3. Realismo: las mujeres trabajan o quieren trabajar.

Índice

Lecturas creativas

  • NOVELA REALISTA.

3.1. El chivo expiatorio del patriarcado: la vergüenza. RESISTENCIA.

  • NOVELA REALISTA.

3.2. El chivo expiatorio del capitalismo: la miseria. SOLIDARIDAD.

  • NOVELA SOCIAL, RELATO DE VIAJES Y TEATRO.

3.3. La lideresa empoderada y escarnecida: décadas antes del sufragio femenino. TRABAJO.

  • NOVELA CÓMICA (AUTOBIOGRAFÍA FICTICIA), NOVELA SOCIAL Y NOVELA ESTETICISTA.

3.4. El deseo negado y disfrazado. DESEO.

Debate: La revaloración y la redistribución del trabajo según el género.

Primeras fuentes.

Esquemas.

3.1 El chivo expiatorio del patriarcado: la vergüenza.

Clarín, fragmentos del último capítulo (XXX) de La Regenta.

Hablaban mal de Ana Ozores todas las mujeres de Vetusta, y hasta la envidiaban y despellejaban muchos hombres con alma como la de aquellas mujeres. Glocester en el cabildo, don Custodio a su lado, hablaban de escándalo, de hipocresía, de perversión, de extravíos babilónicos; y en el Casino, Ronzal. Foja, los Orgaz echaban lodo con las dos manos sobre la honra difunta de aquella pobre viuda encerrada entre cuatro paredes.

Obdulia Fandiño, pocas horas después de saberse en el pueblo la catástrofe, había salido a la calle con su sombrero más grande y su vestido más apretado a las piernas y sus faldas más crujientes, a tomar el aire de la maledicencia, a olfatear el escándalo, a saborear el dejo del crimen que pasaba de boca en boca como una golosina que lamían todos, disimulando el placer de aquella dulzura pegajosa.

«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales».

Y sus labios decían:

-¡Pobre Ana! ¡Perdida sin remedio! ¿Con qué cara se ha de presentar en público? ¡Como era tan romántica! Hasta una cosa... como esa, tuvo que salirle a ella así... a cañonazos, para que se enterase todo el mundo.

-¿Se acuerdan ustedes del paseo de Viernes Santo? -preguntaba el barón.

-Sí, comparen ustedes... ¡Quién lo diría!...

-Yo lo diría -exclamaba la Marquesa-. A mí ya me dio mala espina aquella desfachatez... aquello de ir enseñando los pies descalzos... malorum signum.

-Sí, malorum signum -repetía la baronesa, como si dijera: et cum spiritu tuo.

-¡Y sobre todo el escándalo! -añadía doña Rufina indignada, después de una pausa.

-¡El escándalo! -repetía el coro.

-¡La imprudencia, la torpeza!

-¡Eso! ¡Eso!

-¡Pobre don Víctor!

-Sí, pobre, y Dios le haya perdonado... pero él, merecido se lo tenía.

-Merecidísimo.

-Miren ustedes que aquella amistad tan íntima...

-Era escandalosa.

-Aquello era...

-¡Nauseabundo!

Esto lo dijo el Marqués de Vegallana, que tenía en la aldea todos sus hijos ilegítimos.

Obdulia asistía a tales conversaciones como a un triunfo de su fama. Ella no había dado nunca escándalos por el estilo. Toda Vetusta sabía quién era Obdulia... pero ella no había dado ningún escándalo.

Sí, sí, el escándalo era lo peor, aquel duelo funesto también era una complicación. Mesía había huido y vivía en Madrid... Ya se hablaba de sus amores reanudados con la Ministra de Palomares... Vetusta había perdido dos de sus personajes más importantes... por culpa de Ana y su torpeza.

Y se la castigó rompiendo con ella toda clase de relaciones. No fue a verla nadie. Ni siquiera el Marquesito, a quien se le había pasado por las mientes recoger aquella herencia de Mesía.

La fórmula de aquel rompimiento, de aquel cordón sanitario fue esta:

-¡Es necesario aislarla... Nada, nada de trato con la hija de la bailarina italiana!

El honor de haber resucitado esta frase perteneció a la baronesa de la Barcaza.

Si Ripamilán hubiera podido salir de su casa, no hubiera respetado aquel acuerdo cruel del gran mundo. Pero el pobre don Cayetano había caído en su lecho para no levantarse. Allí vivió, siempre contento, dos años más.

Acabó su peregrinación en la tierra cantando y recitando versos de Villegas.

La Regenta no tuvo que cerrar la puerta del caserón a nadie, como se había prometido, por que nadie vino a verla, se supo que estaba muy mala, y los más caritativos se contentaron con preguntar a los criados y a Benítez cómo iba la enferma, a quien solían llamar esa desgraciada.

Ana prefería aquella soledad; ella la hubiera exigido si no se hubiera adelantado Vetusta a sus deseos. Pero cuando, ya convaleciente, volvió a pensar en el mundo que la rodeaba, en los años futuros, sintió el hielo ambiente y saboreó la amargura de aquella maldad universal. «¡Todos la abandonaban! Lo merecía, pero... de todas maneras ¡qué malvados eran todos aquellos vetustenses que ella había despreciado siempre, hasta cuando la adulaban y mimaban!».

[...]

Paso a paso volvía la salud a enseñorearse del cuerpo siempre hermoso de Ana Ozores.

Y con algo de remordimiento de conciencia, sentía de nuevo apego a la vida, deseo de actividad. Llegó un día en que ya no le bastó vegetar al lado de Frígilis, viéndole sembrar y plantar en la huerta y oyendo sus apologías del Eucaliptus.

Se había prometido no salir de casa, y la casa empezaba a parecerle una cárcel demasiado estrecha.

Una mañana despertó pensando que aquel año no había cumplido con la Iglesia. Además ya podía salir de su caserón triste para ir a misa. Sí, iría a misa en adelante, muy temprano, muy tapada, con velo espeso, a la capilla de la Victoria que estaba allí cerca.

Y también iría a confesar.

Sin tener fe ni dejar de tenerla, acostumbrada ya a no pensar en aquellas grandes cosas que la volvían loca, Anita Ozores volvió a las prácticas religiosas, jurándose a sí misma no dejarse vencer ya jamás por aquel misticismo falso que era su vergüenza. «La visión de Dios... Santa Teresa... Todo aquello había pasado para no volver... Ya no le atormentaba el terror del infierno, aunque se creía perdida por su pecado, pero tampoco la consolaban aquellos estallidos de amor ideal que en otro tiempo le daban la evidencia de lo sobrenatural y divino».

Ahora nada; huir del dolor y del pensamiento. Pero aquella piedad mecánica, aquel rezar y oír misa como las demás le parecía bien, le parecía la religión compatible con el marasmo de su alma. Y además, sin darse cuenta de ello, la religión vulgar (que así la llamaba para sus adentros), le daba un pretexto para faltar a su promesa de no salir jamás de casa.

Llegó Octubre, y una tarde en que soplaba el viento Sur perezoso y caliente, Ana salió del caserón de los Ozores y con el velo tupido sobre el rostro, toda de negro, entró en la catedral solitaria y silenciosa. Ya había terminado el coro.

Algunos canónigos y beneficiados ocupaban sus respectivos confesonarios esparcidos por las capillas laterales y en los intercolumnios del ábside, en el trasaltar.

¡Cuánto tiempo hacía que ella no entraba allí!

Como quien vuelve a la patria, Ana sintió lágrimas de ternura en los ojos. ¡Pero qué triste era lo que la decía el templo hablando con bóvedas, pilares, cristalerías, naves, capillas... hablando con todo lo que contenía a los recuerdos de la Regenta!...

Aquel olor singular de la catedral, que no se parecía a ningún otro, olor fresco y de una voluptuosidad íntima, le llegaba al alma, le parecía música sorda que penetraba en el corazón sin pasar por los oídos.

«¡Ay si renaciera la fe! ¡Si ella pudiese llorar como una Magdalena a los pies de Jesús!».

Y por la vez primera, después de tanto tiempo, sintió dentro de la cabeza aquel estallido que le parecía siempre voz sobrenatural, sintió en sus entrañas aquella ascensión de la ternura que subía hasta la garganta y producía un amago de estrangulación deliciosa... Salieron lágrimas a los ojos, y sin pensar más, Ana entró en la capilla obscura donde tantas veces el Magistral le había hablado del cielo y del amor de las almas.

«¿Quién la había traído allí? No lo sabía. Iba a confesar con cualquiera y sin saber cómo se encontraba a dos pasos del confesonario de aquel hermano mayor del alma, a quien había calumniado el mundo por culpa de ella y a quien ella misma, aconsejada por los sofismas de la pasión grosera que la había tenido ciega, había calumniado también pensando que aquel cariño del sacerdote era amor brutal, amor como el de Álvaro, el infame, cuando tal vez era puro afecto que ella no había comprendido por culpa de la propia torpeza».

[...]

El Magistral estaba en su sitio.

Al entrar la Regenta en la capilla, la reconoció a pesar del manto. Oía distraído la cháchara de la penitente; miraba a la verja de la entrada, y de pronto aquel perfil conocido y amado, se había presentado como en un sueño. El talle, el contorno de toda la figura, la genuflexión ante el altar, otras señales que sólo él recordaba y reconocía, le gritaron como una explosión en el cerebro:

-¡Es Ana!

La beata de la celosía continuaba el rum rum de sus pecados. El Magistral no la oía, oía los rugidos de su pasión que vociferaban dentro.

Cuando calló la beata volvió a la realidad el clérigo, y como una máquina de echar bendiciones desató las culpas de la devota, y con la misma mano hizo señas a otra para que se acercase a la celosía vacante.

[...]

Ana esperaba sin aliento, resucita a acudir, la seña que la llamase a la celosía...

Pero el confesonario callaba. La mano no aparecía, ya no crujía la madera.

Jesús de talla, con los labios pálidos entreabiertos y la mirada de cristal fija, parecía dominado por el espanto, como si esperase una escena trágica inminente.

Ana, ante aquel silencio, sintió un terror extraño...

Pasaban segundos, algunos minutos muy largos, y la mano no llamaba...

La Regenta, que estaba de rodillas, se puso en pie con un valor nervioso que en las grandes crisis le acudía... y se atrevió a dar un paso hacia el confesonario.

Entonces crujió con fuerza el cajón sombrío, y brotó de su centro una figura negra, larga. Ana vio a la luz de la lámpara un rostro pálido, unos ojos que pinchaban como fuego, fijos, atónitos como los del Jesús del altar...

El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo. Cayó sentada en la madera, abierta la boca, los ojos espantados, las manos extendidas hacia el enemigo, que el terror le decía que iba a asesinarla.

El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni quería. Temblábale todo el cuerpo, volvió a extender los brazos hacia Ana... dio otro paso adelante... y después clavándose las uñas en el cuello, dio media vuelta, como si fuera a caer desplomado, y con piernas débiles y temblonas salió de la capilla. Cuando estuvo en el trascoro, sacó fuerzas de flaqueza, y aunque iba ciego, procuró no tropezar con los pilares y llegó a la sacristía sin caer ni vacilar siquiera.

Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro; cayó sin sentido.

La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bóvedas se iban juntando y dejaban el templo en tinieblas.

Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia, venía de capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando.

Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito.

Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad. Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces...

Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro.

Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.

Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios.

Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.

Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.


Personaje: Ana Ozores.

Joven inteligente y sensible, casada con un anciano magistrado, Regente de la Audiencia de una ciudad de provincias (Vetusta), es acosada por dos pretendientes: el aristócrata mujeriego Álvaro Mesía y el canónigo "jefe" (Magistral) de la catedral. Acaba cayendo, una noche, en los brazos del Don Juan. Su marido lo reta a un duelo para "defender su honra" y muere por un disparo del contrincante.

Autor: Leopoldo Alas Clarín, La Regenta, (1884-1885).

Más información sobre el tema de la novela.

Human Rights Watch define "crimen de honor" como:

Los crímenes de honor son actos de violencia, generalmente asesinatos, cometidos por los varones contra las mujeres de la familia que, consideran, han traído deshonor a la familia.... una mujer en un matrimonio abusivo debe decidir entre quedarse en el matrimonio y esperar a que la violencia pare o separarse y esperar a que su esposo o alguno de sus familiares (varones) la maten. Si las mujeres fueron violadas, y se puede comprobar que fueron víctimas de actos de violencia sexual, corren el riesgo de ser asesinadas por su esposo, padre, hijo, hermano o primo... los crímenes de honor son una clara violación a los derechos humanos, los gobiernos están obligados a proteger a las mujeres de estos delitos. Aun así, en muchos países, los crímenes de honor son tolerados ya sea a través de la inacción del gobierno o defendidos como legítimas prácticas culturales.6

Los hombres pueden, también, ser víctimas de un crimen de honor, sucediendo que son asesinados por los familiares de la mujer con quien tienen una relación que se considera inapropiada.

No es una casualidad que los tres grandes personajes femeninos de la novela del siglo XIX —Emma Bovary, Ana Karenina y Ana Ozores, la regenta— sean tres adúlteras, tres mujeres infieles a sus maridos. Como tampoco es casualidad que los dos grandes autores de la Modernidad, Shakespeare y Cervantes, escribieran sobre personajes locos, al mismo tiempo que el filósofo Descartes teorizaba sobre la Razón. Evidentemente, había un caldo de cultivo, un contexto ideológico, político, social y cultural que hizo que estos tres autores escribieran, cada uno en su ámbito, sobre el mismo tema.

El siglo XIX, aparte de otras muchas cosas, es el siglo de la sociedad burguesa. El siglo donde la burguesía se impone como sujeto político y construye una sociedad a su medida, según sus costumbres, sus gustos, su estilo de vida, sus valores y, para el tema que aquí nos ocupa, su concepción propia de la familia, el matrimonio y la sexualidad.

El énfasis que pone la sociedad burguesa en los valores de la familia y el matrimonio se traduce en una serie de debates y discursos, en distintos ámbitos y esferas, siendo uno de los más importantes el que tenía que ver con el adulterio —especialmente, si no fundamentalmente, el adulterio femenino—, entendido éste como elemento destructor de la familia, que era la base de la sociedad burguesa.

Es normal, por tanto, que este debate pueda aparecer en las obras literarias de esta época porque los novelistas del siglo XIX, como hijos de su tiempo, son escritores burgueses, aunque algunos de ellos no pertenezcan a la burguesía, detesten la sociedad burguesa o escriban en su contra, como Flaubert; pues, a pesar de ello, todos forman parte de esta sociedad, se han educado en ella y han asumido, en mayor o menor grado, de una forma u otra, su imaginario y sus valores.

Por tanto, que Tolstoi, que era un aristócrata, decidiera en un determinado momento escribir una novela centrada en el adulterio de una mujer, que abandona a su marido y se va a vivir con su amante, no responde ni más ni menos que a un deseo de contribuir, con un discurso literario, a un debate mucho más amplio y profundo que se está produciendo en las distintas sociedades europeas, que han asumido ya o le están haciendo, las ideas burguesas, como es el caso de la sociedad rusa del segundo cuarto del siglo XIX.

