Un cuarto propio

Virginia Woolf

Tal vez alguna vez te hayas preguntado por qué razón casi no aparecen mujeres en los libros de texto, por qué es escaso su número en la historia de la ciencia, el arte o la literatura. Lógicamente, la discriminación que han sufrido la mujeres para estudiar les dificultaba enormemente su acceso al campo artístico o científico. Los casos que hay hasta el siglo XX son aislados y deben ser estimados como personalidades prodigiosas que expresaron su talento con todo a la contra.

Esta discriminación se debió (y se debe) a la asignación del trabajo de cuidados exclusivamente a ellas. Las mujeres se dedicaban, en la esfera privada, a cuidar, mientras que los hombres se encargaban de todo aquello que tuviera que ver con la esfera pública. Claro que había mujeres que recibieron educación antes del siglo XX pero, lamentablemente, su educación se limitaba a aprender a ser "mujeres", con sus cosas de mujeres. El comentario, entre amargo e irónico, de Concepción Arenal, pensadora española, a finales del siglo XIX es bastante aclaratorio: "la educación de las mujeres es el arte de perder el tiempo".

Será a partir del siglo XX cuando la mujer empiece a adquirir un papel activo en la cultura y la ciencia. Y aún así, al estudiar estas disciplinas se observa que la presencia de esta sigue siendo muy escasa. ¿Por qué? Actualmente, se están reivindicando los nombres de numerosas escritoras, pintoras, artistas en general, cuyo único defecto para no ser consideradas personalidades de relieve en su campo fue su condición de mujeres. En España, es particularmente sangrante el caso de la Generación del 27, cerrado en banda a cualquier incorporación de las mujeres.

Más allá de olvidos e invisibilizaciones injustificables, y centrándonos ya en la literatura, es clamoroso el contraste entre el número de hombres escritores y el número de mujeres que escriben . Y seguimos preguntándonos: ¿Por qué? De esta cuestión trata Un cuarto propio, un ensayo de 1933 que a Virginia Woolf le sirvió para reflexionar con gran lucidez acerca de las razones que apartaban a las mujeres de ser escritoras. La modernidad de sus pensamientos es sorprendente y su capacidad para hacer pensar a quienes la leen actualmente, definitiva para considerarla un verdadero clásico.


Cuestiones para el coloquio

Leed en voz alta los tres textos que siguen, y debatid luego en torno a estas tres cuestiones:

    • ¿Por qué Virgina Woolf escoge como título para su libro Un cuarto propio? ¿Que significa, a qué se refiere?
    • ¿Por qué, según Virginia Woolf, apenas había mujeres con libros publicados hasta ese momento?
    • 100 años después de la publicación de la obra de Virginia Woolf, ¿tienen las mujeres las mismas posibilidades que los hombres de escribir y publicar? Y los hijos de entornos socioeconómicos desfavorecidos, ¿tienen en el siglo XXI las mismas posibilidades de escribir y publicar que quienes nacen en hogares acomodados?

Texto 1

Pero, dirán ustedes, nosotros le pedimos que hablara sobre las mujeres y la novela, ¿qué tendrá eso que ver con un cuarto propio? Intentaré explicarlo. Cuando me pidieron que hablase sobre las mujeres y la novela me senté en la orilla de un río y me puse a pensar lo que esas palabras querrían decir. Podían significar simplemente unas observaciones sobre Fanny Burney; otras sobre Jane Austen; un tributo a las Brontë y un esbozo de la casa parroquial de Haworth bajo la nieve; algunas eventuales ironías sobre Miss Mitford; una respetuosa alusión a George Eliot; una referencia a Mrs. Gaskell y asunto concluido. Pero repensándola bien, la empresa no me pareció tan sencilla. El tema "Las mujeres y la novela" puede querer decir, y ustedes pueden querer que quiera decir, las mujeres y lo que parecen; o, si no, las mujeres y las novelas que escriben; o tal vez las mujeres y las novelas que se escriben sobre ellas; o esas tres cosas inextricablemente mezcladas, y esto último puede ser lo que ustedes quieren que estudie.

