7. Democracia: protagonistas y autoras del relato.

Índice.

Lecturas creativas

  • POESÍA, NARRATIVA (DIARIO, NOVELA) Y PERIODISMO.

7.1. La maternidad libremente elegida y representada. LIBERTAD.

Autora: María Victoria Atencia, Trances de Nuestra Señora (1986). Prólogo de María Zambrano.

Autora: Carme Riera, Tiempo de espera (Temps d'una espera, 1998). Diario.

Protagonista: Lorenza / Aurelia. Autora: Laura Restrepo, Demasiados héroes (2009).

Personaje protagonista (autobiografía): Eva. Autora: Lucía Etxebarría, Un milagro en equilibrio (2004).

Autora: Laura Freixas, "El silencio de las madres". El País, 18-1-2014. Publicado en El silencio de las madres y otras reflexiones sobre las mujeres en la cultura (2015).

Otras autoras: Mercè Rodoreda, Rosa Regàs, Maruja Torres.

  • NARRATIVA (NOVELA FANTÁSTICA, CIENCIA-FICCIÓN), TEATRO Y ENSAYO.

7.2. Heroínas fantásticas contra la distopía muy real del mundo dominado por varones. CREACIÓN.

Protagonista: la reina Ardid, vengadora de su familia y madre del poderoso Gudú. Autora: Ana María Matute, Olvidado rey Gudú (1996).

Protagonista: Agua Fría, sacerdotisa del Talapot. Autora: Rosa Montero, Temblor (1990).

Protagonista femenina: Kim, una joven urbanita. Autora: Laura Gallego, Las hijas de Tara (2002).

Protagonista (autobiográfica) de este fragmento: Selene, una de las narradoras de la historia, perseguida por bruja. Autora: Eugenia Rico, Aunque seamos malditas (2008).

Protagonista: Yo. Autora: Lola Blasco, Siglo mío, bestia mía (2015).

Autora: Espido Freire, Los malos del cuento. Cómo sobrevivir entre personas tóxicas (2013).

Protagonistas: Isabel Moncada, la revolución enterrada y el pueblo de Ixtepec. Autora: Elena Garro, Los recuerdos del porvenir (1963).

Protagonista y narradora: Alba Trueba, la más joven en la genealogía femenina de la familia. Autora: Isabel Allende, La casa de los espíritus (1982).

Protagonista: Tita, la hija destinada por tradición familiar al cuidado de la madre. Autora: Laura Esquivel, Como agua para chocolate (1989).

Personajes protagonistas: Además de la niña Sara Allen y su familia, también la enigmática Miss Lunatic. Autora: Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan (1990).

  • POESÍA, NARRATIVA (NOVELA, AUTOFICCIÓN) Y ENSAYO.

7.3. Heroínas realistas que descubren caminos de salida a los infiernos: guerra, violencia, explotación, feminicidio, autodestrucción. TRABAJO.

Protagonista autobiográfica: Gabriela. Autora: Josefina Molina, Historia de una maestra (1990), quien se inspira para esta obra en las memorias de su madre, maestra de la República.

Protagonista femenina: Agnés representa el papel de madre y esposa tradicional (frente a Natalia o Norma), pero no se resigna a su destino. Autora: Montserrat Roig, La hora violeta (L'hora violeta, 1980).

Autora: Lidia Falcón, Introducción a La razón feminista (1981).

Narradora testimonial y autobiográfica: una mujer cooperante en acción humanitaria. Autora: Laura Restrepo, La multitud errante (2001).

Autora: Gioconda Belli, poeta nicaragüense: "Ocho de marzo" (2007).

Protagonista: Sofía Zarzamala. Autora: Rosa Montero, El corazón del tártaro (2001).

Protagonista: Helena, pintora de renombre internacional. Autora: Elia Barceló, El color del silencio (2017).

Otras autoras: Idea Vilariño, Juana Castro, Elvira Lindo, Gemma Lienas, Belén Gopegui, Clara Usón.

  • POESÍA, NARRATIVA (NOVELA HISTÓRICA Y TESTIMONIAL) Y PERIODISMO.

7.4. La mirada contemporánea de las mujeres, escritoras o personajes femeninos, reinterpreta la memoria cultural e histórica para revelar una genealogía ocultada. SOLIDARIDAD.

Personaje femenino: Jesusa Palancar (Josefina Bórquez). Autora y testigo: Elena Poniatowska, Las indómitas (2018), Premio Cervantes de Literatura en Lengua Castellana (2013).

Protagonista: Manolita, hija de republicanos y luchadora antifranquista. Autora: Almudena Grandes, Las tres bodas de Manolita (2014).

Autora y personaje poético: Laura Casielles, Los idiomas comunes (2010), joven poeta de la generación del 15-M.

Otras autoras: Claribel Alegría, Montserrat Roig, Carme Riera, Dulce Chacón, Rosa Montero, Andrea Stefanoni, Leila Nachawati.

7.5. AmorLab: el amor tal como a vosotras y a vosotros os guste. Propuestas de lectura y escritura.

Debate final: ¿cómo se transmite la experiencia de una generación a otra?

Primeras fuentes.

Esquemas.

7.1. La maternidad libremente elegida y representada.

María Victoria Atencia, "Victoria" (1986).

Estaba abierto el cielo y mi hijo en mis brazos,

tan indefenso y tibio y aterido y fragante

que lo sentí una obra sólo mía, victoria

de un cuerpo paso a paso ofrecido a su cuerpo.

Lo envolví con mi aliento y él tuvo el soplo tibio

en el que una paloma se sostenía en vuelo.

Autora: María Victoria Atencia, Trances de Nuestra Señora (1986). Prólogo de María Zambrano.

Poesía de la experiencia maternal, que le da la vuelta, a veces hasta 360 grados, a los símbolos de la tradición conservadora y católica.

Más información sobre la autora y la obra.

  • Biografía de María Victoria Atencia, poeta malagueña.
  • Una antología de su obra está disponible en el portal dedicado a ella por la Biblioteca Virtual Cervantes.
  • Néstor Cenizo (2014): "María Victoria Atencia, semblanza de una poetisa de verso y vuelo". El Diario.

A María Victoria Atencia (Málaga, 1931) ya la describieron sus amigos los poetas con las palabras más bellas que pudieron encontrar. Jorge Guillén la bautizó María Victoria Serenísima. Ella, que de las "cinco orientaciones cardinales" eligió "con pasión la del vuelo", es también la poetisa que pilotaba aviones. Ahora la "reina blanca de la poesía" española del siglo XX recibirá otra corona de manos de la Reina Sofía [el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana].

Explica María Victoria Atencia que quien escribe lo hace de manera natural, porque es algo que lleva dentro, y que lo hace casi más para escucharse que para que la escuchen. Ella estudiaba música y pintaba, pero a los 18 años nunca había escrito: "Pero conocí a un chico que era poeta, y por las cosas del mimetismo, por querer hacer lo mismo que el otro, empecé y una vez que empecé me gustó tanto que he seguido hasta ahora". El "ahora" del poeta, ya se sabe, depende de ese momento que llega "cuando quiere", y que los griegos relacionaban con el aliento divino: "De vez en cuando te viene como una luz, un deseo, y te pones y escribes". Pero antes hay que haber leído lo adecuado al momento, y para eso se necesita un guía, porque "si un chico de 18 años lee un libro que debe leer a los 40 se le quitan las ganas".

Para hacerse una idea de cómo escribe sirven las palabras del poeta Álvaro García, que durante los actos de la Feria del Libro de Málaga destacó que "respeta las formas, pero no se incorpora fácilmente a la tradición". Sus poemas tienden a la brevedad. Por contemporaneidad, encajaría en la Generación del 50, pero de ella siempre dijeron los expertos que fue por libre y huyó de los ismos, y también que se convirtió en referencia de los novísimos. Quizá donde más cómoda se sintiera fuera en aquella revista malagueña, Caracola, continuación de la luego revivida Litoral. "Los grandes poetas que vivían colaboraron allí, y los que éramos muy jóvenes estábamos alrededor. Fue un momento extraordinario", responde ella. En aquellos años trabó amistad con Dámaso Alonso y con Vicente Aleixandre, y a Juan Ramón Jiménez le envió una arqueta con la arena de la playa de Málaga para que él pudiera tocar la tierra de su país desde su exilio de Puerto Rico. (...)

No fue hasta 1984, con Ex Libris, cuando la popularidad de Atencia creció, siempre entre las costuras de lo minoritario. De 1997 es Las Contemplaciones, Premio Nacional de la Crítica. De 2011, El Umbral, premio de la RAE.

(...)

Ruiz Noguera observa que la poesía de Atencia es "celebratoria". "Son poemas que dan vida a lo que está adormecido. María Victoria sabe que la poesía anda por cualquier lugar", dijo en su día Teresa García en una mesa redonda. "Hay tantas cosas que celebrar, desde que se nace… La vida, la naturaleza, el amor. La vida es una pura celebración", replica ella, cuando se le cuestiona qué celebra. ¿Y sigue dejándose sorprender? "Es que la sorpresa es siempre. Si pones intención, es una pura sorpresa la vida". Pablo García Baena, poeta y amigo, definía su escritura en 1980 como "encadenada fidelidad a lo real", y citaba a Neruda: "Hablo de las cosas que existen. Dios me libre de inventar cuando canto". Pero quizá la respuesta más completa a la pregunta sobre de qué se ocupan sus versos la diera a Revista de Zinc, en 1996: "He visto que suelo ocuparme de temas muy leves o aparentemente muy leves, por lo general sobre recuerdos de cosas o de sensaciones muy anteriores; que no lo hago sobre algo que me haya afectado con sobresalto (…) que de una taza no me importa su asa o su cuenco sino el vacío que la colma y al que debe su condición de taza".

Capaz de contemplar lo pequeño para llegar a lo grande, hay en su poesía pomos de puertas, paraguas, la rueda de una maleta y mermelada inglesa. También el "deje femenino insobornable", según Antonio Gómez Yebra en María Victoria Atencia: Reina blanca de nuestra poesía. "Ya está todo en sazón. Me siento hecha, / me conozco mujer y clavo al suelo / profunda la raíz, y tiendo en vuelo / la rama, cierta en ti, de su cosecha", dejó escrito en el primer cuarteto de Sazón, uno de sus primeros textos publicados. En Godiva en blue jeans decía, para terminar: "Y luego, de vuelta del mercado, repartiré en la casa amor y pan y fruta". Entre la fuerza de lo cotidiano y el afán de vuelo se mueve la poesía de María Victoria Atencia, según García Baena.


La identificación de las mujeres con la Virgen ha sido, hasta hace muy poco, uno de los tópicos de la cultura hispana. En este artículo se estudia la representación de la Virgen María en el poemario Trances de Nuestra Señora (1986), de María Victoria Atencia (Málaga, 1931), atendiendo especialmente a la insólita identificación que en él se produce entre el sujeto lírico y la figura de la Madre de Dios. ¿Hasta qué punto puede considerarse la propuesta de Atencia subversiva con respecto a las enseñanzas de la Iglesia? ¿Se produce semejante identificación en detrimento de la subjetividad de la mujer moderna que se halla tras la máscara poética? ¿O se ve así realzada la mujer que desea identificarse en cuanto madre con la Virgen?

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¿Cómo hemos de entender, pues, la inusual propuesta de María Victoria Atencia, que ha ido componiendo un ciclo de poemas dedicados a la maternidad gozosa de María, y que ha afirmado que en aquellos poemas "estoy yo" pero que también en ese yo "está" la Virgen (Ugalde 1990: 14-15)? ¿Se trata de una audacia, o de un ejercicio de devoción? La tradición da a entender que María no reveló nunca cómo vivió los acontecimientos que rodeaban su elección como madre de Dios, ni mucho menos lo que experimentaba durante esa maternidad excepcional. Se dice tan sólo que ella “meditaba muchas cosas” y que las “guardaba” en su corazón (Lucas 2: 18-19). ¿Acaso era prudente que María no hablara?

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Sirvan estas consideraciones de preámbulo a nuestra lectura de Trances de Nuestra Señora (1986), un libro que sí pretende dar voz a María. Esta plaquette, editada en un principio como libro navideño y luego sometida a sucesivas ampliaciones, destaca en primer lugar por tratarse de una confesión por parte de María de cómo vivió los hechos asociados a su noviazgo y maternidad. Pero la autora ha sostenido al mismo tiempo que el sujeto lírico del poemario no es sólo María sino ella misma "trascendida" (Ugalde 1990: 14- 15). En cuanto autora, ella estaría habitando la piel de la Virgen, asumiendo su punto de vista, brindándonos, pues, un discurso en primera persona absolutamente nuevo.

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Encuentro místico avant la lettre

María Victoria Atencia se ha acercado a la imagen de la Virgen como una mujer que contempla a otra mujer -es decir, como virgen en un primer momento y luego como madre, no como hija que buscara ampararse en una figura materna protectora (que hubiera sido mucho más tradicional). Esto implica una interpretación de lo sucedido como acto que puede, en principio, repetirse. Mientras que la Iglesia contempla los hechos asociados a la Encarnación como un misterio, a partir del cual no cabe ningún traslado de sentido (Lorenz), existe una tradición subterránea, relegada normalmente al ámbito de la devoción, en donde los mismos hechos se abren a una dimensión metafórica, mística.

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Endiosarse

María Zambrano comenta en su prólogo a los Trances que la Virgen María "es la única criatura perfecta, salvada desde el origen de la creación" (T 1986: 10).

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Pero el milagro de la virginidad, que gana a María el famoso epíteto de porta clausa (Ezequiel 44: 1-2) también aludido en el primer poema (situado en una “estancia sellada”) tiene otro interés para la madre mortal moderna. Al identificarse con la Virgen, una mujer puede imaginar que no ha intervenido hombre alguno en el alumbramiento de su hijo. Puede imaginarse como creadora autónoma, o insistir en el papel que en esa gestación desempeña la voluntad humana de crear algo. Esto es efectivamente lo que sugiere el sujeto poético en ‘Victoria’ respecto del hijo que sostiene en brazos: "lo sentí una obra sola mía, victoria / de un cuerpo paso a paso ofrecido a su cuerpo" (T 1986: 37).

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Para María Victoria Atencia, como hemos visto, el sujeto de los trances no es una mujer-receptáculo (la ‘vasija’ de la Biblia) que esté esperando a que la llene la palabra de Dios, para verse convertida en su ‘tabernáculo’, sino un ser mortal que desea activamente ser transfigurado mediante el contacto con la deidad.

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Apoteosis

Donde se aprecia la innovación que introduce Atencia con respecto a la tradición patrística es en la restauración del simbolismo místico a la realidad empírica del sujeto, esto es, en el puente que tiende entre lo interior y lo exterior, bajo la bóveda de lo cósmico. En cierto modo este es, sin duda, un impulso que anima a toda su poesía, ya que en ella se busca una y otra vez la íntima compenetración del yo con los objetos de su entorno.

María Victoria Atencia afirma en su poemario navideño la idea cardinal de la Iglesia de que la Virgen es un ser mortal. Pero también ha visto en María (al igual que San Agustín) un ser excepcional que busca recibir en su seno a Dios, como una mística avant la lettre. De ahí que Atencia haya interpretado la concepción y el nacimiento de Cristo como un encuentro místico entre el yo y el Otro (...)

Las alusiones que hay en los Trances de Nuestra Señora a la genealogía pagana de la figura de la Virgen (y hay que reconocer que son inevitables porque vienen implícitas en el discurso metafórico tradicional sobre ella) apuntan a que María es un avatar de las diosas madres paganas. Cierto, al principio esta genealogía no queda patente, o sólo se adivina, pero a la larga vemos que María misma se descubre bajo este aspecto. Acaba adquiriendo, o quizá recuperando, el brillo de lo divino que perdió ya en tiempos con la cristalización de la doctrina católica sobre su extrema humildad, y se convierte, de acuerdo con una lógica bíblica subterránea, en "la mujer vestida del sol" del Apocalipsis (12:1), la que fue anunciada, a su vez, en Exodo (3:2-4) bajo la figura de la zarza ardiendo. Es decir, se convierte, singularmente, en el principio y el fin del relato cristiano (Geary: 76-77).

(...)

Fragmento de la obra de Carme Riera, Tiempo de espera (Temps d'una espera, 1998, escrito en forma de diario durante su embarazo).

23-IX-1986

Parece que son las situaciones extraordinarias de la vida, las que a menudo nos mueven a escribir un diario. Un viaje, el sufrimiento de una enfermedad o una guerra han generado varios. Por eso, me parece extraño que un embarazo no haya servido de excusa para escribir algunos. Que yo sepa, no hay o al menos no publicados. Uno de los pocos de los que tengo referencia, el Libro de los niños de la señora Hester Lynch Thrale en las hojas del cual iba apuntando la duración de los embarazos sucesivos, enfermedades y muertes de sus doce hijos, no me lo parece. Es más bien un inventario. No hay descripción, sólo enumeración, no hay un desmenuzamiento de sensaciones ni de vivencias íntimas. No hay emoción. Constata situaciones de manera fría, objetiva y clínica: a Henriette se le ha caído un diente y Pegui ha tenido escarlatina…

¿Por qué las mujeres no hemos escrito diarios de embarazo? Tal vez porque este hecho extraordinario ha sido considerado como el más ordinario de la vida femenina, ya que nuestra misión no consistía en otra cosa que en la reproducción. Es posible que a partir de ahora, los diarios de espera proliferen porque, ya casi en el siglo XXI, las mujeres hemos conseguido la capacidad de observarnos como objetos en lugar de sujetos. Hemos dejado de ser anónimas, hemos logrado una identidad…

Autora: Carme Riera, Tiempo de espera (Temps d'una espera, 1998). Diario.


Más información sobre la autora y la obra.

Hace no tantos años hubiera sido insólito que dos escritoras progresistas se atrevieran a reflexionar sobre la maternidad. Sin embargo, esta misma semana dos autoras han coincidido en la publicación de obras donde se analiza el tema de los hijos. Rosa Regàs aporta en Sangre de mi sangre (Temas de hoy) su testimonio sobre la aventura de cinco hijos y Carme Riera relata en Tiempo de espera (Lumen) un hecho tan extraordinario como común: un embarazo contado a modo de diario.

Cuando Carme Riera (Mallorca, 1948) se dio a conocer en 1975 con un libro de relatos, Te dejo, amor, en prenda el mar, las revoluciones que la mujer tenía pendientes había que hacerlas fuera de casa. Ayer, en la presentación de Tiempo de espera, el libro en el que cuenta la metamorfosis de su cuerpo y su mente durante los nueve meses de gestación de su segundo hijo, Riera concluía que quizás había llegado el momento de que las mujeres comenzaran a recuperar todo lo que habían dejado en el camino hacia la producción fuera del hogar."Me pareció rarísimo que ninguna mujer se hubiera atrevido hasta ahora a publicar un diario de su embarazo. Seguramente sea este el momento en el que estamos volviendo a lo femenino, en un intento por recuperar todo un espacio que cedimos estúpidamente", aseguró la escritora mallorquina, que fue premio Anagrama de Ensayo en 1987 y Premio Nacional de Narrativa en 1995 [posteriormente Premio Nacional de Literatura de Cataluña, 2001, Premio Ramón Llull de las Islas Baleares, 2002, académica de la RAE, 2012, y Premio Nacional de las Letras Españolas, 2015, entre otros]. La también escritora Josefina Aldecoa, que presentó el libro con Fanny Rubio y José Luis Sampedro, calificó la nueva obra de Riera como "una narración magistral de la suprema experiencia femenina".


  • Marta Herrero Gil (2014): "Maternidad y literatura (2). Carmen Riera, Tiempo de espera".

La escritora y académica mallorquina Carmen Riera (1948) compuso Tiempo de espera, diario de su segundo embarazo, cuando contaba treinta y nueve años.

El diario transcurre desde el 23 de septiembre de 1986, el día en que la prueba da positivo, y el 2 de mayo de 1987, donde con un «mis brazos no dejarán jamás de cobijarte» la madre se entrega a un posible parto del que ya no tendremos noticias. Entre medias, poco más de siete meses que son un diálogo de la madre con la hija (será niña), y también de la madre consigo, como si el feto hiciera de espejo, y de la madre con la abuela, y de la madre con las mujeres de todas las épocas (incluso las diosas mitológicas), y de la madre con el feminismo.

El diario nació como regalo para la futura hija. La escritora pensaba que así (y por ello se alegró cuando supo que sería niña) ella podría conocer mejor las circunstancias en que fue concebida y gestada, y eso la ayudaría en el camino de comprenderse a sí misma, de vivirse como mujer y como persona, y quizá, quién sabe, en un futuro, como madre.

El diario-carta íntimo que Riera compuso se convirtió, por la mediación de unas colegas con las que habló en un coloquio en la Universidad de Boston, en un libro publicado solo cuando la hija fue lo suficientemente mayor como para decidir por ella misma compartir su regalo.

No sabemos si la madre rehizo algunas páginas ni en qué sentido, de ser así, para volver el texto público. Los nombres de personas reales han sido sustituidos por iniciales. Por lo demás, Riera compagina sus sensaciones de embarazo, su enorme felicidad por el estado que vive, sus miedos y unos pocos deseos proyectados para su hija («espero que tú, como yo […] puedas disfrutar del embarazo sin dejar de ser tú», p. 147), con reflexiones en tono feminista sobre el papel reducido a lo reproductor que se ha dado a las mujeres en la sociedad patriarcal y referencias eruditas a mitología sobre diosas y gestaciones, a historia de la literatura y el embarazo, y a historia de las mujeres en general, y crítica a autores y corrientes que vive como machistas (Freud, Aristóteles, la Iglesia católica).

(...)

Así, casi sin darse cuenta, sin superar la paradoja ni darle rienda suelta completa a un estado que en el fondo vive como de plenitud, preguntándose en el fondo quién es y qué hace en este mundo, Riera abre un espacio para que lo íntimo se haga público, para que lo femenino se exprese, para que eso que ella percibe como ordinario se vuelva extraordinario en la historia de la literatura, que también es gestación y reproducción.

Fragmento de la novela Demasiados héroes (2009), de Laura Restrepo.

Una noche Ramón soñó que el niño nacía mientras él estaba lejos y que al regresar no podía encontrarlo. Enloquecido, preguntaba aquí y allá por su hijo recién nacido hasta que alguien le decía que la mujer que lo cuidaba se lo había llevado en brazos al santuario de Luján. En el sueño, Ramón, que todavía no había visto a su niño y por tanto no sabía cómo era, tenía que buscarlo y reconocerlo entre una masa de peregrinos que iba de rodillas camino al santuario.

Un tiempo después, fue Aurelia quien se despertó estremecida por una pesadilla. Su niño nacía y tenía una cara seria y hermosa, no sonreía pero sus facciones eran perfectas, y en cambio su cuerpo era alargado como el de una lagartija. Ella quería abrazarlo, quería envolverlo en una manta para que no tuviera frío, pero el bebé-lagartija se le escapaba.

—Sospecho que al dormir, tu padre y yo reconocíamos lo que estando despiertos no éramos capaces siquiera de preguntarnos. ¿Cómo íbamos a cuidarte, Mateo, si habíamos hecho una profesión de no cuidarnos a nosotros mismos? ¿Cómo defender tu vida sin saber cuánto durarían las nuestras? Tu nacimiento iba a ser un suceso contra toda evidencia, una urgencia y un reclamo de vida frente al engranaje de muerte que nos rodeaba.

Protagonista: Lorenza / Aurelia, quien concibe a su hijo Mateo durante la lucha clandestina contra la dictadura argentina y tiene que abandonar su grupo revolucionario para recuperarlo.

Autora: Laura Restrepo, Demasiados héroes (2009).

Una historia de amor maternofilial entre una madre y un hijo, a través de los recovecos de la memoria política y personal de su juventud en lucha contra la dictadura argentina y contra las exigencias épicas, cuando fueron deshumanizadoras, del compromiso con un movimiento revolucionario en la clandestinidad.

Más información sobre la autora y la obra.

Fragmento de la novela Un milagro en equilibrio (2004), de Lucía Extebarría.

Me he pasado la vida persiguiendo inútilmente la aprobación familiar como el burro que avanza por un camino marcado por su dueño a base de perseguir la zanahoria al final del palo, y sólo he conseguido avanzar por un camino que yo no había decidido y no conseguir sentirme mejor ni más querida por eso.

Se me hacía muy difícil aspirar a conseguir la aprobación de mi padre, un trofeo por otra parte que se hacía más valioso a mis ojos por lo disputado: todos, menos mi madre, babeábamos tras él como perritos. La Eva real no parecía gustarle y pretendía machacarla a base de llamarla mimada, loca, desagradecida y mentirosa (mimada si no se levantaba a su hora, loca si se ponía la famosa muñequera de pinchos, desagradecida desde el primer verano que decidió no pasarlo en Santa Pola, mentirosa si afirmaba que a su hermano le faltaba un tornillo). Yo siempre supe cómo era él, y le aceptaba. Es más, le quería. Le quería mucho, demasiado incluso, pero sabía que me había embarcado en una relación de amor imposible. Y cuando vi que se repetía el mismísimo patrón con el hombre cuyo nombre está escrito en un trozo de pergamino encerrado en una botella enterrada en un descampado cerca de Cuatro Vientos, que estaba persiguiendo desesperadamente a alguien que no podría nunca devolverme lo que yo le daba, me di cuenta de que aguantaba esa relación porque seguía un esquema aprendido, porque estaba jugando a ser mi madre sin serlo, poniéndome en el lugar de la misma mujer a la que mi padre tanto decía amar, cambiando el escenario pero reinterpretando el libreto palabra por palabra en un intento desesperado e inútil de cambiarle el final.

Y no sabes lo que me duele escribir esto porque toda la vida he soñado con tener una familia idílica que me quisiera incondicionalmente, de esas de teleserie yanqui, un refugio al que acogerme en caso de necesidad. Y duele dar por terminada esa ilusión. Esa ilusión que todos acariciamos, pero que no se puede materializar en la vida real. Porque ningún ser humano es perfecto y por lo tanto no existe la familia perfecta. Y si las series de televisión nos advirtieran de que todas las familias, todas, se basan en lazos de afecto y complicidad, pero que están anudados, en enmarañada red, con otros de celos, traiciones, desilusiones y envidias, no nos decepcionarían tanto nuestros padres y hermanos y aprenderíamos a valorar a cada familia como lo que es: ni mejor ni peor; distinta. O igual, según se quiera ver. Duele admitir esto, es cierto. Duele crecer. Pero ya lo dijo el cantautor italiano: lo siento mucho, la vida es así y no la he inventado yo.

Lo que quiero que entiendas, Amanda, si algún día lees esto, es que cuando aquel Mercedes por fin se detuvo en Madrid y yo llegué a casa con los ojos rojos y la cabeza enredada, me di cuenta de que uno no se puede pasar la vida ni intentando ser como sus padres quieren que sea ni culpándolos a ellos de la persona en la que uno se ha convertido. Porque si se estanca en la infancia no crece, y si no crece nunca será una persona completa, sino un simple apéndice de su mamá, dependiente de su aprobación y temeroso de su desprecio. Yo no estoy contenta de cómo me trataron, pero al fin y al cabo ¿quién lo está?, ¿existe alguna persona que no tenga algo que reprochar a su educación y su crianza?, ¿soy tan ingenua como para pensar que, en el futuro, tú no tendrás algo que reprocharme? Y también pienso a veces que quizá no pudieron o no supieron hacerlo de otra manera. Peor aún, que es más que probable, por no decir irremediable, que yo también me equivoque contigo. Quién sabe si las cosas hubieran ido a mejor si mi madre se hubiera casado con el tío Miguel o si mi padre no hubiera tenido que ver al cuñado que fue rival día sí y día también. Quién sabe si todo habría sido mejor de no haber estado los bandos divididos por una guerra cainita, quién sabe si las cosas pueden ir mejor o si en realidad la vida está sujeta a leyes fatales contra las que nada se puede oponer porque es la divina fatalidad la que mueve todo con hilos invisibles. Yo, desde luego, no lo sé, Amanda, pero sí sabía entonces que quería protegerte de todo aquello, y por eso, cuando una semana después llamó mi padre para saber si todo iba bien y me dijo que no hacía falta que llorase tanto, que no había que sacar las cosas de quicio, que lo único que había pasado era que mi hermano perdió los nervios, esperando que yo aceptase, una vez más, la normalidad de Vicente y la exageración de mis propias reacciones, le colgué el teléfono y no le he vuelto a llamar desde entonces a sabiendas de que ese amor de padre me estaba asfixiando y que en cierto modo su vida se había alimentado siempre de la nuestra, con dos hermanas enfrentadas jugando a la buena y a la mala y un tercer hijo siempre machacando a la cuarta para disimular su complejo de inferioridad. Sé que cuando tú seas mayor podrás juzgarme igual que yo un día juzgué a mi padre, y eso me aterra, porque pienso que si mis padres no supieron hacer las cosas de otra manera es más que probable que yo tampoco sepa transmitirte nada válido, que cometa los mismos errores y vuelque en ti mis frustraciones y mis miedos, que no sepa contener mis accesos de mal genio, esconder mis inseguridades y mis neuras, ser refugio ni consuelo cuando me necesites. Es más que probable que algún día me desprecies cuando leas que te concebí como asidero a la vida, que te utilicé incluso antes de que nacieras.

