DOCUMENTO ELABORADO ESPECIALMENTE PARA LA I.E SIPIRRA DEL MUNICIPIO DE RIOSUCIO CALDAS
Voces que Siembran Caminos y Tejen Memorias Orales Desde la Comunidad Sipirra
Desde la Escuela Normal Superior Sagrado Corazón de Riosucio, Caldas, reconocemos que la Institución Educativa Sipirra ha venido construyendo un camino educativo profundamente arraigado a la identidad, la cultura y los saberes ancestrales de su comunidad. En este marco, queremos presentar este documento como un aporte que permita develar los fundamentos desde las concepciones que tienen los diferentes sabedores sobre la línea de oralidad, entendida como un eje transversal del saber propio.
Este documento nace del reconocimiento de que la oralidad no es solo una forma de comunicación, sino una dimensión esencial del pensamiento indígena, que articula la palabra con el territorio, la memoria colectiva, la espiritualidad y la vida comunitaria. En Sipirra, la palabra hablada es sagrada: teje relaciones, guía los aprendizajes y transmite, de generación en generación, los principios que rigen la vida del pueblo.
Así, este trabajo recoge las voces de los sabedores, quienes, desde sus experiencias, saberes y visiones del mundo, nos ofrecen una comprensión profunda y viva de lo que significa enseñar y aprender desde la oralidad. Su palabra nos invita a repensar la escuela no como un lugar ajeno a lo ancestral, sino como un espacio que debe abrirse al conocimiento que nace de la tierra, del fogón, del pensamiento espiritual y del consejo mayor.
Esperamos que este documento contribuya a fortalecer el diálogo entre la escuela y los procesos comunitarios, y que sirva como base para proyectar una educación propia que se sustente en la palabra viva, la memoria colectiva y el respeto por los saberes tradicionales.
Para nuestra investigación, se realizaron entrevistas a seis sabedores de la comunidad indígena de Sipirra, con el fin de conocer las concepciones que ellos tienen sobre la línea de oralidad en el Proyecto Artístico Cultural de la Institución Educativa Sipirra. Se diseñó un cuestionario de 14 preguntas orientadas a explorar la importancia de la palabra, los espacios donde se transmite, su relación con la escuela y con los procesos educativos propios del territorio. Las entrevistas fueron grabadas con el consentimiento de los participantes y posteriormente transcritas para su análisis.
El análisis de la información recolectada se realizó desde un enfoque cualitativo, utilizando la técnica de análisis de contenido temático. A partir de entrevistas semiestructuradas con sabedores de la comunidad educativa de la IE Sipirra, se establecieron seis categorías principales: concepto de sabedor, tipos de saberes tradicionales, estrategias de enseñanza-aprendizaje, rol del sabedor en la escuela, dificultades actuales en torno a la oralidad y competencias. Estas categorías permitieron comprender de forma profunda cómo la figura del sabedor contribuye al fortalecimiento de la identidad cultural desde el ámbito educativo.
En la primera categoría, “concepto de sabedor”, se identificó que todos los entrevistados coinciden en que ser sabedor no depende de títulos o formaciones académicas, sino de un reconocimiento colectivo sustentado en la experiencia, la coherencia de vida y el compromiso con la comunidad. Para una sabedora, “el sabedor es quien transmite lo vivido, basado en la experiencia”; mientras que otro sabedor afirma que se trata de “quien tiene la sabiduría tradicional y la expresa con la voz”. Además, se encontró un desconocimiento por parte de los propios sabedores sobre sí mismos y el rol fundamental que desempeñan en la comunidad. La comunidad los reconoce como sabedores, pero muchas veces ellos mismos se sorprenden ante dicho reconocimiento, sin llegar a asumirse plenamente como tal. No obstante, son conscientes de lo que implica ser un sabedor y del papel que cumplen en la comunidad. Llama la atención que tienden a reconocer al otro como sabedor, pero no a sí mismos.
