2. Romanticismo: las mujeres escriben.

Índice.

TEMA ESTRELLA: El enigma de Rosario Weiss.

Lecturas creativas

ENSAYO Y NARRATIVA.

2.1. El programa liberal desde la perspectiva de las mujeres: traición y venganza. CREACIÓN.

NARRATIVA.

2.2. Mujer inteligente y autónoma: ¿un peligro? DESEO.

TEATRO, NARRATIVA, POESÍA LÍRICA.

2.3. La lucha contra la esclavitud: una causa feminista. JUSTICIA.

POESÍA LÍRICA Y ENSAYO.

2.4. Más allá del amor romántico: una revolución de fondo. LIBERTAD.

Debate: La lucha contra la esclavitud y el dominio patriarcal.

Primeras fuentes.

Esquemas.

El enigma de Rosario Weiss

Investiga sobre su vida e imagina su retrato (literario), con los pocos datos biográficos que hemos conservado (Wikipedia, Museo Lázaro Galdiano) y el autorretrato que conservamos.

Rosario Weiss fue la dibujante de la generación romántica. Retrató a Zorrilla (familiar suyo), Espronceda, Mesonero Romanos y Larra, como podéis comprobar en el catálogo de la Biblioteca Nacional (BNE).

Explora su biografía e intenta contestar al Quiz. "Quiz-á" te sirva para despejar prejuicios y superar estereotipos acerca de la mujer romántica.

Después, crea una entrada en tu portafolio con el título: "El enigma de Rosario Weiss". Las preguntas del Quiz te servirán de guía para redactar las respuestas de forma un poco más extensa.

2.1. El programa liberal desde la perspectiva de las mujeres: traición y venganza.

Rosalía de Castro: Prólogo a La hija del mar.

"Antes de escribir la primera página de mi libro, permítase a la mujer disculparse de lo que para muchos será un pecado inmenso e indigno de perdón, una falta de que es preciso que se sincere.

Bien pudiera, en verdad, citar aquí algunos textos de hombres célebres que, como el profundo Malebranche y nuestro sabio y venerado Feijoo, sostuvieron que la mujer era apta para el estudio de las ciencias, de las artes y de la literatura.

Posible me sería añadir que mujeres como madame Roland, cuyo genio fomentó y dirigió la Revolución francesa en sus días de gloria; madame Staël, tan gran política como filósofa y poeta; Rosa Bonheur, la pintora de paisajes sin rival hasta ahora; Jorge Sand, la novelista profunda, la que está llamada a compartir la gloria de Balzac y Walter Scott; Santa Teresa de Jesús, ese espíritu ardiente cuya mirada penetró en los más intrincados laberintos de la teología mística; Safo, Catalina de Rusia, Juana de Arco, María Teresa, y tantas otras, cuyos nombres la historia, no mucho más imparcial que los hombres, registra en sus páginas, protestaron eternamente contra la vulgar idea de que la mujer sólo sirve para las labores domésticas y que aquella que, obedeciendo tal vez a una fuerza irresistible, se aparta de esa vida pacífica y se lanza a las revueltas ondas de los tumultos del mundo, es una mujer digna de la execración general.

No quiero decir que no, porque quizá la que esto escribe es de la misma opinión.

Pasados aquellos tiempos en que se discutía formalmente si la mujer tenía alma y si podía pensar -¿se escribieron acaso páginas más bellas y profundas, al frente de las obras de Rousseau que las de la autora de Lelia?- se nos permite ya optar a la corona de la inmortalidad, y se nos hace el regalo de creer que podemos escribir algunos libros, porque hoy, nuevos Lázaros, hemos recogido estas migajas de libertad al pie de la mesa del rico, que se llama siglo XIX.

Yo pudiera muy bien decir aquí cuál fue el móvil que me obligó a publicar versos condenados desde el momento de nacer a la oscuridad a que voluntariamente los condenaba la persona que sólo los escribía para aliviar sus penas reales o imaginarias, pero no para que sobre ellos cayese la mirada de otro que no fuese su autora.

No es éste, sin embargo, el lugar oportuno de hacer semejantes revelaciones.