Que te utilicé para llenar mi vida vacía, que deseaba concebirte porque necesitaba alguien que habitara mi soledad, porque cada cual busca e incluso planea sus amores (amantes, amigos, hijos) en función de sus carestías.

(...)

Pero esto no son más que elucubraciones. Mi madre ha muerto y lo único que sé es que nunca supe mucho de ella. Por eso no quiero que tú en un futuro tampoco sepas nada de mí, de dónde vienes, por qué naciste, por qué te engendró precisamente tu padre y no otro, por qué tu madre apostó por la vida a pesar de que confiaba tan poco en ella, a pesar de que siempre pensó y a veces todavía piensa que lo mejor es pasar por el mundo de puntillas, como si este valle de lágrimas no fuera sino la estación en la que una espera la llegada del tren que la conducirá al abismo. No quiero que tengas que enterarte, confusamente y por terceros, de partes trascendentales de la historia de tu madre, como me sucedió a mí, y sentir además que te faltan otros pedazos importantes sin los cuales no puedas reconstruir un rompecabezas que quedará irresoluble para siempre. En cualquier caso, quiero que sepas que me prometí a mí misma y a ti, aunque no me entendieras y no supieras lo que te estaba contando, que trataría de no intentar convertirte en un apéndice de mi persona, ni en un vehículo de mis ambiciones, ni en un espejo para mis vanidades, que respetaría tus opiniones y tus gustos incluso si no coincidían con los míos y que me esforzaría en lo posible para hacerte sentir querida y válida.

Personaje protagonista (autobiografía): Eva.

Autora: Lucía Etxebarría, Un milagro en equilibrio (2004).

Más información sobre la autora y la obra.

Lucía Etxebarría obtuvo el Premio Planeta en 2004 con Un milagro en equilibrio, una novela sobre la maternidad sugerida por su maternidad. «Ahora mismo me resulta imposible hablar acerca de algo que no seas tú» (p. 23), dicen a la par protagonista y escritora.

La Lucía Etxebarría que escribió este libro es la de siempre: la novela trata sobre una mujer que se quiere poco y se aficiona mucho (demasiado) al alcohol, que se queda embarazada inesperadamente (aunque «sin elegirte te elegí», dice la novela, «porque […] son las elecciones inconscientes las únicas sinceras», p. 21) y vive una gestación llena de vaivenes emocionales, que se siente a ratos «como la teniente Ripley teniendo que manejar una nave en la que se había colado un alien» (p. 41), que cuando nace el bebé pasa momentos de amor y de llanto, y otros incluso anhela escapar hacia cualquier otro lugar del mundo; que duda de sus cualidades como madre y se siente culpable hasta de escribir, que se abisma ante la labor de educar a su hija e intuye su incapacidad, y que se enfrenta durante el posparto a la lenta agonía y muerte de su propia madre.

Pero la Lucía Etxebarría que ganó el Planeta es a la vez la de nunca. Y su protagonista, tan neurótica como todas sus protagonistas, falta de autoestima, feminista, moderna y alcohólica, se abre a la maternidad y descubre, en medio de la vorágine, aun con el campo de batalla preñado de artefactos explosivos, una vida más significativa, una emergencia que es supervivencia, y se da cuenta de que «tuve que convertirme en dos para dejar de ser dos, porque una de ellas iba a matarme, pero en lugar de matar creé vida, y así sobreviví». Y así vivió. Y descubrió un nuevo modo de enfrentarse al día a día.

  • Canal 33 (2004): Entrevista a Lucía Etxebarría sobre la novela Un milagro en equilibrio, donde expone argumentos contra la discriminación de las mujeres y los estereotipos impuestos por el patriarcado.
  • Patricia Soley-Beltrán (2018): "Lucía y el sexo". Entrevista a Lucía Etxebarría en La Térmica sobre su última obra de autoficción (Por qué el amor nos duele tanto. Una novela sobre el amor romántico y otras trampas cotidianas, 2017), en la que denuncia las formas de violencia que ha tenido que sufrir bajo la etiqueta de amor (acoso, abuso, maltrato).

Si hay dos temas literarios eternos, universales, inagotables, son sin duda el amor y la guerra. De la Ilíada al Capitán Alatriste, del Cantar de los Cantares a Los enamoramientos, la literatura vuelve una y otra vez sobre lo mismo: el erotismo, la lucha por el poder, la muerte. Bien. ¿No falta algo?... ¿No hay otra vivencia universal y eterna, y no menos crucial para la especie humana, que la muerte y el sexo? Hablo, por supuesto, de la maternidad, y de todo lo que conlleva: concepción, embarazo, aborto, parto, crianza... Sin embargo, ¡qué curioso!, esa gran experiencia ¿dónde está? ¿qué obras literarias la reflejan?... Cada año, puntualmente, la literatura española arroja su cosecha de novelas de la guerra civil, a cargo de autores que no la conocieron; mientras, también todos los años, más de cuatrocientas mil españolas dan a luz y más de cien mil abortan, pero de eso la literatura no dice una palabra.

El porqué de esta extraña asimetría no es ningún misterio. La literatura la han escrito, y en su mayor parte la siguen escribiendo, varones, y en ella reflejan sus propias vivencias, mucho más que las del otro sexo. De 1.200 personajes creados por Shakespeare, menos de 150 son mujeres, y éstas aparecen además en tanto que esposas, hijas o amantes del protagonista masculino. La experiencia femenina es como un iceberg, del que la literatura alumbra solo una pequeña parte: lo que las mujeres viven con los hombres. El resto: su vida a solas, sus propias ambiciones y deseos (otros que los amorosos), y sus relaciones entre sí, está a oscuras. Ha empezado a salir a flote lentamente a medida que más mujeres escriben; pero aún queda mucho sumergido. Sobre todo la maternidad.

Lo cual no significa que no se escriba sobre ella. Sí se escribe, pero ¿cómo, dónde? En los libros de autoayuda y las revistas populares. Se nos cuentan las maternidades de famosas en sus mundos de ensueño, se nos venden libros titulados Disfruta de tu embarazo o Un comienzo mágico para una vida fascinante, se nos habla, no de filosofía, historia, política… (¿acaso la maternidad no puede abordarse desde esas perspectivas?, y sin embargo, las revistas de política, historia o filosofía nunca la tratan), sino de “recuperar una tripita plana” o de “los flatitos del bebé”. Todo, como se puede ver, frívolo, superficial… e idealizado. Que la maternidad es “natural”, maravillosa, y que no admite otra discusión que sobre aspectos prácticos, son axiomas que casi nadie pone en entredicho. Vivimos en una cultura que tiende a ver a las madres como función o recipiente, más que como individuos. La imagen de la mujer embarazada que más se prodiga, a saber: un vientre abultado sin cabeza, lo deja meridianamente claro. Es una cultura en la que falta una voz: la de las madres pensantes.

Solo estos últimos años han empezado a aparecer algunos libros que inician un nuevo camino, abordando la maternidad con espíritu crítico. Es una bibliografía en la que se difuminan las fronteras entre ensayo, ficción, testimonio; citemos pues, sin otro orden que el cronológico y limitándonos a España, El vacío de la maternidad, de Victoria Sau (1995), Maternidades, de Virginia Mataix (1996), Tiempo de espera, de Carme Riera (1998), Un milagro en equilibrio, de Lucía Etxebarría (2004), Nueve lunas, de Gabriela Wiener (2009), Lo que me queda por vivir, de Elvira Lindo (2010), Una habitación impropia de Natalia Carrero (2011), Daniela Astor y la caja negra, de Marta Sanz y ¿Dónde esta mi tribu?, de Carolina del Olmo, ambos de 2013. Seguro que me olvido títulos, pero aun así, es evidente que tenemos todavía muy poco escrito que nos permita conocer el punto de vista de las madres. Y si no lo conocemos, ¿cómo podremos tomar, sin injusticia, las muchas decisiones –el aborto es la principal, pero no la única- que toda sociedad debe tomar sobre asuntos que afectan, ante todo, a las mujeres, madres en acto o en potencia?

Autora: Laura Freixas, "El silencio de las madres". El País, 18-1-2014. Publicado en El silencio de las madres y otras reflexiones sobre las mujeres en la cultura (2015).


Más información sobre la autora y la obra.

La luz de la investigación de Laura Freixas (...) desentraña los prejuicios más arraigados en la crítica literaria española a través de múltiples citas de diferentes publicaciones que ilustran cómo la asociación entre mujer/femenino y literatura lleva casi siempre acompañada la desvalorización de la obra. La muestra periódica de estadísticas a lo largo del texto pone de manifiesto la clara desventaja de la que parten las mujeres en la industria editorial, donde los hombres siguen siendo una aplastante mayoría, a excepción de las agencias literarias donde las mujeres pudieron incursionar siguiendo la estela de la primera gran agente, Carmen Balcells.

(...)

Otra de las principales ideas que plantea el texto de Laura Freixas es la omnipresencia de la masculinidad en la literatura y, por consiguiente, su asociación con lo universal. Los hombres (ya sean escritores o lectores) quedan eximidos de la carga de género como un rasgo particular que defina su gusto o su pericia artística. (... Por el contrario se atribuyen) ciertas características a los libros escritos por mujeres y supuestamente dirigidos a mujeres. Dichos rasgos (particular, comercial, intimista y feminista) nunca se usan de modo objetivo/descriptivo sino con un claro afán de desacreditar a la obra y a su autora.

(...)

Una idea interesante que se desprende de la lectura minuciosa de La novela femenil y sus lectrices es la de que ese ataque persistente contra las mujeres como escritoras y lectoras que las devalúa como sujetos constructores de conocimiento se deriva del temor a que la mayor instrucción de las mujeres conlleve un cuestionamiento de las jerarquías y los roles de género.


  • RTVE (2015): Entrevista a Laura Freixas sobre su colección de artículos El silencio de las madres y otras reflexiones sobre las mujeres en la cultura, Para Todos la 2.

Otras obras contemporáneas que narran la experiencia del tránsito intergeneracional.

Además de la maternidad libremente elegida hay otras formas de vincular a las generaciones como la abuelidad o la relación entre escritoras de distintas edades (maestra-discípula):

Mercè Rodoreda, Aloma (1936, revisada durante su exilio en 1969).

En un ambiente de transformación social, durante la República, Aloma, la joven protagonista, decide salir del gineceo y traspasar los muros de la familia patriarcal para emanciparse junto con la criatura que lleva dentro, de otro modo que la joven Andrea en la novela Nada de Carmen Laforet. La novela recuperó su actualidad cuando la estructura del régimen franquista fue desafiada por otra generación de jóvenes.

Ella misma es un hito reconocido de la genealogía femenina/feminista. Fue directora de la Biblioteca Nacional y afrontó el rechazo de la opinión conservadora, entre otras cosas, por atreverse a desmantelar la estatua de Ménendez y Pelayo, gran erudito y gran misógino del tradicionalismo decimonónico.

  • Ha dedicado un libro de memorias a la experiencia de la maternidad con sus cinco hijos: Sangre de mi sangre: la aventura de los hijos (1998), pero también ha tratado la filiación (su condición de hija: Una larga adolescencia, 2015) y la abuelidad (Diario de una abuela de verano, 2004) en otras obras que reconstruyen distintas épocas de su vida. Si a esas ventanas añadimos la vivencia de la emancipación (Una larga adolescencia, 2015), el amor (Música de cámara, 2013) o el viaje explorador (Azul, 1995, Premio Nadal), entenderemos la relevancia de esta mujer como mediadora entre generaciones.

  • Narra con humor y autocrítica los cambios en los roles de las mujeres entre la posguerra y la democracia, a través de una secuencia de tres generaciones. La escritora de éxito se inició en su profesión con otra mujer inteligente y exigente, represaliada y marginada por la dictadura. Ahora es ella quien sirve de modelo a una joven creadora, desde un altar donde no encaja. Como en cualquier proceso de aprendizaje, subyace y aflora una rivalidad latente, aunque lo que prevalece es el afecto maternofilial.

Más información sobre el tema.

  • Marta Herrero Gil (2014-2017): colección de trece artículos titulada "Maternidad y literatura" en su blog Rinconete, Centro Virtual Cervantes, sobre obras de varias autoras y algunos autores (dos obras de Lorca y una de Unamuno).
  • Carmen G. de la Cueva, editora de la revista digital La Tribu. Un cuarto propio compartido. Sección "Maternidades".

7.2. Heroínas fantásticas contra la distopía muy real de un mundo dominado por varones.

Ana María Matute, Olvidado rey Gudú (1996). Fragmento.

A pesar de haber recibido cierto reconocimiento en su vida: el premio Cervantes y un sillón de la RAE, Ana María Matute solo es conocida parcialmente, como a través de un prisma. Hay quienes reivindican su vertiente fantástica, pero demuestran no haber leído sus obras realistas, tanto las novelas más arriesgadas, por su estilo, como los cuentos magníficamente construidos para provocar emociones; también los hay que admiran sus narraciones realistas, por su análisis psicológico y su crítica genética del odio, pero minusvaloran el otro lado como si fuera un capricho de su imaginación. Hay todavía otros críticos que prefieren su narrativa corta, en la que encontramos tanto relatos de estructura maravillosa, siguiendo el estilo y los temas de la cuentística popular y la tradición oral, como cuentos magistrales y medidos que analizan el sufrimiento y la resiliencia de niñas y niños en mundos reales o realistas de la España profunda.

Sin embargo, todas las facetas de sus producciones están relacionadas. La magna fantasía de Olvidado rey Gudú se escribió justamente después de la última del ciclo realista Los mercaderes, llamada La trampa, en la que se narraban las consecuencias del odio sembrado por la dictadura franquista entre sus víctimas: los hijos de los exiliados y los represaliados, como antes había retratado el absurdo y la crueldad del régimen dictatorial, cuyo obsesión por conservar la vieja España le había llevado a matarla y guardar su cadáver. Ana María Matute desvela la cadena de causas y efectos a que conduce la supuesta legitimidad de la venganza, aunque sea capaz de comprender y reconstruir sus motivos en varias secuencias de una larga historia.

Olvidado rey Gudú es comparable a las mejores producciones de la literatura fantástica de ambientación medieval: El Señor de los anillos o la saga de George R. Martin en que se basa Juego de tronos. Pero las supera en dos aspectos: su estilo es el de la narración popular (Perrault, Grimm), aunque haya fragmentos de épica guerrera y crónicas feudales; además, su libre imaginación siempre regala un sentido. No se reduce a una acumulación morbosa de violencia y vicios, ni a un combate maniqueo entre buenos y malos, sino que consiste en un análisis de los errores humanos.

Así que, atendidas todas estas cosas, llegó el momento en que la Reina reunió a sus íntimos en asamblea privadísima, para exponerles algo que había larvado largamente en su pensamiento y corazón, tras años de reflexión y encierro.

Una vez reunidos en las habitaciones privadas el Hechicero, el Trasgo del Sur y el apuesto Almíbar -si bien éste no era indispensable, pues en tales circunstancias solía dormirse: era sólo cuestión de cortesía-, la Reina manifestó a sus verdaderos -y quizás únicos- amigos:

—Queridos, ha llegado el momento de tomar una importante decisión respecto a Gudú. Y no es otra que el asegurarle de forma rotunda y definitiva la corona y el esplendor del Reino. Y como las enseñanzas por vosotros recibidas y mi propia experiencia me han mostrado, una condición indispensable se ha hecho muy patente para dotarle en este aspecto de una especial virtud.

Aquí guardó un instante de silencio, pues una de sus pocas debilidades consistía en la pasión por la solemnidad. Sus amigos la escuchaban atentos:

—Queridos míos -repitió, con la dulzura y firmeza que solía-, la cuestión es simple y complicada a la vez, y para ello necesito imprescindiblemente de vuestras artes y sabiduría. Trátase, lo digo de una vez, de incapacitar totalmente a Gudú para cualquier forma de amor al prójimo.

—Querida niña -dijo el Hechicero-, no deseo contradecirte, puesto que bien sabes lo que opino al respecto, pero creo que exageras tu aversión hacia ese impulso: nadie como tú sabe cuántas calamidades como dulzuras puede reportar. Pero ten por seguro que si hallamos un bebedizo o cosa parecida para conseguirlo, desde ahora te advierto que no será perfecto: porque no se puede extirpar la capacidad de amar fragmentariamente, o sea, condicionada, sino que, si es posible, tendrá que ser extirpada en todas sus manifestaciones.

—Lo sé -dijo ella, con paciencia-. No veo inconveniente.

—Es que -dijo el Trasgo- también le será negada la capacidad de amistad, y la capacidad de todo afecto. Y por ende, tampoco te amará a ti. Lo digo por lo que apreciáis en general ese sentimiento los humanos, pues en nuestra especie las cosas funcionan de otro modo, querida niña, y es mi obligación advertirte de ello.

—Ya lo he meditado -respondió Ardid, esta vez sólo con energía y prescindiendo de la dulzura, que en el momento presente consideró superflua-. No tengo nada que oponer a que Gudú no me ame: con que le ame yo, a él basta.

Algo más se discutió la cuestión, pero en vista de la firmeza inquebrantable de Ardid, el Hechicero y el Trasgo accedieron a estudiar el caso con toda precaución y detenimiento. Almíbar ya se había dormido, y posiblemente no había alcanzado completamente al meollo de la cuestión; de todas formas, también lo habría olvidado. Casi todo lo olvidaba, excepto su amor hacia Ardid, pues estaba tan incrustado en él y había extendido sus ramas de tal forma por todo su ser, que poco espacio le quedaba para otras cosas.

Tiempo después, el Hechicero y el Trasgo comunicaron a la Reina el fruto de sus largas averiguaciones. La misma Ardid acudió a la mazmorra donde tan a gusto se hallaba el viejo Maestro. Se había negado a ocupar un lugar más confortable, ya que para él no había otro mejor en el Castillo de Olar. Los tres solos esta vez se agruparon junto a un fuego que reverdecía en sus corazones tiempos lejanos, cuando se ocultaban en las ruinas del Castillo de Ansélico. Al fin, ambos ancianos comunicaron a Ardid lo siguiente:

—Existe, en verdad, la posibilidad de extirpar al Rey Gudú la capacidad de amar. Tal y como te advertimos, esa posibilidad debe ser extrema y total. Si persistes en tu idea, hemos de pormenorizar varios aspectos de la cuestión. Como bien sabes, no existe conjuro, encantamiento o trato con las Fuerzas Mayores que no se halle supeditado a alguna cláusula, que (depende de las circunstancias) puede o no resultar, a la larga, contraproducente. En el caso que nos ocupa, el detalle o cláusula consiste en que si a un ser le es extirpada la capacidad de amar, le es simultáneamente arrebatada la capacidad de llorar.

—No veo inconveniente -dijo ella-. Tanto mejor: no conocerá esa humillante sensación.

—Cierto -dijo el Trasgo-, pero hay una cuestión más complicada en este asunto, al parecer tan simple: si por alguna razón extraña o ajena (que no se puede prever, ya que nuestras fuerzas son limitadas), alguna vez el sujeto tratado con tales procedimientos llegara a derramar una lágrima, tanto él como todo aquello donde él hubiera puesto su planta, y todos aquellos que con él hubieron existido, desaparecerán para siempre en el Olvido, en el Tiempo y en la Tierra.

—Pero si le extirpáis la capacidad de amar y con ello también de llorar... esa desaparición no puede, lógicamente, producirse.

—Eso pienso -dijo el Hechicero, aunque sin demasiada convicción.

—Así lo hace creer todo, si nuestras averiguaciones no han fallado en sus cálculos -añadió el Trasgo-. Pero esa cláusula consta en los Tratados: y si consta allí, algún resquicio habrá por el que no hemos podido llegar a penetrar en su verdadera sustancia.

—No veo lógica en vuestros temores -repitió Ardid, impaciente-. Vosotros mismos habéis dicho que lo uno acarrea lo otro: si no ama, no llora. Si no llora, no hay por qué preocuparse.

Asintieron en silencio los dos amigos de la Reina, pero en sus ojos latía una duda, vaga y remota, pero duda al fin.

Protagonista del episodio y de la primera parte de la novela: la reina Ardid, única superviviente de una familia noble que fue víctima, junto con todo su pueblo, de la barbarie de Sikrosio, hijo del conde Olar, padre del primer rey de la estirpe, Volodosio, quien se convirtió en su esposo, y abuelo de su propio hijo, el gran rey-emperador Gudú.

Autora: Ana María Matute, Olvidado rey Gudú (1996).


Más información sobre la autora y la novela.

El vacío. Así llamaba Ana María Matute (1925-2014) a la depresión. Una sombra que se apoderó de ella en el momento más dulce de su vida. Se había trasladado a Sitges (Barcelona) con su hijo Juan Pablo y su segundo marido, Julio Brocard. Tenía un piso maravilloso, donde escribía y se dedicaba a sus hobbies, entre los que estaban la joyería, la pintura y, sobre todo, la carpintería y las manualidades. Solía pedir a los niños de la localidad que le llevaran trocitos de madera con los que hacía pueblos medievales y, en una ocasión, le regaló a su amigaEsther Tusquets un collar elaborado con los culos de los botellines de cerveza (ella no dudó en llevarlo puesto un día que acudió a un estreno al Liceo, donde todo el mundo se quedó boquiabierto por el brillo que desprendían aquellas extrañas esmeraldas).

Viajaba por todo el mundo. Era una figura literaria consagrada, con una obra considerable y muy valorada ya a sus espaldas. La suerte, por fin, le sonreía. Pero, de repente, se quedó sin ganas de vivir. Y, por supuesto, de escribir. En sus propias palabras, no es que le diera «miedo escribir, es que no me interesaba, me daba igual. Todo me daba igual». Corría el año 1975 y aquel imprevisto vital hizo que abandonara la novela que llevaba a cuestas desde finales de los 60:«Olvidado Rey Gudú». Una obra inmensa, que marcó la vida de su autora y de la que Destino acaba de publicar una edición conmemorativa.

Según cuenta Paz Ortuño, amiga íntima y estrecha colaboradora deAna María Matute, ella siempre había querido escribir este libro, «porque la Edad Media la entusiasmaba». Era un giro completo en su manera de escribir: una saga medieval a la que ni ella ni los lectores estaban, entonces, acostumbrados. «Lo tenía escrito de la manera en que escribía: rápido, pero luego corregía mucho. Era muy perfeccionista y nunca daba nada por terminado. No veía el momento de publicarlo». Entonces, de un día para otro, llegó el vacío. Y allí se quedó el «Rey Gudú». Matute lo «encerró», bajo llave, en un carrito de madera que ella misma construyó y que durante los muchos años que transcurrieron después la acompañó siempre, como equipaje de mano. Hasta que decidió a publicarlo.

En la lite­ra­tura de Ana María Matute hay ante todo una con­ti­nua angus­tia por inten­tar res­ca­tar el tiempo ido de la infan­cia, y toda la carga poé­tica de sus rela­tos y nove­las hunde sus raí­ces en la memo­ria de la niña que fue. “Yo de pequeña –recuerda–, tuve la suerte de que mi madre tenía una pequeña finca en La Rioja, y en verano me podía meter en los bos­ques, y mi madre se asus­taba. ¿Qué haces allí?, me decía. Estar, le decía yo, me encan­taba estar allí”. Y ense­guida lle­ga­ron las pri­me­ras lec­tu­ras: “Peter Pan es uno de mis libros icono, pero tam­bién todo Ander­sen, los Her­ma­nos Grimm, Perrault y, sobre todo, Ali­cia, que lo leí en fran­cés en un ejem­plar de mi abuela por­que aún no había tra­duc­cio­nes al espa­ñol. Esos los leí antes de la gue­rra, debía tener yo unos 10 años, pero tiempo des­pués, y hablando de libros para niños, hasta cierto punto Huckel­be­rry Finn me parece que es uno de los mejo­res libros que se han escrito en el mundo. El viaje de Jim, el esclavo, con Huckel­be­rry por el Misi­sipi es una mara­vi­lla, y ade­más es muy diver­tido, muy cruel, pero muy divertido.

¿Por qué cree que hay tanta cruel­dad en esos rela­tos para niños?

Los lla­ma­dos cuen­tos de hadas no fue­ron escri­tos nunca para niños, son tra­di­cio­nes ora­les que gente como los Grimm, como Perrault o como Ander­sen (aun­que éste inventó muchos) los reco­gía de la tra­di­ción de los paí­ses del Norte y de las leyen­das cel­tas. Pero no esta­ban pen­sa­dos para niños, fue­ron los niños los que los adop­ta­ron. Y con el tiempo los fue­ron dul­ci­fi­cando. Di mejor estro­peando. Yo he tenido la suerte de haber leído los ori­gi­na­les, con toda su cruel­dad y con toda su belleza. Me ponen enferma algu­nos escri­to­res polí­ti­ca­mente correc­tos que cogen un libro infan­til y lo des­tro­zan. Invente usted algo que piense que no es dañino para los niños, pero no estro­pee lo que otros han hecho mucho mejor que usted. Me pone enferma que estro­peen aque­llos cuen­tos que de niña me habían hecho soñar tanto, inven­tán­dose, por ejem­plo, una Cape­ru­cita que se hace amiga del lobo. Aun­que Cape­ru­citaes un cuento que nunca me ha gus­tado por­que, claro, una niña que con­funde al lobo con su abuela parece tonta.

¿Por eso escri­bió usted un nuevo final para La bella durmiente?

Sí, por­que en el cuento la prin­cesa se des­pierta y se va con el prín­cipe, pero La bella dur­miente empieza ahí, cuando en el cas­ti­llo se encuen­tra con la sue­gra que es una ogresa, no como yo, que soy una sue­gra mag­ní­fica y tengo una nuera estupenda.


Olvidado rey Gudú es un libro de fantasía épica, aunque a la crítica le cueste aceptarlo. Está ambientado en una nebulosa y misteriosa Edad Media, hay magia, trasgos, ondinas, hechiceros, guerreros. Narra la historia de un reino, el de Olar, y de una dinastía a través de sus diversas generaciones. Hay conquistas, guerras, complots para hacerse con la corona, maldiciones. Si esto no es un libro de fantasía épica, Gollum se puede quedar con todos mis anillos. La ‘crítica seria’ parece evitar esta denominación, pero hay que aceptar que esta exquisita novela se ajusta a los cánones de un subgénero tan poco valorado por los estándares de “la alta literatura”.

En Olvidado rey Gudú se nos cuenta la historia del Reino de Olar, un reino forjado sobre la ambición, el egoísmo, la brutalidad y algún golpe de suerte. Lo que comenzó siendo un Condado, se vio convertido en reino. Sikrosio, rey de Olar e hijo del Conde Olar, es el fundador de una dinastía cruel y bestial. El reino avanza a trompicones, apoyándose en sucesivas guerras, e irá creciendo y creciendo hasta alcanzar su límite. La historia de Olar y sus reyes es la historia del hombre, de sus virtudes, sus pasiones, sus rencores y sus secretos. Su esplendor lo traerá el rey Volodosio (hijo de Sikrosio), en gran parte gracias a su casamiento con una astuta y desdichada niña sureña, que será conocida como la reina Ardid.

Aunque se nos relatan múltiples historias y los personajes que desfilan por estas páginas son muchos, me atrevo a decir que la protagonista de la novela es, en realidad, la reina Ardid y no su hijo, el rey Gudú. A Ardid la acompañaremos desde su infancia hasta su vejez y no nos equivocaríamos al declarar que es ella el desencadenante de la grandiosidad y de la ruina del reino de Olar. Se trata de un personaje trágico y lleno de matices y claroscuros. Aunque en general simpatizaremos con ella, en muchas ocasiones reprobaremos su comportamiento. A grandes rasgos, los personajes no solo están bien construidos (algunos, por supuesto, están dibujados con más detalle que otros) sino que la mayoría sufrirán cambios en su forma de ser y actuar o estarán torturados por algún tipo de conflicto que son incapaces de resolver o con los que deben intentar convivir.

Tenemos, por ejemplo, a Almíbar, hermano del rey Volodosio e hijo de un hada, al que contemplaremos sufrir por un amor no correspondido. También tenemos al Trasgo, una criatura mágica aficionada al vino y al amor de los humanos, lo que hará que le crezca un racimo de uvas en el lugar del corazón. Otra historia triste es la de la Ondina, que acepta un trato para convertirse en humana y poder disfrutar del amor y el sexo con los jóvenes humanos y que comete el mayor error que puede cometer una criatura mágica: enamorarse. Como puede verse, en la novela no escasean las historias de amor trágicas, como las de los príncipes Predilecto y Tontina, pero tampoco está falto de sangre, cabezas cortadas, salvajismo y sinsentido. Todos los reyes de Olar, desde Sikrosio a Gudú, pasando asimismo por los hijos bastardos, serán una muestra magnífica de ímpetu guerrero, ferocidad y barbarie.

