6. Exilio y dictadura: historias de aprendizaje.

Índice.

Lecturas creativas

  • ENSAYO.

6.1. La mujer libre y pensadora: en el exilio. SOLIDARIDAD.

  • CINE Y NARRACIÓN (AUTOBIOGRAFÍA).

6.2. La memoria exiliada que ha empezado a regresar. RESISTENCIA.

  • NOVELA DE APRENDIZAJE.

6.3. El despertar sexual de una adolescente entre la guerra y el exilio. LIBERTAD.

  • NOVELA DE APRENDIZAJE.

6.4. Emancipación de la familia patriarcal en plena posguerra. TRABAJO.

  • POESÍA LÍRICA.

6.5. La mujer fuerte: poeta, pacifista, crítica y lesbiana, que fue capaz de vivir sin complejos en tiempos del dictador. JUSTICIA.

Debate. La emancipación de los y las jóvenes. Diferencias de género.

Primeras fuentes.

Esquemas.

Obras de Remedios Varo, cosmopolita y surrealista, de Barcelona a París y México.

6.1. La mujer libre y pensadora: en el exilio.

Razón vital, razón poética: pensamiento de la vida sobre la vida.

  • María Zambrano, A modo de autobiografía.

Nietzsche dijo que el amor está más allá del bien y del mal. Y sabía también esto. Lo mismo sucede con aquello que se da por amor, como yo he dado todo, que está más allá del bien y del mal, de la responsabilidad y que yo lo acepto. He aceptado siempre la verdad, me lleve donde me lleve, me traiga lo que me traiga; entonces mi autobiografía, ¿cuál podría ser?; pues todo, todo aquello que he dado y también lo que he querido dar y no he podido. Una autobiografía al par positiva y negativa. Lo negativo es más fácil de decir que lo positivo.

  • María Zambrano, Los bienaventurados (1979, 1990).

El exiliado, ese ser devorado por la historia... una historia cruenta. Ese desconocido. Ese ser que no tiene lugar en el mundo, ni geográfico, ni político, ni social, ni ontológico. Creo que el exilio es una dimensión de la vida humana, pero al decirlo me quemo los labios.

  • María Zambrano, Las palabras del regreso (1985-1990).

Yo he renunciado a mi exilio y estoy feliz, y estoy contenta, pero eso no me hace olvidarlo, sería como negar una parte de nuestra historia y de mi historia. Los cuarenta años de exilio no me los puede devolver nadie, lo cual hace más hermosa la ausencia de rencor. Mi exilio está plenamente aceptado, pero yo, al mismo tiempo, no le pido ni le deseo a ningún joven que lo entienda, porque para entenderlo tendría que padecerlo, y yo no puedo desear a nadie que sea crucificado.

María Zambrano, "La democracia", Persona y democracia (1958).

Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.

En la expresión «individuo» se insinúa siempre una oposición a la sociedad, un antagonismo. La palabra individuo sugiere lo que hay de irreductible en el hombre concreto individual, mas en sentido un tanto negativo. En cambio, persona incluye al indivi­duo y además insinúa en la mente algo de positivo, algo irreduc­tible por positivo, por ser un «más»; no una diferencia, simple­mente.

Tal definición no parece responder a las ideas tradicionales acerca de la democracia, que repiten insistentemente aquello que está implícito en la significación del término «democracia»: go­bierno del pueblo, añadiendo para el pueblo y por el pueblo. A primera vista, aun parece contradecirla. Mas, en realidad ni la nie­ga, ni la ignora; la implica porque la trasciende. Pues responde a la situación en que hoy estamos en el mundo, no ya sólo en Occi­dente. Y pone de manifiesto lo que estaba contenido como futuro en el término «democracia».

(...)

Pues la gran novedad del orden democrático es que ha de ser creado entre todos. El orden de algo que está en movimiento no se hace presente si no entramos en él. Es la diferencia entre el orden que se nos revela solamente cuando a él nos incorporamos. Por ello las gentes hostiles a la democracia la encuentran siempre desorde­nada o abocada al desorden, aunque en los países donde existe aún en forma incipiente muestra mayor estabilidad y equilibrio que en los sometidos a regímenes de «orden y autoridad». Y aun llegan al­gunos a justificar y agradecer al cielo millones de muertes habidas para librar a un país del «desorden» de una democracia que no ha­bía costado vida humana alguna para instaurarse y que no había ejecutado sentencia alguna de muerte para mantenerse. Es simplemente que al negarse a participar en su orden, confunden ese or­den viviente, fluido con el caos, como alguien cuyo oído no pudie­ra seguir el fluir de una melodía o la complejidad del contrapunto; alguien que quisiera encontrar el orden y la armonía en el sonido continuo de una nota. Es el quietismo del que tenemos que librar­nos los occidentales.

El orden democrático se logrará tan sólo con la participación de todos en cuanto persona, lo cual corresponde a la realidad hu­mana. Y que la igualdad de todos los hombres, «dogma» funda­mental de la fe democrática, es igualdad en tanto que personas hu­manas, no en cuanto a cualidades o caracteres, igualdad no es uniformidad. Es, por el contrario, el supuesto que permite acep­tar las diferencias, la rica complejidad humana y no sólo la del pre­sente, sino la del porvenir. La fe en lo imprevisible.

¿Será utópico pensar que este orden, en lugar de excluir reali­dades, las irá incluyendo todas? Orden es límite y límite es exclu­sión. Pero el límite y su excluir inevitable puede funcionar de otra manera, en una futura situación que hoy solamente podemos vis­lumbrar. Mas, de aquello que se vislumbra, pueden nacer algunas indicaciones, como flechas que marcan una dirección.

(...)

Siempre he entendido la afortunada fórmula de Or­tega: «somos necesariamente libres» como equivalente a ésta: «so­mos necesariamente persona». Mas no es lo mismo, si además de serlo necesariamente, se quiere serlo, pues entonces se coincide con el propio ser libre. Se actualiza la libertad; sólo entonces la co­mún, la propia.

Y en esta situación de libertad actualizada, la realidad se apare­ce de diversa manera que cuando sólo se es «necesariamente libre». Diferencia que se hace abismática cuando se es libre sin quererlo ser, y cuando se es persona tan sólo por el hecho del nacimiento.

La realidad se deforma en la mente de quien es persona «a la fuer­za»; no otra raíz ha de tener el hecho de la calumnia. El que sólo es persona necesariamente teme a la realidad y la planifica plana, esquelética, casi imagen de muerte. Mientras que la realidad se ha­ce más real al par que se ordena, para el que se ha aceptado a sí mismo como persona. La realidad es vida para ella.

Mas hay un modo de afirmarse como persona, un modo trági­co que es afirmarse en personaje; el personaje es siempre trágico; bajo él gime la persona y para liberarse un día se precipita en tra­gedia, después de haber precipitado a lo que de ella dependió. Si el hombre occidental arroja su máscara, renuncia a ser personaje en la historia, quedará disponible para elegirse como persona. Y no es posible elegirse a sí mismo como persona sin elegir, al mis­mo tiempo, a los demás. Y los demás son todos los hombres.

Con ello no se acaba el camino: más bien empieza.

Roma, 23 de julio de 1956. María Zambrano.

Más información sobre María Zambrano y su pensamiento:

6.2. La memoria exiliada que ha empezado a regresar.

Relato original de María Luisa Elío y guion literario de la película En el balcón vacío (1962).

Maria Luisa Elio En el balcon vacio.pdf

Autora del guion: María Luisa Elío. Tomado de Cuaderno de apuntes, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Ediciones El Equilibrista, México, 1995.

Director de la película: Jomí García Ascot, En el balcón vacío (1961).

Protagonista de la segunda parte del film: Una mujer de alrededor de treinta años (María Luisa Elío), que hace memoria de la guerra y el exilio.

Algunos apuntes sobre María Luisa Elío y su obra.

  • María Luisa Elío Bernal, guionista y actriz de cine, narradora entre dos (o tres) mundos: niña de la Guerra, mujer creadora en México, memoria desterrada.
  • Fascinada por la memoria: primera destinataria de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, la mejor novela del siglo XX.
  • En sus dos obras narrativas: Tiempo de llorar (1988) y Cuaderno de apuntes en carne viva (1995), expresa con hondura y veracidad la experiencia del choque con la realidad, cuando regresa a la Pamplona de su niñez, después de la muerte del dictador.
  • La película En el balcón vacío (1961), dirigida por su marido, Jomí García Ascot, en colaboración con el grupo "Nuevo Cine" de México, se basa en los relatos autobiográficos de María Luisa Elío, quien participó creando el guion, junto con Emilio García Riera, y protagonizando la segunda parte del film. Se la considera la mejor creación cinematográfica sobre la experiencia del exilio republicano.
  • Los temas recurrentes de sus obras son la nostalgia por el territorio perdido de la infancia, el trauma de la guerra y del destierro y la imposibilidad de regresar a un espacio-tiempo que ha desaparecido.

Más información sobre la autora, la película, el exilio republicano y Remedios Varo, pintora surrealista exiliada y arraigada en su nuevo país: México.

Luisa Carnés, en El eslabón perdido (1957), escribe acerca de las diferencias entre la primera y la segunda generación de exiliados en México: nuevo arraigo y desarraigo permanente.

El rescate de la obra de Luisa Carnés comenzó, precisamente, por la obra El eslabón perdido (1957). Aunque la novela consista en las memorias ficticias de un profesor de Literatura, César Alcántara, la autora compone un reportaje sociológico y crítico de los españoles expatriados en la ciudad de México, tanto de los exiliados republicanos que fueron incorporándose a la sociedad mexicana, como de los emigrantes que fueron a buscar fortuna antes de la Guerra Civil (los "gachupines") y que simpatizaban con el franquismo. No esconde las contradicciones del exilio, sino todo lo contrario: las pone en evidencia, comenzando por el machismo y la homofobia de los varones, aunque el protagonista siga soñando con otra España a la que regresar. La generalidad de los exiliados permanece ajena a la realidad de las desigualdades en el país de acogida. Al contrario de lo que hubieran hecho en su propio país, contemplan a los pobres, las mujeres y los niños descalzos como parte de un decorado en el que no profundizan, como si fueran hechos naturales. En realidad, la postura más coherente, dentro de la incoherencia, es la de César Alcántara, quien se da cuenta de su impotencia para afrontar la realidad y sigue obsesionado con el retorno a España. Acaba por conectar con un grupo de jóvenes exiliados que se solidarizan con los movimientos estudiantiles en España, a finales de los años 50.

Recuerdo que un día me dijo Abasolo en el café: "Ayer, yendo con mi chico al centro, a encargarle un traje, pasó a nuestro lado una hembra de trapío. ¡Si vieras cómo la miró el chaval a las partes bajeras! Al darse cuenta de que le vi, se puso como un tomate. Creyó que le iba a decir algo. Al contrario, me alegré, ¿sabes? Pensé para mis adentros: “Hijo, ya te salvaste”. Porque con tanto afeminado como hay por ahí, ese indicio en los chicos da cierta tranquilidad, ¿verdad?". Así debe ser. Pero de todos modos, ver cómo los hijos se hacen hombres y reclaman su derecho a vivir, lavan sus manos del chocolate de la niñez y se afeitan el bozo con orgullo, es un poco triste.

Más pena da advertir que pierden su candor y sus pensamientos más virginales: descubrir que lo que para uno es todavía el niño inocente, se ha transformado en una individualidad, en una vida con ideas propias, sexo y problemas. Y ver que un día de tantos una tía de esas voraces te lo mira con ojos de deseo o se le insinúa, sin tener en cuenta que va contigo, su padre, y que es un niño todavía aunque lleve pantalones largos y se afeite y fume a escondidas en el excusado. Todo eso es un poco triste. Como lo es el observar que ya ha perdido la inocencia con cualquier criada en la azotea de la casa de vecindad donde vivía. Porque todo eso tan natural, tan lógico, que como padre te satisface en el fondo, porque a ti te pasó igual hace muchos años y porque, como decía Abasolo: "Este ya se salvó"; "eso", es un paso más que te aleja de tu hijo, un paso más que te aproxima a tu soledad. (...) No olvidaré nunca la primera bofetada que di a mi hijo, ni el motivo que la provocó. Había cumplido catorce años, pero representaba algunos más a causa de su estatura. Solía recogerse alrededor de las diez de la noche, lo que no me gustaba. Muchas veces le había recordado que a su edad yo llegaba a mi casa de ocho y media a nueve, y que nunca mi padre consintió en darme la llave de la casa. Pero era tolerante con él cuando tomaba mis palabras a broma y decía: "Bueno, papi, aquéllos eran otros tiempos. Ahora estamos en América». Sin embargo, en una ocasión me cansó aquello de "papi" y de "América", y le grité: "Yo educo a mis hijos a mi modo, estemos en América o en el Congo".

(...)

Hacía muchos días que no tomaba la pluma. Desde que empecé a emborronar cuartillas con mis problemas más íntimos, no había estado tanto tiempo sin mirar hacia mí mismo. Amparín me dijo una vez: "Papi, ¿ya no escribes tus memorias?". "¿Qué memorias ni_memorias?". Me molestó que me lo dijera, creyendo advertir en ella cierto tonillo de burla. "¿Te molesta que pase las horas perdidas en mi casa? —le grité, tal vez sin razón— ¿Sería mejor que me largara por ahí, a perder el tiempo en una cervecería, a jugarme los cuartos o a echarme una querida? ¿Preferiríais que os trajera una mujer a casa?".

Amparín, que iba a cumplir ya dieciséis años, siguió en su cuarto y yo, que me disponía a salir a la calle, empecé a pasear de un lado al otro de la sala. Mi hija apareció. Estaba muy guapa con su vestido azul de verano y los cabellos rubios atados con una cinta del mismo color. Llevaba un portafolio de cuero debajo del brazo derecho. Antes de salir, me dijo: "Ya sabemos que te has sacrificado mucho por nosotros papá. Pero todavía puedes vivir tu vida, todavía eres joven. Tanto mi hermano como yo comprendemos que los hijos no bastan para llenar la vida de un hombre". La miré en silencio. Me daba frío su razonamiento. Ella echó una mirada a un espejo de la sala y dijo: "Hasta luego, papá». Todos los días iba a la misma hora a una institución cultural donde se preparaba para taquígrafa-secretaria. No me gustaba ni necesitaba su dinero, pero ella se empeñaba en estudiar algo. La vi salir sin darle ni pedirle una explicación por sus palabras, aunque me dolía lo que acababa de decir. Me dolía, no porque en sus palabras hubiera nada ofensivo, sino porque provenían de una mujer que ya no era "mi" Amparín.

(...)

"Sí, Lola; ya sé que muchos se conforman; por ejemplo, el señor de esta noche pasada. Ése ha hecho el negocio de su vida con la ruina de España. ¿Qué hubiese sido allá este hombre? Un don nadie. En cambio, en América, como refugiado, ya ve usted. Pero uno ha venido aqu´çi a la fuerza, Lolita, arrastrado por las circunstancias; no hemos venido a "hacer la América", como los gachupines. Para llegar a eso, a la colonia Virreyes y a los meseros de chaquetilla blanca ¡cuánto hay que claudicar!, ¡cuánto hay que pisotear, compañera!". Trataba de contenerme, pero me era difícil. "Y cuánto habrá también que reprimir el corazón para llegar a esas alturas, paisana». "Bueno, profesor, yo no creo que el señor Santacana se sienta muy desgraciado por vivir en Virreyes, ni sea para él un sacrificio convivir con los antiguos residentes. Creo que está muy contento con su suerte, y que si un día se le mete entre ceja y ceja pasearse por la plaza de su pueblo, agarrará un avión y se quitará el mal sabor de boca. Así es la vida. Y no es para que tome usted las cosas a la tremenda. Ya ve usted; ni los chicos pueden sustraerse al medio. ¿Cómo se podría evitar? Son casi veinte años de emigración los que llevamos. Usted es un hombre instruido y debe comprender estos problemas mejor que otros. ¡Ándele, otro poquito de café!».

¿Qué iba a decir la pobre mujer? Se veía que estaba cansada. Tenía los labios despintados y se le había caído el rímel. Apenas cuidaba de guardar el equilibrio en la silla en la que se había derrumbado al llegar. El escote de su bata se había entreabierto, mostrando el principio de sus grandes senos. Pero ella parecía no advertirle. Era una mujer española que estaba sola; otra víctima del negro destino que nos dirigía a los de nuestra generación. Luchaba, trabajaba, era valerosa. Estaba pendiente de mí, casi un desconocido para ella, como lo estuvo de Pepe Cano durante su dolencia. Triunfaba de su fatiga y me tendía su mano amiga, a mí, que nada significaba para ella. Era una mujer sencilla y buena, de la madera de las heroínas. Con la misma sencillez se hubiera comportado en presidio, en España, o con un fusil, en una barricada. Dentro de varias horas estaría delante de uno de esos espejos, acicalando a cualquier mujer a cien codos por debajo de ella. Se me hacía de pronto próxima y querida. Yo no veía su atractivo rostro en el pasado, en ninguna de aquellas columnas de las carreteras españolas agujereadas por la metralla fascista, pero, indudablemente, allí estuvo, una más, despeinada y lívida. Habría maldecido y llorado como todos, incluso los más valientes; habría enjugado el llanto y dado la cara a la adversidad. Y ahora estaba a mi lado, superior a mí; fatigada y pálida. pero fuerte. Tan fuerte que me hizo sentirme más débil y buscar en ella amparo (ese amparo que en algún momento, con mi pequeñez, la admiraba). Admiraba en esta mujer española, humilde y sola, la grandeza de alma de que yo carecía. Me había faltado valor para enfrentarme a Santacana y a los suyos, o para retirarme a tiempo de esta batalla que había perdido sin librar. Me sentía como debe de sentirse un soldado que deserta antes de haber entrado en combate. (...) Marchaba a la defensiva por la vida. Hasta mi pasión patriótica, muy viva, era estéril. No sabía extraer de ella nada positivo susceptible de favorecer a mi pueblo. Los perdía, pero nada hacía por recobrarlos. Me sentía impotente para luchar en contra de las fuerzas que, poco a poco, me los arrebataban.