En la categoría de “saberes tradicionales”, se encontró una amplia diversidad de conocimientos que abarcan desde la medicina ancestral y la armonización espiritual, hasta la creación poética, el arte ritual y la historia oral de la comunidad. Una sabedora compartió que su aprendizaje proviene de la crianza en un contexto indígena, mientras que otra sabedora expresó que sus conocimientos surgieron del ejercicio de la partería, la participación en cuadrillas culturales y la vivencia comunitaria. Los saberes no responden a estructuras formales, sino que emergen “del contacto cotidiano con los oficios, las memorias y los rituales compartidos” que circulan entre generaciones. Así, el saber ancestral se construye en la cotidianidad, en la práctica viva del territorio.
En cuanto a las estrategias de transmisión del saber, los participantes describen prácticas que se inscriben fuera del aula tradicional: los círculos de la palabra, los conversatorios comunitarios, los talleres rituales, el arte performativo y el acompañamiento familiar son las formas predominantes de enseñanza. Un sabedor destacó que enseña desde el ejemplo, componiendo himnos y decretos; mientras que otra relató su experiencia como facilitadora cultural desde espacios alternativos a la escuela. Sin embargo, también señalaron que la transmisión con jóvenes ha sido limitada. Según una sabedora, “es muy difícil con los niños, ya no les interesa”. La oralidad es más que una técnica comunicativa: es una forma de enseñar desde lo emocional, lo simbólico y lo colectivo.
Respecto al rol del sabedor en la escuela, se evidenció que, aunque algunos han participado puntualmente en actividades culturales (como en el caso de un sabedor, quien compuso el himno de la institución), la mayoría no ha sido integrada de forma permanente ni sistemática en los proyectos pedagógicos. Un sabedor, por ejemplo, menciona que solo ha participado desde 2023 en conversatorios esporádicos, y que aún falta reconocimiento institucional de su papel formativo. Este hallazgo confirma la importancia de incluir el diálogo de saberes en el ámbito educativo, no como un complemento decorativo, sino como una estrategia pedagógica central que reconozca la validez del conocimiento ancestral.
En la categoría de “dificultades en la transmisión oral” revela una fuerte preocupación compartida entre todos los sabedores: la oralidad está siendo desplazada por nuevas dinámicas sociales y culturales. Una sabedora lamenta que “ya no hay tanto respeto por la palabra”, mientras que otro advierte que “estamos abocados a un problema serio”. Las causas de esta crisis incluyen el desinterés de los jóvenes, la desconexión entre escuela y comunidad, y la falta de espacios para compartir oralidad en la vida cotidiana. Estas voces reflejan la pérdida de la palabra viva que une pasado, presente y comunidad. Sin ese hilo, la memoria colectiva se debilita y con ella, el sentido de identidad cultural.
Finalmente, en la categoría de “competencias”, se identificaron las diversas habilidades que poseen los sabedores y que les permiten transmitir su conocimiento de manera efectiva. Estas competencias no solo se relacionan con lo que saben, sino con cómo enseñan. Se destacan cualidades como la comunicación clara, la empatía, la creatividad, la narración oral, la capacidad de adaptación, la gestión emocional y la facilitación pedagógica desde lo comunitario.
Una de las personas entrevistadas, por ejemplo, considera que los niños aprenden mejor con el ejemplo y la práctica, por lo que su enseñanza se basa en una comunicación cercana y vivencial. Un sabedor resalta que los jóvenes captan mejor los valores y la historia oral cuando se utilizan recursos poéticos y artísticos que despierten emociones. Otro sabedor menciona que los niños se emocionan cuando se cuentan historias cargadas de símbolos, lo que muestra su habilidad para animar y conectar emocionalmente con el público.
Por otro lado, dos sabedoras reconocen que muchas veces los jóvenes no muestran motivación ni retienen lo enseñado, lo cual genera frustración y refleja una brecha generacional que dificulta el proceso. No obstante, ambas poseen cualidades como la paciencia, la experiencia y la perseverancia. Una sabedora, por su parte, destaca por su rol como mediadora cultural, planificando espacios de encuentro donde los niños aprenden desde su propio contexto. Estas experiencias evidencian que los sabedores no solo comparten conocimiento, sino que lo hacen con estrategias afectivas, narrativas y culturales propias que enriquecen los procesos formativos.