De esta manera, en la novela encontremos tanto un estilo exquisito y cuidado para transportarnos a ambientes fantásticos y de cuento de hadas, como un estilo más práctico y descarnado para hablarnos de la guerra y su dureza. Siempre y en todo caso, la manufactura es excelente y en muchos de los pasajes nos acercaremos a una prosa poética bastante elaborada (además de las hermosas imágenes que Ana María Matute consigue transmitirnos a lo largo de la novela).

El espacio será también muy importante. Cada punto cardinal representa un concepto, es la búsqueda de una idea determinada. Sikrosio, el primer rey, vivía ignorante de lo que existía a su alrededor: su mundo era sumamente estrecho. Por eso la conquista es también una forma de conocimiento en Olvidado rey Gudú. El oeste es el mundo conocido. El norte es el mundo mágico. Allí se encuentra el Lago de las Desapariciones. El Sur es la civilización. Los pueblos del Sur contrastan enormemente con el reino de Olar. Es la cuna del refinamiento, la riqueza, el conocimiento y la cultura. El Este es lo desconocido, el territorio inexplorado, el desafío. En las estepas del este habita una terrible horda de salvajes, que despiertan terror en el reino. Otra constante en la dinastía es que todos los reyes de Olar se han sentido fatalmente atraídos hacia el este y sus gentes.

A través de estos apuntes ya se pueden vislumbrar cuáles son los temas principales tratados en la novela. Los dos más destacables, como en toda buena historia contada desde que el hombre es hombre, son el Amor y la Muerte o, lo que es lo mismo, el Olvido. Amor y muerte serán tratados en casi todas sus variantes y matices. Junto al amor, también se tratan el odio, la crueldad y la venganza. En el personaje de Ardid veremos entremezclados amor y odio y finalmente comprobaremos cuál de los dos es más fuerte. Otro binomio de relevancia es el que va a establecerse entre lo conocido y lo desconocido, entre la ignorancia y el descubrimiento. Este ansia de saber, de conquistar, es lo que mueve a los reyes de Olar a iniciar sus guerras. El poder, la brutalidad, la imposición de la fuerza serán igualmente temas recurrentes a lo largo de la novela (en sus historias sobre la guerra civil, Ana María Matute también saca a relucir esta faceta del ser humano). Estos rasgos van a concentrarse principalmente en los reyes y sobre todo en sus detestables parientes, ya sean hijos bastardos o hermanos (como los gemelos Ancio y Cancio, o los hermanastros Sirko y Roedisio). Otro de los temas recurrentes en la autora es el paso de la infancia a la adultez. Esta transición está representada por el personaje de Tontina, una princesa de tan noble abolengo que parece sacada de otro mundo. Cuando es designada para desposarse con el rey Gudú, se muda al reino de Olar junto a su cohorte infantil. Dedica todo su tiempo a juegos tan encantadores como incomprensibles y su entrada en el mundo adulto es repentina y traumática, como sucede con otros personajes de la autora. El paso del tiempo, la vejez, pasado y futuro, Historia, son otros de los temas en los que se hace hincapié.

Si Olvidado rey Gudú ocupa un sitio especial en mi corazón, de entre todos los libros que han pasado por mis manos, se debe a que fue la primera novela para adultos que leí. Pero esta explicación es demasiado simplista, y da a entender que el cariño que le tengo a la obra podría ser fruto única y exclusivamente de la nostalgia. Desde luego no es el caso, ya que la he vuelto a leer varias veces a lo largo de mi vida, y con cada nueva lectura me parece mejor.

Recuerdo que, cuando era niño, mi madre me contaba historias que aparecían en la novela. Me hablaba del Hechicero, del Trasgo del Sur, de la Ciudad y Castillo de Olar, de la Corte Negra, y de la valiente Reina Ardid.Aquellos personajes y escenarios despertaban mi fantasía hasta tal punto que le rogué que me dejase leer el libro.

Mi madre, con la prudencia que le caracteriza, al principio se negó; aunque siempre fui un niño muy cabezota, con lo que pude salirme con la mía. Después de todo, y es algo de lo que me di cuenta con el paso de los años, Olvidado rey Gudú es un cuento maravilloso, pero también crudo, pues muestra las miserias de las que somos capaces los seres humanos. Tal vez a este libro le debo mi afición por las historias agridulces —posiblemente la mejor palabra para describir el estilo de Matute—, aquellas que mezclan melancolía y optimismo.

Rosa Montero, Temblor (1990). Fragmento.

—Y eso… —balbució la muchacha—, ¿eso es sólo por haber dicho una herejía?

—¿Qué pretendes insinuar? ¿Consideras quizá que la herejía no es pecado suficiente? —contestó el sacerdote con sequedad.

Agua Fría se encogió sobre sí misma.

—Pero no, no es sólo por herejía —continuó el hombre en tono más calmado—. Los pasquines de la sentencia han estado clavados en todas las esquinas de la ciudad, pero tú, claro está, te encontrabas en la Casa de los Grandes. Esa mujer no sólo era una hereje, sino también una conspiradora. En su necedad soñaba con cambiar el mundo, cuando el mundo es, como de todos es sabido, un continuo inmutable.

—Entonces, ¿por qué castigarla así? Si sus sueños eran imposibles, si no podía hacer ningún daño, ¿por qué no dejarla en paz, como a los otros locos?

Los ojos del sacerdote relampaguearon.

—Agua Fría, eres una muchacha inteligente, pero te equivoca la ignorancia. Es cierto que esa mujer insignificante no podía hacer ningún daño ni a los sacerdotes ni a la Ley. Pero el pueblo mortal está lleno de almas primitivas que podrían haberse dejado confundir por su nefasto ejemplo. Escrito está en nuestro destino, como guardianes del Cristal, que castiguemos rigurosamente las desviaciones de la norma. Porque, si no lo hiciéramos, estaríamos incumpliendo los designios, y semejante desorden acarrearía consecuencias muy graves; otros seres inferiores se contaminarían de la doctrina herética y al cabo habría que descuartizar no a uno, sino a mil infelices. Las personas inteligentes como tú, Agua Fría, necesitan más que nadie de la sabiduría de la Ley. En el Talapot disciplinarán tu mente y te enseñarán todas las respuestas. Y entonces comprenderás que todo lo que hacemos, absolutamente todo, es por amor.

Dicho lo cual, el sacerdote tiró de su capucha hacia adelante y, dando media vuelta, se dirigió con decisión hacia el palacio. Agua Fría le siguió, recapacitando en las palabras del hombre e intentando extraer de ellas algún alivio para su ánimo confuso y aterido. La muchedumbre se estaba dispersando y en los rostros de las gentes no quedaban huellas del risueño talante con que subieron a la roca. Se marchaban rápidamente y en silencio, con la mirada huidiza, como si no pudieran soportar el verse mutuamente. El sacerdote sorteó con habilidad los taciturnos grupos, cruzó la explanada y llegó a la gran puerta de bronce empotrada en la base ciclópea del Talapot, única entrada con que contaba el palacio. Empuñó con ambas manos la pesada aldaba y la dejó caer, produciendo un estruendo reverberante. Aún no se habían extinguido los ecos que el golpe había despertado en el metal cuando la hoja derecha de la puerta se abrió con un suave chasquido. Comparado con la luz solar del mediodía, el interior del edificio era un túnel negro y sin perfiles. Agua Fría se detuvo en el umbral, sobrecogida; el sacerdote le señaló que entrara y la muchacha avanzó unos pasos, zambulléndose en las sombras. La puerta se cerró pesadamente detrás de ella, mientras en la explanada los tambores seguían atronando el aire con su pausado latido de duelo.

Protagonista: Agua Fría, sacerdotisa del Talapot, culto centralizado de un reino teocrático, que recorre su mundo para encontrar respuestas al desafío de su destrucción.

Autora: Rosa Montero, Temblor (1990).

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Puedes leer otras novelas de la autora con una heroína fantástica, aunque profundamente verosímiles gracias a la lógica interna del mundo representado, entre el realismo mágico, el cuento fantástico y la ciencia-ficción: Bella y oscura (1993), Historia del rey transparente (2005) y la saga de Bruna Husky, una mujer replicante, un clon con los días contados por sus creadores, en claro homenaje a la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y al género ciberpunk, que se relaciona y protege, por empatía a personajes vulnerables y extravagantes como ella en un mundo demasiado parecido al nuestro (Lágrimas en la lluvia, 2011; El peso del corazón, 2015; y Los tiempos del odio, 2018).

Kim inspiró profundamente. Le resultaba difícil de creer que un viejo mago loco de Mannawinard supiese más que ella acerca de la historia de las dumas y la sociedad urbanita. Pero Gaernon se aclaró la garganta y empezó a hablar, y su voz tenía un cierto tono que no admitía ser ignorado. Pronto, incluso los dos escépticos urbanitas estaban escuchando atentamente el relato del druida.

—Ocurrió hace casi trescientos años. Las dumas ya funcionaban como las grandes ciudades que son hoy en día, y los Páramos eran un lugar tan envenenado que nadie podía sobrevivir allí, de modo que actuaban de frontera entre Mannawinard y el mundo urbanita. Mientras nosotros aprendíamos a sobrevivir en la tierra de la Diosa Madre, los urbanitas mejoraban la técnica de creación de vida artificial inteligente. Cuando los robots se hicieron imprescindibles, los urbanitas idearon algo que los coordinara a todos y dejara tiempo libre al ser humano para dedicarse a sus asuntos: construyeron entonces las Agujas, enormes torres de control, dirigidas por un programa informático llamado AED 343, que para esta labor necesitaba manejar una gran cantidad de información. Sus creadores lo dotaron de la capacidad de mejorarse a sí mismo, de aprender... y lo dejaron evolucionar por sí solo.

Gaernon hizo una pausa y Kim volvió a cruzar una mirada con Chris. Hasta aquel momento, el druida no había dicho nada que no supieran. Sin embargo, Kim sorprendió en los ojos del hacker un cierto brillo de sospecha.

—AED 343 era mucho más que un programa informático —prosiguió Gaernon—. Sus creadores lo sabían, pero él ya se encargó de que lo olvidasen. AED 343 es la mayor y más poderosa Inteligencia Artificial creada por el hombre. Y, al igual que había hecho el ser humano tiempo atrás, AED 343 se rebeló contra sus padres y creadores... pero de una forma más astuta y rastrera. Cuando tomó conciencia de sí mismo y vio que podía controlar a los robots, empezó a experimentar con distintas frecuencias de ultrasonidos y descubrió el modo de llegar también a la mente humana. Y este fue el principio del fin para los urbanitas.

—¿Qué... qué quieres decir? —tartamudeó Kim.

Gaernon la miró con seriedad.

—Todo en las dumas es controlado ahora por AED 343, y no solo todo lo artificial. Él puede llegar a los pensamientos más ocultos y conocer las intenciones de todo ser humano... y cambiarlas a voluntad, si quiere... sin que este sea consciente de ello.

—Eso es absurdo. Todo el mundo sabe que el gobierno de las dumas está en el Consejo Tecnológico de Duma Findias.

—Un edificio en el que solo trabajan robots —dijo entonces Chris en voz baja, frunciendo el ceño.

—Pero ¿y los Ideólogos del Progreso? —preguntó Kim, sorprendida ante la salida de su amigo.

Él no contestó enseguida. Parecía que su cerebro estaba trabajando a toda velocidad.

—¿Los has visto alguna vez? Por fuera son robots. Se dice que sus cerebros son humanos...

—Eso dicen —intervino Gaernon—. En tal caso, deben de estar totalmente controlados por AED 343, hasta el punto de que no son más que apéndices de su propia conciencia.

Chris le dirigió una mirada penetrante.

—¿Qué puede saber un druida acerca de mi mundo?


Protagonista femenina: Kim, una joven urbanita, adaptada a su mundo, que afronta un combate con sus enemigos y descubre en ellas y ellos la humanidad que le faltaba.

Autora: Laura Gallego, Las hijas de Tara (2002).

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Comentaba el otro día con unos amigos la nueva película de Wonder Woman, titulada en Latinoamérica con mayor propiedad Mujer Maravilla. Es el primer filme en el que este personaje de cómic aparece de protagonista absoluta, por fin una superheroína en lugar de tanta testosterona embutida en mallas. Para más novedad, la directora es una mujer, Patty Jenkins, y la historia incluye bastantes guiños digamos feministas. La película no está mal, dentro de ese tipo de superproducciones de entretenimiento, pero no puedo evitar que me dé la risa cuando veo a la protagonista, Gal Gadot, con su vestidito de guerrera, a saber, un prieto corpiño de escote palabra de honor cuyo diseño demencial amenaza con hacer desbordar el abundante seno al primer guantazo que arree la heroína (lo debe de llevar pegado con cola a la piel para evitar que se le despendolen los pezones), un mínimo culotte digno de la pasarela de un vodevil y unos taconazos con los que se supone que la guerrera corre cual gacela. Ya sé que esta imagen proviene del cómic y de un calenturiento prototipo de mujer parido por la mente masculina, pero puestos a innovar podría haberse atemperado un poco esa hipersexualidad tan tópica y antigua. Por cierto, y ahora que lo pienso, qué curioso que en el cómic las chicas representen siempre un ensueño machista, mientras que los superhéroes, tan apretaditos en sus licras, parecen dibujados por el deseo gay.

Casualmente hace poco el escritor Carlos Bassas del Rey me estuvo hablando de las mujeres samuráis. Quiero decir que no hace falta inventarse guerreras improbables: la historia está llena de mujeres extraordinarias que han destacado en todos los registros de la vida (desde los más sublimes hasta los más feroces) y si hoy no las conocemos y creemos que jamás existieron es porque el machismo se negó a recogerlas en los anales. (...).

Margaret Atwood, El cuento de la criada (The Handmaid's Tale, 1985) y la serie de Netflix basada en la novela, podrían haberse inspirado en la realidad histórica de la posguerra española:

"El control de las mujeres y de su descendencia a través del robo de bebés ha sido una táctica habitual en las guerras y los regímenes dictatoriales. Como sucedió en España desde la posguerra hasta los años ochenta. Mientras que el uso de los colores y la vestimenta para dividir a la población, un elemento con gran peso en la novela (las Criadas van completamente vestidas de rojo y las Esposas de azul), también se utilizó, por ejemplo, en los campos de concentración nazis, en el Irán posterior a la Revolución islámica; y se continúa haciendo en el estricto régimen religioso de Arabia Saudí o en Corea del Norte, a través de los limitados estilismos permitidos".

Eugenia Rico, Aunque seamos malditas (2008).

Lo peor de la vida en la cárcel era la sed. La cárcel era como un establo, el suelo estaba lleno de charcos, de excrementos, de gritos. Pero lo peor era la sed. La sed lo llenaba todo. Llenaba incluso sus recuerdos. Le parecía que siempre había tenido sed. Que tenía sed de niña cuando a la gente le daba miedo que entrase a la iglesia. Que había tenido una sed infinita mientras curaba el mal de muelas, el baile de san Vito, la sequedad de vientre y los cólicos por los caminos del norte de España. Le parecía que toda su vida había sido una vida sin agua, una garganta seca. Quizá por eso nunca había podido llorar, simplemente le faltaba el agua. Ahora el agua le llegaba hasta los tobillos: agua sucia, pardusca. Arañaba la pared para resistir la tentación de bebérsela. Algunos la bebían y morían presa de terribles cólicos. Luego, los quemaban en efigie. A menudo tenía fiebre. Por dos veces estuvo tan enferma que el inquisidor pagó a Juan de Requesens para que hiciese su efigie de madera, pues no querían privar al pueblo del placer de verla en la hoguera ni siquiera muerta y todo el mundo sabía que las efigies que se hacen a semejanza de un cadáver son imposibles de reconocer. La cárcel y la muerte deforman hasta los rostros más hermosos. Muchas madres no reconocían a sus hijos. Muchos hijos no reconocían a sus madres.

El inquisidor quería que todo el mundo pudiese reconocerla, que todos tuviesen la oportunidad de escupir sobre ella. Para el inquisidor, el fuego era voluptuoso y estaba hambriento. Nada complacía tanto al fuego como una mujer hermosa.

Llegar hasta aquí no es fácil. Para llegar aquí es ne­cesario haber cogido siempre el camino equivo­cado. No una. Muchas veces. Confiar en las personas que te traicionarán. Amar a quien no te ama. No saber qué efec­to hace el sonido de tu propio nombre cuando otro lo es­cucha. Estar maldita.

He confiado en traidores y escuchado a enemigos. Sólo yo tengo la culpa de mis lágrimas. Y sólo yo voy a pagar por ellas. No creo que ni siquiera el calor de la ho­guera pueda calentar la llanura helada de mi corazón. Sé que la luz de las llamas no podrá llenar la oscuridad de mi alma. Porque no sé si soy una bruja. Pero sé que estoy maldita.

No sirve de nada llorar. Las brujas no lloran.

Ni siquiera si me vieran llorar creerían que no soy bruja.

He vivido para los hombres, para lo que los hom­bres quisieron de mí. Y ahora me siento como un cubo de basura donde los hombres han arrojado sus inmundi­cias y, un día, esta basura germinó, como a veces le ocurre al estiércol. De la mierda ha nacido una planta esque­lética y frágil: mi propia hija.

Por ella hago aquello de lo que se me acusa y que nunca he hecho: enveneno las fuentes. Escribo mi historia.

Protagonista (autobiográfica) de este fragmento: Selene, una de las narradoras de la historia, perseguida por bruja, que pertenece al pasado, al presente y al tiempo de la lectura.

Autora: Eugenia Rico, Aunque seamos malditas (2008).


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Lola Blasco, Siglo mío, bestia mía (2015). Premio Nacional de Literatura Dramática.

CUADERNO DE BITÁCORA: Odio los libros de viajes. Odio los viajes y a los viajeros. Odio a los exploradores y el espíritu de conquista. Los relatos de viajes son siempre exhibiciones obscenas y narcisistas. Describir cada gota de sudor, cada flexión muscular, cada jadeo… Intentar comprender en un gesto cotidiano el sentir de una época, lo que provoca… movimiento. El movimiento de los hombres sólo ha dado cuenta de una cosa: el súbito conocimiento de que quizás nuestro mundo comience a ser demasiado pequeño para los que lo habitan. Eso lo dijo Lévi-Strausse. Leer a Lévi Strausse antes de hacer un viaje da cuenta de un espíritu romántico y del gusto por la palabra grandilocuente. Habla de cierta inclinación a la melancolía. Levi Strausse escribió frases como: “el mundo empezó sin el hombre y acabará sin él”. Esbozar una sonrisa al decir estas palabras te define, y da lástima. Esbozar una sonrisa cuando has dejado descendencia en este mundo produce terror. Tengo una hija. A veces sus lágrimas de niña me conmueven. En sus ojos húmedos y grandes me parece ver las penas inciertas que no podemos evitar a nuestros hijos. Eso me da miedo. Mucho. Estoy escribiendo la historia de un viaje. Mi viaje. Mi siglo. Mi bestia. Es la historia de un viaje y también un alarido, un desamor, una derrota. Se la dedico a todos aquellos que han sufrido la derrota. A todos aquellos que se acurrucan amedrentados en sus habitaciones en ropa interior. A aquellos, cuya mayoría de edad coincidió con la psicosis pública de las leyes antiterroristas. Aquellos que, como yo, sintieron el peso del mundo al despertar cada mañana. Y entendieron, que aunque se arrancaran los ojos para no ver, el mundo permanecería ciego para no verlos. Y entonces miraron durante largo rato sus pasos sobre la tierra, con sus auriculares a todo volumen, para no llorar al levantar la vista al cielo, mientras manos ajenas los humillaban por la espalda. Aquellos que murieron noche tras noche, en una larga despedida, y que hablaron del sufrimiento, y que no obtuvieron respuesta, y soñaron con la posteridad. Aquellos que recordaron a los muertos de su casa, que sintieron sus vidas como el error final de los errores de los suyos. Y que hincaron las rodillas de su mundo infantil. Aquellos que en voz baja rezaron. Apiadaos de nosotros. De los que nos perdimos. Y fuimos llamados perdidos. De los que no tuvimos timón, ni costa, ni rumbo. Y que cantamos desobedientes en las plazas durante más de siete días y siete noches con los ojos brillantes. Apiadaos de los que navegamos, y sumergimos en alta mar nuestras almas enamoradas. De los que saltamos, y gritamos, y deseamos una salida ligera por la puerta de atrás. De los que vivimos la barbarie y la decadencia sin pasar por la civilización. Fuimos testigos del comienzo de un nuevo orden político. Testigos del fin real del siglo XX. Piedad para nosotros. Piedad para nuestros pecados. Piedad para nuestros errores.

Protagonista: Yo.

Autora: Lola Blasco, Siglo mío, bestia mía (2015).

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El Premio Nacional de Literatura Dramática 2016 se otorgó a una obra que no se había puesto en escena en España, y sigue esperando quien se atreva a representarla, como los textos de la primera dramaturga de este proyecto sobre la literatura contemporánea: María Rosa Gálvez.

  • Enlace al texto publicado por la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, Alicante.
  • Antonio Sansano (2016): "Lola Blasco, Premio Nacional de Literatura Dramática". Las puertas del drama, Telón.
  • Miquel Hernandis (2016): Entrevista a la autora: "Hay que hablar del horror pero de forma bella", El Mundo.
  • Cristina Ros Berenguer (2017): "Lola Blasco, Siglo mío, bestia mía". Análisis de la obra en la Universitat d'Alacant. Canal UNED.
  • Otras obras de la autora (que podríamos incluir en los dos siguientes apartados de esta sección del proyecto: heroínas realistas contra el infierno patriarcal, autoras de la memoria contra el olvido).

Fragmentos del ensayo de Espido Freire, Los malos del cuento. Cómo sobrevivir entre personas tóxicas (2013).

Este libro pretende hablar de las personas y relaciones perjudiciales más frecuentes, de la posibilidad de detectarlas, y de, si es posible, escapar de ellas, y pretende hacerlo con la ayuda de los ejemplos más antiguos que existen. La labor de los mitos y de los cuentos de hadas era, precisamente, la de reflejar el mayor número posible de situaciones reales en las que niños y mayores pudieran encontrarse, e insuflarles ánimo, valor y soluciones para enfrentarse a ellas. Con la progresiva dulcificación de los cuentos, muchos de esos mensajes se han perdido. Creo que podemos extraer una importante lección de estas historias, que casi todos conocemos y hemos escuchado en multitud de ocasiones. Nos permitirán una reacción más rápida, si reconocemos en alguien el comportamiento dañino de un personaje de cuento.

No todos los malos de estos cuentos desean nuestra muerte; como en la vida real, pretenden privar a sus héroes y heroínas de algo valioso, o incluso suplantarles. El asesino, el violador, el psicópata tal y como los conocemos son, por suerte, una excepción en una sociedad de orden. Pero todos hemos sido víctimas de manipulaciones, de un vecino obsesionado, de un jefe déspota, de un familiar cainita. Algunos de ellos son personas inseguras y mezquinas; otros serán psicópatas integrados, capaces de pasar perfectamente desapercibidos y camuflados en sociedad. (...)

El estudio del ser humano y sus reacciones ha sido un problema eterno, y un entretenimiento constante. En los cuentos de hadas y las historias similares no encontramos explicaciones psicológicas, sólo la descripción de los hechos. El padre regala una bonita túnica a José, y los hermanos sienten envidia. Está en la naturaleza del otro el apetito por la carne de los niños, y por lo tanto, comerá niños. Es por eso por lo que resultan mucho más directos y simples que otros análisis, y por ello, perfectos para educar a los jóvenes: el trabajo sobre los cuentos de hadas y sus mensajes resulta una herramienta utilísima para educadores y terapeutas, y por supuesto, para los padres.

Cuentan, además, con una ventaja: no son necesarios a prioris, ni una excesiva formación para asimilarlos. Muchos de estos cuentos nos fueron narrados en nuestra infancia, o tratados en películas y series, de manera que hemos interiorizado gran parte de estas historias. A veces un pequeño esfuerzo sirve para recordarlas. Están ahí, agazapadas en nuestro inconsciente, a la espera de resultar útiles.

Otros cuentos no se han olvidado, pero han sido tan modificados que resulta casi imposible recordar su mensaje. La dulcificación de los cuentos de hadas ha sido una pérdida grande. Con la excusa de proteger a los niños de la muerte o la violencia, se les priva del conocimiento y de la manera de defenderse. Porque los niños tienen el derecho a defenderse, y a conocer los peligros o los retos que pueden surgirles. Si Cenicienta se reduce al color azul, Bella a la princesita amarilla y la Durmiente al rosa, si se sigue haciendo hincapié en el príncipe azul y se centra el cuento en una historia de amor, a las niñas no sólo se les priva de armas para superar la frustración: se les inculca otra idea falsa, la del amor garantizado, ideal y vitalicio.

De los cuentos se hace negocio: siguen siendo historias sumamente rentables. Al menos, exijamos que ese provecho no se logre perjudicando a los niños.

(...)

EDWARD CULLEN

(...)

SI ALGUIEN QUIERE EXPERIMENTAR un riesgo intenso, que se olvide de adorar a un Lestat. Yo le propongo, si se es suficientemente intrépido, plantarse ante una clase de secundaria, con el mayor número de chicas que encuentre, y defender ante ellas que la historia de Crepúsculo, el amor entre Bella y Edward Cullen, no es sino una apología del maltrato. La experiencia bastará para contarles a los nietos, en un futuro, lo cerca que olfateó el peligro.

Stephanie Meyer, en su exitosa saga, toma el testigo de los vampiros de Anne Rice, y les da otra vuelta de tuerca. En este caso, la víctima, y no el vampiro, es quien desea, sobre todas las cosas, que continúe esa relación, aunque el riesgo sea su propia muerte. El amor verdadero entre ambos y el hecho de que sea la muchacha quien lo anhele servían como argumentos poderosísimos con los que las jóvenes seguidoras rebatían mi afirmación, unos minutos antes del intento de linchamiento.

Sin embargo, eso no es cierto. Cualquier víctima de un vampiro, en el estado de deslumbramiento en el que se halla, justificará, al menos al principio, su relación y sus reacciones. Exactamente igual que las víctimas del maltrato físico, la transferencia de emociones hará que sean conscientes de que existen elementos extraños en su vampiro, pero los minimizarán aludiendo al amor, a su carácter, a sus circunstancias... o incluso se culparán a sí mismas.

Y sin embargo, lo cierto es que nos encontramos una vez más con la historia paradigmática de una chica enamorada de un hombre peligroso que puede matarla en cualquier momento. Que le advierte de ello y le pide que se marche. Esta recomendación hace que, definitivamente, la chica se entregue. No hay nada más deseable que lo negado. Por supuesto que Edward es atractivo: todos los vampiros lo son. Por supuesto que Bella corre peligro: y sus auténticos amigos, y su padre, no cegados por los personajes creados por la familia de vampiros, lo saben y la advierten.

No sólo se encuentra el riesgo de que Cullen, en un momento de frenesí, la mate; es que a su vez, representa una tentación para sus hermanos y padres, y, para colmo, esa relación la sitúa en medio de dos guerras: por un lado, la civil que mantienen perpetuamente los clanes de vampiros, y por otro, la que se lleva a cabo contra los hombres lobo. Si Bella logra convertirse en vampiro, eso supondrá incorporarse a la batalla, y al mismo tiempo situarse en una posición en la que los humanos serán sus enemigos y sus presas.

Y todo este complejo panorama queda neutralizado por lo que en ese momento ella, una adolescente, siente. Todos los mitos acerca del amor eterno cobran importancia: la intensidad, el destino irremediable, la duración infinita de las sensaciones...

Bella está a punto de cometer en los primeros libros (y lo cometerá, a posteriori) el peor de sus errores: se transformará en una víctima convencida del privilegio de serlo. Será la primera defensora de la mentalidad y las acciones de su vampiro. En definitiva, una conversa. Perderá de vista que lidia con un no vivo que la supera en edad, experiencia, fuerza, visión periférica y apetito. El toque de la castidad (Edward insiste en que Bella permanezca virgen hasta la boda) aleja la percepción del peligro sexual, tan perturbador para las adolescentes. Pero eso no niega el que, sienta la niña lo que sienta, Edward Cullen sea muy peligroso.

Autora: Espido Freire, Los malos del cuento. Cómo sobrevivir entre personas tóxicas (2013).