¿Pero es que había alguna forma de luchar en contra de esas fuerzas devastadoras? Cada año transcurrido clavaba a los muchachos con más fuerza en la tierra de México. Cualquier día se casarían, y sus hijos serían mexicanos. Entonces se consumaría el temido arraigo. Mi sangre echaría raíces en este suelo, que amo, pero que no es mi suelo… De pronto me di cuenta que mis pensamientos se habían convertido en palabras desgarradoras. Lola Estrada escuchaba con aire indulgente que tenía mucho de maternal. Luego habló: "Sí, profesor, tiene usted razón; cualquier día se casarán sus hijos, es lo natural. Y se quedarán a vivir en México, que consideran su tierra, porque no han conocido otras y la aman como si suya fuera. ¿Y quién se atrevería a decir que no lo es? ¿No es cierto, profesor?". "No lo acepto, ni lo aceptaré nunca, Lola. ¡Nunca!".

(...)

Al llegar frente a la iglesia parroquial, oí que pronunciaban mi nombre. Me llamaba Joaquín Pérez, el hijo de mi colega, el que había perdido a su hija en el accidente de automóvil. Joaquín estaba sentado en el café tradicional de los españoles. Su presencia y, sobre todo lo que este muchacho había significado en los medios republicanos no hacía mucho, ahuyentaron de momento mis negros presentimientos.

Joaquín estaba con un joven al que me presentó. Me dijo que sus padres estaban ya un tanto resignados ante la pérdida que acababan de sufrir. Me informó sobre su estancia en Veracruz. Había ido al puerto llevando la representación de un organismo juvenil antifranquista recién formado en México, para integrar en Veracruz un grupo filial. Era éste el primer brote político formal surgido entre los hijos de los refugiados españoles. Los muchachos llegados al país, hoy hombres, sentían alentar en sus corazones el amor a España, y trabajarían en el futuro por restaurar en ella la libertad de que carecía, y ayudarían desde México a los que luchaban en el interior. Habían comprendido que no es apedreando ni pintando letreros en el edificio de la representación oficiosa de Franco como se podía derrocar al tirano. Había que ser más prácticos, tener los pies en la tierra. Los jóvenes españoles amaban a México, su país de adopción, pero se sentían ligados a la raíz de la patria perdida, sentían el dolor de España, reflejo del amor por la patria en que sus padres se consumían. Claro esta que muchos de ellos, llegados niños a México, habían sido poseídos totalmente por la tierra madrina, cuya generosidad les había ganado. Pero otros sentíanse vinculados al terruño lejano que apenas recordaban, atraídos por la primera luz que había besado sus ojos al nacer. Al llegar a la edad en que el hombre siente la conciencia de serlo, su inclinación mas profunda Ios ligaba a la patria mater, esclavizada, a la que volvían sus corazones como a los primeros brazos que estrecharon su cuerpo... ¡Cómo me conmovieron las palabras de ]oaquín Pérez y de su amigo! El sentimiento que se agitaba en lo más hondo de mi ser y que yo había pretendido ahogar como un suicida que, amando la vida, hubiera intentado privarse de ella en un momento de locura, salía a la superficie. Laduda que durante años me había atenazado se disipaba de pronto ante estas vidas en plenitud que sentían latir en su venas la pasión de la tierra a la que debían su origen. Aquellos muchachos a los que apenas me resultaban de pronto entrañables, los sentía unidos a mí como cosa propia. Eran de nuevo aquellos niños inocentes que despertaban llorosos bajo los bombardeos fascistas y se abrazaban con terror a su madre. Eran los chiquitines españoles, los tiernos hijos de España, a los que su madre tierra había perdido temporalmente, y que amorosos volvían a su tibio regazo. Su amor era mi amor. Su esperanza era mi esperanza. El tronco familiar roto, mi hija malcasada, los nuevos ricos perdidos para la patria eran apenas leves surcos producidos por el paso de los largos años en la emigración republicana. La única verdad, la realidad única, la gran fuerza que todo lo arrollaba, era una sola: España. Había que regresar a España. Y volveríamos".

Personajes femeninos: Amparín Alcántara, hija del protagonista y narrador, quien transmite afecto a su padre y recibe juicios y evaluaciones condenatorias, a semejanza de su pareja Lola Estrada, a quien no considera digna de ser elevada al desposorio, porque fue amante de un líder político mexicano.

Autora: Luisa Carnés, El eslabón perdido (1957).

Más información sobre la autora y la novela.

"Quienes sí la recordaban eran, claro, sus familiares. Ramón Puyol, el hijo por el que se puso a trabajar como empleada de una confitería en jornadas de 10 horas por tres pesetas, la experiencia que luego plasmaría en Tea Rooms. Mujeres obreras, un título publicado en 1934 bajo la categoría de “novela-reportaje”. El hijo con el que pasaría la guerra y con el que huiría a Francia, sabedora de que su compromiso con el PCE le traería problemas. El hijo que, a los siete años, cruzaría el océano con ella para entrar a México por Nuevo Laredo (Tamaulipas), el 23 de mayo de 1939. En los documentos expedidos por el Servicio de Migración mexicano se leía “exiliada política”. El hijo que descubriría luego que su madre había sido una pionera, escritora y periodista cuando a las mujeres les era imposible la entrada en el oficio, fichaje del primer holding editorial de España, defensora del voto femenino y de la República. El hijo que quedó huérfano en 1964, en un accidente de tráfico del que salieron ilesos él mismo y el poeta Juan Rejano, pareja de Luisa. Ella tenía 59 años.

Ese hijo sigue aún vivo, con la memoria intacta pero dificultades para hablar. Lo hace por él su hijo, Juan Ramón Puyol, portavoz de la familia en este lío. “Está muy contento de descubrir todo esto alrededor de su madre. Está desbordado de emociones”, cuenta. Durante años, la trágica muerte de la abuela —que empezaba, después de muchos esfuerzos, a hacerse un nombre en tierras mexicanas— fue un tabú: “Ahí fue cuando te das cuenta de que algo así, que son estadísticas de fin de semana, te marca para toda la vida”. El trauma familiar empezó a sanarse en torno a 2002, cuando el historiador Antonio Plaza aparece en escena. Les propone entonces recuperar la novela El eslabón perdido para la serie Biblioteca del exilio de la editorial sevillana Renacimiento, dedicada a la recuperación de los autores que huyeron del fascismo. “Lo que consigue Antonio”, dice Puyol, “es abrir la caja en la que mi padre había guardado las cosas de Luisa. Muy poco a poco, con paciencia, porque mi padre la tenía en un altar”. Una vez abierta, ya no hay vuelta atrás".

El relato de “El eslabón perdido”.

“Yo guardo un tesoro único: mis recuerdos. Y mientras vivo una vida que me parece prestada, los contemplo cada noche, como un avaro contempla su oro”- dice el protagonista de El eslabón perdido, César Alcántara, “un modesto profesor de literatura cuya carrera había cortado la guerra”.

Por la novela pasan los cafés a los que acuden los exiliados españoles, representados en el Café Español; los tipos que se reúnen allí ("ni millonarios, ni renegados; a lo más, representantes de perfumes, medias, cosméticos, papel de escribir o bisutería”); la evolución de sus hijos…

La política mundial.

En la novela hay varias exposiciones y posicionamientos, explicaciones sobre la geopolítica del momento: “el presidente Truman pide al Congreso de Estados Unidos 3.375.000.000 de dólares para seguir animando el incendio de Corea y estimular el militarismo y la venganza de los vencidos germanos, y apuntala a Franco y a otros dictadores en nombre de “los esfuerzos que estamos realizando para lograr la paz”.

“Eso de morirse lejos de España…”

“…eso de que te quedes para siempre debajo de una tierra que no es la tuya…”. Hay muchos pensamientos de Luisa Carnés en la boca de César Alcántara, unas memorias “trasladadas”.

Luisa Carnés tuvo un accidente de coche el 8 de marzo de 1964 al volver de una fiesta campestre para celebrar el Día Internacional de la Mujer. Falleció cuatro días después. Su entierro tuvo lugar en el Panteón Jardín de la capital mexicana…

Elena Fortún (2016): Oculto sendero. Una novela contemporánea que tardó setenta años en publicarse: la artista lésbica que se disfrazó de "ángel del hogar" (como Celia, su personaje más famoso) para sobrevivir.

Fragmento de la novela (el capítulo del mismo nombre).

Tres años más cayeron sobre nuestras vidas torturadas. Jorge, cuya abulia se había exacerbado, no pintaba ya. Por mi parte, y escondiéndome de él, conseguía algunos pequeños trabajos para revistas, que al verlos reproducidos, le sumían en varios días de silencio enconado…

Los hermanos de mi marido seguían alejados de Madrid y casi nuestras únicas amistades eran el maestro Galiano y su hija Julieta, que se había hecho amiga mía, hasta donde su natural reserva y carácter poco abierto y cordial admitían una amistad.

Tenía algunos años más que yo, era dulce y amable, pero la blandura de su voz, de sus maneras, cubrían, como una envoltura, un espíritu duro inabordable, como cristal de roca, y como él, brillante y luminoso… Nunca me habló de su divorcio, aunque nos tuteábamos, ni de nada que se relacionara con su pasado. Su conversación era ingeniosa, interesantísima, fluía de su cerebro original y potente como un manantial inagotable de ideas…

Habían heredado una villa en la costa de Italia, a la que pensaban retirarse a vivir definitivamente, y cuando se trasladaron a ella fuimos invitados a pasar con ellos un mes al acabarse los calores del verano.

Villa Rosina era una finca grande plantada de cipreses, con la casa en medio, de dos pisos, cómoda, grande, limpia, alegre y típica. La escalera estaba adosada al muro exterior de la casa, lo que la hacía parecer menos confortable de lo que era en realidad.

Allí disfrutábamos de una libertad absoluta. El maestro tenía sus habitaciones en el estudio y de él casi nunca salía. Julieta vivía en el fondo de la casa y nosotros teníamos todo el piso bajo a nuestra disposición. El niño, con el ama que cuidaba de él, se pasaba el día en un pabellón aparte en el extremo del jardín.

Lo mismo Julieta que yo éramos madrugadoras y nos reuníamos en la pérgola a tomar el desayuno bajo el arco formado por los cipreses lambertianos, verdes y olorosos, sobre el piso de viejas piedras entre las que brotaba la hierba…

Julieta solía llamar mi atención hacia alguna planta florecida, a algún libro que acababa de recibir, pero una mañana hablamos del matrimonio. Del matrimonio en general como crimen de leso amor, y del mío en particular.

Estaba de acuerdo conmigo en que no debía haberme casado. Los artistas no deben casarse pero eso se aprende tarde, cuando ya no tiene remedio.

—El artista es tal vez el tercer sexo –decía yo, medio en broma, medio en veras–. Cuando averigüé que las hormigas reproductoras no trabajan, y que las obreras son estériles se me descubrió un mundo nuevo… Creo que entre los humanos son los artistas los que no deben reproducirse… no tienen la obligación de traspasar a un ser nuevo la antorcha encendida…

—Algo hay de eso… –dijo Julieta–. Miguel Ángel, Rafael, Leonardo da Vinci… las cumbres del arte no se casaron… Es que el artista lleva en su cerebro y en su alma comprendidos los dos sexos, en un extraño hermafroditismo capaz de crear… No pueden crearse hijos de la carne o hijos del espíritu con un sexo solo… Es una verdad eterna y que sin embargo acaban de averiguar los hombres… ¡A cuántos pobres seres se ha insultado y rebajado por una inversión del instinto de la que ellos no eran culpables! Es que a veces el sexo contrario al del artista toma la revancha sobre él y le convierte en un invertido, porque, ¡ay!, el placer es necesario, y el amor carnal no puede substituirse por todos los castos amores de la tierra… En fin… esta conversación nos llevaría demasiado lejos…

Y Julieta se levantó a dar su acostumbrado paseo por el jardín de cipreses que en esta primera hora del día exhalaba su perfume pagano mezclado con el fresco y salobre del mar…

Paseamos por los senderos enarenados, y Julieta se inclinaba de vez en cuando recogiendo una fresa, enderezando un tallo, arrancando una brizna de hierba mientras yo reflexionaba en lo que acababa de oír sin querer dar por terminada una conversación que me situaba dignamente, a mis ojos, en un mundo incomprensivo.

—Mi madre me decía que yo era un fracaso constante –continué–, y así ha sido. Fracasé como mujer, y como esposa… fracasé en la maternidad, fracasé en el arte.

—Eso es lo que está por ver –dijo Julieta–. En tu vida sentimental, has seguido, o te han hecho seguir, caminos equivocados, pero en el arte, has comenzado tú sola en una edad en que ya se sabe lo que se quiere… Entra ya en el sendero que hasta ahora ha estado oculto… y pisa con pie firme, aparta los obstáculos que te impiden continuar… y si de tu vida sentimental y de tu vida artística puedes hacer una sola, verás cómo no fracasas…

Hasta entonces Julieta y yo nunca habíamos mezclado nada equívoco en las conversaciones, pero esta declaración suya por la que me demostraba saber de mí más de lo que yo suponía, me determinó a seguir las confidencias.

—No te he dicho nunca… Una vez fui a un médico… y hablando de desequilibrios físicos y cerebrales que yo padecía, me hizo un diagnóstico que no me dijo sino que leí en una tarjeta a otro médico.

—Decía…

—Pues decía «Un caso curioso de inversión del instinto… de lo que hablamos la última vez…».

—Sí –contestó únicamente Julieta.

—A mí me dijo que era un caso corriente entre artistas, y que hasta no lo eran completos si no…

—Muy bien… estaba al tanto de lo que han dicho otros médicos…

—Yo he sido siempre una desgraciada… Lo que en una mujer soltera no hubiera tenido importancia ha constituido la tragedia de mi vida… A temporadas me resignaba, reflexionando que era una ley casi divina… Otras veces me consideraba prostituída… ya que por la tranquilidad de mi casa, lo hacía sin deseo y sin amor, como las que se venden por dinero… Tenía accesos de casi locura… Y así diez años, quince años… veinte… Negándome, rehuyendo por el momento, pero consintiendo al fin… Y el pobre Jorge, incomprensivo, sin saber… enfermo de los nervios de las abstinencias prolongadas a veces en años, sospechando la falta de amor, pero nada más…

Aquí, Julieta se indignó:

—¡Y tú callando! ¿Por qué y en nombre de qué? Perdiendo una vida que pudo ser fecunda para el arte, y haciendo de mujercita casera… ¡Me irritas! En el fondo de todo eso solo hay cobardía, falta de dignidad, rutina… miedo a la vida…

Doliéndome un poco sus palabras, dije:

—También lástima por Jorge… Él no podía comprender… solo veía mi desamor y estaba enfermo por mi causa…

—Y, ¿quién tenía lástima de ti? Di, ¿quién la tenía? Tú también estás enferma de soledad, de equivocaciones, de adaptación a un medio que no era el tuyo, que no lo ha sido nunca a pesar de todos tus esfuerzos… y toda tu incomprensión también… de falta de una compañía femenina, de un alma y un cuerpo femeninos (perdona, estamos en una hora de sinceridades) de una mujer que te hubiera completado, dándote el placer necesario en la vida y en el arte…

Protagonista (autobiografía): María Luisa narra su vida desde la infancia y la adolescencia (con un humor semejante al que nos muestra en la saga de Celia), pasando por el matrimonio como camino de fuga en una sociedad que no admite otra salida, hasta la madurez de la artista que comprende como valores las diferencias de su temperamento, su capacidad creadora, su género y su orientación sexual: mujer y lesbiana.

Autora: Elena Fortún, Oculto sendero (2016).


Más información sobre la autora y la novela.

(Acerca de la saga de Celia, véase más abajo).

Acabo de cerrar las páginas de una novela, Oculto sendero, de Elena Fortún, que coloca nuestras quejas generacionales en su sitio. Fortún, ya saben, la autora de la exitosa Celia de los años 20 y 30. Una de las escritoras más populares de aquellos días gracias a unos relatos infantiles ricos en chispeantes diálogos, que hoy nos permiten colarnos en esa época y escuchar las voces de los niños, las madres, las chachas, los hombres, ese pueblo llano que no para de hablar. Habrá quien piense, ¿por qué recordar hoy a una escritora para niños? Porque lo hacen en todos los países que cuentan en su haber con una Richmal Crompton, un Mark Twain o un Roald Dahl: sus críticos, menos encorsetados, entienden la inapelable influencia que un escritor para niños tiene en las futuras generaciones. Fortún poseía un oído absoluto, y no hay otra colección que ofrezca diálogos tan vivos como la suya. Escribió, además, ya en su exilio porteño, Celia en la Revolución, un volumen asombroso sobre la guerra española que no vio la luz hasta los 80 y que ahora, en su renovada edición, debiera ser lectura recomendada en los institutos. Pero la poderosa razón, la más urgente para no olvidar a Fortún, es esa novela hasta ahora inédita, Oculto sendero, en la que, valiéndose de los trucos de la literatura para ocultar el yo, nos cuenta cómo fue la vida de una mujer rara.

