4. Modernismo y posmodernismo: las mujeres sueñan.

Índice

Lecturas creativas

  • POESÍA LÍRICA Y NOVELA CORTA.

4.1. Desafío a la mirada (posesiva) masculina: casta ninfa. DESEO.

  • POESÍA LÍRICA, NOVELA CORTA Y RELATOS DE VIAJES.

4.2. Proyectos de vida: sueños y viajes. CREACIÓN.

  • POESÍA LÍRICA.

4.3. La madre sacrificada. TRABAJO.

  • PERIODISMO DE OPINIÓN Y ENSAYO.

4.4. Una mujer moderna: periodista comprometida, corresponsal antibelicista, escritora feminista. JUSTICIA.

Debate: La sensibilidad con respecto a los derechos humanos. ¿Una cuestión de género?

Primeras fuentes.

Esquemas.

Lluïsa Vidal, Les mestresses de casa.
Lluïsa Vidal, Autorretrato. Tomado de "Mujeres artistas: así se vieron".
Lluïsa Vidal, Autorretrato (1899).

Artistas que recrearon las figuras y los símbolos femeninos, incluida su propia imagen: Lluïsa Vidal y María Blanchard; Tamara de Lempicka, Natalia Goncharova, Georgia O'Keeffe, Sonia Delaunay.

Obras de Lluïsa Vidal, retratista de las mujeres de su época y de su entorno social.

Obras de María Blanchard, pionera del vanguardismo.

Lecturas creativas

4.1. Desafío a la mirada (posesiva) masculina: casta ninfa.

Delmira Agustini, "Explosión".

Si la vida es amor, ¡bendita sea!

¡Quiero más vida para amar! Hoy siento

Que no valen mil años de la idea

Lo que un minuto azul de sentimiento.

Mi corazón moría triste y lento...

Hoy abre en luz como una flor febea;

¡La vida brota como un mar violento

Donde la mano del amor golpea!

Hoy partió hacia la noche, triste, fría,

Rotas las alas, mi melancolía;

Como una vieja mancha de dolor

En la sombra lejana se deslíe...

¡Mi vida toda canta, besa, ríe!

¡Mi vida toda es una boca en flor!


Autora: Delmira Agustini, "Explosión", El libro blanco (Frágil), 1907.


Más información sobre la autora.

Crítica sobre Delmira y las mujeres llamadas "poetisas" y posmodernistas.

El movimiento literario modernista en Hispanoamérica parece caracterizarse por la ausencia de nombres de mujer entre su nutrida lista de poetas. Sin embargo, los comentarios de la época aluden a la ola de «poetisas» que escriben en el periodo, a las que se refieren muchas veces como contrapunto de las pocas voces de mujer admitidas por la crítica oficial. Entre las afortunadas, se mencionan las figuras de María Eugenia Vaz Ferreira (Uruguay, 1875-1920), María Enriqueta (México, 1872-1968) y Juana Borrego (Cuba, 1877-96). El principal grupo posterior integrado por Delmira Agustini (Uruguay, 1886-1914), Alfonsina Storni (Argentina 1892-1938), Juana de Ibarbourou (Uruguay, 1895-1979) y la Premio Nobel Gabriela Mistral (Chile 1889-1957), ha sido mayoritariamente clasificado como grupo aparte, a modo de «apéndice» del movimiento modernista, esto es, aparecen en la sección «posmodernista» y, con frecuencia, en un subgrupo de escritura comúnmente adjetivado como «femenina».

La indicación de escritura «femenina» y «posmodernista» señala una complementariedad o dependencia respecto al canon que implica tanto la escritura «masculina» como la categoría literaria «modernismo». En ambos casos, la posición de estas autoras se advierte como variante respecto a un centro literario sobre el que gravita tanto la crítica como las valoraciones sociales y culturales. Esa perspectiva refleja el factor de «género», es decir, de lo considerado masculino y femenino, que se extiende a los conceptos de centro y de periferia.

La diferencia es importante para poder entender las relaciones de poder que existen como sustrato de la situación sociocultural que admitió o enmudeció voces de mujer. Esta situación, en la que intervienen también consideraciones políticas, de clase y de raza, se complica en el ambiente de fin de siglo, un periodo que Elaine Showalter destaca como «a crisis in masculinity and an age of sexual anarchy» (9). Si la indicación de Showalter parece menos acentuada en el contexto católico latinoamericano, en ese mismo y reducido espacio intervienen otras realidades a tener en cuenta, como la consolidación de fronteras geográficas, el desarrollo de sus ciudades, y el auge americanista.

En este contexto escriben las autoras mencionadas. En todas ellas, la percepción de la crítica suele supeditar la relevancia de sus escritos a las implicaciones convencionales de su sexo. De este modo, el autor no se limita en sus obras a presentar a la mujer como objeto sexual, sino que también lee e interpreta los textos de las escritoras de acuerdo con las mismas convenciones y fantasías. Tal distorsión, que no se produce en el análisis de la escritura masculina, se mantiene hasta nuestros días cuando se valora la obra literaria de las mujeres. A modo de ejemplo puede citarse el acercamiento del crítico Anderson Imbert, quien incide en la «biología» de Delmira Agustini en su breve comentario a la obra de la autora: «Delmira Agustini fue así, como una orquídea húmeda y caliente» (2, 66). El mismo crítico no alude a desviación alguna en el «organismo» del laureado Rubén Darío, poeta que muere de cirrosis crónica a causa de su alcoholismo.

Por el mismo criterio, la calidad erótica y espiritual en la obra de Rubén Darío y de Delmira Agustini ha sido interpretada de manera muy diferente. Si los comentarios al tratamiento del erotismo en la obra de Rubén insisten en elogiar los valores estilísticos y transcendentes de sus versos, el acercamiento al erotismo en la obra de Delmira dio lugar a personalizaciones tales como las manifestadas por Rodríguez Monegal, quien califica a Delmira de «pitonisa en celo» (8), «obsesa sexual» (9) y «Leda de fiebre» (53).

Por su parte, la mujer poeta y crítica reproduce muchas veces los mismos esquemas y convenciones. Esto puede deberse tanto a una estrategia de supervivencia, como a la internalización de unos valores aceptados como norma, y también a la ausencia de una alternativa de expresión de la que participa la falta de una sólida tradición de escritura de mujer.

En principio, las «autoras» no son consideradas como tales, es decir, como poetas susceptibles de «autoridad» literaria, sino más frecuentemente como «musas» que inspiran al poeta y artista. Y recuérdese la afirmación de Rubén Darío respecto al papel que ejercen las musas clásicas: «Y la primera ley, creador: crear. Bufe el eunuco. Cuando una musa te dé un hijo, queden las otras ocho encintas» (Prosas profanas 170).

«"Amarilis" is the true precursor of all the Spanish American "muses"», indica Sidonia Carmen Rosenbaum al iniciar su recorrido de poetas latinoamericanas (27). Julio Herrera y Reissig califica a Delmira Agustini como «Nueva Musa de América». De la misma manera, la poeta Juanita Fernández, esto es, Juana de Ibarbourou, fue galardonada con la nominación de «Juana de América», lo cual subraya una triple relación de dependencia: respecto al padre (Fernández), al marido («de Ibarbourou»), y al continente («de América»).

El grado de responsabilidad nacional contribuye a determinar y a construir los roles de los representantes de la nueva América. La publicación El Telégrafo Marítimo, como también lo hace el periódico El Bien, incide en los triunfos de Delmira Agustini que espera «sean cada día mayores para honor suyo y del país» (Agustini 249). A la misma autora se concede «par droit de conquéte un puesto de preeminencia entre las cultoras de la Gaya Ciencia Americana», y esto gracias a «un estilo completamente viril» (Agustini 248). «Yo no encuentro entre las poetisas autóctonas de América una sola comparable a ella por su originalidad de buena cepa y por la arrogancia viril de sus cantos», afirma Pérez y Curis en su introducción a los Cantos de la mañana de Agustini (Agustini 153). Parece evidente que el acceso al canon universalista requiere adjetivaciones masculinas, y es por ello que algunas autoras del periodo deciden utilizar pseudónimos de hombre, como fue el caso de María Enriqueta, quien se camufló bajo el exótico nombre de Iván Moszkowski. Junto al afán de legitimación artística que implica el uso de un pseudónimo masculino persiste la necesidad de escapar de la censura social que considera inapropiada para una mujer la labor de escribir.

No obstante, esa misma sociedad moralista y ociosa (a la que significativamente pertenecían todas las autoras que se constatan en el periodo modernista) admite un tipo de escritura de mujer que responde a los valores más típicamente «femeninos», es decir, acepta aquella literatura que refleja los aspectos atribuidos a la mujer «decente». Esta opción es asumida en su valor particular y secundario respecto a la norma universal del canon masculino. Según tal criterio, la poeta María Enriqueta es destacada por su «aspiración sencilla», implicando en la presunta sencillez la detención en los valores cotidianos y domésticos de una mujer entregada a su casa y a su marido (Rosenbaum 43). Juana de Ibarbourou es una mujer devota que escribe Loores de Santa María y otros textos religiosos, pero que también despliega un erotismo en sus primeras composiciones que los críticos compensan con prudentes calificaciones como la de «osadía casta» (Rosenbaum 231).

Otros apelativos que los escritores de la época (y aun los modernos) atribuyen a las poetas reflejan una necesidad implícita de contener o dominar el territorio de los versos de sus autoras. En otras palabras, la reacción masculina ante la producción de la mujer escritora suele compensar la extrañeza o posible complejo de castración literaria mediante el procedimiento de convertir las autoras en textos, incorporándolas así al fetichismo modernista. Juana Borrero es la «virgen triste», según poema del mismo título escrito por Julián del Casal. María Eugenia Vaz Ferreira es la «novia de la soledad» (Rosenbaum 49), y la supuesta potencialidad no culminada de sus escritos parece justificarla Rosenbaum con la anotación de dos versos de Vasseur: «Brasa de castidad fría de angustia, / Porque jamás supisteis ofrendaros» (49). En la contención, principalmente sexual, parece indicarse el arquetipo de la musa-escritora. Es por ello que la presentación erótica y marcadamente personal desconcierta a la crítica y a la sociedad de su tiempo, como desconcertaron principalmente las obras y las personalidades de Delmira Agustini y de Alfonsina Storni.

Fragmentos de la novela corta de Carmen de Burgos, El artículo 438 (1921).

VIII

La noche, blanda y apacible, era calurosa como noche de verano sin que nada hiciese sospechar aun la dureza del invierno, con sus nieves v sus fríos.

Cerradas ya la verja y las puertas, María de las Angustias miraba desde la ventana de su alcoba el jardín iluminado por la luna, cuya luz blanca formaba con las sombras misteriosas combinaciones. Daba al paisaje un tinte melancólico de misterio, con la luz propicia a los fantasmas. En ocasiones se creía ver cruzar sombras por los senderos solitarios, junto a las tapias y la verja.

Se volvió un poco medrosa; la casa estaba envuelta ya en sombra y silencio, a pesar de la hora temprana; aquella veIlada le había parecido interminable.

Jaime había tenido que salir para un asunte urgente, cosa que le acontecía pocas veces. Había cenado sola. Trató de leer un rato, entró en a habitación de su hija, que dormía sosegadamente en su camita, cerca del lecho del ama seca, y le dio un beso en la frente.

Inquieta, como atormentada por un presentimiento vago. Se retiró a su alcoba. El aspecto del jardín aumentó su malestar.

—Mejor es acostarme—pensó—y esperar que venga Jaime.

Él tenía las llaves para poder llegar a su lado.

Se quitó el sencillo traje de casa y se puso la ligera bata de noche, de batista blanca, que se rosaba con la transparencia de su carne, y empezó a deshacerse el peinado ante el espejo. Se sonrió, satisfecha de sentirse hermosa, mucho más hermosa que en su adolescencia, con la belleza de la juventud en todos su fuerza y esplendor.

Había ganado en belleza desde la partida de Alfredo. El amor satisfecho prestaba nueva lozanía a su cuerpo, gallardo y gracioso, al que se asociaba la idea de los claveles andaluces. Tenían sus ojos un brillo de dicha y sus ojeras un halo romántico en el que se grababan sus goces de enamorada, para prestar un mayor encanto a su mirada.

Conservó puestos los pendientes, el collar y las sortijas; se perfumó con esencia de jazmín, y dejó encendida la luz, velada de rosa, que esparcía un tono suave sobre las cosas. Por las vidrieras de colores de la ventana entraba la claridad de la luna.

Se adormecía sin quererse dormir. Su amante no podía tardar y sabía cómo él la encontraría hermosa y la envolvería en su cariño.

De pronto creyó oír el ruido de la verja que se abría..., unos pasos..., un cuchicheo... Después, nada...

—¡Jaime!

Llamó con tono quedo y como asustada del eco de su propia voz en el silencio; se tapó la cara con la holanda y los encajes de la sábana. No quería ver las vidrieras, por donde le parecía que un espíritu invisible la acechaba; y al poco rato se adormeció de nuevo, riéndose de .sus temores

Esta vez estaba cierta. Se abría la verja y resonaban pasos quedos. Escuchó la voz de Jaime:

—María de las Angustias.

—Cuánto has tardado, Jaime mío.

No tuvo tiempo el joven de responder. Se quedó atónito ante la expresión de terror con que María de las Angustias se incorporaba en el lecho con la mirada fija en la puerta por donde él había entrado.

Se volvió con rapidez y apenas pudo darse cuenta de lo que sucedía: Alfredo estaba allí con el revólver en la mano.

Entonces él, que era valeroso, se sintió contagiado por aquella corriente de pánico que le enviaban los ojos abiertos, inmóviles, extraviados, de María de las Angustias.

No era un hombre lo que tenía frente así. Eran la ley y la sociedad toda hechas carne. ¡Era "el mando"! Sin darse cuenta, de aquel modo intuitivo y embrionario, en el que los pensamientos acudían en tumulto sin la serenidad del juicio sentía la influencia de verse ante el marido. No era un hombre que lo atacaba y contra el que podía defenderse. Aquel hombre calmoso y frío, con el revólver en la mano, tenía esa fuerza de la Guardia Civil, contra la que no puede defenderse el criminal. No había defensa posible; el marido fusila, no se desafía.

(...)

IX

El fallo de los Tribunales fue condenatorio para Jaime y absolutorio para el marido. Alfredo estaba incluido, por entero, en el artículo 438. Había matado para lavar su honor mancillado, en el paroxismo de la pasión y de los celos, exasperado al descubrir la traición de su mujer y de su amigo. Era un gesto gallardo y simpático en un país que conservaba el espíritu calderoniano.

Fueron inútiles todos los esfuerzos del defensor de Jaime, verdaderamente empeñado en hacer brillar la verdad. La ley, promulgada por hombres, favorecía siempre a los hombres y humillaba a las mujeres. Ningún artículo del Código les daba a ellas aquella facilidad de asesinar a los infieles; ni siquiera el funesto artículo 438 decía: «Cualquiera de los dos esposos que sorprendiera en adulterio al otro», sino: «El marido que sorprendiese en adulterio a su mujer». Era sólo un privilegio masculino. Los jueces se cuidarían mucho de no quebrantar aquel principio de autoridad que era como su privilegio, la lección indirecta que daban ellos mismos a sus propias mujeres.

Alfredo no tuvo que entrar en la cárcel: puso fianza con el dinero de la muerta.

Fue en vano que se trajesen al tribunal pruebas y testigos de los vicios del marido, de sus borracheras, de su comercio con las hembras más bajas, de los malos tratos dados a su mujer y de la dilapidación de su fortuna. Todo aquello no tenía importancia; eran cosas de hombres, sin la gravedad que una falta femenina.

Cuando el acusador sugirió que Alfredo había facilitado la prostitución de su mujer presentándole a su amigo y marchándose al Extranjero, vendiendo sus derechos por la firma para enajenar las fincas, la indignación de la sala llegó al límite. «¡El pobre hombre, que se había ido a trabajar confiado en su amigo y en su esposa!»

Fue un telegrama del ama seca el que le avisó y le hizo volver para sorprender a los amantes. En vez de confiar su querella a los Tribunales, se ocultó, preparando el crimen con premeditación y alevosía más de una semana, siempre con la vista fija en la impunidad que el artículo 438 le ofrecía. (...)

Protagonista femenina: María de las Angustias, casada con un maltratador que se ampara en el artículo 438 del Código Penal, y en su dominio patriarcal, para terminar asesinándola y quedarse con su hija y sus bienes.

Autora: Carmen de Burgos, El artículo 438 (1921).


Más información sobre la autora y la obra.

Tal fue el grado de activismo y popularidad de Carmen de Burgos (Rodalquilar, Almería 1867-Madrid, 1932) que muchos aseguraron haberla escuchado lanzar vivas a la República mientras la escritora agonizaba. “Muero contenta porque muero republicana”, parece que masculló a modo de epitafio esta mujer conocida popularmente como Colombine y que fue pionera en muchísimas facetas: la primera mujer con una columna fija en un periódico de tirada nacional, la primera corresponsal de guerra, la primera escritora que pudo ganarse la vida con su pluma. Cultivó prácticamente todos los géneros: la poesía, la novela, el cuento, la biografía, la crónica de viajes, tradujo y firmó ensayos. Fue sufragista y, tras una pésima experiencia conyugal, luchó por la aprobación del divorcio (reconocido, finalmente, en la Constitución de 1931). Pero a ella y a su obra -como a muchas otros, y en especial otras, intelectuales de la época-, la losa de la dictadura franquista le cayó encima, haciendo que su leyenda se disolviese en el olvido.

No obstante, en los últimos meses han coincidido en las librerías varias publicaciones que recuperan la obra y la memoria de Carmen de Burgos. Por un lado, la editorial Huso acaba de publicar Debes conocerlas, escrito por Marifé Santiago y Mercedes Gómez, y en el que se recogen pequeños (y muy documentados) perfiles biográficos de las que fueron conocidas como las modernas de Madrid. María Lejárraga, Maruja Mallo, María Teresa León, María Zambrano, Clara Campoamor o la propia Carmen de Burgos son algunas de las intelectuales que se incluyen en esta genealogía. En este mismo sello ha aparecido también Ellas y Ellos o Ellos y Ellas. Novelas cortas de Carmen de Burgos, una reedición de algunos de los cuentos más destacados de Colombine, escritos entre las décadas de los años diez y veinte del siglo pasado. En este volumen destacan novelas como El artículo 438, en la que fabula sobre este apartado del código civil que condenaba a la mujer por adulterio, pero no así el varón. La denuncia de la injusticia, la desigualdad y la indefensión de la mujer en asuntos legales fue una de las señas de identidad de Carmen de Burgos.

Por otro lado, la editorial Renacimiento, que cuenta con un amplio catálogo de autores coetáneos a esta escritora, ha reeditado por primera vez La malcasada, una de las obras más autobiográfica de las que firmó la escritora andaluza. La protagonista de esta novela, Dolores, es una mujer recién casada que pronto comienza a experimentar el ninguneo y los abusos de su marido, incluido el sexual. Ésta y muchos de los relatos incluidos en Ellas y Ellos componen un lienzo perspicaz y crítico sobre la vida de las mujeres de esa época; sobre su obsesión, patológica en muchos casos, por casarse; y su conformismo frente a la institución del matrimonio, que para ella significó una cárcel.

