LAS PALABRAS COMODÍN Y EL ATAQUE AL PENSAMIENTO CRÍTICO

Por Alejandra

Ya había hablado de las palabras comodín en mi anterior artículo “Sobre la libertad de expresión en las escuelas”, pero me gustaría desarrollar más este término y lo que estas palabras implican.


Como bien indica la designación que les doy, son palabras que se pueden usar en cualquier situación o contexto, o sea, que son comodines. Generalizando, actualmente algunos ejemplos serían “facha”, “machista”, “homofóbico”, “racista”, “xenófobo”, etc. más utilizados por la izquierda; y “feminazi”, “rojo” o “progre” usados por la derecha.


El peligro de estas palabras radica en el ataque al pensamiento crítico que conllevan. Es decir, una simple designación hace no haya sitio para más diálogo. Estas palabras constituyen per se una falacia ad hominem, ya que se invalida la opinión del contrario atacando a la persona y no al argumento. Por lo tanto, no cabe el pensamiento crítico en los debates o diálogos en los que se usa una palabra comodín o esta está interiorizada de tal manera que si sale una opinión políticamente incorrecta ya se nos vienen a la cabeza. Una simple palabra te convierte en un extremista estúpido sin argumentos que no respeta al otro y con el que, por tanto, no merece la pena seguir hablando.


Para que se me entienda, voy a poner dos ejemplos que creo que pueden mostrar la realidad que hoy vivimos:

Tres amigos están hablando y sale el tema de la transexualidad. Uno de ellos no está de acuerdo, por lo que sea, con la creencia común impuesta por los grupos LGBT, y otro amigo le llama tranfóbico.

El primero (le llamaremos amigo a), que había mostrado su desacuerdo, empieza a argumentar su postura desde el respeto haciendo uso de la razón y dando datos y argumentos, pero sus otros dos amigos ya no quieren saber nada porque está hablando un “transfóbico”. Esto, como vemos, es un claro ataque al pensamiento crítico, pues este queda anulado desde el momento en que se dice algo que se considera popularmente “discurso de odio”, aunque ni sea un discurso ni se exprese odio hacia nadie. El amigo a, que es quien ha mostrado su desacuerdo, es designado con una palabra comodín: “transfóbico”, pronunciada por el amigo b, y esta simple palabra ha instaurado el miedo y el rechazo hacia el amigo a, quien es ahora visto casi como la propia reencarnación de Hitler por tener una opinión fuera de lo acostumbrado.


Lo mismo puede pasar con personas más de “derechas” (aunque hoy día cabe reconocer que estas palabras son más comunes en el progresismo).

Pongamos a tres amigas, más o menos de derechas las tres, que hablan de feminismo y una empieza a explicar con argumentos por qué le parece bien el movimiento, y otra le dice que es una feminazi, todo porque no está de acuerdo con lo que dice la amiga a. Otro ejemplo de invalidación de argumentos mediante una palabra comodín, que es, como ya he indicado, otra forma de falacia ad hominem.

En ambos casos cabe el diálogo y la argumentación, pero una palabra comodín lo ha imposibilitado. Como vemos, las palabras comodín coartan la libertad de expresión y casi de pensamiento, pero no es necesario ya decirlas para que el diálogo quede reducido a lo socialmente aceptado o políticamente correcto. Estos conceptos los tenemos tan interiorizados que sin pensarlo acuden a nosotros y nos limitan a la hora de expresarnos o de escuchar al otro.


Por lo tanto, yo invito al lector a no tenerle miedo a conceptos vacíos y falaces y a buscar siempre la verdad mediante el diálogo, desde el respeto y haciendo uso de la razón y el sentido común.