1. La Ilustración: las mujeres piensan.

Índice.

TEMA ESTRELLA: Las mujeres no son invisibles.

Lecturas creativas

  • ENSAYO (DISCURSO Y APOLOGÍA).

1.1. Las pioneras de la emancipación. JUSTICIA.

Josefa Amar y Borbón, Discurso en defensa del talento de las mujeres (1786). Enlace a un fragmento del texto.

Inés Joyes, Apología de las mujeres (1798). Enlace a fragmentos seleccionados del texto.

Crítica sobre las obras y la autoras.

Más información sobre el tema.

  • ENSAYO (TRATADO).

1.2. Feijoo, ¿defensor de las mujeres? RESISTENCIA.

"Defensa de las mujeres", Teatro Crítico Universal (I, 16). Enlace a la selección de algunos parágrafos de la Defensa de las mujeres.

Crítica sobre la obra y el autor.

Más información sobre el tema.

  • TEATRO (COMEDIA NEOCLÁSICA).

1.3. La libertad de escoger marido: hasta ahí llegaron los patriarcas. DESEO.

Protagonista: Francisca, prometida por necesidad al rico y viejo Don Diego; enamorada de Carlos, su sobrino.

Autor: Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas (1801-1806). Enlace a un fragmento de la comedia: escenas XII y XIII del tercer acto.

Crítica sobre la obra.

Más información sobre el tema.

  • TEATRO (DRAMA SENTIMENTAL).

1.4. Una autora independiente, que inventa heroínas modernas, calumniada por denunciar la violencia machista. LIBERTAD.

Protagonista: Nancy, mujer maltratada que acaba divorciándose de su marido.

Autora: María Rosa Gálvez, El egoísta (1803). Enlace a dos fragmentos de la obra teatral, nunca representada.

Crítica sobre la autora y la obra.

Más información sobre la autoría femenina en la literatura neoclásica.

Las mujeres no son invisibles

Es un hecho físico, pero no está claro que sea un hecho social.

¿Por qué en un grupo-aula hablan mucho más (o un poco más) los hombres que las mujeres? "No hay que tener miedo, etc." Sí, ya lo sabemos. Aquí nadie mete miedo a nadie, máxime teniendo en cuenta que la mayoría de las maestras y las profesoras son mujeres.

Vamos a analizar un caso antes de empezar con esta sección del proyecto: la Ilustración.

Who is who?

Los "salones literarios" y científicos eran el pulso vital de la sociedad ilustrada en cualquier país europeo durante los siglos XVIII y XIX. Como podréis comprobar, prácticamente todos reciben el nombre de la mujer que los convocaba periódicamente: el salón de Madame Geoffrin, que se muestra en este retrato colectivo de Lemonnier (1755), Mme. d'Épinney, Mme. Staël, Mme. Recamier. Su actividad no se reducía a la tertulia, sino que practicaban el mecenazgo y, además, la creación o la acción social. En España fueron conocidos los salones de la marquesa de Villafranca, la duquesa de Osuna, la condesa de Montijo, la duquesa de Alba o la marquesa de Santa Cruz, cuyos retratos se muestran más abajo.

1er. movimiento: Busca con tu grupo las referencias que puedas encontrar en la web sobre los personajes representados en el cuadro de Lemonnier.

Por ejemplo, este recurso educativo o este blog de Historia.

2º movimiento: ¿Quiénes eran las mujeres ocultas/visibles en el cuadro y a qué se dedicaban?

Gracias a la presentación de Marta Muñoz podemos conocer el panorama completo de rostros que, por diversos motivos, además de los estereotipos de género, no se nombran habitualmente entre quienes asistieron al evento representado por Lemonniere.

Localiza e identifica las siete mujeres visibles/ocultas, con ayuda de este blog educativo.

3er. movimiento: Haz visibles a las mujeres ilustradas.

Crea una entrada en portafolio con el título: "Haz visibles a las mujeres ilustradas".

Haz un retablo con, al menos, cinco imágenes de mujeres que participaron del movimiento ilustrado en Francia y en España. Inspírate en el cuadro de Lemonnier y en el panel de Padlet (infra), aunque encontrarás otras buscando en la web.

Además de insertar las imágenes, añade sus nombres y un rasgo destacable de su biografía. Ten en cuenta que a la mayoría de ellas les estaba prohibido el ejercicio de una profesión. Aun así, intentaron educarse siguiendo el hilo de sus intereses y sus deseos: ¿Cuáles eran?

Elige cualquiera de estos dos procedimientos:

  • Individual: en tu portafolio.

Descarga y sube las imágenes a tu portafolio. Utiliza el pie de foto para incluir el nombre y un dato relevante de su biografía.

  • En grupo: cread vuestro muro de Padlet, siguiendo este tutorial o el que ofrece la propia página cuando la uses por primera vez. Recuerda que puedes descargarla en tu móvil.

En tal caso, no es necesario que descargues las imágenes, sino que puedes insertarlas por medio de su dirección URL. Añade los datos que se piden en una nota acompañando a cada imagen.

Una vez elaborado el panel, tienes que insertarlo en tu blog usando el código HTML, a través de la ruta Compartir > Insertado en tu blog. Copia y pega el código en la entrada del portafolio, mientras lo editas en modo HTML. Te será útil otro tutorial específico.

Lecturas creativas

1.1. Las pioneras de la emancipación.

Retrato (fotográfico) de Patrocinio de Biedma, escritora, quien vivió casi un siglo más tarde (1848-1927). Se lo ha confundido con un posible retrato de Josefa Amar, que no se ha conservado, si existió. Quizá se deba al hecho de que Patrocinio también fue miembro de una sociedad económica.
María Isidra de Guzmán, primera miembro honoraria de la Real Academia de la Lengua (no hubo ninguna titular hasta Carmen Conde, en el siglo XX: 1978) y primera doctora en Filosofía y Letras de España.

"(...) No contentos los hombres con haberse reservado, los empleos, las honras, las utilidades, en una palabra, todo lo que pueden animar su aplicación y desvelo, han despojado a las mujeres hasta de la complacencia que resulta de tener un entendimiento ilustrado. Nacen, y se crían en la ignorancia absoluta: aquéllos las desprecian por esta causa, ellas llegan a persuadirse que no son capaces de otra cosa y como si tuvieran el talento en las manos, no cultivan otras habilidades que las que pueden desempeñar con estas. ¡Tanto arrastra la opinión en todas materias! Si como ésta da el principal valor en todas las mujeres a la hermosura, y el donaire, le diese a la discreción, presto las veríamos tan solícitas por adquirirla, como ahora lo están por parecer hermosas, y amables. Rectifiquen los hombres primero su estimación, es decir, aprecien las prendas, que lo merecen verdaderamente, y no duden que se reformarán los vicios de que se quejan. Entretanto no se haga causa a las mujeres, que sólo cuidan de adornar el cuerpo, porque ven que éste es el idolillo, a que ellos dedican sus inciensos.

¿Pero cómo se ha de esperar una mutación tan necesaria, si los mismos hombres tratan con tanta desigualdad a las mujeres? En una parte del mundo son esclavas, en la otra dependientes.

(...) Si los hombres acreditan su capacidad por las obras que hacen, y los raciocinios que forman, siempre que haya mujeres, que hagan otro tanto, no será temeridad igualarlos, deduciendo que unos mismos efectos suponen causas conformes. Si los ejemplos no son tan numerosos en éstas, como en aquellos, es claro que consiste en ser menos las que estudian, y menos las ocasiones, que los hombres las permiten de probar sus talentos.

Ninguno que esté medianamente instruido, negará que en todos tiempos, y en todos países, ha habido mujeres que han hecho progresos hasta en las ciencias más abstractas. Su historia literaria puede acompañar siempre a la de los hombres, porque cuando éstos han florecido en las letras, han tenido compañeras, e imitadoras en el otro sexo. (...)

Por fin, el tiempo, y la necesidad las había acostumbrado, a la esclavitud que sufren en una parte del mundo, y a la dependencia a que se sujetan en la otra restante. Las primeras parecen conformes, con que se las despoje del uso de su razón, y las segundas con gozar de ella, aunque desterradas del premio y de la recompensa. La majestad del Cetro, la gravedad de la Toga, y los trofeos Militares, se han ido haciendo unos objetos, que se presentaban a la vista de las mujeres, como para admirarlos, mas no para pretenderlos, porque el curso de los siglos, había quitado la novedad, que las causaría al principio ver cerradas todas las puertas al honor, y al premio. Pero no por eso se han de mostrar insensibles a todos los desaires que quieran hacerlas. Ninguno mayor, que el nuevo santuario o muro de división que se intenta formar en el día; más que santuario o muro de división es del que hablamos. Este es la Sociedad económica de Madrid la cual duda admitir mujeres en su ilustre Asamblea. ¿Por ventura los que se llaman amigos del país, podrán alejarlas? ¿Son acaso algunas espías esparcidas por el Reino, que puedan dar noticia a los extraños de cuanto se trabaje por su bien? ¿0 son tan misteriosos, e intrincados los asuntos que se tratan en las Sociedades económicas que no puedan entenderlos sino los hombres? Nada de esto hay, pero la importancia del asunto, es igual, pues no se trata de menos, que de igualar a las mujeres con los hombres, de darlas asiento en sus Juntas, y de conferir con ellas materias de gravedad, cosa que parece fuera de orden y aun disparatada.

Si éste es el motivo de la oposición, también debe serlo suficiente para que las mujeres defiendan su causa, porque el silencio en esta ocasión, confirmaría el concepto que de ellas se tiene, de que no se cuidan, ni se interesan en negocios serios. A esta razón, que comprende a todas en general, se agrega la particular para la que escribe este papel, de que ha mucho tiempo tuvo la honra de ser admitida en una de las principales Sociedades económicas de este Reyno, cuya distinción, por el grande aprecio que hace de ella, quisiera ver extenderse a otras muchas de su sexo, para que fuera igual en ambos el empeño de desvelarse en bien de la Patria. (...)".