Pero la genialidad de un autor o autora no reside sólo en lo que escribe —que también—, sino en cómo lo escribe; y su importancia no responde sólo a qué debates incorpora —que también—, sino a cómo los trata y cómo los relaciona, si los relaciona, con otros debates. Y es que detrás de la destrucción de una familia por el adulterio, que es el tema de Ana Karenina, subyacen otra serie de debates igual de importantes y relacionados con éste. El que aquí más me interesa, por su significación e importancia histórica, es el de la educación y la libertad de las mujeres, tema también candente en la Europa del momento y que aparece, superficialmente, a lo largo de toda la novela.

Crítica sobre la obra y sobre el autor.

  • Rodolfo Cardona (2001): "Prólogo" a las actas del Congreso Internacional "Clarín, espejo de una época".

Desde antes, en el periódico humorístico, escrito a mano, de los años 1868 y 69, cuando contaba con sólo 16 años, y que él tituló Juan Ruiz (no, como algunos creen por el Arcipreste sino por Juan Ruiz de Alarcón), Clarín refleja la Revolución de Septiembre, la Gloriosa. Durante los años en que vivió y estudió en Madrid Filosofía y Letras, para luego doctorarse en Derecho con su tesis doctoral El Derecho y la moralidad, nuestro hombre se vinculó estrechamente con don Francisco Giner de los Ríos, alma de la Institución Libre de Enseñanza y uno de los centros importantes del krausismo en España. El influjo que don Francisco pudo tener en él le ayudó a desarrollar una visión penetrante para señalar y analizar los problemas de España. No se habla de un Clarín regeneracionista, pero él, junto con su amigo Galdós, merece esa denominación. A partir del año 83 se instaló en Oviedo, la ciudad en la que, con pocos intervalos de ausencia, vivió durante el resto de su vida. En su Universidad profesó la cátedra de Derecho Romano y, más tarde, la de Derecho Natural. Desde Oviedo, en los límites septentrionales del país, como desde un atalaya, no cesó de observar, meditar, comentar y criticar los temas más destacados de la España de su tiempo. Azorín, en su «Prólogo» a Supercherías (Madrid, 1919), resumió su vida en poco más que cinco líneas:

Su vida externa, se reduce a bien poco: cursó la carrera de Derecho; estudió las literaturas española y extranjeras; vivió en Madrid largas temporadas, y aquí trató a literatos y periodistas; ganó una cátedra en una universidad; colaboró en los periódicos abundantemente, escribió novelas y cuentos; estrenó un drama en un acto. Nada más.

Dicho así, parece poco, hasta que uno empieza a penetrar en la maraña de sus escritos, sobre todo aquellos publicados en periódicos y revistas, tantos, que aún no se han podido recoger en libros en su totalidad. No es raro, entonces, que Clarín mismo se considerara «principalmente periodista».

"Protagonista femenina de la novela, llamada La Regenta por extensión al estar casada con el que fue Regente de la Audiencia de Vetusta, don Víctor Quintanar.

Su función en la novela es clara y consiste en la oscilación de lo uno que pasa a lo otro. Se establece en este personaje la metamorfosis o transustanciación del carácter, es decir que de una posición inicial, el misticismo, pasa a la aparentemente opuesta, el erotismo. Muchos han identificado el fenómeno misticismo-erotismo extremos, como dos variante de la sensualidad extrema.

En cuanto a su carácter, Ana es una mujer que vive exaltada, presa de constantes crisis nerviosas producto de sus recuerdos. La añoranza de la madre y los intentos por suplir su ausencia, la malicia y malos tratos del aya y su amante, la ausencia del padre, la soledad, la educación despótica a la que estuvo sometida; además de las respuestas que Ana elabora frente a las dificultades que le pone la vida lo que conforman los factores sociales deterministas que configuran su carácter vehemente.

Se entrega a las lecturas de las Confesiones de San Agustín, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Chateaubriand y otros textos religiosos que enriquecen su visión del mundo y la incitan a escribir, pero su inquietud literaria, se ve frustrada por los convencionalismos ortodoxos del medio social que veía mal que una mujer fuera literata. A Ana, no le importó, pues escribió creaciones literarias místico religiosas para recompensar su alma solitaria y ávida de riqueza espiritual.

Siente frustración respecto de la maternidad, vive en la reclusión de la castidad: ya que su marido, no logra verla como mujer, sino como a una hija. También su extrema belleza y juventud le hacía sentirse inseguro sexualmente, generándole un estado particular de impotencia con ella. Trauma este, que nunca logró trascender, y que, sin embargo, le permitía a su marido realizarse sexualmente con otra mujer de su entorno.

Ana busca en la religión un medio de purificación espiritual y de sublimizar sus necesidades sexuales y reproductivas. Es objeto de la pasión profanadora del Magistral don Fermín De Pas y del asedio de un don Juan, don Álvaro Mesía.

El ambiente de Vetusta, el aburrimiento, la presión del medio, la capacidad de seducción de Mesía, la imaginación exaltada, la desatención y el paternalismo del marido son los factores que inducen a Ana Ozores a cometer adulterio".

La sociedad de Vetusta aparece en La Regenta como algo inamovible. Sobresale una sociedad que no crece, no progresa. En este sentido, su catedral le confiere el carácter de un enorme sepulcro. Se perfila, así, la silueta de una tumba petrificada. Bajo la mirada de la catedral habitan unos ciudadanos que se sienten liberados y, a la vez, sepultados a la sombra de la inhóspita, fría pero siempre imperecedera torre. «La topografía de Vetusta es tan importante que la vista panorámica de la ciudad nos es presentada, a comienzo de la novela, desde lo alto de la torre de la catedral. Es el dominio, el territorio por el que se lucha». La catedral, de este modo, preside el acontecer diario de sus habitantes. Desde allí se vigilan los pasos de los que viven en la zona más o menos privilegiada de la burguesía vetustense: La Encimada. Era el lugar que don Fermín «tenía debajo de sus ojos, era su imperio natural». Aquí don Fermín ejercitaba una práctica favorita, la de vigilar a los demás. «La torre de la catedral espiaba a los interlocutores desde lejos», ya que la niebla y la lluvia cuando inundaban Vetusta adquiría un aire misterioso, casi de naufragio. Entonces, «la torre de la catedral aparecía a lo lejos, entre la cerrazón, como un mástil sumergido».

El punto de partida de Ana Karenina, Madame Bovary y Ana Ozores es «su deseo de evasión del aburrimiento, de la monotonía de la rutina diaria, de una existencia enjaulada sometida a reglas precisas». De hecho, Lisa Gerrard culpa a la misógina sociedad del xix de la opresión de la mujer y de su destrucción. La Regentaes, en su opinión, «a devasting picture of the devaluation and oppression of women», de la «disintegration of an intelligent, sensitive woman in a misogynistic society». Pero Gerrard va más allá y plantea incluso la identificación de Clarín con el personaje de Ana Ozores «his intuitive sympathy for a female character oppressed by sexist attitudes and institutions». Según Gerrard, la opresiva vida provinciana que padece la Regenta la vivió también Clarín. Como Ana, Clarín es un artista al que la corrupción de la vida política e intelectual llega a desalentarle tanto que se plantea incluso el hecho de dejar de escribir. Por eso, Gerrard concluye que «In a novel concerned with the struggle between artist and society, Alas has rendered the artist’s dilemma as a woman’s persecution by sexist attitudes. Hence, the sympathetic rendering of her opression and the feminism that colors the confrontation between artist and society». En definitiva, no se trata sólo de demostrar la simpatía de Clarín hacia una mujer cuyas iniciativas son sistemáticamente frustradas por una sociedad misógina que condena su sexualidad y su inteligencia, ni se trata sólo de ver en Ana Ozores el alter egode Clarín, sino de convertir los conflictos femeninos en símbolo del enfrentamiento del artista con la sociedad, aspecto éste de gran trascendencia en la literatura decimonónica desde el romanticismo a las teorías del arte por el arte. Ahora bien, para sostener esta tesis Gerrard se ve en la obligación de hacer frente al antifeminismo de Clarín, mostrado públicamente en textos como «Psicología del sexo» (1894), donde da argumentos biológicos para justificar los papeles tradicionales atribuidos a cada sexo, en novelas como Su único hijo (1890) y Teresa (1895) o en la polémica relación que mantuvo con Emilia Pardo Bazán.

En ese proceso Clarín oscila entre una inicial simpatía hacia la educación femenina, idea de origen krausista que inspira según Gerrard el feminismo de La Regenta, y posiciones más tradicionales presentes en Su único hijo y en Teresa. Pero no se debe olvidar que las teorías krausistas sobre la educación femenina vinieron a reforzar la reclusión de la mujer en el ámbito de la domesticidad y que, por esa razón, no está tan lejos como a primera vista podría pensarse del determinismo biológico con el que Clarín define las diferencias entre los sexos. Además, otras críticas feministas, como Sara E. Schifter y Elena Gascón Vera, han visto también ese determinismo en la caracterización del personaje de Ana Ozores: la maternidad frustrada es la principal razón aducida a lo largo de la novela para justificar, que no perdonar, el adulterio. Schifter observa el mismo planteamiento determinista en la insistente presentación de Ana como una mujer al borde de la locura. Y arremete directamente contra Clarín por expresar los conflictos sociales femeninos en términos de enfermedad mental: «Such women are punished by society and by the authors who describe them as being on the verge of insanity whenever they confront their multiple conflicts».

(...)

Pero lo curioso, y lo verdaderamente interesante, es que, en pos de la teoría del reflejo, de una teoría que apuesta por el realismo, por el verismo de la representación, la actitud de Clarín en La Regenta llegue a ser enjuiciada de forma totalmente diferente, contradictoria incluso. Mientras Lisa Gerrard defiende el feminismo de la novela y lo justifica con un dato que se pretende objetivo (el liberalismo del joven Clarín), Sara Schifter niega ese feminismo con una estrategia similar (la presencia de las teorías clarinianas sobre el determinismo biológico en la representación de Ana Ozores). Un mismo planteamiento realista produce por tanto conclusiones bien distintas. Este tipo de crítica que en ningún caso se cuestiona la existencia de una única verdad en el texto, de la que el autor es el garante último,15 no duda tampoco en ofrecer su lectura de ese texto como si se tratase de la única y verdadera lectura posible. Confrontar, sin embargo, estas verdades absolutas no nos conduce sino a la convicción de su relativismo.

Sobre la educación de las mujeres en la segunda mitad del XIX: realismo crítico, pioneras heroicas. La Escuela Moderna.

Uno de los temas que se plantean indirectamente en la novela de Clarín es la necesidad de que las mujeres tuvieran acceso a la educación en las mismas condiciones que los hombres. En La Regenta, como también en la obra narrativa de Galdós o de Emilia Pardo Bazán, se realiza una crítica honda y mordaz del mundo social donde las mujeres solo pueden nutrir su sensibilidad y su inteligencia por medio de las novelas y el teatro romántico, por un lado, y los temas estrictamente religiosos, por otro (catequesis, liturgia, confesión, literatura ascética o mística).

Sin embargo, son singulares y heroicos los ejemplos de personas dedicadas a hacer realidad la alternativa al modelo tradicional.

Los primeros brotes de una coeducación en relativa igualdad de mujeres y hombres, dentro del ámbito hispánico e hispanoamericano, se deben a Juana Manso, durante sus etapas al frente de la Escuela de Ambos Sexos o el Departamento de Escuelas en Argentina, nombrada por Domingo F. Sarmiento.

Los promotores de la Institución Libre de Enseñanza en España y algunas mujeres heroicas: Faustina Sáez de Melgar y Concepción Saiz Otero tuvieron que afrontar el rechazo y la misoginia para sostener, precariamente y con un impacto minoritario, algunos centros educativos donde las mujeres alcanzaran un cierto nivel de instrucción, más allá de las labores del hogar ("sus labores").

No fue hasta comienzos del siglo XX que Ferrer i Guardia y los fundadores de la Escuela Moderna (1901-1906) crearon escuelas mixtas, inventaron una pedagogía y una didáctica coherente con sus objetivos: la coeducación. Aunque sus propuestas se convirtieron en un movimiento internacional, Ferrer i Guardia fue apresado, injustamente acusado y ajusticiado con ocasión de la Semana Trágica de Barcelona (1909), como si se tratara de un enemigo público, por atreverse a llevar a la práctica los principios pedagógicos hoy vigentes en nuestras leyes.

A pesar de las numerosísimas dificultades encontradas en su labor de educadora y teórica de la educación, Juana Manso nunca se rindió ni abandonó sus profundas certidumbres en cuanto a la necesidad de educar a la mujer, no solo como futura ama de casa, sino como mujer culta. En ese sentido, coincidía con la observación de Sarmiento: “Puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la posición social de las mujeres” (abril 1884), ya enunciada por Flora Tristán años antes, en el prefacio a las Peregrinaciones de una paria: “Ha sido observado que el grado de civilización articulado a diversas sociedades humanas ha sido siempre proporcional al grado de independencia de que disfrutan las mujeres”. Ella retomaba la idea del socialista utopista Charles Fourier en la Teoría de los cuatro movimientos. No cabe duda de que Sarmiento la apoyó, y la consideró digna de ocupar puestos importantes en el proyecto educativo nacional. Dirigió durante diez años la revista Anales de la Educación Común (de 1865 hasta su muerte en 1875), creada por Sarmiento para dar cuenta de la labor educativa y armar un espacio de discusión. (...)

De esa revista para la época que nos ocupa dijo Víctor Mercante en un artículo de 1930: "Los Anales contienen la historia documentada en memorias, informes, estadísticas, cartas y artículos, de la educación primaria de la República, en la que Juana Manso, siguiendo un método de seminario, infiltra el espíritu de la escuela norteamericana, presentándola por sus obras, sus doctrinas y sus hombres más eminentes". Los Anales refleja el movimiento educativo de veinte años (1858-1876), período de honda preocupación cultural. Quizás por el simple hecho de que Juana Manso no perteneciera a la clase alta, ubicada en el centro de la ciudad, le fuera difícil abrir un espacio como los únicos permitidos a la vida pública para las mujeres: las tertulias o los salones.