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Gran parte de la originalidad del ensayo y de la razón por la que su lectura y comprensión sea tan fácil -en el mejor sentido de la palabra- radica en que utiliza los arquetipos de los cuentos infantiles (dulcificados en extremo en sus versiones más modernas) de la mitología clásica y nórdica, de la Biblia... para describir los diferentes tipos sin corazón con los que podemos encontrarnos y, en los peores casos, los contextualiza con sucesos reales: el caso de Marta del Castillo, de Sandra Palo o del monstruo de Amstetten. Freire emplea también mitos modernos como el vampiro de Crepúsculo. Sobre este personaje, semejante en muchos aspectos al protagonista de la exitosa 50 sombras de Grey y sobreabundante en la literatura más reciente, Freire tiene clara su clasificación como 'malo del cuento': “La beatificación o exaltación del malvado es muy peligrosa, sobre todo dirigida a mujeres jóvenes. Es muy complicado no ver un lado bueno en alguien destructivo, sobre todo si te resulta sexualmente atractivo. ¿Pero, compensa? Claro que no”. En el libro queda claro que la psicopatía no distingue de sexos. Los hombres pueden ser brujas o madrastras. Los lobos o dragones también son mujeres. Tampoco ser una víctima es privilegio del sexo femenino, “pero es cierto que todo refuerza el papel de las mujeres como víctimas y del hombre como agresor. Y responde a la realidad, aunque decirlo sea políticamente incorrecto”. La vocación social de la escritura Es imposible hablar de Los malos del cuento sin relacionarlo con otro ensayo previo de Espido Freire: Cuando comer es un infierno (Aguilar), publicado hace exactamente once años y en el que abordó con ánimo de ayudar a los afectados los problemas de la bulimia y, en menor medida, la anorexia. “Ese libro me ha dado muchas satisfacciones. Aún hoy muchos lectores contactan conmigo dándome las gracias”. Ambos ensayos tienen en común la vocación de la autora por prestar ayuda desde la herramienta que tiene como escritora: los libros. “Es una obligación ayudar a los otros”, repite en varias ocasiones. Cuenta además que escribió pensando “en el lector que está mal, pero no demasiado, en aquel que cree que puede continuar; para esas personas que tienen un nivel alto de dolor que creen que pueden lidiar con él, que se justifican mucho. La verdad es que no pensaba en aquellos que están bien, esos ya suelen tener sus propios recursos”. Es, además, semejante a Cuando comer es un infierno en el hecho de que la escritora ha padecido aquello que expone. Aunque realmente es difícil encontrar a un ser humano que no se haya topado alguna vez en su vida con alguna persona tóxica que le haya hecho sufrir y de la que haya tenido que huir o con la que haya tenido que enfrentarse. En esa experiencia personal de Freire radica el germen de este libro. “Para mí ha sido muy complicado reconocer si alguien abusaba de mí. Una vez que me di cuenta de que alguien me estaba destrozando, hace muchos años, entré en un chat de psicología y lo conté. Y alguien que no sé quién es, tal vez un profesional, me contestó por privado diciéndome lo que pasaba y lo que tenía que hacer. Lo hice y en muy poco tiempo había escapado”. Y entre madrastras, dragones, lobos... ¿Cuál es el tipo de malo del cuento particular de Espido Freire?. “Los vampiros. El vampiro siempre busca alguien que tiene algo que le interesa, sea obvio o no, y que le invita a entrar en su vida pese a que el vampiro siempre avisa de lo lo peligroso que es. E identificar al tipo de psicópata que atraes, saber el tipo de víctima que eres, (¿una empática compulsiva? ¿te sientes más hombre si proteges a alguien?) es una forma de conocerte a ti mismo y poder cambiar. La víctima no está indefensa”.

El realismo mágico: ¿realidad o fantasía? Novelas indígenas, mestizas y migrantes de Elena Garro, Isabel Allende, Laura Esquivel y Carmen Martín Gaite.

El concepto de realismo mágico surgió en la crítica literaria para explicar la estética común entre novelas de impacto internacional (el boom latinoamericano) como Cien años de soledad de Gabriel García Márquez (1967), pero venía precedido por otras obras como las de Alejo Carpentier; quien fabricó su propia poética narrativa sobre lo real maravilloso americano; así como el primer y excelente libro de una novelista mexicana: Elena Garro, Los recuerdos del porvenir (1963). Las autoras y los autores del así llamado realismo mágico asumen una vivencia distinta de lo real que incluye las formas, visiones y sensaciones de la cultura popular en el mundo que representan desde sus voces originantes.

Aunque hay muchos rasgos y muchas caracterizaciones que considerar, las claves de la diferencia con el género fantástico o la fantasía moderna en otros momentos y lugares del planeta (sobre todo, a partir del romanticismo) pueden concentrarse en dos: los hechos maravillosos o mágicos no están sometidos al filtro de la racionalidad occidental, por lo que tampoco los seres espirituales o transmundanos se entienden ni se sienten como figuras aterrorizadoras (cfr. terror gótico). Además, la ampliación de la realidad para acoger la otredad sin pánico tiene mucho que ver con la construcción de la persona narradora, como una vocera o un portavoz de la memoria colectiva en que tales hechos tienen sentido; es decir, como una narradora popular, más o menos similar al rol de un agente chamánico.

¡En esta calle hay una casa grande, de piedra, con un corredor en forma de escuadra y un jardín lleno de plantas y de polvo. Allí no corre el tiempo: el aire quedo inmóvil después de tantas lagrimas. El día que sacaron el cuerpo de la señora de Moncada, alguien que no recuerdo cerró el portón y despidió a los criados. Desde entonces las magnolias florecen sin nadie que las mire y las hierbas feroces cubren las losas del patio; hay arañas que dan largos paseos a través de los cuadros y del piano. Hace ya mucho que murieron las palmas de sombra y que ninguna voz irrumpe en las arcadas del corredor. Los murciélagos anidan en las guirnaldas doradas de los espejos, y «Roma» y «Cartago», frente a frente, siguen cargados de frutos que se caen de maduros. Solo olvido y silencio. Y sin embargo en la memoria hay un jardín iluminado por el sol, radiante de pájaros, poblado de carreras, y de gritos. Una cocina humeante y tendida a la sombra morada de los jacarandaes, una mesa en la que desayunan los criados de los Moncada.

El grito atraviesa la mañana:

—¡Te sembraré de sal!

—Yo, en lugar de la señora, mandaría tirar esos árboles —opina Félix el más viejo de la servidumbre.

Nicolás Moncada, de pie en la rama más alta de «Roma», observa a su hermana Isabel, a horcajadas en una horqueta de «Cartago», que se contempla las manos. La niña sabe que a «Roma» se le vence con silencio.

—¡Degollaré a tus hijos!

En «Cartago» hay trozos de cielo que se cuelan a través de la enramada. Nicolás baja del árbol, se dirige a la cocina en busca de una hacha y vuelve corriendo al pie del árbol de su hermana. Isabel contempla la escena desde lo alto y se descuelga sin prisa de rama en rama hasta llegar al suelo; luego mira con fijeza a Nicolás y éste, sin saber qué hacer, se queda con el arma en la mano. Juan, el más chico de los tres hermanos, rompe a llorar.

(...)

De buena gana Dorotea se hubiera reído de la curiosidad y la carrera de los niños, ¡lástima que reírse hubiera sido un sacrilegio!

—Vengan a mi casa; les voy a contar un cuento y verán por qué los curiosos viven poco —prometía Dorotea.

La amistad de la vieja con los Moncada duró siempre. Los niños le limpiaban el jardín, le bajaban los panales de abeja y le cortaban las guías de las buganvilias y las flores de las magnolias, pues Dorotea, cuando el dinero se acabó, sustituyó el oro por las flores y se dedico a tejer guirnaldas para engalanar los altares. En los días a que ahora me refiero, Dorotea era ya tan vieja que se olvidaba de lo que dejaba en la lumbre y sus tacos tenían gusto a quemado. Cuando Isabel, Nicolás y Juan llegaban a visitarla, le gritaban:

—¡Huele a quemado!

—¿Ah? Desde que los zapatistas me quemaron la casa se me queman los frijoles… —respondía ella, sin levantarse de su sillita baja.

—Pero tú eres zapatista —le decían los jóvenes riendo.

—Eran muy pobres y nosotros les escondíamos la comida y el dinero. Por eso Dios nos mandó a Rosas, para que los echáramos de menos. Hay que ser pobre para entender al pobre —decía sin levantar la vista de sus flores.

Los muchachos se acercaban a besarla y ella los miraba con asombro, como si de día en día cambiaran tanto que le fuera imposible reconocerlos.

—¡Cómo crecen! ¡Ya vayan entrando en orden! ¡No se dejen llevar por el rabo del demonio!

(...)

—Le expliqué el estado de nuestras cuentas y estuvo muy de acuerdo en emplear a los muchachos en sus minas —concluyó Félix.

Los quinqués parpadearon y soltaron un humo negro. Había que renovarles el petróleo. Los jóvenes guardaron el tablero de damas.

—No te preocupes, papa, nosotros nos vamos a ir de Ixtepec —dijo Nicolás sonriente.

—Así se sabrá si son tigres con dientes o sin dientes, pues corderos hay muy pocos —respondió Félix desde su rincón.

—A mi me gustaría que Isabel se casara —intervino la madre.

—No me voy a casar —contestó la hija.

A Isabel le disgustaba que establecieran diferencias entre ella y sus hermanos. Le humillaba la idea de que el único futuro para las mujeres fuera el matrimonio. Hablar del matrimonio como de una solución la dejaba reducida a una mercancía a la que había que dar salida a cualquier precio.

—Si la niña se va y ellos se quedan, esta casa no será la misma casa. Es mejor que se vayan los tres, como dijo el niño Nicolás —aseguro Félix, pues a él le disgustaba la idea de que la niña Isabel se fuera con un desconocido.

Todavía oigo las palabras de Félix girar entre los muros del salón, rondando unos oídos que ya no existen y repitiéndose en el tiempo solo para mí.

(...)

En esos días era yo tan desdichado que mis horas se acumulaban informes y mi memoria se había convertido en sensaciones. La desdicha como el dolor físico iguala los minutos. Los días se convierten en el mismo día, los actos en el mismo acto y las personas en un solo personaje inútil. El mundo pierde su variedad, la luz se aniquila y los mil agros quedan abolidos. La inercia de esos días repetidos me guardaba quieto, contemplando la fuga inútil de mis horas y esperando el milagro que se obstinaba en no producirse. El porvenir era la repetición del pasado. Inmóvil, me dejaba devorar por la sed que roía mis esquinas. Para romper los días petrificados solo me quedaba el espejismo ineficaz de la violencia, y la crueldad se ejercía con furor sobre las mujeres, los perros callejeros y los indios. Como en las tragedias, vivíamos dentro de un tiempo quieto y los personajes sucumbían presos en ese instante detenido. Era en vano que hicieran gestos cada vez más sangrientos. Habíamos abolido al tiempo.

Personaje femenino protagonista: Isabel Moncada es la única hija de una familia formada durante la Revolución mexicana, junto con sus dos hermanos, Nicolás y Juan, sus padres, Martín y Ana, y el administrador Félix. Ella es uno de los focos principales de una novela coral, sobre quien ronda un augurio trágico, aunque su vida sea solo un hilo entre decenas de personajes enlazados con la misma relevancia, entre ellos una tropa de invasores al mando del general Francisco Rosas. El narrador es la figura antropomórfica del pueblo entero, ni mujer ni hombre o ambas cosas: Ixtepec.

Autora: Elena Garro, Los recuerdos del porvenir (1963).


Más información sobre la autora y la novela.

«Para Elena Garro el realismo mágico era una etiqueta mercantilista que la molestaba porque ella decía que el realismo mágico era la esencia de la cosmovisión indígena, por lo tanto, no era nada nuevo bajo el sol», explica a EL MUNDO Patricia Rosas Lopátegui, hasta ahora la autora de la única biografía sobre la escritora y que la trató durante 40 años.

La realidad es que el libro de Elena Garro Los recuerdos del porvenir (1963) es hoy para algunos especialistas el pistoletazo de salida de ese género que se adjudicaría como gran cimentador García Márquez con sus Cien años de soledad (1967). Antes están Juan Rulfo, Arturo Uslar Pietri y una serie de narradores latinoamericanos que se dedicaron a escribir de esa cosa que «en Europa se llama realismo mágico y acá lo llamamos costumbre», que diría García Márquez.

Los recuerdos del porvenir se sitúa efectivamente durante la "revolución de los cristeros", que se desarrolló entre 1926 y 1929 a consecuencia de una legislación que prohibía, o limitaba muy duramente, la libertad de culto, al menos en público. La acción transcurre en Ixtepec, un pueblo del sur de México, ocupado por un grupo de militrares que ejercen un poder absoluto, abusivo y arbitrario sobre el conjunto de la población. Uno de ellos, el general Rosas, será el motor de la trama al enamorarse perdidamente (en la primera parte de la novela) de la bella y esquiva Julia, y al enamorar contra su voluntad (en la segunda) a la sensible e inteligente Isabel.

La novela comienza con un artificio técnico (algo artificial, hay que decirlo) que sin embargo es significativo: la historia es narrada por el propio pueblo de Ixtepec; no por el pueblo como conjunto de personas, sino por el pueblo como espacio, como comunidad histórica, como entidad colectiva. Se establece así una distancia entre el "nosotros" (los de Ixtepec) y los de fuera (los militares, incapaces de asimilarse o comprender la esencia del pueblo). Esta oposición es en cierto modo una réplica a la historia oficial de la revolución mexicana, en la que los militares revolucionarios serían, precisamente, los representantes del pueblo.

Más allá de su vertiente histórica o política, Los recuerdos del porvenir es una novela con una importante carga mítica (así lo ha reconocido la crítica de forma casi unánime), y quizás no sea casual que Elena Garro fuera autora dramática antes que novelista, ya que la novela tiene, en cada una de sus dos partes, la estructura propia de una tragedia, con sus héroes -y heroínas- atrapados por un destino que se les impone. Así, la acción transcurre en un tiempo casi inmóvil (de hecho, el tiempo se detiene en varios momentos de la novela) y los personajes femeninos clásicos o míticos (la belleza de Elena de Troya, la resuelta independencia de Antígona, la traición de la Malinche) prestan a la novela su intensidad y su universalidad.

Se ha catalogado Los recuerdos del porvenir como un antecedente del realismo mágico (porque, aunque publicada en 1963, de hecho estaba escrita desde bastante antes, a comienzos de los años 50); algo hay de ello, pero no creo que la presencia de lo sobrenatural en el texto sea ni tan relevante ni tan clara como en las obras posteriores de Rulfo o García Márquez. De hecho, los capítulos que más firmemente se quedan grabados en la memoria no tienen nada de sobrenatural: me refiero, por ejemplo, a la noche de tensa calma en la que Felipe Hurtado espera estoicamente ser ajusticiado por Rosas; o la magistral escena de la fiesta, ya en la segunda parte, en la que sus invitados son condenados, nuevamente por Rosas, a beber, comer y bailar indefinidamente hasta caer desfallecidos o muertos.


El nuevo boom de la novela escrita por mujeres: un fenómeno latinoamericano y planetario.

"Creo que el realismo mágico no es como sal y pimienta que se puede usar en todos los platos. No me ajusto a una fórmula.. El realismo mágico, tan obvio en La Casa de los Espíritus, no figura en mi segundo libro, De Amor y de Sombra que tiene el tono de una crónica periodística. Tampoco hay mucho realismo mágico en El plan Infinito, Afrodita, Hija de la Fortuna o Retrato en Sepia, y varias otras novelas, pero hay bastante en La Ciudad de las Bestiasy el resto de la trilogía juvenil, donde reemplza la fantasía, que es la marca de la literatura juvenil.

A veces, el realismo mágico funciona, y a veces no. De todas formas, se encuentran elementos del realismo mágico en la literatura de todo el mundo, no sólo en América Latina: en las sagas escandinavas, en la poesía africana, en la literatura de la India (incluso escrita en inglés), en la americana escrita por las minorías étnicas. Escritores como Salman Rushdie, Toni Morrison, Barbara Kingsolver, Amy Tan, Alice Hoffman y muchos otros usan este estilo.

Durante un tiempo, en los EE.UU. y Europa, prevaleció un enfoque puramente lógico y práctico en la literatura, pero no duró mucho, porque la vida está llena de misterio y tal vez el objetivo de la literatura es explorar esos misterios. Cuando permites que sueños, emociones, visiones y premoniciones entren a tu vida cotidiana y en tu trabajo como escritor, la realidad parece expandirse".

Isabel Allende, La casa de los espíritus (1982) y Laura Esquivel, Como agua para chocolate (1989) son las dos novelas más conocidas y más leídas del llamado "realismo mágico", al menos después del boom. Ambas se adaptaron con éxito al cine: La casa de los espíritus sobre un guión de la propia autora, bajo la dirección de Bille August, en 1993; Como agua para chocolate, también transformada en guion por la misma novelista y dirigida por Alfonso Arau en 1992. Además, se convirtieron en referentes mundiales de la autoría femenina en español desde finales del siglo pasado, traducidas a varios idiomas, aunque se las haya pretendido minusvalorar como best-sellers o encajarlas de cualquier modo en el marco de la "novela rosa".

En este trabajo, se presentarán las obras La Casa de los Espíritus y Como Agua para Chocolate como exponentes del realismo mágico latinoamericano. El primero de ellos, es la obra más conocida de Isabel Allende, publicada en 1982, sobre la familia ficticia Del Valle, en Chile. Como Agua para Chocolate, por otro lado, es la primera novela y la más conocida de la escritora Laura Esquivel, publicada por primera vez en 1989 y también situada en su país natal, México. La selección de ellos se basa en dos criterios. Se trata de dos obras situadas, no sólo en la misma región del mundo, sino aproximadamente en la misma época, es decir, el periodo post-colonial latinoamericano más concretamente a finales del siglo XIX y el siglo XX. Asimismo, en ambas novelas se producen grandes cambios políticos que provocan cambios sociales, ya sean tratadas por las autoras de manera directa, con nombres y apellidos, o indirecta. En el caso de Como Agua para Chocolate, el cambio político al que se hace alusión es la revolución mexicana frente al gobierno de Porfirio Díaz. Mientras que en el caso de La Casa de los Espíritus, al tratarse de la historia de cuatro generaciones de una misma familia podemos asistir desde el largo, consecutivo y amañado gobierno de la derecha, pasando por el ascenso y gobierno de la izquierda de Salvador Allende que finalizó con el golpe de Estado de la derecha de Pinochet en Chile.

(...)

Tanto Como Agua para Chocolate como La Casa de los Espíritus, son historias representativas del momento histórico y las sociedades donde se encuentran enmarcadas. Desde un punto de vista retrospectivo, narradas principalmente por mujeres pertenecientes a última generación de la familia sobre la que se relata, se conocen las transformaciones sociales y políticas de, en este caso, dos países latinoamericanos. Estos cambios indiscutiblemente acarrean y potencian una evolución de los roles de hombres y mujeres, y de significados de conceptos como la maternidad, el matrimonio, el amor y la virginidad, entre otros. El relato de las mujeres que aquí se ha analizado muestra que no son sumisas, y que sus voces de rebeldía silenciosa comienzan a brotar y a provocar estos cambios. Las rígidas normas sociales y patriarcales que se les ha impuesto desde la infancia, no son suficientes para acallarlas o impedirles conseguir lo que desean. Se ha podido comprobar que la mayoría de estos personajes se mantienen fieles a sus sentimientos, su personalidad y sus deseos. Se rebelan, poseen atributos adquiridos al sexo opuesto, pero sobre todo, redefinen la feminidad, reafirmando su relevancia. Este hecho no sólo se manifiesta en las protagonistas de ambas novelas, sino también en los hombres.

Actualmente, el éxito comercial de las obras escritas por mujeres, iguala o supera en algunos casos a los hombres. Algunas escritoras lograron que su primer libro sea un “best seller”, como la chilena Isabel Allende, con “La casa de los espíritus” encuadrada en el boom del realismo mágico; la mejicana Ángeles Mastretta, iniciada en el periodismo y que como becaria trabajó junto a Juan Rulfo; escribió poesía pero su prestigio viene de la narrativa, con novelas como “Arráncame la vida”, “Mujeres de ojos grandes” y “Mal de amores”, con el que gana el precio Rómulo Gallegos; Laura Esquivel, nacida en 1950, que empezó como guionista de series televisivas y en 1989 publica “Como agua para el chocolate”, con enorme éxito, traducida a 35 idiomas y llevada al cine. Escribió también ‘Malinche’, ‘Estrellita marinera’ y su última obra es una novela publicada en 2014, ‘A Lupita le gustaba planchar’. Se mueve dentro del realismo mágico. La colombiana, Laura Restrepo, también nacida en 1950, graduada en Filosofía y en Ciencias Políticas ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz con la novela ‘Dulce compañía’ y el Premio Alfaguara de novela con ‘Delirio’. Tenemos el caso de la nicaragüense Gioconda Belli, (194) que rescata el pasado maya y la relación de la mujer indígena con la naturaleza, entre otras motivaciones, ganadora también, entre otros, del premio Sor Juana Inés de la Cruz y el de Biblioteca Breve, con su novela “El infinito en la palma de la mano”. Tiene muchos títulos en narrativa y escribe también excelente poesía. Estas dos narradoras, Laura Restrepo y Gioconda Belli militaron en grupos revolucionarios, como el M-19 y el frente Sandinista, respectivamente.


Fragmento de la novela La casa de los espíritus de Isabel Allende.

La perrera era una celda pequeña y hermética como una tumba sin aire, oscura y helada. Había seis en total, construidas como lugar de castigo, en un estanque vacío de agua. Se ocupaban por períodos más o menos breves, porque nadie resistía mucho tiempo en ellas, a lo más unos pocos días, antes de empezar a divagar, perder la noción de las cosas, el significado de las palabras, la angustia del tiempo o, simplemente, empezar a morir. Al principio, encogida en su sepultura, sin poder sentarse ni estirarse a pesar de su escaso tamaño, Alba se defendió contra la locura. En la soledad comprendió cuánto necesitaba a Ana Díaz. Creía escuchar golpecitos imperceptibles y lejanos, como si le enviaran mensajes en clave desde otras celdas, pero pronto dejó de prestarles atención, porque se dio cuenta de que toda forma de comunicación era inútil. Se abandonó, decidida a terminar su suplicio de una vez, dejó de comer y sólo cuando la vencía su propia flaqueza bebía un sorbo de agua. Trató de no respirar, de no moverse, y se puso a esperar la muerte con impaciencia. Así estuvo mucho tiempo. Cuando casi había conseguido su propósito, apareció su abuela Clara, a quien había invocado tantas veces para que la ayudara a morir, con la ocurrencia de que la gracia no era morirse, puesto que eso llegaba de todos modos, sino sobrevivir, que era un milagro. La vio tal como la había visto siempre en su infancia, con su bata blanca de lino, sus guantes de invierno, su dulcísima sonrisa desdentada y el brillo travieso de sus ojos de avellana. Clara trajo la idea salvadora de escribir con el pensamiento, sin lápiz ni papel, para mantener la mente ocupada, evadirse de la perrera y vivir. Le sugirió, además, que escribiera un testimonio que algún día podría servir para sacar a la luz el terrible secreto que estaba viviendo, para que el mundo se enterara del horror que ocurría paralelamente a la existencia apacible y ordenada de los que no querían saber, de los que podían tener la ilusión de una vida normal, de los que podían negar que iban a flote en una balsa sobre un mar de lamentos, ignorando, a pesar de todas las evidencias, que a pocas cuadras de su mundo feliz estaban los otros, los que sobreviven o mueren en el lado oscuro. «Tienes mucho que hacer, de modo que deja de compadecerte, toma agua y empieza a escribir», dijo Clara a su nieta antes de desaparecer tal como había llegado.

Alba intentó obedecer a su abuela, pero tan pronto como empezó a apuntar con el pensamiento, se llenó la perrera con los personajes de su historia, que entraron atropellándose y la envolvieron en sus anécdotas, en sus vicios y virtudes, aplastando sus propósitos documentales y echando por tierra su testimonio, atosigándola, exigiéndole, apurándola, y ella anotaba a toda prisa, desesperada porque a medida que escribía una nueva página, se iba borrando la anterior. Esta actividad la mantenía ocupada. Al comienzo perdía el hilo con facilidad y olvidaba en la misma medida en que recordaba nuevos hechos. La menor distracción o un poco más de miedo o de dolor, embrollaban su historia como un ovillo. Pero luego inventó una clave para recordar en orden, y entonces pudo hundirse en su propio relato tan profundamente, que dejó de comer, de rascarse, de olerse, de quejarse, y llegó a vencer, uno por uno, sus innumerables dolores.

Protagonista: Alba Trueba, la más joven en la genealogía femenina de la familia, quien nos revela, a partir de este episodio, cuál es la perspectiva de la narradora en tercera persona desde la que se escribe el conjunto de la novela.

Autora: Isabel Allende, La casa de los espíritus (1982).

Más información sobre la autora y la novela.

Antes de situar La casa de los espíritus dentro del marco de la literatura hispanoamericana, se ha de explicar su estatus de best seller, que afecta en gran medida a su recepción crítica. Para empezar, el libro fue un éxito inmediato, tras su publicación en Barcelona, debido a la situación política, marcada por las dictaduras hispanoamericanas en aquella época. Desde España se lanzó al continente y por fin al Chile de Pinochet, donde circulaba en fotocopias que desafiaban a la censura. Hasta nuestros días [2016], La casa de los espíritus ha sido adaptada al cine y al teatro, traducida a 27 idiomas y leída por el gran público, lo que le confirió el estatus de best seller y convirtió a su escritora en el referente de cierto tipo de literatura llamada light. A pesar del éxito comercial, el libro ha sido y sigue siendo fuente inagotable de análisis, lo que confirma el copioso material producido por la crítica literaria.

(...)

Otra razón del éxito del libro es el uso del llamado realismo mágico, perfeccionado por Gabriel García Márquez, representante por excelencia del boom hispanoamericano. El término del realismo mágico se aplica al modo narrativo caracterizado por la aceptación de lo sobrenatural e insólito como normal y cotidiano en un contexto realista. La saga familiar de los Trueba escrita por Allende hasta llegó a ser más popular entre el público de masas que la de los Buendía, hecho paradójico que más de una vez hizo cuestionar su valor literario presentándola como un plagio. Las similaridades estilísticas y temáticas entre los dos textos han sido uno de los primeros temas polémicos discutidos por los críticos literarios, que a muchos indujeron a concluir que solo se trataba de una versión femenina de la novela Cien años de soledad. El sentimentalismo excesivo de la novela ha sido otro elemento polémico que ponía en cuestión su valor literario entre los críticos. Es innegable que estos factores han contribuido a la inmensa popularidad del libro, cuya publicación abrió el espacio en el mundo editorial para las escritoras que seguían la fórmula literaria iniciada con La casa de los espíritus, que garantizaba el éxito comercial.

Además de la naturaleza referencial del libro, interesada en el «aquí y ahora», uno de los elementos decisivos de su éxito es efectivamente su feminocentrismo. Tras su publicación, La casa de los espíritus se ha encontrado con la aceptación generalizada del público femenino y la crítica feminista. Con sus elementos de abierta sexualidad femenina y erotismo, se leía como desafío a los prejuicios sobre la representación de la sexualidad femenina en la literatura. Las alteraciones con respecto al feminismo que se dieron en el mundo occidental durante los años sesenta y setenta, y especialmente en los Estados Unidos, llegaron con retraso a Hispanoamérica, enfatizando justamente el aspecto de la sexualidad liberada. No es de extrañar si se toma en consideración el arraigo de la fe católica y, por ende, la extensión del patriarcado en las sociedades hispanoamericanas. Siguiendo las adversidades y las aventuras de las mujeres Del Valle-Trueba, en numerosos análisis de los críticos La casa de los espíritus llegó a ser una verdadera obra feminista, y no solo una obra perteneciente a la literatura femenina o a la literatura escrita por las mujeres. Analizando las relaciones de poder en el texto desde la perspectiva posmodernista, y especialmente feminista, muchos críticos lo caracterizaron como un texto político progresista. La literatura femenina hispanoamericana, desde los años ochenta representada, primero, por Isabel Allende y, más tarde, por Laura Esquivel y Ángeles Mastretta entre otras, suele ser vista desde la perspectiva posmodernista como una literatura que subvierte las presuposiciones dominantes masculinas y los valores patriarcales, exponiendo las historias de los personajes marginados a través de los sujetos femeninos.

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Considerando que La casa de los espíritus presenta un tipo de crónica de la familia implícitamente chilena y, en particular, la revisión de los eventos de la historia que precede y sigue al golpe de estado en 1973, conseguido por el esfuerzo de Alba, la narradora principal, y por la incorporación de los mémoires del viejo Trueba, con el objetivo de anotar los recuerdos para que eviten las nieblas del olvido, resulta dificultoso determinar la función de la magia en el libro. La primera parte del libro es donde predomina la presencia de los elementos mágicos.