(...)

Sobre Carmen de Burgos también han ido saliendo títulos a cuentagotas. A finales de los 2000 el Instituto de Estudios Almerienses reeditó Puñal de claveles (1931), una breve novela sobre los mismos sucesos de Níjar que inspiraron a Lorca para escribir Bodas de sangre. En esa misma época aparecían dos biografías: la primera, de Blanca Bravo Cela, Carmen de Burgos. Contra el silencio (Espasa, 2003); y una segunda en 2005 firmada por Concepción Núñez Rey, profesora de Literatura de la Universidad Complutense. Asimismo, en 2012 Los libros de la Catarata reeditaba Mis viajes por Europa, la aventura de Colombine durante el verano de 1914 recorriendo desde Suiza a la zona más septentrional de Noruega.

Caballé subraya que este proceso de recuperación no es un fenómeno nuevo: “Viene de atrás, quizás lo que ocurre es que en los últimos años se haya prodigado más”. La reescritura del canon comenzó en la Transición, con artículos en revistas como Vindicación feminista, ensayos como La hora violeta, de Monterrat Roig, o los firmados por Carmen Martín Gaite. Además del trabajo fundamental de investigación que comenzaron a hacer feministas como Shirley Mangini o Susan Kirkpatrick en las universidades estadounidenses (antes, incluso, que en las españolas). “Todo esto surge por una cuestión de necesidad. Si hablamos de las escritoras españolas, necesitamos saber de dónde vienen, de manera que ha habido que reconstruir una fotografía que no estaba en ninguna parte y colocarla en la historiografía literaria”. A pesar de las sucesivas olas de recuperación, el mayor inconveniente, señala Caballé, es el legado personal de estas mujeres, perdido en muchos de los casos. “¡Lo que daríamos ahora por leer las cartas de Carmen de Burgos!”, se lamenta. Mientras tanto, uno de los mejores acercamientos a la intimidad de Colombine lo podemos encontrar en La malcasada, donde conviven su mundo de ficción con la angustia de las frustraciones y anhelos que determinaron su vida personal y profesional.


Carmen nació en Rodalquilar, un pueblecito de larga tradición minera de la provincia de Almería, en 1867. Fue una niña muy feliz (cuando recuerde más tarde su infancia, Rodalquilar será uno de sus paraísos en la tierra) y una adolescente desgraciada, porque se casó muy joven, a los dieciséis años, con Arturo Álvarez Bustos. Este era hijo del gobernador civil de Almería, dueño de la imprenta que imprimía una de las principales publicaciones de la capital y en la que Carmen trabajaba cuando su marido se ausentaba durante días con otras mujeres. A pesar de que la vida que le daba su marido no era precisamente ejemplar, Carmen deseaba ante todo ser madre. Se queda embarazada varias veces pero solo sobrevive su hija María, que será el motor que la impulsa a estudiar y aprobar las oposiciones de Magisterio para poder salir de Almería. Abandona a su marido y se traslada a Madrid con su hija. Subsistirá con su trabajo como maestra y encargos puntuales como traductora y escritora para revistas y periódicos. Su carácter alegre y campechano le abre las puertas de algunas tertulias literarias y comienza una relación epistolar con escritores como Vicente Blasco Ibáñez y Benito Pérez Galdós. En pocos años se convierte en una de las plumas más solicitadas tanto en el terreno periodístico como literario. Destacan en estos años su cobertura de la guerra de Marruecos y la encuesta que escribe, a nivel nacional, sobre el divorcio. Entretanto, crea en su propia casa una tertulia a la que comienzan a acudir nuevos talentos y en la que sobresale la figura de un joven, Ramón Gómez de la Serna, que será crucial en la vida de Carmen. Pareja de la escritora durante veinte años y figura importantísima de nuestra literatura, en la relación con Ramón, Carmen encuentra la estabilidad, comparte su amor por la literatura y vive otro paraíso (junto al de su infancia en Rodalquilar) en Portugal, lugar al que se escapan cuando necesitan descansar. Sin embargo, la relación acaba de manera muy dolorosa para Carmen. Continúa su labor como maestra y escritora gozando de un gran reconocimiento en todos los actos a los que acude. Muere en Madrid, en 1932, mientras pronuncia una conferencia en el Círculo Radical Socialista.

(...)

Esta novela corta fue publicada dentro de la colección La novela semanal en 1921. Su intención es protestar contra las leyes que permitían la desigualdad entre hombre y mujer, y consentían abusos, atropellos y maltrato del marido a la mujer. La intención de esta novela se entiende dentro del movimiento que promovió la propia Carmen de Burgos sobre el divorcio y la defensa que siempre hizo de la mujer y de sus derechos. La protagonista, M.ª Angustias, pertenece al estereotipo de «la malcasada», mujer joven e ingenua que cae en las redes de un hombre al que solo le importa vivir y disfrutar de la vida con el dinero de su mujer. M.ª Angustias, que sufre por ella y por su hija, encuentra consuelo en un hombre bueno que la ama sinceramente, pero su marido le tiende una trampa legal en la que participa no solo la justicia sino la propia sociedad granadina con su hipocresía y falsedad. Como sucede en otras novelas de la autora, el conflicto se plantea desde el punto de vista de la mujer, lo que acerca más al lector la perspectiva de la protagonista.


En el año 1907 se inicia en España un fenómeno literario sin precedentes: la aparición de un conjunto ingente de colecciones literarias (Sánchez, 1996 y 2001). El pistoletazo de salida corre a cargo de Eduardo Zamacois, con la creación de la colección El Cuento Semanal (Magnien, 1986). Los avatares que tuvieron lugar son bien conocidos: Zamacois visitó a un buen número de editores y la respuesta fue siempre la misma: “los autores españoles no venden”. (...)

Pero la gran colección, la que mostró a los lectores todo el panorama literario español, ya que la práctica totalidad de los autores publican en ella, fue La Novela Corta (1916-1925) (Mogin, 2000) que emprende su cruzada de la mano de José de Urquía. El precio se reduce a 5 cts., aunque enseguida sube a 10, y el papel es de ínfima calidad así como la impresión. Si en El Cuento Semanal y Los Contemporáneos la iconografía de las portadas es la caricatura de los autores, en general a cargo de Manolo Tovar, La Novela Corta instaura la fotografía silueteada de los escritores, aunque en su etapa final utiliza el dibujo en cuatricromía. (...) Alcanzó los 499 títulos, de los cuales sólo uno era de un autor extranjero: La isla de los pingüinos de Anatole France, traducida y extractada por Ruiz Contreras. Este tipo de extractos a cargo de sus propios autores, anticipándose en muchos años al Reader’s Digest norteamericano, se dio con mucha frecuencia en La Novela Corta: Azorín, Trigo, e Insúa, entre otros, convirtieron novelas largas en cortas. (...)

Dos años antes de la aparición de El Cuento Semanal, Carmen de Burgos hace sus primeras armas en una colección de pequeño formato, Biblioteca Mignon (1905), con varios cuentos: Alucinación, El fiscal, Sacrificio, entre otros, volumen 42 (1905). Pero su auténtico despegue como autora de novelas cortas será precisamente en las dos colecciones dirigidas por Eduardo Zamacois. En El Cuento Semanal publicó cuatro entregas (...) En Los Contemporáneos diez y siete títulos más (...) Pero la colección que conoció una mayor participación de Colombine desde sus inicios hasta su final fue La Novela Corta (1916-1925) con veintitrés entregas (...) De nuevo dos grandes colecciones reclaman su participación: La Novela Semanal publicada por Prensa Gráfica entre 1921 y 1925, que alcanzó los 233 títulos (Fernández, 2001) publicó cinco entregas, [entre ellas, la novela El artículo 438, 1921] (...) Pese a que La Semanal entra en una dura competencia con La Novela de Hoy (1922-1932, 525+1 títulos) (Labrador, 2005), pues Artemio Precioso, su director, paga espléndidamente, Colombine la acompañó fielmente, como ya hiciera en La Novela Corta, hasta su final. Tardará en incorporarse a la colección de Precioso, y lo hará a partir de 1929. Precioso, gran amigo de Santiago Alba, tuvo que exiliarse por la persecución a que le sometió el Dictador [Primo de Rivera], siendo sustituido por Pedro Sainz Rodríguez que se hizo cargo de todo, incluso de las publicaciones subidas de tono. Carmen de Burgos firmó nueve entregas [una de las cuales fue Puñal de claveles, 1931]. (...)

El tema central de la obra narrativa corta de Carmen de Burgos es el amor: amores imposibles, El novenario, fracasados, Siempre en tierra, La indecisa, Sorpresa, La flor de la playa, Confidencias, Una mujer fría, El hastío del amor, La tornadiza, Las ensaladillas, Se quedó sin ella, El anhelo, Los endemoniados de Jaca, felices, Dos amores, La ciudad encantada, La prueba, El brote, Perdónanos nuestras deudas, Puñal de claveles, Cuando la ley lo manda, trágicos con historia trágica, El “Misericordia”, El dorado trópico, Guiones del destino, los amores culpables, el crimen y los celos, La justicia del mar, Malos amores, ¡Todos menos ese!, Los inadaptados, El artículo 438 (la ley que permitía el asesinato de la adúltera), los amores no realizados y la soledad, En la guerra, el matrimonio que puede desde ser un tesoro a la tumba del amor: El amor es un tesoro, El hombre negro, Luna de miel, La que se casó muy niña.

Además del amor, la guerra, la Gran Guerra, fue otro tema central de Colombine, El permisionario, Pasiones, El desconocido, El fin de la guerra. O el arte, El veneno del arte, La mejor film. O aspectos problemáticos como la homosexualidad masculina y femenina, Ella y ellos y ellos y ellas o la drogadicción, Hasta renacer, la crítica político social, El honor de la familia, Frasca la tonta, la usura y la corrupción, Los usureros, El abogado, Los negociantes de la Puerta del Sol, la falsedad, el engaño, la búsqueda de la felicidad, la maternidad en la soltería y los hijos producto de relaciones culpables. Los temas se harían interminables.

Cultivó Carmen de Burgos la novela de género: policiaco, El suicida asesinado, fantástico, La herencia de la bruja, la novela picaresca, Vida y milagros del pícaro Andresillo Pérez. Cultivó también el género biográfico: Teresa (los amores de Teresa y Espronceda) y La emperatriz Eugenia, su vida. Finalizar señalando que una de las localizaciones que utiliza Colombine son los hoteles: Villa María, La pensión Ideal.

4.2. Proyectos de vida difíciles o frustrados: sueños y viajes.

Alfonsina Storni, "Voy a dormir"

Dientes de flores, cofia de rocío,

manos de hierbas, tú, nodriza fina,

tenme prestas las sábanas terrosas

y el edredón de musgos escardados.


Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Ponme una lámpara a la cabecera;

una constelación; la que te guste;

todas son buenas; bájala un poquito.


Déjame sola: oyes romper los brotes…

te acuna un pie celeste desde arriba

y un pájaro te traza unos compases


para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:

si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he salido…

Autora: Alfonsina Storni, "Voy a dormir" (1938).


Más información sobre la autora.

Crítica de la autora en el contexto de su generación.

"Las variantes de género, de clase y los acondicionamientos sociohistóricos determinan tanto la creación de los textos literarios como la publicación y recepción de los mismos. Nuestras autoras escriben en un contexto de imposiciones que margina y limita dramáticamente su producción. Un recurso frecuente que utilizan para autolegitimarse en el modernismo, un contexto que centra su estética en el fetiche de la mujer, es el recurso de la autoduplicación y la estrategia de multiplicar los discursos de poder disponibles, tanto sociales como literarios. Esto supone un serio conflicto puesto que, como afirma Sylvia Molloy, «women cannot be, at the same time, inert textual objects and active authors. Within the ideological boundaries of turn-of-the century literature, woman cannot write woman» (109). Y en cierta medida, esa peculiar situación bitextual, y a menudo «politextual» contribuyó a los dramáticos destinos de muchas de ellas.

"María Eugenia Vaz Ferreira murió demente sin haber publicado su único libro, La isla de los cánticos. Juana Borrero, «la adolescente atormentada», muere a los 18 años en el exilio estadounidense a que estaba sometida su familia. Delmira Agustini es asesinada por su ex-marido en el último de sus encuentros clandestinos, en 1914, antes de cumplir los veintiocho años. Alfonsina Storni se suicida ahogándose en el río de la Plata en 1938, el mismo año que Ibarbourou, Mistral y Storni se reúnen; el mismo año que Alfonsina publica un poema en que destripa a Eros, el Eros elogiado por los modernistas y venerado por Delmira Agustini.

"Las obras que componen las poetas hispanoamericanas en las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX no constituyen una escritura al margen sino una literatura escrita desde el centro de sí mismas, desde el corazón del modernismo, del posmodernismo y de la vanguardia. La variante de género existe como categoría de análisis que permite apreciar tanto las relaciones entre mujer y hombre como las interacciones con otros acondicionamientos como los de clase y raza. Desde tal perspectiva múltiple deben aproximarse nuestras lecturas, y por lo mismo denunciar los acercamientos convencionales que han distorsionado o enmudecido la riqueza aportada por la mujer a las letras hispanas. El deseo de ser, de existir, de autolegitimarse, constituye finalmente el afán de todas ellas, la aspiración de alcanzar con la lengua, con la palabra, el corazón de la rosa".

Alfonsina Storni en Mar de Plata, 1924.

Fragmento de la novela de María Luisa Bombal, La última niebla (1934-35).

La muchacha que yace en ese ataúd blanco, no hace dos días coloreaba tarjetas postales, sentada bajo el emparrado. Y ahora hela aquí aprisionada, inmóvil, en ese largo estuche de madera, en cuya tapa han encajado un vidrio para que sus conocidos puedan contemplar su postrera expresión.

Me acerco y miro, por primera vez, la cara de un muerto.

Veo un rostro descolorido, sin ni un toque de sombra en los anchos párpados cerrados. Un rostro vacío de todo sentimiento.

Esta muerta, sobre la cual no se me ocurriría inclinarme para llamarla porque parece que no hubiera vivido nunca, me sugiere de pronto la palabra silencio.

Silencio, un gran silencio, un silencio de años, de siglos, un silencio aterrador que empieza a crecer en el cuarto y dentro de mi cabeza.

Retrocedo y, abriéndome paso con nerviosa precipitación entre mudos enlutados, alcanzo la puerta, después de haber tropezado con horribles coronas de flores artificiales.

Atravieso casi corriendo el jardín, abro la verja. Pero, afuera, una sutil neblina ha diluido el paisaje y el silencio es aún más inmenso.

Desciendo la pequeña colina sobre la cual la casa está aislada entre cipreses, como una tumba, y me voy, a bosque traviesa, pisando firme y fuerte, para despertar un eco. Sin embargo, todo continúa mudo y mi pie arrastra hojas caídas que no crujen porque están húmedas y como en descomposición.

Esquivo siluetas de árboles, a tal punto estáticas, borrosas, que de pronto alargo la mano para convencerme de que existen realmente.

Tengo miedo. En aquella inmovilidad y también en la de esa muerta estirada allá arriba, hay como un peligro oculto.

Y porque me ataca por vez primera, reacciono violentamente contra el asalto de la niebla.

¡Yo existo, yo existo —digo en voz alta— y soy bella y feliz! Sí, ¡feliz!; la felicidad no es más que tener un cuerpo joven y esbelto y ágil.

No obstante, desde hace mucho, flota en mí una turbia inquietud. Cierta noche, mientras dormía, vislumbré algo, algo que era tal vez su causa. Una vez despierta, traté en vano de recordarlo. Noche a noche he tratado, también en vano, de volver a encontrar el mismo sueño.

Un soplo frío me azota la frente. Sin ruido, tocándome casi, ha pasado sobre mí un pájaro de alas rojizas, de alas de color de otoño. Tengo miedo nuevamente. Emprendo una carrera desesperada hacia mi casa.

Diviso a mi marido, que apacigua el trote de su caballo para gritarme que su hermano Felipe, con su mujer y un amigo, han venido a visitarnos de paso para la ciudad.

Entro en el salón por la puerta que abre sobre el macizo de rododendros. En la penumbra, dos sombras se apartan bruscamente una de otra, con tan poca destreza, que la cabellera medio desatada de Regina queda prendida a los botones de la chaqueta de un desconocido. Sobrecogida, los miro.

La mujer de Felipe opone a mi mirada otra mirada llena de cólera. Él, un muchacho alto y muy moreno, se inclina, con mucha calma desenmaraña las guedejas negras, y aparta de su pecho la cabeza de su amante.

Pienso en la trenza demasiado apretada que corona sin gracia mi cabeza. Me voy sin haber despegado los labios.

Ante el espejo de mi cuarto, desato mis cabellos, mis cabellos también sombríos. Hubo un tiempo en que los llevé sueltos, casi hasta tocar el hombro. Muy lacios y apegados a las sienes, brillaban como una seda fulgurante. Mi peinado se me antojaba, entonces, un casco guerrero que, estoy segura, hubiera gustado al amante de Regina. Mi marido me ha obligado después a recoger mis extravagantes cabellos; porque en todo debo esforzarme en imitar a su primera mujer, a su primera mujer que, según él, era una mujer perfecta.

Me miro al espejo atentamente y compruebo angustiada que mis cabellos han perdido ese leve tinte rojo que les comunicaba un extraño fulgor, cuando sacudía la cabeza. Mis cabellos se han oscurecido. Van a oscurecerse cada día más.

Y antes que pierdan su brillo y su violencia, no habrá nadie que diga que tengo lindo pelo.

La casa resuena y queda vibrando durante un pequeño intervalo del acorde que dos manos han arrancado al viejo piano del salón. Luego, un nocturno empieza a desgranarse en un centenar de notas que van doblando y multiplicándose.

Anudo precipitadamente mis cabellos y vuelo escaleras abajo.

Regina está tocando de memoria. A su juego confuso e incierto, presta unidad y relieve una especie de pasión desatada, casi impúdica.

Detrás de ella, su marido y el mío fuman sin escucharla.

El piano calla bruscamente. Regina se pone de pie, cruza con lentitud el salón, se allega a mí hasta tocarme. Tengo muy cerca de mi cara su cara pálida, de una palidez que no es en ella falta de color, sino intensidad de vida, como si estuviera siempre viviendo una hora de violencia interior.

Regina vuelve a cruzar el salón para sentarse nuevamente junto al piano. Al pasar sonríe a su amante, que envuelve en deseo cada uno de sus pasos.

Parece que me hubieran vertido fuego dentro de las venas. Salgo al jardín, huyo. Me interno en la bruma y de pronto un rayo de sol se enciende al través, prestando una dorada claridad de gruta al bosque en que me encuentro; hurga la tierra, desprende de ella aromas profundos y mojados.