En rigor, Juana Manso también hizo de su casa en el exilio de Montevideo un espacio público, pero para la educación de niñas. Creó el “Ateneo de Señoritas”, para participar de la economía familiar, quebrantada por la confiscación de los bienes en Buenos Aires cuando tuvieron que exiliarse en la época de Rosas. Fue el primer colegio para niñas en Montevideo, pero al tener que exiliarse otra vez con su familia –su padre era realmente perseguido por los rosistas– hacia Brasil, duró poco tiempo. En todo caso, la irrupción de Juana Manso en la vida pública fue más osada todavía. Pionera, precursora, no solo por ser “la primera mujer en hacer tal o tal cosa”, sino por ser la primera persona. Publicó la primera novela en su país, donde fue también la primera persona en dictar conferencias sobre educación y recibir pago por ello. Tomar la palabra en público, y encima para hablar de modernización de la educación, resultó para más de uno una verdadera provocación, a la que contestaron a veces con agravios e insultos, amenazas y hasta agresiones físicas. Armándose de valor, no se dejó amedrentar. Si bien no fue la primera mujer en crear y dirigir una revista para mujeres (la primera se publicó en 1830), fue la primera en tener claro el propósito de emancipar a la mujer: Quiero y he de probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica porque Dios no es contradictorio en sus obras y cuando formó el alma humana, no le dio sexo. La hizo igual en su esencia y la adornó de facultades idénticas. Si la aplicación de unas y de otras facultades difiere, eso no abona para que la mujer sea condenada al embrutecimiento en cuanto que el hombre es dueño de ilustrar y engrandecer su inteligencia, desproporción fatal que sólo contribuye a la infelicidad de ambos y a alejar más y más nuestro porvenir. Fue la primera mujer nombrada en un cargo político importante dentro del Departamento de Escuelas creado por Sarmiento en 1869, dirigió varios colegios y contribuyó en la fundación de bibliotecas populares, uno de los instrumentos para acabar con el analfabetismo. Precursora también al redactar en 1862 un manual para escuelas primarias, el Compendio de historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en el cual se introducen descripciones antropológicas y conceptos de economía, como anticipo de una idea de “Ciencias sociales”.

La Ley Moyano de 1857 si bien supone un gran paso al «permitir« se establezcan Escuelas Normales de Maestras para mejorar la instrucción de las niñas, lo dejó al arbitrio de las Diputaciones, que no se sintieron obligadas. A esta iniciativa ya se habían anticipado Badajoz, en 1851, y Navarra, en 1856, pero la falta de mandato expreso retrasó su organización hasta 1877.

No es nuestro objetivo, en esta ocasión, ocuparnos de este centro, del que las obras de Concepción Saiz Otero (Un episodio que no escribió Galdos. La Revolución del 68 y la cultura femenina, Libr. Victoriano Suárez, Madrid, 1929) y el artículo de Colmenar dan cumplida información y ponen de relieve la escasa cultura que en ellas se recibía. No obstante, queremos destacar que todavía en 1880 no se estudiaban en ella ni Ciencias naturales, ni Física, ni Geometría, ni nociones de Comercio e Industria. Los exámenes de reválida se realizaban ante un tribunal de hombres indulgentes, siendo el único tribunal femenino el que juzgaba las labores, tarea que se consideraba con más severidad. Turín señala cómo esta escuela se encontraba moribunda hacia 1869 cuando se instala allí la escuela de Institutrices.

Importancia especial merece el Decreto de 17 de Marzo de 1882, que confía casi exclusivamente a las mujeres la enseñanza de párvulos, cuestión defendida años atrás por Pablo Montesino; y el Decreto de 13 de Agosto de ese mismo año que se ocupará de reformar el curriculum asemejándolo más, en su carácter enciclopédico, al de la Escuela de Institutrices. La innovación, si cabe, más destacable es la incorporación del ejercicio físico.

La enfermería, también profesión considerada femenina, no fue objeto durante mucho tiempo de estudios específicos, ya que se consideraba una ampliación del servicio doméstico. Hacia finales de siglo, el Instituto Rubio, hospital docente de caridad fundado en 1880, creará una escuela de enfermeras.

Si pocas, como hemos visto, eran las profesiones, menos eran las chicas —como dice Pardo Bazán - dispuestas a ingresar en ellas. El ambiente social había elevado la vida doméstica a una especialidad tan compleja que exigía la total dedicación femenina. Al tiempo que se había glorificado el hogar, el medio exterior se presentaba con nuevos peligros. El trabajo de la mujer de clase baja se aceptaba como parte del orden natural: lamentable pero inevitable y la clase alta ociosa servía de modelo. La hostilidad que despertaba y el desprestigio social que le acompañaba frenó, pues, a toda mujer que su necesidad económica no fuera superior a todo.

Como más adelante veremos, sólo sectores muy limitados plantearán en este siglo el derecho de la mujer al trabajo, despertando muchas hostilidades de las que venía despertando el derecho a su educación. Hacia finales de siglo, la permisividad será mayor en aquellas profesiones que se consideraban como una «prolongación natural de su carácter», con escaso prestigio económico y social. Pero el derecho de la mujer de clase media a ingresar en las profesiones liberales suponía una mayor amenaza al «status quo» y la polémica desencadenada pervivirá hasta hace escasos años. Tal era la evidencia de que la mujer española no pretendería acceder a estudios superiores que la legislación nunca había contemplado esta situación. Habrá que esperar a 1888 cuando ya 10 mujeres habían cursado estudios universitarios y no será hasta 1910 cuando se dicte una orden que permita a las mujeres matricularse libremente en la enseñanza universitaria oficial sin previa consulta a la autoridad.

(...)

La mayor parte de las iniciativas para reformar la educación tradicional de la mujer no se produce, como ya señalamos, hasta después de la Revolución del 1868, en que la labor de los krausistas conseguirá interesar a la opinión pública sobre el tema. A la iniciativa de Fernando de Castro, seguido por Manuel Ruiz de Quevedo, se deben los primeros intentos. El primero de ellos con las Conferencias Dominicales para la educación de la Mujer, en 1869, tenía como propósito convencer de que la mujer, para cumplir su destino en la vida, necesitaba mayor instrucción. El objetivo de estas conferencias se ha querido ver posteriormente como un intento de alejar a la mujer de la tutela eclesiástica, más que a facilitar directamente su emancipación, ya que las argumentaciones de Fernando de Castro sobre la función social femenina conservan básicamente todos los elementos del puritanismo que caracterizarán a su grupo.

Los krausistas, frente al ideal de la perfecta casada de Fray Luis de León, que seguirá siendo el modelo del catolicismo más tradicional, aspiran a una mujer complemento armónico del hombre, aparentemente más igualitaria y que, no necesariamente, está destinada al matrimonio. De ésta forma, sin cuestionarse las finalidades tradicionales de esposa y madre, se introducen nuevos elementos que, en su desarrollo, dinamizarán una posterior emancipación. No obstante, esta perspectiva regeneracionista, «lampedusiana», se limitará, inicialmente, a una adecuación del cliché clásico femenino a los nuevos tiempos: una mujer más instruida que sirva mejor al hombre y a sus hijos.

(...)

Tras las primeras 15 conferencias, adoptaron el nombre de Sociedad de Conferencias y lecturas, cuyas sesiones literarias llegaron a convertirse en una forma de distracción del mundo elegante, por lo que sus promotores las reconvirtieron en forma de cursos de los que se examinaron, finalmente, seis muchachas dando lugar a la Escuela de Institutrices en 1870. Paralelamente, por las mismas fechas, se crea el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, presidido por Faustina Sáez de Melgar, que sólo de forma vaga y superficial cumplió su objetivo: llenar el vacío cultural femenino.

A ésta siguieron otras iniciativas: La Asociación para la Enseñanza de la Mujer (1870-71), la Escuela de Comercio para Señoras (1878-79), la revista La Instrucción de la Mujer (1882), que anunciaba también la intención de crear una sociedad de socorros mutuos y que serviría de estímulo a otras provincias, la Escuela de Correos y Telégrafos (1883), la Escuela primaria y de párvulos (1884), el Curso de Bibliotecarias y Archiveras (1894) y la Segunda enseñanza (1894). Se plantearon también otras escuelas que no llegaron a tener existencias separadas de la Asociación, como la Escuela de Idiomas, la de Cajistas de Imprenta y la de Dibujo y Música.

La Escuela de Institutrices, supervisada por Dña. Ramona Aparicio, ofreció, durante mucho tiempo, la educación más amplia a que podía aspirar la mujer, pero su no confesionalidad levantó muchas reticencias y es de señalar que muchas alumnas se matricularían en ella sin pretender obtener título o sólo en cursos de «adorno». La superioridad de este Centro sobre la Escuela Normal, en la que se alojó durante algún tiempo, será descrita por diversos autores.

COEDUCACIÓN DE AMBOS SEXOS

La manifestación más importante de la enseñanza racional, dado el atraso intelectual del país, lo que por lo pronto podía chocar más contra las preocupaciones y las costumbres, era la coeducación de niñas y niños.

No es que fuera absolutamente nueva en España, porque, como imperio de la necesidad y por decirlo así en estado primitivo, hay aldeas, apartadas de los centros y de las vías de comunicación situadas en valles y montañas, donde un vecino bondadoso, o el cura, o el sacristán del pueblo acogen niños y niñas para enseñarles el catolicismo y a veces el silabario; es más: se da el caso de hallarse autorizada legalmente, o si no tolerada, por el Estado mismo, en pueblos pequeños cuyos ayuntamientos carecen de recursos para pagar un maestro y una maestra; y entonces una maestra, nunca un maestro, enseña a niños y niñas, como yo mismo he tenido ocasión de verlo en un pequeño pueblecillo no lejos de Barcelona; pero en villas y ciudades era desconocida la escuela mixta, y si acaso por la literatura se tenía noticia de que en otros países se predicaba, nadie pensaba en adaptarla a España, donde el propósito de introducir esa importantísima innovación hubiera parecido descabellada utopía.

Conociéndolo, me guardé bien de propagar públicamente mi propósito; reservándome hacerlo privada e individualmente. A toda persona que solicitaba la inscripción de un alumno le pedía alumnas si tenía niñas en su familia, siendo necesario exponer a cada uno las razones que abonan la coeducación, y aunque el trabajo era pesado, resultó fructífero. Anunciado públicamente hubiera suscitado mil preocupaciones, se hubiera discutido en la prensa, los convencionalismos y el temor al qué dirán, terrible obstáculo que esteriliza infinitas buenas disposiciones, hubieran predominado sobre la razón y, si no destruido por completo, el propósito hubiera sido de realización dificilísima: procediendo como lo hice pude lograr la presentación de niños y niñas en número suficiente en el acto de la inauguración, que siempre fué en progresión constante, como lo demuestran las cifras consignadas en el Boletín de la Escuela Moderna que expondré después.

La coeducación tenía para mi una importancia capitalísima, era, no sólo una circunstancia indispensable para la realización del ideal que considero como resultado de la enseñanza racionalista, sino como el ideal mismo, iniciando su vida en la Escuela Moderna, desarrollándose progresivamente sin exclusión alguna e inspirando la seguridad de llegar al término prefijado.

La naturaleza, la filosofía y la historia enseñan, contra todas las preocupaciones y todos los atavismos, que la mujer y el hombre completan el ser humano, y el desconocimiento de verdad tan esencial y trascendental ha sido y es causa de males gravísimos.

3.2. El chivo expiatorio del capitalismo: la miseria.

Isidro Nonell Monturiol, Abatimiento.

Clímax de la novela Misericordia.

-En ninguna parte estará usted mejor que en la Misericordia, y si quiere, yo misma le hablaré a D. Romualdo, si a usted le da vergüenza. Doña Paca y yo la recomendaremos... Porque mi señora madre política ha puesto en mí toda su confianza, y me ha dado su dinero para que se lo guarde... y le gobierne la casa, y le suministre cuanto pueda necesitar. Mucho tiene que agradecer a Dios por haber caído en estas manos...

-Buenas manos son, señora Juliana.

-Vaya por casa, y le diré lo que tiene que hacer.

-Puede que yo lo sepa sin necesidad de que usted me lo diga.

-Eso usted verá... Si no quiere ir por casa...

-Iré.

-Pues, señá Benina, hasta mañana.

-Señora Juliana, servidora de usted».

Bajó de prisa los gastados escalones, ansiosa de verse pronto en la calle. Cuando llegó junto al ciego, que en lugar próximo le esperaba, la pena inmensa que oprimía el corazón de la pobre anciana reventó en un llorar ardiente, angustioso, y golpeándose la frente con el puño cerrado, exclamó: «¡Ingrata, ingrata, ingrata!

-No yorar ti, amri -le dijo el ciego cariñoso, con habla sollozante-. Señora tuya mala ser, tú ángela.

-¡Qué ingratitud, Señor!... ¡Oh mundo... oh miseria!... Afrenta de Dios es hacer bien...

-Dir nosotros luejos... dirnos, amri... Dispreciar ti mondo malo.

-Dios ve los corazones de todos; el mío también lo ve... "Véalo, Señor de los cielos y la tierra, véalo pronto".


Personaje protagonista: Benina.

Autor: Benito Pérez Galdós, Misericordia (1897).



Adela Ginés Ortiz, Casa de vecindad (1901).

Más información sobre la obra:

"Galdós describe como pocos aquel ambiente miserable y hace crecer entre la basura una flor de piedad y compasión llamada «señá Benina», protagonista de la historia.

Es la sirvienta de la que antaño fue una relativamente importante señorona de Madrid, doña Paca, que al morir su marido cayó en desgracia dilapidando su fortuna.

Todos los personajes de bajo estrato social que aparecen a lo largo de la novela, con los que Benina debe relacionarse debido a su pobreza, son egoístas y mezquinos en algún momento. Tan sólo ella se mantiene firme en su ternura hacia los que tienen incluso menos que ella.

Frente a tanta miseria, Benina se imagina un universo paralelo para engañar piadosamente a su señora y evitar que conozca su situación económica real. Galdós juega magistralmente con la realidad y la fantasía de la imaginación de Benina, insinuando cierta locura en sus personajes cuando incluso se plantean conjurar unos oscuros poderes mágicos para conseguir riquezas sin parangón.

La forma en que Galdós mezcla realidad con fantasía, y sus inigualables descripciones de ese ambiente hostil y miserable, son el cuerpo y razón de la novela. Fabuloso desde la primera a la última página".

Hay que fijarse en el hecho irónico de que Benina se convirtiera en benefactora de su propia ama y que mendigara para darle de comer durante el tiempo en que la "señora" se queda sin recursos.

"En Misericordia me propuse descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal... Para esto hube de emplear largos meses en observaciones y estudios directos del natural, visitando las guaridas de gente mísera o maleante que se alberga en los populosos barrios del sur de Madrid. Acompañado de policías escudriñé las "casas de dormir" de las calles de Mediodía Grande y del Bastero, y para penetrar en las repugnantes viviendas donde celebran sus ritos nauseabundos los más rebajados prosélitos de Baco y Venus, tuve que disfrazarme de médico de la Higiene municipal. No me bastaba esto para observar los espectáculos más tristes de la degradación humana, y solicitando la amistad de algunos administradores de las casas que aquí llamamos "de corredor", donde hacinadas viven las familias del proletariado ínfimo, pude ver de cerca la pobreza honrada y los más desolados episodios del dolor y la abnegación en las capitales populosas...".

Galdós en una tertulia literaria (salón del doctor Tolosa Latour), 1897.

Sobre Concepción Arenal, defensora de las mujeres desahuciadas en las calles y las cárceles de Madrid.

La pionera Concepción Arenal fue la primera mujer que conquistó el derecho a estudios universitarios. Se licenció en Derecho por la Universidad de Madrid y ejerció la profesión de funcionaria de prisiones, al adoptar la misión de promover a las mujeres más vulnerables y ayudarlas a salir de los infiernos de la miseria, a la vez que ejercía el voluntariado social a través de las "Conferencias de San Vicente de Paul". Doña Emilia (Pardo Bazán) pone de relieve que no se conformara con realizar y estimular obras de beneficencia, como otras mujeres y personajes femeninos de Galdós (p. ej. "Jacinta" en la novela Fortunata y Jacinta), sino que defendiera los derechos de las mujeres bajo el dominio patriarcal.