Zaragoza, 7 de junio de 1786.


Autora: Josefa Amar y Borbón, "Discurso en defensa del talento de las mujeres, y de su aptitud para el gobierno, y otros cargos en que se emplean los hombres" (1786).


Fragmentos del ensayo de Inés Joyes, Apología de las mujeres (1798).

Sabido es que la disputa sobre preferencia o preeminencia de los sexos es uno de los asuntos de conversación más comunes en la sociedad. Una vez que sostuve con particular calor esta disputa, quise referir después a mis hijas cuáles habían sido mis principales argumentos, y les escribí la carta que ahora doy al público. (...)

No puedo sufrir con paciencia el ridículo papel que generalmente hacemos las mujeres en el mundo, unas veces idolatradas como deidades y otras despreciadas aun de hombres que tienen fama de sabios. Somos queridas, aborrecidas, alabadas, vituperadas, celebradas, respetadas, despreciadas y censuradas... Me quejo de la injusticia de los hombres con nuestro sexo, porque a la verdad me sobran razones; pero también es cierto que nosotras, por no saber usar de las ventajas que nos concedió la naturaleza, nos hemos constituido en este infeliz estado.

Sí, nosotras tenemos la culpa. Fuimos criadas para el noble destino de madres respetables de familia y esposas que con la afabilidad del trato ayudasen a sus consortes a llevar la pesada carga de los cuidados de esta vida, y aquellas cuyo genio y circunstancias separan del yugo del matrimonio están destinadas a conservar el buen orden en la casa de sus padres, hermanos y parientes, pues difícilmente se encontrará casa bien gobernada y arreglada que no lo sea por una mujer.

(...)

Asignó Dios a cada sexo sus destinos, y conforme a ellos les dotó de aquellas propiedades que les convenían: al hombre le dio la fuerza, a la mujer la perspicacia... Pero de esto no se arguye desigualdad, pues no se halla en ninguna parte que prohibiese el que mandara soberanamente, pues vemos y se han visto en todos tiempos reinos gobernados por mujeres con mucho acierto y felicidad.

(...)

Muchos hombres nos tratan o como criaturitas destinadas únicamente a su recreo y a servirlos como esclavas, o como monstruos engañosos que existen en el mundo para ruina y castigo del género humano. ¡Injusticia fuerte! ¡Notable desvarío! Digan los hombres lo que quieran, las almas son iguales.

(...)

Pero, ¿qué precisión hay de que se casen? ¿Por qué se ha de mirar como desairada la que llegó al tiempo de ser lo que vulgarmente llaman Tía? Viven infinitos hombres (y aun muchos a quienes sobra el caudal para mantener con decencia una familia) largos años solteros, diciendo que no quieren perder su libertad, y que temen encontrar con mujer impertinente, celosa, tonta, etc. Y lo peor es que hay mujer que censurará a una pobre niña porque cavila y se detiene en admitir el partido que se le presenta.

(...)

Algunos que escriben de crianza empiezan poniendo todo su conato en persuadir a las madres a que alimenten a sus hijos con su propia leche. Tienen razón, pero no es justo traten de malas madres a todas las que no lo hacen.

(...)

Rara vez escriben las mujeres, y ya es asunto de moda entre los modernos eruditos escribir sobre la crianza física de los niños, sacando siempre la grave falta de las mujeres que no dan de mamar a sus hijos; pero ninguno he visto que toque la inhumanidad de los hombres que, habiendo vivido una vida desenfrenadamente viciosa, pasan sin escrúpulo a contraer matrimonio con una sencilla paloma, cuyo semblante a muy pocas semanas manifiesta la impiedad del que la ha contaminado, y de resultas a todos sus descendientes. No quiero extenderme más; harto he dicho, y ojalá me entendieran y me creyeran.

(...)

Hay en una sala seis u ocho señores y otras tantas señoras, y si se suscita alguna conversación racional habrá tal vez alguna que guste de ella, pero las más, o empiezan a bostezar, o suscitan entre sí algunos de los asuntos caseros y frívolos que he apuntado, y no dejan de mirar con algún ceño a la que se arrimó a los señores, porque, como están en posesión de ser ignorantes, les hace sombra la que no lo es

(...)

Yo quisiera desde lo alto de algún monte donde fuera posible que me oyesen todas darles un consejo. Oid, mujeres, les diría: no os apoquéis; vuestras almas son iguales a las del sexo que os quiere tiranizar. Usad las luces que el Creador os dio; a vosotras, si queréis, se podrá deber la reforma de las costumbres, que sin vosotras nunca llegará. Respetaos vosotras mismas y os respetarán; amaos unas a otras; conoced que vuestro verdadero mérito no consiste sólo en una cara bonita, ni en gracias exteriores siempre poco durables, y que los hombres luego que ven que os desvanecéis con sus alabanzas os tienen ya suyas. Manifestadles que sois amantes de vuestro sexo, que podéis pasar las horas unas con otras en varias ocupaciones y conversaciones sin echarlos de menos…

Autora: Inés Joyes, ensayo publicado en forma de prólogo a su traducción de la novela Rasselas, príncipe de Abisinia de Samuel Johnson. En realidad, es una obra autónoma con el título Apología de las mujeres (1798).

Crítica sobre las obras y las autoras.

Frente a la imagen tradicional del siglo XVIII como una época de escasa actividad literaria femenina, entre el mundo de las escritoras del Barroco y la emergencia de las autoras románticas a partir de 1830, los estudios de las últimas décadas han desvelado el incremento en el número de autoras que dieron a la prensa sus escritos y, sobre todo, su mayor presencia pública en la «república de las letras», en un tiempo en el que los impresos circulaban más ampliamente y ejercían una influencia creciente en la configuración de la opinión. La explotación sistemática de repertorios eruditos (en particular los Apuntes para una biblioteca de escritoras hispanas de Serrano Sanz y la Biblioteca de autores españoles del siglo XVIII de Aguilar Piñal), la mejora en la catalogación de los fondos antiguos y el uso de documentación sobre censura de libros han permitido establecer de forma más precisa la nómina de las escritoras y sus obras, localizando textos que se creían perdidos, corrigiendo algunos errores de identificación y descubriendo otros. Sobre esa base, diversos trabajos han reconstruido los rasgos generales de la emergencia de las mujeres de letras en el siglo XVIII y, de forma más particular, la obra de algunas de ellas: Josefa Amar, M.ª Rosa Gálvez, Margarita Hickey o M.ª Gertrudis de Hore. Como resultado de estas investigaciones, sabemos hoy que las escritoras del Setecientos cultivaron una variedad de géneros, con preferencia por la poesía y los morales y didácticos, por razones relacionadas con los estereotipos de la feminidad y las convenciones que rodeaban a la mujer de letras. Conocemos también que la extracción social de las escritoras se diversificó en esta época: junto a las figuras clásicas de la religiosa autora de obras piadosas y profanas (Hore, M.ª Nicolasa Helguero) y de la aristócrata, cuya actitud confiada y segura se apoyaba en la conciencia de su rango y en sus contactos familiares y sociales (condesa de Lalaing, marquesa de Espeja), destaca la presencia creciente de mujeres vinculadas a familias de la burguesía comercial o, con más frecuencia, de funcionarios y profesionales liberales (Amar, Hore, Joys, Hickey, Josefa Jovellanos). Las escritoras aprovecharon las nuevas y renovadas formas de proyección del trabajo literario, como la prensa periódica (en la que algunas publicaron versos o cartas, y donde se reseñaron las obras de muchas de ellas); cabe resaltar también en este sentido la labor de las traductoras, que vertieron al castellano obras significativas de los nuevos valores ilustrados, plasmando en ellas sus aportaciones personales a través de notas, prólogos y dedicatorias o mediante la adición de textos propios. Todas ellas maniobraron en los márgenes de un discurso que, si bien solía celebrar públicamente sus aportaciones, lo hacía estableciendo unos límites expresos o tácitos para las mujeres de letras, de quienes se esperaba que hiciesen gala de humildad, falta de ambición y propósitos morales más que intelectuales o económicos. Una vez que conocemos los perfiles generales de la nueva figura de la escritora dieciochesca, en el futuro es de esperar que, además de localizar todavía otros escritos inéditos o que se creían desaparecidos, seamos capaces de reconstruir caso por caso, como se ha comenzado a hacer tan sólo para algunas de ellas, el contexto social y familiar y la trayectoria por la que se constituyeron en mujeres de letras: su formación y lecturas, sus apoyos, amistades y círculos de relación y los vínculos existentes entre ellas y con otros escritores o patronos. Por último, resulta necesario dar a conocer sus textos a través de las oportunas ediciones críticas o antológicas, empeño que apenas ha comenzado a dar sus fruto".

  • María Jesús García Garrosa (2009): Reseña a la edición contemporánea de la obra de Inés Joyes, Apología de las mujeres, por Mónica Bolufer Peruga.