Elena Fortún se disfraza de María Luisa, pero da igual: se trata de ella misma contando la fatigosa existencia de una niña fantasiosa y poco femenina que desde la casilla de salida anda luchando contra lo que de las mujeres se espera. Es la historia de una mujer que quiso ser artista, aunque siempre fuera mirada con escepticismo, y que jamás quiso unir su vida a un hombre, aunque tuvo que hacerlo. Nunca he asistido, como en estas páginas, al descubrimiento, en aquella época tan oscura, de la verdadera condición sexual. La protagonista, María Luisa, siente su rareza gracias al asco, al asco que le da imaginar que tendrá que pasar la vida entregándose físicamente a un hombre. Sufre la incomprensión que padecen las mujeres que no caben dentro del corsé femenino, que tienen inquietudes intelectuales, lo cual se considera como una tara que ahuyenta a esos posibles pretendientes que no las quieren demasiado listas. Mujeres con sueños propios, no heredados. Elena-María Luisa se casará con un hombre de apariencia sensible, que una vez casado será igual de autoritario que otros. Se esperará de ella que atienda la casa, que haga milagritos con el dinero, que no le lleve la contraria y que se preste, como desahogo sexual, cuando a él le plazca. Ella sabe, desde el primer momento, que no desea un cuerpo de hombre, se sabe rara: ama la belleza y la armonía y la vida se le presenta vulgar y estrecha. Detesta esos corrillos en los que las jóvenes hablan de plegarse a los órdenes de los maridos para obtener a cambio algo de paz. Ella quiere ser dueña de sí misma, y es el contacto con otras mujeres que poseen su misma rareza lo que hace brotar un deseo reprimido pero presente desde la infancia: la atracción hacia el mismo sexo. La palabra lesbianismo no se nombra, pero articula esta novela que me deja con una melancolía que tarda en esfumarse. Qué triste es. Recuerdo haber intuido en mi infancia la rareza de algunas mujeres, también me veo a mí misma como niña especial que no cumplía con la encorsetada feminidad que se esperaba, y estoy segura de que hoy, ahora mismo, muchas otras niñas peculiares estarán soñando con un universo distinto al que les tocó en suerte. Termino el libro y en mi mente sobrevuelan dos preguntas: la primera, ¿se enterarán las jóvenes de que esta es una novela que les habla especialmente a ellas?, y la segunda, ¿no querrán los hombres, por curiosidad, asomarse a los pensamientos de esas abuelas o esas madres que escuchaban sin derecho a réplica? Aunque nuestra realidad sea distinta, algo persiste: la condescendencia hacia la opinión de las mujeres.

Imagino a Elena Fortún, de vuelta del exilio, años 50, observando un país deprimente y deprimido, ajena a todo ya, dejando por escrito este pensamiento: “A veces voy por la calle y veo mi sombra en el suelo y pienso que así la veré ya, sola siempre”. Debiéramos, por hacer justicia, acompañarla un poco en su paseo.

Con una prosa fluida, rápida, a menudo irónica, repartida en párrafos cortos, donde abundan las oraciones inconclusas, Elena Fortún relata la vida de su alter ego (María Luisa Arroyo), desde la infancia hasta la madurez. Oculto sendero no es solo el viaje iniciático de una niña que describe las hipocresías del mundo, los sinsabores de la existencia y las dificultades de la vida, sino una novela a medio camino entre la denuncia social (la discriminación laboral e intelectual de la mujer, por el mero hecho de serlo) y la angustia existencial (por rendirse a una vida que no quiere, por sufrir en la cama, por buscarse modelos de mujer alternativos a los provincianos, por temer el aislamiento, por ser consciente de la falta de un vínculo profundo con su madre –que no estuviera sustentado en el cariño, sino en la confianza–, por buscar –sin descanso, con desesperación– su lugar en el mundo).

Las editoras del libro (Nuria Capdevila-Argüelles y María Jesús Fraga, que, por cierto, firman un interesantísimo prólogo) han dado a conocer la novela en 2016, once años después de que entrara en vigor el matrimonio igualitarario. Y dicha publicación es una gesta. Lo es porque supone publicar una obra desconocida y reveladora del drama íntimo de un personaje que simboliza la aceptación del verdadero yo y la lucha por su preservación en un entorno hostil. Pero lo es también –y mucho– porque, avanzado el siglo XXI, seguimos sin leer en este país –o muy poco– obras españolas protagonizadas por mujeres homosexuales. Parece que hoy estén superados los prejuicios que antes metían a las personas dentro de un armario, cuando lo cierto es que ni están del todo superados ni sería esa razón para desterrar de las páginas de la literatura a buena parte de la población nacional.

1- Lyceum Club Femenino: ¿Qué es lo que te apasiona de Elena Fortún y qué derroteros de la vida te llevaron hasta ella?

Nuria Capdevila-Argüelles: (...)

En el hispanismo anglosajón se habla con toda naturalidad del pacto del olvido en el que se fundamenta la transición española. De hecho, gran parte de mi alumnado llega a la universidad habiendo aprendido eso en la secundaria mientras que mis ERASMUS españoles suelen no saberlo. Creo que una de las razones por las que siempre amé el personaje de Celia es que necesitamos acceder a nuestra historia porque es parte de nuestra identidad. Yo me eduqué en el olvido de la misma, no tocábamos lo más convulso de nuestro siglo XX en el aula. Celia llenó ese vacío. Celia es la historia de España, es la memoria de la generación de mis abuelas y de muchas de mis maestras. Lo más apasionante de la literatura de Fortún y también de su autoría es que a medida que avanzo en la investigación encuentro más subtextos y significados. Fortún aún no ha dejado de sorprenderme, ni ella ni las mujeres que voy encontrando a medida que profundizo en su experiencia como escritora y como mujer.

2- LCF: ¿Qué sabes sobre la participación de Elena Fortún como miembro del Lyceum? ¿Se podría considerar una mujer con una incipiente conciencia feminista?

NC-A: Y más que incipiente. El Lyceum fue un espacio importantísimo para ella. Se refiere a menudo a él en sus cartas e incluso lo menciona en un capítulo de Celia. Fue una asociada muy activa, colaboró en la organización de todo tipo de actividades y se sentía responsable de la buena marcha de la institución a pesar de que no fue presidenta. Pero no fue el Lyceum la única participación de Fortún en el asociacionismo femenino de los años veintre y treinta. También dio clases de Biblioteconomía en la Residencia de señoritas. La narradora de Oculto sendero escribe en un momento dado que ha nacido una década antes de su tiempo y Fortún sintió lo mismo y parecía querer aprovechar el tiempo lo más intensamente posible en aquella época de formación y de consolidación de autoría. En cuanto a su conciencia feminista, ya da cuenta de ella al principio de su carrera en sus artículos en el semanario La Prensa, reproducidos en la antología El camino es nuestro que preparé con mi colaboradora María Jesús Fraga. Sin embargo, como la mayoría de sus contemporáneas no pudo escapar a la fuerza del pensamiento esencialista de su época. Me refiero al esencialismo entendido como determinismo biológico. Fortún no separa sexo de género. Establece una relación esencialista entre ambos y ese es el límite de su feminismo. A través de Celia da cuenta del fin de un proyecto de emancipación femenina en el que participó y cuyo fracaso tras la guerra le dolió hasta el final de sus días. Fortún dio a Celia un final lamentablemente coherente con la historia española: la historia de la silenciación de las modernas o mejor, de la armarización de las mismas. (...)

4- LCF: Más allá de la relevancia que tiene en la construcción de una Educación en Igualdad el hecho de visibilizar a las mujeres que han conformado nuestra propia Historia, ¿qué aspectos de las mujeres de la República consideras relevantes transmitir a nuestro alumnado de Secundaria? ¿Cómo introducirías el tema para hacer que estas vidas lleguen al corazón de las aulas?

NC-A: Haciéndolas vivir. Así hay que trabajarlas. Y revelaremos su enorme diversidad genérica, su fascinante obra, sus ideales y… nuestra historia. Yo me formé como investigadora con una premisa básica que estaba equivocada: el autor no importa, importa la obra. Recordemos la muerte del autor de Barthes. Claro, él mismo se desdijo en su última obra Roland Barthes par Roland Barthes. Salió del armario, devolvió a la vida al autor que había matado y admitió la enorme importancia del espectáculo del género y, por tanto, de la vida, para entender las presencias y las ausencias, las luces y las sombras en el paisaje del arte, la literatura, la cultura, la sociedad, lo que representamos, lo que ocultamos y olvidamos pero no podemos destruir.

5-LCF: ¿Qué acogida ha tenido entre el público LGTBI la novela “Oculto sendero” de Elena Fortún en la que aborda su lesbianismo a través de un “alter ego” ?

NC-A: Impresionante. Desde jóvenes lesbianas que en presentaciones se han levantado para decir la niña de este libro fui yo a jóvenes trans que nos han escrito incorporando su experiencia a la del libro, especialistas en crítica queer, feministas, el público de siempre de Fortún en sus diferentes generaciones… es una gran novela, es gran literatura y está teniendo la acogida que merece. Claro, también es un testimonio de homosexualidad femenina único en la literatura. Yo lo pongo al nivel de The Well of Loneliness de Hall.

Más información sobre autobiografías de escritoras de la República que padecieron el exilio o soportaron la dictadura.


  • Eva Díaz Pérez (2018): "La literatura del yo femenino", cuadro resumen en "Concha Méndez, la voz de la memoria doblemente olvidada". El País.

Exilio y memoria siempre fueron unidos. Los exiliados eran conscientes de que el olvido caería sobre ellos, así que decidieron narrarse. Las mujeres fueron las olvidadas de los olvidados, aunque en los últimos años se está haciendo un esfuerzo por rescatar recuerdos perdidos.

María Teresa León ha sido siempre la autora exiliada de referencia. Su Memoria de la melancolía pasa por ser uno de los más hermosos libros del destierro. Y un redescubrimiento reciente ha sido Luisa Carnés con El eslabón perdido y De Barcelona a la Bretaña francesa, donde narra su huida e internamiento en Francia.

En la autobiografía Delirio y destino. Los veinte años de una española, María Zambrano partió de sus recuerdos para reflexionar sobre el sustrato histórico de España. Mientras que María Lejárraga escribió en Argentina Gregorio y yo sobre su azarosa vida y la compleja colaboración con su marido Gregorio Martínez Sierra, que firmó buena parte de su obra. Otro caso fue el de la política Victoria Kent que en el París ocupado por los nazis se ocultó en un apartamento refugiándose en su libro Cuatro años en París.

Zenobia Camprubí, la sombra luminosa de Juan Ramón Jiménez, dejó en sus Diarios el relato de su exilio. Y Carmen de Zulueta en La España que pudo ser. Memorias de una institucionista republicana evocó sus recuerdos desde el destierro.

La aristócrata Constancia de la Mora escribió en México las memorias Doble esplendor que publicó en inglés como In Place of Splendor. También en inglés la escritora y diplomática Isabel Oyarzábal recuperó sus recuerdos en I Must Have Liberty publicado en España como Hambre de libertad. Memorias de una embajadora republicana.

Rosa Chacel impregnó de autobiografía sus novelas, pero es en Desde el amanecer o en sus diarios Alcancía donde evoca el pasado desde el exilio.


Un fragmento de Concha Méndez (1988, 2018): Memorias habladas, memorias armadas. Editadas por Paloma Ulacia Altolaguirre.

Nuestro exilio empezó en París. Pasamos una sola noche en el hotel, porque a la mañana siguiente recibimos la invitación del poeta Paul Eluard para que fuéramos a vivir a su casa. No lo conocíamos, pero con seguridad nos invitaba porque él habría experimentado los mismos horrores durante la Primera Guerra Mundial e imaginaba la situación de desamparo y angustia que estábamos viviendo. Él y Nusch, su mujer, nos recibieron llenos de afecto. Recuerdo un detalle que nos llenó de emoción. Eluard había puesto en las repisas de nuestro cuarto una serie de libros de poesía española que había comprado especialmente para nosotros, porque él no leía español. Manolo tuvo entonces tiempo y espacio para recuperarse de todo lo que había sufrido.

Eluard nos dio un salvoconducto del Ministerio de Estado por si nos detenían en la calle y así tendríamos manera de comprobar que estábamos protegidos. También le consiguieron a Manolo un médico, porque no resistía todos los ecos de la guerra. Eluard acababa de mudarse a Saint Denis, a las afueras de la ciudad, a una casa cuyo jardín aún estaba sin hacer. Como a mí siempre me ha gustado el trabajo de jardinería, él me llevaba las plantas y las semillas y yo pasaba las mañanas sembrando. Mientras sembraba, él descorchaba una botella de jerez para confortarme, era invierno y hacía frío. También solía acompañar a su mujer al mercado, y luego hacíamos unos guisos muy buenos. Cuando nos fuimos, dejé todo el jardín sembrado. Por las tardes iban algunos artistas a vernos: Picasso, Max Ernst y otros que Manolo había conocido cuando se trasladó con su imprenta de mano a vivir a París. Y fue Picasso quien planeó formar un fondo de dinero, recolectado entre todos sus amigos, para que pudiéramos viajar a México.

Al mes de estar en la casa de Éluard, nos proporcionan un barco. A la niña y a mí nos dieron un camarote de tercera; a Manolo, una silla de jardín en la bodega, junto a los negros que iban a Haití. Manolo era muy amable con la gente aquella; pero, en realidad le fue difícil pasar sentado todas las noches que duró el viaje. En el barco había muchos judíos que salían huyendo, porque ya había llegado el fascismo y empezaban a maltratarlos. Yo hice amistad con un matrimonio. Él era joyero y ella fabricante de guantes; ella pasaba el tiempo llorando. Y entonces teníamos que ayudarnos porque todos los viajeros huíamos de circunstancias parecidas. Al llegar a Haití, tuvimos que bajarnos del barco y ver aquella isla, con sus perros famélicos que no pudiendo ya andar, se pegaban a las paredes. Y luego, en el mercado los vendedores no tenían cambio de diez francos, porque la miseria era tan grande que nunca vendían nada, y no tenían tampoco monedas para poder vender. Y como contraste, se veían los potentados por la calle, todos muy bien vestidos en lino blanco, pasaban indiferentes ante esa realidad de la que eran culpables.

Antes de llegar a México la niña enfermó de sarampión y tuvimos que desembarcar en La Habana para guardar la cuarentena. Aquellos cuarenta días se convirtieron en cuatro años. Pero primero tuvimos que llevar a Paloma al hospital, porque estaba muy mala.

Después, las autoridades cubanas nos quisieron aprehender porque no teníamos permiso de residencia; y fueron los camareros del hotel quienes nos evacuaron por la parte de atrás del edificio, y quienes a nuestra partida pagaron la cuenta de nuestra estancia; cuando íbamos a pagarla, resultó que entre todos habían puesto sus ahorros para que nosotros guardáramos nuestro dinero para empezar. La Habana era un gran pueblo. Toda la gente se enteraba de la vida de los otros y en seguida se nos abrieron las puertas. El poeta Ballagas, a quien no conocíamos, fue a presentarse al hotel y nos ayudó a conseguir una casita en la parte pobre del barrio del Vedado; muy cerca, en el mismo barrio, había residencias de lujo. A Manolo lo invitaron a dar una serie de conferencias sobre poesía española. Con el dinero que le dieron, más aquel que habíamos ahorrado gracias a la generosidad de los camareros, más otra cantidad mucho mayor que me regalaron pudimos comprar la primera máquina de impresión que tuvimos en Cuba. Resulta que una señora que había conocido me invitó a comer a su casa y al terminar la comida, me dio de regalo un cheque de quinientos dólares; me lo prendió a la camisa con un imperdible, como si yo fuera una niña: «Se lo pongo así para que no lo pierda».

A los pocos días de llegar no podía dormir pensando en la guerra. Luego soñé que llegaba otra guerra y, sobresaltaba, desperté a Manolo para contárselo. Y a la mañana siguiente un vecino nos llevó la noticia de que había estallado la Segunda Guerra Mundial, y pensamos lo mal que la estaría pasando Cernuda que se habla ido a vivir a Inglaterra ayudado por nuestro amigo Stanley Richardson. Empezamos a editar una colección de libros que titulamos El ciervo herido. Yo salía a vender estos libros por las calles y costaban un peso cubano, por cinco centavos se podía comprar cinco piñas y por veinte te daban veinte huevos.


Fragmento de la obra de María Zambrano (1952): Delirio y destino. Los veinte años de una española.

En este fragmento, María Zambrano relata el año previo a la proclamación de la República (1930), cuando se había intentado reprimir el movimiento sin conseguirlo. Sorprenden las similitudes con el periodo final de la Dictadura franquista, antes del retorno a la democracia.