En síntesis, los resultados obtenidos permiten afirmar que el sabedor es una figura clave en la educación propia de la comunidad de Sipirra. Su rol como narrador, educador, artista y mediador intergeneracional constituye un aporte vital para la preservación de la identidad cultural. No obstante, también se evidencia la urgencia de fortalecer su inclusión en los procesos escolares, resignificando la oralidad como estrategia pedagógica y reconociendo el saber ancestral como un pilar del aprendizaje. Además, se destaca que los sabedores no solo tienen conocimientos, sino también competencias comunicativas, emocionales, creativas y pedagógicas que resultan fundamentales para lograr aprendizajes significativos. Este trabajo, por tanto, no sólo visibiliza voces tradicionalmente marginadas, sino que propone abrir caminos hacia una escuela más arraigada, humana y respetuosa de las raíces culturales de su comunidad.
Con este análisis e interpretación de resultados desde las categorías, se pudo evidenciar cuales son los procesos de enseñanza-aprendizaje que se llevan a cabo al momento del sabedor transmitir sus conocimientos desde la oralidad, donde no se trata solo de transmitir sino también de cómo lo transmite. El concepto de sabedor dado por los entrevistados valida la experiencia como base epistemológica de su conocimiento, dando oportunidad a espacios de diálogo donde la palabra viva se convierte en fuente de conocimiento, en el que los saberes tradicionales nutren estos espacios con contenidos propios como la música, cantos y relatos históricos que cobran sentido en prácticas comunitarias y artísticas.
Las estrategias de enseñanza-aprendizaje como círculos de la palabra, talleres, armonizaciones y performance se articulan directamente con la oralidad, permitiendo que los estudiantes escuchen, interpreten y reconfiguren dichos saberes en manifestaciones habladas y cantadas. Por otro lado, el rol del sabedor en la escuela funciona como un facilitador de proyectos culturales donde la creación de himnos, poemas y crónicas escritas se realiza de la mano de su guía, el sabedor, reforzando el vínculo con la identidad. Las dificultades encontradas en la transmisión oral indica diseñar intervenciones específicas para superar la desmotivación de los jóvenes y revitalizar la palabra. Finalmente, las competencias comunicativas, narrativas y emocionales de los sabedores se convierten en un modelo para que los estudiantes desarrollen habilidades de expresión oral, música y escritura creativa, fomentando un proceso formativo donde la oralidad se vive, se canta y se redacta como parte esencial del proyecto artístico-cultural de la IE Sipirra.
La I.E de Sipirra está rodeada por personas que han tejido a través de la historia conocimientos que parten de la experiencia construida en el compartir entre múltiples generaciones. En este caso para nuestro estudio es fundamental primero hacer un reconocimiento de quienes son aquellos más nombrados, más visibles y han hecho aportes desde la educación a la comunidad de Sipirra. En este sentido el recorrido realizado marcó desde la narrativa, la oralidad y la palabra elementos claves que nos permiten fundamentar esta importante línea para la I.E de Sipirra.
El sabedor para la comunidad educativa es la persona que a través de la palabra mantiene la cultura viva, es aquella quien transmite lo vivido basado en las experiencias, es el guardián de los saberes, el conocimiento y las costumbres. Es la persona que convoca a la comunidad a la preservación de la identidad a través de la transmisión continua de historias y experiencias que construyen saberes. Cada sabedor desde sus conocimientos contribuye significativamente en diferentes aspectos sociales, culturales y políticos, logrando tener un reconocimiento como sabedor dentro de la comunidad. Esta figura no se impone, sino que es socialmente reconocida por su coherencia, experiencia y compromiso con la comunidad.