Sobre Clorinda Matto de Turner, peruana, quien inaugura el indigenismo literario: la liberación de los indígenas americanos desde el punto de vista de la burguesía criolla.

Fragmento de la novela de Clorinda Matto de Turner (1889): Aves sin nido, 1ª parte, cap. XXIII.

(...)

Los esposos Marín no omitían gestos ni asistencia esmerada para alcanzar la salvación de la enferma, pero, desgraciadamente, ésta empeoraba por grados, acortándose los momentos de su vida.

Lucía encontrábase en aquella hora junto a don Fernando, con quien platicaba en dulce intimidad, y le dijo:

-¿Qué misterios son éstos, Fernando? ¡Marcela llegó a nuestro hogar tranquilo y dichoso en busca de un amparo que halló en nombre de la caridad; nosotros nos gozamos en el bien, y de estas acciones buenas, elevadas y santas, ha resultado el infortunio de todos!

-Acuérdate, hija, que la faena de la vida es de lucha, y que la sepultura del bien la cava la ignorancia. ¡El triunfo consiste en no dejarse enterrar!...

Margarita apareció en la puerta como un meteoro, gritando:

-Madrina, madrina, mi madre te llama.

-Allá voy -contestó Lucía.

Y dirigiéndose a su marido con una palmadita en el hombro:

-Adiós, hijito -dijo-; y echose a andar hacia la habitación de Marcela.

Esta se encontraba medio sentada, apoyada en varios almohadones de cotí rosado. Al ver a Lucía se le llenaron los ojos de lágrimas, y con voz desfalleciente y entrecortada, exclamó:

-¡Niñay... voy a... morirme...! ¡Ay...! ¡Mis hijas...! ¡Palomas sin nido... sin árbol... y sin... madre...! ¡Ay!

-¡Pobre Marcela, estás muy débil, no te agites! No quiero ahora repetirte discursos para probarte los misterios de Dios, pero tú eres buena, tú... eres cristiana -dijo Lucía arreglando las cobijas de la cama un tanto rodadas.

-¡Sí... niñay...!

-¡Si te ha llegado tu hora, Marcela, parte tranquila! ¡Tus hijas no son las aves sin nido; ésta es su casa; yo seré su madre...!

(...)

Protagonistas femeninas: Lucía, esposa de un ingeniero liberal; Marcela, mujer indígena que soporta la opresión patriarcal de las autoridades y acaba muriendo de un disparo; Margarita, hija de Marcela, ahijada de Lucía.

Autora: Clorinda Matto de Turner, Aves sin nido (1889).


Más información sobre la novela, la autora y el contexto de la sociedad peruana.

(...) La emancipación peruana, lejos de haberse completado en 1825, hizo pervivir las instituciones, los prejuicios y las injusticias de la Colonia, tanto con los indígenas como con las mujeres. Y no es hasta las últimas décadas del siglo XIX cuando escritoras como Clorinda Matto o Mercedes Cabello de Carbonera ponen en la escena pública, desde el ámbito literario, una dura crítica a esas desigualdades y a la degradación moral del país. A través de esa crítica, estas intelectuales estaban originando una incipiente independencia cultural que hasta el momento no se había acometido y que resultaba imprescindible en un proceso histórico que, a fines del siglo xix, permanecía fiel a las estructuras coloniales, tan solo enmascaradas por un cambio de protagonistas, españoles por criollos. Las reivindicaciones sociales de igualdad racial y entre hombres y mujeres eran por fin visualizadas como los dos retos principales de la sociedad. Y fueron las mujeres quienes en Perú enfocaron por primera vez esas lacras y las lanzaron a la sociedad, lo que les produjo no pocos ataques e injurias.

  • Flora Tristán (1839): "A los peruanos", Peregrinaciones de una paria.

He dicho, después de haberlo comprobado, que en el Perú la clase alta está profundamente corrompida y que su egoísmo la lleva, para satisfacer su afán de lucro, su amor al poder y sus otras pasiones, a las tentativas más antisociales. He dicho también que el embrutecimiento del pueblo es extremo en todas las razas que lo componen. Esas dos situaciones se han enfrentado siempre una a otra en todos los países. El embrutecimiento de un pueblo hace nacer la inmoralidad en las clases altas y esta inmoralidad se propaga y llega, con toda la potencia adquirida durante su carrera, a los últimos peldaños de la jerarquía social. Cuando la totalidad de los individuos sepa leer y escribir, cuando los periódicos penetren hasta la choza del indio, entonces, encontrando en el pueblo jueces, cuya censura habréis de temer y cuyos sufragios debéis buscar, adquiriréis las virtudes que os faltan. Entonces el clero, para conservar su influencia sobre ese pueblo, reconocerá que los medios que emplea en la actualidad no pueden ya servirle. Las procesiones burlescas y todos los oropeles del paganismo serán re- emplazados por prédicas instructivas, porque después de que la imprenta haya despertado la razón de las masas, será a esta nueva facultad a que habrá que dirigirse, si se quiere ser escuchado. Instruid, pues, al pueblo; es por allí por donde debéis empezar para entrar a la vía de la prosperidad. Estableced escuelas hasta en las aldeas más humildes: esto es lo urgente en la actualidad.

Comencemos recordando el lugar que Clorinda Matto ocupa en la actualidad, como fundadora de la novela indigenista en el Perú, y como una de las primeras voces literarias que, desde el género novelístico, formuló una rotunda denuncia de los abusos cometidos con la población indígena en la sierra peruana y, en consecuencia, una decidida defensa de los derechos más elementales de la población indígena peruana —y en especial de los derechos de la mujer—. Efectivamente, en las últimas décadas su obra ha sido motivo de preocupación de un buen número de investigadores, pero esto no siempre fue así; de hecho durante buena parte del siglo xx Clorinda Matto (que sufrió persecución por la iglesia peruana, saqueo y destrucción de su hogar y su imprenta, y exilio final a Buenos Aires) fue silenciada, criticada y excluida de los anales de la literatura peruana. Sin embargo –como ha remarcado Rocío Ferreira– a este período de crítica y exclusión siguió otro de restitución de su relevancia en la historia literaria del Perú.

Sin duda, esa importancia viene dada fundamentalmente por su obra principal, Aves sin nido, de 1889. La novela puede definirse como un alegato étnico-social en el que planteó un programa para la regeneración del indio peruano basado fundamentalmente en los valores de la educación y de la cultura. Con esta obra Matto se adelantaba al gran defensor del indigenismo, José Carlos Mariátegui, puesto que se anticipó a la idea de este último según la cual «la solución del problema del indio tiene que ser una solución social» –coincidiendo por otra parte con los planteamientos de Manuel González Prada–, y fue la primera que formuló, desde el espacio de la novela, los grandes problemas que unas décadas después estarían en el centro del pensamiento de Mariátegui: el abuso del poder de las elites no indígenas, la discriminación racial, la depresión educacional, la marginación socioeconómica de los indígenas, las humillaciones y vejaciones cometidas en la sierra con las mujeres por parte de las elites gubernamentales y eclesiásticas; en sus palabras:

"la carencia de escuelas, la falta de buena fe en los párrocos y la depravación manifiesta de los pocos que comercian con la ignorancia y la consiguiente sumisión de las masas alejan, cada día más, a aquellos pueblos de la verdadera civilización, que, cimentada, agregaría al país secciones importantes con elementos tendentes a su mayor engrandecimiento".

Julia Alcayde Montoya, El puesto de mi calle (1899); Museo Casa Natal de Jovellanos.

3.3. La lideresa empoderada y escarnecida: décadas antes del sufragio femenino.

Una cigarrera en los patios de la Fábrica de Tabacos de Sevilla. Foto de J. Laurent (1865). Wikimedia.
Reproducción del cuadro de Las Cigarreras de Gonzalo Bilbao en un banco de la Plaza de España de Sevilla. Se aprecia a las trabajadoras en las grandes naves de la fábrica. Wikimedia.

Emilia Pardo Bazán. Clímax de la novela La Tribuna en el cap. 35.

Amparo prefiere cargar con su responsabilidad y su independencia, a pesar de las mentiras del personaje donjuanesco, el burgués Sobrado. Al final, rompe el "anónimo" que iba a entregarle a la prometida oficial de su amante. Prevalece la empatía y la sororidad con la otra mujer:

"Al bajar la escalera, estrecha y oscura como boca de lobo, zumbábanle a Amparo los oídos y apretaba convulsivamente la carta, llevándola oculta bajo el mantón. La oprimía como oprimiría un puñal, con vengativo empeño y no sin cierto interior escalofrío. Se representaba a la orgullosa señorita de García rompiendo el sobre, leyendo, palideciendo, llorando... -¡Que pena! -decíase a sí propia la oradora-. ¡Que sufra como yo!... ¿Y qué tiene que ver? Si ella pierde un pretendiente, yo he perdido la conducta y cuanto perder cabe... -Después pensaba en Baltasar... y en los Sobrados todos...-. ¡Ah!, ¡buen chasco esperaba a la avarienta de la madre, que contaba con establecer brillantemente a su hijo! No la habían querido a ella... pues ahora iban a verse desairados a su turno... ¡Ya probarían lo bien que sabe!

Se le presentaban estas ideas a medida que adelantaba por la calle de la Sastrería, calle torcida, mal empedrada, en cuyos adoquines tropezaba de vez en cuando, mientras la luz vaga de los faroles del alumbrado público, proyectándose un momento, arrojaba a las paredes blanqueadas de las casas su silueta furtiva, de líneas desfiguradas, fantasmagóricas, prolongadas por la funda del pañuelo. En la oscura noche invernal, caminando con paso atentado para salvar los charcos que dejó la lluvia de la tarde, parecíale a Amparo ir a cometer un delito, y, herida, sintiendo el dolor de su agravio, este pensamiento la embriagaba. Maquinalmente, al llegar a la entrada de la calle estrecha de San Efrén bajó una mano para recoger el vestido que se iba manchando de barro, y al hacerlo aflojáronse sus dedos y dejó de apretar la carta, cuyo satinado papel le acariciaba las falanges... Al cruzar la travesía del Puerto, su cabeza pareció despejarse, y vio el escaparate de la tercena y el buzón, con las fauces abiertas, como voceando «aquí estoy yo». Amparo soltó el vestido y sacó de debajo del mantón la mano derecha y la misiva... Detúvose antes de alzar el brazo.

-¡Un anónimo! -pensaba.

Su indómita generosidad popular se despertó. La pequeñez de la villana acción se le hacía muy patente al ir a perpetrarla.

-Debí decirle a Ana que la echase ella... Yo no tengo cara a esto -murmuró entre sí-. Y si no la echo me llamará boba... Pues mejor. ¡Esto es indecente! -balbució adelantando la carta hasta tocar con el buzón-. No, repelo -exclamó casi en voz alta bajando la mano-. Esto es una cochinada... ¡Más vale ahogarlos donde los encuentre!

Dio precipitadamente la vuelta y se metió por un callejón que lindaba con la travesía del Puerto, desembocando en el muelle. Ofreciose de pronto a sus ojos el agua negra de la bahía, que no alumbraban la luna ni las estrellas, y donde los barcos inmóviles parecían más negros aún. Arrimose al parapeto. Una brisa salitrosa, picante, le envolvió la faz. Despejósele completamente el cerebro, y con viveza suma hizo pedazos la epístola anónima. Los blancos fragmentos revolotearon un instante, como voladoras falenas, y cayeron sordamente en el agua, que chapoteaba contra el muro del embarcadero.


Protagonista: Amparo, "la Tribuna", cigarrera de la Fábrica de Tabacos en una ciudad imaginaria del Norte de España, Marineda.

Autora: Emilia Pardo Bazán, La Tribuna (1883).

Crítica sobre la novela La Tribuna.


"La Tribuna es probablemente la primera novela de protagonismo y problemática obrera de nuestra literatura. Amparo, «la Tribuna», no sólo es una defensora del régimen republicano, en su versión federalista, con un fervor político que, en su ingenua sinceridad, hacen de este personaje uno de los más atractivos de la novelística española del XIX; la cigarrera es, fundamentalmente, un líder obrero [una lideresa obrera], cuya labor abarca desde la concienciación y adoctrinamiento de sus compañeras de trabajo, a través de las ardorosas lecturas hechas en voz alta de la prensa republicana, hasta la incitación a la lucha obrera cuando sus derechos laborales no son respetados por los patronos; llegándose a la curiosa paradoja de que una aristócrata, aunque moderadamente liberal, como era la Condesa de Pardo Bazán, nos haya dejado una de las más vibrantes descripciones de una huelga obrera (y una huelga de las que la moderna terminología sindicalista no dudaría en calificar de «salvaje») que hay en nuestra literatura".


  • Magrat sintetiza la perspectiva feminista de la obra:

"Este libro aunque entremezcla amores y desdichas de una joven protagonista como tantos otros, destaca por focalizar todo el protagonismo en la vida política del momento y en la crítica mordaz a esa sociedad tan machista, hipócrita y cruel con la clase obrera. Me ha parecido una novela muy feminista, con una protagonista, Amparo, que me conquistó desde la primera página, y sobre todo con una ambientación interesantísima… la de esas fábricas de mujeres trabajadoras que ganaban un mísero salario por trabajar a destajo, cargadas con hijos y en ocasiones maridos violentos o borrachos. Sí, aquí ya se hablaba de violencia machista".


"En La Tribuna, lo que llama la atención en primer lugar es el tipo de discurso que utiliza la protagonista, un discurso de tipo público (sobre todo a partir del capítulo 10), reservado en la novelística contemporánea al personaje masculino. Aparece un discurso que sale de la esfera de lo privado y adquiere registros de un discurso político cuya presencia en el texto es gradual. En un primer momento surge de las manifestaciones de Amparo, aún niña, exponiéndose como lectora de periódicos del barbero, se amplía con su actuación como lectora de temas políticos en la fábrica y culmina con su conversión en la "tribuna del pueblo". Este último caso se da primero como resumen del narrador sobre la pieza oratoria en el Círculo Rojo y luego, en estilo directo, una arenga incitando a sus compañeras a la huelga. En otras palabras, el lenguaje de Amparo rompe con la tradición y sale del universo lingüístico tradicionalmente atribuido a la mujer [...]

"Además de ese discurso público, debemos detenernos en ciertas acciones poco corrientes en la narrativa del momento: Pardo Bazán hace trabajar a su personaje. Amparo es proletaria, está inserta en esa clase y pertenece a un partido de izquierdas, como mujer transita "el camino de profesiones cuyo honrado ejercicio podría salvarla de la miseria". No sólo se salva de la miseria sino que cría a su hijo sin ninguna ayuda y con el solo producto de su trabajo [...].