Pero, al disponerme a adoptar esa interpretación, que me parecía la más interesante de todas, pronto advertí que tenía una desventaja fatal. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría cumplir lo que es, entiendo, el primer deber de un conferenciante: ofrecerles después de una hora de charla una pepita de verdad pura, que ustedes envolverían en las hojas de sus libretas y guardarían eternamente sobre el mármol de la chimenea. Sólo puedo ofrecerles una opinión sobre un tema menor: para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio; y eso, como ustedes verán, deja sin resolver el magno problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela.


Un cuarto propio. Alianza Editorial, 1995. Traducción de María Kodama. Páginas 7-8.

Texto 2

Pero lo deplorable, continué, volviendo a investigar los estantes, es que nada se sepa de las mujeres antes del siglo XVIII. Me falta un modelo para estudiarlo de todos lados. Aquí estoy preguntándome por qué las mujeres no hicieron versos en la época isabelina, y ni siquiera sé si las educaban; si se les enseñaba a escribir; si tenían sus salas propias; cuántas mujeres tenían hijos antes de los 21 años; qué hacían desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche. Es evidente que no tenían dinero; según el profesor Tevelyan se las casaba sin consultarlas, antes de abandonar la nursery, a los quince o dieciséis años probablemente. Hubiera sido lo más raro, pensé, que una de ellas se hubiera puesto a escribir las piezas de Shakespeare, y me acordé de aquel señor anciano, que ahora está muerto, pero antes, me parece, era obispo, que declaró que era imposible que una mujer, pasada, presente o futura, poseyera el genio de Shakespeare. Escribió a los diarios sobre eso. [...]

Sea lo que fuere, no pude dejar de pensar, mirando las obras de Shakespeare en el estante, que el obispo tenía razón: hubiera sido imposible, completa y enteramente imposible, que una mujer compusiera las obra de Shakespeare en el tiempo de Shakespeare. Imaginemos, ya que los hechos son tan difíciles de atrapar, qué hubiera sucedido si Shakespeare hubiera tenido una hermana, maravillosamente dotada, llamada Judith, supongamos. [...]

Esto puede ser falso o ser verdadero — ¿quién lo resolverá?— pero lo que tiene de verdadero, me pareció, revisando la historia de la hermana de Shakespeare como yo lo hice, es que una mujer nacida con un gran talento en el siglo XVI hubiera enloquecido, se hubiera tirado un balazo, o hubiera acabado sus días en una choza solitaria, fuera de la aldea, medio bruja, medio hechicera, burlada y temida. Porque no se precisa mucha habilidad psicológica para saber que una muchacha de altos dones que hubiera intentado aplicarlos a la poesía, hubiera sido tan frustrada e impedida por el prójimo, tan torturada y desgarrada por sus propios instintos contradictorios, que debía perder su salud y su cordura".


Un cuarto propio. Alianza Editorial, 1995. Traducción de María Kodama. Capítulo 3.

Texto 3

Permítanme citar las palabras de su propio Profesor de Literatura, que sabe más que yo los elementos de que se hace un poeta. Sir Arthur Quiller-Couch escribe:

"[...] Créanme -y he dedicado buena parte de diez años a vigilar unas trescientas veinte escuelas elementales-, hablamos mucho de nuestra democracia, pero en el día de hoy, un chico pobre en Inglaterra no tiene más posibilidad de alcanzar esa emancipación intelectual de la que nacen los grandes libros, que la que podía tener el hijo de un esclavo ateniense".

Imposible decir las cosas más claro. El poeta pobre no tenía en aquellos días, y hace doscientos años que no tiene, la menor oportunidad... "un chico pobre en Inglaterra no tiene más posibilidad de alcanzar esa emancipación intelectual de la que nacen los grandes libros, que la que podía tener el hijo de un esclavo ateniense". Así es. La independencia intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres han sido siempre pobres, no solo por doscientos años, sino desde el principio del tiempo. Las mujeres han tenido menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres, por consiguiente, no han tenido la menor oportunidad de escribir poesía. He insistido tanto por eso en la necesidad de tener dinero y un cuarto propio".


Un cuarto propio. Alianza Editorial, 1995. Traducción de María Kodama. Páginas 117-119.