La Apología de las mujeres es analizada en un denso capítulo (189-256) a la luz del contexto intelectual en el que se inscribe. La erudición de Mónica Bolufer presenta el ensayo de Inés Joyes en la tradición de los debates sobre la naturaleza de los sexos y -lo que quizá es más novedoso tras las investigaciones recientes de la propia Bolufer y de otros filólogos e historiadores- en su relación con los textos de autoras contemporáneas a las que sin duda debió de leer la hispano-irlandesa: Josefa Amar y Borbón, Rita Caveda y Solares o Mary Wollstonecraft. El análisis de Bolufer desgrana con inteligencia y siempre con afán contextualizador los temas de este ensayo escrito en forma de carta de la autora a sus hijas: la condición e imagen de la mujer, la educación de los hijos de ambos sexos, especialmente la femenina, la amistad entre mujeres, la felicidad matrimonial, el adulterio, la moral sexual, la lactancia y crianza de los hijos. En todos ellos llama la atención la investigadora sobre lo arriesgado y atrevido de la postura de Inés Joyes en algunos aspectos, la modernidad de su discurso en el contexto de la España finisecular: por ejemplo, al destacar el carácter laico de su propuesta educativa, o su defensa del amor propio, más que de la virtud, como origen natural del buen comportamiento, o al subrayar cómo se aparta del discurso sentimental en boga sobre el matrimonio, que presentaba una imagen idealizada de la unión conyugal y de la vida familiar; o incluso la manera original y directa que tiene de presentar sus ideas sobre moral sexual, en lo relativo a las infidelidades de los hombres.

El texto, una defensa encendida de la mujer y sus derechos, quedó traspapelado en medio del caudal de textos literarios de la época y la figura de su autora completamente olvidada y confundida. De hecho, quienes se aventuraban al siglo XVIII y a sus obras no tenían muy claro quién exactamente era esa Inés Joyes que firmaba el texto y hay quienes la confundían con su hija.

Se podría decir que Inés Joyes no es la única autora que ha corrido esa suerte. Incluso la muy popular en su momento Mary Wollstonecraft quedó olvidada hasta ser recuperada en los 70 por las historiadoras (su vida era considerada escandalosa y la biografía que publicó su viudo, William Godwin, tras su muerte no hizo más que sellar su fama como persona ‘no recomendable’). A otras autoras del XVIII se las domesticó en los años posteriores y se las hizo pasar por algo mucho menos revolucionario y avanzado de lo que en realidad fueron. Joyes no hizo más que correr al final la suerte de sus tiempos.

Pero ¿quién era exactamente esta mujer y por qué escribió un texto revolucionario sobre los derechos de la mujer? Para descubrirlo no hay más que leer La vida y la escritura en el siglo XVIII, que publicado por la Universidad de Valencia sirve como guía para adentrarse en lo poco que se sabe en concreto sobre Inés Joyes y también permite realizar un primer contacto con las mujeres escritoras de la España del Siglo de las Luces. Su autora, Mónica Bolufer Peruga, ha hecho un minucioso trabajo detectivesco (y cuando se lee el ensayo se puede percibir la magnitud de lo minucioso y el trabajo de minería de datos que ha tenido que hacer: lo que se sabía de Joyes era prácticamente nada) para recuperar la biografía de esta escritora y crear así una llave para adentrarse en algo fascinante, una de esas historias que harán que la wishlist de ensayos que se quieren leer crezca de forma exponencial.

Lo primero que Bolufer Peruga ha hecho ha sido el fijar realmente quién era Inés Joyes y eliminar todos los problemas de ‘maternidad’ del texto. Quién escribió Apología de las mujeres y quien tradujo el Rasselas fue Inés Joyes, nacida en Madrid en 1731, y no ninguna de las otras mujeres de su familia que se llamaban igual o muy parecido. Lo segundo ha sido construir una biografía de una mujer de la que no ha quedado prácticamente nada y sobre la que lo poco que se puede saber se tiene que descubrir echando mano a los testamentos, partidas de nacimiento y defunción y demás textos legales.

Inés Joyes era la hija de unos irlandeses emigrados y tanto por su madre como por su padre descendía de las familias que el siglo XVII tuvieron que dejar Irlanda y exiliarse al continente. Muchos de esos irlandeses exiliados se asentaron en España, donde les dieron derechos y donde podían establecer negocios, que es lo que hicieron los familiares de Inés. La comunidad era aun así bastante cerrada y solían casarse con descendientes de otras familias irlandesas, que es lo que acabaría haciendo Inés Joyes en 1752 al casarse con Agustín Blake.

Del matrimonio nacerían nueve hijos a lo largo de 20 años en las dos localidades en las que vivirá la pareja, Málaga y Vélez-Málaga. En 1782 murió su marido y ella viviría hasta 1808 en Málaga y, según su partida de defunción en el libro parroquial, lo hizo de vejez. Había tenido una vida bastante larga y una en la que, como especula Bolufer Peruga los libros tuvieron una parte muy importante (es más que probable imaginar que Inés Joyes fue una lectora intensa, aunque no se cuente con un listado con los contenidos de su biblioteca). En algún momento, cuando ya andaba en los 60 años, Inés Joyes se sentó a escribir una reflexión sobre los derechos de la mujer en la que, sin duda, sus vivencias y sus lecturas tuvieron mucho que decir.


Más información sobre el tema:

1.2. La libertad de escoger marido: hasta ahí llegaron los patriarcas.


El sí de las niñas, escenas XII y XIII del tercer acto.

Escena XII


DOÑA FRANCISCA, RITA, DOÑA IRENE, DON DIEGO

Salen DOÑA FRANCISCA y RITA de su cuarto.


RITA.- Señora.

DOÑA FRANCISCA.- ¿Me llamaba usted?

DOÑA IRENE.- Sí, hija; porque el señor Don Diego nos trata de un modo que ya no se puede aguantar. ¿Qué amores tienes, niña? ¿A quién has dado palabra de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú, picarona... Pues tú también lo has de saber... Por fuerza lo sabes... ¿Quién ha escrito este papel? ¿Qué dice? (Presentando el papel abierto a DOÑA FRANCISCA.)

RITA (Aparte a DOÑA FRANCISCA.).- Su letra es.

DOÑA FRANCISCA.- ¡Qué maldad!... Señor Don Diego, ¿así cumple usted su palabra?

DON DIEGO.- Bien sabe Dios que no tengo la culpa... Venga usted aquí. (Tomando de una mano a DOÑA FRANCISCA, la pone a su lado.) No hay que temer... Y usted, señora, escuche y calle, y no me ponga en términos de hacer un desatino... Deme usted ese papel... (Quitándole el papel.) Paquita, ya se acuerda usted de las tres palmadas de esta noche.

DOÑA FRANCISCA.- Mientras viva me acordaré.

DON DIEGO.- Pues éste es el papel que tiraron a la ventana... No hay que asustarse, ya lo he dicho. (Lee.) «Bien mío: si no consigo hablar con usted, haré lo posible para que llegue a sus manos esta carta. Apenas me separé de usted, encontré en la posada al que yo llamaba mí enemigo, y al verle no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que saliera inmediatamente de la ciudad, y fue preciso obedecerle. Yo me llamo Don Carlos, no Don Félix. Don Diego es mi tío. Viva usted dichosa, y olvide para siempre a su infeliz amigo.- Carlos de Urbina.»

DOÑA IRENE.- ¿Conque hay eso?

DOÑA FRANCISCA.- ¡Triste de mí!

DOÑA IRENE.- ¿Conque es verdad lo que decía el señor, grandísima picarona? Te has de acordar de mí. (Se encamina hacia DOÑA FRANCISCA, muy colérica, y en ademán de querer maltratarla. RITA y DON DIEGO lo estorban.)

DOÑA FRANCISCA.- ¡Madre!... ¡Perdón!

DOÑA IRENE.- No, señor; que la he de matar.

DON DIEGO.- ¿Qué locura es ésta?

DOÑA IRENE.- He de matarla.


Escena XIII

DON CARLOS, DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA

Sale DON CARLOS del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a DOÑA FRANCISCA, se la lleva hacia el fondo del teatro y se pone delante de ella para defenderla. DOÑA IRENE se asusta y se retira.


DON CARLOS.- Eso no... Delante de mí nadie ha de ofenderla.

DOÑA FRANCISCA.- ¡Carlos!

DON CARLOS (A DON DIEGO.).- Disimule usted mi atrevimiento... He visto que la insultaban y no me he sabido contener.

DOÑA IRENE.- ¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué escándalo!

DON DIEGO.- Aquí no hay escándalos... Ése es de quien su hija de usted está enamorada... Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No importa... Abraza a tu mujer. (Se abrazan DON CARLOS y DOÑA FRANCISCA, y después se arrodillan a los pies de DON DIEGO.)

DOÑA IRENE.- ¿Conque su sobrino de usted?...

DON DIEGO.- Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida... ¿Qué es esto, hijos míos; qué es esto?

DOÑA FRANCISCA.- ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices?

DON DIEGO.- Sí, prendas de mi alma... Sí. (Los hace levantar con expresión de ternura.)

DOÑA IRENE.- ¿Y es posible que usted se determina a hacer un sacrificio?...

DON DIEGO.- Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre... ¡Carlos!... ¡Paquita!... ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!... Porque, al fin, soy hombre miserable y débil.

DON CARLOS.- Si nuestro amor (Besándole las manos.), si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida...

DOÑA IRENE.- ¡Conque el bueno de Don Carlos! Vaya que...

DON DIEGO.- Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece; éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde!

(...)


Protagonista: Francisca, prometida por necesidad al rico y viejo Don Diego; enamorada de Carlos, su sobrino.

Autor: Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas (1801-1806).

Crítica sobre la obra.