"Volviendo a nuestro personaje, observamos que presenta las siguientes características: a) está situada en un mundo incipientemente capitalista en el que percibe salarios inadecuados; b) no obstante, no complementa sus ingresos con la prostitución (salida que "refuerza" los ingresos de las heroínas balzacianas, zolianas y galdosianas); c) Sobrado no le ofrece regalos pero, aunque lo hubiera hecho, ella no los hubiera aceptado [...] La igualdad sexual se equipara y confunde con la igualdad social. Amparo insiste en que no se está en tiempo de que los hombres sean desiguales (cap. 33), le repite a Sobrado que están en un pie de igualdad (id.), su honor es como el de cualquiera (id.) y, sobre todo, la instrucción iguala a las clases (cap. 28)".

Emilia Pardo Bazán, Memorias de un solterón (1896), novela publicada por entregas en la revista La España Moderna.

-Feíta -exclamé volviendo a apoderarme de su mano, como si no pudiese resistir al deseo de apropiarme algo de aquella mujer indómita-: Feíta, no sabe V. lo que se dice. Con todo el talentazo que Dios la ha dado a V. -sí, señora; con todo ese talento macho- la yerra V. de medio a medio; porque para acertar en esta cuestión, niña de mi alma, no basta el talento; se necesita también ese conocimiento de la vida real que V. no posee, y que aspira a conseguir. V. lo conseguirá; pero, pobre criatura; ¡a costa de cuántas penas, de cuántos sufrimientos, de cuántos desengaños, de cuántas privaciones y humillaciones! La sociedad, al presente, es completamente refractaria a las ideas que inspiran los actos de V. La mujer que pretenda emanciparse, como V. lo pretende, sólo encontrará en su camino piedras y abrojos que la ensangrienten los pies y la desgarren la ropa y el corazón. Yo, Feíta, no había reflexionado jamás sobre estas cosas hasta que V. empezó a conquistarme. Sin duda estaba predispuesto, porque aquel huir de la mujer general, de la mujer, según la han hecho nuestras costumbres y nuestras leyes, y esta atracción que V. ejerce sobre mí, indican que soy un prosélito... involuntario... porque al principio... lo confieso, Feíta... pequé, señor, pequé... me parecía... que era preciso encerrarla a V. en una casa de locos! En fin... he reflexionado... o he sentido... ¡qué sé yo! a veces tanto da lo uno como lo otro... y aquí me tiene V., Feíta, diciendo que la sobra a V. la razón... pero que la falta la oportunidad, el sentido práctico, el saber de qué lado sopla el aire... Todas las novedades que la bullen a V. en esa cabecita revolucionaria... serán muy buenas en otros países de Europa o del Nuevo Mundo; lo serán tal vez aquí en mil novecientos ochenta; lo que es ahora... ¡desdichada de V. si se obstina en ir contra la corriente!

Personaje femenino: Feíta Neira, joven feminista, incomprensible para sus contemporáneos excepto para Mauro Pareja (narrador autobiográfico, el "solterón").

Autora: Emilia Pardo Bazán, Memorias de un solterón (1896). La novela puede leerse como una continuación de La Tribuna, dos décadas después, cuando el hijo de Amparo, la cigarrera, todavía no reconocido por su padre burgués, Baltasar Sobrado, reaparece y se cruza en la historia de la familia Neira.

Crítica sobre la novela Memorias de un solterón.

Cuando se piensa en Emilia Pardo Bazán siempre se piensa en las trágicas Los pazos de Ulloa y su continuación La madre naturaleza (esa además de trágica es bastante impactante por como avanza su trama), pero Pardo Bazán también firma otras novelas que a primera vista pueden parecer más ligeras (aunque al final si se analizan no lo son) y que son mucho más divertidas como lectura. Es lo que sucede con el ciclo Adán y Eva, que escribió en los años 90 del siglo XIX (cuando ya era una escritora famosa) y en el que aborda la ‘cuestión femenina’. Ya sabéis que Emilia Pardo Bazán era una decidida feminista. El ciclo se compone de Doña Milagros y de la muy divertida Memorias de un solterón, una obra sobre la que – si la Pardo Bazán hubiese sido una escritora anglosajona – alguien ya habría hecho la adaptación al cine.

Memorias de un solterón es la continuación y culminación de Doña Milagros, aunque se puede leer de forma completamente independiente sin que suponga ningún problema a la hora de seguir la evolución de la trama. Los personajes son la familia que protagonizaba la primera obra del ciclo, don Benicio Neira y sus hijas. Neira es un hidalgo arruinado, que se empeña en vivir con las mismas normas de la clase alta (hijas que no trabajan, búsqueda de un buen marido…) aunque la fortuna familiar los ha empujado ya hacia la clase media. Para colmo de sus desdichas, su matrimonio fue muy fértil y Neira tiene muchas hijas casaderas (y un único hijo y heredero) con las que no sabe muy bien que hacer. Una de esas hijas es Fe, a la que sus hermanas llaman con muy mala intención Feíta. Feíta Neira es considerada por toda Marineda la más extravagante de las hijas del hidalgo, porque ha leído todo cuanto ha podido y está decidida a ganarse la vida dando lecciones. La historia es contada por Mauro Pareja, el solterón a cuyas memorias se refiere el título, que se decide a visitar la casa de los Neira decidido a que le sirva de medicina para curarse de cualquier inclinación posible al matrimonio aunque sus visitas no salen como él esperaba.

  • Carmen Forján (2010): Reseña de la novela en el blog Carmen y amig@s.

Memorias de un solterón- publicada en la revista La España Moderna entre los meses de enero y mayo de 1896 con escasa repercusión, todo sea dicho- pertenece a su una etapa de madurez, en la que abandonó en cierto modo los postulados naturalistas para centrarse en la situación social, cultural y económica de la mujer y la institución del matrimonio. Y es que doña Emilia, a pesar de ser miembro de la alta sociedad, conservadora y ferviente católica era una defensora de los ideales feministas, como veremos en el análisis de Memorias de un solterón.

"A mí me han puesto de mote 'el Abad'. En esta Marineda tienen buena sombra para motes. (...)"

Así da comienzo la novela, con don Mauro Paredes, el solterón del título, iniciando el alegato sobre su condición y persona.

Don Mauro, caballero que frisa los treinta y cinco años, de posición acomodada, dado a la buena vida, de buen porte y galante, con numerosas conquistas a sus espaldas, se manifiesta, con varios argumentos de mayor o menor peso, un solterón de vocación. El matrimonio no parece entrar en sus planes a corto, medio o largo plazo. Claro que, como reza el dicho, el hombre propone y Dios dispone...

Cuenta don Mauro entre sus amigos con don Benicio Neira, un buen hombre venido a menos, viudo él, con tres hijas a su cargo que, debido a la precaria situación económica, urge casar, y casar bien a ser posible. Rosa y Argos no parecen preocupar a su padre en ese sentido pero Feíta ("diminutivo algo injurioso de Fe")... ¡Ay, Feíta!

"¿Cómo te haría yo comprender bien, oh sesudo y morigerado lector, lo que es la tal Feíta, en lo físico, en lo moral, en lo intelectual? (...) Yo, que perezco por las mujeres ataviadas, peripuestas y pulcras, no me puedo acostumbrar a la manera de vestir de esta chicuela indómita. (...) Su pelo vive en perpetua insurrección (...) Los dedos de Feíta son un mapa mundi de manchas de tinta, de desolladuras y arañazos, porque el día en que a la moza le da la ventolera por revolver y arreglar la casa, la vuelve patas arriba, desclava y sacude todo, alfombra ella misma, y se empingorota en una escalera de treinta peldaños para lavar los vidrios. Sin embargo, los arrechuchos de laboriosidad doméstica no son en Feíta muy frecuentes. Por lo general paga tributo a otra manía insólita y funesta en la mujer: y es su malhadada afición a leer toda clase de libros, a aprender cosas raras, a estudiar a troche y moche, convirtiéndose en marisabidilla, lo más odioso y antipático del mundo."

Será Feíta "la extravagante", "la estrambótica" cuya cabeza parece "el caos e islas adyacentes" la que se erija como el personaje central en la manifestación de los postulados reivindicativos en cuanto sobre los derechos de la mujer a la educación, sobre la necesidad de la independencia económica como baluarte de una verdadera libertad y, al mismo tiempo y como consecuencia, la no necesidad de adscripción automática de la mujer a roles domésticos, dependientes y subordinados a los deseos de otros.

"Desde que soy libre, he comprendido muchas, muchísimas cosas que antes no podía alcanzar. No crea usted: esto de la libertad tiene de bueno que ensancha el meollo y le abre a uno no sé qué registritos allá en el entendimiento, que se ven sin esfuerzo las verdades."

Las diatribas de Feíta, sus divertidos diálogos con Mauro, los avatares amorosos de sus dos hermanas irán dando forma a una historia de lectura deliciosa.

Es imposible no admirarse ante el dominio que demuestra Emilia Pardo Bazán de la lengua castellana, con un vocabulario rico, preciso, agudo e ingenioso, además de ante su manejo del sentido del humor y la ironía. Y es que toda la historia está contado con humor inteligente, con gracia y con chispa, y también con una ternura que hace difícil no acabar cogiendo cariño a los personajes.

Don Benicio Neira veía bien la relación amorosa de su bella hija María Rosa con Baltasar Sobrado, que era un rico solterón, vecino del edificio donde él vivía con sus hijas y propietario de varias empresas, edificios y tierras. Baltasar Sobrado vivía aquí solo en compañía de un perrito canelo y de unas domésticas bravías y cerriles. Don Benicio Neira veía en él a su posible yerno como la solución a sus problemas económicos y familiares.

Baltasar Sobrado era un aficionado a las faldas, un mujeriego que siendo oficial de infantería sedujo con la promesa de matrimonio a una real moza, llamada Amparo, conocida por la cigarrera de la Fábrica de Tabacos de la ciudad de Marineda, y que Emilia Pardo Bazán inmortaliza en su novela, La Tribuna. Le hizo un hijo al que educa en la miseria. Le da el oficio de tipógrafo, y es llamado el compañero Ramón Sobrado, socialista y enlace en Marineda del famoso político Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista Obrero Español y de la UGT.

Enterado el compañero Ramón Sobrado de la relación amorosa de su padre con María Rosa, le escribe una carta a don Benicio Neira, donde le dice: "Vive usted muy engañado si figura que don Baltasar se casará con su hija de usted, porque don Baltasar tiene otras obligaciones que cumplir, y si no las cumple por las buenas, las cumplirá por las malas, y antes de un mes las habrá cumplido".

Mauro Pareja, amigo de don Benicio Neira, conocía por sus conversaciones con él los problemas y las situaciones por las que pasaban él y sus hijas. El último día, don Benicio Neira le había informado sobre la citada carta. Mauro Pareja preocupado pasa la noche soñando con la serpiente del Paraíso que causó a Adán y Eva y a sus descendientes la concupiscencia, el dolor y la muerte. Sobresaltado y angustiado se despierta, se levanta de la cama, se asea, se viste, lee los periódicos y oye la voz de Feíta que dialogaba con doña Consola, quien le comunica que Feíta deseaba verle.

Sorprendido por su vista, le pregunta a Feíta: "¿Qué sucede?". Ella le contesta: "He decido salir y andar sola y no depender de nadie. Mi amigo, el doctor Moragas, me ha buscado entre su clientela dos lecciones a cinco duritos, y con diez duros al mes no le constarán un céntimo mis libros y mis botas a mi padre". Doña Consola, que presenciaba esta conversión, le ofrece su persona y la librería que había heredado de la duquesa, alegrándose de ver a una distinguida señorita de Marineda tan instruida y tan amiga de libros.

Más información sobre Emilia Pardo Bazán y el feminismo a finales del siglo XIX.

Su lucha privada fue siempre acompañada de una ardua labor reivindicatoría y propagandística. En sus continuos viajes a Francia frecuenta los círculos feministas, está al tanto del movimiento sufragista inglés, se entera de la marcha del movimiento en los Estados Unidos y, confrontando la situación de la mujer en estos países con la de la mujer española, se lanza a su campaña. En La España Moderna publica una serie de artículos sobre La mujer española, aparecidos poco antes en la Fortnightly Review, que constituyen un interesantísimo estudio para descubrir el verdadero perfil feminista de la autora, y un valioso documento sobre la situación de la mujer española de la época. Una idea central parece recorrer todo el trabajo: la mujer es lo que el hombre ha querido que sea, y esta dependencia atenúa, en buena medida, su responsabilidad. Víctima de una precaria educación y sometida a continuas limitaciones, lejos de marchar acorde con el progreso, la mujer ha sufrido una involución, especialmente a partir del siglo XVIII, que le ha hecho perder sus ideales, sin poder reemplazarlos por otros nuevos, patrimonio exclusivo del hombre, que con cada conquista en el terreno de las libertades no ha hecho sino ensanchar aún más el abismo existente entre él y la mujer. Al hablar de la mujer española de su época, doña Emilia pasa revista a las diferentes clases sociales y los diversos tipos que produce.

Sus simpatías están con la mujer del pueblo. Según ella, la única clase que ha sabido conservar el carácter nacional. Subraya su originalidad y espontaneidad y sobre todo su condición trabajadora:

"La hija del pueblo, chiquita aún, aprende ya a agenciarse el pedazo de pan haciendo recados, sirviendo, cosiendo, en la fábrica de tejidos, en la de cigarros, pregonando sardinas o legumbres, llevando las vacas al pasto o labrando la tierra".

Cada una de estas ocupaciones queda perfectamente ilustrada en sus novelas y cuentos. Baste citar, a modo de recordatorio, el ejemplo monumental de La Tribuna. De los diferentes tipos populares femeniles, destaca la campesina, cuyo ejemplo más claro lo constituye la gallega -figura a la que siempre dedicó una atención y un cariño muy especial-, y la obrera y la industrial catalana, símbolos de la mujer nueva de la civilización moderna. El polo opuesto está representado por la aristocracia, en su opinión la clase más injustamente tratada. Ella asume su defensa, que de alguna manera era la suya propia, aunque no puede por menos que criticar su ociosidad y superficialidad. Sin embargo su crítica más severa va dirigida contra la mujer de la clase media, de la que hace una pintura realmente demoledora. Le reprocha su falta de originalidad y espontaneidad, su holgazanería, su incultura, la mediocridad de sus aspiraciones, su cursilería y ridiculez, su absurda imitación de la aristocracia, ese continuo quiero y no puedo, su estrechez de miras y falta de energía, que explican la dócil aceptación del estado de dependencia e inferioridad en que vive:

"¿Ejercer una profesión, un oficio, una ocupación cualquiera?, ¡Ah!. Dejarían de ser señoritas ipso facto (...). Quédense en la casa paterna, criando moho, y erigidas en convento de monjas sin vocación: viendo deslizarse su triste juventud, precursora de una vejez cien veces más triste; reducidas a comer mal y poco, a sufrir mil privaciones, para lograr sus objetivos en que fundar su única esperanza de mejor porvenir. Primero, que tengan carrera los hermanos varones y puedan "hoy o mañana" servirlas de amparo; segundo, no carecer de cuatro trapitos con que presentarse en público de manera decorosa, a ver si parece el ave fénix, el marido que ha de resolver la situación (...) La modesta familia mesocrática escatima los garbanzos del puchero a trueque de que las niñas se presenten en paseos, teatros y reuniones bien emperejiladas con todos los aparejos convenientes para la pesca conyugal".

