DISCULPEN LAS MOLESTIAS ESTAMOS CONTRUYENDO LA PAGINA
1ERA VERSION SE PASO POR IA
Nací en Maldonado en 1960, en el seno de una familia humilde pero con un espíritu emprendedor. Por aquel entonces, vivían en una casa que alquilaban a un señor que era técnico de radio, y televisores. Él tenía dos hijos: un varón y una niña, quienes fueron mis amigos y también parte del grupo de mis amistades mientras viví en ese lugar, muy cerca de la playa. A mediados de los años 60, cuando apenas tenía un año, mis padres decidieron abrir su primer negocio: un pequeño almacén en la zona. Pasé gran parte de mi infancia hasta los 8 años en ese lugar. Poco después, mi padre, con el deseo de progresar y generar un mejor ingreso para la familia, junto a su cuñado (quien estaba casado con una de sus hermanas), decidió abrir una cafetería en la ciudad de Rocha. Esto me permitió pasar parte de mi infancia entre Maldonado y Rocha.
Infancia
En esa zona, en la parada 19 cerca de la costa, transcurrió mi infancia. La cercanía a la costa y un barrio rodeado de árboles y dunas me permitieron tener una infancia en la que mis diversiones y juegos se desarrollaban en contacto con la naturaleza. Jugaba en los árboles que rodeaban mi casa, en una época en que el barrio era casi todo bosque. Mi casa estaba en medio de un terreno rodeado de árboles .
Para mí, todo eso era un gran disfrute, ya que me permitía estar en contacto con la naturaleza y jugar mucho con mi imaginación siendo un niño. Ahí comienzan mis descubrimientos. Estos descubrimientos, indudablemente, comenzaron cuando tenía 5 años. Como todo niño a esa edad, ya empezaba a tener una pequeña cuota de independencia en mis movimientos, y en el entorno en el que vivía, todo eso me deslumbraba. Desde que nací, mi niñez transcurrió con una vida normal dentro de lo que era la infancia.
Como narraba al inicio, mi madre dirigía ese pequeño comercio que habían montado en 1961, y mi casa estaba a escasas dos cuadras de ese local comercial durante mis primeros años de vida. Yo estaba a cargo de una señora mayor muy entrañable, que era como mi abuela. El barrio estaba habitado por personas modestas y trabajadoras que eran mis vecinos. Los hijos de estos vecinos, que compartían la misma cuadra donde vivíamos, se convirtieron en mis amigos, lo que dio lugar a una gran amistad. También estaba en mi círculo de amigos la hija de los propietarios que le alquilaban un local a mi madre; ella, de alguna manera, era como si fuera mi hermana, ya que yo soy hijo único. Con ella mantuve una amistad entrañable durante muchos años, hasta que la vida, llevándonos por diferentes caminos, nos fue separando y cada uno tomó rumbos distintos.
A la edad de 4 años llegó el momento en que mi madre me inscribió uno de los colegios privados de Maldonado para comenzar mis estudios primarios el ” Virgen del Santander. A ese colegio asistí durante cuatro años, empezando en Jardinera y cursando hasta segundo año. De él tengo mis mayores recuerdos: ir a un colegio católico atendido por monjas, donde mis maestras también eran monjas y la directora, y recuerdo que era todo muy agradable para mí, una vez que me adapté a lo que era algo desconocido: ir a un lugar que no es la casa de uno y donde hay muchos niños y determinadas exigencias. 1969, año en el que mi familia decidió mudarse de casa y pasar a vivir a una zona un poco más alejada de la costa, en un barrio más urbano y no tan turístico como el anterior. Allí me matriculé en la Escuela Número 7, una escuela que tenía una característica muy interesante: en su patio había un molino de viento. Esto me llamaba mucho la atención y me hacía recordar los viejos cuentos, los dibujos animados de época, el Quijote y el cine. En ese barrio que cobijó mi infancia, tuve el privilegio de sumergirme en la naturaleza y la cercanía con la playa me brindaba momentos únicos. La vista de los pescadores artesanales empujando sus botes hacia las olas me llenaba de asombro, inspirándome a soñar con navíos majestuosos y aventuras marítimas.