Se recobró pronto el ritmo; mas ya era distinto. Como una oleada de sangre recorrió el cuerpo de la nación. Se sentía esa aceleración que imprime la entrega, el precipitarse de la sangre dispuesta a derramarse. No hubo más ejecuciones. El Ejército no prosiguió la batida iniciada y fue bueno... Las armas callaron y fueron las palabras, las actitudes, las personas las que se precipitaron como en un río incontenible dentro de la Cárcel Modelo. Estaba llena; estudiantes, algunos, obreros, pocos, intelectuales, políticos, y aquel grupo de hombres que se constituyeron en "Gobierno Provisional de la República". Ya había hasta Gobierno, pero ella misma, ¿cómo vendría?

A la puerta de la Cárcel se agolpaba todas las tardes, a la hora de visita, una muchedumbre que rebasaba en mucho el número de los visitantes admisibles. Y no pocos de los que allí se veían pasaban dentro, mas para quedarse. La vida de la ciudad afluía hacia aquel lugar límite con el Campo de la Moncloa, que se convirtió en una especie de centro donde todos se sentían impulsados a ir, aunque no se tuviera amistad personal con ninguno de los encarcelados, para estrecharles la mano, para decirse a si mismo: "he ido".

Y una red comenzó a tejerse en torno de aquel centro. Para llevarles a todos, especialmente a los estudiantes y a los obreros, los complementos de vida necesarios en aquel invierno no muy crudo, pero al fin invernal. Para llevarles más que nada el aliento, el latido del corazón supletorio, aunque no lo necesitaran... pero, en tales momentos de participación, ¿piensa nadie en lo que se necesita? Aunque el corazón sea el órgano más necesario no es menester que le hagan presente la necesidad, pues es el órgano de la participación. Y la participación no tiene límites, o se los va trazando a sí misma en virtud de sus razones; tiene sus leyes íntimas, no formuladas ni quizá formulables. Cuando el logos se reparte en las entrañas, renuncia a la palabra como medio total de expresión, se convierte en acción, en gesto. en actitud, en... inspiración que encuentra en cada momento la solución imprevisible, el milagro humano.

Casi milagrosamente encontraba ella el tiempo y la energía, fiel a aquella especie de voto ante sí misma, de no pertenecer a ningún partido político. Trabajaba, se movía anudando aquella red de comunicaciones en torno a los que estaban en la cárcel y entre todos; no seguía, ni podía seguir, un programa determinado, ni se le presentó siquiera el entrar en ninguna acción determinada, en un proyecto subversivo, ¿los había acaso? Ella lo ignoraba y no había muestra alguna de haberlo. El desenlace era cierto, habría de ser cosa de inspiración; algo imprevisto. Habría de ser casi un milagro.

La red poco tenía, nada en la que ella estaba de conspiración: era la red que forman las manos que se estrechan, las miradas que se cruzan, la que es el mínimo de organización para captar la vida que se desborda, la vida en esas horas en que es más que nunca cosa líquida, agua que rebasa su propio cuerpo, que está en cada instante más allá de sí misma. No se la puede fijar.


Redactado a modo de autobiografía, el relato personal se convierte en una ventana abierta que nos brinda la posibilidad de "ver" un momento histórico decisivo para España. Los veinte años de una española se detienen y concentran, sobre todo, en los años que precedieron a la República española (de 1928 a 1931). (...)

Entre otras cosas, estas páginas son un intento de sacar a la luz, a la vida, el "saber trágico", intrínseco en ella, de aquellos tiempos históricos. A través de una escritura muy peculiar, la narración muestra una continuidad, que no interrumpen los datos que proporciona, imprescindibles para situar al lector en la época descrita, cuya atención atrae gracias a una musicalidad en forma de ritmo, como una pulsación vital, que confiere al escrito el halo de la confesión. (...) En su recorrido, la autora va deteniéndose en intervalos cada vez menores de tiempo, según se va aproximando a los acontecimientos de abril de 1931, con la instauración de la República.(...)

Termina la primera parte del libro, lo que sería su destino, con una breve explicación de lo que fue su exilio, y el posterior viaje a París para reencontrarse con su hermana, a causa de la muerte de su madre. La segunda parte del libro, formada por los "Delirios", recoge las impresiones de la autora cuando, según dice, el daimon se apoderaba de ella, sobre todo tras la muerte de su madre, y la enfermedad de su hermana. Son escritos llenos de símbolos e imágenes, que a veces parecen adquirir la forma de pequeños relatos, y en los que se hace referencia a figuras arquetípicas de la historia, como pueden ser Antígona, o la reina Isabel. En su gran mayoría, estas curiosas estructuras, que forman un género muy específico de Zambrano, los "delirios", fueron redactadas en París, antes del regreso hacia La Habana. Con ellas la obra se completa y así adquieren un matiz de complementariedad, puesto que sin esperanza, sin Delirios, no se puede hacer frente a la vida trágica que depara el Destino.

Cuando el logos renuncia a la palabra, o sea al concepto, y deja de ser un logos racionalista, se transforma en gesto, actitud, inspiración, acción. Zambrano quiere decir que en aquel momento la palabra no se necesitaba, era un momento de convivencia total, absolutamente espontáneo. Y el pensamiento de esos jóvenes estudiantes era concretamente una común razón vital, que seguía la vida y el ideal histórico con la participación de todos. Era como un logos colectivo y vital que dejaba respirar España, que la volvía a la vida “verdadera”, que le regalaba nuevo oxigeno, como el agua, como la sangre. La imagen de la red, no se refería solamente al movimiento del pensamiento, sino a la actitud de una entera “generación”, esta del ’27, que movía al unísono, abrazando la circustancia española que se reconocía tan claramente. (...)

Para Zambrano la historia occidental es una historia que siempre repite los mismos errores porque está dominada por una dialéctica ídolo-víctima: hasta que no se comprendan los crímenes del pasado será imposible cambiar esta dramática predisposición. Así que Zambrano, a través de la narración autobiográfica de Delirio y destino relaciona la historia pasada con el dramático presente al cual asiste: la historia del totalitarismo, del fascismo, del nazismo; la historia de los vencedores. Para ser verdadera la memoria tendría que “bajar” hasta el fundo de la historia y allí recuperar los hechos olvidados, las partes de la historia que los “vencedores” han borrado, “enterrado”. El mensaje final de la pesadora es: si se salvase la historia olvidada, entonces, se podría vivir un “presente histórico” verdadero, es decir que el mismo presente podría ser “vivible”.


Josefina de la Torre (1953-54): Memorias de una estrella. Fragmentos. Reseña de Kenia Martín Padilla.

–He escrito mis memorias –empezó diciendo con voz grave–. Todas tenemos algo que contar en la vida, y nosotras, las que nos hemos dedicado al arte, poseemos más episodios, más anécdotas de interés y emoción que nuestras amigas, aquellas que se casaron en una provincia y tuvieron muchos hijos…

Sonrió. No quise interrumpir su silencio, comprendiendo que así facilitaba su confesión.

–Creo que he conseguido hacer un relato interesante… curioso… Y he pensado en ti. Eres periodista, novelista… Tal vez puedas hacer algo… publicarlo acaso.

Se apresuró a mirarme de frente.

–No con mi nombre, claro está… sino como una historia común a todas las que hemos realizado nuestro sueño… ¿Qué te parece?".

Memorias de una estrella es, pues, una novela breve, concebida para cierto tipo de público. Pero, a pesar de ello, no es una novela formulada para que cupiera en el canon de la novela rosa. El texto comienza utilizando el viejo recurso del manuscrito encontrado, que está, como poco, desde La Celestina o el Quijote, pero que no parece muy prototípico de este tipo de literatura.

(...) "En resumen. Tengo las mismas condiciones, o más, porque también canto y bailo, que otras que ya han hecho protagonistas. Claro, que yo sé por qué las han hecho".

De este fragmento, que constituye el inicio del diario, podemos observar ya algunos de los parámetros que van a caracterizar la obra. El humor, que es uno de los aspectos que la narradora subraya al presentar el diario (afirma que, en sus dos lecturas, el libro le resulta divertido) y la crítica al mundo del cine, pues, como vemos, desde el inicio se plantea el tema de la dudosa concesión de papeles protagonistas a actrices, no por sus méritos artísticos o su fotogenia, que tanto Bela Z [protagonista ficticia] como Josefina poseían, sino por intereses «de otro tipo». A lo largo del diario, se va concretando que esos intereses son de tipo sexual. De hecho, en su primer contacto con el cine, al evadir la insinuación que el productor le hace, Bela Z es relegada a un papel de extra, con el cual, lo único que aparece en pantalla serán sus piernas subiendo y bajando unas escaleras. (...) Al contrario que Josefina, Bela Z sí que logra el éxito. Lo que ocurre es que no lo consigue, sin embargo, por sus méritos artísticos. Los papeles de relevancia comienzan a lloverle cuando se une sentimentalmente a un hombre influyente, un marqués, que resultaba ser el amante de la actriz principal de la película en la que trabajaba. Y digo el amante, porque Totó Velez estaba casado. Al abandonar a su amante por Bela, se produce poco a poco su ascensión hacia los papeles protagonistas que le procuran el éxito. (...) De ahí se deduce que, por ser un personaje tan esperpéntico, tan de ficción, Bela Z no puede ser Josefina de la Torre. Pero sí que hay mucho de las vivencias de la escritora en la caracterización de la estrella. Tiene todo lo negativo que ella ha observado en su vida como actriz. Nuestra Josefina se siente poseedora de un conocimiento que necesita hacer público. Se siente participante de un entramado real que solo quien se haya movido entre focos y claquetas podría describir.

María Teresa León (1966-68): Memoria de la melancolía. Fragmentos.

Siempre haciendo algo. ¿Por qué siempre estaremos haciendo algo las mujeres? En las manos no se ven los años sino los trabajos. ¡Ah, esas manos en movimiento siempre, accionando, existiendo solas más allá del cuerpo, obedeciendo al alma! Yo miro las manos, las vuelvo, las acaricio un poco para ver la blandura de su temperamento, les busco los nudos que les dejó la vida, la cicatriz del ansia, la desesperación, la credulidad, la amargura de sentirse traicionadas. (...) ¡Qué hermoso llamar palma a la mano abierta, al centro y corazón de la mano! Palma, lugar donde se van dibujando en la aguja imprevista de la existencia caminos, valles, senderos, ríos, lagos, silencios y algarabías. Te la doy por mujer.

Esta voluntad de memoria y no de memorias, es el antecedente de uno de los libros autobiográficos, Memoria de la melancolía, imprescindible en el ámbito de la literatura memorialística española y que ha alcanzado el carácter de clásico por encima del canon y de la norma. Volver sobre sus páginas es de nuevo encontrarse con la lucidez cordial de una mujer que, en el límite de la intuición trágica, quiso recordarnos su vida, sus sueños, sus derrotas, pero también las de otros, desde un exilio, en el que los recuerdos no sólo se abisman en la tristeza, sino en el deseo de reencuentros con aquello que un día murió o fue aniquilado por el odio y el crimen.

En Memoria de la melancolía se dan cita la evocación, la crónica y el alegato. Es un libro de Historia y de historias en el que la veracidad de lo que se cuenta no se discute porque los hechos, los evocadores retratos, las reflexiones nacen de la convicción de una vida que apostó, por encima de razones sociales y prejuicios, por el amor sin trampas, por la defensa de los desheredados, de la cultura, y de la República. Desde el principio, consciente de los riesgos de toda biografía, nos advierte: "Yo me siento aún colmada de angustia. Habréis de perdonarme, en los capítulos que hablo de la guerra y del destierro de los españoles, la reiteración de las palabras tristes. Sí, tal vez sean el síntoma de mi incapacidad como historiador. Pero no puedo disfrazarme. Ahí dejo únicamente mi participación en los hechos, lo que vi, lo que sentí, lo que oí, todo pasado por una confusión de recuerdos."

Esta "confusión de recuerdos" se concreta en una serie de secuencias en las que tiempos y espacios se superponen y se rompen para quebrar la clásica linealidad narrativa y poder así mejor transmitir los mecanismos aleatorios de la memoria. (...) Sin embargo, la técnica proustiana de la asociación de ideas permiten, junto al relato de sus experiencias durante el periodo republicano y la Guerra Civil que ocupan la parte central de la narración, evocaciones en torno a su niñez, a su familia, a su entorno social y a la lucha por mantener su dignidad como mujer contra casi todo y todos en un alarde de prodigiosa narratividad.

Después la etapa del exilio, la crónica de un viaje, una larga espera a base de recuerdos, de ausencias definitivas, del cansancio inaceptable: "Estoy cansada de no saber donde morirme. Ésa es la mayor tristeza del emigrado... Estoy cansada de hilarme hacia la muerte. Y sin embargo, ¿tenemos derecho a morir sin concluir la historia que empezamos?".

María Teresa León escribió Memoria de la melancolía entre 1966 - la autora tenía sesenta y tres años- y 1968. Fue editada en Buenos Aires en la mítica Editorial Losada. Muchos años después apareció en diferentes editoriales en nuestro país y, hoy día, es un libro necesario e imprescindible, no sólo para recordar, sino para reconocer que estamos ante una mujer que, como otras, en aquellos lejanos años veinte, frente a la incomprensión y marginación, supieron y quisieron estar junto a la vida y la historia con determinación consciente, con luz propia, aunque ella afirmara que era la cola de un "cometa" llamado Rafael.

6.3. El despertar sexual de una adolescente entre la guerra y el exilio.

Carmen Laforet, fragmento seleccionado de la novela: La isla y los demonios

Se acercó sonriente. Entonces oyó su nombre y se detuvo. No se ocultaba; estaba en el jardín a plena luz, cerca de la ventana, detrás de la que aparecían ellas, mirándolas. Si hubieran vuelto la cabeza, las niñas también habrían visto a Marta. Ella no se movía; oía sus charlas, pero lo hacía sin ningún misterio.

—Lo sabe todo el mundo. Son novios. Nosotras hemos sido las últimas en enterarnos. Eso es una falta de amistad...

—Pero lo de los besos no lo creo.

—Lo vio mi hermana.

—Pero tenemos que decirle algo... Esa calamidad no se da cuenta nunca de que todo el mundo la critica.

—Y lo peor es que después se creen que todas las de la pandilla somos iguales... Se lo tenemos que decir.

Hubo una pausa. Marta suspiró en el jardín. Oyó la voz de Anita, que siempre era justa:

—Todas nos hemos besado con nuestros novios... Y Flora, que no tenía novio:

—¡No digas eso...! ¡Tú...! ¡Que lo digas tú...! De ti nadie pudo decir nada nunca.

—Porque lo hice a escondidas, en el jardín... Todas protestaron.

—¡Es distinto!

—Además lo tuyo es una cosa formal. Es distinto. Se lo tenemos que decir. Mi madre, fíjate tú, está empeñada en ir a hablar con su familia... Como ella se ha criado sin madre...

Anita dijo:

—Yo se lo diré luego. ¡Es tan raro que ella nunca se dé cuenta de nada! Como siempre va distraída y no se fija en nadie, se cree que nadie se fija en ella.

Hubo otra pausa.

—Voy a poner un disco.

Tenían una gramola en el cuarto bohemio. Marta aprovechó aquel cambio de cosas para acercarse a la ventana. Estuvo allí de codos un minuto sin que la vieran, ocupadas todas en la tarea de mirar el álbum de discos. Aún dijo Flora:

—Niñas: ¿ustedes creen que estará enamorada?

Anita contestó, segura:

—Una mujer no besa a un hombre nunca sin estar enamorada. No va a perder así su dignidad. ¡Qué tontería! Claro que está enamorada. Ella conoce a Sixto de toda la vida.

Marta, allí, quieta, estaba un poco turbada cuando volvieron la cabeza hacia ella. Y las otras se sobresaltaron también. Marta pensaba que esta dulzura, este olvido que tenía desde el día anterior quizás era estar enamorada. Pero lo pensaba por primera vez. Se sentía también un poco heroína de novela. Ella había ayudado siempre a otros seres en sus noviazgos y había permanecido un poco al margen de aquello, con curiosidad y con ternura a un tiempo. También había leído muchas novelas, y algunas terribles y crudísimas, en compañía de estas mismas muchachas.

(...)

Llegó temprano a la casa de sus tíos y encontró sólo a Daniel al piano. Atraída por la música se paró en la puerta del salón. Daniel la sintió, y en vez de seguir tocando como hacía siempre, se volvió hacia ella. La miró con interés. La llamó; Marta le vio sonreír con una extraña complicidad.

—Ven..., ven.

Sobre una mesita había una botella y unos vasos.

—Vamos a a brindar, nenita... por un secreto.

—¿Tú también bebes?

—Un dedito.

Los ojos de Daniel se encendieron de pronto y la acarició la cara. —¡Quién diría que tú haces esas cosas...!

Marta se apartó, extrañada.

—¿Qué cosas?

Daniel se puso un dedo sobre la boca minúscula. Miró a todos lados.—Hay que anclar con precauciones... El servicio puede oír. Todo se puede hacer si se guarda el decoro, nenita. Pero el decoro, ¿eh...? ¿No te gusta que te dé un pellizquito...? Tu pobre tío Daniel es un viejo ya. Sí, sí, hay que guardar el decoro... Te advierto que aquí están un poco enfadadas contigo tus tías. Matilde es algo puritana... Y Hones nunca rompió las formas... Las formas son algo importante, nenita; éste es el consejo de un viejo tío tuyo... Dame la manita... ¡Oh, tienes un poco descuidadas las manos...! Una damita como tú... ¿No sabes que estás muy guapita ahora?