Para el sabedor contar el momento vivido implica una responsabilidad que enfatiza en las formas, la veracidad y la fidelidad a lo narrado, en este sentido reconoce la importancia de mantener la historia que le permita conocer sus raíces, pero también la fragilidad a la que está expuesta, dado que el valor que tiene la oralidad puede preservar o resignificar el proceso de expresión cultural. Por lo que en este contexto la oralidad se convierte en una estrategia pedagógica en el que los sabedores tienen la oportunidad de enseñar sus conocimientos, y a la vez la comunidad tiene la posibilidad de acceder a estas historias, valores, creencias y visiones del mundo, tal como lo menciona Nora Ramirez Poloche (2012).
Cabe resaltar que el sabedor en la comunidad de Sipirra no se limita a solo ser un transmisor o narrador de saberes, sino que va mucho más allá. El sabedor dentro de esta comunidad es ser un mediador, un creador cultural, un educador comunitario, un artista tradicional y un facilitador a la cultura, por esta misma razón es que los sabedores, según Fals Borda (1986) desempeñan un papel fundamental en la conservación y transmisión de conocimientos. Estos sabedores se convierten o se han convertido a través del tiempo en cuidadores de la memoria viva, en el que cada uno desde sus propias experiencias y habilidades encuentra la manera de compartir a su comunidad sus conocimientos.
Cada sabedor en la comunidad de Sipirra desempeña un rol en específico, pero coincidiendo en que su papel es activo, pedagógico y central para la preservación cultural. Cada uno de estos sabedores aporta significativamente desde diferentes elementos como el espiritual, histórico, poético, pedagógico y político, donde cada uno de estos encuentra su propia forma de emitir sus saberes y contribuir en la comunidad a través de la oralidad. Para el desarrollo de estas se realizan actividades como armonizaciones, conversatorios y la composición de poesías, música y decretos para las festividades más representativas de la comunidad como lo es el carnaval del guarapo realizado cada dos años. Es en estos espacios donde el arte de expresar oralmente y el rol del sabedor adquiere vitalidad para transmitir la historia y cultura.
A partir de los elementos retomados en el contexto, podemos enmarcar el concepto de sabedor de la I.E de Sipirra dentro de la teoría de Boaventura de Sousa Santos (1940) quien menciona que “los sabedores comunitarios son vistos como guardianes del conocimiento alternativo, cuyas voces han sido históricamente silenciadas” y complementa en reconocer la importancia de incorporar al sabedor a los procesos educativos.
En síntesis, el sabedor juega un papel fundamental dentro de los procesos de formación de las comunidades, la oralidad, la palabra y la narrativa que desarrollan y mantienen la memoria histórica de los pueblos. Se reconoce como un educador comunitario que custodia la tradición a través de la palabra como rito que articula los conocimientos intergeneracionales, en el que gracias a la institución educativa, el sabedor tiene la oportunidad de realizar talleres y crear espacios de diálogo de enseñanza-aprendizaje y así, conectar con los jóvenes estudiantes para que aprendan desde la experiencia y habilidades del sabedor, diferentes aspectos como la historia, música, poesía y medicina tradicional.
En las dinámicas de la comunidad se reconocen trayectorias de vida marcadas por la experiencia directa con el territorio, la práctica ancestral y el acompañamiento a procesos colectivos. Tal como lo plantea Orlando Fals Borda (1986), el saber comunitario se gesta en la interacción entre la historia viva y las necesidades del presente. Así, los conocimientos que se conservan no provienen exclusivamente de una transmisión formal, sino que emergen del contacto cotidiano con las costumbres, los rituales, los oficios y las memorias compartidas que circulan entre generaciones.
Los conocimientos tradicionales que allí se preservan abarcan dimensiones espirituales, medicinales, artísticas y festivas. Desde prácticas de armonización y curación hasta relatos históricos y expresiones simbólicas como la poesía o el teatro, se hace evidente que el saber no es una categoría rígida, sino un tejido de experiencias vivas. Fals Borda (1986) reivindica precisamente esta visión amplia del conocimiento, un saber integral que, al estar profundamente ligado a la cultura y a la cotidianidad de la gente, no puede ser comprendido fuera del contexto comunitario que lo produce y lo resignifica.