Me acomete una extraña languidez. Cierro los ojos y me abandono contra un árbol. ¡Oh, echar los brazos alrededor de un cuerpo ardiente y rodar con él, enlazada, por una pendiente sin fin…! Me siento desfallecer y en vano sacudo la cabeza para disipar el sopor que se apodera de mí.

Entonces me quito las ropas, todas, hasta que mi carne se tiñe del mismo resplandor que flota entre los árboles. Y así, desnuda y dorada, me sumerjo en el estanque.

Protagonista: Una mujer comienza a narrar su vida a partir del matrimonio con su primo Daniel, quien la trata con despego y la minusvalora. Ella se rebela contra la situación a través del sueño y una huida mágica en medio de la niebla, cuyas consecuencias la obsesionan.

Autora: María Luisa Bombal, La última niebla (1934-35).


María Luisa Bombal, "Mar, cielo y tierra" (1940).

Sé muchas cosas que nadie sabe. Conozco el mar y de la tierra infinidad de secretos pequeños y mágicos.

Sé, por ejemplo, que aguas abajo, más abajo de la honda y densa zona de tinieblas, el océano vuelve a iluminarse y que una luz dorada e inmóvil brota de gigantescas esponjas refulgentes y amarillas como soles. Toda clase de plantas y de seres helados viven allí sumidos en esa luz de estío glacial, eterno: actinias verdes y rojas se aprietan en anchos prados vivos a los que se entrelazan las transparentes medusas que no rompieron todavía sus amarras para emprender por los mares un destino errabundo; duros corales blancos se enmarañan en matorrales estáticos por donde se escurren peces de terciopelo sombrío que se abren y se cierran blandamente, como flores; hay hipocampos cuyos crines de algas se esparcen en lenta aureola alrededor de ellos cuando galopan silenciosos, y si se levanta a ciertas caracolas grises, de forma anodina, se suele a menudo encontrar debajo a una sirenita llorando.

Sé de un volcán sumergido en constante erupción; su cráter hierve incansable día y noche y sopla espesas burbujas de lava plateada hacia la superficie de las aguas.

Sé que en las horas de bajamar quedan al descubierto, en las rompientes, pintados lechos de delicadas anémonas, y compadezco al que huelle esa alfombra ardiente que devora.

Sé de golfos repletos de espumas eternas por donde los ponientes arrastran pausadamente sus innumerables colas de arco iris.

Existe una ahogada muy blanca y enteramente desnuda que todos los pescadores de la costa tratan en vano de recoger en sus redes… pero tal vez no sea más que una gaviota extasiada que llevan y traen las corrientes del Pacífico.

Conozco los escondidos caminos, las venas terrestres por donde el océano filtra las mareas, para subir hasta las pupilas de ciertas mujeres que nos miran de pronto con ojos profundamente verdes.

Sé que los buques que se han caído por la escalera de un remolino siguen viajando siglos abajo por entre arrecifes sumergidos; que sus mástiles enredan enfurecidos pulpos y que en sus bodegas anidan estrellas de mar.

Todo eso sé del mar.

Sé de la tierra, que quien desprenda la corteza de ciertos árboles encontrará adheridos al tronco, durmiendo, mansas mariposas polvorientas que el primer rayo de luz traspasa y deshace como un implacable alfiler impío.

Recuerdo y veo un parque otoñal. En sus anchas avenidas se amontonan y pudren las hojas y debajo palpitan tímidos sapos color musgo que llevan una coronita de oro en la cabeza. Porque nadie lo sabe, pero la verdad es que todos los sapos son príncipes.

Temo, con pavor desmedido de niño, a la gallina ciega. La gallina ciega es color de humo y vive echada debajo de los matorrales, semejante a un mísero montón de cenizas. No tiene patas para caminar, ni ojos para ver; pero suele levantar el vuelo ciertas noches con alas cortas y espesas. Nadie sabe adónde va, nadie sabe de dónde viene, al amanecer, tinta en sangre que no es la suya.

Conozco una lejana selva del sur en cuyo suelo de limo se abre un agujero estrecho y tan profundo que si te echas de bruces sobre la tierra y pones el ojo, divisarás allá abajo, igual que al extremo de un largavista, algo así como un polvo de oro que gira vertiginosamente.

Pero nada es más imprevisto que el nacimiento del vino. Porque no es cierto que el vino nazca bajo el cielo y dentro de la uva prieta de agua y de sol. El nacimiento del vino es tenebroso y lento; yo sé mucho de ese crecer furtivo de asesino. Una vez clausuradas las puertas de la fría bodega y después que las arañas han tendido sus primeras cortinas, es cuando el vino se decide a despuntar del fondo de las grandes tinajas herméticamente cerradas. A la par de las mareas, el vino sufre la influencia taciturna de la luna que ora lo incita a retraerse, ora lo ayuda a refluir. Y es así como nace y crece en la oscuridad y el silencio de su invierno.

Puedo contar algo más de la tierra. Sé de una región desértica adonde un pueblo ha quedado sepultado en los médanos, tan sólo emerge la aguja de la torre de la iglesia. En las noches borrascosas todos los rayos de la tormenta se precipitan sobre la flecha solitaria erguida en medio de la llanura, y se enroscan en ella, silbando, para hundirse luego en la arena. Y cuentan que, entonces, la torre desaparecida se estremece de arriba abajo y se oye resonar un tañido subterráneo de campanas…

El cielo, en cambio, no tiene ni un solo secreto pequeño y tierno. Implacable, despliega entero por encima de nosotros su mapa aterrador.

Me gustaría creer que tengo mi estrella, la que veo despuntar primero y brillar un instante para mí sola una cada anochecer, y que en esa estrella mis pasos tienen un eco y también mi risa y mi voz. Pero ¡ay! demasiado sé que no puede haber vida de ninguna especie allí donde los átomos cambian de carácter millones de veces por segundo y donde ninguna pareja de átomos puede permanecer unida.

Hasta miedo me da nombrar el sol. ¡Es tan poderoso! Si nos interceptaran su radiación, el curso de los ríos se detendría inmediatamente.

Apenas si me atrevo a hablar de un cóndor que los vientos empujaron fuera de la atmósfera terrestre y que, vivo aún, cae en el espacio infinito desde hace incontable número de años.

Tal vez la súbita caída de las estrellas fugaces responde a un llamado previsto desde la eternidad, que las precipita a integrar determinadas figuras geométricas, hechas de relucientes astros incrustados en un rincón apartado del cielo. Tal vez.

Y no quiero, no quiero hablar más del cielo; porque le temo y temo los sueños con que se introduce a menudo en mis noches. Entonces me tiende una escalera estelar por la que subo hasta la bóveda rutilante. La luna deja de ser un pálido disco pegado al firmamento para convertirse en una bola escarlata que rueda solitaria por el espacio; las estrellas se agrandan en un parpadeo de rayos, la vía láctea se aproxima y derrama oleadas de fuego. Y, de segundo en segundo, yo más al borde de aquel precipicio abrasador…

No; prefiero imaginar un cielo diurno por donde deambulan castillos de nubes en cuyas flotantes estancias aletean las hojas secas de un otoño terrestre y los cometas de papel que perdieron jugando, los hijos de los hombres.

Autora: María Luisa Pombal, "Mar, cielo y tierra". Revista Saber vivir (1940).


Más información sobre la autora y la novela.

María Luisa Bombal nació en Viña del Mar (Chile), el 8 de junio de 1910, pero realizó sus estudios superiores en Europa, concretamente Latín y Letras en la Universidad de Sorbona (París). Allí conoció la vanguardia artística de los años treinta y dio sus primeros pasos en el mundo literario.

Con apenas veinte años sufrió un fracaso amoroso que marcó su vida para siempre, tanto en lo personal como en lo profesional. Este desengaño la llevó a dispararse en el hombro con un arma de su examante, durante una fiesta en casa de este. Pero no se quedó ahí; años después, disparó contra él, lo que le supuso nueve meses de cárcel. Esta turbulenta relación es la que se retrata en la película Bombal, de 2011.

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En 1934, con tan solo veintitrés años, publicó en la revista Sur su primera novela, La última niebla, inspirada en aquel fracaso amoroso que tanto la trastornó. Pero su gran éxito llegó en 1938, cuando publicó La amortajada, su novela más representativa, con la que ganó el Premio de la Novela de la Municipalidad de Santiago.

El resto de sus obras fueron cuentos y también se publicaron en la revista Sur: Las islas nuevas (1939), El árbol (1939), Mar, cielo y tierra (1940), Trenzas (1940), Lo secreto (1944), La historia de María Griselda (1946) y La maja y el ruiseñor (1960).

Pese a no ser una escritora prolífica, su narrativa tuvo un enorme calado. Neruda y Borges fueron amigos suyos, y aunque no solían prodigarse en elogios hacia las autoras femeninas (más bien, todo lo contrario), ambos ensalzaron siempre la obra de María Luisa Bombal. Es más, cuando Bombal le contó a Borges lo que quería plasmar el La amortajada, el escritor argentino dudó de que fuera capaz de conseguir aunar así realismo y fantasía, pues, según él, era de ejecución imposible. Pero María Luisa Bombal lo logró, marcando un antes y un después en la literatura.

Por tanto, es evidente que su narrativa influenció a sus compañeros de generación y a escritores posteriores. El mismo Juan Rulfo le confesó, durante la Sociedad de Escritores de Chile en 1972, en la que ambos coincidieron, que se había inspirado en La amortajada para escribir Pedro Páramo. También autores como García Márquez e Isabel Allende han reconocido la huella de Bombal en sus creaciones literarias.

¿Cómo renovó María Luisa Bombal la literatura?

Además de demostrar que la fantasía y la realidad podían unirse de forma verosímil y, en lugar de eclipsarse una a la otra, retroalimentarse y engrandecerse, Bombal innovó en otros aspectos literarios. No se limitó a que sus historias fueran una mera narración de los hechos, sino que se adentró en las motivaciones que se ocultan en el subconsciente.

Con una prosa poética, construyó un discurso multisensorial para recrearse en los límites entre lo irracional y lo racional. De este modo, plasmaba una experiencia particular. Este interés por la psicología de los personajes ha hecho que muchos la comparen con Virginia Wolf y William Faulkner.

Los personajes femeninos en las obras de María Luisa Bombal

Además de ser la precursora del realismo mágico, María Luisa Bombal fue la primera en hablar de la represión contra las mujeres. En sus obras aparecían personajes femeninos en situaciones de pérdida o acoso, que reflejaban el conflicto entre lo femenino y lo masculino. Bombal se alejó de la heroína romántica y representó mujeres fuertes pero también sufrientes, que hacían público lo privado.

Las protagonistas de las novelas y cuentos de María Luisa Bombal se debatían entre la vigilia y el sueño y se centraban en su mundo interno. Solían perseguir algo que se escapaba a su propia conciencia, y lo hacían para defender su libertad como mujeres, pues se sentían incomprendidas dentro de la racionalidad masculina de la sociedad. En definitiva, estas mujeres creaban mundos surrealistas para sobrellevar su realidad.

María Luisa Bombal rompió estereotipos en una época en la que las mujeres solo podían aspirar al matrimonio y a la sumisión social, pues ni siquiera tenían derecho al voto. Ella se atrevió a hablar abiertamente de la rabia y hasta del deseo sexual femenino, emociones impropias de las buenas esposas y de las buenas madres.

María Luisa Bombal tenía veintitrés años cuando publicó, en Argentina, La última niebla (1934), su primer libro. La obra apareció en la editorial Francisco A. Colombo, a cargo de Oliverio Girondo, con prólogo de Norah Lange. La escritora había llegado a Buenos Aires un año antes, con el afán de olvidar un amor no correspondido. Llevaba consigo una herida de bala autoinfligida en su hombro.

En Argentina, Pablo Neruda y su primera mujer, María Antonieta Hagenaar, la recibieron en un departamento ubicado en calle Corrientes. Neruda y Bombal se habían conocido un tiempo antes en Chile. Pablo vio en ella esa sensibilidad, inteligencia e indefensión ante la vida que le era familiar, pero también una visión auténtica de artista. Así fue como la introdujo en el círculo literario santiaguino, en donde todo giraba en torno a la figura del poeta.

En aquellos años chilenos Bombal se mueve con prestancia y gracia. Sobre todo gracia. Deslumbra a sus interlocutores durante las conversaciones sobre poesía. Ella, recién llegada de Francia, en donde cursó estudios de literatura en La Sorbonne y conoció el auge del surrealismo, se siente confiada en sus ideas y lecturas. Neruda, sin abandonar la arrogancia de su incipiente fama y desde el paternalismo que le es tan propio, acostumbra decir que Bombal es la única mujer con la que se puede hablar seriamente de literatura. Y cómo no, si ha leído a Baudelaire y Verlaine. Y en París ha oído recitar a Paul Valéry y se ha imbuido de las nuevas corrientes que apenas se asoman en los círculos nacionales.

La impresión que despierta en los escritores es unánime: María Luisa Bombal tiene demasiada personalidad para ser mujer, pero ella, libre de prejuicios –la “abeja de fuego” la llamó Neruda, por enérgica y apasionada–, sigue participando con libertad de las tertulias en algún café del centro o en alguna casa.

En ese tiempo Bombal también manifiesta su amor por el teatro. En París, pese a ser un oficio impensado para una joven de familia de aristócratas como la suya, ingresa a la escuela de teatro vanguardista y experimental L’Atelier, a cargo de Charles Dullin. Ahí comparte clases con Antonin Artaud y Jean-Louis Barrault. Este último, al igual que Bombal, debe estudiar a escondidas de su familia, que lo imagina cursando la carrera de medicina. Ella abandona algunas de sus materias de literatura para poder representar pequeños papeles dramáticos en grandes teatros. En uno de esos montajes, un tío suyo que se encuentra en el público la reconoce, a pesar de que su aparición en escena dura pocos segundos. Esto hace inminente su regreso a Chile. Corre el año de 1931.

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A la par de las tertulias literarias y ensayos teatrales, María Luisa Bombal sufre por un hombre. Mayor que ella, Eulogio Sánchez vive separado de su mujer y espera aún la nulidad. No invita a Bombal a sus eventos públicos y la mantiene, en general, al margen de su vida. En cambio, ambos se reúnen en la intimidad y él le promete que la situación cambiará, pero ella se siente cada vez más desplazada. En este contexto y durante una cena en casa de Sánchez, en presencia de su hermana y otros invitados, la escritora se levanta de la mesa, va al dormitorio del amante, toma la pistola y se dispara en el hombro.

¿Intento de suicidio? “¡Ay, no, nunca tendría ese valor! Y sin embargo quería morir, quería morir, te lo juro”, diría la protagonista de La amortajada, años más tarde. Es esta misma mujer herida la que aparece en el cuento “Las islas nuevas”, publicado en la revista Sur en 1939. A la protagonista le crece un vestigio de ala en el hombro, el cual esconde y con el que debe cargar. Bombal escapa.

Volvamos, entonces, al momento en que Neruda la recibe en Buenos Aires. Después de haber sido nombrado cónsul en la capital trasandina, el poeta se instala en agosto de 1933 en el piso veinte de un gran edificio en Corrientes. Apenas un mes después, Bombal llega a vivir con la pareja. Es en la cocina de ese departamento donde la escritora encuentra su lugar para empezar lo que sería La última niebla. En esa cocina, de suelo de mármol blanco y guardas de cerámica azul, Bombal encuentra el lugar adecuado para escribir. Es por esto que Neruda la apoda “mangosta”, “el nombre de un animalito oriental que se acomoda en cualquier parte y es suave y discreto”. No pasó mucho tiempo antes de que Neruda se sumara al otro lado de la mesa y confluyeran en ese espacio lecturas y críticas de sus respectivos proyectos. Por ese entonces, el poeta trabajaba en Residencia en la Tierra. Bombal reconoció la influencia de este libro en su propia escritura, una prosa a la que no pocos críticos han denominado poética. Alone, por ejemplo, afirmó que “no se ha escrito en Chile prosa semejante, y después de los poetas máximos, solo buscando mucho en las letras universales podría encontrársele paralelo”.

Pero no solo en la poesía de Neruda encontró Bombal sus influencias. El grupo al que el poeta la introduce resulta de gran estímulo: escritores, dramaturgos, pintores. Entre ellos se encuentra Norah Lange, que acaba de publicar 45 días y 30 marineros y que terminaría por ser una de sus grandes amigas. 45 días y 30 marineros narra las aventuras de una mujer como única tripulante de un barco, sus deseos sexuales y los de los marineros, pero la novela posee, además, una voz femenina única. Cómo no pensar en esa voz, en ese deseo, cuando leemos La última niebla. Fue Lange su gran cómplice en el mundillo literario argentino de la época. Muchas veces, para burlarse de la arrogancia de algunos escritores, conversaban sobre poetas que ellas mismas habían inventado. Lo hacían con propiedad y muy serias, para desconcertar a más de uno.

En Buenos Aires cumple su deseo de conocer a la poeta Alfonsina Storni, que en ese momento se desempeña como profesora en un liceo, lo que le deja poco tiempo para asistir a reuniones literarias. Una vez, a modo de broma, mandaron a Bombal a llamarla por teléfono desde un café para invitarla a la tertulia. Eran cerca de las cinco de la mañana, y Storni prudentemente contesta que será para otra ocasión, pues justamente se estaba poniendo el sombrero para ir al trabajo.

Otro de los artistas que frecuenta es Federico García Lorca, que ese año estrena Bodas de sangre y más tarde Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa en el teatro Avenida en Buenos Aires. Bombal, que aún mantiene viva la pasión por el teatro, asiste a todas las funciones. Muchas veces las veladas terminan en casa de Girondo, en donde García Lorca despliega su talento cantando y tocando el piano, bailando y jugando a improvisar poemas con Neruda. Imposible no hermanar la obra de Bombal con el sino trágico de los personajes de García Lorca, con esas mujeres que rompen las convenciones por amor. O por pasión, que es lo mismo. Pues para Bombal el destino de la mujer es amar apasionadamente.

Durante el proceso de escritura de La última niebla, Neruda le repite que no acepte correcciones de nadie. “Sé siempre tú tu único juez”, le dice. Y ella le hace caso. Se mantiene fiel a sí misma, incluso cuando Jorge Luis Borges, en una de las tantas caminatas que realizan por la ciudad, al escuchar el proyecto que tiene para su segunda novela, La amortajada, afirma que será de ejecución imposible, porque no se puede mezclar lo realista con lo sobrenatural. Pero Bombal no lo escucha y sigue escribiendo.

  • María Luisa Bombal: Testimonio autobiográfico. En Obras completas, tomo 2.