Marta tuvo la sensación de que Daniel estaba borracho. Esto era muy raro. Nunca bebía, a causa de su estómago.

—¿Eh? ¿Qué dices? ¿No dices nada...? ¿Por qué te vas...? Yo estoy de tu parte...

—No me voy. —Marta estaba un poco nerviosa—. Es que no sé de lo que estás hablando...

—Oh, sí; sí lo sabes. Me parece bien este pudor ; pero sí sabes, sí sabes. Puedes abrirme tu pecho como a un confesor. Yo también he pecado mucho.

La última frase fue como una confidencia susurrante.

Marta sintió una vergüenza horrible. De pronto, viendo a Daniel y viendo su expresión, sus ojitos iluminados, sus manos un poco temblonas, tuvo la idea loca de echar a correr escaleras abajo, huyendo.

(...)

José estaba junto a un ventanal. Pino, en traje de calle, sentada en una silla, se estaba quitando allí mismo en el comedor los zapatos de tacones altísimos, que le hacían daño. La miró de reojo y vio que Pino la miraba también desafiante. Pino siempre parecía desafiante, como si estuviera en lucha perpetua y sus enemigos encarnasen sucesivamente en Marta, en las criadas, en José, en cualquiera... Todo aquello preparaba una escena decisiva en la vida de Marta. Algo que quizás años después ella recordaría vivamente. Pero no lo presintió.

Se acercó, como siempre, hacia su sitio en la mesa. No se sentó, pero se apoyó rígidamente en el respaldo de la silla. Frente a ella estaba el locero tan bonito, tan conocido. Lo miraba como tantas y tantas veces lo había mirado, cuando en aquel silencio su hermano la llamó, en voz muy alta, brusco. Sólo entonces comprendió que sucedía algo extraño. José demostraba un enfado tan verdadero, que Marta tuvo ganas de retroceder.

—Te he llamado para que me expliques delante de Pino todas tus trapisondas, tus engaños y tus tonterías...

Marta sintió miedo. Por un momento fue un miedo tan grande que le hizo temblar las rodillas con violencia. Se apoyó en un extremo de la mesa. Luego apretó los dientes, como en los últimos tiempos se había acostumbrado a hacer. Pensó: "Este rato pasará en seguida. Luego no tendrá importancia".

Hubo un silencio. Marta miró ahora a su hermano con la cabeza alta, muy fija, insolente.

—¡Estoy esperando! —dijo José.

Marta descubrió que no podía hablar. No podía despegar aquellos dientes apretados, ni bajar la cabeza. Le parecía que nunca había visto a José tan colérico, y le había visto muchas veces. Nunca estuvo tan desarmada delante de él, porque allá en su fondo ella veía una razón de su enfado. Por eso, aterrada, seguía fija en su actitud insolente.

Pino se levantó de pronto, descalza como estaba, con el collar de Teresa en el cuello, adornada con anillos y pendientes de Teresa.

—¿Pero no ves que es una...? ¡No eres hombre si no la matas! Marta perdió su rigidez, furiosa, al oír el insulto de aquella voz. —¡Tú no te metas!

Pino dio una especie de chillido en el momento en que José cogió a su hermana por el cuello de la blusa y la tiró materialmente contra la pared. Luego se plantó ante ella con los ojos saltones, con una actitud tan terrible que ya tocaba en lo cómico.

Entonces Marta, que se había golpeado la cabeza, que veía a Pino dislocada, que notaba un extraño baile en las paredes, hizo una mueca a la que se había acostumbrado en los últimos tiempos. Sonrió.

José perdió la cabeza y empezó a cruzarle la cara a bofetones.

Marta sentía aquel dolor quemante, y sonreía. Este gesto era inconsciente. De allá adentro, de una parte de su ser que no razonaba sino presentía, le venía quizás esta sonrisa. Ahora era la única serena, la única fuerte.

Personaje protagonista: Marta, adolescente de dieciséis años en Las Palmas de Gran Canaria durante la Guerra Civil.

Autora: Carmen Laforet, La isla y los demonios (1952).

Crítica sobre la novela.


La isla y los demonios es el segundo libro de Carmen Laforet, publicado en 1952. Es un relato realista ambientado en 1938 y 1939, en pleno final de la Guerra Civil.

La historia gira alrededor de la vida de la protagonista, Marta Camino: una adolescente de Gran Canaria que espera con ansia la llegada de unos familiares que vienen desde Madrid a refugiarse de la guerra. Para Marta, su llegada supone una ruptura en su rutina diaria, ya que son artistas y músicos; gente que puede comprender su lado más fantasioso (escribe historias y relatos sobre mitos de la antigua Canarias). Su llegada también supone para ella una oportunidad de ser escuchada, ya que se siente ignorada e incomprendida por José (su hermano mayor) y Pino (su cuñada).

Sus familiares (Daniel, tío paterno de José y Marta, músico; Honesta, hermana de Daniel, romántica y de personalidad voluble, y Matilde, esposa de Daniel, una rígida poetisa con fuertes valores falangistas) vienen acompañados de una sorpresa: un joven pintor llamado Pablo, casado, que anhela a su mujer residente en México y migra a Canarias a conocer nuevos paisajes alejados de la guerra.

Con su llegada empieza la aventura de Marta, que poco a poco va madurando y crece como persona en un entorno hostil, dado que sus familiares acaban siendo exactamente igual que su hermano: por mucha alma «libertina» que tengan no se interesan por una muchacha adolescente con ansias de escapar y conocer mundo, sino que en su lugar la rehuyen y se encierran en sí mismos, negándose casi a establecer contacto con la joven.

El viaje interior de Marta en el centro de sus problemas familiares, su crecimiento personal y su amistad con el pintor Pablo hacen que se desarrollen varios temas paralelos en el libro, como la historia de una familia desestructurada, rencores que nunca se olvidan y envidias varias. En un jardín con tantas espinas se muestra la inocencia de una joven que, pese a vivir en su burbuja y actuar tal y como lo haría cualquier adolescente, debe soportar todo lo que ocurre a su alrededor: las intrigas que se esconden tras su madre enferma y la rumoreada relación con su hermano, los ataques de rabia de su cuñada y el aparente hastío que sienten los recién llegados hacia ella (...).

La voz narrativa en La isla y los demonios nos muestra una pluma literaria muy diferente a la que encontramos en Nada. Mientras que entre Andrea y Laforet se creaba una simbiosis prácticamente inseparable, aquí la historia se nos cuenta en tercera persona, por momentos omnisciente, por momentos protagonista. De hecho, había leído en otras críticas y análisis de esta obra que es un narrador con flaquezas y poco atractivo, un componente que se ha analizado con mucha negatividad (y una de las principales razones por las que esta obra no ha tenido apenas reconocimiento). Desde mi subjetivo punto de vista, me ha encantado, porque es una herramienta poderosa para focalizar todo lo que Carmen Laforet quiere abarcar en este libro (que es, de hecho, mucho. Muchísimo).

Parecía que ella sola en España estuviese protegida contra el fantasma desolado de la guerra civil y de las pasiones y los heroísmos y las tragedias que provoca.

(...)

La técnica más empleada será el monólogo interior y la descripción de situaciones y sentimientos. También habrá diálogos, muy similares a los que Andrea tiene con sus familiares, pero de parte de Marta que será, eso sí, una voz débil muy sometida a un turbio ambiente familiar que la atenaza. La voz de los diferentes personajes, de todas maneras, llegará través de sus acciones, a veces silenciosas, pero que poco a poco nos permitirán ir conociéndolos y adentrarnos en sus intenciones.

Otras novelas de aprendizaje de autora y protagonista femenina que fueron hitos fundamentales para la autoafirmación de las mujeres durante la dictadura franquista.

Borja tenía quince años y yo catorce, y estábamos allí a la fuerza. Nos aburríamos y nos exasperábamos a partes iguales, en medio de la calma aceitosa, de la hipócrita paz de la isla. Nuestras vacaciones se vieron sorprendidas por una guerra que aparecía fantasmal: lejana y próxima a un tiempo, quizá más temida por invisible. No sé si Borja odiaba a la abuela, pero sabía fingir muy bien delante de ella. Supongo que desde muy niño alguien le inculcó el disimulo como una necesidad. Era dulce y suave en su presencia, y conocía muy bien el significado de las palabras herencia, dinero, tierras. Era dulce y suave, digo, cuando le convenía aparecer así ante determinadas personas mayores. Pero nunca vi redomado pillo, embustero, traidor, mayor que él; ni, tampoco, otra más triste criatura. Fingía inocencia y pureza, gallardía, delante de la abuela, cuando, en verdad —oh, Borja, tal vez ahora empiezo a quererte—, era un impío, débil y soberbio pedazo de hombre.

No creo que yo fuera mejor que él. Pero no desaprovechaba ocasión para demostrar a mi abuela que estaba allí contra mi voluntad. Y quien no haya sido, desde los nueve a los catorce años, traído y llevado de un lugar a otro, de unas a otras manos, como un objeto, no podrá entender mi desamor y rebeldía de aquel tiempo. Además, nunca esperé nada de mi abuela: soporté su trato helado, sus frases hechas, sus oraciones a un Dios de su exclusiva invención y pertenencia, y alguna caricia indiferente, como indiferentes fueron también sus castigos. Sus manos manchadas de rosa y marrón se posaban protectoras en mi cabeza, mientras hablaba entre suspiros, de mi corrompido padre (ideas infernales, hechos nefastos) y mi desventurada madre (Gracias a Dios, en Gloria está), con las dos viejas gatas de Son Lluch, las tardes en que éstas llegaban en su tartana a nuestra casa. (Grandes sombreros llenos de flores y frutas mustias, como desperdicios, donde sólo faltaba una nube de moscas zumbando).

Fui entonces —decía ella— la díscola y mal aconsejada criatura, expulsada de Nuestra Señora de los Ángeles por haber dado una patada a la subdirectora; maleada por un desavenido y zozobrante clima familiar; víctima de un padre descastado que, al enviudar, me arrinconó en manos de una vieja sirviente. Fui —continuaba, ante la malévola atención de las de Son Lluch— embrutecida por los tres años que pasé con aquella pobre mujer en una finca de mi padre, hipotecada, con la casa medio caída a pedazos. Viví, pues, rodeada de montañas y bosques salvajes, de gentes ignorantes y sombrías, lejos de todo amor y protección. (Al llegar aquí, mi abuela, me acariciaba).

—Te domaremos —me dijo, apenas llegué a la isla.

Tenía doce años, y por primera vez comprendí que me quedaría allí para siempre. Mi madre murió cuatro años atrás y Mauricia —la vieja aya que me cuidaba— estaba impedida por una enfermedad. Mi abuela se hacía cargo definitivamente de mí, estaba visto.

Protagonista (autobiografía): Matia pasa su primera adolescencia en el caserón de su abuela, junto a su primo Borja, en un pantano de viejas costumbres y prejuicios, donde apenas llegan ecos de la Guerra Civil y ha perdido todo contacto con su padre exiliado.

Autora: Ana María Matute, Primera memoria (1959).

Más información sobre la autora y la novela.

Primera memoria (1959) es la entrega inicial de una trilogía Los mercaderes completada con Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969). Primera memoria está narrada en primera persona, desde el punto de vista de Matia, interviniendo en los acontecimientos y asumiendo una función de protagonista, y sobre todo, explorando la progresiva revelación del mundo de los adultos, con todas sus contradicciones, sus engaños y su falsedad. Esta forma de narrar da la impresión de reproducir los pensamientos como llegan a la mente de la joven (....)

Como bien comenta José Más, Primera memoria (1959) se centra en la indagación apasionada del mundo de la adolescencia, donde se entrecruzan añoranzas, sueños y temores (Más, 1988: 19). En cualquier caso, lo importante es el hecho de que la joven se halla en un momento crucial de su vida, esto es, en la frontera entre ser niña y comenzar a ser considerada mujer. La novela se construye como un Bildungsroman de Matia, ya que a lo largo del relato, la protagonista va desarrollando su personalidad, que va desde la niñez, como una etapa de inocencia e ingenuidad, hasta la adolescencia, cuando poco a poco se va contaminando del ambiente hostil que la rodea.4 En este periodo se va modelando su carácter, su concepción del mundo y del destino, en contacto con la sociedad de la época, que le sirve de aprendizaje a través de las más variadas experiencias.5 Se trata de un medio de iniciación a la vida, de ruptura con el mundo anterior de la adolescencia para liberar y desarrollar las potencialidades de la personalidad y crear su propio esquema de valores y proyecto de la vida. La acción se sitúa en la isla de Mallorca en los días de guerra. Aunque no exista la contienda bélica en este territorio, sí que aparecen ecos de crueldad, se muestra de forma fi dedigna la vida de aquellos sectores de la sociedad española que sufrían la ofensiva. La isla es un reducto de paz soñado en la tempestad de la guerra, no obstante, la paz no es total, hallándose tensada por odios reprimidos. Efectivamente, se aprecia aquí la reelaboración del mito de Caín y Abel, aspecto este tan recurrente en la mayoría de las obras de la escritora barcelonesa, a través de los sucesos cruentos que ocurren en este lugar. De hecho, ya en el primer capítulo se presenta a José Taronjí, padre de Manuel, que fue víctima de la contienda, asesinado por las autoridades por sus ideas de izquierda. En este caso, este escenario no resulta en absoluto idílico; hay un paisaje grato, pero el entorno social está dominado siempre por la brutalidad de sus habitantes, describiéndosenos con todo detallismo las ejecuciones y muertes que se llevaron a cabo durante la contienda; incluso cómo algunos de ellos eran asesinados y despeñados por los acantilados de la playa. También, el confl icto de la lucha peninsular se repite a la escala infantil en la guerra de pandillas entre los niños de la isla, imitando al mundo de los mayores. A través de la conciencia de Matia, se nos muestra lo cruel de la situación y su oposición a estas peleas (...).

Además de esta esfera de violencia, la muchacha enfatiza el ambiente de asfi xia que se respiraba en su propia casa, reiterándose continuamente la sensación de aburrimiento y opresión, en contraste con la libertad que vivía antes de la guerra. También se revela la falta de comunicación, las trabas sociales a la que debían enfrentarse sus personajes y como las relaciones de los protagonistas se caracterizaban por su superfi cialidad y por la monotonía. De hecho, todo en la narración alude a una casa como una fortaleza, con grandes muros y vallas, para así impedir el contacto con el exterior, con la emancipación que los niños desean (...).

Enlace al clímax final de la novela de Elena Fortún, Celia en la revolución (1943).

  • La novela consiste en una crónica perpleja y extraordinariamente detallada de la violencia que produjo o desató el golpe de estado militar el 18 de julio de 1936. Desde el principio al final, el ir y venir de Celia a través de la España en guerra representa el caos y el fracaso, pero también su lucha constante por sobrevivir y la resistencia de la narradora y protagonista a dejarse dominar por las justificaciones ideológicas del horror. Celia se hace cargo solamente de una explicación: la pretensión tiránica de acabar con la República y someter la soberanía popular es la causa de todas las desgracias posteriores.
  • Es una obra cumbre del realismo periodístico, comparable solamente, por su veracidad y el poder de su escritura, a las novelas de Manuel Chaves Nogales (El maestro Juan Martínez que estaba allí, 1934, memoria-reportaje sobre la catástrofe de la Gran Guerra y la Revolución rusa; A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, 1937, crónicas de la barbarie en los primeros meses de la Guerra Civil) o a las mejores obras de la serie El laberinto mágico de Max Aub (Campo francés, 1963). Además, constituye uno de los mejores ejemplos de Bildungsroman (novela de aprendizaje) en la literatura española, junto con la serie La forja de un rebelde de Arturo Barea o las obras de las escritoras Carmen Laforet, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite.

Pienso en Fifina. Ella no sabe aún que me voy… Y no puedo irme sin decírselo. ¡Tal vez no volveremos a vernos! La muchacha del doctor le lleva una tarjeta mía escrita a lápiz:

Me voy dentro de una hora. Despídeme de tus tías. Estoy en casa del Doctor Terrada. Ven.

Viene Luis con Marcela, que es el otro matrimonio que conocí en mi primer viaje a Valencia. Luis es bueno, cariñoso, amable. Él me trae el libro, encargándome que no intente despegar dos hojas que están pegadas…

Y luego todos hablan de la situación.

—La revolución comunista de Madrid ha fracasado… Ya es cosa de días… puede ser cosa de horas la entrada del ejército… Van a fusilar a medio mundo.

Parecen contentos. ¡Dios mío! ¡Y papá que decía…! ¡Y Jorge…! ¡Pobre Jorge…! Todo ha concluido… Sólo queda huir… Nosotros huimos… Otros están contentos. ¿Es que ellos no eran demócratas como papá? ¿Quién tenía razón? Papá; yo estoy segura de que papá y el abuelito son los únicos que tenían razón…

Hablan y hablan, pero ya no atiendo, no puedo atender… Esta noche dormiré en el mar viajando hacia un puerto que no conozco… pero que será un puerto francés…

Preguntaré por los españoles que huyeron de Barcelona y de uno en otro llegaré a papá… ¡Papá de mi alma!… y los dos encontraremos a Valeriana y a las niñas, y luego…

Llega doña Clara. Viene del brazo de sus dos hijas y me dice, mirándome severamente:

—He creído mi deber despedir a usted y desearle un buen viaje… Como cristiana y española perdono a mis enemigos… aunque no los disculpo…

Luis se ríe bondadosamente.