Esta triste realidad es la que doña Emilia ha dejado patente en su obra, y de manera particular en alguno de sus cuentos, que constituyen, en su cruel veracidad, un testimonio de la miserable situación y el precario porvenir de las muchachas de la pequeña burguesía.

(...)

Según doña Emilia, la liberación de la mujer sólo podría conseguirse a través de una sólida y completa educación, como expresó claramente en el Congreso pedagógico celebrado en Madrid en 1892. Allí se discute si la mujer tiene derecho a recibir la preparación suficiente para el desempeño de todas las profesiones. El resultado no puede ser más significativo: 260 votos a favor, 293 en contra y 89 abstenciones. En este contexto lee Emilia Pardo Bazán su Memoria La educación del hombre y la mujer, sus relaciones y diferencias, en la que defiende ardorosamente el derecho de la mujer a recibir una educación íntegra y a ejercer una profesión en igualdad de condiciones que el hombre. Para tener una idea de cuál era realmente la situación de la mujer en España en estos momentos baste decir que la primera estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, María Goyoi, se matriculó en 1891 gracias a un permiso especial de las autoridades. Sólo a partir de 1910 -fecha en que Emilia Pardo Bazán es nombrada Consejero de Instrucción Pública- pudo la mujer matricularse libremente en la Universidad. Todavía en 1892 necesitan las señoras una invitación de la junta de gobierno para asistir a las veladas del Ateneo. Claro que tres años más tarde doña Emilia es admitida como primera socio de número y da sus conferencias sobre literatura contemporánea, que fuer on de las que más y más distinguido público de ambos sexos llevaron al Ateneo. Una de las mayores contribuciones de Emilia Pardo Bazán a esta campaña educativa propugnada por ella en el Congreso de Madrid fue la publicación, comenzada en el mismo año, de la Biblioteca de la mujer, donde incluye trabajos tan importantes como La esclavitud femenina de Stuart Mill o La mujer ante el socialismo de August Bebel.

Sobre Flora Tristán, mujer europea y americana, quien pone los fundamentos de la Internacional obrera.

Flora Tristán, Peregrinaciones de una paria (1839-40), tomo I, cap. 7: "El desierto".

Crónica realista y analítica de un viaje a través del Atlántico y del Perú independiente, que emprende para escapar de un marido maltratador y de la miseria a que la ha condenado. Relata el despertar de su conciencia social, que la convertirá en líder feminista del movimiento obrero internacional. Fue escrita mucho antes que Los miserables (1862) de Víctor Hugo, pero anticipa y supera algunas de sus imaginaciones.

"A las cuatro de la mañana el arriero vino a recoger mi equipaje. Mientras lo cargaba me levanté. Estaba rendida, abrumada de cansancio y según mi costumbre me reanimé tomando mucho café.

Cuando quise montar en la mula la encontré muy mala y sobre todo muy mal enjaezada para tan largo viaje. Hice esta observación al doctor, quien se había encargado de buscármela y lo felicité por haber estado más afortunado en la elección de la suya, pues la que él montaba era tan buena como bien enjaezada. Miraba a M. de Castellac y pensaba en M. David. ¡Ah! ¡Cuánta razón tenía, me decía a mí misma! Así son todos los hombres. ¡Todo para ellos! El yo, sólo el yo. Si entonces hubiese estado mejor iniciada en el conocimiento del mundo, hubiese dicho a ese buen doctor que tomaba tanto interés por mí: Doctor, no saldré si no me encuentra usted una buena mula y una silla cómoda. Habría conseguido la una y la otra porque pensaba que yo podía serle útil. Pero me aseguró que había buscado por todas partes sin haber podido encontrar algo mejor. Le creí. Jamás hubiera imaginado que un hombre a quien se acaba de prestar algunos servicios pudiese perder tan pronto su recuerdo o los consideraba en la misma forma del industrial que explota al público y contempla los objetos de que se ha apoderado".

Nacida en Francia en 1803 y sobrina del último virrey del Perú, Flora Tristán, una de las primeras utopistas decimonónicas, fue la gran inconforme, la precursora del feminismo y de las reivindicaciones obreras a través de la cuales, como recuerda Vargas Llosa, se adelantó con su obra La unión obrera de 1843, a la idea que Marx lanzaría seis años después, en 1848 en su Manifiesto comunista: la gran unión internacional de los trabajadores para lograr la justicia y la igualdad. En su viaje al Perú entre 1833 y 1834 conoció a la Mariscala justo antes de la partida de esta al destierro, y la impresión que le causó la «expresidenta» determinó su decisión de convertirse en la inigualable activista social y política que protagonizó la batalla por la libertad de la mujer y la justicia desde su regreso a París en 1835 hasta el año de su muerte, en 1844.

Ella [Flora Tristán] concibe esta idea: “En realidad nosotras las mujeres, luchan- do solas, nunca vamos a transformar la sociedad. Vamos a ser atajadas, frenadas, reprimidas, y nuestra lucha será un sacrificio inútil. Hay que unir a las mujeres con las otras víctimas de la socie- dad, que son los obreros, los trabajadores explotados”. Cuando ella habla de obreros no solamente habla de trabajadores industriales, habla también de trabajadores artesanos, de campesinos, y dentro de esta denominación incluye a todas las víctimas, a quienes están en una condición de inferioridad en la sociedad. Y entonces ella dice: “Eso es lo que hay que hacer, vamos a unir a las mujeres y a los obreros, de Francia, de Europa, del mundo. Y con eso vamos a crear una fuerza irresistible que va a transformar profundamente la legislación y que va a hacer de la libertad, por fin, un derecho al alcance de todos los seres humanos sin excepción”.

(...)

Empieza a tener reuniones con las mutuales obreras. No existían los sindicatos. Es apasionante imaginarla entrando a discutir con estos dirigentes de las mutuales que no estaban acostumbrados a ver entre ellos a una mujer; una mujer que no era, además, una obrera, sino, desde su perspectiva, una intelectual, una señora de sociedad y que les hablaba con una energía y con una convicción contagiosas. Además respondía con igual energía y a veces ferocidad a cualquier síntoma que denotara en sus auditorios el prejuicio contra ella, porque tenía faldas y no llevaba pantalones. Consigue así instalar los primeros comités, y entonces quiere ir más allá y decide hacer una gira, primero por Francia y después por toda Europa, creando los comités de esta internacional, aunque ella no use la palabra, pero eso era, una internacional, porque no reconocía fronteras. Las fronteras nacionales, dentro del designio de Flora Tristán, no existían.

Sobre Rosario de Acuña, mujer librepensadora, activista, emprendedora y escritora, que provocaba escándalo entre la burguesía y solidaridad en la clase obrera.

      • Portal dedicado a su biografía y sus obras en la Biblioteca Virtual Cervantes.
      • Su obra teatral El Padre Juan (1891) es una crítica concienzuda al catolicismo impuesto y al conservadurismo opuesto a las reformas sociales.
      • "La jarca de la Universidad" (1911), artículo de opinión publicado en dos periódicos progresistas, donde defiende el derecho de las mujeres a estudiar en la Universidad Complutense, frente a la violencia machista de los estudiantes que se lo impedían.
      • RTVE, "Rosario de Acuña", Mujeres en la Historia (1998).
L'Espagne / par Le Baron CH. Davillier ; ilustrée de 309 gravures dessinées su bois par Gustave Doré. - Paris : Librairie Hachette, 1874.

3.4. El deseo negado y disfrazado.


Emilia Pardo Bazán. Momento sensual de la novela Insolación (1889).

A la puerta de la casaca asomó una mujer pobremente vestida y dos chiquillos harapientos, que muy obsequiosos me sacaron una silla. Sentose Pacheco a mi lado sobre unos troncos. Noté bienestar inexplicable y me puse a mirar cómo se acostaba el sol, todo ardoroso y sofocado, destellando sus últimos resplandores en el Manzanares. Es decir, en el Manzanares no: aquello se parecía extraordinariamente a la bahía viguesa. La casa también se había vuelto una lancha muy airosa que se mecía con movimiento insensible; Pacheco, sentado en la popa, oprimía contra el pecho la caña del timón, y yo, muellemente reclinada a su lado, apoyaba un codo en su rodilla, recostaba la cabeza en su hombro, cerraba los ojos para mejor gozar del soplo de la brisa marina que me abanicaba el semblante... ¡Ay madre mía, qué bien se va así!... De aquí al cielo...

Abrí los párpados... ¡Jesús, qué atrocidad! Estaba en la misma postura que he descrito, y Pacheco me sostenía en silencio y con exquisito cuidado, como a una criatura enferma, mientras me hacía aire, muy despacio, con mi propio pericón...

No tuve tiempo a reflexionar en situación tan rara. No me lo permitió el afán, la fatiga inexplicable que me entró de súbito. Era como si me tirasen del estómago y de las entrañas hacia fuera con un garfio para arrancármelas por la boca. Llevé las manos a la garganta y al pecho, y gemí:

-¡A tierra, a tierra! ¡Que se pare el vapor... me mareo, me mareo! ¡Que me muero!... ¡Por la Virgen, a tierra!

Cesé de ver la bahía, el mar verde y espumoso, las crespas olitas; cesé de sentir el soplo del nordeste y el olor del alquitrán... Percibí, como entre sueños, que me levantaban en vilo y me trasladaban... ¿Estaríamos desembarcando? Entreoí frases que para mí entonces carecían de sentido. «-Probetica, sa puesto mala. -Por aquí, señorito... -Sí que hay cama y lo que se necesite... -Mandar...». Sin duda ya me habían depositado en tierra firme, pues noté un consuelo grandísimo y luego una sensación inexplicable de desahogo, como si alguna manaza gigantesca rompiese un aro de hierro que me estaba comprimiendo las costillas y dificultando la respiración. Di un suspiro y abrí los ojos...

Fue un intervalo lúcido, de esos que se tienen aún en medio del síncope o del acceso de locura, y en que comprendí claramente todo cuanto me sucedía. No había mar, ni barco, ni tales carneros, sino turca de padre y muy señor mío; la tierra firme era el camastro de la tabernera, el aro de hierro el corsé que acababan de aflojarme; y no me quedé muerta de sonrojo allí mismo, porque no vi en el cuarto a Pacheco. Sólo la mujer, morena y alta, muy afable, se deshacía en cuidados, me ofrecía toda clase de socorros...

- No, gracias... Silencio y estar a obscuras... Es lo único... Bien, sí, llamaré si ocurre. Ya, ya me siento mejor... Silencio y dormir; no necesito más.


Protagonista (autobiografía): Asís Taboada, viuda gallega, encerrada en su casa, sale a la calle y se enamora sin querer de un joven andaluz.

Autora: Emilia Pardo Bazán, Insolación (1889).

Más información sobre la obra y sobre la autora:


A pesar de todos los obstáculos que tendrá que librar, finalmente alcanzará el reconocimiento como escritora, aunque se le vetará su ingreso en la Academia de la Lengua, una discriminación sexista que ella va a denunciar abiertamente. Emilia Pardo Bazán estaba convencida de que eran las mujeres quienes tenían que gestionar la transformación, dado que la misma no podía esperarse de los varones. Para ello, las mujeres tendrían que desterrar la idea de sumisión y subordinación; y en segundo lugar, tendrían que ser las artífices de sus propios cambios.

Siendo consecuente con sus convicciones feministas, se propone, por una parte, labrarse su propia autonomía económica, a fin de no depender del padre o del marido, haciendo uso de aquello saberes que la capacitaban para ganarse la vida, y desechando los prejuicios y convencionalismos sociales, y, por otra parte, se propone difundir la discriminación que padecían las mujeres, no solo a través de artículos periodísticos y conferencias, también en su propia narrativa. Critica los discursos masculinos sobre la mujer, enfrentándose para ello a periodistas e intelectuales del momento, entre otros, a Galdós y González Serrano. Así mismo, aprovecha su narrativa para denunciar esta discriminación injusta: en Insolación, la doble moral social, el deseo como motor vital de las mujeres; en Una cristiana-La prueba, con una propuesta de actitudes deseables que deberían ser potenciadas en la “mujer nueva”, la mujer del futuro; modelo de feminidad que quedará mucho mejor perfilado en el personaje de Feíta, protagonista femenina de Doña Milagros y Memorias de un solterón.

En su última etapa como narradora, coincidiendo con los comienzos del nuevo siglo, fluctuará su proyecto de mujer, debido al período de desengaño por el que atravesó, muy condicionado asimismo por las circunstancias concretas del momento histórico. Con todo, ello no resta para reconocer su lucidez anterior en las vindicaciones de género que en su momento demandó; muchas de ellas, afortunadamente, asumidas socialmente hoy (derecho de las mujeres a una formación intelectual; erradicación de aquellas leyes y normas sociales que exigían a las mujeres la tutela de un varón, incluso para estar en un determinado espacio público; derecho a las relaciones prematrimoniales, al divorcio…), otras muchas, recién admitidas o sin conseguir satisfactoriamente (derecho de las mujeres al ingreso en La Real Academia de la Lengua, derecho a ejercer cualquier profesión…).

(...)

INSOLACIÓN.

Si ciertamente en la actualidad hemos asistido a una revalorización de esta novela por parte de la crítica, la reacción fue muy contraria cuando se publicó por primera vez (1888). Sufrió un rechazo absoluto de los expertos literarios, que recurrieron para ello a argumentos sexistas relacionados con la falta de decoro de la protagonista, una dama que, además, pertenecía a la aristocracia. Hoy, en cambio, su discurso es interpretado como un juego irónico, cuajado de frescura, delicioso, de una mujer cuyo ser despierta a la pasión y cuyos deseos sexuales han de luchar contra las convenciones sociales y culturales de su medio, en donde primaba una doble moral. Sin duda, esta novela constituye un alegato a favor del reconocimiento y justificación de la sexualidad femenina, así como de la legitimidad de los deseos sexuales.

Dos escritores altamente valorados en su época, Pereda y Clarín, critican tanto la novela como a su autora. En la crítica de este último existe una profunda carga moral y sexista que, cuanto menos, sorprende que proceda de un escritor tan anticlerical. Así, con su inigualable ironía, sostiene que Insolación ocupa un lugar intermedio entre la obra pornográfica y la artística (1889), y que esta novela es “un episodio de amor vulgar, prosaico, es decir, de amor carnal no disfrazado de poesía, sino de galanteo pecaminoso y ordinario; es la pintura de la sensualidad más pedestre” (1890a: 75, 79-80).

Hoy la crítica ha tendido a valorarla no solo desde la vertiente estético-literaria, sino también y sobre todo por el análisis psicológico que ofrece y la tesis vindicativa de género que plantea. Marina Mayoral la define como una novela de amor, pues el tema fundamental es la evolución íntima de Asís, el nacimiento de su pasión amorosa, que a su vez tiene su origen en la atracción física que siente la protagonista hacia Diego Pacheco (Mayoral en Pardo Bazán, 1987). Pese a los comentarios censurables de la voz narrativa, el desarrollo de la acción viene a confirmar el derecho de Asís a hacer lo que le dicta su deseo, sin dejarse someter por las convenciones sociales, así como su derecho a equivocarse también. Pues el final abierto no deja entrever si Diego finalmente se casará, si resultará un buen o mal esposo y padre… Un final inconcluso muy acorde con el modelo de novela rupturista que se propuso crear la escritora.

