erótica, trató hace muchos años de violar a una secretaria en un ascensor. No lo echaron de la oficina, pero cuando salió de la casa de reposo, desmemoriado y aparentemente feliz, lo rebajaron al cargo de barrendero.