—Celia es una bonita enemiga.

—Bonita o no, hace bien en irse… Franco la mandaría fusilar… y con mucha razón.

Estoy estupefacta ante las palabras de la señora, pero trato de echarlas a broma.

—¡Doña Clara! Yo esperaba que usted me escondería en aquel precioso gabinete del callejón…

—¡Esperanza infundada, señorita! ¡Esperanza infundada! Por razones que no son del caso yo no la escondería… se lo juro que no… ¡Usted es una enemiga de nuestras santas instituciones y del orden social!

—¿Yo?

—Sí, usted, usted… He sufrido en mi propia carne las injurias de sus secuaces, y aún sangra mi corazón de heridas sin cerrar… Ahora veo que he hecho mal en venir… No se puede ver al enemigo de cerca sin odiarle… ¡Dios es testigo de que quiero perdonar! ¡Quiero perdonar! ¡Quiero perdonar!

Del brazo de sus hijas y repitiendo las mismas palabras se aleja por el pasillo hacia la puerta, seguida de todos los de la casa menos de Luis y Marcela…

Se ríen de mi estupor.

—¡Pero no hagas caso, muchacha, de esa vieja loca! ¡No hagas caso…! Claro que eres nuestra enemiga…

—¿Yo?

—Sí, tú, mosquita muerta, tú —dice Marcela, riendo—. ¿Es que no eres enemiga de Franco? Pues nosotros somos sus amigos… y mucho más desde que sabemos que va a venir…

Se ríen ante mi cara de asombro.

—Y Terrada lo es mucho más que nosotros, porque él lo fue siempre… ¡Es falangista!

—¡No!

—Sí, querida… pero eso no quita para que te queramos y te escondiéramos si hiciera falta… que no la hace…

—Pero papá… mi padre…

—Tu padre, querida, es un iluso…

Miro a la calle por la ancha ventana… El sol ilumina las aceras por donde pasa la gente, ¡estas aceras y esta gente que ya no veré más…! ¡Y me alegro! Ahora siento alegría de dejar esto… Era yo como un barquito que navegaba con todas las velas al aire… y una tras otra van cayendo. Todos dicen que me quieren, pero aseguran que soy su enemiga, y ellos lo son de mi padre… ¡Mentían antes! ¡Mentían por miedo! El pueblo les fusilaba porque sabía que mentían…

Me despido de todos en el momento en que llega Fifina.

—¿Te vas? ¿Te embarcas? —me dice.

—Sí… ahora mismo… Ya debe de estar el coche esperándome…

Salimos a la calle y digo:

—¡Son de derechas!

—¿Quiénes?

—Rosita y su marido… y hasta Luis y Marcela.

—¿Luis? No lo creo… Pero es lógico. La clase media es toda de derechas… y ahora los pocos que no lo fueron, se hacen… Los vencidos tienen pocas simpatías.

—Doña Clara ha venido y…

—No hagas caso, hija… Ellas se quedan aquí y tienen que vivir… Ya ves, las tías me han pedido por Dios y por todos los santos que no te acompañe… dicen que alguien puede contarlo después y… Te aseguro que si no te acompaño hasta el Grao no es por eso, es porque no quiero verte embarcar…

Pasamos por una plaza pequeña con bancos y árboles en torno de una estatua y me siento porque me tiemblan las piernas.

—¡Estoy cansada!

—Yo también —dice Fifina, y callamos sin mirarnos…

¡Son las tres menos veinte! Me levanto. Tengo que irme ya.

—Me quedo aquí —dice Fifina, y me besa. Veo sus ojos llenos de lágrimas.

—Hasta la vuelta —le digo.

—Hasta que Dios quiera…

Cruzo deprisa la plaza, y al llegar a la esquina de la calle me vuelvo. Fifina sigue sentada en el banco sin mirarme y se limpia los ojos…

—¡Adiós…! —digo bajito…

Protagonista (autobiografía): Celia participa como testigo en la Guerra Civil y de forma activa en su propia maduración, de la adolescencia a la juventud, hasta que termina la contienda huyendo de la represión franquista.

Autora: Elena Fortún, Celia en la revolución (1943).


Elena Fortún: la saga de Celia (1928-1944).

  • Celia comienza su vida literaria a los siete años (Celia, lo que dice, 1929) y crece en sincronía con el proceso histórico: a los ocho años es una niña pija, pero rebelde y fantasiosa, que vive interna en un colegio religioso (Celia en el colegio, 1932); escribe su primera novela fantástica, en un tono humorístico y teatral (Celia, novelista, 1934), similar a la literatura infantil de María Teresa León en la misma época. Estas tres novelas fueron adaptadas para una serie de TVE en 1992. Celia en el mundo (1934) sitúa el relato de su vida después de abandonar el colegio para vivir con su tío Rodrigo y una colección de personajes pintorescos o delirantes. Las siguientes obras (Celia y sus amigos, Celia madrecita) recomponen el ingreso de Celia en la adolescencia, primero como estudiante de Instituto y luego, tras la muerte de su madre, haciendo el papel de madre de sus dos hermanas más pequeñas.
  • La saga concluye con las obras Celia en la revolución (1943), ambientada durante la Guerra Civil, aunque solo se publicara en 1987, y Celia institutriz en América (1944), que narra el viaje de la niña, entonces joven y domesticada, en busca de su padre (¿emigrante, exiliado?) en México. Aun así, esta última fue censurada por la dictadura.

Más información sobre la autora y la novela.

Elena Fortún aguantó toda la guerra civil en España. Vivió en directo el hambre atroz, las bombas, el odio, también la solidaridad y los crímenes de un bando y del otro. Republicana de corazón y anticlerical, la escritora tejió en la calle un testimonio estremecedor sobre la lucha por la vida en la retaguardia de la contienda, sin atender a ideologías ni victimismos. Celia en la revolución, el eslabón perdido de la saga de las historias de Celia (...)

Con una narración sencilla y directa, poética y desgarradora, la novela, escrita recién acabada la guerra, es un relato autobiográfico de Elena Fortún (Madrid, 1886-1952), una mujer poco convencional que nunca militó en ningún partido político pero que tuvo profundas convicciones republicanas. Se exilió luego a Buenos Aires. (...)

“Es, sin duda, la novela que le hubiera gustado escribir a Baroja”, asegura Andrés Trapiello, autor del prólogo. El entusiasmo de Trapiello por la reedición de la obra, que publicó por primera vez Aguilar en 1987, es enorme. El libro desapareció muy pronto del mercado y solo se podía encontrar en algunas librerías de viejo a precios astronómicos. “Es una novela autobiográfica que no se decanta ni por el fascismo ni por el comunismo, sino que da voz a todos aquellos que no querían adscribirse a ninguno de estos dos bandos. Es la gran crónica del miedo y el hambre, de los desgarros, las muertes y las separaciones. Es el testimonio de una persona dispuesta a reconocer y asumir responsabilidades políticas, penales y morales. El único compromiso de Celia y Elena Fortún fue la verdad de lo que habían vivido, independientemente de la ideología. Ahí están todas las cosas de las que nadie quería hablar, incluidos sus propios crímenes. Es la crónica que cuenta los hechos y las verdades tal y como fueron, alejados de la propaganda de uno y otro bando. A la chita callando, Fortún escribió una de las grandes novelas de la guerra civil”, asegura Trapiello. El escritor incluye este testimonio vital dentro del corpus de lo que él llama la tercera España, aquella de la que dieron cuenta gente como Azaña, Juan Ramón Jiménez, Clara Campoamor, Chaves Nogales o el diplomático chileno Morla Lynch. Relatos de esa tercera España por parte de unos autores que proclamaron no la equidistancia, sino la ecuanimidad y que permanecieron sepultados e inéditos durante años por el ambiente tan poco favorable a escuchar y recibir la verdad más absoluta.

La revolución que se vivió en Madrid conforma la primera parte de esta novela-crónica para luego pasar a las ciudades de Valencia, Albacete o Barcelona. “¡Esto es la revolución! Yo me había figurado las revoluciones con muchedumbres aullando por las calles…. Aquí hay silencio, polvo, suciedad, calor y hombres que ocupan el tranvía con fusiles al hombro”, cuenta en julio de 1936 Celia, esa niña de quince años que se hizo cargo de sus dos hermanas pequeñas tras la muerte de su madre y que convive con un padre republicano y un primo miembro de Falange. “A mí, unas veces me parece que tiene razón papá y otras creo que es Gerardo", asegura sincera. Las checas, las barbaridades de los fusilamientos al anochecer, los crueles bombardeos, las huidas de familias enteras, los gritos y las carreras desatinadas por debajo de los balcones... Todo sale a relucir en este desgarrador relato, en el que también hay sitio para la felicidad y la poesía, el olor a tomillo, el radiante sol de otoño o el sabor de una tortilla francesa calentita".

Carmen Laforet.
Ana María Matute.

Obras de Julia Minguillón, una artista arraigada en la posguerra.

6.4. Emancipación de la familia patriarcal en plena posguerra.

Carmen Laforet, fragmento seleccionado de la novela: Nada.

Aquella noche hubo pan en abundancia. Se sirvió pescado blanco. Juan parecía de buen humor. El niño charloteaba en su silla alta y me di cuenta con asombro de que había crecido mucho en aquel año. La lámpara familiar daba sus reflejos en los oscuros cristales del balcón. La abuela dijo:

—¡Picarona! A ver si vuelves pronto a vernos... Gloria puso su pequeña mano sobre la que yo tenía en el mantel.

—Sí, vuelve pronto, Andrea, ya sabes que yo te quiero mucho...

Juan intervino:

—No importunéis a Andrea. Hace bien en marcharse. Por fin se le presenta la ocasión de trabajar y de hacer algo... Hasta ahora no se puede decir que no haya sido holgazana.

Terminamos de cenar. Yo no sabía qué decirles. Gloria amontonó los platos sucios en el fregadero y después fue a pintarse los labios y a ponerse el abrigo.

—Bueno, dame un abrazo, chica, por si no te veo... Porque tú te marcharás muy temprano, ¿no?

—A las siete.

La abracé, y, cosa extraña, sentí que la quería. Luego la vi marcharse.

Juan estaba en medio del recibidor, mirando, sin decir una palabra, mis manipulaciones con la maleta para dejarla colocada cerca de la puerta de la calle. Quería hacer el menor ruido y molestar lo menos posible al marcharme. Mi tío me puso la mano en el hombro con una torpe amabilidad y me contempló así, separada por la distancia de su brazo.

—Bueno, ¡que te vaya bien, sobrina! Ya verás cómo, de todas maneras, vivir en una casa extraña no es lo mismo que estar con tu familia, pero conviene que te vayas espabilando. Que aprendas a conocer lo que es la vida...

Entré en el cuarto de Angustias por última vez. Hacía calor y la ventana estaba abierta; el conocido reflejo del farol de la calle se extendía sobre los baldosines en tristes riadas amarillentas.

No quise pensar más en lo que me rodeaba y me metí en la cama. La carta de Ena me había abierto, y esta vez de una manera real, los horizontes de la salvación.

... Hay trabajo para ti en el despacho de mi padre, Andrea. Te permitirá vivir independiente y además asistir a las clases de la universidad. Por el momento vivirás en casa, pero luego podrás escoger a tu gusto tu domicilio, ya que no se trata de secuestrarte. Mamá está muy animada preparando tu habitación. Yo no duermo de alegría.

Era una carta larguísima en la que me contaba todas sus preocupaciones y esperanzas. Me decía que Jaime también iba a vivir aquel invierno en Madrid. Que había decidido, al fin, terminar la carrera y que luego se casarían.

No me podía dormir. Encontraba idiota sentir otra vez aquella ansiosa expectación que un año antes, en el pueblo, me hacía saltar de la cama cada media hora, temiendo perder el tren de las seis, y no podía evitarla. No tenía ahora las mismas ilusiones, pero aquella partida me emocionaba como una liberación.


Personaje protagonista: Andrea, joven estudiante en la Barcelona de la posguerra.

Autora: Carmen Laforet, Nada (1944).

Crítica sobre la novela, la autora y su contexto histórico y literario: "exilio de género".

La protagonista de la novela es una joven, llamada Andrea, que recién terminada la Guerra Civil Española se traslada a la ciudad de Barcelona para estudiar y empezar una nueva vida. Cuando Andrea llega a casa de su abuela, de donde sólo tiene recuerdos de su infancia, sus ilusiones se ven rotas. En este piso de la calle de Aribau, donde aparte de su abuela viven su tía Angustias, su tío Román, su tío Juan, la mujer de este último, Gloria, y Antonia, la criada, la tensión se continúa en un ambiente caracterizado por el hambre, la suciedad, la violencia y el odio. Andrea, que vive oprimida por su tía Angustias, siente que su vida va a cambiar cuando su tía se marcha, pero las cosas no acaban de ir como a ella le gustaría. Sin embargo, en la Universidad conoce a Ena, una chica de la que se hará íntima amiga y que desempeñará un papel importante en su vida, pues junto a ella aprenderá lo que el mundo exterior puede ofrecer.


En una palabra, Andrea era una chica “rara”, infrecuente. Este paradigma de mujer, que de una manera o de otra pone en cuestión la “normalidad” de la conducta amorosa y doméstica que la sociedad mandaba acatar, va a verse repetido con algunas variantes en otros textos de mujeres como Ana María Matute, Dolores Medio y yo misma. Y por ser Andrea el precedente literario de la “chica rara”, en abierta ruptura con el comportamiento femenino habitual en otras novelas anteriores escritas por mujeres, es por lo que interesa analizar los componentes de su rareza, relacionándolos con la época en que este tipo de mujer empieza a tomar cuerpo.

En una España como la de la primera posguerra, anclada en la tradición y agresivamente suspicaz frente a cualquier “novedad” ideológica que llegara del extranjero, el escepticismo de Andrea y las peculiaridades insólitas de su conducta la convierten en audaz pionera de las corrientes existenciales tan temidas y amordazadas por la censura española, que en general aborrecía de las decepciones.

De ahora en adelante, las nuevas protagonistas de la novela femenina, capitaneadas por el ejemplo de Andrea, se atreverán a desafinar, a instalarse en la marginación y a pensar desde ella; van a ser conscientes de su excepcionalidad, viviéndola con una mezcla de impotencia y orgullo. En general son chicas que tienen pocas amigas, que prefieren la amistad de los hombres.

Lena, la protagonista de Nosotros los Rivero, de Dolores Medio, es adoctrinada así por su hermano: Debías tratarte con otras chicas, frecuentar su amistad, comprobar que no eres ninguna excepción, un caso raro en ningún sentido. Desde niña vives obsesionada por la idea de que los Rivero somos gente rara, y en cualquier cosa quieres encontrar un síntoma de este desquiciamiento.

También Valba, la adolescente retratada por Ana María Matute en Los Abel, pertenece a una familia rara, y esa puede considerarse la fuente de sus problemas frente a la sociedad. Pero no tiene por qué ser siempre necesariamente así, sino justamente al revés. Ni Natalia ni Elvira, los dos personajes centrales de mi novela Entre visillos, viven en un entorno familiar que cuestione las normas de convivencia habituales, sino todo lo contrario. Y, sin embargo, ellas, cada una a su manera, sí lo hacen. Las dos son chicas raras y su comportamiento está presidido por el inconformismo.

El componente más significativo de estos brotes de inconformismo debe buscarse en una peculiar relación de la mujer con los espacios interiores. Y como consecuencia, con el grupo familiar que se solidifica y se defiende dentro de tales espacios. Una característica común a estas heroínas más o menos hermanas de Andrea, es la de que no aguantan el encierro ni las ataduras al bloque familiar que las impide lanzarse a la calle. La tentación de la calle no surge identificada con la búsqueda de una aventura apasionante, sino bajo la noción de cobijo, de recinto liberador. Quieren largarse a la calle, simplemente, para respirar, para tomar distancia con lo de dentro mirándolo desde fuera, en una palabra, para dar un quiebro a su punto de vista y ampliarlo.

Así hace disfrutar Ana María Matute a Valba, en Los Abel, de la sensación de escapatoria y tregua que proporciona la calle:

Debía volver a la atmósfera tensa, a aquella soledad creciente, al huerto mojado, a la escalera desgastada. Pero entre tanto, quería andar por la ciudad, perderme un poco por sus calles desconocidas, mirando a un lado y a otro los letreros, y las caras y los pies de las personas que pasaran junto a mí. Ésta me llenaba de pueril regocijo. Con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo, tomé una dirección cualquiera… Los contrastes de la calle formaban una vida aparte. En esta vida aparte, incógnita, despedazada y caótica, ansían estas nuevas heroínas de cuño urbano disolver la suya como una ofrenda de la propia identidad, amenazada y en crisis. Sueñan con perderse en una calle donde nadie las conozca, donde, convertidas en seres anónimos, puedan dejar de sentir la servidumbre de unos lazos agobiantes y caducos.

(...)