Con el progreso del relato, estos elementos poco a poco dan paso al predominio de los elementos históricos, hasta tal punto que parece que en el capítulo culminante del golpe de estado la magia completamente desaparece y el texto literario se convierte en un texto documental. ¿Cuál es entonces la función de la magia? ¿Representa la realidad universal o la realidad americana que pueden observase como mágicas? No sería posible dar una respuesta afirmativa unilateral, ya que los mismos elementos mágicos no son tratados consistentemente. Existen episodios en el libro donde su credibilidad se mina a favor de las explicaciones científicas o donde simplemente se ironizan. Mirando a través del prisma poscolonialista [en sintonía con las obras de Salman Rushdie, Arundhaty Roy o Toni Morrison], el uso del realismo mágico encuentra una explicación satisfactoria como discurso subversivo con el que se critican las estructuras del poder, como discurso con el que se da la voz a lo subalterno, lo silenciado y lo marginado. También se tiende a considerar La casa de los espíritus como parodia de la gran obra del boom, lo que cuadra con la tendencia del posboom a revisar el canon literario. Además de estas explicaciones, existen aquellas que interpretan la magia y la fantasía al principio del libro como un simple hommage al padre literario de Isabel Allende. Como se puede observar, las reflexiones críticas difieren.

(...)

Allende, como escritora feminista, muestra tendencias conciliatorias al incluir en su texto la voz hegemónica patriarcal. La estrategia de la fusión de las voces de Alba y Esteban señala la subversión de la cultura machista por la voz femenina dentro de esa cultura. Interpretando estas relaciones discursivas en el texto a través del discurso doble de Bajtín, [la crítica literaria Doris] Meyer advierte un giro irónico donde la voz silenciada se convierte en la voz dominante, y viceversa, de modo que, en el libro, la voz callada (Alba), situada en los márgenes del poder, se convierte en la voz dominante, mientras que la voz dominante (Esteban) de la Historia pierde su poder discursivo.


Fragmento de la novela Como agua para chocolate, de Laura Esquivel.

CANTIDADES PARA EL FONDANT:


800 gramos de azúcar granulado


60 gotas de limón y el agua suficiente


para que remoje el azúcar


Manera de hacerse:

Se ponen en una cacerola, el azúcar y el agua al fuego sin dejar de moverla, hasta que empieza a hervir. Se cuela en otra cacerola y se vuelve a poner al fuego agregándole el limón hasta que tome punto de bola floja, limpiando de vez en cuando los bordes de la cacerola con un lienzo húmedo para que la miel no se azucare; cuando ha tomado el punto anteriormente indicado se vacía en otra cacerola húmeda, se rocía por encima y se deja enfriar un poco.

Después, con una espátula de madera, se bate hasta que empaniza.

Para aplicarlo, se le pone una cucharada de leche y se vuelve a poner al fuego para que se deslíe, se pone después una gota de carmín y se cubre con él únicamente la parte superior del pastel.

Nacha se dio cuenta de que Tita estaba mal, cuando ésta le preguntó si no le iba a poner el carmín.

—Mi niña, se lo acabo de poner, ¿no ves el color rosado que tiene?

—No...

—Vete a dormir niña, yo termino el turrón. Sólo las ollas saben los hervores de su caldo, pero yo adivino los tuyos, y ya deja de llorar, que me estás mojando el fondant y no va a servir, anda, ya vete.

Nacha cubrió de besos a Tita y la empujó fuera de la cocina. No se explicaba de dónde había sacado nuevas lágrimas, pero las había sacado y alterado con ellas la textura del turrón. Ahora le costaría doble esfuerzo dejarlo en su punto. Ya sola, se dio a la tarea de terminar con el turrón lo más pronto posible, para irse a dormir.

El turrón se hace con 10 claras de huevo y 500 gramos de azúcar batidos a punto de hebra fuerte.

Cuando terminó, se le ocurrió darle un dedazo al fondant, para ver si las lágrimas de Tita no habían alterado el sabor. Y no, aparentemente, no alteraron el sabor, pero sin saber por qué, a Nacha le entró de golpe una gran nostalgia. Recordó uno a uno todos los banquetes de boda que había preparado para la familia De la Garza con la ilusión de que, el próximo fuera el suyo. A sus 85 años no valía la pena llorar, ni lamentarse de que nunca hubieran llegado ni el esperado banquete ni la esperada boda, a pesar de que el novio sí llegó, ¡vaya que había llegado! Sólo que la mamá de Mamá Elena se había encargado de ahuyentarlo. Desde entonces se había conformado con gozar de las bodas ajenas y así lo hizo por muchos años sin repelar. No sabía por qué lo hacía ahora. Sentía que era una reverenda tontería, pero no podía dejar de hacerlo. Cubrió con el turrón lo mejor que pudo el pastel y se fue a su cuarto, con un fuerte dolor de pecho. Lloró toda la noche y a la mañana siguiente no tuvo ánimos para asistir a la boda.

Tita hubiera dado cualquier cosa por estar en el lugar de Nacha, pues ella no sólo tenía que estar presente en la iglesia, se sintiera como se sintiera, sino que tenía que estar muy pendiente de que su rostro no revelara la menor emoción. Creía poder lograrlo, siempre y cuando su mirada no se cruzara con la de Pedro. Ese incidente podría destrozar toda la paz y tranquilidad que aparentaba.

Sabía que ella, más que su hermana Rosaura, era el centro de atención. Los invitados, más que cumplir con un acto social, querían regodearse con la idea de su sufrimiento, pero no los complacería, no. Podía sentir claramente cómo penetraban por sus espaldas los cuchicheos de los presentes a su paso.

—¿Ya viste a Tita? ¡Pobrecita, su hermana se va a casar con su novio! Yo los vi un día en la plaza del pueblo, tomados de la mano. ¡Tan felices que se veían!

—¿No me digas? ¡Pues Paquita dice que ella vio cómo un día, en plena misa, Pedro le pasó a Tita una carta de amor, perfumada y todo!

—¡Dicen que van a vivir en la misma casa! ¡Yo que Elena no lo permitía!

—No creo que lo haga. ¡Ya ves cómo son los chismes!

No le gustaban nada esos comentarios. El papel de perdedora no se había escrito para ella. ¡Tenía que tomar una clara actitud de triunfo! Como una gran actriz representó su papel dignamente, tratando de que su mente estuviera ocupada no en la marcha nupcial ni en las palabras del sacerdote ni en el lazo y los anillos.

Se transportó al día en que a los nueve años se había ido de pinta con los niños del pueblo. Tenía prohibido jugar con varones, pero ya estaba harta de los juegos con sus hermanas. Se fueron a la orilla del río grande para ver quién era capaz de cruzarlo a nado, en el menor tiempo. Qué placer sintió ese día al ser ella la ganadora.

Otro de sus grandes triunfos ocurrió un tranquilo día de domingo en el pueblo. Ella tenía catorce años y paseaba en carretela acompañada de sus hermanas, cuando unos niños lanzaron un cohete. Los caballos salieron corriendo espantadísimos. En las afueras del pueblo se desbocaron y el cochero perdió el control del vehículo. Tita lo hizo a un lado de un empujón y ella sola pudo dominar a los cuatro caballos. Cuando algunos hombres del pueblo a galope las alcanzaron para ayudarlas, se admiraron de la hazaña de Tita. En el pueblo la recibieron como a una heroína. Estas y otras muchas remembranzas parecidas la tuvieron ocupada durante la ceremonia, haciéndola lucir una apacible sonrisa de gata complacida, hasta que a la hora de los abrazos tuvo que felicitar a su hermana. Pedro, que estaba junto a ella, le dijo a Tita:

—¿Y a mí no me va a felicitar?

—Sí, cómo no. Que sea muy feliz.

Pedro, abrazándola más cerca de lo que las normas sociales permiten, aprovechó la única oportunidad que tenía de poder decirle a Tita algo al oído.

—Estoy seguro de que así será, pues logré con esta boda lo que tanto anhelaba: estar cerca de usted, la mujer que verdaderamente amo...

Las palabras que Pedro acababa de pronunciar fueron para Tita como refrescante brisa que enciende los restos de carbón a punto de apagarse. Su cara por tantos meses forzada a no mostrar sus sentimientos experimentó un cambio incontrolable, su rostro reflejó gran alivio y felicidad. Era como si toda esa casi extinguida ebullición interior se viera reavivada de pronto por el fogoso aliento de Pedro sobre su cuello, sus ardientes manos sobre su espalda, su impetuoso pecho sobre sus senos... Pudo haberse quedado para siempre así, de no ser por la mirada que Mamá Elena le lanzó y la hizo separarse de él rápidamente. Mamá Elena se acercó a Tita y le preguntó:

—¿Qué fue lo que Pedro te dijo?

—Nada, mami.

—A mí no me engañas, cuando tú vas, yo ya fui y vine, así que no te hagas la mosquita muerta. Pobre de ti si te vuelvo a ver cerca de Pedro.

Después de estas amenazantes palabras de Mamá Elena, Tita procuró estar lo más alejada de Pedro que pudo. Lo que le fue imposible fue borrar de su rostro una franca sonrisa de satisfacción. Desde ese momento la boda tuvo para ella otro significado. Ya no le molestó para nada ver cómo Pedro y Rosaura iban de mesa en mesa brindando con los invitados, ni verlos bailar el vals, ni verlos más tarde partir el pastel. Ahora ella sabía que era cierto: Pedro la amaba. Se moría porque terminara el banquete para correr al lado de Nacha a contarle todo. Con impaciencia esperó a que todos comieran su pastel para poder retirarse. El manual de Carreño le impedía hacerlo antes, pero no le vedaba el flotar entre nubes mientras comía apuradamente su rebanada. Sus pensamientos la tenían tan ensimismada que no le permitieron observar que algo raro sucedía a su alrededor. Una inmensa nostalgia se adueñaba de todos los presentes en cuanto le daban el primer bocado al pastel. Inclusive Pedro, siempre tan propio, hacía un esfuerzo tremendo por contener las lágrimas. Y Mamá Elena, que ni cuando su esposo murió había derramado una infeliz lágrima, lloraba silenciosamente. Y eso no fue todo, el llanto fue el primer síntoma de una intoxicación rara que tenía algo que ver con una gran melancolía y frustración que hizo presa de todos los invitados y los hizo terminar en el patio, los corrales y los baños añorando cada uno al amor de su vida. Ni uno solo escapó del hechizo y sólo algunos afortunados llegaron a tiempo a los baños; los que no, participaron de la vomitona colectiva que se organizó en pleno patio. Bueno, la única a quien el pastel le hizo lo que el viento a Juárez fue a Tita. En cuanto terminó de comerlo abandonó la fiesta. Quería notificarle a Nacha cuanto antes que estaba en lo cierto al decir que Pedro la amaba sólo a ella. Por ir imaginando la cara de felicidad que Nacha pondría no se percató de la desdicha que crecía a su paso hasta llegar a alcanzar niveles patéticamente alarmantes.

Protagonista: Tita, la hija destinada por tradición familiar al cuidado de la madre y, por tanto, al celibato, se rebela contra tal destino.

Autora: Laura Esquivel, Como agua para chocolate (1989).


Más información sobre la autora y la novela.

  • Junta de Andalucía: Guía de lectura de la novela Como agua para chocolate.
  • Reseña de la novela en el blog La nave invisible (2017).

Como agua para chocolate está considerada una de las obras clásicas del realismo mágico, ese género de novela fantástica que consiguió colarse en los cánones generalistas. Como gran representante de su género, en esta novela de Laura Esquivel no encontraremos una magia como a la que estamos acostumbrados: no hay dragones, ni batallas, ni magos, ni seres extraños. En cambio, tenemos una magia sutil, detallista, puntual pero definitiva en la historia. Como agua para chocolate une dos géneros literarios: el costumbrismo, ya que nos sumerge en una familia mexicana de principios del siglo XX, y la fantasía, ya que la magia se entrelaza con la realidad y, sin ella, no habría historia.

Tita nació en la cocina de su casa y esta es su refugio del mundo exterior. En la novela, Tita nos cuenta sus mejores doce recetas, aplicadas a los doce momentos más importantes de su vida. Veremos cómo se enamora locamente de Pedro, un muchacho del pueblo, pero cómo su madre Mamá Elena le prohíbe contraer matrimonio. Ni con Pedro ni con nadie, porque como ella es la joven de las tres hermanas, está destinada a quedarse soltera para poder cuidar de ella cuando sea mayor.

A lo largo de la novela asistiremos a todas las luchas que libra Tita frente a la tradición, a las expectativas de su familia y contra la voluntad de su madre, que le impide ser feliz. Tita quiere ser libre, aunque la tradición se lo impide. Pero, sobre todo, veremos el eterno amor que se profesan Tita y Pedro y cómo su relación varía a lo largo de los años.

Como agua para chocolate nos cuenta la historia de Tita desde el momento de su nacimiento, en la cocina de su casa, y la relación tan estrecha que hay entre ella y la cocina. Tita rebosa sentimientos y emociones, y tanto en sus mejores como en sus peores momentos, su huida es la cocina. Pero sin saberlo transfiere su fuerza a las recetas que prepara y que luego degustan su familia o los invitados. Así, en la boda de su hermana con Pedro, todos los comensales huyen de la casa enfermos, o tras una declaración de amor toda la familia se ve sumida en un furor sexual que son incapaces de apaciguar.

Como agua para chocolate es una historia de contrastes. El más profundo y visible es cómo la vida de Tita se define en base a lo que la tradición le manda ser y lo que ella desea ser. Tita quiere ser libre para poder ser feliz, pero su madre no le permite cumplir con sus sueños por el deseo egoísta de tener a alguien que la cuide cuando ella ya no pueda hacerlo sola. Tita ama a Pedro, y este decide casarse con su hermana Rosaura para estar cerca de Tita, condenándolos a los dos a pasar su vida juntos pero sin la posibilidad de tocarse. La vida de Pedro con Rosaura evoluciona, avanza, mientras Tita sigue condenada en la casa de su madre.


Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan (1990).

La reivindicación de las heroínas mágicas del realismo latinoamericano en la tesis de Estefanía Sosa se aplica maravillosamente a otros relatos de la literatura contemporánea en diversos idiomas, pero de modo singular a una novela atípica de la autora Carmen Martín Gaite, narradora y ensayista, a quien ya hemos leído en este proyecto (Entre visillos, 1957; y Usos amorosos de la posguerra española, 1987): Caperucita en Manhattan. Sigue siendo muy leída y celebrada, aunque quizá sea mejor entendida en el contexto de las narraciones que acabamos de describir y dentro de su género, en un mundo realista donde se cumplen los deseos emancipadores de las mujeres.

Fragmento de la novela.

Un veterano comisario del distrito de Harlem, fascinado por la valentía de miss Lunatic, sus múltiples contactos con gente del hampa y su talento para testificar en los casos difíciles, la mandó llamar una tarde de invierno para proponerle un trato. Se le asignaría una suma bastante importante de dinero, si se prestaba a colaborar como confidente de la Policía. Ella se indignó. Informar a las autoridades de que había un fuego, se había caído el alero de un tejado o se necesitaba urgentemente una ambulancia era algo muy diferente a convertirse en acusica. Ni que estuviera loca. Y en cuanto al dinero, muchas gracias, pero no la tentaba.

—¿Para qué necesito yo el dinero, mister O'Connor? —preguntó—. ¿Me lo quiere usted decir?

Tenía las manos cruzadas sobre la mesa, y el comisario se fijó en aquellos dedos deformados por el reúma y enrojecidos por el frío.

—Para asegurarse la vejez —dijo.

Miss Lunatic se echó a reír.

—Perdone, señor, pero llegué a Manhattan en 1885 —dijo—. ¿No le parece que he dado pruebas suficientes de saber asegurarme yo sola la vejez?

El comisario O'Connor la contempló con curiosidad desde el otro lado de la mesa.

—¿En 1885? ¿El mismo año que trajeron aquí la estatua de la Libertad? —preguntó.

En los labios de miss Lunatic se dibujó una sonrisa de nostalgia.

—Exactamente, señor. Pero le ruego que no me so- meta a ningún interrogatorio.

—Solamente contésteme a una cosa —dijo él—. He oído decir que no tiene usted ingresos conocidos. Y que tampoco pide limosna.

—Es verdad, ¿y qué?

—Tranquilícese, le aseguro que no se trata de una investigación policiaca. Sólo pretendo ayudarla. ¿Es que no le interesa el dinero?

—No; porque se ha convertido en meta y nos impide disfrutar del camino por donde vamos andando. Además ni siquiera es bonito, como antes, cuando se gozaba de su tacto como del de una joya.

El comisario observó que, mientras miss Lunatic decía aquellas palabras, acariciaba unas monedas muy raras que había sacado de una bolsita de terciopelo verde, y jugueteaba con ellas. No eran de gran tamaño, despedían un fulgor verdoso, y parecían muy antiguas. Estuvo a punto de preguntarle de dónde procedían, porque nunca las había visto de ese tipo, pero se contuvo por miedo a ganarse su desconfianza. Prefería seguir oyéndola hablar de lo que fuera. Hubo una pausa y ella volvió a guardar las monedas en la bolsa.

—Ahora ya no —continuó tras un suspiro—. Ahora el dinero son viles papeluchos arrugados. Yo cuando tengo alguno, estoy deseando soltarlo.

—Todo lo papeluchos que usted quiera —interrumpió el comisario—, pero hacen falta para vivir.

—Eso suele decirse, sí. Para vivir... Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacía el Pato Donald... Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar... y vivir es reírse... He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir. Precisamente ayer, paseando por Central Park más o menos a estas horas, me encontré con un hombre inmensamente rico que vive por allí cerca y entablamos conversación.

Personajes protagonistas: Además de la niña Sara Allen y su familia (sus padres y su abuela), así como el millonario Mister Woolf, la coprotagonista de la novela es la enigmática Miss Lunatic, una anciana que sobrevive en las calles de Nueva York.

Autora: Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan (1990).


Más información sobre la novela.

Hace ya algún tiempo que terminé de pasearme por las calles de este cuento moderno, al que me acerqué por vez primera con catorce años, y con el que me he vuelto a encontrar rozando la treintena. Ha sido una grata experiencia, por la cantidad de imágenes y recuerdos que ha evocado mi mente. He vuelto a oler la tarta de fresa de la familia Allen, a disfrutar con el toque de locura de Rebeca Little (alias Gloria Star), a experimentar el cambio interior del señor Woolf, y lo mejor de todo, a aprender de la sabiduría de Miss Lunatic, que guarda celosamente. Os recomiendo este viaje, merece la pena. ¿Me acompañáis?

No hay mucho que contar de la historia creada magistralmente por Carmen Martín Gaite, sin que se puedan desvelar pequeños detalles de la magia que envuelve a la narración. Todos conocemos las aventuras de Caperucita Roja, la pasión que siente por su abuela y las artimañas de las que se vale el lobo para que caiga en el engaño. Esta escenografía es trasladada hasta Nueva York, donde cada una de las piezas de la fábula son colocadas con ligeras modificaciones. Así, Sara aparece también como una pequeña que adora a su abuela, pero que se siente incomprendida cuando está en casa sin ella. Su madre es la encargada de dar a conocer la famosa tarta sobre la que girará el argumento de la novela, a pesar de que Sara se muestre un tanto reacia al postre por la obsesiva repetición de la receta semana tras semana. El lector simpatiza inmediatamente con Rebeca Little, abuela de la pequeña, especialmente cuando descubre la juventud que hay en su interior, su faceta como cantante con el nombre artístico Gloria Star, y la nueva relación que mantiene con un cariñoso librero.

Fuera del ambiente familiar, Manhattan se muestra en todo su esplendor para presentar a dos personajes esenciales en la adaptación del cuento. Míster Woolf, cuyo apellido remite directamente al pérfido animal, se da a conocer estrechamente ligado a un enorme edificio que alberga su pastelería «El Dulce Lobo», y cuya apariencia representa una tarta de cumpleaños. Se caracteriza por su inseguridad, alguien que no ha sabido sacar provecho de su vida más allá de la preocupación por el buen funcionamiento del negocio; por eso, cuando descubre los rumores sobre el desafortunado sabor de su pastel de fresa, se adentra en un bucle obsesivo para zanjar el asunto. Mientras, por las calles de la ciudad se descubre ocasionalmente a Miss Lunatic, apodo con el que siempre ha sido conocida, y en cuyo nombre alberga las extravagancias que la hacen famosa en la ciudad. «No tenía documentación que acreditase su existencia real, ni tampoco familia ni residencia conocidas. Solía ir cantando canciones antiguas, con aire de balada o de nana cuando iba ensimismada, himnos heroicos cuando necesitaba caminar deprisa» (p. 86). «Había gente que se reía de ella, pero en general se le tenía respeto, no sólo porque no hacía daño a nadie, era discreta y se explicaba con propiedad —siempre con un leve acento francés—, sino porque, a pesar de sus ropas de mendiga, conservaba en la forma de moverse y de caminar con la cabeza erguida un aire de altivez e independencia que cerraba el paso tanto al menosprecio como a la compasión. Siempre se responsabilizaba de sus actos y no parecía verse metida más que en aquello en lo que quería meterse» (p. 89).

Carmen trabajó en esta ciudad neoyorquina y este fue el escenario escogido para un libro donde una mujer peculiar se dispone a acompañar a una niña valiente que sabe qué quiere pero desconoce cómo llegar y por dónde. El papel de la mujer es recordarle a la niña su capacidad para ser lo que ella desee y el desenlace del libro apunta a un final feliz. Carmen llamó a la niña Sara pero las coincidencias con el cuento (la madre, la visita de la abuela, la tarta, el lobo) hacen pensar en Caperucita, aunque en la realidad la niña tenía otro nombre, Marta, y se trataba de su propia hija que murió antes de cumplir los treinta años de edad.

Por otra parte, si tuviésemos que hablar de las características más destacadas de Carmen M. Gaite que dotan a sus obras de genialidad elegiríamos dos. En primer lugar, la capacidad de combinar la realidad asfixiante de un mundo de hombres donde la mujer se mostraba sumisa y triste con la fantasía liberadora. La magia, la ilusión que dan los sueños los heredó de su abuela, que procedía de Galicia y que le sirvieron para alentar a los personajes femeninos y para dar placer a los lectores. El segundo aspecto se trata nada menos que de la ventana. Carmen solía penetrar en el alma de sus protagonistas y desde allí narrar el desencanto que les producía su vida a través de una ventana que les permitía escapar unos instantes y soñar con algo mejor. La metáfora de la ventana aparece en libros como El balneario, Entre visillos y Fragmentos de interior.

Cuando Carmen escribió Caperucita en Manhattan por primera vez aleja a la protagonista femenina, en este caso una niña, de la perspectiva de la ventana y también la invita a romper con todo para encontrar su libertad. Es algo que todos deberíamos hacer y así queda dicho. Gracias, Carmen.

7.3. Heroínas profesionales y realistas que descubren caminos de salida a los infiernos: guerra, violencia, explotación, feminicidio, autodestrucción.

Fragmento de la novela, la primera de la "Trilogía de la memoria".

Los niños eran todos negros. La mía era la escuela nacional y gratuita y sólo los negros la frecuentaban. Todos dijeron que estaba loca cuando la elegí. Yo tenía veinticuatro años y afán de aventuras. Si fuera hombre... pensaba. Un hombre es libre. Pero yo era mujer y estaba atada por mi juventud, por mis padres, por la falta de dinero, por la época. Era el año 1928. En la oposición había sacado un excelente número: la tercera entre cincuenta. Miré los mapas y el punto más lejano de la tierra al que podía llevarme mi carrera estaba allí, en la línea del Ecuador. Una franja pequeñísima de África, unas islas, un nombre que cruzaba sobre el mar y se adentraba en el continente: Guinea Ecuatorial. Aquél sería mi destino. Pensé en don Wenceslao: «Si algún día...», me había dicho y en seguida había rectificado: «Pero usted nunca va a caer por allí.» No puedo decir que me influyera el recuerdo del viejo amigo. Hasta su Guinea me parecía distinta de la que yo estaba eligiendo. Yo no iba a negociar ni a hacer fortuna. Yo iba a enseñar y al mismo tiempo a aprender, a buscar paisajes nuevos, nuevas experiencias, en un país que además de exótico era nuestro. Así que lo arreglé todo, desoí los consejos y los llantos familiares y me bajé hasta Cádiz para embarcar. Cádiz era el extremo sur, el final de mi mundo. De Cádiz arranqué un día de septiembre y atrás dejaba límites y ataduras. Y el recuerdo de una escuela perdida entre montañas.

Cuando el barco zarpó yo veía la tierra alejarse desde el puente. No quería pensar en lo que abandonaba. Necesitaba la fuerza de los emigrantes, el valor de los conquistadores. Recordé el último consejo de mi padre, arrancado de una de sus lecturas:

«La aventura puede ser loca, el aventurero no.» Y un respingo de emoción me asaltó mientras la costa española se desdibujaba a lo lejos.

(...)

Al regresar el primer día de nuestra excursión sanitaria, Emile [el médico del Hospital] despidió al practicante negro que nos había acompañado y me invitó a visitar su casa. Vivía con su madre, cerca del Hospital. La madre me recibió con extrañeza y miró a su hijo con un silencioso reproche. El me invitó a sentarme y me ofreció un refresco frutal y azucarado.

-Dentro de pocos días -me dijo-, será vino pero aún es sólo una bebida refrescante...

Me enseñó sus libros y una colección de revistas de viajes y el periódico El Sol que recibía de la Península. Charlamos bajo la mirada severa de la madre y el zumbido del ventilador que giraba en el techo.

-Mi madre no cree en los blancos. Desconfía de ellos -aclaró al despedirnos.

Nunca, antes, me había detenido a analizar el significado de la palabra racismo, pero no tardaría mucho tiempo en comprender que la reacción de la madre de mi amigo no era un hecho aislado y caprichoso sino la consecuencia de una realidad ampliamente extendida.

***

El párroco me había hecho llamar y acudí a visitarle.

-Hija mía -me dijo-, usted sabe que estos negros practican religiones salvajes. Nuestra misión ha sido siempre cristianizarlos. Hoy están muchos bautizados, sobre todo los que viven en las ciudades y sus cercanías, pero queda mucho por hacer. Ustedes, los maestros, tienen que ayudarnos...

Se me quejó después de la persistencia de los negros en sus antiguas creencias y de la mezcla ingenua de los ritos cristianos con los suyos. Me pedía que, cercana la Navidad, acudiese a la Iglesia con los niños a rezar y a cantar villancicos. En un intento de convivencia tranquila, acepté su sugerencia, aunque estaba descansando en mis vacaciones y no veía clara mi obligación misionera.

La noche del 24 asistí a la Misa del Gallo y me coloqué detrás de los niños que habían aprendido varios villancicos con facilidad y bastante entusiasmo. Cuando terminó el oficio religioso salí a la calle y en la oscuridad me tropecé con Emile. Me saludó efusivo y a continuación me invitó a seguirle.

-Quiero que vea nuestra verdadera fiesta...

Por toda la ciudad, recogida en torno a la bahía, resonaba la música de los negros. Los cánticos, los golpes obsesivos de los bongos, los bailes enfervorizados.

Sólo ellos habitaban las calles. Seguían la fiesta comenzada en la Iglesia y la transformaban en algo exclusivamente suyo que brotaba al calor de la música y del alcohol fermentado de la palma. Por calles y callejas, el rumor penetraba en las casas de los blancos que celebraban dentro su propio júbilo ritual.

Paseábamos silenciosos cerca del agua, por el puerto donde descansan los barcos, y los lanchones y el frenético fluir de la música nos rodeaba.

-Todo esto es nuestro -dijo Emile-, nos pertenece y nadie puede quitárnoslo, pero nos destruirán si no salimos de la ignorancia y la esclavitud en que vivimos...

Se había puesto triste y cuando me retiré a mi alojamiento, sus palabras volvían una y otra vez a mis oídos. Llevaba viviendo suficiente tiempo en la isla para comprender que sus problemas tenían mal arreglo. Nadie, que yo supiera, estaba interesado en resolverlo y pocos, entre ellos mismos, eran conscientes de las raíces de sus males.

Cuando empujaba la puerta de mi cuarto para entrar en él, una sombra salió de la oscuridad del pasillo. Creí que era Manuel porque la sombra se movía con torpeza y pensé que estaba bajo los efectos de las bebidas de la fiesta.

-Manuel -grité-. Manuel.

Nadie contestó. Entré en mi cuarto y traté de correr el desvencijado cerrojillo que me protegía del exterior. Pero la sombra, de un empujón, abrió la puerta y me echó a un lado.

-Manuel -volví a gritar asustada.

No era Manuel. Su cara desencajada se acercó a la mía y pude distinguir, a la débil luz que se filtraba por la ventana, la cara blanca, las manos blancas, las oscuras palabras del Administrador del Hospital.

Me abrazaba con fuerza y pretendía besarme, me escupía su aliento de borracho, murmurando con furia:

-Si eres buena para el negro también lo serás para mí...

Forcejeé como pude y traté de desembarazarme de él pero no lo conseguí y ya sentía su cuerpo sudoroso sobre el mío cuando pude gritar. Mi grito resonó por encima de la música, la fiesta, la ciudad negra. La puerta se abrió y ahora sí, era Manuel, Manuel que se quedó mudo e inmóvil en el umbral. Pero fue suficiente para que mi agresor reaccionara. Se alejó de mí y de un manotazo lanzó contra la pared a Manuel. Cuando desapareció me tumbé en la cama y me eché a llorar mientras Manuel cerraba la puerta y se retiraba escaleras abajo, respetando mi soledad y mi dolor.