Los pinos del lugar, con su corteza dócil y amigable al tacto, eran el material perfecto para dar vida a mis juguetes hechos a mano. En ese entorno natural, mis juegos y pasatiempos florecían, alimentados por la creatividad y el ingenio. No solo atesoraba los juguetes que mis padres me obsequiaban, sino que también daba forma a mis propias creaciones: barcos y aviones que nacían de mis manos, impulsados por una pasión incipiente por la ingeniería. Aun después de mudarnos, esa chispa creativa permaneció intacta. Continué ensamblando mis modelos de barcos y aviones, sintiendo una conexión inquebrantable con el cielo y sus máquinas voladoras. Cada motor que resonaba en las alturas era un llamado a mi imaginación, invitándome a explorar mundos más allá del horizonte visible. En 1971, mis padres tomaron la decisión de comprar un apartamento en el barrio Rivera. Este apartamento se encontraba en un entorno hermoso y muy agradable. La llegada al apartamento, fue un poco difícil para mí en el sentido de que yo acostumbrado a mi infancia entre medio de árboles y de patios y en la casa anterior que también tenía un patio muy grande y eso me hace me hacía sentir una gran libertad para la edad que yo tenía. Y el apartamento significó un contraste muy importante para mí como niño de vivir en esa libertad a vivir en un lugar donde los espacios están limitados porque es un segundo piso no había patios lo único que tenía era balcones y una azotea pero no habían árboles no había pasto salvo los que estaban en la vereda. Igual de todos modos con el tiempo me hice muy amigo de los hijos de nuestros vecinos y eso me hizo bastante más amena mi infancia en esos momentos en el apartamento. Adolescencia Por aquel entonces, mi inclinación por el arte se acentuaba aún más; comenzaba a sentir la necesidad de que alguien me enseñara a dibujar o pintar, o simplemente me guiara y orientara. No sabía muy bien hacia dónde dirigirme, lo cual era propio de mi edad, ya que en ese momento contaba con apenas 11 años. A pesar de ello, mi madre siempre que podía me llevaba a exposiciones que se realizaban aquí en Maldonado, o en Punta del Este, siendo esta última mayoritariamente el destino, debido a su condición de zona turística donde se llevaban a cabo numerosas actividades culturales. En particular, un lugar icónico para Punta del Este era la Liga de Fomento, donde funcionaba una comisión conocida como el Centro de Artes y Letras, dirigida por un grupo de personas cultas de la zona. Esta institución dotaba de dinamismo al ámbito cultural y artístico, y gracias a mi madre, tenía la oportunidad de acercarme a ese mundo. Allí se celebraban conciertos, presentaciones de libros y exposiciones de pintura, lo que contribuyó significativamente a reforzar mi vocación por la pintura y el mundo del arte. Sin embargo, en 1969, a pesar de mi inclinación por la pintura y hacia el arte, comencé a tomar cursos de música, centrándome mayoritariamente en el estudio de la guitarra. Desde muy pequeño había sentido atracción por la música, influido también por mi madre. Asistíamos a conciertos que se realizaban en la Catedral de Maldonado, ofrecidos por la Orquesta Sinfónica del S.O.D.R.E. Desde entonces, aprendí a apreciar la música clásica, aunque al principio me costaba entender de qué se trataba, pues a veces la encontraba aburrida y me dormía. No obstante, quizás la dificultad radicaba en la falta de comodidad en los conciertos, ya que en ocasiones nos veíamos obligados a permanecer de pie o sentados en el suelo debido a la gran cantidad de gente. A pesar de que, a esa edad, eso no debería ser un problema, me sentía abrumado por la multitud y, por ende, no podía ver hacia el frente donde se encontraban los músicos. La llegada al taller y el comienzo de mi historia como pintor El entorno familiar ha contribuido desde muy temprana edad a fomentar en mí esta inquietud. Mi tía materna era ceramista, a quien disfrutaba visitar los domingos, y ahí descubrí el mundo de la creación a través de sus manos modelando el barro. Quedaba maravillado al verla trabajar con el barro y darle formas. En una de esas visitas, descubrí en un rincón del taller unas revistas de arte griego que contenían imágenes de la cerámica de esta cultura. Quedé maravillado al ver los dibujos, sintiendo deseos de dibujar como ellos. Además, tenía acceso a la biblioteca de mi tía, quien era maestra, y allí estaban los grandes maestros. En lugar de jugar con mis primos, pasaba mi tiempo entre libros mirando el trabajo de Picasso y otros artistas. Esta combinación de experiencias contribuyó a que comenzara a expresarme a través de las artes plásticas. En el año 1971, me matriculé en la Escuela Internacional de Continental School, donde estudiaba por correspondencia mientras trabajaba para acercarme al periodo cubista de Picasso.