"Para querer comprender el ánimo revolucionario de la sociedad libertada en las obras teatrales, es necesario comprender las distinciones que existían entre las mujeres y los hombres. Generalmente, el hombre o el marido era la cabeza de la familia. Paloma Manzanos Arreal indica en su artículo titulado “Mujeres viudas, casadas y solteras” que el marido era quien se ejercía como amo y señor de los que estaban bajo su dirección y protección, incluyendo la mujer, los hijos e hijas y, cuando los había, los criados y criadas (12). Él no sólo mantenía a su familia, sino que también representaba la familia ante las diferentes instancias públicas como la comunidad, la iglesia y la ciudad (Arreal 2). Al contrario, las mujeres estaban divididas en dos grupos: las casadas o las viudas y solteras. La mujer casada permanecía subordinada al marido. Ordinariamente, ella trabajaba en tareas domésticas y bajo la dirección del esposo, quien, siempre tuvo que ser su prioridad; pero, sí podemos suponer que ella tomaba las decisiones en el interior de la casa. Es decir, que ella tenía su propio espacio de poder o de decisión dentro del círculo familiar (Arreal 2-3). Infortunadamente, las viudas y las solteras tenían peores posibilidades de sobrevivir bajo el Antiguo Régimen en comparación con las mujeres casadas por no tener cobertura alguna o la ayuda necesaria de su familia. Los individuos, mayormente las mujeres, que enfrentaban la soledad y que tenían que buscar sostenimiento sin ayuda, eran más propensos a caer en situaciones de miseria (Arreal 4). Arreal indicó en su estudio sobre las mujeres durante los siglos XVIII y XIX, que el mayor porcentaje de pobres en las ciudades eran las viudas solas o con hijos. Solamente las mujeres que tenían la asistencia de sus hijos o que su situación económica era mejor podían vivir decentemente (4). Los matrimonios de fines del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XIX sólo podían ser concertados por los padres de los hijos. Esto ocurrió por el absurdo racionalismo de los antiguos en haber pensado que tales casamientos demostraban la indispensable y natural obligación del respeto a los padres. No sólo demostraba respeto así a sus padres sino que los padres tampoco pudieron confiar en los hijos en elegir su pareja por la gravedad de la elección de estado con personas favorables. En otras palabras, los padres querían reflexionar sobre las consecuencias y atajar con tiempo los resultados turbados y desfavorables al público y a las familias (Andioc 146). Tanto pensaban en este racionalismo que, el rey Carlos III, escribió una ley el 23 de marzo de 1776 que obligaba a todos los que eran menores de 26 años fueran obligados a pedirle el consentimiento a la cabeza de la familia para proponer el matrimonio (Andioc 146). Esta ley permitía que los padres les obligaran a sus hijos a casarse con quien ellos querían, aunque se les aconsejaba sobre los efectos negativos que esto podría causar (Almonte). Tal tema de la libertad de la joven en asuntos matrimoniales era muy actual y provocaba opiniones tan profundas que se ha constituido como un símbolo del comienzo de una ideología y política que existía en tales épocas (Carratalá 16). En la obra teatral titulada El sí de las niñas se revela tal circunstancia y su creador intenta proponer en ella una solución al dilema (Almonte)".


Más información sobre el tema:

"Estimaré al señor Gazel me diga qué uso o costumbre se sigue allá en su tierra en esto de casarse las hijas de familia, porque aunque he oído muchas cosas que espantan de lo poco favorable que nos son las leyes mahometanas, no hallo distinción alguna entre ser esclava de un marido o de un padre, y más cuando de ser esclava de un padre resulta el parar en tener marido, como en el caso presente".

Goya, Mujer joven vistiendo mantilla y basquina.
La mujer del abanico, retrato de Goya.
Retrato posterior atribuido a Goya.

1.3. Una autora independiente, que inventa heroínas modernas, calumniada por denunciar la violencia machista.

Mujer maltratada con un bastón. Dibujo de Francisco de Goya.
Rita Barrenechea, condesa del Carpio, autora teatral "clandestina", retratada por Goya.

Dos fragmentos de la comedia sentimental o melodrama El egoísta (1803, nunca representada) de María Rosa Gálvez.


Acto I, Escena IV

NANCY. NELSON.

(...)

NANCY

(Sentándose.)

¡Ah! Nelson: vos no ignoráis

mis desgracias; pues apenas

por la muerte de mi padre

empezaron, cuando adversa (210)

la fortuna, que hasta entonces

se me mostraba halagüeña,

hizo de mi vida el blanco

de su inconstancia. Ya es fuerza

revelaros el secreto, (215)

que en medio de mi pobreza

me obliga a seguir la corte.

Mi esposo, que en breve llega

a Windsor...

LORD NELSON

(Levantándose.)

¿Qué estáis diciendo?

¿Aquí viene el calavera (220)

de Sidney?, abur, señora.

(Quiere irse.)

NANCY

(Le detiene.)

Oídme por piedad siquiera.

Vuestro favor es preciso

que a Milord Sidney proteja.

Nelson, no tengo otro amparo (225)

que vuestra amistad.

LORD NELSON

(Con viveza.)

¿Por ella

queréis que a un hombre egoísta,

que a todo el mundo desprecia,

que ha malgastado sus bienes,

que sumergió en la indigencia (230)

a su esposa y a su hijo;

y que, a la naturaleza

insensible, ha desterrado

toda sombra de vergüenza,

apoye un hombre de honor, (235)

como Nelson? Bueno fuera,

que la mano, que pretende

aniquilar en la tierra

esta raza de malvados,

fuese quien los protegiera. (240)

No, señora.

(Quiere irse y ella lo detiene.)

NANCY

Oídme, Nelson.

LORD NELSON

Nunca, jamás; si pudiera

sepultarlos en la nada,

¡oh con qué placer lo hiciera!

NANCY

Pero escuchadme por Dios; (245)

ved que no tienen mis penas

otro consuelo que el vuestro.

LORD NELSON

¿Y por qué con tal reserva

me habéis ocultado siempre

lo que a seguir os empeña (250)

la corte? Aunque no es preciso

que yo el motivo supiera

de la pretensión que os trae

para serviros, se queja

mi amistad de ese secreto; (255)

yo os vi nacer; la cautela

no debéis usar conmigo.

NANCY

Tenéis razón; pero es esta

mi disculpa. Amo a Sidney;

y mis amores os llenan (260)

de indignación.

LORD NELSON

Claro está,

si es un bribón.

NANCY

Que lo sea.

Él es mi esposo, y pretendo

a costa de mis finezas

ver si consigo que pague (265)

de mi cariño la deuda.

LORD NELSON

(Sentándose.)

¡Qué virtud! (Aparte.) Decid, Milady,

si alguna esperanza os queda

de conseguirlo, y contad

con que, aunque él no lo merezca, (270)

por veros feliz haré

por mi parte cuanto pueda.

NANCY

(Se sienta.)

De vuestro honor no lo dudo.

Escuchadme con paciencia,

y compadeced la suerte (275)

de un amor sin recompensa.

Yo, obedeciendo a mi padre,

y a la inclinación secreta

que tuve a Sidney, la mano

le di, y le entregué con ella (280)

un corazón puro, un alma,

que ocupaba su terneza,

él ingrato, en breve tiempo

arrastrado por la fuerza

del mal ejemplo de otros, (285)

me olvida, ultraja y desprecia;

y no hubo exceso, ni infamia,

en que no incurriese; de ellas

apenas lo separaba

mi amor, cuando en otras nuevas (290)

lo encontraba sumergido;

finalmente, de mis penas

llegó el colmo por muerte

de mis padres, y en la tierra

quedé abandonada y sola, (295)

sin que algún temor hubiera

que contuviese a Sidney.

En breve de mi opulencia

desapareció el engaño;

y en breve la lisonjera (300)

multitud de amigos falsos

huyó de nuestra indigencia.

Mi esposo agotó mis bienes,

empeñó todas mis rentas,

y aun, la ropa y las alhajas (305)

precisas a mi decencia.

Dejome al fin con mi hijo,

de mi amor única prenda,

en mi quinta de Glocester

desamparada, y expuesta (310)

a sufrir de sus contrarios

los insultos y las quejas.

Vino a Londres, y en los brazos

de Milady..., mi prudencia

no me permite nombrarla, (315)

olvidó mi pasión tierna.

Yo le seguí...

LORD NELSON

¿Y para qué?

NANCY

No me interrumpáis, que llega

el momento de que implore

todas las piedades vuestras. (320)

Llegué a Londres; se negó

a vivir conmigo; y esta

ingratitud me empeñó

en contrastar con finezas

aquel corazón de mármol. (325)

Adulé su ambición ciega,

proponiendo conseguirle

por medio de alguna oferta

de una parte de mis bienes,

cierta dignidad que anhela (330)

hace mucho tiempo.

LORD NELSON

Vaya;

ya me falta la paciencia.

¿Y cuál es?

NANCY

Es un gobierno

en las colonias inglesas

de la India.

LORD NELSON

¡Pobres gentes! (335)

Las que gobernadas sean

por un egoísta.

(...)


Acto III, Escena XI


SIDNEY. NANCY. NELSON.

NELSON

Aquí me tenéis, Milady;

el coche dentro de un rato

vendrá.

MILORD SIDNEY

Si sabéis, Milord, (465)

el viaje que ha pensado

mi esposa, sabed también

que no puede efectuarlo

sin mi permiso.

NANCY

Sidney,

ya la ocasión ha llegado (470)

de responderte, y que sepas

que no puedes estorbarlo.

MILORD SIDNEY

¿Cómo? ¿Qué dices?

NANCY

Que el cielo,

aunque bendice los santos

vínculos del matrimonio, (475)

también manda separarlos,

si la salud o la vida

en él están arriesgados.

Bien sabes mi amor, Sidney,

y cuánto me habrá costado (480)

el resolverme a vivir

siempre lejos de tu lado.

MILORD SIDNEY

Disimulemos. (Aparte.) Sin duda

que tú tienes trastornado

el juicio.

(A ella.)

NANCY

¡Ojalá, Sidney!, (485)

no fueran, no, mis quebrantos

tan crueles, si tú fueras

a mi amor menos ingrato.

MILORD SIDNEY

Pero Nancy..., (Turbado.) no te entiendo.

NANCY

Pudiera hablarte más claro, (490)

mas no quiero confundirte.

MILORD NELSON

Pero al fin, ¿en qué quedamos?

¿Os vais, o no?