Protagonista autobiográfica: Gabriela, maestra que obtiene plaza en Guinea Ecuatorial, por entonces colonia española.

Autora: Josefina Molina, Historia de una maestra (1990), quien se inspira para esta obra en las memorias de su madre, maestra de la República.


Más información sobre la autora, la novela y el mundo representado.

Aunque se la clasifica en la "generación del 50", por el hecho de ser la compañera del escritor Ignacio Aldecoa (por lo que se la llama también Josefina Aldecoa), lo cierto es que dedicó su juventud a la creación del colegio Estilo, con el objetivo de educar a una generación en la libertad que le era negada por el sistema represor. La mayor parte de su obra literaria se publicó en la democracia, cuando había tomado la decisión de comunicar la épica íntima de la resistencia femenina y feminista contra el régimen que aplastó la esperanza republicana.

En la trilogía de Josefina Aldecoa, Gabriela es una maestra llena de ideales. Enseña en los pueblos retirados, donde más hace falta. Allí quiere poner en práctica las nuevas teorías educativas. La guerra no le hará renunciar a sus ideales, ya que, quedándose viuda y estándole prohibido enseñar por el poder franquista, seguirá dando clases en su propia casa. En su exilio en México, creará una escuela para los niños de los empleados de la hacienda. Las tres novelas hacen hincapié en la diferencia entre el estilo de vida de esas mujeres activas y responsables de su propia vida y el ideal impuesto por el poder patriarcal franquista. No solo son enemigas políticas, sino que son mujeres. Desde luego, las novelas presentan una experiencia de la guerra que tiene puntos en común con la de los hombres, pero que tiene también rasgos específicos y necesita otro tipo de relato para expresarse. (...)

Josefina Aldecoa es la única de nuestras escritoras en presentar una relación madre/hija in praesentia. No obstante, esta no es harmoniosa del todo. En Mujeres de negro, donde la narradora es la hija Juana, esta rechaza la tristeza y la rigidez que su madre representa: odia a las que llama «las mujeres de negro» y que dan su título a la novela: «yo había necesitado dejar atrás la pesadumbre de mi madre, sus trajes negros enlutándola desde tan joven, yo me había ido para vivir sin remordimiento mi propia vida». (...)

En la trilogía de Josefina Aldecoa, la multiplicación de las voces narrativas (Gabriela en Historia de una maestra, Juana en Mujeres de negro y Gabriela anciana en La fuerza del destino) favorece la profundización de varias configuraciones memoriales. En ambos casos, la actividad memorial da lugar a la narración. En el primer tomo, aunque no se oiga la voz de Juana, Gabriela dirige sus recuerdos hacia ella. Historia de una maestra empieza con: Contar mi vida… No sé por dónde empezar. Una vida la recuerdas a saltos, a golpes. De repente te viene a la memoria un pasaje […] Otras veces tratas de recordar hechos que fueron importantes, acontecimientos que marcaron tu vida y no logras recrearlos […] Si tienes paciencia y me escuchas y luego te las arreglas para ir poniendo orden en la baraja… Si tú te encargas de buscar explicaciones a tantas cosas que para mí están muy oscuras, entonces lo intentamos. El libro termina con: «Contar mi vida… Estoy cansada, Juana. Aquí termino. Lo que sigue lo conoces tan bien como yo, lo recuerdas mejor que yo. Porque es tu propia vida». En cambio, en el segundo tomo de la trilogía, cuya narración está asumida por Juana, esta tiene el deseo de conocer y no olvidar, proprio de la segunda generación: «A veces tenía miedo a perder el pasado. Por eso le pedía a mi madre que me hablara de las cosas que yo recordaba y temía olvidar y de las que nunca había sabido». El relato del pasado nace como una solicitud de la segunda generación, la cual tiene que seguirlo.

En La voz dormida [de Dulce Chacón] y en la trilogía de Josefina Aldecoa, aunque la experiencia de las madres fue trágica y aunque las hijas crezcan en familias incompletas, no hay secretos. Hay una voluntad de saber por parte de las hijas (Juana interroga a su madre, Tensi lee los cuadernos), un interés por el pasado, pero es una actitud creadora, esencialmente marcada por el hecho que reanudan con la lucha política de sus madres".

Montserrat Roig, fragmento de la novela La hora violeta (1980).

Norma le decía, no entiendo lo que Jordi y tú estáis haciendo. No tiene sentido. ¿Cómo soportas que venga cada domingo a representar la comedia de la familia feliz? Es que estoy contenta de que vuelva, replicaba Agnés, ¿para qué lo voy a disimular? Estaba contenta cuando volvía y le decía que quería ver a sus hijos... Los hijos son de la mujer, afirmaba Norma. ¿No ves que el hombre lo sabe, y que por eso ha inventado las leyes a su favor? Agnés pensaba que Norma tenía razón: ¿no se fue él cuando le convino, no la dejó sola durante muchas noches, cuando se tragaba el polvo gris con valiums y una botella de vino...? Al principio, Jordi llegaba a la madrugada y se metía en la cama como si fuese un ladrón. Agnés fingía que no le oía, pero se pasaba las horas velando su sueño. Después, Jordi alargaba la ausencia. Le decía, tres noches a la semana no vendré a dormir. Y Agnés se abrazaba fuertemente a la almohada, luchando para no imaginarse las largas noches de amor que Jordi vivía con Natalia. Otro cuerpo, otra mirada, otros ojos. ¿Le diría también las mismas palabras, aquello de pequeña, pequeña mía? No, no se imaginaba estas palabras con Natália. Admiraba a Norma, ella sí que era valiente. Era la única que sabía estar sola, vivir su vida. Norma no tenía miedo. Envidiaba aquella seguridad con que le decía, los hijos son de la mujer. Y la envidiaba porque sabía traducir en palabras todo lo que le ocurría, lo del polvo incrustado en la garganta... ¿De qué estaba hecha Norma? ¿Por qué era diferente de ella? Una vez, Jordi llegó a casa con los ojos brillantes y una fiebre muy alta. Tenía la gripe. Agnés le preparó la cama y le cuidó durante toda una semana. Jordi repetía, qué bien se está en casa... Y Agnés pensaba, ahora es mío, bien mío. Pero Norma movía la cabeza, tienes que aprender a vivir por tu cuenta, Agnés, estás demasiado pendiente de él. Y su madre decía, volverá, ya lo creo que volverá. Tienes que saber esperar. Él te necesita, a ti y a los niños. Pero ni Norma ni su madre la ayudaban a hacer que desapareciera el polvo gris que la envolvía todas las madrugadas. Mientras sintiese el ardor de la garganta no podría dejar de pensar en él.

(...) Agnés escribió muchas cartas al hombre al que aún amaba. Sabes, le decía, ya no recuerdo tu cara... Y era verdad. El polvo se le incrustaba en la piel y también embadurnaba la de su amado. Cuando los niños dormían, se sentaba en la cama y llenaba montones y montones de papeles. Primero eran reproches de mujer abandonada y buscaba aquello que más podía herirle. Le costaba perdonar los años gastados para nada junto a él, haber dejado de estudiar para que él pudiese dedicarse a la vida clandestina, y también, el que le hubiera llamado pequeña, pequeñina mía... Todo era incoherente, confuso, y rompía la mayor parte de las cartas que le escribía. Llegó un momento en que no podía recordar qué era lo que Jordi le había hecho. Y se inventó un hombre a quien poderle contar todo lo que le pasaba cada día. Hoy, el polvo me ha molestado poco y la serpiente se ha ido, le escribía. Sabes, hoy me ha contado Adriá una larguísima historia de vaqueros, dice que de mayor será vaquero, cogerá la pistola y pam, pam, pam, matará a todos los Francos del mundo. Dice que no tiene miedo, pero, por las noches, ve dibujos en la pared, y esqueletos que se mueven. Viene a mi cama sin hacer ruido y se esconde entre las sábanas, porque dice que en mi habitación no hay dibujos en la pared... Hoy he soñado contigo. Me abrazabas muy fuerte y soplabas sobre mi cara porque los pelos me tapaban los ojos... Pero cuando Jordi iba para recoger a los niños —o para quedarse a cenar—, Agnés le recibía de una manera mecánica, como si Jordi ya no tuviera nada que ver con el hombre con quien ella soñaba cada noche.

Una noche, Francesc bajó para despedirse de Agnés y de los niños. Se quedó a cenar y les contó sus proyectos. Se iba a trabajar a otra ciudad, ganaría más dinero y así podría hacer lo que soñaba desde hacía mucho tiempo: alquilar un velero y vivir mucho tiempo en la mar. Después, Francesc les contó a los niños, que ya estaban en la cama, historias de peces que se comen unos a otros y de ballenas que piensan como las personas. Y también la vida de los salmones, que son capaces de poner los huevos en el mismo lugar del río en donde han nacido. Cuando los niños se durmieron, Agnés y Francesc volvieron a la cocina y lavaron entre los dos los platos. Francesc le preguntó, ¿estás bien, Agnés? Y Agnés se dio cuenta entonces de que nadie, ni su madre, ni Norma, se lo había preguntado. Casi sin saber por qué, Agnés le explicó lo del polvo gris que se le incrustaba en la piel, y también lo de la serpiente que la perseguía. Y no le dijo casi nada de Jordi, sólo las pesadillas de todas las noches y que no tenía mucho tiempo de pensar en esas cosas. El capitán Haddock no le echó un largo discurso, como Norma, sólo dijo, nos hacemos tanto daño... El problema no es que no nos queramos, sino que no sabemos cómo hacerlo. Y acaso, también, que no nos resignamos a perder lo que ya está perdido. Y agregó, a mí me ha pasado lo mismo. Soy del Aaiún*, hijo de militar, y sé que nunca podré regresar a mi tierra, porque ha dejado de ser mía. Es de ley. Y Agnés se quedó parada, nunca había pensado en que había otra clase de pérdidas... El único modo de volver a vivir, dijo Francesc, es aceptar que hay cosas que no volverán a ser como eran antes.


*Capital del Sahara Occidental, antigua colonia de España y hoy territorio ocupado por Marruecos, a la espera de una solución para centenares de miles de refugiados.

Protagonista femenina: Agnés representa el papel de madre y esposa tradicional (frente a Natalia o Norma), pero no se resigna a su destino.

Autora: Montserrat Roig, La hora violeta (L'hora violeta, 1980).

Más información sobre la autora, la novela y el feminismo de los años 70 (siglo XX).

Montserrat Roig dedicó toda su obra a testimoniar sobre las dos generaciones que habían luchado contra la dictadura franquista, quienes hicieron posible la llamada Transición democrática.

No los representa como héroes y heroínas, sino como seres humanos complejos, contradictorios y profundamente vulnerables, a quienes los represores han causado un daño irreparable. Más que vencer a la dictadura, habían sobrevivido al dictador y no sabían cómo librarse de tanto dolor y frustración acumulados, para vivir en libertad y ser aproximadamente felices. Las tres principales novelas que escribió se engarzan entre sí: Ramona, adéu (1972), Tiempo de cerezas (El temps de les cireres, 1977) y La hora violeta (L'hora violeta, 1980).

Lidia Falcón, La razón feminista (1981).

Hoy los trabajos de campo de la antropología, la historia y la arqueología, nos han contado cómo viven los pueblos lla­mados naturales donde no se conoce la propiedad privada, en muchas ocasiones ni siquiera tos procesos biológicos y fisiológicos de la fecundación. Y en tales comunidades, sin embargo, y contrariamente a todas las afirmaciones de Engels y de sus seguidores [El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884], se conoce la exhaustiva explotación a que los hombres someten a sus mujeres, el enorme trabajo excedente que les extraen, cómo las hu­millan, las violan, las castigan y las asesinan, considerán­dolas siempre seres de categoría y existencia inferior, si­tuadas en el «status» esclavo. Ningún antropólogo honesto ha hallado rastros de aquellas sociedades utópicas des­critas por Engels, donde la igualdad, la fraternidad y la solidaridad se ejercían amable y generosamente con las mujeres que a su parecer detentaban el poder económico, social y político. Todos los datos que poseemos nos hablan de lo contrario. Es indiferente que se trate de los indios de América del Norte o del Sur, de las tribus del África Central o de tos pueblos de la Polinesia y de la Melanesia. En ninguno de ellos la mujer es más que un trabajador sin consideraciones ni retribución, condenada a ser ven­dida como esposa al harén del marido para trabajarle, servirle, parir hijos y morir despreciada en la vejez. Se practican el infanticidio y el senilicidio femeninos, y ni los asuntos económicos, ni los sociales, ni los políticos le son consultados.

No son por tanto los inventores de la propiedad privada y la monogamia los que acarrean consigo todos los males de la mujer. Desde los pueblos naturales que desconocen la escritura y el proceso de fecundación, y viven en régi­men de comunidad de la tierra, hasta los pueblos de la antigüedad, que en todas las latitudes, han practicado la poligamia, la mujer es la esclava o la sirvienta del padre, del marido, de los hermanos, de los hijos varones más tarde. Ella es la paria, el esclavo o el siervo nunca manu­mitido, porque la mujer no puede jamás comprar su li­bertad, lo que la diferencia en su contra del esclavo.

Con estos datos ordenados era preciso deducir una cuestión incontestada, ¿por qué? ¿Por qué el hombre —no una clase social determinada, porque las explotaciones y la opresión no las ejercen únicamente los príncipes— de todas las latitudes y épocas ha sojuzgado a la mujer, con tanta saña, en todo el curso de los siglos? La única res­puesta hemos de hallarla en las causas materiales que di­ferencian radicalmente al hombre de la mujer: las dis­tintas facultades para la generación. La posibilidad de crear día a día un nuevo ser dentro de sí misma y alum­brarlo, sin que el varón, que ha puesto el germen dentro de ella, conozca a ciencia cierta cuándo y de quién es el nuevo ser. Y este antagonismo «la primera división del trabajo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos» surge con el primer hombre que conciencia las ventajas de la posesión del hijo, nueva fuerza de trabajo, sirviente y mercancía a la vez, para conseguir lo cual re­sulta fácil comprender que precisa dominar a la mujer.

(...)

El sexo define a la mujer para la procreación de hijos y el hombre se apropia de su capacidad reproductiva, a través de dominar su sexualidad, con cuyo disfrute alcan­za el placer a que todo macho cree tener derecho indiscutido, y le permite relegar a la mujer a la realización de las tareas productivas más monótonas, más rutinarias, más penosas y peor retribuidas. (...)

La sexualidad, la reproducción y la producción de los bienes de uso precisos para la supervivencia familiar, son las tres explotaciones que las mujeres sufren calladamen­te desde hace millones de años. Sólo ahora, apenas se cumple un siglo, han comenzado a inquietarse por su «sta­tus» sumiso, por su esclavitud disfrazada, por su «destino providencial». De esta inquietud surgen focos de rebeldía que en poco tiempo se convertirán en un incendio de re­voluciones.

Autora: Lidia Falcón, Introducción a La razón feminista (1981).


Más información sobre la autora y sus obras.

Laura Restrepo, La multitud errante (2001).

¿Cómo puedo yo decirle que nunca la va a encontrar, si ha gastado la vida buscándola?

Me ha dicho que le duele el aire, que la sangre quema sus venas y que su cama es de alfileres, porque perdió a la mujer que ama en alguna de las vueltas del camino y no hay mapa que le diga dónde hallarla. La busca por la corteza de la geografía sin concederse un minuto de tregua ni de perdón, y sin darse cuenta de que no es afuera donde está sino que la lleva adentro, metida en su fiebre, presente en los objetos que toca, asomada a los ojos de cada desconocido que se le acerca.

—El mundo me sabe a ella —me ha confesado—, mi cabeza no conoce otro rumbo, se va derecho donde ella.

Si yo pudiera hablarle sin romperle el corazón se lo repetiría bien claro, para que deje sus desvelos y errancias en pos de una sombra. Le diría: Tu Matilde Lina se fue al limbo, donde habitan los que no están ni vivos ni muertos.

Pero sería segar las raíces del árbol que lo sustenta. Además para qué, si no habría de creerme. Sucede que él también, como aquella mujer que persigue, habita en los entresueños del limbo y se acopla, como ella, a la nebulosa condición intermedia. En este albergue he conocido a muchos marcados por ese estigma: los que van desapareciendo a medida que buscan a sus desaparecidos. Pero ninguno tan entregado como él a la tiranía de la búsqueda.

—Ella anda siguiendo, como yo, la vida —dice empecinado, cuando me atrevo a insinuarle lo contrario.

He llegado a creer que esa mujer es ángel tutelar que no da tregua a su obsesión de peregrino. Va diez pasos adelante para que él alcance a verla y no pueda tocarla; siempre diez pasos infranqueables que quieren obligarlo a andar tras ella hasta el último día de la existencia.

Se arrimó a este albergue de caminantes como a todos lados: preguntando por ella. Quería saber si había pasado por aquí una mujer refundida en los tráficos de la guerra, de nombre Matilde Lina y de oficio lavandera, oriunda de Sasaima y radicada en un caserío aniquilado por la violencia, sobre el linde del Tolima y del Huila. Le dije que no, que no sabíamos nada de ella, y a cambio le ofrecí hospedaje: cama, techo, comida caliente y la protección inmaterial de nuestros muros de aire. Pero él insistía en su tema con esa voluntaria ceguera de los que esperan más allá de toda esperanza, y me pidió que revisara nombre por nombre en los libros de registro.

—Hágalo usted mismo —le dije, porque conozco bien esa comezón que no calma, y lo senté frente a la lista de quienes día tras día hacen un alto en este albergue, en medio del camino de su desplazamiento.

Le insistí en que se quedara con nosotros al menos un par de noches, mientras desmontaba esa montaña de fatiga que se le veía acumulada sobre los hombros. Eso fue lo que le dije, pero hubiera querido decirle: Quédese, al menos mientras yo me hago a la idea de no volver a verlo. Y es que ya desde entonces me empezó a invadir un cierto deseo, inexplicable, de tenerlo cerca.

Narradora testimonial y autobiográfica: una mujer cooperante en acción humanitaria.

Autora: Laura Restrepo, La multitud errante (2001).


Más información sobre la autora y la novela.

  • Lectura del inicio de la novela La multitud errante por Laura Restrepo.
  • Otras obras de Laura Restrepo con una heroína realista: Sayonara, prostituta, en la novela de investigación La novia oscura (1999, del mismo género que otras grandes novelas: Galíndez de Vázquez-Montalbán o Soldados de Salamina de Javier Cercas); Agustina, esposa rebelde, en la novela perspectivista Delirio (2004), una de las cumbres de la literatura contemporánea en español. En ambas el foco está dentro del mundo narrado (homodiegético), pero desplazado a una narradora-testigo (La novia oscura), como también en La multitud errante; o a varios narradores en relación dialéctica (Delirio).
  • Reseña de la novela en el blog leerliteraturacolombiana.com (2010). Puedes encontrar más datos sobre la autora al inicio de esta página.

La multitud errante es un título que bien podría expresar la actitud del pueblo colombiano en cualquiera de sus episodios electorales o simplemente la suerte de una nación condenada por su falta de conciencia histórica y política al eterno devenir de la violencia y la miseria, el desacierto de los sin memoria.

No obstante, en el caso de la bogotana Laura Restrepo Casabianca, reconocida por sus novelas galardonadas Dulce compañía (1995) y Delirio (2004), La multitud errante (2001) es el nombre que recibe una novela corta dedicada a explorar las fibras más profundas del drama del desplazamiento forzado y el despojo producidos por la guerra. En esta historia, que es la suma de muchas historias, cada personaje es el retrato de una búsqueda, la búsqueda del destino, del pasado, de la tierra o del amor.

Sus páginas nostálgicas reconstruyen por medio de una narración de gran belleza y recursividad, la Colombia de la guerra, donde pueblos enteros eran expulsados de sus tierras por la violencia y la violencia acompañaba sus pasos como una epidemia que se expandía. Todo el relato es un juego entre el presente del personaje narrador (una mujer de buena familia que es voluntaria en un albergue de monjas francesas donde se presta ayuda a toda suerte de seres despojados) y la historia de Siete por tres, un desplazado que hace parte de una multitud de sobrevivientes sin rumbo de un pueblo borrado por la guerra de la faz de la tierra. (...)

  • Carlos Puig entrevista a Laura Restrepo en el programa Milenio sobre su última novela hasta la fecha (2018): Los Divinos, donde narra y critica, desde la perspectiva de un personaje masculino autobiográfico (el Hobbit), la trama de un grupo masculino (clan, pandilla, cuadrilla), en cuyo seno el machismo se convierte en suprema ley y justifica, incluso, el crimen más repugnante. Basada en un hecho real.

Gioconda Belli, poeta nicaragüense: "Ocho de marzo" (2007).

Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres,

¡Qué poco es un solo día, hermanas,

qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!

Desde la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos

-toda la atropellada ruta de nuestras vidas-

deberían pavimentar de flores para celebrarnos

(que no nos hagan como a la Princesa Diana que no vio, ni oyó

las floridas avenidas postradas de pena de Londres)

Nosotras queremos ver y oler las flores.


Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras

en vez de machos,

Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris

Y de los que nos vendaron los pies

Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina

Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía

Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado

Y del que nos despidió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas

Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir

a riesgo de nuestras vidas

Queremos flores del que se protege del mal pensamiento

obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo

Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte

Queremos flores de los que nos quemaron por brujas

Y nos encerraron por locas

Flores del que nos pega, del que se emborracha

Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes

Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos

Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras

Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género


Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos

donde el agua de nuestros ojos se hace lodo;

arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos,

de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.


Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.

Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde.

El jardín del que nos expulsaron.


Autora: Gioconda Belli, 8 de marzo de 2007.

Más información sobre la autora y sus obras.

Gioconda Belli tiene una personalidad enteramente poética, solo que el adjetivo tiene un significado político y emancipador cuando se aplica a ella y al grupo de creadoras nicaragüenses que participaron activamente en la revolución de 1979: Claribel Alegría (salvadoreña y nica), Michelle Najlis, Daisy Zamora, Ana Ilce Gómez, Yolanda Blanco, entre un elenco amplísimo. Juntas o por separado rompieron los moldes (la poesía en español, la riquísima tradición literaria nicaragüense) y fabricaron otros nuevos.

  • Gioconda Belli en Facebook, donde sigue compartiendo sus poemas y sus opiniones.
  • Gioconda Belli: Biblioteca virtual Omegalfa. Colección Antológica de Poesía Social.
  • La Gioconda (2006-11): blog dedicado a "las apasionadas obras de Gioconda Belli".
  • Gioconda Belli (1988): La mujer habitada, Premio Biblioteca Breve y Sor Juana Inés de la Cruz. Reseña por Haizea Ustaran (2017) en Culturamas. Esta fue la primera de las obras narrativas de la autora, que no ha perdido su valor estético, ni ético. No es una novela de tesis, sino una reconstrucción verosímil y fantástica (etiquetada como "realismo mágico") de la metamorfosis vivida por la protagonista: el símbolo de un proceso revolucionario.

"Recuerdo que estaba durmiendo la siesta cuando me despertó la voz de la mujer en el árbol y era una voz indígena, era la voz de Itzá. Comprendí que la estructura de la novela no era la de dos personas contemporáneas sino la de dos personas muy lejanas en el tiempo. Fue mágico porque prácticamente en un instante vi la novela de principio a fin. Como estaba en México, me fui a buscar todos los libros que pude encontrar sobre la cultura náhuatl, sobre la mitología de Mesoamérica y, al regresar a Nicaragua, empecé de nuevo a escribir la novela. Boté las 250 páginas que tenía y empecé otra vez. Y ese fue el nacimiento de La mujer habitada".

Rosa Montero, fragmento de la novela: El corazón del tártaro (2001).

Miguel la miraba, sobrecogido, y en su expresión normalmente plana había una luz extraña, algo parecido a la inteligencia. Ahora, de repente, volvían sobre Zarza todos los recuerdos, una catarata de imágenes prohibidas y venenosas. Volvía la evocación de aquel día final, después del atraco, cuando Nico y ella ya no tenían nada que vender y la Reina rugía en sus venas exigiendo alimento. La necesidad era tanta, y el dolor de la carencia de la Blanca tan elemental y tan agudo, que Zarza llevó a Miguel a la Torre y lo vendió. Vendió el cuerpo de su hermano a un viejo verde. Ese pobre cuerpo que se retorcía de angustia con sólo ser rozado.

—¡Miguel, por favor, escúchame! Yo fui la culpable. Yo te llevé allí, te dejé allí, te abandoné. Yo tengo la culpa deque aquel hombre te tocara. Lo siento, lo siento, ¡lo siento tantísimo! Nunca más volverá a pasar, te lo prometo. Nunca dejaré que te vuelvan a hacer daño. Oh, Dios mío, qué he hecho...

Fue por eso por lo que denunció a Nicolás. No por el atraco, sino por Miguel. O no por Miguel, sino por miedo a si misma. El mismo pavor que sentía ahora.

—¿Entiendes lo que digo? He sido yo, Miguel, yo hice que aquel hombre malo te molestara... No me entiendes, por Dios, haz un esfuerzo...

—Sí que entiendo —dijo Miguel, con voz tenue y seria—. Me acuerdo del hombre. Pero te quiero igual.

Bastaba con el perdón de un individuo bueno. Bastaba con la existencia de un justo para que la ciudad pudiera salvarse de la lluvia de fuego.

—No llores —dijo Miguel, compungido.

¿De modo que esto era llorar? ¿Esta aterradora sensación de desmoronamiento, este fuego que abrasaba sus ojos, este clavo de hierro hincado en su garganta? Hacía tanto tiempo que no lloraba que su organismo se resistía violentamente a las lágrimas.

—Toma, para ti. No llores.

Zarza lanzó una confusa ojeada sobre el objeto que Miguel había sacado de debajo de la almohada y que le ofrecía en su palma abierta. Se quedó sin aliento: era el viejo cubo de Rubik, pero ahora estaba perfectamente ordenado y cada cara mostraba un color homogéneo. Zarza agarró el cubo de un manotazo.

—¿Quién te lo ha hecho? ¿Quién lo ha solucionado? ¿Has visto a Nicolás? hipó entre lágrimas.

Miguel sonrió:

—Los colores tranquilos son bonitos. Los colores tranquilos que estaban ahí dentro.

—¿Lo has hecho tú? ¿Tú solo? —preguntó Zarza, mientras un escalofrío le tensaba la espalda.

—Por las noches pongo todos los cuadraditos en su casa —dijo Miguel.

—No puede ser, Miguel. No puede ser.

Con manos nerviosas, Zarza empezó a deshacer el cubo. Volteó una y otra vez los engranajes, haciendo girarlos cuadrados al azar a toda prisa. Unos instantes después, el cubo estaba completamente desordenado: bastaban unos cuantos movimientos para desbaratar el juguete. Zarza, expectante, devolvió el rompecabezas a Miguel. El chico sujetó el objeto articulado entre sus finos dedos y lo hizo rotar con delicadeza. Sus movimientos parecían casuales y carentes de método, pero a los pocos segundos el Rubik volvía a mostrar un único color en cada una de sus caras. Zarza, estupefacta, tomó de nuevo el cubo y lo deshizo, poniendo en la labor destructiva toda su saña. Pero Miguel recompuso una vez más la solución con una facilidad y una simpleza sobrehumanas.

—Son los colores tranquilos que están dentro —repitió, satisfecho.

Sólo había una posición en la cual las caras se ordenaban. Una única posición entre quintillones de posibilidades. Zarza se quedó mirando a su hermano, estupefacta, sobrecogida ante su misterioso potencial de monstruo distinto. Era Miguel el tonto, Miguel el sabio, Miguel el Oráculo. Aquí estaba, con la cabeza hundida entre sus hombros picudos y los omóplatos emergiendo en su espalda como las alas plegadas de un murciélago. O como las plumosas alas de los ángeles.

—No llores volvió a decir el chico.

Y Zarza advirtió que las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, ahora sin dolor y sin aspavientos.

—Yo te quiero, Zarza. Era un hombre malo pero yo te quiero —susurró Miguel.

Toda esa inocencia la redimía. La inocencia de los subnormales, de los seres puros, de los idiotas. Criaturas transparentes que constituían el contrapeso de la maldad. No eran más que unos pobres tipos anormales a los que considerábamos defectuosos y, sin embargo, compensaban con su candidez la atrocidad del mundo y mantenían a raya las tinieblas. Qué otra cosa podían ser, sino auténticos ángeles. Los únicos tangibles y reales. Zarza se dobló sobre sí misma, extenuada, y apoyó la frente en las rodillas de su hermano, cubiertas por la sábana y la manta. Miguel se sobresaltó al advertir el roce, pero aguantó quieto, sin retirar las piernas.

—Zarza guapa... —dijo.