Es interesante señalar una de las escenas más destacadas por la crítica desde la perspectiva de género, quizá por ser la más atrevida de toda la novela. Tiene lugar al final, cuando Asís exhibe ante el mundo las relaciones prematrimoniales mantenidas con su amante Diego Pacheco. Escena que supone un enfrentamiento frontal con los prejuicios sociales. El atrevimiento de Asís y de la autora, sus posturas rupturistas son un desafío social en pro de la liberación y la autonomía. Y sus desacatos, una valentía de ambas como mujeres:

Asís, despeinada, alegre, más fresca que el amanecer, abre de par en par, sin recelo o más bien con orgullo. […] los dos se asoman [a la ventana], juntos, casi enlazados, como si quisiesen quitar todo sabor clandestino a la entrevista, dar a su amor un baño de claridad solar y a la vecindad entera parte de boda… (Insolación: 171).


Dejando aparte las poéticas de las que se nutre la novela, se podría afirmar que es Insolación una de las novelas más feministas de la escritora coruñesa, no porque la protagonista defienda los derechos de la mujer con su discurso, sino porque a partir del comportamiento de Asís Taboada pueden extraerse algunas ideas de doña Emilia acerca del papel que tenía y el que debía tener la mujer en aquel momento. Aparte de hacer de la protagonista una mujer aristocrática, la presenta ya viuda y con un hijo. Podría pensarse que la autora no se atreve a pintarla casada y adúltera, pero puede que doña Emilia quisiera, en este caso, romper con la saga de adulterios novelados de las obras literarias de la época. Tal vez su propósito fue el de mostrar, al modo naturalista, cómo una mujer, expuesta en un determinado medio, puede caer en el adulterio, pero no con la única intención de hacer del texto un documento humano al modo más realista, sino de dar ya algo de protagonismo al alma.

Los secretos del alma femenina pueden resultar inextricables si es un hombre quien intenta adivinarlas. Ni la escuela de Freud supo responder a la pregunta de ¿qué quiere una mujer? Doña Emilia sí sabía qué quería una mujer viuda y joven, y lo dejó dicho en Insolación: quería ser feliz y sentirse amada, aferrarse al deseo amoroso para, con él, cerrar los caminos del sufrimiento y abrirse al olvido, al deseo, al amor, a la realidad.


  • Emilia Pardo Bazán, "Educación", Congreso Internacional de Pedagogía (1892).

Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene desti­no propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la fami­lia que en su día podrá constituir o no constituir; que su felicidad y dignidad personal tienen que ser el fin esencial de su cultura, y que por consecuencia de ese modo de ser de la mujer, está inves­tida del mismo derecho a la educación que el hombre entendién­dose la palabra educación en el sentido más amplio de cuantos puedan atribuírsele.

Marcelina Poncela Hontoria, No vienen (1888).

Fragmento de la novela Blanca Sol (1888) de Mercedes Cabello de Carbonera, cap. XXX.

Así que se vio en la calle, pareciole sentir que su dignidad de mujer y su orgullo de gran señora, habían sufrido enorme y espantable decrecimiento.

Caminaba dando traspiés, cual si los transeúntes que la miraban, leyeran en su frente, que acababa de salir de casa de un hombre, ¡y del hombre que amaba a otra mujer!...

Al pasar por delante del templo de la Merced, le vino el deseo de orar; de elevar a Dios la plegaria más ferviente de su vida, la primera quizá que brotaba de su alma.

Su situación la encontraba tan desgraciada, tan horrible, que sólo un milagro de la Virgen podría salvarla.

Blanca entró al templo y oró.

¿Qué le pedía a la Virgen? Que Alcides la amara; que su acreedor fuera mañana su amante, no encontraba otro recurso, ni contra su próxima miseria, ni contra su propio corazón.

Le habló a Dios y a la Madre de Dios, presentándoles su vida. Ella no era culpable: no se arrepentía de ninguna falta: ¿Acaso jamás le había sido infiel a su esposo? Su conciencia no la acusaba del crimen de adulterio. Verdad que acababa de salir de la casa del hombre que ella se proponía conquistar, no sólo como un medio de recuperar su fortuna; sino más aún, como un medio de satisfacer una necesidad de su alma; pero Dios que veía su corazón la perdonaría.

A qué otro recurso podía ella apelar en tan aflictiva situación: los hombres son tan interesados, tan egoístas, que no había que esperar de Alcides concesión ninguna, sino era a cambio de grandes favores.

¡La miseria! Qué cosa tan espantosa, cuando se ha vivido en la holgura y el bienestar; cuando ya la costumbre —167→ arraigada, obliga a mirar como necesidades indispensables lo que otras miran como lujo excesivo.

¡Cómo podría ella vivir sin coche ni criados, sin el confortable para ella y sus seis hijos: sus pobres hijos que ya veía en la miseria! Lloró tanto que sintió enrojecidos los ojos y horriblemente descompuesto el rostro, tanto que determinó permanecer allí más tiempo del que había pensado.

Felizmente su esposo estaría en su escritorio, y no se ocuparía de ella.

Oyó que el reloj de la Iglesia daba la hora. ¡Las doce del día! ¡Y ella había salido desde las nueve! Se asombró de que fuera tan tarde; no creía haber permanecido tanto tiempo en casa de Alcides.

De seguro que don Serafín la estaría esperando para almorzar.

Iba ya a ponerse de pie para partir, cuando le vino una feliz idea.

Arrodillose nuevamente, y con el fervor más sincero dijo: -Virgen Santísima, si salvas mi fortuna, te prometo vestir el hábito de los Dolores por el resto de mi vida; te prometo, con toda mi alma, renunciar al lujo y a todas las fiestas del mundo, y entregarme al cuidado de mis hijos, como la madre más amorosa, como tú lo fuiste con tu Hijo, mi Redentor: escucha Madre mía esta plegaria que desde el fondo de mi alma te dirijo esta pecadora. Te prometo además, hacer todos los años el mes de María con tanto o mayor lujo que el que hasta ahora te he dado. Y si mi destino es que Alcides me salve, que el sea mi... amante...

Aquí la señora de Rubio se estremeció, hubiera querido recoger la palabra. -No, mi amante no será, si tú me proteges... Pero sí, te pido, que Alcides no se case con Josefina, con esa pérfida muchacha que yo protegía y que me ha traicionado. Que un rayo de tus manos la partiera, ya que ha sido tan infame. En tus manos Virgen Madre, pongo mi destino; guíame por el camino de mi felicidad, que será el de mi salvación eterna...

Protagonista: Blanca, aristócrata de rancio abolengo, cuya doble conciencia, so capa de sentimientos religiosos o prejuicios de clase, se muestra y su denuncia. Su energía erótica se vierte sobre aquellos hombres que pueden sostener su despilfarro.

Autora: Mercedes Cabello de Carbonera, peruana contemporánea de Clorinda Matto, Blanca Sol. Novela social (1888).

Más información sobre la autora y la novela.

Fragmento de la novela de Concepción Gimeno de Flaquer, Una Eva moderna (1909), cap. III, p. 5-6.

- Te aseguro, Mercedes, que mi resolución de alejar a Carlos era sincera, pero él no entendió mi carta y ha vuelto.

Protagonistas: Luisa, mujer culta, burguesa, entrada en la treintena, que se aburre por haberse casado muy joven con un señor serio, dialoga con su prima Mercedes sobre las tentaciones del deseo hacia Carlos, intelectual y político liberal.

Autora: Concepción Gimeno de Flaquer, Una Eva moderna (1909), en la colección El Cuento Semanal.

Más información sobre la autora y la obra.

Autora prolífica de ensayos, novelas, cuentos y cientos de artículos, toda su obra está atravesada por un tema clave: la defensa de la educación de las mujeres. La ausencia o escasez de una adecuada formación para el sexo femenino, de la que directamente culpa a los hombres porque no quieren tener una mujer inteligente a su lado (p. 21), será una cuestión siempre presente en su actividad intelectual. En este sentido, afirma con contundencia “La luz es para todos: nada justifica que se fomente la ceguera intelectual de un sexo” (p. 23). Concepción Gimeno fue una mujer que traspasó los límites de la sociedad patriarcal en la que vivió, situándose por encima de los contenidos de género marcados para las mujeres del momento, y que supo utilizar inteligentemente las posibilidades que le ofrecían su posición social, su exquisita educación y su talento para las relaciones, como se descubre en las páginas de este estudio. Una investigación que Margarita Pintos ha llevado a cabo con minuciosidad, rigor y amplitud de mirada para ofrecer datos y hechos hasta ahora desconocidos, o poco conocidos, sobre una mujer influyente y reconocida en su época, que fue dueña de su vida y actuó son señorío y libertad. Pionera de la conciencia feminista en nuestro país, Concepción Gimeno de Flaquer constituye además un importante eslabón en la genealogía de pensadoras, ensayistas y teóricas feministas que discurre a lo largo del siglo XIX y principios del XX en España. (...)

En este proceso, sin duda destaca la figura de Francisca Gil Buizá, la madre de Concepción, una mujer culta, valiente, tenaz y decidida, que fue crucial en la vida de nuestra escritora y le sirvió de ejemplo y de guía. Plenamente consciente de la importancia que suponía tener una buena formación, Francisca procuró que así fuera también tanto para sus hijas como para su hijo, sin distinción. En este sentido, podemos decir que el interés de Concepción Gimeno por la educación de las mujeres fue algo que mamó de su madre. Otra figura fundamental para la escritora es la de su maestra, doña Gregoria Brun, a la que elogia y reconoce todo lo que ha supuesto en su vida. Elogio y reconocimiento que extiende a la labor emprendida por las maestras en general, a las que considera la “palanca de Arquímedes”. Si el derecho de las mujeres a la educación es uno de los pilares fundamentales en su obra, no lo es menos la importancia de conocer la historia de las mujeres y la de reconstruir genealogías femeninas. Otra constante en sus escritos es la aparición de un gran número de mujeres, tanto antecesoras como contemporáneas, a las que cita y ensalza. A lo largo de su vida, Concepción establece vínculos con escritoras, mujeres de la nobleza, de la alta burguesía y pertenecientes a logias masonas interesadas en la cultura.

En el corpus literario de Concepción Gimeno se perciben claramente dos facetas: el ensayo y la novela, que se sustentan en su determinación de contribuir a erradicar las viejas ideas que condenan a la mujer a una vida puramente vegetativa. La escritora desde el ensayo o mediante el placentero molde novelesco combatirá, como Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal, sus más ilustres coetáneas, todos aquellos aspectos de la vida de la mujer que, desde su posición ideológica, están en contra de su propia dignidad. Debemos destacar en este sentido sus trabajos La mujer española (1877), La mujer juzgada ante el hombre (1882), La mujer juzgada por una mujer (1882), Mujeres. Vidas paralelas (1893), Evangelios de la mujer (1900), La mujer intelectual (1901), entre otras. Obras en las que analiza desde el punto de vista sincrónico y diacrónico el papel de la mujer en sus respectivas sociedades, pues el objeto de estudio de Concepción Gimeno no se reduce en exclusividad a la mujer española, sino que analiza desde una perspectiva histórica cómo avanza la causa feminista en países tan alejados de su entorno como Australia y China, aunque, evidentemente, insista mucho más en el análisis y censura del comportamiento de sus compatriotas.

Ideología feminista que se configura en base fundamental de buena parte de sus narraciones, como sucede, desde luego, en el objeto de este trabajo: Una Eva moderna, relato corto que se publica en la colección de El Cuento Semanal el 26 de noviembre de 1909.

Concepción Gimeno de Flaquer presenta en esta novela el reiterado tema del adulterio, preocupación constante de la sociedad decimonónica y objeto de análisis que fecunda buena parte de la producción narrativa y dramática del periodo realista-naturalista español. Pese al amplio número de novelas centradas en este tema, Concepción Gimeno consigue insuflar nuevos aires o perspectivas en el tratamiento del mismo, pues se convierte en el vehículo idóneo para expresar sus convicciones más íntimas. La narración se sitúa en época contemporánea y los personajes se ubican en el Madrid de finales del siglo XIX, principios del XX. Éstos pertenecen a la llamada clase alta, clase que la propia escritora conoce con total perfección por pertenecer a ella. Concepción Gimeno estructura su relato en nueve cortos capítulos; de uno a otro el lapso temporal se rompe y sitúa a la protagonista en otro lugar y en horas o días distintos al del capítulo anterior. La protagonista, Luisa, es una mujer casada, que experimenta una tremenda fascinación por el marido de su amiga María; atracción mutua, pues éste, Carlos, insistirá una y otra vez a lo largo de la narración en la expresión de su amor por Luisa, hasta que, finalmente, Luisa lo rechace de forma definitiva. Argumento simple y que, sin embargo, proporcionará a Concepción Gimeno la oportunidad de reiterar de forma placentera algunas de las cuestiones que de forma repetitiva ha esbozado en sus ensayos. (...)

Concepción Gimeno en esta novela parece seguir las huellas de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Emilia Pardo Bazán, quienes trazaron en Sab y Dos mujeres, la primera, y en Doña Milagros y Memorias de un solterón, la segunda, un tipo de relato novelesco que, sin descuidar los resortes del género, les permitiese insertar sus convicciones y aspiraciones más íntimas. Tres escritoras fuertemente comprometidas en el esfuerzo de alterar las estructuras mentales de esa sociedad arcaica en la que no sólo dieron a conocer sus trabajos ensayísticos o literarios, sino que también buscaron un protagonismo a fin de hacer oír sus reivindicaciones feministas a la sociedad de su época.

Obras de Marcelina Poncela Hontoria, una artista entre dos siglos.

Debate: La revaloración y la redistribución del trabajo según el género.

Las tres novelas que hemos leído y presentado durante este periodo tienen un asunto en común: las paradojas y los cambios (lentísimos) que se están produciendo en la distribución del trabajo entre mujeres y hombres, así como la valoración que merecen los roles que desempeñan unas y otros.

¿Hay tareas o trabajos que sean específicamente masculinos o femeninos? ¿Cuáles?

¿Qué dificultades puede provocar a una mujer que le sean vedadas profesiones u oficios considerados "masculinos", si se ve obligada a conseguir ingresos por una necesidad urgente?

¿Por qué crees que actividades tan necesarias para la vida como el cuidado o la crianza, tanto en el servicio doméstico cuanto en servicios públicos o empresas, estén peor pagadas (e incluso no sean retribuidos) que los trabajos en la industria, la construcción o la administración?

¿Te parece justo que mujeres u hombres jóvenes trabajen sin cobrar lo mismo que otras personas mientras "se están formando"?


Fragmento de la novela Memorias de un solterón, de Emilia Pardo Bazán.

En ella se relata el paso adelante que la joven Fe (Feíta es su diminutivo) ha terminado por dar, mientras la familia Neira pasa apuros económicos, para sustentarse a sí misma y seguir formándose hasta conquistar una profesión.