Desde su condición, aún vigente, de mujer ventanera, la escritora de la primera posguerra traslada al papel sus inconcretas rebeldías con los ojos fijos en la calle. En una calle casi siempre idealizada. Así, por ejemplo, transforma en sus ensueños Elvira, uno de los personajes femeninos de Entre visillos, la calle provinciana y estrecha que desde el balcón contemplan sus ojos de huérfana enlutada y sometida a encierro: Le hubiera gustado ver de golpe a sus pies una gran avenida con tranvías y anuncios de colores, y los transeúntes muy pequeños, muy abajo: que el balcón se fuera elevando y elevando como un ascensor sobre los ruidos de la ciudad hormigueante y difícil. Y muchas chicas venderían flores, serían camareras, mecanógrafas, serían médicos, maniquíes, periodistas, se pararían a mirar las tiendas y a tomar una naranjada, sus compañeros de trabajo se perderían entre los transeúntes, irían a tomar un tranvía para llegar a su barrio que estaría muy lejos. El escenario de los sueños de liberación se ha desplazado hacia la calle hormigueante y difícil atisbada en las películas de nacionalidad norteamericana. La casa y la familia se viven, e general, como trabas a este anhelo de pérdida de una identidad condicionada por normas represivas. Tanto en Nada como en otras novelas posteriores, la relación de la mujer con los espacios interiores es la espoleta de su rebeldía. Ni la casa ni la familia dejan de aparecer como referencia inesquivable, pero la fascinación ejercida por la calle se agudiza simultáneamente con la claustrofobia y el rechazo a los lazos de parentesco.


  • Carmen Morán Breña: "Fortún y Laforet: entre la mujer vieja y la nueva", El País, 10-12-2017, trata sobre lo que se ha llamado "exilio de género": la experiencia común de exilio a las mujeres de la posguerra, quienes, aun siendo maravillosas escritoras, no podían vivir una vida pública sin sufrir las constantes minusvaloraciones y las envidias de sus contrapartes masculinos en el hogar (y algunas femeninas, todavía en la actualidad), por lo que sentían vergüenza de sí mismas.

"En los últimos años de su vida, Elena Fortún se califica como una mujer “vieja” en las cartas que escribe a Carmen Laforet, y morirá con sentimiento de culpa, creyendo haber sido mala esposa y mala madre. Desea para su amiga del alma, 35 años más joven, un futuro distinto; desea que sea una mujer nueva. Pero cuando Laforet publica ese libro, en 1955, La mujer nueva, tanto la protagonista como su autora siguen atrapadas en esa España del franquismo que también aplastó a Fortún, donde no hay diferencia entre sexo y género y los roles que se reparten al nacer aprietan como un corsé.

(...)

Fortún (Madrid, 1886-1952) y Laforet (Barcelona, 1921-Madrid, 2004) jamás escaparían de esa extraña espiritualidad que decían haber alcanzado, podando el yo para que no crezca y alcanzar así la pureza, una idea “que hoy leemos injusta y castrante”, señala Capdevila-Argüelles, catedrática de Estudios Hispánicos y de Género de la Universidad de Exeter.

Y lo corrobora Cristina Cerezales Laforet, hija de Carmen: “Las condiciones en España no cambiaron mucho y aunque ambas se llevaban 35 años la situación fue parecida para las dos”. Fueron, dice Capdevila-Argüelles las que abrieron camino al feminismo actual, tenían una conciencia de grupo. En las cartas aparecen muchas más escritoras, actrices, pintoras de aquel entonces, como Julia Minguillón, Josefina Carabias, Paquita Mesa, María Martos de Baeza, Fernanda Monasterio, Elena Quiroga, Carmen Conde, Matilde Ras, todas “exiliadas del canon”. Como ellas, las dos amigas “tenían también la capacidad y la necesidad de resistir; su obra es la expresión de esa resistencia y el camino de nuestro feminismo”, dice Capdevila-Argüelles".


Las cartas ponen de manifiesto el abismo no sólo de la edad, sino de sus diferentes actitudes: un escritor exiliado con la obra hecha que ansía volver y ser publicado en España, una escritora que busca salir de la asfixia y huir del país. Las cartas de Laforet explican su laberinto como escritora y su paulatino abandono: al hosco ambiente literario y social que sucedió a su éxito, unido a la dedicación a sus cinco hijos, hay que añadir la sima que creció entre la autora y su marido. A pesar de que Manuel Cerezales, crítico y editor, podría haber sido un acicate para escribir y un apoyo exterior para alguien tan individualista como Laforet, comenzó a representar para la escritora la falta de libertad para vivir y crear. De forma velada, el 17 de septiembre de 1970, ella le habla a Sender de su crisis matrimonial: "Ahora tendré más libertad para moverme que durante los últimos veinticuatro años. Y también creo que más libertad de espíritu".

(...)

A menudo, Sender insta a su amiga a que no abandone su obra. "Tuvo usted la rara fortuna (peligrosa) de comenzar con una obra maestra", reconoce, lo que dificulta que "le parezca bien lo que hace si no es mejor que aquello (lo que es difícil)", le escribe el 2 de febrero de 1966. Un escollo con el que Laforet lidiará toda su vida sin salir victoriosa. "Robe tiempo al tiempo y escóndase, y siga trabajando (...) en lo que nadie puede hacer sino usted", insiste él dirigiéndose a la autora. "Usted escribe como mujer igual (quiero decir en cuanto a la disposición moral) que yo como hombre", asegura en enero de 1967.

(...)

[Laforet:] Las pobres escritoras no hemos contado nunca la verdad aunque queramos. La literatura la inventó el varón y seguimos empleando el mínimo enfoque para las cosas. Yo quisiera intentar una traición para dar algo de ese secreto, para que poco a poco vaya dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos mejor, sin sometimientos (...) Pero, ¿verdad que está usted de acuerdo en que lo verdaderamente femenino en la situación humana las mujeres no lo hemos dicho, y cuando lo hemos intentado ha sido con lenguaje prestado?".

Más información sobre la autora.

Otras novelas de aprendizaje de autora y protagonista femenina que fueron hitos fundamentales para la autoafirmación de las mujeres durante la dictadura franquista.

Enlace a un fragmento de la novela de Carmen Martín Gaite, Entre visillos (1957).

Ya antes de que las abrieran la puerta de la casa, se oía el jaleo de dentro. Les abrió un camarero de guante blanco y les quitó los abrigos. Lo habían puesto un poco distinto lo de la entrada. De todas las habitaciones salía mucha luz. Tali miró de reojo, según avanzaban por el pasillo, a la puerta del cuarto donde ella y Gertru solían estudiar y donde alguna noche de mayo, cuando el lío de los exámenes, se habían quedado a dormir. Salió Josefina a saludarlas y las pasó al cuarto de estar del fondo. Olía mucho a nardos. A Gertru no se la veía por ningún sitio.

—Está en el comedor, con las personas mayores—explicó Josefina—. Luego vendrá cuando acaben la ceremonia de la petición. Tú, Tali, qué mona estás, más mayor. Hacía lo menos dos años que no te veía.

—Sí —dijo Tali—. Antes de que tú te casaras.

—Es verdad, pero entra, mujer.

Desde el umbral, medio oculta por los vestidos de las otras, Natalia se sintió encogida y con muchos deseos de marcharse. Habían puesto una mesa larga en medio, llena de emparedados, de cosas fritas y de bebidas y estaba bordeada de caras desconocidas que se miraban y gesticulaban ante sí. Toda gente de pie. Pensó que le gustaría estar en la parte de allá. Encajonada entre la pared y la mesa y siguió a Mercedes y a Josefina que iban hacia aquel sitio. Era difícil pasar. Un camarero, por el camino, les ofreció una bandeja con copas de distintas formas.

—Jerez, limonada, champán, ginebra...—decía, inclinándose.

Tali cogió una copa cualquiera y en cuanto llegó a la pared y pudo apoyarse, se la bebió de un sorbo. Allí al lado Mercedes se puso a hablar con Josefina y con otras chicas casadas que estaban en un grupo. Eran chicas de la edad de Mercedes, que habían salido con ella cuando solteras y que ahora ya tenían su casa y sus hijos. Algunas la habían visto con Federico Hortal y le preguntaron que si eran novios.

—¿Novios? —dijo Mercedes plegando la boca—. Eso quisiera, le he dado una lección. Él se creía que yo soy como todas, eso es lo que ha pasado. Nunca se había encontrado con una como yo, que le dijera las cosas claras.

—Pues no sé quién me dijo a mí que a ti te gustaba.

—¿Gustarme? Pero si le he hecho unos feos!Fíjate, el otro día estábamos Isabel y yo en Bur-gueño, y entró él, claro, en cuanto me vio por el escaparate, muy sonriente, como si nada, y me quería invitar a un cóctel, empeñado. Pues le dije, Isabel estaba y os lo puede decir, digo: (Me estás molestando, no me vuelvas a molestar más:). Se quedó frío. Ahora está que no sabe lo que le pasa, no entiende que no quiera nada con él. A los chicos hay que tratarlos así, a zapatazos.

—Hija, pues lo que es así, no te vas a casar nunca.

—Ni falta que me hace.

Tali bebió la segunda copa, de una cosa distinta, más dulce. Otras chicas habían empezado a hablar de sus maridos. En algunas cosas de las que decían, de más confidencia, bajaban un poquito la voz porque los maridos estaban más allá, en otra esquina de la mesa. El marido de una bastante gorda, un tal Tomás, era una especie de santo modelo de atenciones, él mismo le curaba todas las mañanas las grietas de los pechos con una pomada marrón asquerosa. Ahora, por el tercer niño le había regalado un picup. Una cosa estupenda, de esos que ponen diez discos de cada vez.

—No puedo decir que me gusta una cosa, ni abrir la boca, ya es por lo demás. De bolsos... bueno, ya pierdo la cuenta de los bolsos que me ha regalado en dos años. Los he tenido que ordenar por la piel para encontrarlos en el armario, los de boxcalf, los de cerdo, porque si no es un lío...

Otra rubia, muy charlatana, acababa de venir de Madrid de pasar ocho días. Había ido con otros matrimonios a un cabaret que se llamaba Molino Rojo, en plan pandilla, como solteros, hasta las cuatro de la madrugada. Hablaba de la libertad que había, de que estaba lleno de prostitutas, y que una o dos al final se habían venido a la mesa con ellos, como la cosa más corriente.

—A mí, yendo con ellos, comprenderás que me daba igual, hasta me divertía, pero si me pasa aquí en el Casino, me muero. Y no tenían mala pinta. Si no lo dice Pepe luego que eran fulanas, yo ni lo noto.

—Pues lo que es Tomás, a mí a un sitio así nunca me habría llevado.

—Hija, por una vez; si hubieras visto el ambiente, te habría parecido natural. Yo lo pasé bárbaro, desde luego. ¿Sabéis quién estaba?

—¿Quién?

—Jorge Mistral, el de (La Gata). Es de fenómeno.

—¿Alto?

—Regular, parece más en el cine.

Sin cesar se alargaban los brazos blancos de uñas cuidadísimas, y colgantes de pulseras planeaban sobre los platitos rozando gambas rebozadas y galletas de queso. A Tali le dolía la cabeza. Se pusieron a hablar de una tal Estrellita, que no estaba allí. Unas la defendían, otras se metían con ella.

—Decís que es salada. Yo ni salada la encuentro. Todo el día bebiendo, con el marido, todo el día los dos medio trompas. Vamos, que no me digan.

—Pues fíjate, una mujer así era lo que le hacia falta a Ramón. Le rinde. Ahora por lo visto es siempre él el que quiere ir a acostarse temprano. A mí me lo ha contado Oscar; que ya no bebe ni la mitad. Le ha entendido. A los hombres así, sólo una mujer más juerguista que ellos.

—Sí, hija, pero tendré que tener dos criadas para que le hagan todo porque lo que es ella no para en casa.

—Tiene una casa que es una cucada. ¿No has ido?

—¿Dos criadas tiene?

Empezaron con el tema de las criadas y poco a poco se fueron acercando las de todos los grupos, como si trajeran leña a una hoguera común, como si todo lo anterior hubiera sido preámbulo. Cada cual decía, lo primero, el nombre de su propia criada, metiéndolo en una frase banal todavía, pero ya se rego-deaban de antemano, igual que si empezaran a repartir las cartas para jugar a un juego excitante en el que siempre se va a ganar. La voz se les volvía altiva y sentenciosa. Las criadas se lavaban con sus jabones, se ponían sus combinaciones de seda natural. Las criadas...

Natalia cerró los ojos. Las veía rodeadas de trocitos de serpentina amarilla, desenfocadas. Se estaba mareando con la bebida. Josefina le preguntó que si quería que fuera a llamar a Gertru para decirle que estaba allí ella.

—No, déjalo. Ya vendrá, si puede.

Josefina estaba pálida y tenía los ojos con cerco. Más allá, entre los hombres, buscó Tali al marido y también lo reconoció. Estaba serio, hablando, y a la mujer no la miraba. Era Oscar, el novio. El novio con mayúsculas. El novio de la hermana mayor de Gertru. El primer novio que ella había conocido. Siempre entraba Josefina en el cuarto, cuando ellas estaban estudiando, y les daba alguna orden secreta. Se escapaba en ratos sueltos para verle, venía hablando muy bajo y se miraba en el espejito siempre aprisa. (Oye, Gertru, guapa, si pregunta mamá, le dices. . .) Ellas dejaban un momento los libros y la veían salir levantando el visillo; se quedaban respirando juntas contra el cristal hasta que desaparecía. Miraban la calleja por donde se iba a juntar con el novio prohibido. Esto era hace tres cursos, el primero de vivir Natalia en la ciudad, cuando ella y Gertru empezaron a escribir el diario.

De pronto vino Gertru y aplaudieron. Iba por todas las habitaciones con Ángel para hacerse felicitar. La gente fue a la puerta a besarla y a verle la pulsera. Acababan de pedirla.

—A ver. Oye, es fantástica.

—Déjame ver, déjame ver. De ensueño.

Ángel se puso a saludar a los hombres, y al cabo de un poco, cuando se quitó la gente de la puerta, Gertru vio a Natalia en el rincón de allá. Le hizo una seña y llegó.

—Te estaba buscando, Tali, creí que no habías venido. ¿Con quién estás?

La besó. Llevaba un traje color manteca con frunces en las caderas y el pelo trenzado en la nuca. Tali nunca la había visto tan guapa.

—Aquí estoy, yo sola. Bueno, he venido con mis hermanas.

—¿Quieres venir a que te enseñe los regalos?

—Bueno.

Fueron a su cuarto. Estaban los regalos encima de la cama turca y de la mesa y de unos bancos que habían puesto. Dijo Gertru que todavía no tenía ni la mitad. Eran estuches de cosas de plata, man-teles, cajitas de piel, zapatos, vestidos, cinturones.

—Fíjate, este bolso es de Italia. Mira cómo está rematado por dentro.

Tali no decía nada, le iba pasando los ojos por encima a todas las cosas y algunas las tocaba un instante.

—La pulsera es preciosa, ¿verdad?

—Sí. Ya te la he visto antes. Has puesto luz de neón aquí.

—Sí, ya hace mucho. ¿Qué miras?

—Que has quitado la repisa con los libros. ¿Dónde tienes los libros?

—En el cuarto trasero; tengo que hacer una selección de los libros antes de casarme. Si te sirve alguno.

—No. Sólo si tuvieras los apuntes de Religión del año pasado, para Alicia, que repite. Yo los míos los he perdido.

—¿Qué Alicia?

—Alicia Sampelayo, ¿no te acuerdas de ella?

—Ah, sí, un poco, una rubia. Ya te los buscaré. Mira esta radio, Tali, ¿has visto una cosa más chiquita? Funciona con pilas, ¿verdad que es un sol? Verás, vamos a buscar algo de música, verás qué bien se oye.

Se sentaron en el sofá amarillo, corriendo un poco las cosas que había encima. Allí, juntas, oyeron la música de una emisora francesa—tan lejos, sabe Dios de dónde venía. Natalia se tapó la cara contra el hombro de Gertru y se echó a llorar desconsoladamente.

Protagonista: Natalia es, durante este capítulo, el foco de la novela, aunque sea en tercera persona; en otros capítulos lo es a través de su diario. Una adolescente huérfana de madre, la pequeña de una familia de tres hermanas, que se rebela desde sus pensamientos y sus emociones (su diario) contra el rito de iniciación en un mundo adulto cerrado y encasillado, sobre todo para las mujeres.

Autora: Carmen Martín Gaite, Entre visillos (1957).

Más información sobre la autora y la novela.

  • Enlace al texto. Tiene una estructura perspectivista, puesto que combina distintos puntos de vista y varios narradores para ejercer la crítica de la educación de las mujeres en una ciudad de provincias: el diario de Natalia, el personaje femenino protagonista, que vive un proceso de conciencia en busca de emancipación; el profesor Pablo Klein, quien regresa del exilio y retrata las costumbres como testigo crítico; y la narradora omnisciente que adopta el punto de vista de los demás personajes, los entrecruza y entrechoca.

6.5. La mujer fuerte: poeta, pacifista, crítica y lesbiana, que fue capaz de vivir sin complejos en tiempos del dictador.

Gloria Fuertes, "Nota biográfica" (1950)

Gloria Fuertes nació en Madrid

a los dos días de edad,

pues fue muy laborioso el parto de mi madre

que si se descuida muere por vivirme.

A los tres años ya sabía leer

y a los seis ya sabía mis labores.

Yo era buena y delgada,

alta y algo enferma.

A los nueve años me pilló un carro

y a los catorce me pilló la guerra;

a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.


Aprendí a regatear en las tiendas

y a ir a los pueblos por zanahorias.

Por entonces empecé con los amores

–no digo nombres–,

gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio.

Quise ir a la guerra, para pararla,

pero me detuvieron a mitad del camino.