El aprendizaje en estos escenarios no responde a estructuras académicas tradicionales. Se da por vía oral, a través del ejemplo, del acompañamiento, de la participación activa en espacios culturales y educativos. Esta forma de aprender y enseñar confirma la tesis de Fals Borda (1986) según la cual el saber legítimo no se limita a los marcos institucionales, sino que también se construye en la práctica, en la experiencia colectiva y en la vida misma. Allí radica la riqueza de estas comunidades: en su capacidad de producir conocimiento desde lo cotidiano, lo simbólico y lo afectivo.
Reconocer estos saberes implica valorar la voz de quienes han sido históricamente invisibilizados por los discursos hegemónicos del conocimiento. En estos contextos, el saber no es un privilegio académico, sino una herramienta de transformación y resistencia cultural. Por ello, integrar estas perspectivas en los procesos educativos y comunitarios no solo fortalece la identidad local, sino que también abre posibilidades para construir una educación más pertinente, arraigada y humana.
En la comunidad de Sipirra, la oralidad sigue siendo un eje fundamental para tejer vínculos y preservar la memoria ancestral. A través del ejercicio de la palabra, los sabedores no solo transmiten conocimientos, sino que revelan sus propias miradas sobre lo que significa enseñar y lo que pueden llegar a ser los jóvenes cuando escuchan con el corazón. Es ese tránsito entre contar y ser escuchado donde se ponen en juego aprendizajes profundos que van más allá de los contenidos.
El arte de contar sigue vivo en aquellos que con la voz y mirada tejen aprendizajes entre generaciones. Quien ha vivido sabe que enseñar no siempre requiere libros, ni tableros, basta una historia, un gesto, una experiencia compartida. En ese espacio entre el relato y la escucha, los niños aprenden mejor, sobre todo cuando lo que oyen se convierte en algo que puedan poner en práctica, como lo expresa Nora Ramirez Poloche (2012), la palabra dicha en comunidad construye realidad y despierta memorias, convirtiéndose en una herramienta viva de enseñanza, la oralidad representa una forma de conservar la identidad ya que la voz de los sabedores permiten que las nuevas generaciones se apropien del saber ancestral a través de relatos que reflejan la experiencia colectiva.
Hay quienes convierten cada palabra en historia viva, se vuelve poesía, consejo, canto y la memoria, arte, desde ahí la voz se convierte en una herramienta pedagógica que no necesita métodos, porque se transforma con cada niño, con cada mirada. En los encuentros comunitarios, cuando el relato se da en círculo, se abre un espacio para aprender desde el contexto, no se trata de repetir, sino de vivir la palabra, así entre palabras risas y gestos crecen aprendiendo que enseñar no es solo transmitir ideas, compartir lo que uno es, ser ejemplo y sobre todo confiar en la fuerza de la palabra esa que se transforma
Las prácticas orales en la comunidad de Sipirra permiten evidenciar que los procesos de aprendizaje en niños y jóvenes no se reducen a la transmisión de información, sino que involucran dimensiones emocionales, simbólicas y relaciones. El aprendizaje emerge a través del ejemplo, la experiencia directa y la narrativa creativa, esto permite la preservación de la cultura sin dejar de lado las costumbres y tradiciones.
En la comunidad de Sipirra, el conocimiento no siempre se transmite en las aulas. A veces nace en el fogón, en el patio, en el círculo que se forma cuando alguien empieza a hablar y los demás se acercan a escuchar. Así se han tejido las formas de enseñar y aprender en la comunidad, a través de encuentros que no obedecen horarios escolares, sino ritmos del corazón el territorio y la identidad. Hay quienes han hecho del compartir un acto de enseñanza. En los círculos de la palabra, donde la comunidad se sienta a conversar sin prisa, florecen historias que no están escritas. Se enseñan desde lo vivido, con afectó, de manera informal, dejando que las palabras recorran libremente el espacio, sin la rigidez de una clase. Estas formas de transmisión, más cercanas a la vida cotidiana, permiten que el conocimiento se arraigue en la experiencia y se vuelva parte del ser.