MILORD SIDNEY

Yo no puedo

consentirlo. ¿Quién te ha dado

libertad para pensar (495)

que podemos separarnos

como tú quieras? Conmigo

permaneceréis tú y Carlos

a tu pesar. Nadie puede

arrancarte de mis manos, (500)

sin que pruebe de mi enojo

el castigo.

NANCY

Hombre malvado,

hombre insensible al delito

y al amor, hombre de mármol,

aquí está de mi divorcio (505)

(Sacando los papeles del vestido.)

la sentencia; aquí guardado

está tu oprobio y mi muerte.

Mi muerte, que has procurado

anticipar, y si el cielo

de tu maldad me ha salvado (510)

hasta ahora, en adelante

lejos de ti, sepultando

mis quejas y mis desgracias,

vivir más segura, aguardo.

MILORD SIDNEY

Estoy confundido. (...)


Protagonista: Nancy, mujer maltratada que acaba divorciándose de su marido.

Autora: María Rosa Gálvez, El egoísta (1803).

Crítica sobre la autora y la obra.

De la lectura, algunas mujeres, en número creciente, dieron el paso de tomar la pluma para plasmar por escrito su pensamiento. Sin embargo, no resulta tan fácil definir que podemos entender por escritora en los siglos modernos. No se trata todavía, desde luego, de una figura profesional. Si el escritor que vive de sus obras constituye en España, todavía en el siglo XVIII, una realidad muy limitada, su equivalente femenino apenas existía en nuestro país por esas fechas. La figura que más puede aproximársele es la de María Rosa de Gálvez, dramaturga de éxito que obtuvo ingresos de sus obras, ampliamente representadas y publicadas en su época, y cuya producción y trayectoria vital y profesional han sido objeto de interesantes revisiones en los últimos tiempos. Pero, con esa posible excepción, habrá que esperar al menos al siglo XIX para que se den en España, en alguna medida, las condiciones que habían permitido en Inglaterra desde finales del siglo XVII, así como en Francia entrado el XVIII, a un buen número de mujeres (novelistas, traductoras, autoras de obras pedagógicas...) desarrollar una sólida carrera literaria e incluso mantenerse económicamente del producto de su trabajo.


María Antonia Rosalía de Gálvez y Ramírez nació en Málaga en torno a los años de 1768 y 1769, fue entregada a la Casa de Expósitos de Ronda y recogida con posterioridad por Antonio de Gálvez, coronel del ejército, y Mariana Ramírez de Velasco, casados en Macharaviaya, un pueblo de la provincia, de donde ambos eran oriundos. Según parece, era hija natural de aquel.​ Fue sobrina de José de Gálvez, ministro de Carlos III y I marqués de la Sonora, y prima de Bernardo de Gálvez, virrey de Nueva España y I conde de Gálvez. En su certificado de adopción consta que en ese momento tenía dieciocho años y era vecina de Málaga. No se indica ni la fecha ni el lugar de nacimiento, solo que los Gálvez se hicieron cargo de su crianza y educación desde su infancia.

Contrajo matrimonio en Málaga con su primo el capitán José Cabrera Ramírez. Emprendieron una serie de juicios por la sucesión de Antonio Gálvez y de su esposa. En su testamento de 1799 declara que tiene una hija natural: doña María Josefa de la Pastora Irisarri y Gálvez, habida con Don Josef Irisarri, siendo ambos solteros. En esos momentos tenía diez años pero no llegó a la vida adulta. (...)

Algo había en ella de moderno e independiente que inquietaba vagamente a sus contemporáneos varones y no podían entender; fue atacada por consideraciones ajenas a su mérito literario intrínseco (su feminismo, su independencia, su conducta moral ajena entonces a los valores de la época, su relación con Manuel Godoy); la crítica actual ha puesto su obra en su justo, digno y merecido lugar. (...)

Compuso un total de 17 obras para el teatro: seis tragedias, tres comedias, cuatro obras breves, una zarzuela, y tres traducciones. Ocho de sus obras fueron representadas en Madrid durante los años de 1801-1805, y por lo menos dos volvieron a las tablas después de su muerte. Las obras representadas aparecían en los teatros principales del día, como el Príncipe y los Caños de Peral; los actores más famosos de la época, Isidoro Máiquez, por ejemplo, interpretaban los papeles de Gálvez. Su comedia Familia a la moda comenzó la temporada del teatro de los Caños de Peral en 1805. Las reseñas de sus obras salían publicadas en los periódicos más notables del fin del siglo XVIII en España, como el Memorial literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid y Variedades de ciencias, literaturas y artes.

Su tema más habitual es la conquista de la libertad, por lo cual se opone a los casamientos estalecidos por los padres, como Moratín, o a la esclavitud, como en Zinda, o al sometimiento a ciegas pasiones, como en La delirante, o a los condicionantes del teatro tradicional como en Los figurones litearios, apoyando la reforma neoclásica.

Su punto de vista es femenino y aún feminista: la mujer, con todos sus sueños, deseos y frustraciones en un mundo dominado por el hombre. Un repaso de estos temas comprueba la alta «autoconsciencia femenina» de la dramaturga ilustrada. Para Daniel S. Whitaker, "teniendo en cuenta el teatro de María Rosa Gálvez, está claro hoy día que se cuenta entre las primeras mujeres del mundo hispano -como Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo anterior- que han contribuido al desarrollo de la autoconciencia de la mujer en la literatura.


El matrimonio formado por María Rosa de Gálvez y José de Cabrera continuará residiendo durante unos años en Málaga, en la plaza de la Merced, en una casa arrendada al rico comerciante irlandés Juan Galwey frente al hoy desaparecido hospital de Santa Ana, ya que las casas propiedad de su padre en dicha plaza las había heredado su prima. (...) Estos años en Málaga se reflejan en diversas escrituras de venta o arrendamiento de bienes otorgadas por la pareja, y con frecuencia únicamente por María Rosa ante la ausencia de su marido. Los viajes de José Cabrera son cada vez más frecuentes, como también las deudas y pagos a los que ella debe hacer frente. De modo habitual nuestra heroína actúa con poder de su consorte para poder administrar sus bienes.

En un protocolo de 29 de febrero de 1796, Rosa de Gálvez debe «acudir a solventar y pagar a distintos acreedores varias cantidades que les adeuda el expresado su marido, quienes para su cobro le están causando costas y vejaciones...». En otro, de 8 de abril siguiente, tiene que tomar determinaciones «hallándose su marido muchos días hace ausente de la ciudad» y con la precisión de pagar los muchos acreedores que la acosan dentro y fuera de los tribunales. Curioso es que las opiniones negativas que sobre María Rosa surgieron durante el siglo XIX como la de Guillén Robles, reiterada por Díaz de Escovar a principios de la pasada centuria, la culpen del fracaso de su matrimonio, cuando es el esposo el que, casi desde la boda, se ausenta con frecuencia, contrae numerosas deudas y dilapida en las mesas de juego el patrimonio heredado de los padres de ella.

El 2 de diciembre de 1796 la pareja hace las paces firmando una escritura notarial de reconciliación en la que se perdonan los agravios tanto de obra como de palabra, desistiendo de cuantas demandas y quejas hubieran promovido uno contra otro y cuya lectura ofrece uno de los aspectos más inquietantes de la biografía de María Rosa por los sorprendentes términos en los que está redactada. Afirman que si en el futuro se promueven nuevos litigios entre ambos cónyuges quieren no ser oídos y que sean despreciados como injustos y temerarios, y condenados a perpetuo silencio. Más aún, la esposa jura ante Dios y a una señal de cruz hacer «renunciación a la ley segunda, título segundo, de la quinta partida y demás que hablan a favor de las mujeres» de cuyas consecuencias es avisada por el escribano. (...) La aceptación de tales cláusulas por María Rosa sólo se explica por las presiones que habría recibido y por un penoso estado anímico, que hace pensar en la posibilidad de que la muerte de su hija haya acaecido en fecha cercana. (...) Los altercados y dificultades económicas no impiden a María Rosa proseguir con su verdadera vocación: la literatura. Aficionada a la poesía y al teatro, lee y traduce con idéntica pasión y pronto sus obras obtendrán el reconocimiento de sus contemporáneos.

(...)

¿Se convirtió María Rosa de Gálvez en la amante del Príncipe de la Paz? No hay pruebas de ello, es un rumor reiterado por diversos autores, quizás porque unos lo recogen de otros. Guillén Robles dice de la autora que «...corrió vida azarosa y libertina, viniendo a parar a Madrid a vivir a expensas de Godoy, a quien tenía por costumbre presentar un soneto liviano a la hora de tomar el chocolate», afirmando que debe estas noticias a su amigo José Carvajal y Hué. Lo cierto es que doña María Rosa gozó de la protección de Godoy como ella misma reconoce en alguno de sus escritos y ello facilitó la edición de sus obras en la Imprenta Real en condiciones privilegiadas y el empleo otorgado a su marido. (...) En cualquier caso sin su propio talento no hubiera logrado doña María Rosa difundir sus trabajos en un momento en el que son muy pocas las mujeres en la Corte, como las Condesas de Jaruco y del Carpio, aficionadas a la literatura. Son sus composiciones, y no las especulaciones sobre su vida privada, las que nos permiten rescatar hoy a esta escritora si no del olvido, sí de un ámbito especializado y minoritario.

(...)

Rosa y José volvían a tener problemas en su matrimonio, vivían en domicilios separados y la creciente notoriedad de la esposa en los ambientes intelectuales y teatrales de Madrid resultaba incómoda para el marido. Deciden separarse definitivamente, tal vez de forma amistosa, y José solicita al Rey un empleo de intérprete en una legación en el extranjero.

(...)