En esa época conocí también a Borges, pero él circulaba en un mundo más cerrado, más intelectual. Nuestro grupo era más literario… Oliverio Girondo, Norah Lange, Federico García Lorca, Conrado Nalé Roxlo, Alfonso Reyes… Georgie era de un grupo más intelectual, pero me hice íntima de Georgie… Todos estos grupos eran muy unidos en el fondo, se respetaban entre ellos, no se veían porque se aburrían… A Victoria Ocampo yo no la visitaba porque me aburría… Además, yo también tenía mi grupo de filólogos, pues, Henríquez Ureña, ¡Amado Alonso! Como no tenía máquina de escribir, iba al Instituto Filológico, donde me prestaban una. Yo escribía y pasaba mis cosas al final de la mesa mientras ellos hacían su sesión de filólogos, pero me desesperaba… ¡no podía concentrarme!, porque mientras yo trataba de escribir, ellos discutían las raíces de la palabra «ventana» o decían que «cortina» venía de «cortis»; era como que, para caminar, uno primero tuviera que analizar cómo mueve los pies, oye.

Los escritores de mi grupo eran gente de gran talento, gente vital, no gente de lámpara y vaso de agua, como son los conferencistas (ríe)… me dan ganas de tomar un vaso de vino… Considerábamos que un escritor era un ser de excepción, un ser maravilloso, como persona, como cabeza y como corazón. No nos importaban las faltas que teníamos, y las peleas, no eran peleas, eran discusiones sobre literatura. Ahora, Macedonio Fernández y Alfonsina Storni no circulaban, porque ya estaban muy alto. Alfonsina era profesora y tenía muchas obligaciones. Ya te conté cuando Neruda, como a las cuatro o cinco de la mañana, me hizo que la llamara por teléfono para que viniera al restaurante donde estábamos. Era un lugar bohemio, un ambiente intelectual un poco loco… Y ella me pitó porque me respondió que lo sentía mucho, pero acababa de ponerse el sombrero para salir a hacer clases al liceo… ¡A las cuatro de la mañana! Me pitó, aunque Alfonsina era muy seria. Nosotros admirábamos tanto su poesía…

Ahora en cuanto a nuestra relación con la sociedad, todos teníamos una actitud muy humana, pero no comprometida con la política, lo político «na que ver», como dicen aquí… Nos interesaba la gente, ¿comprendes tú? El señor de la esquina que estaba viviendo una tragedia, el hombre que nos venía a dejar un ramo de flores, la señora que cantaba tangos… Escribíamos porque nos gustaba hacerlo y nos pagaban bien, pues era una época floreciente en las letras, tanto para los escritores como para los editores. La posición nuestra era muy natural y no vivíamos la carga del compromiso social. Además, éramos muy correctos, excepto cuando se nos ocurría dirigir el tráfico a las tres de la mañana (ríe).

(...)

Me pides que hablemos de mi obra, pero para mí resulta una laaata, ¡que hablen los críticos!, además, eso está todo en las entrevistas que se han publicado en los periódicos… Bueno, La última niebla está inspirada en haber tenido un amante que no tuve… Mi primera experiencia amorosa fue bastante espantosa, yo lo puse a él como marido, la novela tiene una base autobiográfica bastante trágica y desagradable… La experiencia sexual también; en esa época, las regulaciones eran para que las obedecieran los de la clase media… bastante trágica, pero uno no puede hablar de los secretos del corazón y del alma… Son los secretos que uno no puede estar poniendo en la mesa porque se hace algo público ¿ves tú? La novela está basada en mi primer amor, que terminó a balazo limpio.

Comencé La última niebla mientras Pablo estaba haciendo los poemas de Residencia en la tierra, los dos escribíamos en la cocina de su casa. Recuerdo que un día Pablo me mostró un poema en que tenía la imagen «asustar a una monja con un golpe de oreja», yo la encontré horrorosa, grotesca, y Pablo se enojó mucho. Claro que, en el fondo, eran discusiones amistosas, nos queríamos mucho. Terminé mi novela cuando Pablo ya estaba en España y se la mandé. Yo tenía una carta preciosa en que Pablo me decía: «He hecho una fiesta y ha venido Federico, Aleixandre y todos los amigos y hemos celebrado tu libro». Me decía que yo escribía un mundo que parecía agitado por un agua clara, por un soplo de misterio… (melancólica). Pablo me reprochaba mucho que yo no le diera importancia a lo que había escrito.

La última niebla, publicada por primera vez en 1934, plantea un discurso en primera persona en que una mujer revela continuamente la disyunción entre su mundo y el de su esposo: son primos y se conocen desde la infancia. Tras un año de viudez, Daniel se casa con su prima Ana María y la lleva a vivir a su hacienda en el campo. Ella es una extranjera no sólo para aquel espacio y sus habitantes, sino que fundamentalmente para su marido, el cual le dirigía una "mirada hostil con la que de costumbre acoge a todo extranjero" (Bombal, 1997: 55)2. Bombal inserta a su protagonista en un mundo acomodado, burgués, sustentado en la apariencia. Ella no destruye el espacio regionalista tan preciado para la corriente criollista que la antecede, sino que lo contiene por medio de la continua inclusión del marco natural ligado a la emotividad de su personaje, es decir, la naturaleza no se liga con lo externo, sino que está en continua sintonía con los avatares del yo. Autoconfigurada a partir del sometimiento a la norma impuesta por el esposo, la felicidad de la mujer pasa por el discurrir de su conciencia en diálogo sólo con la naturaleza como correlato de sus pulsiones. Se trata de un estar compenetrada y de acceder a los elementos naturales a partir del deseo: "El agua alarga mis formas que toman proporciones irreales". El contacto con el espacio le permite así experienciar su cuerpo con placer y acceder a una zona de realidad distinta a la cotidiana.

Carmen de Burgos: "Los siervos", Mis viajes por Europa (1916), cap. XXIV.

Se comprende que se conciba el infierno en el centro de la tierra. Todo lo que viene del subsuelo es terrorífico, amedrentador o misterioso. He vuelto a ver la luz con fruición después de salir de la galería de la mina de cobre de Falum. Salir de una mina es resucitar. Esta es una de las regiones mineras de la Suecia, donde se encuentran las célebres minas de cobre, ya medio agotadas, que forman la riqueza mineral del país, en unión de las montañas de hierro de Laponia. Esta es la región minera, como la Scania es la agrícola y Nortroping, «el Manchester sueco», es el que se distingue por la fabricación de tejidos, y Gomborg y Estocolmo por su poderío y su industria.

Antes de llegar a la mina, desde el camino, Falum se anuncia de un modo lúgubre. Parece que un soplo de muerte ha pasado por la selva. Están los árboles quemados como por un gigantesco incendio, marchitos, retorcidos. Da mucha pena ver los árboles quemados y de pie y con raíces, porque en vez de muertos, están heridos y deben sufrir cuando la primavera llega. Aquí llega la primavera haciendo bueno el adagio de que se ve crecer la hierba. Todo brota en dos días de entre la desolación en que lo envolvía el invierno. Brota del mismo modo que a una señal del otoño se derrumbara de golpe otra vez. Estos pobres árboles no pueden obedecer a la primavera. Algunos tienen un retoño verde desmedrado, más triste y más apiadable. Están quemados por el humo de los antiguos hornos, en los cuales se separaban el cobre, el azufre y el imán. Aunque hoy se emplean procedimientos hidráulicos, el bosque no ha podido volver a recobrar su lozanía. La visita a los pozos, a los cuales se baja por una escalera desigual, accidentada, alumbradas por la luz de las antorchas, cayendo sobre nosotros el agua de las paredes, no tiene nada de atrayente.

Parecemos sombras entre aquellos muros, envueltas en los capotes de mineros que nos han dado, y cuyo peso nos dificulta el andar. Los pozos más profundos tienen una atmósfera densa y pegajosa. Asusta pensar que pobres hombres caven estos pozos, estas cavernas para extraer el metal.

La humanidad debiera avergonzarse de sus minas. Mientras los guías hablan de toneladas de cobre y kilogramos de plata y oro extraídos cada año de aquí, yo pienso en los sufrimientos de los mineros, para los que fué tan escasa parte de ese oro; en las familias hambrientas y ansiosas, en los hombres enfermos y muertos en este trabajo cruel, arañando la tierra, cargados como brutos, deshecho el organismo con los venenos del metal. Siento el dolor de todos. Hasta el dolor de esa selva quemada y de las camas de animales y nidos de pajarillos que se destruyeron.

Se cuenta aquí una tradición conmovedora; sin duda todos los que han visitado estas minas la sabrán, pero no por eso impresiona menos. Son frecuentes en las minas las catástrofes. Los mineros desaparecen; se les sustituye por otros, como el caballo del coche que cae reventado en la calle. En una de estas catástrofes, hacia principios del siglo XVIII , perecieron unos cuantos mineros, a los que la mina sirvió de sepultura, y no se pudieron hallar sus cuerpos. Uno de ellos, sin duda de origen judío, a juzgar por su nombre «Mats Israelson», se hallaba en vísperas de casarse con la moza más bella de Falum.

Estaba todo preparado para la boda; la novia tenía ya esa corona bizantina que usan aquí las desposadas; sin duda un genio femenino, envidioso de su felicidad, arrastró al minero a las profundidades del pozo que se cegó. La novia ciñó su velo negro; no volvió a escuchar la voz halagadora del amor; cerró cautelosa su corazón y consagró su fidelidad a un recuerdo. Las convecinas la creían algo loca. Ella parecía esperar. Se sentaba todas las tardes al borde de la selva, cara a la mina, en el mismo sitio en que solía esperarlo al volver del trabajo. Y pasaron los años, con la monotonía de los inviernos sin sol y los días interminables del verano, pasaron los años, y, como un premio a su constancia, Chatarina volvió a ver a Mats. Los mineros encontraron un cadáver de un desconocido y lo llevaron a la ciudad. Al pararse para descansar a orilla del camino, Chatarina lo vio. Era Mats. Mats, tan bello y tan juvenil como el día en que se separaron, cuarenta y nueve años antes. Su cuerpo, preservado de la destrucción por la acción del sulfato de cobre, se conservaba con toda su frescura y lozanía. ¿No le habría preservado el deseo ansioso de Chatarina de volverlo a ver?

Se guarda la emoción en Falum de la escena en que aquella ancianita de setenta años acariciaba, embriagada de amor, el cuerpo juvenil. Aquella juventud era una traición. Debiera el tiempo haber respetado también la belleza de Chatarina, como respetó su vida hasta ver cumplido su deseo. Tal vez su ancianidad dio un matiz maternal a su amor para hacerlo más santo. Los mineros dejaron expuesto dos días el cuerpo de Mats, conmovidos por aquel amor fiel, y el día de su entierro expiró Chatarina.

Hay que escuchar esta historia cerca de la boca negra y enigmática del pozo, en este ambiente, junto a ese bosque quemado, para sentir todo su horror. Se cree que, en efecto, el amor insaciado de Chatarina tuvo fuerzas para decirle a la Muerte «espera», y para obligar a la Tierra a devolverle el amado. ¡Oh! Mientras se amara no se debía morir ni envejecer.

(....)

Un loco es algo como un actor, que al acabar su representación no se puede quitar el uniforme de general o la barba postiza. Nos apena ver al pobre general con su ansiedad de mandar ejércitos y sujeto en el recinto de una celda estrecha, a las órdenes de un loquero. Es siempre antipático el loquero, con la razón de su látigo y de su autoridad. El loco tiene anhelos, sueños, crisis, espasmos, palpitaciones de una vida superior e intensa. ¿No es eso superior a la razón? ¡La razón! Darnos cuenta de todas las minucias, de todas las mezquindades, de todo lo real. No volar, estar siempre en el suelo, bien aplomados, con zapatos sin tacón; dejarnos modelar en el corsé del medio, cortado por el patrón común.

No, no es la locura lo que me asusta, es el manicomio en que recluyen a los alienados los que gozan de razón. Para estos pobres campesinos suecos, que tienen una vejez tan triste a expensas de almas piadosas o recluidos en asilos, es mejor la locura. La emigración es el peor de todos los males y es el que más se sufre aquí. Emigran los aldeanos hacia América y Oceanía. Rara vez vuelven. Debe ser una muerte desesperada la muerte fuera de la patria; la tierra debe hacerse hostil a los despojos. Si los espíritus pueden sobrevivir y volver a donde desean, ¿habrá reencarnaciones y avatares que expliquen tantos casos de locura mejor que las influencias del Punch, del clima y de la alimentación?

Por eso hay gentes que trabajan en las minas.

Autora: Carmen de Burgos, "Los siervos", Mis viajes por Europa (1916), cap. XXIV.

Más información sobre el tema: viajeras modernas.

4.3. La madre sacrificada.

Gabriela Mistral, "Deshecha".

Hay una congoja de algas

y una sordera de arenas,

un solapamiento de aguas

con un quebranto de hierbas.


Estamos bajo la noche (5)

las criaturas completas:

los muros, blancos de fieles;

el pinar lleno de esencia,

una pobre fuente impávida

y un dintel de frente alerta. (10)


Y mirándonos en ronda,

sentimos como vergüenza

de nuestras rodillas íntegras

y nuestras sienes sin mengua.


Cae el cuerpo de una madre (15)

roto en hombros y en caderas;

cae en un lienzo vencido

y en unas tardas guedejas.


La oyen caer sus hijos

como la duna su arena; (20)

en mil rayas soslayadas,

se va y se va por la puerta.


Y nadie para el estrago,

y están nuestras manos quietas,

mientras que bajan sus briznas (25)

en un racimo de abejas.


Descienden abandonados

sus gestos que no sujeta,

y su brazo se relaja,

y su color no se acuerda. (30)


¡Y pronto va a estar sin nombre

la madre que aquí se mienta,

y ya no le convendrán

perfil, ni casta, ni tierra!


Ayer no más era una (35)

y se podía tenerla,

diciendo nombre verídico

a la madre verdadera.


De sien a pies, era única

como el compás o la estrella. (40)

Ahora ya es el reparto

entre dos devanaderas

y el juego de «toma y daca»

entre Miguel y la Tierra.


Entre orillas que se ofrecen, (45)

vacila como las ebrias

y después sube tomada

de otro aire y otra ribera.


Se oye un duelo de orillas

por la madre que era nuestra: (50)

una orilla que la toma

y otra que aún la jadea.


¡Llega al tendal dolorido

de sus hijos en la aldea,

el trance de su conflicto (55)

como de un río en el delta!


Autora: Gabriela Mistral, "Deshecha", Tala (1938).


Más información sobre la autora:

Crítica sobre la autora y sobre la obra.

"En violento contraste con Delmira, la mejor poesía de gabriela Mistral está dedicada no a la sensualidad y al deseo sino a la ausencia de amor, a la muerte del amado, a la privación del hijo. Nacida en Chile en 1889, era autodidacta, y por su propio esfuerzo se hizo maestra a los 15 años. La notoriedad le llegó con un premio, ganado en 1914, por la secuencia de Sonetos a la muerte, en el que lloraba la muerte de su novio. Este amor canceló su vida afectiva por un tiempo y la orientó a cantar una maternidad imposible. La fama internacional le llegó en 1922, con la publicación de Desolación. Su vocación de maestra se reflejó también en su poesía y ensanchó inmensamente el área de su popularidad. En sus mejores libros, Tala (1938) y Lagar (1954) tiene poco de modernista. Una poesía enraizada en la Biblia y en cierta aridez lingüística aprendida en Santa Teresa, es lo que reflejan esos grandes libros. Pero la Mistral que habría de ser popularísima en las primeras décadas del siglo es la de los primeros versos. Allí está la imagen desolada y funérea que impresionó al lector modernista. La paradoja es que esa imagen dominante no coincidía ni con la evolución posterior de su poesía (hacia un despojamiento emocional) ni con sus propias inclinaciones sexuales. Aunque con suma discreción, la Mistral renunció al amor de los hombres y se rodeó de jóvenes, hermosas mujeres que fueron sus compañeras a los largo de días de triunfo y dolores".


La preocupación de Gabriela Mistral por la maternidad y el reconocimiento de la diferencia de los sexos le costaron la crítica de las feministas de su época, que le atribuyeron una posición favorable al sistema patriarcal.

Cuando se le acusó de reducir la feminidad a la maternidad se defendió:"(…) yo no he reducido a la mujer a la maternidad: he querido circunscribirla, directa o indirectamente, al niño en los trabajos y en las profesiones" (En Münnich, 2005: 94).

Lo que llamó «circunscribir» fue interpretado por las feministas de su tiempo "como un acto de cobardía. […] Las que defendían la igualdad plena de derechos se quejaban de que excluyera a la mujer de ciertas profesiones y no luchara en el mismo frente que ellas" (Münnich, 2005: 95).

Nunca se definió como feminista:

"Yo no creo hasta hoy en la sonada igualdad mental de los sexos; suelo sentirme por debajo aún de estas «derechas» feministas, por lo cual vacilo mucho en contestar con una afirmativa cuando se me hace por la milésima vez la pregunta de orden: ¿Es Ud. Feminista? Casi me parece más honrado contestar un no escueto (…)" (Mistral, 1998 [1927]: 45).

Su relación con el movimiento feminista liberal chileno fue conflictiva, sobre todo con la pedagoga Amanda Labarca, quien fundó junto a Isaura Dinator de Guzmán el «Consejo Nacional de Mujeres», en 1918.

Para Mistral el organismo excluyó al sector más pobre y desprotegido de Chile:

"Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: «Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve las tres clases sociales de Chile»" (En Figueroa, 2000: 103).

Pese a su postura, colaboró mediante textos literarios con quienes promovieron la dignificación del papel de la mujer en América Latina.

Destacó su contribución con Elena Caffarena en el Movimiento pro Emancipación de la Mujer, MEMCH (Eltit, 2008) y con la escritora argentina Victoria Ocampo, a quien dejó a cargo la publicación de Tala (1938) en la Editorial Sur.


Imagino a Gabriela Mistral sentada en una banqueta, “afirmada en un pedazo de cielo” o “una masa de árboles”, con un bloc de notas en sus rodillas, mientras escribe su “Desolación”, testimonio de un amor roto por la tragedia; y poemario en que se perfilan además los temas que serán constantes en sus demás libros. Al terminar, alza su cabeza y se excusa diciendo: “Dios me perdone este libro amargo, y los hombres que sienten la vida como dulzura, me lo perdonen también.” Y más adelante, se promete a sí misma y a sus lectores cantar “las palabras de la esperanza, sin volver a mirar mi corazón”. Cantar “como lo quiso un Dios misericordioso, para consolar a los hombres”.

En lo adelante, Mistral sólo daría a luz poemas luminosos, cargados de un profundo humanismo, que tendrían siempre como protagonistas a aquellos que consideró más débiles y menos representados: las mujeres pobres, sin acceso a la educación, niños de piecesitos azulados por el frío, obreros oprimidos por sus patrones, pueblos latinoamericanos asaltados por el imperialismo. A ellos cantaría en lo adelante, a su desamparo elevaría su voz y la haría resonar por todo el mundo.

A través de sus versos muchos de sus estudiosos y admiradores han querido encontrar los sesgos de un movimiento feminista que no es sino hacia 1930 cuando comienza a perfilarse en Chile, con la integración de la mujer chilena a los trabajos fuera del hogar y a las fábricas. Pero ¿puede decirse acaso que la maestra andina que cantó a la maternidad, a las tribulaciones, a la cotidiana sumisión de las mujeres, se constituyó en un modelo feminista?