Luego me salió una oficina,

donde trabajo como si fuera tonta

–pero Dios y el botones saben que no lo soy–.


Escribo por las noches

y voy al campo mucho.

Todos los míos han muerto hace años

y estoy más sola que yo misma.

He publicado versos en todos los calendarios,

escribo en un periódico de niños,

y quiero comprarme a plazos una flor natural

como las que le dan a Pemán algunas veces.


Antología y poemas del suburbio (1954).

Gloria Fuertes, "Todo asusta" (1958).

Asusta que la flor se pase pronto.

Asusta querer mucho y que te quieran.

Asusta ver a un niño cara de hombre,

asusta que la noche…

que se tiemble por nada,

que se ría por nada asusta mucho.

Asusta que la paz por los jardines

asome sus orejas de colores,

asusta porque es mayo y es buen tiempo,

asusta por si pasas sobre todo,

asusta lo completo, lo posible,

la demasiada luz, la cobardía,

la gente que se casa, la tormenta.

los aires que se forman y la lluvia.

Los ruidos que en la noche nadie hace

–la silla vacía siempre cruje–,

asusta la maldad y la alegría,

el dolor, la serpiente, el mar, el libro,

asusta ser feliz, asusta el fuego,

sobrecoge la paz, se teme algo,

asusta todo trigo, todo pobre,

lo mejor no sentarse en una silla.

"Todo asusta", Poemas del suburbio. Todo asusta, Ediciones Torremozas, 2005.

Glorierías

Gloria Fuertes elabora "Momentos", "Mini-versos" y "Glorierías": son poemas breves que provocan una metáfora humoristica, como las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, pero también incitan a reflexionar sobre lo absurdo que es el mundo y la cordura de una aparente locura.

VENDRÍA LA PAZ

Si todos los políticos

se hicieran poetas,

vendría la paz.


Si todos los políticos

se hicieran pacifistas,

vendría la paz.


Si todos los injustos

se hicieran el harakiri,

vendría la paz.


LAS BOMBAS NO TIENEN OJOS


Las bombas no tienen ojos

y caen en la guardería.


Los niños no tienen susto

tienen muerte, mil heridas.


Las bombas no tienen ojos,

caen infestando la vida.


Ojalá un día no haya pan

para tanto chorizo.

Crítica sobre la autora y su obra.

"Según Reyes Vila-Belda, profesora del departamento de Español y Portugués de la Universidad de Indiana (EE UU), “ni su figura ni su poesía han sido suficientemente estudiadas en España”.

No obstante, goza de reconocimiento en el exterior, especialmente en Estados Unidos, donde varios críticos importantes han investigado su obra, se han traducido sus poemas y estos figuran en importantes antologías.

“Su poesía se estudia en los departamentos de español de muchas universidades norteamericanas. La paradoja es que, mientras en España todavía algunos cuestionan su obra, fuera forma parte del canon”, añade la investigadora española.

Por su parte, Sharon Keefe Ugalde, coordinadora de la división de español en el departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Texas (EE UU), sí cree que la oralidad campechana y deliberadamente cotidiana de Gloria Fuertes la alejó del patrón aceptado.

“Especialmente, de los poetas culturalistas”, matiza. “Para ellos una voz llana y directa sonaba como un chirrío molesto, por eso no admitían que fuera poeta”. Según las expertas, otras circunstancias en contra del triunfo de Fuertes en los ámbitos de la alta cultura a mediados del siglo XX fueron ser mujer, lesbiana y pobre.

“Treinta años después, el rechazo se ha superado y su reconocimiento como poeta originalísima y valiosa va en aumento. En el mundo académico ya es una voz aclamada, ahora falta extender ese reconocimiento a un espacio cultural más amplio”, continúa Keefe Ugalde.

(...)

“El universo poético de Fuertes es su cotidianidad, su género, su clase social y, sobre todo, su incondicional amor sin prejuicio ninguno a todos los seres humanos”, indica Keefe Ugalde.

De entrada, reclamó los derechos de las mujeres, empezando por el derecho a leer, a escribir, a trabajar o a ser poeta en un momento histórico en el que su figura estaba reducida al espacio doméstico.

“Creía que la compasión y la generosidad perduran por encima de los golpes duros, íntimos y colectivos, que da la vida”, afirma la estudiosa de su obra".


"[Ana Merino dice de ella:] “Creo que tenía una versatilidad maravillosa para llevar la poesía a todo tipo de público. Fue revolucionaria en una época que no estaba preparada para entender todos sus códigos. Sin embargo, ella resistió e insistió, y se reinventó muchas veces, y nos dejó una mirada poética formidable y llena de energía”. “Gloria Fuertes”, continúa Merino, “al igual que la chilena Violeta Parra o la panameña Stella Sierra, fue pionera en territorios culturales muy limitados. Su poesía, como la de sus coetáneas en otros países, abre fronteras y construye nuevos mundos, nuevas formas de entender la literatura”.

La Gloria Fuertes poeta adulta se consolidó entre los años cincuenta y sesenta. Pero la enorme fama que obtuvo a partir de los años setenta como poeta infantil marginó su obra anterior hasta obviar detalles relevantes, como que fue la única mujer incluida en la colección Colliure. “Jaime Gil de Biedma la incluyó en la colección, que era muy elitista”, cuenta [Luis Antonio] de Villena. “No solo la incluyó sino que él mismo hizo una antología, algo que era poco habitual, por la enorme admiración que sentía por ella”. Como explica Paloma Porpetta, Gloria Fuertes “iba por libre”.

La poesía de adultos escrita por Gloria Fuertes (1917-1998) es una gran desconocida para muchos. Sin embargo, esta poeta, que no poetisa, ocupa un lugar imprescindible en la poesía femenina de posguerra. Su fama entre los más pequeños esconde una gran obra literaria. Juan Carlos Ortega se centra en "Nota biográfica", un poema escrito por la autora en 1950, en el que habla de su infancia y su juventud. Escoge unos versos muy representativos de Fuertes, en los que ella misma se reconoce yoista o glorista. Se trata de una autora cuya obra se ha estudiado más en Estados Unidos que aquí. El programa charla con la filóloga Margaret Persin, que ha analizado la identidad feminista de su poesía, su humor y su voz contestataria en el momento histórico. Con Francisco Nieva, amigo personal de la poeta, analiza la ambigüedad de su poesía (cómo sobre lo dramático aparece lo grotesco) y sitúa a la autora en el postismo y la posmodernidad. Y por último, Pilar Monje analiza el humor en su poesía, una herramienta que utilizaba para llegar a personas de cualquier condición y un recurso con el que buscaba conseguir su principal ambición: llegar a toda la humanidad.

  • Gloria Fuertes (1989): Entrevistada en el programa "El poeta en su voz", RTVE.

Más información sobre Gloria Fuertes:

La voz cantante de la liberación en español: la chilena Violeta Parra, poeta, cantautora y artista.

Canción/poema "Gracias a la vida" (1965).

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me dio dos luceros, que cuando los abro

Perfecto distingo lo negro del blanco

Y en el alto cielo su fondo estrellado

Y en las multitudes el hombre que yo amo

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me ha dado el oído que en todo su ancho

Graba noche y día, grillos y canarios

Martillos, turbinas, ladridos, chubascos

Y la voz tan tierna de mi bien amado

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me ha dado el sonido y el abecedario

Con él las palabras que pienso y declaro

Madre, amigo, hermano, y luz alumbrando

La ruta del alma del que estoy amando

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me ha dado la marcha de mis pies cansados

Con ellos anduve ciudades y charcos

Playas y desiertos, montañas y llanos

Y la casa tuya, tu calle y tu patio

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me dio el corazón que agita su marco

Cuando miro el fruto del cerebro humano

Cuando miro al bueno tan lejos del malo

Cuando miro al fondo de tus ojos claros

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me ha dado la risa y me ha dado el llanto

Así yo distingo dicha de quebranto

Los dos materiales que forman mi canto

Y el canto de ustedes que es mi mismo canto

Y el canto de todos que es mi propio canto

Gracias a la vida que me ha dado tanto


Otras autoras de poesía lírica en la posguerra y el exilio: Carmen Conde, Ángela Figuera y Ernestina Champourcin.


Albañiles en el Mar Menor

Porque todo está igual, porque siempre será lo mismo,

pasan y sonríen, pasan y se alejan con sus días iguales

sobre espaldas cansadas de doblegarse al sol y al trabajo...

Levantan casas para los otros, para los que vienen de lejos

buscando descanso u ocio, contemplación o sueño,

éxtasis de mar y de cielo azul, rosa y violeta.


Viejos y serenos, jóvenes y ardientes, nuevos y acezadores,

todos los que llevan y traen piedras

son los mismos que levantaron, hace milenios,

pirámides y templos para sacrificar a los dioses

por mandato de otros; con el mismo sudor y sed.


Sin la orden de construir, ajena e indiferente,

todo estaría, todo, como el primer día de la creación.

Suelo y cielo, mar y pinos, frutos y aves, tierra en barbecho

y tierra removida de hoy,

en una calma extensísima y vacía, calma ignorante de sí.


Esta gran paz de gloria inmortal se tiene

(¡oh sublime dolor de tantas certidumbres humanas!)

a costa del esfuerzo y de la renuncia de los que cogen del surco

un pedazo de pan frente al mar redondo

que es, ahora radiante, mi mar aborigen.

Soy la nada.

Los poemas de Mar Menor (1962).

  • Obras en su portal de la Biblioteca Virtual Cervantes.


Belleza cruel

Dadme un espeso corazón de barro,

dadme unos ojos de diamante enjuto,

boca de amianto, congeladas venas,

duras espaldas que acaricie el aire.

Quiero dormir a gusto cada noche.

Quiero cantar a estilo de jilguero.

Quiero vivir y amar sin que me pese

ese saber y oír y darme cuenta;

este mirar a diario de hito en hito

todo el revés atroz de la medalla.

Quiero reír al sol sin que me asombre

que este existir de balde, sobreviva,

con tanta muerte suelta por las calles.

Quiero cruzar alegre entre la gente

sin que me cause miedo la mirada

de los que labran tierra golpe a golpe,

de los que roen tiempo palmo a palmo,

de los que llenan pozos gota a gota.

Porque es lo cierto que me da vergüenza,

que se me para el pulso y la sonrisa

cuando contemplo el rostro y el vestido

de tantos hombres con el mido al hombro,

de tantos hombres con el hambre a cuestas,

de tantas frentes con la piel quemada

por la escondida rabia de la sangre.

Porque es lo cierto que me asusta verme

las manos limpias persiguiendo a tontas

mis mariposas de papel o versos.

Porque es lo cierto que empecé cantando

para poner a salvo mis juguetes,

pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,

y me confieso y pido a los que pasan

que me perdonen pronto tantas cosas.

Que me perdonen esta miel tan dulce

sobre los labios, y el silencio noble

de mis almohadas, y mi Dios tan fácil

y este llorar con arte y preceptiva

penas de quita y pon prefabricadas.

Que me perdonen todos este lujo,

este tremendo lujo de ir hallando

tanta belleza en tierra, mar y cielo,

tanta belleza devorada a solas,

tanta belleza cruel, tanta belleza.

Belleza cruel (1958).



Para cuándo la lluvia

¿Para cuándo la lluvia

y su gozo ahilado

a punto de estrenar su virginal salida

que nos bautiza siempre?

Para qué vida rota

y para qué paisaje o capullo emergente

hay razones que brillan

porque son más que eternas.

¿Para cuándo la lluvia

con su lujo de agua?

Nadie quiere evitar

la fusta cristalina,

su azote transparente que apacigua y refresca.

¿Para cuándo la lluvia si es que existe?

Presencia del pasado (1996), su último libro.

Debate: La emancipación de los y las jóvenes. Diferencias de género.

1ª parte: Irse de casa.

Comienza por releer este fragmento de la novela Nada, que hemos compartido en la clase:

"Juan estaba en medio del recibidor, mirando, sin decir una palabra, mis manipulaciones con la maleta para dejarla colocada cerca de la puerta de la calle. Quería hacer el menor ruido y molestar lo menos posible al marcharme. Mi tío me puso la mano en el hombro con una torpe amabilidad y me contempló así, separada por la distancia de su brazo.

—Bueno, ¡que te vaya bien, sobrina! Ya verás cómo, de todas maneras, vivir en una casa extraña no es lo mismo que estar con tu familia, pero conviene que te vayas espabilando. Que aprendas a conocer lo que es la vida...

Entré en el cuarto de Angustias por última vez. Hacía calor y la ventana estaba abierta; el conocido reflejo del farol de la calle se extendía sobre los baldosines en tristes riadas amarillentas.

No quise pensar más en lo que me rodeaba y me metí en la cama. La carta de Ena me había abierto, y esta vez de una manera real, los horizontes de la salvación.

... Hay trabajo para ti en el despacho de mi padre, Andrea. Te permitirá vivir independiente y además asistir a las clases de la universidad. Por el momento vivirás en casa, pero luego podrás escoger a tu gusto tu domicilio, ya que no se trata de secuestrarte. Mamá está muy animada preparando tu habitación. Yo no duermo de alegría.

Era una carta larguísima en la que me contaba todas sus preocupaciones y esperanzas. Me decía que Jaime también iba a vivir aquel invierno en Madrid. Que había decidido, al fin, terminar la carrera y que luego se casarían".

¿Cómo consigue Andrea emanciparse de la tutela de los varones de su familia?

¿Qué opciones vitales se planteaban las mujeres jóvenes de su época, encarnadas en los personajes de las dos amigas: Andrea y Ena?

Recuerda el estereotipo de la mujer burguesa como "ángel del hogar" que se formuló en el Romanticismo, así como la resistencia de las mujeres de clase obrera a encajar en ese patrón, si tenían la posibilidad de trabajar. Sin embargo, durante la dictadura se endurecieron todavía más las condiciones legales, en perjuicio de las mujeres. Si se casaban, cedían el control de su vida a un varón como tutor legal, sin derecho a abrir una cuenta en el banco o a administrar su propio salario. Si permanecían solteras, tenían que afrontar otras amenazas sobre su cuerpo y su integridad.

La propia Carmen Laforet lo experimentó a lo largo de su vida, hasta el punto de que tener que exiliarse, literalmente, para vivir por su cuenta, aunque su marido todavía pudo imponerle la condición de no escribir sobre su vida en común para concederle la separación.

Gloria Fuertes, quien procedía de la clase trabajadora, optó, primero, por vivir sola y soltera y, después, por compartir la vida con otra mujer.

¿Te parece que la situación legal ha cambiado lo suficiente para garantizar que una mujer joven pueda emanciparse (es decir, marcharse a vivir por su cuenta) en las mismas condiciones que un hombre? ¿Por qué?

Consulta las estadísticas con el fin de comprobar que tus conclusiones se ajustan a la realidad: tanto los datos generales acerca de la emancipación juvenil, como los diferenciados por géneros.

¿Te han sorprendido?

2ª parte: Encontrar un (buen) trabajo.

Empecemos por las dificultades que comparten ambos géneros.

¿Cuáles son los principales obstáculos con que tropiezan tanto los hombres como las mujeres jóvenes para emanciparse en la actualidad?

Valora los datos con tu grupo y contesta: el retraso en el acceso al primer empleo, los salarios demasiado bajos, los precios del alquiler, los patrones culturales (dependencia funcional, alargamiento de la adolescencia, estándares de consumo y hedonismo, expectativas demasiado altas, etc.).

Ahora, reflexiona con tu grupo sobre los condicionamientos que todavía pueden influir en que un hombre sea preferido a una mujer cuando ambos aspiran a un trabajo.

En situación de igualdad, si los encargados de recursos humanos o los jefes son varones, ¿escogerán a una mujer o a un varón? ¿Qué puede provocar un sesgo en su decisión?

¿Bastaría con favorecer que las mujeres accedieran a puestos de dirección en las empresas para corregir esa tendencia del sistema?

Observa este hecho objetivo: "el mercado laboral sigue viendo la maternidad como una amenaza". Si bien esto solo se traduce en un mayor desempleo femenino a partir de los 30 años, hay otra consecuencia que actúa de manera inmediata: muchas mujeres optan por no tener hijos hasta que consolidan un puesto de trabajo, si es que llegan a tenerlos.

¿Qué otras medidas legales deberían tomarse, a fin de garantizar la libertad de mujeres y hombres para escoger un proyecto de vida y realizarlo en igualdad?

Incluso si se consiguiera, como estamos en camino, que los permisos de paternidad fueran de igual duración que los permisos de maternidad, cabría dudar de que los hombres asumieran esa responsabilidad en el mismo grado que las mujeres.

¿Se puede conseguir que tanto hombres como mujeres introduzcan en su proyecto de vida el cuidado de sus hijas e hijos y de otras personas dependientes? ¿Cómo?

Primeras fuentes

El exilio en/de las literaturas hispánicas: España y América Latina.

El exilio republicano español.

Literatura de posguerra.

Esquemas y mapas conceptuales.

Por Julia da Veiga Marinho Leal y Ángela Domínguez Carrasco, 4º ESO, IES Hipatia.

Completa los esquemas con los nombres y las obras de las mujeres que han sido omitidos por enciclopedias y libros de texto.

1. Contexto histórico y socioeconómico.

2. Contexto cultural.

3. Temática.

4. Intención comunicativa.

5. Formas de expresión.

6. Géneros literarios.