La época del liceo
En 1974, ingresé al Liceo, donde tuve la suerte de contar con una profesora de dibujo que fue un referente muy importante para mí. Ella me vinculó al taller Maldonado. Tuve la oportunidad de conocer a Manuel Lima ese mismo año, y mi vocación estaba muy arraigada en ese momento. Durante muchos años antes de encontrar a Lima, estuve buscando a alguien que me guiara y me enseñara lo que yo estaba haciendo en el dibujo, que corrigiera mis errores y me orientara. Fue entonces, cuando llegué a conocer al Maestro, gracias a esta profesora del Liceo, a quien le comenté que me gustaría que viera mis dibujos. Ella me respondió: "Yo no soy pintora. Lo máximo que puedo hacer es recomendarte a alguien que te guiará en el mundo de la pintura, que es Manolo Lima". En 1975, comencé mi aventura en el mundo del arte. Por lo tanto, mi vida como pintor comenzó un 27 de febrero de ese año, cuando ingresé al taller Maldonado que dirigía Manolo, y a partir de ahí comienza mi historia. En primer lugar, no estaba ingresando a cualquier taller, sino al taller de un pintor que salió del taller Torres García, con la importancia que tiene Torres García a nivel universal. Además, tenía la oportunidad de conocer a Manolo Lima como pintor y como ser humano, una persona muy solidaria, con un concepto de vida y una escala de valores muy profundos.
El encuentro con Manolo
En noviembre de 1974 es cuando lo conocí en una muestra del taller Maldonado que dirigió, para mi asombro, no tenía ni idea de la importancia que tendría en mi vida. Tal vez, en ese primer encuentro, aprendí la primera lección: su humildad al conversar conmigo en ese momento en que le hacía las preguntas correspondientes sobre cómo asistir al taller. Su respuesta a una de mis primeras preguntas, que eran las esenciales: ¿Qué días podía ir y cuánto me costaría?, fue rotunda: de una forma muy cortés y amable me respondió "El taller no cobra y el tiempo lo dispones tú". Con esas pocas palabras, me dejó la certeza de que iba al lugar acertado, ya que lo que yo veía en la exposición se alineaba con lo que mi espíritu me dictaba, pero yo todavía no me percataba de la dimensión del ser humano con el que iba a aprender a pintar. Al llegar al taller, ahí empecé a descubrir la persona que era mi maestro.
La llegada al taller
Cuando llegué al taller que quedaba en pinares, un pinar muy distinto al de hoy, en ese momento solo algunas casas y rodeado de montes y un pequeño camino que conducía a su casa taller. Cuando llegué, golpeé la puerta de esa casa que ya me impresionaba por la magia que transmitía el entorno. Me atendió Manolo de una forma muy sencilla y cálida, una actitud en la que trasuntaba el sentido de bondad, sencillez y humildad. Me hizo pasar a su taller y para mí ya la impresión quedé deslumbrado con lo que veía y cómo me sentía. Hay que entender que para ese momento yo contaba con 15 años recién cumplidos. De una manera muy sencilla, me explicó y me dio las herramientas esenciales para poder pintar ese primer día. Compartió su material: pinceles, cartones y colores. Ahí me dijo: "Bueno, gurí, aquí tienes una paleta, pinceles, cartón y un caballete. Y vas a pintar esa composición que está en la mesa". Y comencé a pintar Naturalezas muertas, tema como él nos decía, "todos esos son las herramientas esenciales para hacer pintura".
El entorno del taller