Mientras tanto, María Rosa permanece en Madrid —no acompañó a su esposo a los Estados Unidos como afirma algún libro— con sus dos criadas, protegida por sus amigos, con una creciente popularidad y una economía complicada. El conjunto de obras escritas da fe de su tesón en la creación literaria. Sin duda inicia una etapa de mayor serenidad, alejada por fin de tensiones conyugales. En ese año comienzan sus peticiones para que la Imprenta Real publique sus obras. Éstas ven la luz en 1804 y la autora consigue del Rey que los beneficios le sean reintegrados en lugar de destinarlos a sufragar los gastos de imprenta. (...) El Teatro de los Caños del Peral acoge en abril de 1805 el estreno de una de las obras más aclamadas de María Rosa de Gálvez, la comedia La familia a la moda, que será representada de nuevo en años sucesivos. La obra tuvo problemas con la censura pues la autoridad eclesiástica la tildó de «inmoral y ser escuela de la corrupción y el libertinaje», acusaciones absurdas de las que la autora se defendió con viveza hasta lograr que fuera autorizada. El 4 de noviembre y en el mismo Teatro de los Caños del Peral, se inician las representaciones de su obra Las esclavas amazonas [que hoy permanece inédita], concluyendo el día 20 del mismo mes. A propósito de esta obra publicó una carta de respuesta a la crítica que había aparecido en el periódico Memorial Literario, en la que afirma con ironía: «¡cómo se conoce en vuestra explicación, que no encontráis ninguna orgullosa amazona! Acaso la mía, a pesar de la educación que había formado su carácter, a vista de uno de vosotros se hubiera derretido; pero acaso también os hubiera hecho la mamola, y por esto cuidé de que el galán que había de rendir a mi heroína, tuviese figura de hombre».

(...)

La propia autora es consciente de su excepcional papel de dramaturga, y al solicitar al Rey la impresión de sus trabajos afirma que «ninguna otra mujer, ni en nación alguna tiene ejemplar, puesto que las más celebradas francesas solo se han limitado a traducir, o cuando más han dado a luz una composición dramática; mas ninguna ha presentado una colección de Tragedias originales como la Exponente...».

(...)

Pero más que la reconstrucción a retazos de su biografía, son sus obras las que hablan por Gálvez. Pese al sambenito de disoluta que se le adjudicó en el siglo XIX, las comedias y dramas de doña María Rosa sí reflejan un espíritu libre y nada mojigato, pero a la vez partidario de una auténtica regeneración moral a través de la cultura y del trabajo. Da en sus escritos protagonismo a las mujeres en la reivindicación de su papel social y de su independencia frente al hombre. Rechaza los matrimonios impuestos en Los figurones literarios y en La familia a la moda. Sus heroínas no dudan incluso en tomar las armas como en Blanca de Rossi y en Las esclavas amazonas. En Zinda se opone abiertamente a la esclavitud, en una época en la que el tráfico de esclavos está oficialmente regulado. Critica incluso la caza y la fiesta de los toros en el poema La vanidad de los placeres. Los divertidos nombres inventados para los personajes de sus obras [cómicas] —el Barón de Chispa Verde, don Esdrújulo, el jefe indio Cola-Cola y tantos otros— muestran su ingenio y sentido del humor. Se documenta minuciosamente para la ambientación de sus dramas y poemas (...).


En los primeros meses de 1801 concluyó su primera comedia: Un loco hace ciento y su primera tragedia original Ali-Bek que fueron representadas en el Coliseo del Príncipe entre el 3 y el 10 de agosto. Moratín asistió al estreno (Diario), y el Memorial publicó una reseña bastante extensa de Ali-Bek que incluía un panorama de la dramática femenina (Apéndice C), y otra más sucinta de la tragedia. Estos logros y la publicación de Catalina, Ali-Bek y Un loco hace ciento en el tomo V de la colección Teatro Nuevo Español no fueron suficientes para solucionar los problemas de MRG. En una carta dirigida a la Junta de la Dirección de Teatros—la más íntima de sus cartas—MRG expuso sin reservas el verdadero estado de su hacienda, los estragos que le había causado la peste y los gastos sin precedentes a los que había de hacer frente, no olvidándose de la pérdida de su pequeña María: "mujer sin herederos"; y solicitó que en cambio de recibir el tres por ciento asignado a la representación de su tragedia por diez años prefería el antiguo premio de veinticinco doblones por una sola vez (Apéndice C, l.c).

En la misma carta MRG hizo saber a la Junta que estaba trabajando en "otras varias composiciones dramáticas" con la esperanza de que fueran aceptadas y representadas, y por las que aceptaría el tres por ciento acordado por la Junta. María Rosa Gálvez había decidido ya que la composición dramática sería su profesión y medio de supervivencia, y quería que la Junta estuviese a la par de esa decisión. Es por ello que a la vez que peticionaba el premio, MRG estaba interesando a los miembros de la Junta en el próximo producto que pondría a la venta, dejando claro que necesitaba ese trabajo pues era su única fuente de ingresos, y convenciéndolos de los méritos de sus obras por ser "la primera entre las españolas que se ha dedicado a este ramo de literatura [la tragedia]".

(...)

La apremiante situación económica hizo que José Cabrera tomara la iniciativa de trabajar, para lo cual se dirigió al Rey con fecha 22 de agosto solicitando colocación como "joven de lenguas", en cualquier embajada (Apéndice B, Madrid 22-VIII-1803). (...) El hecho es que Godoy le dio casi inmediatamente (8-XI-1803) una colocación en el Ministerio en los Estados Unidos de la América Septentrional con un sueldo de 12.000 reales y los gastos de viaje cubiertos, para donde José se dirigió a fines de noviembre. Conjuntamente con su nombramiento de "agregado a la secretaria del Ministerio", a Cabrera se le otorgó la patente de "Capitán graduado de Milicias", que es un título honorario dentro de la jerarquía militar. (...)

En esos meses MRG se hallaba muy preocupada con los gastos que involucraría la edición de sus obras y que ella no podía solventar. En noviembre peticionó formalmente que se le subvencionara la impresión inmediata de sus tres tomos de "poesías originales", con la promesa de reintegrar el costo de la misma con el producto de la venta de su obra. Infelizmente, MRG no pudo devolver la suma que se le adelantó y es muy doloroso leer su propia admisión de "permanecer sumergida en la misma indigencia" luego de saberla heredera de una cuantiosa fortuna (Apéndice C, ó.e.ii). Más doloroso aún es que sus críticos, entre los cuales figuran varias mujeres, hayan confundido un acto de caridad con un acto de inmoralidad. (...)

Cabrera llegó a Washington a mediados de enero de 1804 causando una muy buena impresión al ministro Casa-Irujo. (...) Esta buena impresión no duraría mucho tiempo. (...) Casa-Irujo no había tenido tiempo aún para iniciar una investigación al respecto cuando fue informado por el Banco de Filadelfia que Cabrera había cobrado tres cheques, falsificando la firma del propio Ministro, por un valor de USS 1.900, equivalente a 32.000 reales (Apéndice B, Filadelfía 24-XI-1804). Cabrera fue encarcelado y comenzó una largo proceso judicial que capturó la atención de los filadelfianos -el periódico Philadelphia Aurora se ocupó de él en más de 20 ediciones- quienes asistían diariamente a la corte a curiosear su gallarda figura envuelta en el traje de Capitán de Milicias. Cabrera supo manejar hábilmente su precaria situación. (...) Resulta incomprensible que un escándalo de tamañas proporciones no haya sido comentado en los periódicos españoles, y jamás fuera registrado en las historias sobre las Relaciones Exteriores de aquel período. Más inexplicable aún, es que los críticos que han consultado el AHN—desde Serrano y Sanz hasta los autores del bien documentado libro sobre los Gálvez de Macharaviaya—no hayan podido encontrar un legajo cuya catalogación está en orden, y sigan retratando a José Cabrera como el marido de brillante e impecable carrera que fue traicionado por su mujer. (...)

[Acerca de la comedia sentimental El egoísta]

Los dos temas centrales de la comedia lacrimosa [o melodrama] eran, según lo expresó Diderot en su ensayo Entretiens sur "Le fils naturel", la relación entre los miembros de una familia y las profesiones y el papel que ellos desempeñan en la sociedad, siendo una de sus manifestaciones emotivas más visible: la abundancia de lágrimas—el nuevo género era también conocido como comedia "llorona", "llorosa", "lacrimógena" o "sentimental". En El egoísta se ilustran los perniciosos efectos que produce una vida guiada solamente por la concreción de los intereses personales con total desprecio de sus semejantes, a quienes ha sumido en el llanto y la desesperación. Embargada de dolor, Nancy, la esposa del egoísta Sidney, pide a Dios: "duélete de mí, aniquila / el egoísmo; tu brazo / justiciero hunda por siempre / este vicio detestado; / este vicio, que destruye / los vínculos sacrosantos / de la piedad; que convierte / en tigres a los humanos; / y que se goza insensible / en los suspiros y el llanto. / Puedan libres de este monstruo / respirar los desgraciados; / pueda la beneficencia / socorrer con grata mano / al mísero, y a su vista / huya siempre avergonzado / el hombre, que nació [par]a ser / oprobio de sus hermanos" (vv. 2217-234).