Gabriela Mistral pertenece a una primera generación poética que junto a otras autoras como Alfonsina Storni y Juana de Ibarborou que, antes de inaugurar una verdadera literatura feminista en la región, registran en sus poemas los problemas vitales de colectivo femenino en el ámbito social, espiritual, psicológico y estético, según sostiene la autora Adelaida Martínez, en su ensayo “Feminismo y Literatura en Latinoamérica”.

Al igual que sus contemporáneas, puede afirmarse que la escritora encarnó en sí misma una especie de modelo atípico al emprender una vida itinerante y con ello, abandonar el papel de mujer ideal que cuida de su esposo y sus hijos (unos hijos que nunca tuvo, si exceptuamos la crianza de su sobrino).

Sin embargo, leyendo entre sus poemas y ensayos, no encontraremos nunca una defensa a ese modus vivendi que sólo sirvió a la autora para promover aquellas cosas en las que sí creía, sino al contrario, un reconocimiento a la vida sumisa y abnegada de la mujer chilena, de la mujer latinoamericana, que confinada a su hogar se dedica a la noblísima tarea de criar a sus hijos.

Pero también reflejó a través de su poesía las aflicciones, la pérdida del amor, la frustración y los límites de su sexo, aquellas cosas que impedían a la mujer acceder a una vida más equitativa, no en términos laborales, sino en términos humanos. A través de sus letras solicitó para ellas el acceso al vital derecho de la educación, que las elevaría de ser “bestias” a colocarse en posiciones sociales que correspondieran con su capacidad y talento.

Como afirmara la preclara escritora en su ensayo La instrucción de la mujer, escrito en 1906. “Instrúyase a la mujer; que no hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el del hombre. Que lleve una dignidad más al corazón por la vida: la dignidad de la ilustración. Que algo más que la virtud le haga acreedora al respeto, a la admiración, al amor. Tendréis en el bello sexo instruido, menos miserables, menos fanáticas y menos mujeres nulas... Que pueda llegar a valerse por sí sola y deje de ser aquella creatura que agoniza y miseria si el padre, el esposo o el hijo no la amparan. ¡Más porvenir para la mujer, más ayuda! Búsquese todos los medios para que pueda vivir sin mendigar protección”.

Su sensible espíritu no le permitió aspirar nunca para sus iguales la inserción a un mercado laboral duro e inhumano. Más bien se preocupó por la suerte de las mujeres obreras que empleadas en trabajos forzosos, merecían más bien el acceso “a trabajo dulce, trabajo decoroso, trabajo en relación con su cuerpo débil y su alma limpia, que no debe encanallarse en fábricas”, según sus propias respuestas a quienes le acusaban de antifeminista.


Profundamente conmovida por la situación de desamparo de los niños españoles víctimas de la Guerra Civil, Gabriela Mistral decidió en 1938 publicar su tercer poemario, titulado Tala, en Buenos Aires por la editorial Sur. Gabriela Mistral cedió íntegramente todos los derechos de este libro en ayuda de aquellos niños.

Tala es un nombre alegórico que evoca la cosecha que la poetisa realiza en su afán por reunir un conjunto de poemas publicados en revistas y periódicos dispersos en América y Europa. Por ejemplo, rescata poemas como "Saudade" escrito durante su estadía en Lisboa. Gabriela Mistral dedicó la obra a su amiga Palma Guillén y a través de ella consagró su libro a la piedad de la mujer mexicana.

Fiel a su compromiso por los niños, como motivo poético y de lucha personal, en Tala Gabriela Mistral demuestra asimismo un profundo sentido de identidad y preocupación por la tierra americana, dando paso a un nuevo caudal poético.

Gabriela Mistral recibiendo el Premio Nobel.
En la estación de Mopucho. Museo Gabriela Mistral.
Gabriela Mistral y Doris Dana. Museo Gabriela Mistral.

4.4. Una mujer moderna: periodista comprometida, corresponsal antibelicista, escritora feminista.

Carmen de Burgos, "Por los israelitas".

Veo con la imaginación los grupos miserables de judíos que llegan de Marruecos a las playas españolas. ¡Es tan fácil rehacer estos cuadros a los que estamos acostumbrados a ver en los puertos andaluces e italianos las bordas hambrientas de emigrantes!

Derrotados, débiles, enfermos, los infelices judíos llevan en las caras pálidas una muda interrogación: la incertidumbre por la suerte que les aguardará en España... Muchos de ellos son descendientes de aquellos desdichados que perdieron su vida o sus riquezas en nuestro suelo por el fervor religioso del Santo Tribunal de la Inquisición.

Se agrupan temblando sobre la cubierta de los buques; hay algo en su actitud del miedo que sacude con estremecimientos nerviosos el cuerpo del irracional acostumbrado al castigo. ¡Es tan triste, tan humillante para la humanidad que tiemblen así los hombres!... Al verse tratados con respeto, con afecto, los infelices expresan su gratitud y se sienten casi dichosos en el suelo hospitalario que redime hoy, al acogerlos, la barbarie de la expulsión.

Sin embargo, aun hay contra ellos prejuicios en nuestro pueblo; aun existen escritores que demuestran soberbiamente su irreflexión, creyéndolos apestados y leprosos; aun en columnas de grandes diarios se les niega amor y compasión hablando de Caifás, de Judas, de Longinos y de loa sayones que azotaron a Jesús... Urge deshacer esas leyendas, para que la España de hoy conserve su tradición hospitalaria y no manche su historia con los bárbaros crímenes cometidos por los antisemitas en otros países.

Los españoles tenemos una deuda de gratitud con los judíos, cruelmente tratados por nosotros. Han conservado el habla castellana y los apellidos de las ciudades de donde les arrojaron, En Bélgica, Rusia, Holanda, Inglaterra, Italia, especialmente en Roma, existen barrios enteros habitados por israelitas oriundos de España, que se llaman Alcalá, Soria, Toledo y Tarragona. (...)

Carmen de Burgos, "Guerra a la guerra".

No existe ninguna barbarie comparable a la que suscita la guerra, y sin embargo, se le concede tanto poder a los que la sostienen, que la prensa enmudece, los ciudadanos callan, y todos la secundan, escudados en la frase absurda de que es un mal necesario. ¡Necesaria la guerra! ¡Necesaria la destrucción! Y existen leyes que dificultan ocuparse abiertamente de estas cuestiones. Hace poco en la guerra de Melilla se decía que era antipatriótico combatir la campaña. ¿Acaso no eran más patrióticos los que se oponían a esa desdicha vergonzosa? Y todos callamos, de buen grado unos, otros por no poder publicar los artículos (como me sucedió á mí), y el absurdo se consumó, y el resultado escrito está en la conciencia de todos, aunque nos amordacen con encarcelamientos cuando se quiere hablar. Noel, un voluntario, que sería más admirable si hubiese ido de cronista en vez de alistarse par a la cacería de hombres, escribió una frase en carta particular: «Diles a los hombres, si yo muero, que la guerra es digna de ellos.» Por algo escribe Letourneau: «Nos complacemos en esperar que una humanidad mejor que la nuestra acabe con las luchas; pero ¿qué pensarán los hombres entonces de esta civilización de que tan orgullosos estamos?».

Si como genios del mal la guerra tuvo apóstoles para cantar sus excelencias, como un José de Máistre y un Moltke, que nos la pintan como santa divisa, «que impide caer en el repugnante materialismo», podremos oponerles á centenares los grandes hombres que levantaron contra ella su voz: Pascal, Swift, Spinoza, Rod, Richet, Mazzini, Kant, Castelar y otros muchos, de cuyas opiniones me voy a valer par a contestar los argumentos de la guerra sin caer en la ley de Jurisdicciones.

¿Sois religiosos? Escuchad la voz de los grandes redentores de ]a humanidad, Buda, Cristo; ellos condenan la guerra. Oigamos á sus precursores Leo-Tsé é Isaías. «El arma más bella—escribe el primero—no es un arma bendita. lL que se regocija de la victoria se regocija del asesinato de los hombres.» «Son vuestras iniquidades—dice el segundo (c. LIX— las que os han separado de vuestro Dios, porque vuestras manos están manchadas de sangre.» Y sin embargo, se hace la guerra en nombre de un Dios de misericordia, se queman 'herejes... ¡Qué absurdo! [...]

Entendamos bien todo esto, para no caer en la anomalía de que el partido socialista pida el servicio militar obligatorio; lo que hay que pedir es la supresión de los ejércitos, el desarme, las conclusiones de la conferencia de La Haya, que acaben de una vez para siempre las odiosas guerras. Las del siglo pasado [s. XIX] costaron la vida a catorce millones de hombres. ¿Comprendéis el horror de esta cifra? Ninguna guerra vale una sola vida. ¡Hay en ellas tanto amor, tanto dolor!

Yo he visto la guerra, he presenciado la tristeza de la lucha; he contemplado el dolor de las heridas en las frías salas de los hospitales, y he visto los muertos en el campo de batalla... Pero más que todo esto, me ha horrorizado la crueldad que la guerra despierta, cómo remueve el fango en nuestras almas, cómo nos habitúa con el sufrir ajeno hasta casi la indiferencia... y sobre todo ¡cómo penetra el odio en los corazones! Sí; con la barbarie de la guerra surgen los atavismos bestiales borrados en nuestra selección. El enemigo no es ya nuestro hermano. Sentimos el deseo de matar. ¡Qué horror! Si dejáramos hablar a los corazones, no habría guerra, no habría enemigos. ¿Utopía? No; eso grande, superior, que llamamos Dios, lo llevamos en nuestras almas.

Queremos imponer nuestra civilización. ¿Qué es civilización? ¿Acaso no son más civilizados los que están más cerca de la Naturaleza? Creemos progreso todas estas máquinas eléctricas, trenes, automóviles, palacios, y cuanto al inventarse nos esclaviza con nuevas cadenas y crea mayores necesidades. Todos los trabajos rudísimos, la división de pobres y ricos, nace de esto, y se dice que del lujo viven los menesterosos. Cierto. Pero si no se hubieran inventado vivirían mejor. La libertad, la igualdad están en la vida primitiva.

Para defender este orden de cosas ridículas se sostiene el ejército y se habla de obligar a todos al servicio militar. "Oigamos sobre esto, para terminar, a Tolstoi; «No hay nada más vergonzoso que ese servicio militar obligatorio que alista a todos los hombres contra su voluntad, a la edad de la ternura, para trabajo de criminales... En los bárbaros tiempos de Gengis Khan no mataban más que los que tenían afición á la carnicería. Las gentes gozaban del derecho de quedarse en su casa, de cultivar sus tierras, de soñar, de hacer el bien. El mundo civilizado pone el fusil en la mano del hombre, le da orden de matar, y si el hombre arroja el arma y rehúsa ser homicida, se le trata como delincuente... Todo hombre debe, ante todo, y cueste lo que cueste, negarse a tal servidumbre.» No se alegue que pelea para mantener el orden o contra otras razas. Todo el pueblo obrero, desdichado, oprimido, y todas las naciones de la tierra, forman, con sus mismos verdugos y tiranos, un conjunto único: el hombre. En toda guerra, sea cual fuere, padece siempre la humanidad.

Y estos hombres que se niegan a matar, que prefieren morir con las manos puras, en paz con su conciencia, son los Drojin y los Olkhovik de Rusia, los Nazarens de Austria, los Groutandiers de Francia, los Terrey de Holanda y los valientes Doukhobors de América y de Rusia. ¡Gente admirable que se negó con entereza a ser cómplice del crimen legal! Debemos aumentar su partido, inculcar sus doctrinas a nuestros hijos, predicar el amor entre todos los pueblos... y si las doctrinas de paz se imponen por medio de la fuerza aún, luchemos denodadamente para lograr el fin de las luchas. ¡Guerra a la guerra!

Autora: Carmen de Burgos, Al balcón, recopilación de artículos periodísticos, edición digitalizada del original, Sempere, Valencia, 1912.


Carmen de Burgos: fragmentos del ensayo La mujer moderna y sus derechos (1927).

Se está realizando ante nuestros ojos una de esas profundas evoluciones que transforman la sociedad y de las que apenas se dan cuenta los que sufren el choque de los nuevos elementos, que arrastran todo lo que había servido de base para moldear ideas y sentimientos.

Si los comienzos del cristianismo marcan una nueva Era, y la Revolución francesa es el principio de una Edad, no puede dudarse que la Gran Guerra, que estalló en 1914, da comienzo a un nuevo período histórico y remueve hondamente principios y costumbres. (...)

Aunque existe ya una gran mayoría de mujeres preparada para la misión social que en el mundo de la postguerra deben desempeñar, se necesita una gran prudencia para no malograr el fruto en esta época de adaptación, pudiéramos decir de transplante, en la que así como el árbol pierde sus hojas y conserva las yemas que han de dar nuevos brotes, la mujer debe perder la falsa hojarasca de preconceptos, ideas falsas y costumbres arbitrarias, conservando lo de noble y fundamental que hay en su naturaleza, lo que constituye una verdadera orientación. (...)

La primera conquista importante del feminismo fue la de hacer que se le tomase en serio, que cesasen las fáciles bromas y chistes de mal gusto, que hombres eminentes se declarasen partidarios de la liberación de la mujer y se definiera con claridad que feminismo significa: partido social que trabaja para lograr una justicia que no esclavice a la mitad del género humano, en perjuicio de todo él. (...)

Rara vez puede encerrarse una idea en los estrechos moldes de una definición y menos el feminismo, que tiene tan amplias acepciones y más acción que doctrina, para lograr la liberación de la mujer y mejorar su condición a fin de garantir sus derechos individuales en nombre del principio del derecho humano y en interés de la colectividad, que realizará más fácilmente su misión contando con el concurso de las dos mitades que la constituyen: Así, pues, el feminismo encierra como doctrina los principios más puros de libertad y de justicia y como obra, entraña una gran utilidad social. (...)

La palabra no es más que el signo representativo del problema que se agita en el seno de la sociedad y que no es de esos que podríamos llamar secundarios, porque no afectan más que a determinado número de individuos o porque nacen de convencionalismos. El feminismo existe, independiente de la voluntad, y comprende a la sociedad en general. Nace de la injusticia, del malestar, que una parte de la humanidad sufre. Sólo puede resolverse restableciendo la integridad de la justicia para que todos tengan garantizado su derecho. (...)

El aire moderno, que avivó la hoguera, vino de tierra americana, no sólo por ser un país más joven, más libre de prejuicios que engendra la historia, desbordante de rica savia productora y de fermentos generosos, sino porque la lucha se hacía en él ruda, empeñada, y exigía el desarrollo de todas las fuerzas activas. La semilla había sido de Europa; de América venía el fruto maduro. (...)

El feminismo es algo más serio. Su hoguera prendió en el mundo a impulso de las necesidades económicas que levantaron sus llamas, avivadas por el dolor y el sufrimiento de la esclavitud femenina. Se había ido verificando, al través del tiempo, sin darse apenas cuenta, una evolución en la familia y en las condiciones económicas de las naciones, y no, ciertamente, por influencia de la mujer. Desapareció, casi por completo, un tipo de organización familiar dentro de la cual, aunque carecía de derechos, la mujer se sentía moralmente amparada. Apenas existen ya aquellos hogares que cobijaban, cerca de la débil luz de aceite, a una familia amorosa, cuyo jefe protegía a cuantas mujeres lo ligaba una relación de parentesco, por lejano que fuese. La mujer encontraba siempre albergue en aquellos hogares donde la rectitud más severa era norma de conducta. Tenía satisfechas sus necesidades económicas; no habían penetrado aún en su espíritu inquietudes ni ambiciones y se resignaba a la vida rutinaria. (...)

Y a la transformación de la familia acompañó la transformación económica. La vida se hizo más difícil; con las grandes fábricas y las grandes empresas industriales escasearon jornales y trabajo. La mujer, para ganar su sustento, no contando con un hombre que la mantuviese, tenía que salir del hogar para ir al taller y a la fábrica.

No podía vivir de contar estrellas, como en la leyenda inglesa. Tenía que elegir entre trabajar o arrastrar una existencia abyecta; ya que se le suele ofrecer, a cambio de su dignidad, lo que no se concede a su conmovedora debilidad. Esta fue la raíz del movimiento feminista. Las mujeres se acogieron a la doctrina que predicaba su igualdad social con el hombre, llenas del mismo fervor que siglos antes había convulsionado a los esclavos, al oír las teorías igualitarias del cristianismo. Y frente al feminismo se agudizó también el antiquísimo antifeminismo. Representaban éste los hombres injustos y celosos de su hegemonía y las mujeres egoístas que temían perder una situación de privilegio.

Se proclamó con todos los tonos patéticos que la naturaleza marca la misión de los dos sexos. El hombre debe trabajar, la mujer no debía ser más que madre, ángel del hogar, reunión de todas las gracias y bellezas. Esto, traducido al lenguaje vulgar, significa que la mujer no debía ser más que servidora y recreo del hombre. Pero si se hubiera hecho una ley de acuerdo con su canto lírico, para que todos los hombres hubiesen tenido la obligación de sustentar a ese «ángel del hogar», al que ellos se encargaban de cortar las alas, sin que tuviesen necesidad de trabajar y sin menoscabo de su dignidad de mujeres, la protesta hubiera sido general. Invocar la maternidad para mantener la esclavitud, envuelve un cinismo superlativo y un desconocimiento inexplicable de la expansión que requiere la actividad de las mujeres que no han sido madres y de las viudas y casadas que, después de criar y educar a sus hijos, terminada la misión materna, tienen energías que reclaman aplicación.

Pero ese canto, con el cual hicieron los hombres de sirenas, engañó a muchas pobres mujeres, que aceptaron la idea de su inferioridad como un dogma. Una de las más grandes dificultades que encontró el feminismo fue la oposición de las mismas mujeres. Acostumbradas a la esclavitud se asustaban de la Iibertad, a la que iba unida la idea de responsabilidad. Otras no se daban cuenta, en medio de su ignorancia e inconsciencia, de lo importante que era verse libres de los males que las afligían; algunas deseaban contentar a sus dueños con la sumisión.

Se repetía el fenómeno que se verificó al libertar a los esclavos y a los siervos; se oponían a su emancipación, movidos por el sentimiento de miedo a la libertad, que la herencia y la práctica de una larga esclavitud había impreso en ellos.

Tenían algunas miedo celoso a una clase de mujeres cultas: médicos, abogados, artistas, ante las que quedarían obscurecidas y no querían hacer ningún esfuerzo con la emulación para elevar su espíritu. Su fuerza estaba para unas entre sus cacerolas, para otras en sus gracias de salón, e imponían su autoridad despóticamente a la familia, escudadas en su carácter de Amas de su casa.