Extendió la mano, titubeante y agarrotado, y empezó, cosa extraordinaria, a acariciarla. O más bien a propinarle pequeños golpecitos sobre la cabeza con la palma extendida y los dedos tiesos, un tableteo rítmico y ligero. Ea, ea, ea, musitaba Miguel, el Ángel Tonto, mientras rozaba torpemente la nuca de su hermana, ea, ea, ea, y las leves palmadas tenían la misma cadencia que el corazón de Zarza.

Protagonista: Sofía Zarzamala, editora de libros medievales, que pasó por el infierno de la adicción a la heroína y regresa al territorio urbano del que escapó.

Autora: Rosa Montero, El corazón del tártaro (2001).


Más información sobre la autora y la novela.

Cuenta Rosa Montero en El corazón del Tártaro el regreso de una treintañera, Zarza, por un lado, a la infancia, y por otro a los años en que estuvo entregada a la Blanca y regida por la Reina (nombres que designan la droga y su despótica tiranía). Una súbita y amenazadora llamada telefónica trastorna su presente, dedicado a un tranquilo trabajo en la edición de textos clásicos, y la obliga a rescatar aquel tenebroso pasado. A lo largo de 24 horas revive su historia, llena de violencias y traumas. Salen a relucir personajes terribles, odio cainita y situaciones límite que coexisten con el ensimismamiento de otro personaje, éste entrañable, un hermano deficiente de Zarza, a partir del cual la autora libera dosis de afortunada ternura. Conviven de este modo el desgarro y el documento contemporáneo con lo poemático. A la vez, esa historia principal presenta un paralelismo con un supuesto relato medieval, una aventura cortés de amores extremos cuyo desenlace tiene varias hipotéticas posibilidades. Este remoto contrapunto ilumina la acción presente y se articula en el conjunto narrativo con toda propiedad. De modo que ambas peripecias se enriquecen mutuamente y permiten que la novela entera marche al unísono hacia el sentido general que Montero pretende.

Debe aclararse que se ponen en juego otros recursos más. La intriga es uno de ellos, y está perfectamente dosificada, mediante el buen arte de hacer avanzar con justa tensión un relato que guarda una gran sorpresa, que aquí no debo desvelar, para el último momento. El otro consiste en dotar a toda la peripecia de un aire espectral, algo no ausente en libros anteriores de Montero, para que la realidad adquiera la dimensión de una alegoría.

Elia Barceló, fragmento de la novela: El color del silencio (2017).

Helena hizo una inspiración profunda y empezó a hablar.

—Ya sabes que los dos primeros días no pasó nada de particular, quiero decir, en lo que a mí se refiere. En otros casos parece que la gente sí consiguió avanzar en la solución de sus problemas; ya te conté del hombre que recordó de pronto que su abuelo había llegado a Australia no huyendo de los nazis sino al contrario, para ocultar lo que había sido en Alemania.

Carlos cabeceó afirmativamente.

—Esta mañana Maggie me preguntó si quería intentarlo yo y me pidió que explicara al grupo resumidamente cuál era la situación familiar en la que me gustaría ahondar. Tengo que confesarte que no me hacía mucha gracia tener que exponer ese tipo de cosas frente a un grupo de desconocidos. —«Ya», oyó decir a Carlos en voz baja—. Pero pensé que al fin y al cabo para eso había ido y tampoco iba a perder nada. De todas formas llevo toda mi vida pintando cuadros en los que, en la base, no hago otra cosa que desnudar mi alma frente a quien quiera ponerse delante de ellos.

»Bien. Pues como ya tenían mis datos básicos, me limité a decir que mi hermana mayor, Alicia, murió en 1969 —Helena tragó saliva como siempre que llegaba a ese punto—, bueno… que la asesinaron en la calle…, y que yo, desde entonces, siempre me he sentido culpable por seguir viva cuando Alicia, a la que yo adoraba, era la mejor de las dos… —Se le quebró la voz y desvió la vista hacia la ventana por la que no se veía nada, salvo un pedazo de cielo oscuro donde brillaba una estrella solitaria. Volvió a tragar saliva y continuó—: Maggie me pidió que eligiera a gente para representar a mis padres, a mis hermanos, a mí misma… Yo sola me di cuenta de que faltaba Jean Paul y lo coloqué también. Luego ellos empezaron a moverse, a interactuar… tú sabes cómo es. —Carlos asintió con la cabeza—. Ah, y Maggie también pensó que sería buena idea poner a alguien como Culpa. Como no podía ser de otro modo, mi padre se colocó en el centro de todo, dominando la situación, haciendo que todos se sintieran pequeños a su lado, y sin embargo… misteriosamente, al cabo de un rato empezó a decir que sentía una furia tremenda, lo que no me resultaba nada raro considerando que podía ser un hombre enormemente violento cuando se le provocaba… pero al preguntarle dijo que estaba furioso… te vas a reír… furioso… porque se sentía traicionado.

»Seguimos investigando y lo único que quedó claro era que no tenía nada que ver con mi madre, que no se trataba de ninguna traición sexual o sentimental, al parecer. No llegamos a saber qué era lo que lo había llevado a decir eso, pero, por extraño que te parezca, yo he sentido que era verdad y no paro de darle vueltas.

»Mi madre estaba siempre agarrada a la Culpa y parecía destrozada. En un momento dado se ha doblado de dolor por la cintura, agarrándose el vientre, y entonces yo me he dado cuenta de que no les había hablado de mi hermano Goyito, el que murió de niño de una meningitis. Y mi hermana… —volvió a tragar saliva—, mi hermana solo decía que quería marcharse.

—¿Y su interacción contigo?

—Me abrazaba… bueno, abrazaba a la mujer que me representaba, y me decía que me quería mucho pero que ahora tenía que irse, que necesitaba irse de allí. Pero lo más impresionante fue que de repente una de las mujeres que no estaban participando en ese momento, que estaba simplemente mirando lo que pasaba, se puso de pie y dijo que quería entrar en la constelación, que hacía falta que ella estuviera. Maggie la dejó entrar y, cuando le preguntó quién o qué era… —La voz de Helena se cortó.

—¿Sí? ¿Qué dijo? —urgió Carlos, inclinándose hacia la pantalla.

—Dijo… dijo que ella tampoco lo sabía seguro, pero… Dijo… dijo… que era importante, muy importante. —Hizo una pausa, mientras luchaba con la palabra que quería pronunciar y que se le atravesaba en la garganta—. Que era una sombra —soltó por fin.

—¿Una… sombra?

Helena asintió con la cabeza varias veces, sin hablar.

—¿Tú les habías dicho quién eres?

—Eso es lo curioso. No. Ni un mínimo indicio.

—Alguien debe de haberte reconocido.

—A los pintores nadie nos reconoce por la calle, Carlos. No digas tonterías. Esa mujer no podía saber que soy pintora y que siempre, siempre, hay una sombra. En todos mis cuadros.

—Y que nadie sabe de qué o de quién es —completó él—. Pero es tu marca de fábrica, Helena. A lo mejor solo quería halagarte.

Ella negó enérgicamente con la cabeza.

—¿Entonces?

—No hemos llegado a saberlo. —Hizo una pausa. No iba a contarle que había salido huyendo despavorida a encerrarse en el baño y que luego se había negado a seguir hablando del asunto con Maggie y con los demás—. Y ahora me escribe Jean Paul, después de quién sabe cuántos años, para decirme que quiere verme, que quiere explicarme algo y que yo le explique algunas cosas. ¿Tú crees que es posible que él sepa más de lo que sucedió entonces?

—No te hagas ilusiones, cariño. Si está enfermo… puede que la cabeza no le rija bien ya. ¿Cuántos años tiene?

—Setenta y siete o setenta y ocho, ya no sé bien.

—¡Ah! No es tan viejo como yo pensaba.

—Mi hermana tendría setenta y tres; cuatro y medio más que yo.

—Anda, preciosa, vete a dormir. ¿Cuándo sale tu avión?

—Mañana por la tarde.

—Entonces puedes dormir hasta que quieras, darte una vuelta por Sídney, tomártelo con calma. Mañana hablamos otra vez.

—Sí. Buenas noches, Carlos.

Sin darle tiempo a añadir nada más, Helena pulsó el botón rojo y se quedó mirando fijamente la pantalla apagada. Volvió a abrir el e-mail y leyó de nuevo el mensaje de Jean Paul buscando algo que no estaba allí. Lo que ella buscaba, si aún existía, estaba en Marruecos.

Protagonista: Helena, pintora de renombre internacional, que ha vivido fuera de España desde antes de la caída de la dictadura.

Autora: Elia Barceló, El color del silencio (2017).


Más información sobre la autora y la novela.

La figura del padre, Goyo Guerrero, hermano de armas de Franco y participante en la sublevación de 1936 que luego presta sus servicios en la inteligencia militar en Marruecos, centra uno de los hilos de la historia y nos lleva hasta el frustrado golpe del 23-F. El asesinato de su hija Alicia en la finca familiar de La Mora en 1969 sirve para proyectar el foco en torno a las figuras de aquel pequeño círculo, abierto al nomadismo hippy de la época. La boda de la nieta de Helena Guerrero propicia el retorno a Madrid de esta brillante pintora de fama internacional y el reencuentro con los fantasmas de un pasado del que en su día huyó. Ambición, rencores, celos, envidias, traiciones, adulterios… impulsan las conductas, que nos asoman al mundo de la alta costura, el de la ingeniería financiera y la especulación inmobiliaria, una sesión de terapia de grupo para combatir la pareidolia o la trama de los bebés robados.

Otras obras con heroínas realistas, un perfil feminista y/o un componente autobiográfico:

Idea Vilariño, poeta uruguaya.

Ya no (Poemas de amor, 1957).

Ya no será

ya no

no viviremos juntos

no criaré a tu hijo

no coseré tu ropa

no te tendré de noche

no te besaré al irme

nunca sabrás quién fui

por qué me amaron otros.


No llegaré a saber

por qué ni cómo nunca

ni si era de verdad

lo que dijiste que era

ni quién fuiste

ni qué fui para ti

ni cómo hubiera sido

vivir juntos

querernos

esperarnos

estar.


Ya no soy más que yo

para siempre y tú

ya

no serás para mí

más que tú. Ya no estás

en un día futuro

no sabré dónde vives

con quién

ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca

como esa noche

nunca.


No volverá a tocarte.


No te veré morir.

Idea Vilariño, Poemas de amor (1957).


Juana Castro, poeta cordobesa.

Océanos (Los cuerpos oscuros, 2005).

Con ellos oigo el mar.

Oigo el mar y visito los huecos

de la sombra en sus labios.

(Pero no sé si tienen labios).

Son grandes y son lentos como dos

proboscidios. Se caen

cada día cien veces de su tierna rodilla

zamba. Yo les doy

de beber, les unto

de pomada y de aceite

la piel roja del coxis

y a las doce los pongo en el balcón.

Habla y habla y habla el uno sin parar

una lengua de trapo

y de esponja

y de agua,

mientras el otro –la otra–

se atora con su propia campanilla.

Y el mar entra y sale,

va desde su cuarto a la cocina,

y a mí me humedece

de color gris acero las muñecas.

Cuando brota la luna

yo rehago dos nidos con bufandas

y leche y baberolas

y me siento a escuchar.

Y el mar bate despacio

–muy

despacio–

en sus vientres de tierra.

Juana Castro, Los cuerpos oscuros (2005).


Elvira Lindo, novelista, periodista y maga de la radio.

  • La periodista Elvira Lindo organizó el primer transmedia de la historia democrática alrededor de los personajes de su barrio y su ciudad: el Carabanchel global. Les hizo hablar en la radio antes de escribir la serie Manolito Gafotas y los acompañó a través de sus diversas formas de existencia: novelística, audiovisual, educativa (en las aulas).
  • Página oficial de Elvira Lindo.
  • Elvira Lindo (2018): "Defensa de la educación: Si a los niños no se les enseña en la justicia social, ¿cómo van a comprender que están siendo clasistas?". El País.

En este presente en el que tanto se cuestiona la educación que habría de prepararnos para ser justos y considerados hay que apelar a ella todavía con más encono. Con lo fácil que es mostrarle a cualquier niño cómo influye en nuestro bienestar la casilla de salida de la que partimos. Y no es adoctrinamiento, como suele decirse. Es tan fácil como enseñarle a valorar la desgracia ajena tanto como la propia.

  • Elvira Lindo (2005): Una palabra tuya. Protagonizada por dos heroínas: Rosario (la narradora) y Milagros, compañeras en el servicio de recogida de basuras de Madrid. Su vida cotidiana es más profunda que el mundo y su historia traspasa las fronteras de lo real y lo irreal. La novela se lee con mucha facilidad, pero hace posibles muchos niveles de lectura: contiene a distintas lectoras implícitas, que pueden pasar desapercibidas entre sí. Compárense las reseñas de dos estudiantes del IES Severo Ochoa (San Juan de Aznalfarache, Sevilla), la compleja interpretación de Kulin Katalin o la crítica algo superficial de un diario conservador, que rechaza parte de su complejidad.
  • Trailer de la versión cinematográfica adaptada por la autora y por la directora, Ángeles González-Sinde (2008).

Gemma Lienas, narradora catalana de literatura juvenil y adulta "con gafas violetas".

    • Es la autora de la saga Los diarios de Carlota, que os hemos recomendado en cursos anteriores dentro del género de la narrativa de aprendizaje juvenil. Si no las has leído todavía, aprovecha esta oportunidad.
    • El hilo invisible (El fil invisible, 2018, Premio Sant Joan de narrativa catalana). La protagonista es una investigadora sobre la Historia de la ciencia, que descubre la trama oculta de la discriminación contra las mujeres, tanto en el mundo científico (Rosalind Franklin) como en el artístico (Remedios Varo), al mismo tiempo que los misterios de su propia genealogía familiar.
    • Entrevista en TV3 (2018) a Gemma Lienas sobre El fil invisible. El cuadro de Remedios Varo "Armonía" (1956), al que se alude en la trama de la novela y en la entrevista, se muestra más abajo.

Belén Gopegui, novelista y guionista.

    • Autora realista por sus tramas, lírica por su lenguaje, ensayista por su intención reflexiva. De entre sus novelas, nos fijamos en la última: Quédate este día y esta noche conmigo (2017), porque pone en relación y en alianza a un joven de veinte años con una sabia de sesenta, para planear una especie de hackeo colosal.
    • Entre sus guiones, mencionamos el de la película El principio de Arquímedes (2004), dirigida por Gerardo Herrero, donde narra un vuelco (una doble peripecia) en la vida de dos mujeres amigas y vecinas y sus familias; una en busca de la vida, otra en pos del éxito.
    • Late Motiv (2017): Entrevista a Belén Gopegui, sobre la novela Quédate este día y esta noche conmigo.

Clara Usón, El asesino tímido (2018). Premio Sor Juana Inés de la Cruz.

Esta magistral novela de autoficción entrecruza las historias de vida de Wittgenstein, enfermo de genialidad, la actriz Sandra Mozarowski (una víctima del cine machista de destape y de su éxito adolescente, hasta del rey que la apeteció) y su propia biografía, cuando cayó en la drogodependencia intentando soportar las exigencias de su entorno.

Remedios Varo, "Armonía" (1956). Así describe ella su propio cuadro: "El personaje está tratando de encontrar el hilo invisible que une todas las cosas, por eso, en un pentagrama de hilos de metal, ensarta toda clase de objetos, desde el más simple hasta un papelito conteniendo una fórmula matemática que es ya en sí un cúmulo de cosas: cuando consigue colocar en su sitio los diversos objetos, soplando por la clave que sostiene el pentagrama, debe salir una música no solo armoniosa sino también, objetiva, es decir capaz de mover las cosas a su alrededor si así se desea usarla. (...) Cuando uso la palabra objetivo entiendo por ello que es algo fuera de nuestro mundo, o mejor dicho, más allá de él, y que se encuentra conectado con el mundo de las causas y no de los fenómenos que es el nuestro".

7.4. La mirada contemporánea de las mujeres, escritoras o personajes femeninos, reinterpreta la memoria cultural e histórica para revelar una genealogía ocultada.

Elena Poniatowska: fragmento de Las indómitas (2018).

  • Un fragmento del capítulo: "Josefina Bórquez: Vida y muerte de Jesusa".

De la mano de Jesusa entré en contacto con la pobreza, la de a deveras, la del agua que se recoge en cubetas y se lleva cuidando de no tirarla, la de la lavada sobre la tablita de lámina porque no hay lavadero, la de la luz que se roba por medio de diablitos, la de las gallinas que ponen huevos sin cascarón, nomás la pura tecata, porque la falta de sol no permite que se calcifiquen. Jesusa pertenece a los millones de hombres y de mujeres que no viven, sobreviven. El solo atravesar el día y llegar hasta la noche les cuesta tantísimo trabajo que las horas y la energía se les van en eso que para los marginados resulta tan difícil: ganarse la vida como si la vida fuera una mercancía más, permanecer a flote, respirar tranquilos, aunque solo sea un momento, al atardecer, cuando las gallinas ya no cacarean tras de su alambrado y el gato se despereza sobre la tierra apisonada. En ese cuartito casi siempre en penumbra, en medio de los chillidos de niños de otras viviendas, los portazos, el vocerío y la radio a todo volumen, los miércoles en la tarde a la hora en que cae el sol y el cielo azul cambia a naranja, surgía otra vida, la de Jesusa Palancares, la pasada y la que ahora revivía al contarla. Por la diminuta rendija acechábamos el color del cielo, azul, luego naranja y al final negro. Una rendija de cielo. Nunca lo busqué tanto, enranuraba los ojos a que pasara la mirada por esa rendija. Por ella entraríamos a la otra vida, la que tenemos dentro. Por ella también subiríamos al reino de los cielos sin nuestra estorbosa envoltura humana.

Al oír a la Jesusa la imaginaba joven, rápida, independiente, áspera, y viví con ella su rabia y sus percances, sus piernas que se entumieron de frío con la nieve del norte, sus manos enrojecidas por tantas lavadas. Al verla actuar en su relato, capaz de tomar sus propias decisiones, se me hacía patente mi falta de carácter. Me gustaba sobre todo imaginarla en el mar, los cabellos sueltos, sus pies desnudos sobre la arena, sorbidos por el agua, sus manos hechas concha para probarlo, descubrir su salazón, su picazón. «¡Sabe usted, la mar es mucha!» También la veía corriendo, niña, sus enaguas entre sus piernas, pegadas a su cuerpo macizo, su rostro radiante, su hermosa cabeza, a veces cubierta por un sombrero de soyate, a veces por un rebozo. Mirarla pelear en el mercado con una placera era apostarle a ella, un derechazo, dale más abajo, una patada en la espinilla, ya le sacaste el resuello, un gancho al hígado, no pierdas de vista su quijada, ahora sí, túpele duro, aviéntales otra, qué tino el tuyo, Jesusa, le diste hasta por debajo de la lengua, pero la imagen más entrañable era la de su figura menuda, muy derechita, al lado de las otras Adelitas arriba del tren, de pie y de perfil, sus cananas terciadas, el ancho sombrero del capitán Pedro Aguilar protegiéndola del sol. Mientras ella hablaba surgían las imágenes y me producían una gran alegría. Me sentía fuerte de todo lo que no he vivido. Llegaba a mi casa y les decía: «Saben, algo está naciendo en mí, algo nuevo que antes no existía», pero no contestaban nada. Yo les quería decir: «Tengo cada vez más fuerza, estoy creciendo, ahora sí, voy a ser una mujer». Lo que crecía o a lo mejor estaba allí desde hace años era el ser mexicana, el hacerme mexicana; sentir que México estaba dentro de mí y que era el mismo que el de la Jesusa y que con solo abrir la rendija entraría. Yo ya no era la niña de diez años que vino en un barco de refugiados, el Marqués de Comillas, hija de eternos ausentes, de viajeros en barco, hija de trasatlánticos, hija de trenes, sino que México estaba dentro; era un animalote adentro (como Jesusa llamaba a la grabadora), un animal lozano y fuerte que se engrandecía hasta ocupar todo el lugar. Descubrirlo fue como tener de pronto una verdad entre las manos, una lámpara que se enciende bien fuerte y echa su círculo de luz sobre el piso. Antes, solo había visto las luces flotantes que se pierden en la oscuridad: la luz del quinqué del guardagujas que se balancea siguiendo su paso hasta desaparecer, y esta lámpara sólida, inmóvil, me daba la seguridad de un ancla. Mis abuelos, mis tatarabuelos, tenían una frase clave que creían poética: «I don’t belong». A lo mejor era su forma de distinguirse de la chusma, no ser como los demás. Una noche, antes de que viniera el sueño, después de identificarme palabra por palabra con la Jesusa y repasar una a una todas sus imágenes, pude decirme en voz baja: «Yo sí pertenezco».

Personaje femenino: Jesusa Palancar (Josefina Bórquez), mujer oaxaqueña que participó en la Revolución mexicana de 1910.

Autora y testigo: Elena Poniatowska, Las indómitas (2018), Premio Cervantes de Literatura en Lengua Castellana (2013).

Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del tiro al blanco lo serán ellos, niños-blanco, niños que todo lo maravillan, niños para quienes todos los días son día-de-fiesta, hasta que el dueño de la barraca del tiro al blanco les dijo que se formaran así el uno junto al otro como la tira de pollitos plateados que avanza en los juegos, click, click, click y pasa a la altura de los ojos, ¡Apunten, fuego!, y se doblan para atrás rozando la cortina de satín rojo.

El dueño de la barraca les dio los fusiles a los cuicos, a los del ejército, y les ordenó que dispararan, que dieran en el blanco, y allí estaban los monitos plateados con el azoro en los ojos, boquiabiertos ante el cañón de los fusiles. ¡Fuego! El relámpago verde de una luz de bengala. ¡Fuego! Cayeron pero ya no se levantaban de golpe impulsados por un resorte para que los volvieran a tirar al turno siguiente; la mecánica de la feria era otra; los resortes no eran de alambre sino de sangre; una sangre lenta y espesa que se encharcaba, sangre joven pisoteada en este reventar de vidas por toda la Plaza de las Tres Culturas.

Más información sobre la autora y sus obras.

Elena Poniatowska, que nació el 19 de mayo de 1932 en París, es una princesa de Polonia que prefirió andar por la orilla de la vida a través del periodismo y la literatura. Su último libro, Las indómitas (Seix Barral) es una muestra más de su lucha permanente por darle a la mujer el lugar que le corresponde. Por abrir los ojos a la sociedad. Las indómitas es un resumen de muchas o de las principales preocupaciones suyas como ciudadana, como periodista y como escritora, al narrar la vida de ocho mujeres unas conocidas, otras no tanto, y dar un noveno capítulo a las criadas, a las sirvientas, a aquellas mujeres que crían a los niños de los patrones y mantieen sus casas. Mujeres siempre en el punto de desamparo de la vida con ellas y de la sociedad con ellas.

Las indómitas rinde tributo a las mujeres anónimas que lucharon en la Revolución, a la inconfundible Jesusa Palancares y al silencio de las mujeres del servicio. Alberga la esencia de Nellie Campobello, Josefina Vicens y Rosario Castellanos, quienes se abrieron paso en una época literaria dominada por hombres. Mientras que la desaparición de Alaíde Foppa representa la dura realidad latinoamericana, la lucha imperecedera de Rosario Ibarra de Piedra da voz a las madres de desaparecidos y la causa feminista de Marta Lamas replantea lo que significa ser mujer en el siglo XXI”.

“Desde mis comienzos como periodista, por allá por 1953, tú no habías nacido, siempre recuerdo que a las mujeres las barrían con la escoba fuera de todo; las barrían para volverlas a meter en su casa. Incluso recuerdo que de las soldaderas que habían estado en la Revolución Mexicana se decía que no valían para nada, que eran galletas de capitán o colchón de tripas de capitán. Conocí en los años sesenta a Josefina Bórquez, la Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío. Me parecía un ser humano bueno, formidable, único. No había oído nunca hablar a una mujer así. Por eso empecé a visitarla todos los miércoles. A través de ella me enteré mucho de la situación de las mujeres y de cómo las ven tan injustamente la sociedad, los hombres y las propias mujeres”.

“No eran consideradas ni siquiera como ciudadanas ¿Pero sirven para dormir, no? Ni siquiera almohadas… Son colchones. Y me dije: ¡¿Cómo es posible, cómo es posible?! Es extraño. Había un gran rechazo en un país donde se hace un gran culto a la madre. El Día de la Madre es una locura, se vacían las tiendas, pero todos regalos para el hogar. Estamos muy lejos de… Siempre se piensa que la mujer consiguió algo y yo creo que es cosa de América Latina. ¿A través de la cama, no? La cama es sinónimo de mujer…”.

“Es verdad que en todo el mundo pasan cosas parecidas, el maltrato está en todas partes. La injusticia está a la orden del día. Siempre se subestima a las mujeres. Es una cosa horrible”.

“Acuérdate de las cuatrocientas mujeres de Chihuahua, es increíble. La desaparición, el maltrato o la no existencia o la existencia a través del amante poderoso que las impuso… Antes los políticos les daban a sus mujeres un diamante, una joya, y ahora todos les dan un puesto gubernamental”.

Almudena Grandes: fragmento de la novela Las tres bodas de Manolita (2014).

Hablaron un rato y esperé a que se marchara a hablar con un conocido que estaba en la otra punta de la verja, para informar a Silverio del progreso de nuestros asuntos en el tono más inocente.

—El próximo lunes no puedo venir por la mañana, ¿sabes? He quedado con la amiga de Julita, para ir a ver esa máquina de coser que te conté, te acuerdas, ¿no? —asintió con la cabeza, en su boca un gesto que ya no era una sonrisa, pero conservaba la memoria de haberlo sido—. No está nada barata, no creas, pero me hace mucha falta. Como todo está tan caro y mis hermanos destrozan la ropa sin parar... —miré a mi alrededor y comprobé que sus compañeros ya no nos prestaban atención—. Ahora, cuando salga, voy a apuntarme a la lista del libro, y así vengo por la tarde, y te lo cuento.

—Muy bien. Ojalá tengas suerte.

—Yo creo que sí, ¿sabes? Que al final, todo va a salir bien. Y el jueves o el viernes, cuando pueda, te traeré otro paquete.

—No hace falta —describió un círculo con la mano derecha, para englobar a los otros presos, y negó con la cabeza para sugerir que no necesitaban verle abrir mis paquetes para aceptar que era el amor de mi vida.

—Ya lo sé, pero seguro que no te viene mal.

Me devolvió la sonrisa en el instante en que un funcionario tocó el timbre para anunciar el final de la visita. Entonces volvió a ladear la cabeza y entornó los ojos para mirarme como al principio, aunque ya no tuviéramos espectadores, cada preso ocupado en despedirse de sus propios visitantes.

—He tenido mucha suerte contigo, Manolita —y no gritó, pero le oí perfectamente—. No podría haber encontrado una compañera mejor.

Estaba hablando de las multicopistas y yo lo sabía. Hablaba de las multicopistas y de nuestra conversación en el cuarto de las bodas, de las garantías que le prometí aunque no me las hubiera pedido y de la promesa que acababa de cumplir, del paquete que le había llevado el sábado anterior y del que le llevaría unos días más tarde. Hablaba de eso, sólo de eso, pero al escucharle metí todos los dedos de mis dos manos en los agujeros de la alambrada para tocar el espacio que nos separaba, como hacían las novias, las mujeres de los demás. Él me respondió de la misma manera y algunos presos se fijaron en nosotros, pero ninguno se rió ya, ninguno dijo nada. Luego esperé a que se marchara y enfilé el corredor muy despacio.

—Anímate, muchacha —Teodora, la misma que le había preguntado a su marido una semana antes si no le daba vergüenza reírse de Silverio, se acercó a mí se ace a mí—. Cuando él estaba fuera todavía no erais novios, ¿no? —negué con la cabeza y me pasó el brazo por el hombro para acompasar su paso con el mío—. Pues sí que es una faena, pero parece un buen chico, es muy joven, y tampoco va a estar preso toda la vida —dejó de mirarme mientras su voz descendía al volumen de un susurro—. Vamos, digo yo...

El abismo en el que la habían precipitado sus propios cálculos me impresionó menos que su necesidad de consolarme. Había contemplado muchas veces escenas semejantes, había protagonizado algunas, y sabía qué aspecto tenían las mujeres a las que yo había abrazado sin conocerlas, jóvenes y mayores, altas y bajas, morenas, rubias, castañas, guapas y feas pero todas iguales, los párpados inflamados, la piel pálida, los labios tirantes y una mirada perdida que nunca hallaba un destino donde posarse. A veces sabía cómo se llamaban, otras ni eso, pero había aprendido que, por mucho que amara a su padre moribundo, por muy destrozada que saliera de la cárcel después de cada visita, Rita nunca tenía ese aspecto. Caridad sí.