La acción se desarrolla en una fonda de Windsor, y se extiende desde el atardecer hasta la mañana del día siguiente. Nancy se halla alojada allí en compañía de su hijo Carlos, mientras tramita en Londres un nombramiento oficial para su marido Sidney, a quien no ve desde hace algunos años, y por quien está dispuesta a sacrificar el remanente de su herencia para reconquistar su cariño. En la posada se alberga también Nelson, un viejo amigo del padre de Nancy, a quien ésta le pide ayuda para acelerar el trámite de Sidney. Nelson promete que lo hará a pesar del disgusto que le produce ese siniestro personaje que ha esquilmado la fortuna de Nancy. Sidney llega acompañado de Jenny Marvod, su amante, a quien prostituyó y obliga a tener otros amantes ricos para mantenerlo a él. Más tarde, Sidney se dirige a la casa de un irlandés a jugar a los naipes y gana de mala fe una suma elevada de dinero, hasta que hace su aparición el Gobernador a quien para congraciarlo le permite que le gane lo que él había acumulado. Una vez terminada la partida, Sidney vuelve a la fonda para perpetrar su último atentado contra Nancy; aprovechando el deseo de su esposa de beber una taza de chocolate, mezcla el brebaje con veneno en polvo y se lo da a beber, y se dirige luego a su cuarto a descansar. Nancy pasó muy mala noche por los constantes vómitos, de los que se calmó recién al amanecer. Esa misma noche la fonda fue visitada por el Gobernador y un grupo de soldados quienes interrogaron a Smith, el criado de Sidney, y a Bety, la posadera, sobre las andanzas de Sidney. A la mañana siguiente Sidney se levanta temprano para ir a palacio, a pesar de habérsele informado del estado de Nancy. Al salir es interceptado por el Gobernador quien le informa que las autoridades habían estado haciendo averiguaciones sobre su carácter y costumbres, y que se había votado que fuera desterrado del país, pero que la gravedad del delito contra la vida de su esposa había cambiado dicho veredicto y que se había dispuesto su encarcelamiento hasta que se labrara su sentencia. Nancy lo perdona públicamente y trata de salvarlo sin resultado; pero no debe interpretarse esta acción como una maniobra de Nancy para permanecer a su lado, pues ella ya había decidido con anticipación su partida, en compañía de su hijo, abandonando a Sidney en Londres. El perdón de Nancy no se equipara a la rehabilitación del personaje de Sidney. MRG subvirtió el obligado final moral y pedagógico de la comedia lacrimosa, como si hubiese querido castigar al egoísta, pues, tal vez, su experiencia personal le enseñó que este tipo de individuo nunca podría ser reformado. El parlamento apologético de Sidney al final de la comedia revela que éste, si bien no había llegado al límite de la maldad y reconoce su delito, es incapaz de pedir perdón. (...)

Es probable que entre los modelos literarios que MRG tuvo en mente al escribir esta comedia se contaran la opereta Le delire, ou les sietes d 'une erreur de Jacques-Antoine Révéroní Saint-Cyr y la Misantropía y arrepentimiento de August von Kotzebue, ambas traducidas por Dionisio Solís. (...) La personalidad del esposo paciente y comprensivo de la obra de Kotzebue, cuyo honor es mancillado por el adulterio cometido por su mujer, debe haber inspirado indudablemente a la dramaturga en la creación de la trama de El egoísta. En la comedia de MRG los papeles se invierten y la conservadora del orden y decoro de la casa es la esposa en tanto que el adúltero es el esposo, quien tampoco oculta su adulterio y a diferencia de la esposa de la obra de Kotzebue no se arrepiente de su proceder.

Además de las fuentes mencionadas, es evidente que MRG encontró el modelo perfecto para esta comedia en los desgraciados eventos que plagaron su vida matrimonial. Siempre se ha sospechado la presencia del elemento autobiográfico en esta obra, especialmente por la similitud entre los nombramientos oficiales de Sidney y José Cabrera, pero sólo después de haber recuperado cerca de trescientos documentos durante el curso de mi investigación puedo afirmar que se trata de una obra autobiográfica.


Más información sobre la autoría femenina en la literatura neoclásica.

  • Mónica Bolufer Peruga (2007): "Mujeres de letras: lectoras y escritoras del siglo XVIII". Biblioteca Virtual Cervantes.
  • Victoria Galván González (2009): "Obstáculos y contratiempos en la escritura de mujeres en la España del siglo XVIII: Margarita Hickey y Polizzoni, María Rosa de Gálvez Cabrera y María Joaquina de Viera y Clavijo". Biblioteca Virtual Cervantes.
  • Margarita Hickey, poeta ilustrada.
  • Francisca de Sales, la condesa de Montijo. Otra mujer ilustrada, independiente y activa que fue calumniada por sus obras, en este caso benéficas, así como por su protagonismo social, religioso y político.
  • "Tiempo de ilustrados", cap. 25 de la serie El ministerio del tiempo. Además de presentar a Goya y al infamado Godoy, se centra en la actividad de las mujeres ilustradas a través de la Junta de Damas (de la Sociedad Económica de Amigos del País), que lideraban María Josefa Pimentel, duquesa de Osuna, y Francisca de Sales, condesa de Montijo. María Rosa Gálvez dedicó un poema: "Oda a la beneficencia" a una de aquellas "Damas", su prima la Condesa de Castroterreño, enfatizando el hecho de que uniera la pluma literaria con la acción benéfica. La misma Rosa Gálvez fue una niña superviviente de la Casa de Expósitos de Ronda.

1.4. Feijoo, ¿defensor de las mujeres?

Selección de algunos parágrafos de la "Defensa de las mujeres".

7. Ya oigo contra nuestro asunto aquella proposición de mucho ruido, y de ninguna verdad, que las mujeres son causa de todos los males. En cuya comprobación hasta los ínfimos de la plebe inculcan a cada paso que la Caba indujo la pérdida de España, y Eva la de todo el mundo.

8. Pero el primer ejemplo absolutamente es falso. El Conde D. Julián fue quien trajo los Moros a España, sin que su hija se lo persuadiese, quien no hizo más que manifestar al padre su afrenta. ¡Desgraciadas mujeres, si en el caso de que un insolente las atropelle, han de ser privadas del alivio de desahogarse con el padre, o con el esposo! Eso quisieran los agresores de semejantes temeridades. Si alguna vez se sigue una venganza injusta, será la culpa, no de la inocente ofendida, sino del que la ejecuta con el acero, y del que dio ocasión con el insulto; y así entre los hombres queda todo el delito.

9. El segundo ejemplo, si prueba que las mujeres en común son peores que los hombres, prueba del mismo modo que los Ángeles en común son peores que las mujeres: porque como Adán fue inducido a pecar por una mujer, la mujer fue inducida por un Ángel. No está hasta ahora decidido quién pecó más gravemente, si Adán, si Eva; porque los Padres están divididos. Y en verdad que la disculpa que da Cayetano a favor de Eva, de que fue engañada por una criatura de muy superior inteligencia, y sagacidad, circunstancia que no concurrió en Adán, rebaja mucho, respecto de este, el delito de aquella.

(...)

18. No por eso apruebo el arrojo de Zacuto Lusitano, que en la introducción al Tratado de Morbis Mulierum con frívolas razones quiso poner de bando mayor a las mujeres, haciendo crecer su perfección física sobre los hombres. Con otras de mayor apariencia se pudiera emprender ese asunto. Pero mi empeño no es persuadir la ventaja, sino la igualdad.

19. Y para empezar a hacernos cargo de la dificultad (dejando por ahora a parte la cuestión del entendimiento, que se ha de disputar separada, y más de intento en este Discurso) por tres prendas, en que hacen notoria ventaja a las mujeres, parece se debe la preferencia a los hombres, robustez, constancia, y prudencia. Pero aun concedidas por las mujeres estas ventajas, pueden pretender el empate, señalando otras tres prendas, en que exceden ellas: hermosura, docilidad, y sencillez.

(...)

27. Sobre las buenas calidades expresadas, resta a las mujeres la más hermosa, y más transcendente de todas, que es la vergüenza: gracia tan característica de aquel sexo, que aun en los cadáveres no le desampara, si es verdad lo que dice Plinio, que los de los hombres anegados fluctúan boca arriba, y los de las mujeres boca abajo: Veluti pudori defunctarum parcente natura {(a) Lib. 7 cap. 17.}.

28. Con verdad, y agudeza, preguntado el otro Filósofo, qué color agraciaba más el rostro a las mujeres, respondió, que el de la vergüenza. En efecto juzgo que esta es la mayor ventaja que las mujeres hacen a los hombres. Es la vergüenza una valla, que entre la virtud, y el vicio puso la naturaleza. Sombra de las bellas almas, y carácter visible de la virtud la llamó un discreto Francés. Y S. Bernardo, extendiéndose más, la ilustró con los epítetos de piedra preciosa de las costumbres, antorcha de la alma púdica, hermana de la continencia, guarda de la fama, honra de la vida, asiento de la virtud, elogio de la naturaleza, y divisa de toda honestidad {(b) Serm. 86 in Cantic.}. Tintura de la virtud la llamó con sutileza, y propiedad Diógenes. De hecho, [335] este es el robusto, y grande baluarte, que puesto enfrente del vicio, cubre todo el alcázar del alma: y que vencido una vez, no hay, como decía el Nacianceno, resistencia a maldad alguna: Protinus extincto subeunt mala cuncta pudore.

(...)

30. Las pasiones, sin aquel alimento que las nutre, yacen muy débiles, y obran muy tímidas; mayormente cuando en las personas muy ruborosas es tan franco el comercio entre el pecho, y el semblante, que pueden recelar salga a la plaza pública del rostro cuanto maquinan en la retirada oficina del pecho. De hecho se les pintan a cada paso en las mejillas los más escondidos afectos: que el color de la vergüenza es el único que sirve a formar imágenes de objetos invisibles. Y así, aun para atajar tropiezos del deseo, puede ser rienda en las mujeres el miedo de que se lea en el rostro lo que se imprime en el ánimo.

(...)

32. Pienso haber señalado tales ventajas de parte de las mujeres, que equilibran, y aun acaso superan las calidades en que exceden los hombres. ¿Quién pronunciará la sentencia en este pleito? Si yo tuviese autoridad para ello, acaso daría un corte, diciendo que las calidades en que exceden las mujeres, conducen para hacerlas mejores en sí mismas: las prendas en que exceden los hombres, los constituyen mejores, esto es, más útiles para el público. Pero como yo no hago oficio de Juez, sino de Abogado, se quedará el pleito por ahora indeciso.

