El hombre de la vida cierra de golpe las puertas de la noche.
Se olvida su intemperie gastada a fuego líquido.
Se ocupa de reír.
No conoce acontecimientos ni presagios ni lunas
macilentas ni mañanas distantes. El aire sobre sus
hombros tienen una nueva liviandad.
Ya ni el espacio lo recuerda. Es el momento en que
su boca esgrime lentas figuras de humo y él mira
desde lejos su verdad fosforescente.
Toda su vida está de pie contra un piano musicador de misterio.
Y el vaso que sus dedos levantan contiene el infinito.