El ejemplo ha sido también una herramienta poderosa, quienes han creado desde el arte, como componer un himno que hoy toda la institución canta, han logrado enseñar, la creación artística se convierte así en estrategia, en mensaje vivo que invita a otros a seguir construyendo memoria desde su propia voz, lo aprendido no se impone, se propone, se vive en casa, se practica en comunidad. La participación en proyectos artísticos ha abierto caminos. Desde hace algunos años, las actividades comunitarias, los conversatorios y los talleres han permitido que se fortalezca el enfoque colectivo de enseñanza. Aunque estas acciones no nacen de la escuela, se complementan, dándose en otros espacios, en los encuentros familiares y en reuniones comunales, donde el aprendizaje ocurre en medio de la vida misma.
Para los sabedores la unión familiar y los lazos que se forman permiten el acompañamiento de los padres en las preguntas de sus hijos y su aprendizaje una estrategia clave para tejer redes que siguen conectando generaciones, la formación cultural dejan huella, son actos de resistencia, de cuidado y de memoria, son los caminos que las comunidades han ido construyendo para no olvidar quienes son y para seguir enseñando, aunque cambien los tiempos y los modos se emplean estrategias para mantener viva la tradición ancestral e identidad viva en cada comunidad, como lo dice Boaventura de Sousa Santos (2009), los conocimientos que vienen del pueblo, de la vida cotidiana y de la comunidad, son tan valiosos como los que se enseñan en la escuela. Reconocer esto nos permite ver que hay muchas maneras de aprender, y que todas ellas son importantes para seguir construyendo memoria, identidad y comunidad. Las estrategias propuestas por los sabedores revelan, el diálogo, la oralidad, la creación artística y la interacción entre generaciones creando escenarios comunitarios y de transformación.
Los ecos de la palabra hablada, aquellos que alguna vez tejieron con delicadeza los hilos de la memoria colectiva en la comunidad de Sipirra, hoy resuenan como suspiros lejanos entre las montañas y los corredores de tierra. En las voces pausadas de quienes han cuidado estos saberes como si fueran semillas antiguas, se percibe con melancolía una pérdida que no es solo de palabras, sino de un mundo en el que la oralidad está dejando de latir con fuerza. “Ya no hay tanto respeto por la palabra”, dicen, y en esa afirmación se condensa el duelo por una forma de vida que se desvanece lentamente. No se trata simplemente de un cambio generacional, sino de una grieta profunda en el tejido de la cultura. Zumthor (1983) lo expresa con sabiduría: la oralidad es cuerpo, es voz con alma, es gesto que abraza, es vínculo que traza caminos entre quienes hablan y escuchan. Su debilitamiento no es silencio: es ruptura. Es la pérdida del hilo que unía las raíces con los brotes, la historia con el presente, el territorio con la identidad. Y cuando la palabra deja de pasar de boca en boca, la comunidad corre el riesgo de olvidar quién ha sido y hacia dónde va.
En la mirada de los sabedores, este cambio es vivido como una amenaza profunda a la continuidad de los saberes que por siglos se han transmitido entre generaciones. Ya no se cuentan las historias como antes; las costumbres se ven desplazadas por dinámicas modernas y estilos de vida que no dejan espacio para el diálogo ancestral. En esta pérdida de la costumbre oral, se revela lo que Ramírez Poloche (2012) advierte con claridad, la oralidad es mucho más que comunicación; es una estrategia de resistencia cultural que hoy se ve eclipsada por la homogeneización impuesta por la globalización. Cuando se apaga la voz de los mayores, también se apagan múltiples formas de ver y entender el mundo.
En este panorama, se vislumbra un contexto poco favorable para la transmisión oral, no solo por el desinterés, sino por la débil articulación entre los saberes comunitarios y los espacios institucionales. A pesar de los esfuerzos escolares, estos no logran tocar la raíz del problema. La palabra de los sabedores resuena con claridad: la institución lo intenta, pero no basta. Aquí emerge la advertencia de Marchioni (1999) trabajar con una comunidad implica conocerla profundamente, sumergirse en su historia, reconocer sus ritmos y su identidad. Sin esta conexión genuina, los esfuerzos por preservar la oralidad corren el riesgo de quedar en la superficie.
