El tiempo de los gigantes no se ha terminado, pues vendrán otros. No obstante, yacen agonizando en un campo de batalla lleno de flores. Su letanía final, su despedida, son los titulares del miedo. La inscripción de la huella sonora de la que nos hablaba Ferdinand de Saussure, que a fuerza de repetirla y aislarla es despojada del significado. Máster en Marketing y Comunicación.
Mientras exista el tiempo habrá resistencia y algunos somos testarudos. No comulgamos con ruedas de molino. No tenemos miedo. Tenemos memoria. Tenemos oídos. También sabemos leer.
No ha habido demolición. Han caído suavemente atacados por algo que no se ve. No lo comprenden. Se derrumban por dentro y luego sus cuerpos pierden el vigor y caen. Tratan de patalear, pero no pueden. Sus caras de éxito se han deformado y se han vuelto violáceas. Sus labios débiles emiten una vocecilla, que es expandida por el eco. Los titulares del miedo. Luego, piden que les suban la radio, que está sonando su canción.
Como no veían bien y no oían bien, pensaban que todos éramos gigantes, como ellos. Aunque también la mayoría de nosotros pensaba que éramos gigantes, como ellos. Y llega la muerte en forma de partículas invisibles, como si para ellos nunca hubiera existido la muerte, y con sus pequeñas guadañas hacen ZIG ZAG y van cortando la vida de fantasía del siglo XXI. Esas partículas devoran el miedo y la ignorancia, por eso se necesita incrementar el miedo y la ignorancia, para que no les falte alimento.
Prefiero morir de dignidad. Prefiero vivir mirando aquello que sé que es caduco. Mientras quienes aún se creen gigantes están pendientes del contagio y no del amor, las partículas de la realidad se dan un banquete histórico. Van con una media sonrisa, quizá, fruto de la ironía. Van con una mirada de satisfacción porque ha llegado la hora de la venganza. El castigo.
Los gigantes siguen agonizando y dicen que van a parar el virus, como si solo existiera un virus. Son pedazos enormes de ignorancia en descomposición. Se sacan su mascarilla del bolsillo e intentan ponérsela. Los trillones de trillones, etc., de virus de todas las familias hacen resonar sus carcajadas en un megabotellón clandestino celebrado en una célula cualquiera donde alguna bacteria clandestina se ha colado.
Otros gigantes llegarán para recoger su eco y que siga funcionando la industria del miedo, para preservar los ideales de vida eterna, juventud dorada, velocidad con control, vacaciones de ensueño, cosmética, salud y belleza, crujientes patatas, sabroso queso derretido y salsa barbacoa, mucho glutamato, dientes blancos, suavidad perfumada, series que no podrás dejar de ver, temporadas completas, partidos del siglo, control de calidad, educación bilingüe, educación de alto rendimiento, educación superTIC, arena dorada y fina, aguas cristalinas, la chispa de la vida… y todo eso.
Sin embargo, las partículas de la vida y de la muerte seguirán ahí, conformando manchas de petróleo junto a las aves majestuosas con sus patas manchadas que despliegan sus alas, cúmulos de CO2 envolviendo a niños curiosos y juguetones, millones de votantes deseando que ganen quienes viven en el mundo de los gigantes y que les robaron, les engañaron y les volverán a legislar en contra, con lo que ellos podrán seguir sufriendo. Porque se trata de sufrir, enormes cantidades de sufrimiento, para poder pensar en el agua cristalina y sin olas o en una palmera gigante de chocolate: aspirar a la vida eterna, la vida de los gigantes.
Málaga, 2020,