Soledad y miedo. Hermosas palabras. Persona, ojos, boca, nariz. Palabras que provocan miedo. Palabras que provocan soledad. Hasta aquí llega la catástrofe.
Siglas, acrónimos, nuevas siglas y acrónimos, que usurpan el lugar de las palabras en aplicación de la economía del lenguaje y se convierten en los grandes vocablos de la actualidad. La palabra COVID19 es el miedo. La palabra gripe no era el miedo. Todo lo que no sabían los médicos antes de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, palabra que no provoca miedo y que no es COVID19, todo lo que sabían de la diarrea, la fiebre, el malestar general, el dolor y muchos otros síntomas es que el paciente tenía un virus. Eso es un virus, se decía todos los días, un virus, palabra que no provoca miedo. HCoV-NL63, HCoV-229E, HCoV-OC43 y HKU1, palabras acrónimas que dejan indiferente, porque no se encuentran en la transmisión masiva de la comunicación enlatada, palabras que no se conocen, aunque sean coronavirus que afectan a los humanos. SARS-CoV y MERS-CoV, palabras que no provocan miedo y que tampoco se conocen, y que también son coronavirus que afectan a los humanos. Repeticiones de palabras sin sentido en los escritos de la ciencia. COVID19, palabra con sentido. Palabra de la muerte que ha superado al cáncer, al sida, al alzheimer, al suicidio...
Y vivíamos con virus estomacales y con virus respiratorios, vivíamos con herpes, que son virus, que no provocan miedo, ni te sumergen en la soledad. Y vivíamos. Y moríamos.
Miedo y soledad. Ahora recibo impactos de muerte, ahora vivo rodeado de miedo y soledad, con el aire cargado de ansiedad y verborrea. Escucho que es mejor no vivir por miedo a morir. Y que tengamos cuidado con vivir porque podemos morir. Y me viene, cómo no, Santa Teresa a la mente. Pero también me viene a la mente el fraude del sistema universitario, miles de licenciadas y licenciados que no se informan de nada y que saben mucho de miedo y de COVID19. Y no saben del sistema inmune. Y no saben de los venenos que comen y respiran cada día. Y no saben nada de ondas electromagnéticas, pero sí saben vigilar y tener miedo, y no cuestionan la comunicación masiva y enlatada.
Persona, ojos, boca, nariz. Por aquí parece que viene la muerte. Y los ojos están solos, hartos de escuchar hablar de tanta mascarilla para ellas y viendo cómo los dejan solos a ellos, siendo también igual de válidos para asimilar las proteínas víricas. Los ojos nos miramos unos a otros, sin protección, sin entender por qué la mascarilla sí y los ojos no. Pero en el fondo los ojos se saben afortunados por estar libres.
La boca, la nariz y las personas nos vigilamos. La muerte nos vigila. La vida ya no importa, ahora hay que no vivir por miedo a morir. Y estamos solos, como un señor antiguo, que no comprende que su deseo de amar no es amar a pulmón abierto y se siente culpable.
Los alimentos no contaminados y el sistema inmunológico estamos solos. Ya no importamos. La palabra vacuna es Dios. Las iglesias permanecen cerradas a la espera de Dios. Dios está por venir y la OMS, un mantra, es su profeta. Nosotros somos herejes, para que la Inquisición nos prenda su fuego alimentado por la ignorancia y la verdad absoluta. La sangría era y es incontestable. El saber sigue siendo una bruja.
¿En qué quiero transformarme? Quiero transformarme en palabra y vivir fugitiva de los medios de comunicación masivos. Tener sentido siendo significante, pero también significado, y no prostituir mi significante a cambio de un sentido falso; y no dejar que nos separen, igual que no se puede separar el pasado del presente y del futuro. Ni se puede separar la naturaleza de la verdad, ni la muerte de la vida. Y tampoco se puede separar el saber ancestral de las plantas de lo que somos. Porque no somos sin plantas, no éramos sin oxígeno, no éramos sin hidrógeno y no éramos sin electricidad.
Transformandome en palabra no me siento tan solo y no me da miedo el miedo de los que no se informan y consumen significantes como papel higiénico porque están cagados de miedo (un virus, seguramente).
La palabra no tiene sitio en la comunicación masiva (la prostitución del significante), pero yo no quiero estar ahí, en los mensajes rápidos de las redes sociales, aunque sea tan adicto como la mayoría. La palabra necesita tiempo y yo sí quiero tiempo, aunque sienta que el tiempo me corta el pecho como un cuchillo afilado.
Palabra y tiempo. Miedo y soledad. La lucha está servida y mi arma es la transformación.
Málaga, 2020,