Finalmente, el desarraigo se convierte en una de las consecuencias más dolorosas de este proceso. Cuando se escucha que hay jóvenes indígenas que ya no saben de dónde vienen, se denuncia una fractura honda en la construcción del ser colectivo. La oralidad no solo transmite historias, sino que sostiene el sentido de pertenencia. Tal como lo plantea Aguilar (2000) retomado por Bonilla Houdelatth (2007) en las comunidades rurales la identidad se construye desde el territorio y la palabra como forma de memoria. Cuando esa palabra se pierde, también se erosiona el tejido cultural que une a las generaciones. En este sentido, las dificultades de la oralidad no son solo son dificultades comunicativas, sino una de identidad, de historia y de futuro.
A partir del análisis de las entrevistas realizadas, fue posible develar los fundamentos de la línea de oralidad del proyecto artístico-cultural de la IE Sipirra, desde el rol del sabedor como eje central en la preservación y fortalecimiento de la identidad cultural de la comunidad, permitiendo evidenciar las percepciones de los sabedores frente a su papel dentro del proceso educativo y cultural de la institución. De manera general, se reconoció que el sabedor ocupa un lugar central como figura de transmisión de saberes ancestrales, con una fuerte influencia en la formación de la identidad, el sentido de pertenencia y la memoria colectiva de la comunidad.
Los resultados identificaron que el sabedor no es únicamente un narrador o transmisor de relatos, sino un actor activo y multifacético que desempeña roles como educador comunitario, artista tradicional, mediador cultural y facilitador del conocimiento ancestral. Su palabra, cargada de experiencias y valores, actúa como un recurso pedagógico vivo que conecta generaciones y fortalece la identidad colectiva. No obstante, se evidencian limitaciones en la inclusión sistemática y estructurada de estos saberes dentro de las prácticas pedagógicas escolares.
La tradición oral es valorada como una forma legítima y significativa de enseñanza, que trasciende el aula y cobra vida en escenarios como el fogón, el patio, las celebraciones comunitarias y los encuentros intergeneracionales. La oralidad no sólo transmite contenidos, sino que construye vínculos afectivos, identidad y pertenencia. Sin embargo, los sabedores advierten que actualmente esta práctica se ve amenazada por el desinterés de las nuevas generaciones, el avance de la globalización y la desconexión entre los espacios escolares y comunitarios.
Los hallazgos confirman que el saber ancestral oral constituye una herramienta fundamental para conservar la cultura local y promover el reconocimiento del territorio, la historia y los valores comunitarios. La identidad cultural, en este sentido, se sustenta en la palabra viva del sabedor, que permite resignificar las raíces en medio de los cambios sociales y educativos.
Sin embargo, el contexto actual presenta desafíos importantes. Aunque la institución educativa reconoce el valor del sabedor y ha intentado integrar su voz en el proyecto, los hallazgos muestran que persiste una desconexión entre los saberes ancestrales y los espacios institucionales. Las dinámicas modernas y la débil articulación entre saberes ancestrales y la institución educativa han alejado la oralidad, poniendo en riesgo la continuidad de las tradiciones. A pesar de iniciativas escolares y de la línea de oralidad del proyecto artístico-cultural, persiste una brecha que impide que la institución toque la raíz del problema. Para los sabedores, esta situación representa una amenaza profunda a los saberes transmitidos por siglos, reflejándose en el desinterés de las nuevas generaciones por la palabra ancestral.
Frente a esta situación, es indispensable fortalecer los vínculos entre la escuela y la comunidad, reconociendo formalmente el rol del sabedor y promoviendo espacios de diálogo ancestral dentro del diseño curricular. Finalmente, la sostenibilidad de la identidad cultural en la comunidad de Sipirra dependerá de la articulación colaborativa entre sabedores, institución educativa, organizaciones comunitarias y autoridades locales.