Se dio el caso de mujeres que imitaban, sin saberlo, a los súbditos de Fernando VII dando vivas a sus cadenas. Hubo algunas que felicitaron a Moebius por sus ataques a todo el sexo, con tal exageración que él, tan enemigo de la mujer, se vio precisado a defenderlas, asegurando que, «por fortuna, existen mujeres de alma sana» y la señora Fanny Sewelpf decía que su libro la aliviaba de la idea de que la mujer pudiera tener las mismas facultades que el hombre. Bien es verdad que un humorista podría repetir estas palabras. (...)

Se hacía creer que el feminismo era enemigo del hombre, que disolvía el hogar y constituía la negación del amor. No se podían convencer de que el feminismo no es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre, sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado. El amor y el hogar adquieren mayor solidez; porque la mujer libre otorga su amor en una abdicación consciente de sí misma, llena de una dignidad que no tiene la sierva. El marido encuentra en ella no una inferior inconsciente, frívola y ociosa, sino una igual a la que puede confiar todas sus ideas, sentimientos y aspiraciones. Nadie más beneficiado que el hombre mismo en el triunfo del feminismo, puesto que no podrá aspirar a ser grande mientras continúe sacrificando a su egoísmo la dignidad de su compañera.

Autora: Carmen de Burgos, La mujer moderna y sus derechos (1927).


Más información sobre la autora: mucho más que una acompañante de la generación del 98.

En el índice informatizado de la Biblioteca Nacional aparece el ítem: "Escritores de la generación del 98". Cuando se le solicita "escritoras de la generación del 98", la pantalla aparece vacía. Con este mismo criterio, se está conmemorando el centenario de aquel infausto año 1898. Ni un nombre femenino aparece en los escritos de historiadores, literatos, filósofos, periodistas, que indique al lector la existencia de mujeres en la España del final de siglo. Ni la de las mujeres anónimas, que tan mal vivían en un país que despilfarraba la riqueza en guerras imposibles, ni la de las más de doscientas escritoras, filósofas, dramaturgas, periodistas, corresponsales, que enriquecieron su época. Y el feminismo. Porque en 1898 se habla de feminismo en el mundo desde hace medio siglo.Las más famosas escritoras españolas de esa época defendieron el feminismo aun a costa de arriesgarse al repudio familiar y a la befa pública. A la vez que escribieron todos los géneros literarios: novela, cuentos, poesía, artículos, obras teatrales, crónicas y corresponsalías. Viajaron por diversos países y enviaron sus experiencias a los periódicos españoles, que abarcaron periodos de tiempo tan importantes en la historia reciente como las guerras carlistas, el liberalismo, la Restauración, los movimientos sociales, el auge del anarquismo y el sindicalismo, el nacimiento del socialismo, la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre. Y financiaron, dirigieron y escribieron las primeras revistas dedicadas a las mujeres, donde denunciaron la situación en que se encontraban, sometidas a toda clase de vejaciones y explotaciones, al entrar a trabajar masivamente en las fábricas. Los alegatos en favor de redimir tan dura condición se repiten en toda la obra de las escritoras. Mientras, excepto Vicente Blasco Ibáñez, los noventayochistas padecen una total indiferencia por los terribles sufrimientos que acosaban a la mitad de la población española.

Para los escritores del 98, la batalla dialéctica entre los partidarios del casticismo y los de la modernidad no concernía a las mujeres. La España que se disputaban unos y otros era no sólo una España que sufría la pérdida de las últimas colonias, que se agitaba entre la pervivencia de una estructura económica agrícola y caciquil y la renovación industrial, sino también, y fundamentalmente, masculina [...]

Si tenemos en cuenta que en 1870 sólo el 9,6% de las mujeres sabe leer y escribir, resulta sorprendente el número de las que cultivan las letras y publican sus obras.

Rosario de Acuña y Villanueva, escritora, dramaturga, periodista, perseguida por sus ideas liberales. Regina de Lamo Jiménez escritora y periodista anarquista. Apasionada defensora del sindicalismo y del corporativismo, difundirá las ideas más avanzadas que nacen con el siglo XIX: el control de natalidad y el aborto, la eugenesia, la eutanasia, el amor libre.

Faustina Sáez de Melgar es una de las entusiastas dedicadas a la promoción de la mujer. Funda el primer Liceo Femenino de la Villa y Corte. Es también poeta y novelista. Sofia Pérez Casanova, la más ilustre escritora gallega después de Rosalía de Castro, ha sido injusta y malévolamente olvidada, a pesar de haber sido propuesta para el Premio Nobel en 1923. Concha Espina, también propuesta para el Premio Nobel dos veces, en 1929 y en 1931. Blanca de los Ríos, que forma parte de algunas Academias de rango provincial, a la que se concede en 1924 la gran cruz de Alfonso XII y se le dedica un homenaje en la Academia de Jurisprudencia de Madrid, no alcanza tampoco el ilustre sillón de la Real.

Carmen de Burgos es de las más combativas feministas. Trabajadora incansable, llega a escribir el increíble número de 105 novelas cortas. Y Dolores Moncerdá, Carmen Karr, Caterina Albert (Víctor Catalá), María Lejárraga y García... ¿No son demasiadas para olvidarlas a todas?


Se veía que podía hacer mucho daño. Fíjate como fue, que hasta después de muerta Franco la persiguió. Manejaba una gran cantidad de códigos para llegar a las mujeres sin ser tachada de radical, y eso calaba más que cualquier otra cosa", explica la presidenta [de la Fundación Carmen de Burgos]. Para entender esta caza de brujas, repasaremos las ideas transgresoras de Carmen de Burgos en vida. Y, aunque fueron muchas y muy celebradas, pocos le atribuyen ese mérito hoy en día.

La "divorciadora"

Carmen de Burgos tuvo que esconder su perfil reformista detrás de multitud de seudónimos como Perico el de los palotes, Gabriel Luna o Marianela, pero el más famoso de todos fue Colombine. El mote se lo puso Augusto Suárez de Figueroa, que fundó el Diario Universal tras abandonar la dirección del Heraldo de Madrid. Allí fue donde Colombine dio sus primeros pasos como periodista con una columna semanal titulada Lecturas para la mujer, con lo que se convirtió en la primera redactora con un espacio propio en nuestro país.

Sobre el papel, Carmen tenía que dar consejos a las señoritas casaderas y a las amas de casa sobre belleza y hogar. Y así lo hizo. Lo que tampoco le impedía meter poco a poco píldoras políticas, sufragistas y de empoderamiento para sus lectoras.

Ella sabía de buena tinta que el matrimonio, muchas veces, estaba lejos de ser la panacea que predicaba el "ferviente catolicismo", como Burgos lo refería. Se casó a los 16 años con un periodista alcohólico y mujeriego en Almería y, tres abortos y un millar de noches solitarias después, lo abandonó con su única hija entre los brazos para partir en dirección a Madrid.

En 1903, Columbine comenzó en el Universal, donde un año más tarde publicaría su polémico artículo El club del divorcio:

"Me aseguran que muy en breve se fundará en Madrid un ‘Club de matrimonios mal avenidos’, con objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las Cámaras".

Las reacciones del público, algunas a favor y casi todas airadamente en contra –de donde nació el sobrenombre de "la divorciadora"–, le inspiraron para escribir un libro al respecto.

El divorcio en España (1904) recogía los testimonios de importantes intelectuales del país como Azorín, Unamuno, Pardo Bazán, Blasco Ibañez o Francisco Giner de los Ríos, en los que incluso Emilia se mostró equidistante. "No tengo opinión alguna sobre el divorcio. (…) Necesitaría dedicarme a estudiar esa cuestión, y no dispongo de tiempo", se excusó la gallega, como indica Mar Abad en este completo perfil.

La encuesta final de lo que ella llamó "un libro colectivo ó social" arrojó un resultado de 1462 votos a favor y 320 en contra del divorcio. Pero Burgos no se sorprendió, sino que lo tomó como una muestra del flagrante retraso de su país respecto a Europa.

"Sólo Italia, Portugal y España no tienen establecido el divorcio, aunque consienten el matrimonio civil. El hecho de que se empiece á discutir entre nosotros la conveniencia del divorcio como una idea nueva demuestra un lamentable retraso.

De nuestro plebiscito resulta que la opinión de España es favorable al divorcio y es indudable que se establecerá entre nosotros como conquista de la civilización".

No contenta con el resultado, dos años más tarde se embarcó en la labor de hacer campaña por el sufragio femenino en una columna del Heraldo de Madrid, con la que terminó de sembrar antipatías. La idea le vino tras recibir una beca en 1905 del Ministerio de Instrucción Pública para viajar y estudiar los sistemas de educación de otros países.

De todos esos destinos, llegó especialmente conmocionada de Francia, hogar de Émile Zola y del Lyceum Club de París, donde Carmen de Burgos conoció a las sufragistas británicas y se imbuyó de sus ideales.

La corresponsal de guerra antibelicista

Sin embargo, la columna El voto de la mujer tuvo que cerrar por presiones, así que Colombine hizo las maletas y, en 1909, se lanzó a un nuevo reto en el Heraldo. "Sus crónicas de guerra son imprescindibles", recuerda María Serrano. Fue la primera corresponsal mujer en pisar un campo de batalla, en este caso el de la Guerra de Melilla. Burgos mandaba sus artículos desde la ciudad asediada, en los que poco a poco destilaba un creciente tono antibelicista.

"El mundo civilizado pone el fusil en la mano del hombre, le da orden de matar, y si el hombre arroja el arma y rehúsa ser homicida, se le trata como delincuente… Todo hombre debe, ante todo, y cueste lo que cueste, negarse a tal servidumbre".

"No anteponía la rebeldía de la mujer sobre el hombre, sino que pregonaba la igualdad de derechos humanos. Es por eso que hizo una importante campaña por la objeción de conciencia", recuerda la presidenta de su Fundación. Estas ideas, ya más reposadas, las amplió en un artículo llamado ¡Guerra a la guerra! y más tarde en su libro Al balcón (1912).

"Sí. He hecho el periodismo vivo, activo, de batalla. He sido la primera mujer que se ha visto ante la mesa de la Redacción, que ha hecho reportajes, que ha organizado encuestas, que ha vivido y sentido. En fin, el periodismo de combate, ágil, nervioso y bohemio", respondía en una entrevista al final de su vida.

Pero Columbine no se debió solo a las rotativas, sino que fue una figura imitada y admirada en los círculos literarios gracias a sus once novelas largas, el centenar de novelas cortas, sus cuentos y ensayos. Un gran ejemplo fue Puñal de claveles (1931), basado en el crimen de Níjar y que inspiró a Lorca en la magistral Bodas de sangre. La versión de la escritora es un canto a la emancipación de la mujer y a la búsqueda de la pasión, que Burgos encontró junto al escritor Ramón Gómez de la Serna, 21 años más joven que ella.

También se atrevió con la homosexualidad en la novela corta Ellas y ellos o ellos y ellas; con el Artículo 438, que daba cobertura legal al marido para asesinar a su esposa si le era infiel, en un libro homónimo; y con el feminismo sin medias tintas en La mujer moderna y sus derechos (1927).


Más información sobre el tema: pacifismo feminista en el movimiento obrero (socialista y anarquista) y en la burguesía catalana.

  • Helena Establier (2011): "La dama roja: literatura y pacifismo en Carmen de Burgos Seguí". Analecta Malacitana.

Estaba probablemente en lo cierto Rafael Cansinos Assens cuando en sus diarios se refería a Carmen de Burgos como «la dama roja» [La novela de un literato], etiqueta que sugiere una clara vinculación de la autora con la actividad política organizada. Las llamadas Damas Rojas de Madrid constituían, de hecho, una agrupación femenina radical, ligada al Partido Republicano, que entre 1909 y 1911 combinó el proselitismo político —propagación de los ideales de libertad y república— con labores asistenciales a sus correligionarios. Posiblemente sus integrantes procedían de las clases medias y estaban relacionadas con el feminismo librepensador de entre siglos. Desde los primeros contactos entre republicanos y socialistas —tras el verano sangriento de 1909, protagonizado por la contienda africana y los sucesos de la Semana Trágica—, que culminarían en el mes de noviembre con la dimisión de Maura y la consolidación de la Conjunción Republicano-Socialista, las Damas Rojas comenzaron a colaborar con el Grupo Femenino Socialista de Madrid (1906-1914), que venía desarrollando una labor política, de difusión del ideario de la izquierda, entre las mujeres de la clase trabajadora.

Carmen de Burgos, quien ese mismo verano había cubierto la guerra de Marruecos como corresponsal del Heraldo de Madrid, trabajó activamente a la vuelta de Melilla junto a ambas agrupaciones. Sus contactos con las Damas Rojas se habían gestado con anterioridad, posiblemente a partir de su relación con una de las fundadoras del grupo, Consuelo Álvarez Pool (Violeta), que había pertenecido a Unión Republicana y que era asidua, según nos cuenta Cansinos Assens, a la tertulia de Colombine en aquella primera década del siglo. Eran frecuentes, en cualquier caso, los trasvases entre las militantes de ambas asociaciones, republicana y socialista, así como la participación conjunta en actos de propaganda política. En julio de 1910, tras el acercamiento de las republicanas a la causa socialista, Carmen de Burgos inicia su militancia activa en la Agrupación Femenina Socialista. Aunque su presencia en el grupo como afiliada es más bien breve, interrumpiéndose entre mayo de 1912 y agosto de 1917 por desavenencias internas [probablemente relacionadas con la causa pacifista], lo cierto es que en el mismo período en que se produce la guerra de Marruecos y en los años inmediatamente posteriores, Colombine se encontraba colaborando activamente con las damas izquierdistas de la capital.

Tal y como hemos señalado con anterioridad, las ideas expuestas por Carmen de Burgos en los textos periodísticos y literarios que escribe en los meses inmediatamente posteriores a su visita a Melilla, coinciden plenamente con la postura de férrea oposición a la contienda marroquí que mantenían la Conjunción Republicano-Socialista y las agrupaciones femeninas cercanas a ésta con las que colaboraba Carmen de Burgos. En mítines y artículos perio- dísticos, Damas Rojas y jóvenes socialistas ensayaron estrategias de movilización de las mujeres contra la guerra basadas en una apelación a la conciencia femenina, a la función de dar y conservar la vida que todas ellas asociaban a su identidad de género. No es de extrañar, a la vista de la participación de las asociaciones femeninas en el asunto, que Carmen de Burgos accediera a cubrir la información de la guerra in situ para el Heraldo de Madrid; era un medio inmejorable de obtener datos y testimonios sobre lo que estaba ocurriendo realmente en Marruecos tras el desastre del Barranco del Lobo, para utilizarlos, a posteriori, en esa campaña antibélica en la que se hallaban empeñadas sus correligionarias.

Los artículos que escribe durante la contienda demuestran, no obstante, una gran contención por parte de la autora, que, como ella misma reconoce más tarde, se encuentra sometida a una férrea censura por parte del gobierno de Maura. (...) Habrá que esperar a la caída de Maura en octubre, y en especial al inicio de la andadura de la Conjunción republicano-socialista y a la finalización de la campaña de Melilla el mes siguiente, para que Colombine se atreva a dar rienda suelta a su discurso antibélico. Recordemos que el 29 de octubre publica en El cuento semanal su relato En la guerra, que posteriormente recoge de nuevo en una colección de novelas cortas del mismo título, y también que en esa misma época prologa la obra Por los que lloran (Apuntes de la guerra)39 del que había sido corresponsal de El liberal en Melilla, Pedro Luis de Gálvez, que se publica ya en 1910. Los dos textos mantienen, pese a la distancia en sus respectivos formatos —novelita «documental» el primero, breve ensayo el segundo—, una absoluta coherencia en las posiciones ideológicas de la autora sobre la reciente campaña marroquí, expresando sin ambages el rechazo a la guerra y enfocando el conflicto desde su lado más íntimo, más familiar, más «femenino», el de los afectos y los sentimientos. En perfecta sintonía con los argumentos del feminismo nacional e internacional del momento, Carmen de Burgos presenta la causa de la paz como una labor intrínsecamente ligada a la esencia femenina y a su capacidad reproductiva, como una prolongación natural de esa ética del cuidado en la que nos hemos reconocido históricamente las mujeres y que hemos asumido como propia. (...)

Sin embargo, entre 1910 y 1912, fecha en que el asunto marroquí vuelve a estar de actualidad, las ideas de Colombine al respecto se van distanciando de los argumentos socialistas, y aunque la autora milita aún en las filas del partido, no duda en oponerse públicamente y con virulencia a las premisas de éste sobre la obligatoriedad del servicio militar. El texto «¡Guerra a la guerra», recogido en 1912 en Al balcón, es buena muestra de la distancia que media en este momento entre las ideas de la autora y las consignas socialistas. En él, la autora denuncia la habitual justificación de la guerra como «mal necesario» y se rebela ante las acusaciones de antipatriotismo formuladas contra quienes se opusieron en su día a la campaña marroquí. Bien lejos han quedado por cierto aquellos tiempos de la guerra de Cuba, en los que Carmen de Burgos respaldaba la defensa de la patria y la gloria nacional; ahora, casi tres lustros después, recurre a voces de autoridad tan relevantes y tan dispares como las de Lao-Tsé, el profeta Isaías, Anatole France, Leon Tolstoi o Guy de Maupassant para denunciar la sinrazón de una guerra amparada en la defensa de la civilización, y no duda en recurrir a su propia experiencia en el campo de batalla para desautorizar la posición de su partido al respecto:

"Yo he visto la guerra, he presenciado la tristeza de la lucha; he con- templado el dolor de las heridas en las frías salas de los hospitales, y he visto los muertos en el campo de batalla [...] Entendamos bien todo esto, para no caer en la anomalía de que el partido socialista pida el servicio militar obligatorio; lo que hay que pedir es la supresión de los ejércitos, el desarme, las conclusiones de la conferencia de La Haya, que acaben de una vez las odiosas guerras. Las del siglo pasado cos- taron la vida a catorce millones de hombres. ¿Comprendéis el horror de esta cifra? Ninguna guerra vale una sola vida. ¡Hay en ellas tanto amor, tanto dolor!".

(...)

La contienda mundial de 1914 sorprendió a Carmen de Burgos viajando por Europa en busca del sol de medianoche. Aunque el periplo, que incluyó la visita a varios países europeos —Suiza, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega— debía finalizar en Rusia a la vuelta de Cabo Norte, el estallido de la guerra obligó a Colombine y a su hija a variar sus planes e iniciar el regreso a través de Alemania sin ver la tierra de los zares. (...) Ya en sus primeras crónicas, enviadas desde Londres entre el 25 y el 30 de agosto mientras esperaba pasaporte para poder regresar, Colombine expresaba su desaprobación hacia la irracionalidad generalizada que parecía haber aquejado repentinamente a la civización europea, y muy en especial hacia la actitud de los alemanes en el conflicto, resaltando su crueldad contra el pueblo ruso.