Al público le importaría muy poco el saberlo y por eso las callo.

Pero como el objeto de este prólogo es sincerarme de mi atrevimiento al publicar este libro, diré, aunque es harto sabido de todos, que, dado el primer paso, los demás son hijos de él, porque esta senda de perdición se recorre muy pronto.

Publicados mis primeros versos, la aparición de este libro era forzosa casi.

La vanidad, ese pecado de la mujer, de que ciertamente no está muy exento el hombre, no entra aquí para nada: un libro más en el gran mar de las publicaciones actuales es como una gota de agua en el océano.

El que tenga paciencia para llegar hasta el fin, el que haya seguido página por página este relato, concebido en un momento de tristeza y escrito al azar, sin tino, y sin pretensiones de ninguna clase, arrójelo lejos de sí y olvide entre otras cosas que su autor es una mujer.

Porque todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben".

Rosalía de Castro, La hija del mar (1859).


Fragmento seleccionado de la novela.

Sumergido Ansot en sus meditaciones, apenas sintió entrar en el gabinete con lento paso una mujer, toda vestida de negro, haciendo resaltar de este modo la blancura mate de su rostro.

Esta mujer se acercó a Alberto, y tocándole en el hombro le dijo:

—¡Alberto!

Levantó Ansot la cabeza y miró hacia atrás; pero de pronto se pintó el espanto en sus ojos, lanzó un grito y preguntó con voz de enojo a la que había entrado que, de pie, en ademán severo, le miraba impasible:

—¿Qué buscas aquí?

—Extraña pregunta —respondió la enlutada—; te busco a ti, a ti, Alberto, Ansot, pirata y ladrón, a ti que me robaste a Esperanza, a ti de quien soy esposa… Allá quemé tu palacio, aquí… vengo a anunciarte que Teresa la expósita, Teresa la abandonada de su marido, la befada, insultada, escarnecida, ha descubierto por fin el rincón oculto del mundo a donde has ido a sepultarte con tus crímenes, y, lo que es peor para ti, viene a ver por fin cómo cae sobre la cabeza del hombre que amó tanto como hoy le aborrece todo el peso de su venganza.

—¡Teresa! —respondió Alberto con voz suplicante—. Tú no me perderás, mírame aquí en medio de este lujo como un avaro en medio de sus riquezas; heme solo, abandonado. ¡Oh! Tú aquí, que tanto te he ofendido —añadió poniéndose de rodillas—, perdóname y quédate conmigo: aquí podemos todavía ser felices, olvidando todo y volviéndonos a amar. ¡Ah! ¡De todas cuantas afecciones he despertado en la loca carrera de mi vida, de ninguna he desconfiado menos que de la tuya; perdóname, pues estoy solo; alegra mi soledad: todo lo abandonaré por ti!

Hubo un largo silencio que Ansot, con los ojos bajos y afligido el semblante, no se atrevió a interrumpir.

Teresa le miró con tristeza.

—Son inútiles tan engañosas palabras; las he escuchado en tus labios tantas veces que ya no puedo creerte. Además, Alberto, no te amo ya…; venía dispuesta a vengarme, a gozar en tu última agonía, pero conocí al verte y al oírte que, o te he amado demasiado, o soy más buena de lo que siempre he creído. Yo, Teresa, la que tantas veces has burlado, aquella en quien has encendido tan gran ansia de venganza que te buscó de ciudad en ciudad, de continente en continente, próxima a tocar el fruto de tanta fatiga y de tanto dolor devorado en silencio, no sabe más que decirte… Huye, Alberto, huye ahora mismo o, tal vez, no podrás hacerlo más tarde.

—¿Huir? —preguntó aterrado Alberto—. ¿Tan grande es el peligro que me amenaza?

—Grande es en efecto: el traidor no supo más que abrigar víboras en su seno… Ángela, la amante de Daniel, halló por fin en tu misma casa a aquella Esperanza a quien tanto amé y amo aún, que era tu hija, la hija de Candora, la niña abandonada en la Peña Negra. Ángela acaba de delatarte, te buscan por todas partes lo mismo que a Esperanza, para que la hija ayude a llevar al cadalso al padre a quien nunca amó… ¿Comprendes, pues, cuán grande es tu peligro?