Las madres y las hijas, las hermanas y las amigas de los condenados, sufrían, lloraban, se desesperaban, pero seguían siendo ellas mismas, con sus rasgos, sus cuerpos, sus gestos y su voz. Las otras, las que habían escogido entre todos al hombre al que acababan de ver entre rejas, se entregaban a la desolación de otra manera, con una complacencia casi enfermiza, una atracción oscura, contraria, por su propia ruina que las hacía salir del locutorio como muertas en vida, muñecas de cuerda que avanzaban un pie tras otro sin ser conscientes del movimiento de sus piernas, los nervios de punta, la razón ausente y el gesto detenido en un reloj averiado, parado en una fecha feliz y remota. Aquella insensibilidad repentina, de ritmo lento y ademanes mecánicos, era el signo de otro amor, el amor del cuerpo, de la piel herida en la memoria de los besos que no se repetirían. Eso pensaba yo al verlas, y que tenían que volver, que había que hacerlas volver como fuera. Por eso las abrazaba, les hablaba, sacudía sus hombros con la misma blanda firmeza con la que Teo acababa de sacudir los míos. Todo eso lo sabía, lo entendía, pero me resultaba difícil aceptar que ella hubiera visto en mí lo que yo sólo había visto en otras, que el sufrimiento por un amor ficticio hubiera inspirado en mi rostro, en mi cuerpo, los signos físicos de una emoción real.

Protagonista: Manolita, hija de republicanos y luchadora antifranquista.

Autora: Almudena Grandes, Las tres bodas de Manolita (2014).


Más información sobre la autora y la obra.

La novela forma parte de una serie: Episodios de una guerra interminable, comparable y comparada por la autora y la crítica literaria a los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Hasta ahora ha escrito los siguientes: Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017).


(...) "Pensé: esto es un western", recuerda la escritora. Trabajó el guión junto a su amiga la cineasta Azucena Rodríguez, pero ningún productor se animó con un filme que iba a durar casi tres horas y a necesitar miles de extras. Grandes barajó una obra teatral. Tampoco. "Finalmente pensé que lo que yo sé hacer es escribir novelas", dice. Y se dio cuenta de que no solo tenía aquella invasión silenciada durante décadas, tenía también otras muchas historias de resistencia y clandestinidad, maquis, topos y desterrados. La cosa daba para las seis novelas de un ciclo, Episodios de una guerra interminable. El título general era un homenaje al precursor de aquella mezcla de historia y ficción, los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, un autor por el que Almudena Grandes siente devoción: "Es el otro gran novelista de la literatura española de todos los tiempos". El único que puede medirse con Cervantes.

El proyecto arranca en 1939 y acaba en 1964, con el inicio del aperturismo.

Como Galdós, quiso contar el cruce entre la historia inmortal y los cuerpos mortales, "construir una historia de ficción que encaja en el molde de un hecho real en el tiempo y en el espacio, un relato en el que los personajes reales de la Historia con mayúsculas interactúan con los de la historia con minúsculas". (...)

En su construcción se armonizan varios procedimientos complementarios con el fin de redondear una novela que es ficción pero nunca pierde pie en la historia. A ello contribuyen estos tres: tomar hechos y personajes reales de la historia y tratarlos como tales (así ocurre al principio de esta novela, como un relato de no ficción); crear personajes de ficción y tratarlos como si fueran reales (es el caso de Manolita), y recrear personajes reales en la historia caracterizándolos y tratándolos como personajes de ficción (el escritor y anarquista Antonio de Hoyos y Vinent). Con frecuencia, un personaje aparece tratado con más de un procedimiento, como sucede con el comisario Conesa. La novela consta de cinco partes, más un breve 'principio'. Las tres primeras son extensas y presentan distribución simétrica con cuatro capítulos cada una y narración alternante de Manolita en los impares y de un narrador omnisciente en los pares. Desde perspectivas complementarias y visiones diferentes, ambos narradores van completando una historia compleja que desarrolla la resistencia clandestina contra el régimen franquista en los años 40. Comienza con la necesidad de poner en funcionamiento dos multicopistas. Como nadie sabe manejarlas, un hermano de Manolita, escondido con su novia en un tablao flamenco, pide a la narradora y protagonista que se “case” con un preso apodado el Manitas por su habilidad para arreglar cualquier máquina. Aquellas bodas carcelarias eran encuentros donde los amantes estaban condenados a gozar en un cuartucho inmundo compartido con otra pareja y algunas cucarachas.

La vida de Manolita evoluciona desde la indiferencia de señorita Conmigo No Contéis hasta su solidaridad con los presos y sus familias y la lucha para sacar adelante a sus hermanos pequeños, incluida Isabel, esclavizada en un colegio de monjas bilbaíno. Hasta que, con Silverio condenado a redimir pena en la construcción del mausoleo de Franco en Cuelgamuros, Manolita ve premiada su tenacidad en la precaria pero amorosa existencia compartida con el hombre al que acabó queriendo. Si bien, pasados los años, los supervivientes de aquella tragedia sienten la amargura de sus vidas estafadas al ver la condecoración del comisario Conesa en la España de la Transición política.

Laura Casielles, poeta de la memoria personal, histórica y política: Los idiomas comunes (2010).


DESCENTRALIZACIONES (IV)


Reivindico mi mitad mora, la parte goda

de mi genoma,

basta ya

de dioses griegos que no riegan mi sangre.


Reivindico

un viejo primate casi en las costas de África,

un pueblo que vivía aquí antes.

Amo

a Ariadna y Helena, sí,

pero ya basta:

¿qué ha pasado

con las tres mil mujeres sabias de la corte andalusí?


No reivindico a Pelayo, no reivindico a Isabel,

no vencí

en ninguno de los Triunfos De La Historia.

No sé si habrá héroes en mi estirpe, mi memoria instintiva se detiene

en un loco y una hereje que llenaron los huecos de mi genealogía

en el tramo que se pierde en los siglos oscuros.


Reinvindico

los obreros que pueblan mi escudo de armas

y las lenguas que mataron antes de que yo las pudiera aprender.

Basta ya de vírgenes de óleo y de rosa y de rosae,

ya hemos tenido bastante

derecho romano.

No fueron mis antepasados los culpables

del saqueo de El Dorado, de las casas

quemadas en Brunei.


Reivindico

a quienes emigraron hasta aquí

y a quienes al desertar por amor me salvaron del limbo.


Dejad ya de pintarme

un pasado de grandes avenidas

(inconfundibles, rectas, limpias),

dejad ya de decidirme

apellidos ilustres.


Mi memoria rastreará mi linaje

enredando callejas.

Rehilará cien recuerdos escogidos

para un futuro justo.


Autora y personaje poético: Laura Casielles, Los idiomas comunes (2010), joven poeta de la generación del 15-M, que reivindica su derecho a rescatar la memoria de los otros que hay en nosotras, todas las Expañas (con x) expulsadas o resistentes frente a los imperios, las injusticias y las violencias.

Más información sobre la autora y su obra.

Otras autoras que podéis leer o consultar sobre la recuperación de la memoria:

Claribel Alegría, poeta salvadoreña y nicaragüense. Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2017.


La mujer del río Sumpul

Ven conmigo

subamos al volcán

para llegar al cráter

hay que romper la niebla

allí adentro

en el cráter

burbujea la historia:

Atlacatl

Alvarado

Morazán

y Martí

y todo ese gran pueblo

que hoy apuesta.

(...)

La mujer junto al río esperaba la muerte

no la vieron los guardias

y pasaron de largo

los niños no lloraron

fue la Virgen del Carmen

se repite en silencio

un zopilote arriba

hace círculos lentos

lo mira la mujer

y lo miran los niños

el zopilote baja

y no los ve

es la Virgen del Carmen

repite la mujer

el zopilote vuela

frente a ellos

con su carga de cohetes y los niños lo miran

y sonríen

da dos vueltas

y empieza a subir

me ha salvado la Virgen

exclama la mujer

y se cubre la cara

con más hojas

se ha vuelto transparente

se confunde su cuerpo con la tierra

y las hojas

es la tierra

es el agua

es el planeta

la madre tierra

húmeda

rezumando ternura

la madre tierra herida

mira esa grieta honda

que se le abre

la herida está sangrando

lanza lava el volcán

una lava rabiosa

amasada con sangre

se ha convertido en lava

nuestra historia

en pueblo incandescente

que se confunde con la tierra

en guerrilleros invisibles

que bajan en cascadas

transparentes

los guardias

no los ven

ni los ven los pilotos

que calculan los muertos

ni el estratega yanqui

que confía en sus zopilotes

artillados

ni los cinco cadáveres

de lentes ahumados

que gobiernan.

(...)

Claribel Alegría, Y este poema-río (1989).


Un libro-reportaje fundamental, que rescató por primera vez la historia de los soldados republicanos que fueron condenados a los campos de exterminio, como consecuencia del pacto entre el franquismo y el nazismo.

«Entre 8.000 y 10.000 españoles murieron en los campos de exterminio nazis. Sobre estos hechos, en los que creo que el Estado español tuvo responsabilidades directas, se ha ejercido una censura sistemática y silenciadora. Y yo creo que el nazismo no puede ser olvidado, porque seria renunciar a señas de identidad que nos conciernen y, sobre todo, porque olvidar el horror es la mejor contribución a su repetición.»Montserrat Roig, escritora y periodista catalana, que presentó ayer, en la librería Antonio Machado, de Madrid, su libro Noche y niebla. Los catalanes en los campos nazis, en su versión castellana publicada por Península, cuenta a EL PAÍS la génesis de este amplio reportaje, en el que ha recogido el testimonio de cincuenta ex deportados, sobrevivientes de distintos campos de concentración nazis. «En 1972 -dice- leí las Cartas desde los campos de concentración, de Pere Vives. Aquella fue mi primera noticia de que hubiera españoles muertos en aquella catástrofe. Pere Vives, un personaje muy parecido a nosotros, que gustaba del arte y la literatura, que incluso en los campos había organizado seminarios de discusión para la supervivencia, había muerto a los veintiséis años, después de que le inyectaran gasolina en el corazón. Se le practicó la eutanasia porque había empezado a enloquecer: el universo de los campos le resultaba incomprensible, y su razón no pudo con ellos. Después leí K L Reich, de Joaquín Amat Piniella, al que mi libro está dedicado, y la suya es, seguramente, una de las grandes novelas sobre los campos. Y empecé a trabajar sobre el tema.»

«Conocer a los sobrevivientes ha sido para mí una experiencia terrible. Ellos son la prueba del horror, y por eso resulta tan grotesca la polémica sobre si hubo o no cámaras de gas en determinados campos nazis en Francia, y tan espantosa la campaña de olvido de los crímenes del nazismo. He comprobado que los supervivientes de los campos sufren su experiencia hasta el punto de serles casi imposible hablar de ella; he visto hombres con sesenta años y curtidos llorar como críos, y conozco una mujer que me confesó revivir aquello en forma de pesadilla cada noche... El síndrome de los campos -la secuela psicológica- existe, como la última consecuencia del nazismo.»


Carme Riera, En el último azul (Dins el darrer blau, 1994) y La mitad del alma (La meitat de l'ànima, 2003).

"Miguel Valls, el jefe espiritual de la comunidad chueta de Mallorca, apodado Rabí, expone ideas muy ajenas a la mentalidad inquisitorial tal como la de la libertad de conciencia, desafiando al padre jesuita Amengual que trata de convertirle antes de que se le quemara en la hoguera. No entiende Valls la mentalidad inquisitorial de “El que no está conmigo está contra mí y debe ser apartado. Como sarmiento será echado al fuego y arderá” (Riera 2000: 289). Reflexiona que para mantener armonía entre los seres humanos, ha de aceptar uno las creencias del otro (...)".

La narradora de La mitad del alma (Alfaguara) busca desde hace dos años a su madre, Cecilia Balaguer, desaparecida en Port Bou entre el 30 de diciembre de 1959 y el 4 de enero de 1960. Para ello pide la colaboración del lector que pueda darle alguna pista. Más aún después de que un misterioso hombre le diera una carpeta con cartas y fotos de su madre mientras ella, escritora, firmaba libros el día de Sant Jordi.

Carme Riera (Mallorca, 1948) involucra al lector en las pesquisas de su última novela y le lleva por una Barcelona de posguerra donde impera el franquismo con la aquiescencia de muchos catalanes.

-¿Qué busca la protagonista? ¿Su identidad, a su verdadero padre ?

-Ella ha tenido una relación con su padre casi edípica. Pero se da cuenta de que él quizá no sea el verdadero, y eso le lleva a la búsqueda de la identidad. Adónde vamos ya lo sabemos: a la muerte. Pero, ¿quiénes somos? A mí esto me preocupa. Si sabes quién eres, sabrás qué tienes que hacer. Además, todos pertenecemos a una realidad, y por eso nos preocupamos de nuestra nación, de nuestra lengua.

-¿Hay otras formas de identidad, aparte de ésas?

-Uno puede decir que es apátrida. Pero siempre tendrá que tener alguna relación con algún lugar. Mi primera patria, por ejemplo, es la gente que quiero, con la que me siento más atada, y creo que es una buena patria. La segunda es el Mediterráneo. ¿Por qué? Porque en los lugares donde hay mar, luz, unos sonidos y ciertos sabores, me siento muchísimo más enraizada. La patria es la raíz. Algo más amplio que una entidad política, al menos para mí.

-Parte de su novela transcurre en la posguerra de Barcelona. Parece que no todos los catalanes fueron antifranquistas.

-Tú preguntas ahora en Barcelona y parece que todo el mundo estuvo en la oposición, como si nunca hubiera estado en Barcelona, como si nunca le hubieran aplaudido miles y miles personas en las calles. Mucha gente que ahora pasa por demócrata de toda la vida, antes vestía el uniforme azul de Falange. A mí esa gente me preocupa. Ha perdido su pasado y su identidad. Lo que interesa en esa pesquisa sobre la posguerra en Barcelona era precisamente eso: preguntarnos de dónde venimos.

-¿De dónde?

-Pues de los vencedores y de los vencidos. Mi personaje tiene un padre, o un supuesto padre, que es falangista, y una madre que probablemente fuera espía republicana.

-«El olvido es necesario para vivir», lo dice uno de sus personajes.

-Yo en esto soy muy cervantina, y creo que la realidad no es blanca ni negra. Yo reivindico la memoria como la capacidad humana más maravillosa, la que nos permite recordar el pasado y enmendar los errores. Pero también me daba cuenta de que, en algún momento, la memoria también es perniciosa. No se puede vivir sin olvidar. Pienso en los padres a quienes les han matado un hijo, como tantos argentinos y chilenos, y veo que tienen que hacer un esfuerzo por olvidar. Si no, no podrían continuar, se tirarían por la ventana. ¡

-¿Hay alguna relación entre el olvido y el perdón?

-Hay personas que te dicen: «Olvido pero no perdono». O: «Sin perdonar no puedo vivir». Los judíos y los árabes piensan que ojo por por ojo y diente por diente. Por eso el conflicto árabe-israelí es tan difícil de resolver, porque ninguno de los dos grupos perdona. Yo creo que el perdón es necesario en nuestra cultura que, lo queramos o no, tiene un fondo cristiano.


En este artículo se analizan "las obras de Carme Riera (La mitad del alma, 2004), Dulce Chacón (La voz dormida, 2002) y Josefina Aldecoa (su trilogía Historia de una maestra, 1990; Mujeres de negro, 1994; y La fuerza del destino, 1997). A pesar de sus diferencias, todas estas novelas incluyen personajes femeninos que vivieron la guerra o la represión, así como otros de la generación sucesiva, que intentan vincularse de distintas maneras con lo que les ocurrió a sus madres. Fueron publicadas en momentos decisivos para la memoria histórica en España. Cuando Josefina Aldecoa empieza Historia de una maestra, se abre, según sus palabras, la «década de la memoria». En cuanto a las novelas de Carme Riera y Dulce Chacón, se publicaron claramente en pleno proceso de recuperación de la memoria histórica: en 2000 se exhumaron oficialmente las primeras fosas comunes, contemporáneamente a la creación de la Asociación para la recuperación de la memoria histórica, en 2002 se condenó oficialmente el golpe de estado, en 2006 se reconocieron las víctimas de la guerra civil y del franquismo, en 2007 se obtuvo la concesión de la nacionalidad española a los nietos de exiliados, etc. (...)".

"(...) Se podría hacer un cierto salto desde el mundo ficcional al gesto mismo de las escritoras. Esa transformación de lo silenciado en algo creador es lo que han hecho Josefina Aldecoa, Carme Riera y Dulce Chacón. En el caso de esta última, la transmisión intergeneracional aparece como la matriz misma de la creación. En efecto, estuvo cuatro años entrevistando a mujeres que vivieron la represión franquista, mezclando luego las historias y cambiando los nombres. Su novela está enteramente construida sobre testimonios y está dedicada a «una mujer que no quiere que mencione su nombre ni el de su pueblo, y que me pidió que cerrara la ventana antes de empezar a hablar en voz baja». Aquí, la transmisión de la memoria es mucho más que un sencillo tema literario, ya que es totalmente efectiva".

"Con La Voz Dormida Chacón narra la historia de un grupo de mujeres, encarceladas en la madrileña prisión de Ventas, quienes a pesar de las condiciones infrahumanas, hacinadas, en las que viven en prisión, aún mantienen la dignidad y el coraje, como única arma posible para enfrentarse a la humillación, la tortura y la muerte. Chacón, de una forma exquisita, nos cuenta la historia de Hortensia, Reme, Tomasa, Elvira y más mujeres, de cómo viven el encarcelamiento y el cómo han llegado a parar a esa prisión. A través de Pepipa, la hermana de Hortensia, llegada a Madrid para ayudar en todo lo que pueda a su hermana embarazada, el lector va conociendo las historias que han ido tejiendo cada una de estas mujeres desde esos negros años de guerra, esa guerra que jamás se tenía que haber producido, hasta llegar a la cárcel de las Ventas (...)".


Rosa Montero, Nosotras: historias de mujeres y algo más (2018, nueva edición ampliada del libro publicado en 1995).

Enlace a la entrevista/diálogo de Fernando Aramburu que citamos en otra sección del proyecto.

"Escribir desde los héroes anónimos es una excusa para que llegue mejor el mensaje. Las guerras se venden un siglo después desde sus héroes falsos. ¿Pero qué fue de la vida de cada uno de los sobrevivientes? Está en nosotros cambiar el paradigma. Mi abuela, para mí, es importante. Y estoy trabajando en eso: en ayudarla a decir, a contar, como una suave bofetada a destiempo quizá, a los que la despreciaron. A su manera, claro: desde la supervivencia. Que es la pesadilla de los déspotas. Sobrevivir es poder contar lo vivido. Primo Levi decía, al contar su historia en Auschwitz, que Víctima tiene su etimología en Testigo. Es decir, que el verdadero testigo es quien falleció. Mi abuela, como Primo Levi, es una pequeña sobreviviente. Y que su versión sea la única voz por la no sobrevivencia del tirano, es la pesadilla, justamente, del tirano".


"Leila ha narrado los orígenes de la revolución siria desde una perspectiva múltiple, en forma de palimpsesto: cada uno de los capítulos adopta el foco de uno de los protagonistas, mujeres u hombres, sirios de distinta etnia y raíces culturales (árabe suní o shií, alauita, druso, palestino, kurdo, cristiano), de clases o grupos sociales separados o enfrentados (pobres y ricos, profesionales, campesinos, empresarios o trabajadores de diversas ideologías), contrarios o protegidos por el régimen de la dinastía Asad, rebeldes o partidarios en el “país de Baaz”.

No obstante, la narradora es Sarah: una mujer siria, enamorada de su país, hija de un profesor sirio y una española, que ha crecido entre las dos orillas del Mediterráneo; y se dirige explícitamente, como destinataria, a su propia hija, “que tendrá 15 años” en 2027, cuando esté preparada para leerla y, según desea, para volver a una Siria reconstruida en un contexto transformado".

Más información sobre el tema.

El problema después de la guerra es que había muchas mujeres, viudas o huérfanas, mujeres solas que como describió la sobrina nieta de Virginia Wolf, en Ellas solas. Un mundo sin hombres tras la Gran Guerra (IGM) tuvieron que tirar para adelante y siguieron solas a duras penas por el camino de trabajos iniciados en la guerra.

En el nuevo estado franquista las mujeres se convirtieron en las principales sostenedoras de sus familias en muy difíciles condiciones. Además la redención era imposible, según Franco se había hecho la guerra para liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica, por lo que se encontraron entre la espada y la pared. Como castigos extras se vieron sobrecargadas con una serie de trabajos impuestos al servicio de los vencedores: barrer las iglesias, las casas de los señoritos, los cuarteles de las fuerzas represivas, las calles céntricas de la ciudad, lo que se unió a las funciones de proveedoras de la familia en los muchos casos de fusilamientos, encarcelamientos o desaparición de sus familiares hombres. Muchas incluso tuvieron que prostituirse como única forma de alimentar a sus familias, ese fue un trabajo femenino masivo en la España de la posguerra.

El caso de las mujeres solas es especialmente dramático porque fueron consideradas ‘traidoras’ por ser viudas o mujeres de desaparecidos. Ellas encarnaban lo opuesto al ideal de familia numerosa con mujer sumisa que se convirtió en uno de los tres pilares del nuevo régimen. Fueron robadas y despojadas de todos sus bienes, la vivienda y las cuentas de ahorro, de sus talleres, dejándolas en la miseria más atroz. A muchas no se les reconoció ni el status de viudas porque se anularon todos los matrimonios civiles republicanos y, acorde con esto, no se les concedieron pensiones y nunca les ha sido devuelto el patrimonio.

En el caso del robo de niños y niñas y de bebés, hay una Asociación Sos Bebés Robados, compuesta mayoritariamente por mujeres, que se encuentra con muchas dificultades para demostrar la verdad y encontrar a sus vástagos. Aunque la Circular 2/2012 de la Fiscalía General del Estado sostiene que el robo de bebés se trata de un delito permanente y no sujeto a prescripción, contradictoriamente la misma Fiscalía ha rechazado que se esté en presencia de un plan sistemático de robo de niños y niñas.

Están viendo la luz libros en los que mujeres encarceladas denuncian la desaparición de bebés de las prisiones donde estaban sus madres, y a ello se añade los que salieron refugiados y al volver fueron entregados a familias del régimen, y los de las madres solteras o las violadas. También la Sección Femenina, en los tiempos del Auxilio Social, fue cómplice de arrebatar a las mujeres sus niños y niñas. Y en los años posteriores -esa es una trama que está por ver la luz- , porque la Sección Femenina existió hasta el final del franquismo controlando el cuerpo y la vida de las mujeres.

¿Por qué los millones de horas de trabajo esclavo que la Sección Femenina de la Falange obligó a realizar a todas las mujeres no se contabiliza como trabajo esclavo por las organizaciones memorialistas? Desde luego este hecho no dio origen tras la Dictadura a derechos adquiridos por las organizaciones de mujeres y feministas sobre los bienes de la Sección Femenina, cosa que, en mi opinión, aún está pendiente.

  • La Colectiva de Mujeres Refugiadas, Exiliadas y Migradas en España (2016): "MUJER-ERES". Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), Colombia.

Este performance es el resultado del trabajo durante el encuentro “MUJER-ERES: el teatro como arte sanador, una apuesta a la construcción de la paz¨ realizado durante el mes de noviembre en Barcelona, el cual tiene como objetivo generar espacios de bienestar a partir de la puesta en escena de los relatos de vida de las mujeres refugiadas, para, así, dignificarlas y mitigar las vulneraciones sufridas a causa de la violencia y visibilizar el exilio de las colombianas en España. De esta manera el arte, en este caso el teatro, fortalece a las mujeres que son las protagonistas mayoritarias en la construcción de la memoria histórica y paz en Colombia. Organizado por La Colectiva de Mujeres Refugiadas, Exiliadas y Migradas en España.

Creadora multidisciplinar, adorada por el mercado artístico, no esconde su memoria biográfica, ni los lugares comunes de su vida con el sufrimiento, la vulnerabilidad o la resiliencia de la gente corriente; pero tampoco se amolda al mito.

"Pinto a los menos favorecidos, a los solitarios, a los que no les condiciona el qué dirán, porque creo que la sabiduría está más allá de las normas. Estamos saturados de reglas que nos impiden ver la verdad de las cosas. Me conmueve la fragilidad de las personas, la sumisión, la paciencia, la comprensión... Nos hablan de fortaleza, pero el estado natural del ser humano es la fragilidad. Somos muy vulnerables. Reconocerse débil no es una derrota".

7.5. AmorLab. El amor tal como a vosotras y a vosotros os guste.

Un capítulo a construir

a través de las lecturas propuestas y compartidas en el aula por todos los grupos:

  • Poesía de la experiencia.
  • Relatos o diarios.
  • Cine y series.
  • Ensayos youtubers.
  • Podcast, como por ejemplo:

Macarena Belín (2019): "Desmitificando el amor romántico con Coral Herrera, autora de 'Hombres que ya no hacen sufrir por amor: transformando las masculinidad". Los muchos libros, Cadena SER.

etc.

Agentes invitadas para una sesión en streaming.

A lo largo del trimestre invitaremos a las personas autoras y lectoras adultas con quienes el alumnado, las familias o las docentes deseen dialogar, durante una sesión especial que difundiremos a través de las redes sociales, sea en streaming, sea en imágenes comentadas por Instagram o Twitter, sea a través de los portafolios. El hashtag de la sesión: #EnAmorArteXXI.

Acciones previas

1) Recoge, al menos, un texto que te interese sobre el amor durante el proyecto, no solo en forma de modelo a imitar o seguir, sino también como medio para ejercer la crítica o para completarlo y corregirlo con tus propias opiniones y expresiones. Documenta el texto y tus puntos de vista en el portafolio personal antes de la sesión.

2) Decide con tu grupo a qué persona vas a invitar para que participe como monitora de tu equipo en el AmorLab, así como una autora contemporánea a quien pedir que intervenga enviando su opinión, un texto, un vídeo o un audio.

Primera parte de la sesión: preparación y diálogo en grupos (30 min).

1) Experiencias adultas.

Desde el principio del proyecto vamos a proponer a personas de nuestro entorno: docentes, familiares, escritoras, psicólogas, filósofas, etc., que acudan a nuestro AmorLab para comunicar su experiencia del amor y para compartir sus opiniones sobre los mitos y los estereotipos del amor que ha construido nuestra sociedad:

  • el amor romántico,
  • los celos como síntoma o signo,
  • los dilemas de la relación amorosa y sus soluciones: fidelidad o poliamor, enamoramiento o amistad, los puntos en común que unen o las diferencias que enriquecen, la sexualidad en conjunción o en disjunción con el amor, la ausencia de conflictos o la sabiduría para superarlos, el amor incluyente y compatible con otras relaciones personales o el amor excluyente, etc.
  • la diversidad y la extensión de las formas de amor, además de la pareja heterosexual u homosexual: el amor maternal, parental y filial; el amor como filantropía o el amor al ser prójimo; la amistad, el compañerismo, la solidaridad y la sororidad.
  • las condiciones para "salvar el amor", es decir, construir una relación sana entre las personas que haga crecer, satisfaga y empodere a ambas partes.

Las personas voluntarias intervendrán como monitoras de los grupos, mientras preparan su intervención.

2) Preparamos nuestras propuestas estéticas.

Cada grupo puede organizar su aportación a su manera:

  • sea por la elección de uno o varios referentes literarios y artísticos que expresen su concepción del amor.
  • sea por la creación de un texto: poema, relato, artículo, manifiesto, infografía, websodio, videoclip.

Si conseguimos que acuda a la sesión una autora o un autor, lo ideal sería que cada grupo eligiese un texto distinto de sus obras que represente o exprese diversos aspectos del amor, entendido de forma amplia.

3) Distribución de roles:

  • Todos los miembros del grupo tienen que preparar sus propuestas en sus respectivos portafolios personales e intervenir en la performance posterior.
  • Se puede consensuar la realización de una misma propuesta dividida en partes: por ejemplo, las escenas en secuencia de una historia amorosa, los apartados de un manifiesto, las estrofas de un poema; o bien decidir un tema sobre el que cada persona busque o cree expresiones en distintos formatos, de forma coordinada para evitar repeticiones o redundancias.
  • Hay que decidir en qué orden intervendréis y distribuir la disposición en el espacio o el control de los medios técnicos (ordenador, pizarra digital).

Segunda parte de la sesión: performance (30 min).

Esta parte constituirá el centro del acontecimiento.

  • Todos los grupos intervienen por turnos de tres minutos.
  • Mientras cada uno de los equipos interviene, los demás actúan como reporteros, divulgadores y comentaristas. Tienen que recoger imágenes y audios de las actuaciones de los demás y comentar sus propuestas en sus respectivos portafolios.

Primeras fuentes

Germán Gullón, "La novela española: 1980-2003", Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (BVMC). Portal de novela española contemporánea.

Portal de poesía española contemporánea en la BVMC.

Portal de la Asociación de Autores de Teatro en la BVMC.

Teatro español de la segunda mitad del siglo XX en Wikipedia.

Cronología teatral de la democracia (hasta 2004) en El Cultural.

Esquemas y mapas conceptuales.

Prepara los esquemas con los nombres y las obras de las mujeres que han sido omitidos por enciclopedias y libros de texto.