Durante los cuatro años que duró la guerra, ésta se convirtió en tema de la labor literaria y periodística de Carmen de Burgos en diversas ocasiones, a través de decenas de artículos para el Heraldo y en cuatro novelas cortas que publican en «Los Contemporáneos» y en «La novela corta» entre mayo de 1917 y septiembre de 1919: El permisionario, Pasiones, El desconocido y El fin de la guerra. (...) Las protagonistas de estas novelas de Colombine aman, sufren y trabajan en tiempos de guerra, mientras los hombres destruyen el proyecto social colectivo en nombre de una abstracción: «Nada merecía todo el dolor que se encerraba en las mujeres, en el alma de los soldados. No había nada que lo pudiera justificar por pomposo que fuera su nombre» [Pasiones]. Ellas son la única esperanza de la sociedad del mañana, y así, pacifismo y feminismo llegan a imbricarse casi total- mente en las posiciones ideológicas de la escritora, que aprovecha su campaña antibélica para llevar a cabo una obstinada reivindicación del valor y de la capacidad de las mujeres en el mundo moderno. (:::) Son numerosos los artículos donde la autora revela los diferentes modos en los que la urgencia de la guerra ha conseguido resolver la polémica acerca de la idoneidad de las mujeres para el desarrollo de la vida pública (...) Señala así Carmen de Burgos que «esta guerra nefasta ha probado tanto el trabajo y el valor de la mujer que ya no se podrá sonreír del feminismo» ["Cosas de actualidad"], para concluir que «es indudable que los Códigos se han de transformar después de la guerra, como reclaman los hechos en que interviene la mujer» ["Espigueo"]. (...)

El vínculo entre la práctica de la paz y el desarrollo de una sociedad más igualitaria, o, dicho con otras palabras, el convencimiento de que el acceso de las mujeres a las estructuras de poder resulta esencial para promover y mantener la paz, es no sólo el fundamento básico de la campaña antibélica de Carmen de Burgos, sino un argumento esencial que ésta comparte con el movimiento internacional de mujeres del primer tercio de siglo, en el que se inserta en su triple vertiente de sufragista, feminista y pacifista, y, en general, con las reivindicaciones feministas de toda la centuria.


Después del 9 de julio [de 1909], a medida que los combates en la región de Melilla se hacían más intensos, la propaganda de derechas trataba de ganar a la opinión pública a la causa de la intervención en Marruecos, a la que se presentaba como una cuestión de “honor nacional”, que había sido “ultrajado por lo moros” y que era preciso vengar.

Para el PSOE, “una guerra de conquista”

No era ésta, naturalmente, la opinión de las izquierdas, fundamentalmente del PSOE, que denunciaba que la guerra en el Rif no era una guerra en “defensa del honor nacional”, sino una “guerra de conquista”. Lo que irritó más los ánimos de la población fue el Decreto publicado en el Diario Oficial del 11 de julio que llamaba a los reservistas al servicio activo. Las unidades de reserva carecían de hombres suficientes y hubo que llamar a filas a las clases de la segunda reserva, que correspondían a 1903, cuyos elementos no habían tenido un fusil entre las manos durante los últimos cuatro años. En estas condiciones, los soldados, que además de estar mal equipados, tenían tan insuficiente instrucción, iban a una muerte segura. La mayoría de los reservistas eran hombres casados y con hijos y, como las familias no recibían ningún subsidio del Estado, las mujeres y los niños quedaban en la más absoluta miseria.

Las protestas contra el envío de tropas, particularmente las constituidas por reservistas, no tardaron en extenderse por todo el país. Particularmente importantes fueron las de Madrid, donde los socialistas organizaron el 11 de julio un gran mitin contra la guerra. Un grupo de reservistas que debía salir de Madrid el 20 de julio vio demorada su partida por numerosos manifestantes, la mayoría mujeres, que ocuparon la estación y se sentaron en las vías férreas para impedir la salida de los trenes. Pero fue, sobre todo, en Barcelona donde el Partido Socialista se mostró más eficaz, por estar allí uno de los puertos en los que embarcaban los soldados que iban para Melilla. La campaña de los socialistas se centraba en el antimilitarismo y en que la guerra de Marruecos no era “por España”, como declaraba el gobierno, sino para defender los intereses del capitalismo, representado particularmente por las minas del Rif. En Barcelona, lo que empezó siendo un movimiento de protesta contra el embarque de tropas para Marruecos y contra la guerra fue desviado de sus verdaderos fines para transformarse en un violento movimiento anticlerical, en el que las masas descargaron su ira e indignación quemando conventos. Estos actos de violencia gratuita no ponían en peligro las estructuras sociales y políticas. La organización de la huelga general, que los socialistas habían decidido lanzar para el 2 de agosto fue rebasada por los acontecimientos. La mayoría de los responsables de la organización de la huelga fueron encarcelados antes de poder actuar. En estas condiciones los elementos radicales pudieron fácilmente arrastrar a las masas populares a acciones, en las que podían descargar su ira sin poner en peligro el orden establecido.

Los sangrientos sucesos que se produjeron en aquellos días, conocidos como la Semana Trágica de Barcelona, tuvieron importantes repercusiones en el país. El fusilamiento el 13 de octubre de Francisco Ferrer, considerado el principal promotor de los violentos sucesos, desencadenó en toda España y en el mundo entero una ola de protestas y manifestaciones y provocó la dimisión del gobierno conservador presidido por Maura. De otro lado, al ofrecimiento hecho por el PSOE a los republicanos de llegar un acuerdo político con ellos para “emprender en el momento oportuno, una campaña a favor de los grandes ideales de la libertad y en contra de la reacción”,respondieron favorablemente los diputados Pérez Galdós, Azcárate, Giner de los Ríos, y otros, y el día 7 de noviembre de 1909 quedaba constituida la conjunción republicano-socialista en un mitin presidido por Pérez Galdós. Gracias a la alianza con los republicanos, los socialistas consiguieron tener representantes en el Congreso. Pablo Iglesias fue elegido diputado por Madrid en mayo de 1910.

Colombine en el teatro de la guerra

Pero ya es hora de que hablemos de Carmen de Burgos, a cuya aparición en el teatro de la guerra de 1909 vamos a referirnos.

Llegaba Carmen de Burgos a Melilla el 23 de agosto de 1909, según anunciaba el entonces único diario local El Telegrama del Rif, en una noticia publicada el día 24: “En el vapor “Cabo Nao” llegó a ayer la bella y notable escritora Carmen de Burgos, Colombine, redactora de Heraldo de Madrid, del cual ha recibido el importante encargo de estar al lado de la Cruz Roja de Melilla, dar cuenta de sus trabajos e informar a los lectores de aquel diario de cuanto a heridos o enfermos se refiere, proporcionando así datos al Heraldo para contestar a las peticiones de noticias que recibe”. Y el periódico añadía: “Colombine trae, pues, a Melilla una hermosa misión que cumplir, y seguramente la llevará a cabo a la perfección, pues no otra cosa puede esperarse de su talento y su actividad. Sea bienvenida la distinguida periodista al teatro de la guerra”.

A juzgar por cómo lo presentaba el citado diario, el viaje de Colombine a Melilla se inscribía en el marco de una misión humanitaria relacionada con la Cruz Roja. Puede que éste fuera, en efecto, el pretexto oficial, toda vez que la presencia de una mujer en el teatro de la guerra como corresponsal era algo absolutamente impensable en aquellos tiempos. Parece ser que el general Marina, capitán general de Melilla, se había puesto previamente en contacto con Carmen de Burgos para agradecerle su interés por los heridos, pero advirtiéndole de los peligros de que estaba rodeada la ciudad, la escasez de alojamientos y lo innecesario de su proyecto de creación de una sucursal de la Cruz Roja en la zona, dado que los heridos estaban ya “perfectamente atendidos”.

Era evidente que la presencia de una mujer como corresponsal de guerra no era del agrado de las autoridades militares, que preferían considerarla como enviada por su periódico para desarrollar únicamente una labor informativa sobre la situación de los heridos. La labor periodística de Colombine en Melilla quedó en cierto modo reducida a esto, porque lo cierto es que nunca envió crónicas sobre las operaciones militares. Heraldo de Madrid tenía ya un corresponsal en Melilla ocupado en estos menesteres. Se trataba de José Rocamora, que había empezado a enviar crónicas de Melilla desde el 21 de julio, y que las enviaba regularmente. De él tenemos crónicas sobre los combates del 18 y del 22 de julio, y, naturalmente, sobre el del día 27, más conocido como el del Barranco del Lobo, en el que hallaron la muerte 17 jefes y oficiales y 136 hombres de tropa, y resultaron heridos 35 jefes y oficiales y 564 hombres de tropa y soldados; es decir, que el total de bajas ascendió en un solo día a 752. Junto a las crónicas de Rocamora sobre las operaciones militares, había los artículos de opinión de Luis de Armiñán.

Carmen de Burgos, por su parte, instalada como el resto de los periodistas en el Hotel Reina Victoria, no paraba desde su llegada a Melilla ni un minuto, husmeando aquí y allá, y lanzándose a veces a operaciones arriesgadas que podían incluso poner su vida en peligro (...)


Líder anarquista y feminista, entiende y explica el reclutamiento forzoso de jóvenes para la guerra como una parte del entramado del sistema de explotación capitalista, que pretende extraerlos de su ambiente familiar y su cultura para acostumbrarlos a la violencia.

"Vosotros jóvenes, los que sois arrancados del hogar en nombre de una patria madrastra para recluiros en sucio cuartel donde van a convertiros en autómatas y homicidas hombres, los que recordáis las vicisitudes que en el cuartel pasasteis aprendiendo que únicamente el tunante, el verdadero tunante, logra esquivar la crueldad de un reglamento, madres, las que lloráis lágrimas de sangre al ver arrebatados a vuestros hijos, vuestra esperanza, vuestra alegría, mujeres todas, las que por poseer corazón noble y generoso os conmueven las lágrimas de esas pobres madres y el dolor de las familias desposeídas, imaginad que no sólo se reduce el reclutamiento de los mozos a vivir alejados un par de años de sus hogares, interrumpidas sus aficiones por esta lapso de tiempo, sino que acusa otro más grave daño, una peor deformidad que corroe el cuerpo social. (...)

No ignoro la suerte que se nos reserva a cuantos sostenemos esa campaña redentora, la más noble de todas. Cuanto más arrecien las persecuciones, los consejos de guerra, las medidas draconianas, más alta debemos poner nuestra voz, hasta que la justicia, la paz y el amor universal embellezca la vida de los humanos. ¡Oh, mujeres!, haced que vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestros amantes no vayan a embrutecerse, retenedlos a vuestro lado. El día que así se piense y obre, todos los pedestales donde se refugian los cuervos que se nutren de carne humana, de la carne nuestra, se desplomarán sin que nadie jamás intente rehacerlo".


Las mujeres no son naturalmente pacíficas y el pacifismo no es algo privativo de las mujeres, pero sí han puesto en marcha este movimiento colectivo, significativo históricamente, desde una posición de liderazgo y de autoridad femenina. El pacifismo es un movimiento que nace del feminismo, porque utiliza las redes que tenía creadas el sufragismo como movimiento internacional para organizar el congreso de La Haya de abril de 1915. Una de las grandes aportaciones de las mujeres a la Primera Guerra Mundial fue crear la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad.


El 28 de abril de 1915, nueve meses después del comienzo de la I Guerra Mundial, se celebró en La Haya el "I Congreso Internacional de Mujeres". Bajo la presidencia de la estadounidense Jane Addams, 1.136 mujeres de distintas culturas, lenguas y tendencias, procedentes de 12 países -incluso enfrentados en el conflicto-, se reunieron, desafiando los peligros y obstáculos del escenario bélico, en busca de la paz. Durante cuatro días, estas mujeres valientes y comprometidas, convencidas de que el logro de la paz, la igualdad y la justicia para todos eran objetivos inseparables, debatieron y denunciaron el horror de la guerra, elaboraron estrategias de paz e intentaron encontrar un mecanismo de mediación inmediato para detener la matanza.

De este Congreso surgieron varias iniciativas que urgían a los gobiernos del mundo a poner fin a la terrible guerra, y construir una paz permanente y con justicia. Sin duda, marcó el inicio del movimiento internacional de mujeres por la paz, del feminismo pacifista y antimilitarista con vocación internacionalista. Y fue el origen de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF).

El objetivo al fundar WILPF, como sigue siendo en la actualidad, era el de tener una organización a través de la cual las mujeres pudieran identificar y erradicar las causas profundas de la guerra y trabajar por la paz; garantizar la inclusión de los mujeres en los procesos de construcción de paz; defender los derechos de las mujeres y los derechos humanos; y promover la justicia social, económica y política.

El próximo 28 de abril WILPF cumplirá 100 años, lo que la convierte en la organización pacifista feminista más antigua del mundo. Además, WILPF cuenta entre sus mujeres con tres Premios Nobel de la Paz: Jane Addams, primera Presidenta, que fue galardonada en 1931, Emily Greene Balch, que recibió el Premio en 1946 y Alva Myrdal, en 1982.


Los tres núcleos de mujeres organizadas que hemos podido identificar en relación con las mujeres del Congreso de La Haya y WILPF, se configuraron en Valencia, Barcelona y Madrid.

En Valencia, en el núcleo feminista pacifista destacaron las hermanas Ana y Amalia Carvia Bernal. Formaban parte de la Asociación General Femenina (AGF), que abogaba por un feminismo laicista y librepensador, defendía la importancia de la instrucción de las mujeres a todos los niveles y estaba al tanto de cómo se organizaban las feministas ‘en los países europeos más avanzados’. En 1915, las hermanas Carvia fundaron la Asociación Concepción Arenal y la revista Redención que defendía el sufragio, la laicidad y el librepensamiento, presentándose como pacifista y feminista. En el informe del Congreso de WILPF celebrado en Viena en 1921, en la sección de saludos recibidos se incluye uno de la Asociación Concepción Arenal en el que esta asociación muestra su adhesión a los acuerdos del congreso anterior, celebrado en Zurich, en 1919.

En Barcelona, Carme Karr Alfonsetti (1865-1943), escritora, reformadora social y feminista, integrante del Comité Internacional de la Liga de los Países Neutrales, en octubre de 1915, fundó el Comité Femení Pacifista de Catalunya (CFPC) que recibió la adhesión de personalidades y entidades y se propagó a otras ciudades de Catalunya. La idea había sido de la pintora Antonia Ferreras y su presentación se hizo en el Ateneo de Barcelona. El CFPC se proponía “recullir un a un aquells sentiments qui sens dubte bateguen en el cor de les dònes d’Espanya, sentiments de germanor per el dolor d’aquelles dònes espartanes (voluntaries ó nó) qui veuen desertes y enrunades les llars familials, morts ó matant, els esposos, els fills, ells germans… (uniéndose al anhelo de paz de) aquelles nombroses agrupacions femenines pacifistes de l’extranger, qui escampen pel món llurs manifests, y alhora a les dònes d’Espanya, ens demanem amargament el per què nostra veu no s’ha alçat ja demanant el fi de la tragedia, com si no existís en tota Espanya una sola dòna amant de la Pau…”.

Entre las iniciativas que lanzó el CFPC destacó la campaña de la Postal de la Pau, una postal ilustrada por el dibujo que resultara premiado por un jurado, simbolizando los horrores de la guerra y conteniendo un pensamiento en los idiomas de los países beligerantes. La postal era para enviarla a los jefes de Estado y a personas que pudieran influir en poner fin a la guerra. La revista Feminal (1907-1917) que dirigía Karr difundió esta y otras iniciativas y dio cabida a las polémicas que se fueron dando en relación con la paz (...).


  • Carme Karr i Alfonsetti, periodista, compositora, feminista y promotora en 1915 del Comité Femenino Pacifista de Catalunya. Fundadora y directora de la revista Feminal, en la que publica sus dibujos la artista Lluïsa Vidal.

  • Dolors Monserdà i Macià, escritora y feminista conservadora, que dedica su inteligencia y sus esfuerzos a poner en evidencia la iniciativa económica de las mujeres burguesas y a promover a las mujeres trabajadoras.


Más información sobre Carmen de Burgos, líder feminista.


El movimiento feminista en el conjunto de España cobró un nuevo auge después de la Gran Guerra, como fruto de la alianza internacional tejida durante su transcurso. Carmen de Burgos tuvo un papel fundamental en su organización (concretamente, desde la presidencia de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas), que culminó en la publicación de la obra La mujer moderna y sus derechos (1927), de enorme relevancia, aunque fuera prohibida y anulada por la dictadura franquista.

Carmen de Burgos jugó un papel imprescindible en la historia y la cultura de la España contemporánea. Nacida en diciembre de 1867, en Almería, formó parte del movimiento regeneracionista que quiso modernizar el paisaje espeso y caciquil de la Restauración. Desde la enseñanza, la literatura, el periodismo y el activismo político, combatió las mentiras del pensamiento tradicionalista con una experimentada conciencia de la injusticia y la desigualdad. Y supo dar un paso necesario en su propia significación. Si figuras como Julián Besteiro o Fernando de los Ríos transcendieron los límites regeneradores de la Institución Libre de Enseñanza con una mirada socialista, Carmen de Burgos participó de este ensanchamiento vital e intelectual a través del feminismo.

Borrar el nombre de Carmen de Burgos fue una tarea obsesiva de la censura franquista. Mujer libre, republicana y anticlerical, ella representaba bien el sueño y la realidad lograda que quisieron silenciar los militares golpistas de 1936. La defensa totalitaria de los privilegios económicos de las élites se sostuvo sobre una ideología de vida cotidiana basada en la imposición del catolicismo represivo y en una idea tradicional de la familia: el dulce hogar, el sometimiento de la mujer al imperio del marido. Carmen de Burgos no sólo había roto con el papel del ángel del hogar extendido en la literatura de la Restauración (hija obediente, esposa sacrificada y madre dulce), sino que además había protagonizado las primeras campañas en favor del divorcio o del derecho de la mujer al voto. Había superado las fronteras entre lo privado y lo público que sometían la condición femenina en la vida familiar, la educación y el trabajo. Su literatura insistió con ejemplos en que las injusticias padecidas por toda la sociedad cobraban singular peso en la vida de las mujeres.

Obligada a rehacer su vida después de un matrimonio fracasado, Carmen de Burgos se abrió poco a poco camino en el periodismo y consiguió en 1898 el título de maestra superior en la Escuela Normal de Granada. En 1900 publicó su primer libro, Ensayos literarios, y se trasladó a Madrid, ciudad en la que pronto fue un referente literario y social. El esfuerzo de Carmen de Burgos estuvo marcado por la experiencia de su propia vida, la conciencia de la realidad en la que se movía y el deseo de transformación social. Su columna en el Diario Universal, iniciada en 1903 bajo el seudónimo de Colombine, se titulaba “Lecturas para la mujer” y apareció como una convencional tarea de curiosidades y consejos femeninos. Pero, en una estrategia consciente que caracterizó parte de su trabajo, fue introduciendo debates e ideas feministas que rompieron los límites de lo esperado.