-Pues cada vez la entiendo a V. menos, criatura -respondí-; ¿a qué llama V. libertad.

-¡A salir, a andar sola... a no depender de nadie! ¿Lo oye V? ¡De nadie!

Y se puso a tararear:


Libertad, libertad sacrosanta

nuestro numen tú siempre serás...


mientras doña Consola, entusiasmada al escuchar la música del himno progresista, repetía por lo bajo, acariciando reminiscencias inolvidables:


podrán vernos morir en tus aras,

mas vivir en cadenas, ¡jamás!


-Vamos, le enteraré a V. de los hechos -continuó Feíta, viendo que yo exageraba mis demostraciones mudas de incredulidad y explícita desaprobación-. Ya sabe V. que meditaba hace tiempo este golpe de estado. Papá, que se lo cuenta a V. todo, no habrá dejado de contarle esto y mucho más. Pues sí, meditaba el gran acto, y lo iba retrasando... ¿por qué dirá usted?

-¿Por natural respeto a la autoridad de su padre?

-¡Quia! Por temor... a mí misma. Yo pensaba: «¿A que después de sublevarme salgo con la fantochada de que no aprovecho las conquistas de la revolución?¿A que armo la gorda y luego me falta coraje para dar cima a la empresa?».

-Pero ¡qué empresa ni qué alcachofas! -exclamé-. ¡Ay, Feíta! Usted está muy mala. Doña Consola, ¿querría V. preparar una taza de tila caliente? ¡Aunque... ahora que me acuerdo! no puede V. dejarnos solos.

Feíta se echó a reír con toda su alma y con toda la frescura virginal de su alegría.

-¡Sí puede dejarnos solos, hombre...! pero yo no quiero que nos deje, ni necesito infusiones... a menos que la tila sea para V. Doña Consolación, ¡no haga caso de ese farsante! Pues iba diciendo que no estaba segura de mi denuedo en el momento crítico. He tenido la grata sorpresa de que soy más valiente de lo que creía; mucho más. He dado la batalla y la he ganado en toda la línea. Ah, ¿V. no sabe de qué se trata? Mi amigo, el Doctor Moragas -ese si que es un hombre de pro, y sin repulgos- me había buscado entre su clientela dos lecciones. Dos lecciones de a cinco duritos... ¡No es el Potosí; pero ya iremos progresando, y con diez duros al mes... no le costarán un céntimo a mi padre mis libros ni mis botas!

-¡Y que no la vendría a V. mal un par nuevecito! -respondí, mirándola de soslayo.

-Sí, si, ya sé que estoy muy derrotada y muy fachosa -contestó ella convirtiendo los ojos a su toilette-. Pero me importa un pito. No me mire V., o mire para el techo. Bien; pues una de las lecciones es allá, en el barrio del Ensanche, donde Cristo dio las tres voces... ¡Buena caminata! Me la soplé mientras V. estaría roncando... Me dio la vida. ¡Qué sano es andar! Me siento otra. Andar aprisa, andar solo, sin apéndices, sin rodrigones... La otra lección... ¿a que no adivina V.? Es la del chiquillo de las de Boliche...

-¿En el piso de arriba? -exclamé empezando a ver claro.

-Ajajá... Ya la he despachado también. Y como es temprano y me sobran horas y hace tiempo que suspiro por registrar la librería de la duquesa de la Piedad... me he venido junto a doña Consola, que es persona racional y ha vivido en países donde la gente no es tan boba como aquí...

Sonrió doña Consola, visiblemente halagada en sus manías, y dijo con dignidad cortés:

-Ya sabe esta señorita que de mí y de la librería puede disponer como guste; me complazco en servirla, porque si la señora duquesa levantase la cabeza, había de alegrarse de ver a una joven marinedina tan instruida y tan amiga de libros como lo era la señora, no despreciando a nadie... Sólo que como V. tiene la llave de los armarios de los libros, le advertí a doña Feíta que iba a pedírsela a V.... y ella quiso hacerlo en persona... porque dijo así, dice: «Vamos a revolverle el cuarto a D. Mauro: venga V., venga V., que veremos el retrato de la señora duquesa y los muebles y lo demás de su ajuar...». Y por eso le hemos molestado, D. Mauro... Con que si me da V. esa llavecita...

(...)

-La señorita -intervino doña Consola, con toda su dignidad y pulcritud de expresión- obró bien en negarse a ocultarse, porque nada hacía de malo, y desde que se encuentra aquí la he acompañado yo...

-Y aunque no me acompañase nadie -replicó insolentemente la estrambótica.

-Y aunque no la acompañase a V. nadie -repitió persuadida y entera la insigne patrona-. La mujer virtuosa, a sí propia se acompaña. ¡Cuántas veces me lo ha dicho en vida la señora duquesa, que de Dios goza! [Se refiere a un personaje real: la Condesa de Espoz y Mina] Cuando estábamos en Londres salía sola mi señora casi diariamente, y se echaba por aquellas calles que marean, con el tropel de los coches, y de los ómnibus, y de los carros, y de los jinetes... Sola iba a las casas de los emigrados, sola hizo cada tres meses lo menos el camino de Londres a París... ¡ida y vuelta!... Yo al principio me asustaba y la decía: ¿Señorita... (porque en aquel tiempo era joven la señora) no le pasará algo? ¿No se desvergonzarán con V.? Y ella contestaba así, con el buen modo y la formalidad que tenía: Consolita, el respeto que nos tributan nos lo ganamos nosotros: nadie se mete conmigo, ni yo me meto con nadie.

-Eso pasaba allá en Inglaterra -objetó Primo Cova.

-Justamente -confirmó doña Consola, sin entender la malicia de la objeción.

-¿De modo -preguntó el maldiciente- que ya la tenemos a V. emancipada, Feíta? Porque este paso me parece decisivo. Venirse a la casa de un soltero, es pasar el Rubicón y la peña de la Marola. Puede V. decir que en horas ha sentado plaza de general.

-Sí, señor: estoy todo lo emancipada que puedo -respondió Feíta, enderezándose en el canapé, y recogiendo las pupilas para mirar con mayor fijeza a Primo Cova-. Digo todo lo que puedo, porque desgraciadamente... Yo me entiendo y bailo sola, amigo.

-Y tan sola como baila V.

-Completamente sola. ¿Sería mejor bailar acompañada?

-No he querido decir eso.

-Pues voy a pedirle a V. un favor. Tengo curiosidad de ver si me lo concede.

-A sus órdenes de V. -exclamó Primo con afectada galantería.

-¿A mis órdenes? Bueno. Pues se trata de lo siguiente, y dese prisa a probar que no es jarabe de pico lo que acaba de brindarme. ¡A ver si es usted capaz de este rasgo! Todo lo que piensa V. murmurar de mí...

-Qué, qué es eso de murmurar?... ¡Si yo no murmuro! ¡Si soy un inocente!

-Todo lo que ha de desollarme V.... -no me interrumpa, desollar he dicho- por este paso o esta genialidad de venirme a ver a D. Mauro Pareja, que tantas veces ha ido a verme a mí, por lo cual le debo aún muchísimas visitas que tendré que pagarle; todo lo que ha de cortar V. en mi pellejo y en mi honra- ¡córtelo ahora, delante de mí, en mi cara, frente a frente! ¡Salga el bisturí, y vaya alegando razones, fundando sus censuras, demostrando por a más b que soy una loca o una bribona; lo que le plazca! Pero repito que delante de mí, ahora mismo, sin reparo...

Primeras fuentes

Esquemas: Literatura en el s. XIX.

Por Carlota Méndez Macías, 4º ESO, IES Hipatia.

Completa los esquemas con los nombres y las obras de las mujeres que han sido omitidos por enciclopedias y libros de texto.

1. Contexto cultural y socioeconómico.

1.1.En Europa.

El siglo XIX fue el siglo del liberalismo. La Revolución francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano sentaron las bases jurídicas, políticas e ideológicas que acabaron con el Antiguo Régimen.

Siglo de la ciencia que propició la Revolución Industrial. Las revoluciones políticas dejaron paso a las primeras luchas motivadas por intereses económicos. Nace el socialismo.


1.2.En España.

Hasta el 1830, se sucedieron gobiernos liberales y absolutistas defensores del Antiguo Régimen.

El nombramiento de Isabel II originó las Guerras carlistas.

Descontento social, explotación de los obreros en las fábricas textiles -> desembocaron en una revuelta, La Gloriosa.

Con el regreso al trono de Alfonso XII se inicia el periodo de la Restauración.

2.Contexto cultural.

Dos grandes movimientos culturales: Romanticismo y Realismo.

El Romanticismo español es una moda tardía, suelen citarse como límites cronológicos las fechas de 1833 y 1844.

El Realismo español tiene su época de esplendor en las décadas de los 70 y 80 del siglo XIX. A partir de 1880 el realismo declina.

2.1.El Romanticismo.

El Romanticismo es un movimiento que se extiende a lo político, a lo social, a lo cultural y a lo religioso.

Es la consecuencia y la negación de la Ilustración.

Principios que predominaron durante el siglo XVIII:

  • Exaltaron lo irracional.
  • Prefirieron lo natural y libre.
  • Defendieron la democracia y lo popular.
  • Exaltaron la Edad Media y el cristianismo.
  • Apoyaron lo particular de cada nación.


2.2.Realismo y naturalismo.

El realismo reivindica la observación impersonal del mundo. Influye una serie de doctrinas filosóficas y científicas:

  • Surge el positivismo como movimiento filosófico.Su creador,Auguste Comte.
  • La teoría de la evolución formulada por Charles Darwin.
  • El descubrimiento de las leyes de la genética por parte de Gregor Mendel.
  • La interpretación materialista del mundo que formuló Karl Max.

Su papel se ve relegado al de mero observador.

Se cultiva el folletín o novela por entregas.



3.Temática.

3.1.Romanticismo.

El individualismo y el subjetivismo constituyen los rasgos mas característicos. Se pueden derivar una serie de temas:

  • La libertad.
  • La rebeldía y la evasión.
  • Lo fantástico, lo sepulcral y lo terrorífico.
  • Nacionalismo.
  • Melancolía y angustia existencial.
  • La naturaleza y el paisaje.

3.2.Realismo.

Los escritores abandonan el "yo" y se centran en la observación de la clase media busguesa → se entiende como análisis colectivo de la sociedad y estudio de los carácteres individuales de los individuos.

Los temas realistas fueron:

  • Temas centrados en conflictos cotidianos de seres no idealizados.
  • Crónica de la clase media surgida de la Revolución Industrial.

3.3. Naturalismo.

Su creador y máximo representante fue el novelista Émile Zola → bases sobre las que asienta el movimiento:

  • Surge su concepción de la novela como una especie de laboratorio social → método experimental.
  • Determinismo biológico → leyes de Mendel.
  • Los estados amímicos tienen una explicación fisiológica y no moral → materialismo
  • Denuncia de las desigualdades y explotación de las clases obreras e interés por las luchas sociales → marxismo.

Se interesó por los ambientes degradados.


4.Intención comunicativa.


4.1.Romanticismo.

Los románticos liberales pretender contribuir con el poder de su pluma a un cambio revolucionario, a ser guías del porvenir, a dotar de mensaje a los escritos.


4.2.Realismo y naturalismo.

En un primer momento escribieron novelas de tesis.

Más tarde,los autores dejaron a un lado los prejuicios y dedicaron sus esfuerzos a retratar la sociedad española tal como objetivamente se presentaba a sus ojos.

En un tercer momento, los autores pretendían hacer de sus novela suna especie de laboratorio en el que estudiar los comportamientos humanos.



5. Formas de expresión.


5.1.Romanticismo.

Liberalismo en literatura → rechaza todo límite y toda forma que constriña el autor.

Defienden:

  • Ruptura del decoro.
  • Estructura libre de las obras.
  • Abandono de la regla de las tres unidades del teatro.
  • Mezcla de los géneros.
  • Fragmentarismo.



5.2.Realismo.

El realismo prepugna una literatura en la que la personalidad del autor desaparezca en beneficio de una actitud observadora de la realidad.

Esto se concreta en:

  • Narrador omnisciente.
  • Estilo indirecto o indirecto libre.
  • Estilo sencillo.



6.Géneros literarios: prosa,lírica y teatro.


6.1.Romanticismo.


6.1.1.Prosa.

Géneros en prosa que el Romanticismo revalorizó:

  • La novela consigue prestigio y reconocimiento. El género más importante es el de la novela histórica.
  • El artículo literario con intención satírica y moralizadora. Critica la falta de seriedad de la Administración o la grosería, los toros, los carlistas, la falsedad y la hipocresía.
  • El cuadro de costumbres, trata de breves escenas en las que se describe costumbres populares de las regiones españolas.
  • El cuento breve → se encuentran elementos de la leyenda,el relato fantástico y el cuento popular.


6.1.2.Lírica.

Principales características de la poesía romántica: papel fundamental del "yo" e innovaciones en la métrica.

La lírica europea marcará un nuevo rumbo en la temática.

Los temas proyectan una doble vertiente: una liberal y un romanticismo apegado a la tradición.

Las innovaciones más destacadas fueron:

  • Libertad.
  • Polímetría.
  • Canción.

Los principales representantes son:

  • Espronceda cultivó la canción, la leyenda y el poema filosófico.
  • Gustavo Adolfo Bécquer es el autor de las Rimas.
  • Rosalía de Castro escribió en gallego dos libros fundamentales y en castellano un tercero no menos importante.


6.1.3.Teatro.

Los principales rasgos son:

  • Se mezclan la prosa y el verso; la tragedia y la comedia.
  • No se respetan las reglas neoclásicas.
  • Los personajes masculinos son el prototipo del héroe romántico. Los personajes femeninos son ejemplos de enamoradas puras y leales.
  • El tema principal es el amor.
  • Ambientación romántica.
  • Ausencia de fin moralizador.

Los principales autores son Francisco Martínez de la Rosa, Juan Eugenio Hartzenbusch y Antonio García Gutiérrez.



6.2.Realismo y naturalismo.


6.2.1.Prosa.

El género más apropiado era la novela.

Las características más destacadas de la novela son:

  • Realidad contemporánea.
  • El afán realista se manifiesta en el tratamiento del lenguaje y el estilo literario.
  • Búsqueda de objetividad.
  • Detallismo y minuciosidad en las descripciones.
  • Organización lineal del relato.


Los grandes nombres del realismo decimonónico:

José María de Pereda.

Juan Valera.

Benito Pérez Galdós.

Leopoldo Alas,Clarín.

Emilia Pardo Bazán.


6.2.2.Lírica.

Romanticismo tardío. Bécquer y Rosalía de Castro son dos de las más grandes cumbres de nuestra lírica.

Escribieron Ramón de Campoamor y Gaspar Núñez de Arce → presupuestos realistas.


6.2.3.Teatro.

Intentaron aplicar los principios del realismo a la dramaturgia. → Alta comedia. Los rasgos más importantes son:

  • Temática de actualidad.
  • Protagonistas pertenecientes a la burguesía.
  • Ambientes realistas.
  • Intención moraliante.

El autor más importante es José Tamayo y Baus.

El escritor de más éxito fue José Echegaray.