En la foto Fodrini en una de sus primeras exposiciones en 1982 Evans Fodrini
Evans Fodrini es un pintor no sólo por su escuela ( la herencia de Torres García a través del Taller de Maldonado y Manolo Lima) sino desde sí mismo. A quien lo trata personalmente no se le puede escapar que la pintura es un elemento inexcusable hasta de su forma de ser.
Tal vez allí radique la razón por la que Fodrini logra que sus obras tengan un puro lenguaje plástico, sin mixturas no mestisaje.
Por otra parte está el valor artístico de cada obra. En ese análisis encontramos a Fodrini con vario años de pintura (pese a su juventud) con muchas búsquedas concretadas, con una enormidad de ensayos y experiencias concluidos, de los que sale el pintor que, si bien se supera y progresa, indudablemente hace mucho que ya está.
EL COLOR
Fodrini es un magistral artífice del tono. Su obra comieza desde un color maestro, una directriz, desde la que comenzarán a fluir los ritmos y las armonías de la obra. El artista no se aparta ni un átomo de la exactitud de las correspondencias. La luz aparece como un signo de totalidad, se diluye en esfuminos, se contrae para ser exacta referencia de también exacta sombra, y aún se torna en borrón de deslumbramiento donde el pintor quiere que sólo quede iluminada una ausencia. La paleta baja pero capaz de afrontar riesgos, que maneja Fodrini, favorece, por otra parte la intimación del espectador con lo que se propone.
LA FORMA
Un diseño correcto pero jamás exquisito, sin sobrecargas, sin alarde pero sin fruslerías de comics o de plumistas, cumple el perfecto papel de continente del mensaje plástico. Es la coma, el guión, el interlineado de su puro lenguaje. Pero es además el resultado primario de ese ademán que el mundo le hace al pintor: la motivación del hecho cotidiano y por ende univesal. Por eso en Fodrini la forma se sustenta con lo imprescindible, una magnífica síntesis, que jamás se transforma en esquematización displicente; ella contiene lo esencial, un poco de luz de todos los días que no tenemos tiempo de ver, hasta que el arte nos suprime por unos instantes la prisa; una sonrisa del alma de un objeto casi sin importancia, un mucho de lenguaje primordial, el universalismo y sutil y antiquísimo de las grutas de Altamira y más allá.