Corresponsal de guerra en Marruecos, viajera por Europa y América, asimiló y difundió en sus trabajos lo más importante del pensamiento feminista de la época. La reivindicación de la mujer definió también una creación literaria que ella misma definió como el fruto de su “naturalismo romántico”. Los conflicto sentimentales y la descripción de la realidad sirvieron para señalar el modo en el que las mujeres sufrían de manera especial las costumbres establecidas. Alcanzó una gran repercusión literaria con sus colaboraciones en El Cuento Semanal y Los contemporáneos y con novelas como Los anticuarios (1919), El artículo 438 (1921), La malcasada (1923) y Puñal de claveles (1931). Esta labor literaria se consolidó además con el prestigio que le dieron sus ensayos biográficos sobre Giacomo Leopardi (1911) o Fígaro (1919).

Pero la labor decisiva para la cultura española de Carmen de Burgos se situó en la extensión del pensamiento feminista como causa social y democrática. Su evolucionado itinerario puede seguirse con claridad desde 1904, año en el que tradujo el libro de Moebius titulado La inferioridad mental de la mujer. Capítulos fundamentales son los ensayos La mujer en España (1906), Misión social de la mujer (1911) y La mujer moderna y sus derechos (1927). De la derechos domésticos de una mujer que merecía dignificar su existencia, pasó a la defensa completa de la igualdad pública. En esta evolución se condensaron buena parte de las transformaciones sociales que que hicieron posible la proclamación de la Segunda República en 1931. La vida le concedió la fortuna de ver realizados buena parte de sus sueños. Murió a los 65 años en el Madrid republicano de 1932.

En La mujer moderna y sus derechos, Carmen de Burgos intentó desmantelar la imagen lírica de la mujer. La sublimación de lo femenino, la figura del ángel sentimental, había dibujado un procedimiento ideológico de alabanzas envenenadas para someter a la mujer en el ámbito de lo privado. Romper este marco resultaba fundamental si se quería reivindicar una dimensión pública basada en la independencia económica, laboral y política. El protagonismo femenino demostrado a causa de la guerra del 14, cuando muchas mujeres sustituyeron en el trabajo social a los hombres destinados en las trincheras, necesitaba plasmarse en una nueva forma de vida más justa. Y esto afectaba tanto a la clase obrera como a la burguesía en un necesario pacto emancipador.


Recuperar la palabra de mujeres que deberían ser parte principal de la memoria de nuestro país es también una manera de demostrar que el feminismo no es una moda, ni ha surgido en las últimas décadas por combustión espontánea. Al contrario, estamos ante un movimiento de siglos, que no ha dejado de multiplicar sus energías y que, en consecuencia, se nutre del trabajo y el compromiso de miles de mujeres que nos precedieron. Por todo ello, es tan buena noticia que justo ahora, en este momento que algunas ya califican como de "cuarta ola feminista", recuperemos la que se ha llegado a calificar como "Biblia del feminismo español". La mujer moderna y sus derechos, publicado por primera vez en 1927, es uno de esos libros cuya lectura nos reafirma en la convicción de que el Derecho, que ha sido y es uno de los principales instrumentos de dominación patriarcal, ha de convertirse en la llave para la emancipación de las mujeres. Algo que Carmen de Burgos deja muy claro en un libro que fue censurado por Franco y que el nacionalcatolicismo incluyó entre las primeras nueve obras prohibidas: "La subordinación de la mujer está proclamada en nuestros Códigos. Se necesita en un plazo razonable de emancipación comenzar por la igualdad de derechos".

Con la riqueza literaria que siempre tuvo la almeriense, y con la agudeza de la buena periodista que fue, el libro nos plantea un recorrido por cómo las distintas ramas del ordenamiento habían mantenido a las mujeres como menores de edad y, por tanto, cuán urgente era entonces reformar un Derecho Civil que convertía a la mujer casada en esclava, o un Derecho Penal que se apoyaba en unos códigos morales diferenciados en función del sexo, o un Derecho Constitucional para el que las mujeres no eran ciudadanas. Las conclusiones de Carmen, tan próximas a las que mantendría Clara Campoamor en las Cortes constituyentes de 1931, son contundentes: "La ley masculina trata a la mujer como a los incapaces, excluyéndola del derecho de ciudadanía y de emitir su opinión. Sin embargo, el hombre analfabeto y sin talento tiene derecho al sufragio y a marcar los rumbos de su país. Solo por razón de su sexo se equipara a la mujer con los locos, los imbéciles y los criminales".

Pero lo mejor de La mujer moderna y sus derechos es que Carmen de Burgos no se limita a hacer un análisis de las leyes y de su necesidad de reforma, sino que nos ofrece prácticamente un tratado sobre lo que es el feminismo y sobre cómo es el género el que genera la desigualdad. Es decir, Colombine se anticipa a "la mujer no nace sino que se hace" de Beauvoir y deja muy claro desde el principio que no es el sexo lo que nos hace desiguales: "Nada hay en la naturaleza que justifique la esclavitud de la mujer". Por lo tanto, es necesario actuar sobre unas reglas sociales y una cultura que es la que provoca que las mujeres estén en una especie de minoría de edad. Y ahí es donde entra la acción necesaria del feminismo, al que define como "partido social que trabaja para lograr una justicia que no esclavice a la mitad del género humano en perjuicio de todo él". Nada que ver pues con lo que todavía hoy muchos, y algunas, siguen entendiendo que significa este pensamiento que "encierra como doctrina los principios más puros de libertad y de justicia y como obra, entraña una gran utilidad social". Una utilidad social que no es otra que "la liberación de la mujer y la mejora de su condición, a fin de garantizar sus derechos individuales en nombre del principio del derecho humano y en interés de la colectividad, que realizará más fácilmente su misión contando con el concurso de las dos mitades que la constituyen".

(...)

Son de una extrema lucidez las páginas que dedica a la influencia de la religión y la reivindicación que hace del papel de las mujeres en la Iglesia. Sin duda, en la línea de lo que hoy reivindican las teólogas feministas: "Cristo emancipa a la mujer socialmente, como a todos los oprimidos. En potencia su doctrina contiene el feminismo…". Absolutamente delicioso es el capítulo que dedica a la moda y a la belleza, en el que plantea muchos de los debates que hoy sigue manteniendo el feminismo, del cual señala que "ha venido a salvar la moda porque ha emancipado a la mujer" y, además, "ha proclamado el derecho de la mujer a cuidar su belleza. El poderse vestir y pintar a su gusto, sin disimulo, una de sus grandes conquistas…"

Sorprende -para bien porque es señal de su aguda mirada de intelectual, y para mal porque significa que hemos avanzado pero no tanto como debiéramos – la actualidad de muchos de los temas que Carmen de Burgos plantea en este libro. Así, por ejemplo, llama la atención sobre lo que hoy conocemos como brecha salarial y llega a afirmar que "no se comprende por qué la mujer vive en condiciones de mayor baratura". Llega a cuestionar, aunque en este caso con cierta prudencia, que la maternidad condicione la autonomía de las mujeres. Y llama la atención lo que subraya con respecto a la prostitución: "Con la complicidad del Estado hay una categoría de mujeres, verdaderas esclavas, mientras el hombre goza de seguridad e irresponsabilidad en el vicio". En otro orden de cosas, pero tan decisivo para la igualdad real y efectiva, el capítulo que dedica al derecho al saber y al papel de las mujeres en el arte, en la ciencia y en la cultura bien podría haber sido redactado por una socia de Clásicas y Modernas.

Debate: La sensibilidad con respecto a los derechos humanos. ¿Una cuestión de género?

Desde las primeras fases de la modernidad, la defensa de los derechos humanos está vinculada con la sensibilidad y con la empatía hacia los otros seres humanos. Así lo ha demostrado la historiadora Lynn Hunt en su ensayo La invención de los derechos humanos (2009).

"En el siglo XVIII -dice Lynn Hunt-, los lectores de novelas aprendieron a ampliar el alcance de la empatía. Al leer, sentían empatía más allá de las barreras sociales tradicionales entre nobles y plebeyos, amos y sirvientes, hombres y mujeres, quizá también entre adultos y niños [...] Los derechos humanos brotaron de lo que habían sembrado estos sentimientos. Los derechos humanos sólo podían florecer cuando las personas aprendieran a pensar en los demás como sus iguales, como sus semejantes de algún modo fundamental. Aprendieron esta igualdad, al menos en parte, experimentando la identificación con personajes corrientes que parecían dramáticamente presentes y conocidos, aunque en esencia fueran ficticios".

Hemos comprobado en el periodo anterior que las mujeres profesionales de la escritura (llamadas, de forma un tanto despectiva, poetisas o literatas) desempeñaron un papel fundamental en la lucha contra la esclavitud y afrontaron las consecuencias. Por ejemplo, Carolina Coronado tuvo que exiliarse junto con su marido norteamericano a Lisboa por promover la causa antiesclavista, cuando el gobierno español apoyaba a los confederados en la Guerra de Secesión de Estados Unidos, partidarios de la esclavitud. Dejó de escribir y nunca regresó.

Nos hemos acercado al fenómeno de la misericordia organizada, casi siempre por mujeres, para ayudar a las clases explotadas y marginadas de la sociedad: las sociedades de beneficencia, en las que Concepción Arenal desempeñó un papel fundamental, a través de su profesión y su reflexión.

Pero también hemos conocido que las mujeres trabajadoras en las fábricas (las cigarreras) eran modelo de solidaridad en la clase obrera. Algunas de ellas, como el grupo de Rosa Marina en Cádiz, se anticiparon a la burguesía para plantear las raíces del feminismo en los siglos XX y XXI: la defensa de los derechos de las mujeres y de los hombres a relacionarse en igualdad exigen una nueva organización social más justa con unas y con otros. Las activistas gaditanas publicaron y fundaron varios periódicos o revistas: los "Pensiles".

Así pues, más allá del fenómeno de la Literatura (romántica o realista) como ficción empática, el surgimiento de una nueva sensibilidad también está asociado al periodismo, que comenzó por ser, desde el siglo XVIII, un vehículo para la expresión de opiniones sobre los hechos.

Durante el cambio de siglo, en 1909, el testimonio de Carmen de Burgos nos demuestra que los sucesos narrados en la Guerra de Marruecos no podían presentarse de forma puramente objetiva, sino que podían -y, quizá, debían- presentarse desde una perspectiva crítica. La corresponsal se atreve a argumentar contra la inhumanidad de la guerra y a opinar sobre la acogida que habría que dar a las personas (en el artículo extractado: "Por los israelitas", los judíos sefardíes) en busca de refugio.

Su voz adquiere mayor relevancia si consideramos que habla a las puertas de la era de guerras que devastaron Europa y media humanidad: la 1ª Guerra Mundial o la Gran Guerra, la Guerra Civil española y su continuación en la 2ª Guerra Mundial.

También hay que tener en cuenta que en aquel año 1909 ocurrió una revolución obrera, cuando un contingente de jóvenes obligados por leyes injustas y discriminatorias a embarcarse para participar en la Guerra de Marruecos se negaron a aceptarlas. El resultado fue la Semana Trágica de Barcelona, así llamada por la represión sangrienta que sufrieron por parte del ejército.

Primera parte del debate.

¿Creéis que la sensibilidad de esas mujeres hacia los derechos humanos era mayor por el hecho de ser cultas, capaces de empatía con otros seres, o bien por sentirse subordinadas a un orden injusto: el patriarcado; o por varios motivos a la vez?

¿Cómo se adquiere o se educa en la empatía: la comprensión y la conmoción por lo que viven y sienten otros seres? Consulta algunas fuentes sobre el "cerebro empático" antes de responder.

Por ejemplo, este vídeo de la Universidad de Navarra o o esta conferencia TED de Abel Trillini.

Algunos estudios experimentales (Simon Baron-Cohen) constatan diferencias notables en la configuración del cerebro entre mujeres y hombres, quienes habrían desarrollado mayor capacidad para la sistematización que para la empatía, a semejanza de las personas autistas. Sin embargo, Simon Baron-Cohen dedica su investigación y su vida a organizar la educación de niñas y niños autistas para que aprendan a reconocer emociones y sean más empáticos.

¿Qué crees que estamos haciendo en nuestra sociedad para provocar que las mujeres y los hombres se desarrollen de forma desigual? ¿Basta con promover el acceso de las mujeres a la educación STEAM (en matemáticas, ciencias e ingenierías) o habría que potenciar, también el acceso de los hombres a la empatía con el sufrimiento humano?

Segunda parte del debate.

El filósofo y pensador Yuval Noah Harari sostiene (cfr. su famoso ensayo Sapiens) que el desarrollo de la especie humana, en comparación con los demás seres vivos, no ha sido fruto de una ventaja cerebral o física individual, sino, sobre todo, de la cooperación social masiva, que puede realizarse gracias a la imaginación y se canaliza a través de relatos compartidos, tales como las religiones o los derechos humanos. Puedes conocer sus ideas en el blog Poder e imaginación.

Se dice que los derechos humanos son fruto de la imaginación humana, en parte porque todavía no se han hecho realidad. ¿Qué diremos, entonces, de los privilegios?

¿Te parece justo y coherente defender el bienestar de unos pocos, pero desentenderse de la mayoría? ¿Te parece útil o perjudicial?

¿Qué opinas sobre los privilegios que disfruta una élite bajo la protección de leyes fabricadas para su propio interés, sea en su propio país o sea en el mundo globalizado?

¿Hay alguna razón (o narración) para excluir a personas que viven en otros países de esos mismos "derechos humanos", es decir, por el hecho de haber nacido humanos?

Primeras fuentes

Esquemas y mapas conceptuales.

Por Elena iglesias Fernández, 4º ESO, IES Hipatia.

Completa los esquemas con los nombres y las obras de las mujeres que han sido omitidos por enciclopedias y libros de texto.

1. Contexto histórico y socio-económico.


  • Restauración: periodo iniciado con la llegada del hijo de Isabel II, Alfonso XII, al trono.

  • Los partidos deciden pactar un turno entre conservadores y liberales que origina una corrupción.

  • La guerra de África fue un acontecimiento que se unió al desprestigio de los partidos.

  • Se produce el desastre del 98, donde hay una perdida definitiva de las colonias.

  • Gracias al crecimiento industrial aparece una clase obrera dentro del terreno económico.

  • En los episodios de la Semana trágica de Barcelona (1909) y el pistolerismo fallecen sindicalistas y empresarios.


2. Contexto cultural.

  • Entre intelectuales → reacción contra los valores del positivismo.

  • Nietzsche (1844-1900) → ''lo irracional'' e instintivo vs. cerebral y ordenado.

  • Kierkegaard (1813-1855) → filosofía existencialista.

Resumen: alejamiento de las posturas defensoras de la ciencia.

acercamiento a los valores del Romanticismo.


a) Prerrafaelismo.

Admiración por:

  • Lo primitivo.

  • Lo ingenuo.

  • La autenticidad.

b) Impresionismo.

  • Lo fugaz.

  • Frecuencia de las descripciones.

c) Parnasianianismo.

  • El arte por el arte

  • Lo formal, la belleza de un mundo ideal.

d) Simbolismo.

  • Nacimiento ↦ Francia.

  • Rechazo ↦ Naturalismo.

  • Búsqueda ↦ Sentido.

e) Decadentismo.

  • Rechaza los valores morales de la burguesía.

  • Belleza = único respetable.

f) Expresionismo.

  • Exageración.

  • Caricatura.

  • Grotesco.


3. Temática.

Nociones generales.

  • Modernistas = escritores jóvenes que empezaron a escribir según la nueva estética.

  • Generación del 98 = más sobria en la forma.

  • Enfoque en la situación de España.

  • Dos actitudes en un mismo movimiento.


Modernismo.

  • Huyen de la realidad.

  • Ambientes refinados y lujosos.

  • Belleza y exotismo -> atención por cosas poco prácticas.

  • Tema universal = amor

  • Modernismo interior: obras con un lenguaje más desnudo y ambiente romántico.


Generación del 98.

  • Crítica: caciquismo, corrupción, incultura y pereza.

  • Indignación sobre lo que era el ser español.

  • Símbolo : Castilla.

  • Inquietudes espirituales y filosóficas.


4. Intención comunicativa.

  • No comparten los valores de la burguesía. Son distintos.

Los modernistas = actitud aristocrática -belleza por encima de todo-.

⇉ pretendían ser chocantes.

↘ símbolo: cisne -majestuosidad y soledad en su natación-.

Muchos autores acompañan esa actitud con un ademán (Gesto con que una persona manifiesta un estado de ánimo) que se podría calificar de regeneracionista (Movimiento ideológico).

↘ no les gusta la sociedad en la que viven

Sacan a la luz: hipocresía, defectos, contradicciones y taras.


5. Forma de expresión.

Modernismo.

Renovación formal:

  • Renovación del léxico.

  • Abundancia de figuras retóricas.

  • Experimentación métrica.


Generación del 98.

  • Lenguaje natural y sencillo.

  • Innovaciones en los géneros literarios.

  • Descripción: pilar de las obras. Subjetivismo: tiñe las descripciones.


6. Géneros literarios: prosa, lírica y teatro.

Prosa.

  • Novela y ensayo.

Novela:

• Se cultiva la prosa, esta debía ser renovada.

• Los autores que destacan son:

Miguel de Unamuno (1865, Bilbao - 1936, Salamanca).

- Temas: sentido de la existencia, fe en Dios, la conciencia de la mortalidad del hombre.

- Originalidad: ideas y conflictos interiores.

- Obras: Niebla.


Pío Baroja (1872-1956) -> País Vasco.

- Novela realista que cuenta una sucesión de hechos.

- Narración abierta y fragmentaria.

- Estilo descuidado.

- Obras (trilogías): La raza.


José Martínez Ruiz (1873-1967)

- Pseudónimo: Azorín.

- Narraciones estáticas y descripciones muy detallistas.

- Novela muy rica.


Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) -> Galicia.

- Prosa modernista.

- Visión grotesca de la realidad: esperpento.

- Empezó escribiendo Sonatas.


Ensayo

- Papel de la prensa.

- Libros de viaje.

Julio Camba (1884-1962)

- Intención estética y humor.

Miguel de Unamuno.

- Ensayo largo.

- Tema de España.

- Cuestiones espirituales.

Azorín.

- Clásicos literarios.


Lírica.

Destacamos varios autores y varias obras de cada uno:

  • Rubén Darío (1867-1916): Azul, Prosas profanas.

  • Antonio Machado (1875-1939): Campos de Castilla, Nuevas canciones.

  • Manuel Machado (1874-1947): Alma, Cante hondo.

  • Juan Ramón Jiménez (1881-1858):

- En sus primeros tiempos usaba el modernismo.

- Pasó a una poesía más intimista y neorromántica.

- Luego tuvo la etapa de poesía intelectual.

- Finalmente poemas muy densos.

- Obra: Platero y yo.


Teatro.

Teatro comercial.

  • Alta comedia benaventina.

  • Teatro poético.

  • Teatro cómico.

Teatro innovador.

  • Unamuno : teatro desnudo.

  • Valle-Inclán: esperpento (exageración de la realidad)