(...)

40. Sin embargo, la práctica común de las Naciones es más conforme a la razón, como correspondiente al divino Decreto, notificado a nuestra primera madre en el Paraíso, donde a ella, y a todas sus hijas en su nombre se les intimó la sujeción a los hombres. Sólo se debe corregir la impaciencia conque muchas veces llevan los Pueblos el gobierno mujeril, cuando según las leyes se les debe obedecer; y aquella propasada estimación de nuestro sexo, que tal vez ha preferido para el régimen un niño incapaz a una mujer hecha; en que excedieron tan ridículamente los antiguos Persas, que en ocasión de quedar la viuda de uno de sus Reyes en cinta, siendo avisados de sus Magos que la concepción era varonil, le coronaron a la Reina el vientre, y proclamaron por Rey suyo el feto, dándole el nombre de Sapor antes de haber nacido.

(...)

148. Veo ahora, que se me replica contra todo lo que llevo dicho, de este modo. Si las mujeres son iguales a los hombres en la aptitud para las artes, para las ciencias, para el gobierno político, y económico, ¿por qué Dios estableció el dominio, y superioridad del hombre, respecto de la mujer, en aquella sentencia del cap. 3 del Génesis Sub viri potestate eris? Pues es de creer, que diese el gobierno a aquel sexo, en quien reconoció mayor capacidad.

149. Respondo lo primero, que el sentido específico de este Texto aún no se sabe con certeza, por la variación de las versiones. Los Setenta leyeron: Ad virum conversio tua.Aquila: Ad virum societas tua. Symmacho: Ad virum appetitus, vel impetus tuus. Y el doctísimo Benedicto Pereira [388] dice, que traduciendo el original Hebreo palabra por palabra, sale la sentencia de este modo: Ad virum desiderium, vel concupiscencia tua.

150. Lo segundo respondo, que se pudiera decir, que la sujeción política de la mujer fue absolutamente pena del pecado, y así en el estado de la inocencia no la habría. El Texto por lo menos no lo contradice; antes bien parece que habiendo de obedecer la mujer al varón en el estado de la inocencia, debiera Dios intimarle la sujeción luego que la formó. Siendo esto así, no se infiere que la preferencia se le dio al hombre por exceder a la mujer en entendimiento, sino porque la mujer le dio la primera ocasión al delito.

151. Lo tercero digo, que tampoco se infiere superioridad de talento en el varón, aunque desde su origen le diese Dios superioridad gubernativa de la mujer. La razón es, porque aunque sean iguales los talentos, es preciso que uno de los dos sea primera cabeza para el gobierno de casa, y familia; lo demás sería confusión, y desorden. (...)


Autor: Benito Jerónimo Feijoo, "Defensa de las mujeres", Teatro Crítico Universal (I, 16).

Personaje "defendido": las mujeres... y algunos estereotipos de género como los que aquí se señalan.

Crítica sobre la obra y el autor.

"El Padre Feijoo trató gran multitud de temas en sus textos, que no empezó a publicar hasta el año 1725. Casi todas sus obras escritas las recogió en colecciones de opúsculos –RAE: Opúsculo. Obra científica o literaria de poca extensión– nunca exentos de polémica. El autor auriense denominó a sus escritos discursos y en ellos disertaba de una forma casi libre sobre temas muy diversos. No podemos considerar absoluta la libertad de su pensamiento porque siempre enfocaba sus ideas desde las bases del pensamiento católico, pero lo hacía dirigiéndose hacia una ideología reinterpretada que él etiquetó de lógica y razonable.

(...)

Su obra ensayística se encuentra recogida en ocho volúmenes, que a su vez incluyen 118 discursos. Su obra llamada Teatro crítico universal (1726-1739) es considerada un discurso extra por su extensión y por su temática, que no es otra que la del antiguo significado de la palabra teatro, equivalente a visión general de un conjunto o panorama. Una serie de 166 ensayos más cortos completan su obra publicada y se conoce como Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), además de un conjunto de obras menores.

El Padre Feijoo se autodenominaba ciudadano libre de la república de las letras. Su estilo se caracterizaba por expresar en sus textos una insaciable curiosidad, por utilizar una forma de expresarse atractiva y simple y por alejarse de las formas postbarrocas, rechazadas por el autor y definidas por sus juegos de ingenio y sus complejidades gramaticales.

(...)

La introducción de Defensa de las mujeres finaliza con un mensaje claro. La indignación de Feijoo crece en las afirmaciones sociales que tratan a la mujer como si fuera un ser de pensamiento inferior que es incapaz de entender sobre ciertos temas complejos como las ciencias o las humanidades o sobre la profundidad de éstos. El Padre Feijoo añade, además, que explicará más adelante en su discurso que las mujeres son capaces de alcanzar capacidades similares o superiores a las de cualquier hombre y en cualquier campo relacionado con las ciencias y los “conocimientos sublimes”.


"En uno de los artículos citados a lo largo de este trabajo, se habla de Feijoo como un “adelantado de la Ilustración española” (Pérez Rioja, 1983). Innegablemente podemos atribuir esta aposición al benedictino, pero con los matices necesarios de rigor.

Tenemos que partir de la base de que el primer tomo del Teatro Crítico se publica en 1726 y que la Ilustración española no alcanzará su apogeo hasta la época del reinado de Carlos III, tres decenios más tarde. Sin embargo, bajo el mandato de Fernando VI ya aparecen los primeros brotes ilustrados en la Península, de la mano del propio Feijoo y de Mayans, y tiene lugar la fundación de las principales Academias. En este sentido, el benedictino es un hombre que simplemente responde a su tiempo, como prácticamente todos los autores de todas las épocas literarias. Creo que la modernidad feijoniana hay que entenderla no como “adelantado a su tiempo”, sino como “renovador de su tiempo”, pero esta renovación nace justamente de lo que el fraile está respirando a comienzos del siglo XVIII. Son estos aires modernizadores los que le permiten a Feijoo, a pesar de su condición religiosa, escribir una obra como el Teatro Crítico. Es impensable imaginar de otro modo un talante como el de Feijoo, empuñando la pluma a mediados del XVII para desengañar al vulgo, y defender a las mujeres.

Si nos fijamos en el discurso que a lo largo de estas líneas he tratado de analizar, con mayor o menor acierto, observamos que el fraile está alzando la voz en favor de las mujeres, pero ¿por qué lo hace? En ningún momento habla Feijoo de esos términos, que hubieran sido en la época más que rompedores, como la injusticia social o ideas semejantes, tan en alza a día de hoy. Y es que eso sí hubiera sido una novedad desde todo punto de vista, pero Feijoo únicamente defiende a las mujeres, por el mismo motivo por el que delibera sobre las causas científicas de los eclipses. Él sólo pretende desengañar y así lo declara en su “Defensa”: “(…) en cualquiera materia que se ofrezca al discurso, es utilidad bastante conocer la verdad, y desviar el error. El recto conocimiento de las cosas por sí mismo es estimable, aun sin respecto a otro fin alguno criado. Las verdades tienen su valor intrínseco; y el caudal, o riqueza del entendimiento, no consta de otras monedas” [párr. 153].

El padre benedictino únicamente dispone de los elementos necesarios para poder configurar una defensa del género femenino, atendiendo a los criterios de la época. Criterios, que lejos de la misoginia que había reinado durante siglos en España, empiezan a abrir el paso hacia una sociedad en la que, muy progresivamente, la mujer podrá destacar más allá de las labores del hogar o de la caridad cristiana.

A través de la lectura de la “Defensa de las mujeres”, podemos hacernos una idea global, no sólo de la literatura mixta, que Feijoo tan bien desarrolló a lo largo de los cuatro volúmenes del Teatro Crítico, sino también del pensamiento general que rodeaba la figura de la mujer en los primeros momentos de lo que será la Ilustración española. Comprobamos cómo hasta bien entrado el siglo XVIII la mujer seguía siendo aquel ente lujurioso causante de las desgracias de los hombres. Y en este sentido, el texto de Feijoo es un documento excepcionalmente válido, que refleja el escaso campo de actuación social del que disfrutaba la mujer hace tres siglos. Pero es también la “Defensa de las mujeres”, la semilla que dará lugar más adelante a textos muchos más comprometidos con el género femenino, como las obras de Josefa Amar y Borbón.

La “Defensa de las mujeres” es por tanto, simple y llanamente, uno de los eslabones que conforman ese heterogéneo teatro, al que Feijoo dio forma desde comienzos del XVIII. No es un alegato feminista ni mucho menos, es un discurso nacido al calor de su tiempo y de la pluma de su autor –católico en el más puro sentido ortodoxo–. Es literatura mixta y excelencia retórica en todo su esplendor. Pero es también la –desde mi punto de vista– incoherente conjunción de razón y fe en unas cuantas líneas, lo que hace de la “Defensa de las mujeres” más un documento de valía histórica, que un revolucionario escrito de tinte social".


Más información sobre el tema:

Relación indirecta de la obra de Feijoo con los tópicos del romanticismo: la mujer como "ángel del hogar" y ser espiritualmente superior en la intimidad.

El Padre Feijoo como emblema del feminismo contra la misoginia decimonónica: Emilia Pardo Bazán y su revista Nuevo Teatro Crítico Universal (1891-1893).

El mejor influjo de Feijoo: el rescate de una genealogía de mujeres ilustres como referentes para la educación futura de mujeres y hombres en igualdad.

Primeras fuentes.

Esquemas y mapas conceptuales.

Por Ángela Domínguez Carrasco, 4º ESO, IES Hipatia.

Completa los esquemas con los nombres y las obras de las mujeres que han sido omitidos por enciclopedias y libros de texto.

1. Contexto histórico y socioeconómico.

2. Contexto cultural.

3. Temática. Formas de expresión. Intención comunicativa.

4. Géneros literarios.