—¡Gracias, Teresa! ¡Ah, cuánto te debo! —y quiso echarse a los pies de la expósita.

—Huye —replicó ésta tristemente— y pronto, no pierdas un tiempo tan precioso en protestas que no creo.

Alberto no escuchó más; el peligro le libró del abatimiento en que había caído, y quiso huir… pero era imposible.

Un mes más tarde en la plaza de la ciudad de *** ahorcaban por pirata, asesino e incendiario a Alberto Ansot. Una mujer le contemplaba con cierta alegría intensa que brillaba en sus ojos; un anciano atravesó entonces por entre la multitud y la apartó de allí, sustrayéndola a tan repugnante espectáculo.

—Yo bien lo había pensado —murmuró con aire sombrío al alejarse—. Alberto Ansot no se parecía a su padre…, era un infame.

Este anciano era el doctor Ricarder, la mujer era Ángela.

Personajes protagonistas: Teresa y Esperanza (madre e hija).

Autora: Rosalía de Castro, La hija del mar (1859).

Un fragmento clave de la biografía novelada de Rosa Chacel, Teresa (1941, revisada en 1962 y 1989): su primer clímax, que anticipa el desenlace.

La autora compuso la novela como resultado de un encargo de José Ortega y Gasset, dentro del proyecto editorial de la Revista de Occidente, pero no llegó a publicarla hasta los inicios de su exilio en Buenos Aires. Rosa Chacel crea un modelo de novela histórica comparable a Margarite Yourcenar o a Hermann Broch, a la vez que le da la vuelta al esquema grotesco del personaje de Teresa Mancha que nos ha legado Espronceda. Chacel no crea una heroína folletinesca, sino que rescata la biografía y, sobre todo, la psicología de Teresa del convencionalismo patriarcal. Examina paso a paso el proceso de la exaltación romántica de una mujer, condenada por su mundo social a no hacer nada, a no ser nada, y su rebelión contra la vanidad masculina, que no la salva de la autodestrucción, porque cumple su destino en forma de maldición.

Cuando terminó de leerlo, la vela no era más que un racimo de gotas, entre las cuales agonizaba el pabilo. Cogió en montón todos los papeles que tenía en la falda, los apretó bien en la cartera con la mano, cuya palma dolorida le parecía ahora escaldada por su contacto; apretó , la boca del maletín, que al cerrarse lanzó un breve chasquido, y lo arrojó detrás de los baúles. Salió, dejando la vela extinguida y la mariposa dormida en la bañera. Cerró la puerta, sin preocuparse de hacer o no hacer ruido, y bajó a su cuarto, llegando hasta la alcoba a oscuras, sin tropezar con un solo mueble.

¡Al fin la certeza! La verdad, con su fisonomía incanjeable, con su gesto particularísimo, que nadie es capaz de imaginar antes de haberlo visto. Ante ella, lo que poco antes era móvil de temor aparecía deseable como consuelo. En su desconcierto, Teresa veía lejanas como un sueño inocente las horas que acababa de pasar imaginando veleidades de su amante, secretas aventuras y devaneos. Lo que había en aquellos papeles no delataba una traición, no descubría un desliz; su amor, ante aquello, no quedaba pospuesto o sustituido por otro más nuevo y pujante; quedaba derruido, demolido desde suraíz. Más aún: quedaba desmentido, negado. El amor, tal como ella había creído vivirlo, no podía haber coexistido con aquel cieno.

Paseando en su cuarto de un lado para otro, vio su figura descompuesta reflejada en el espejo, a la luz de la lamparilla, y una voz lejana y fatídica clamó dentro de ella: ¡La mujer! Se paró ante él y fue leyendo. Cada rictus, cada huella con que su historia había quedado grabada en su semblante, correspondía a uno de los pasajes, a una de las maldiciones contenidas en los pliegos del desván. Y su memoria se dislocó hasta conformarse con aquella sentencia, no encontrando venganza más sangrienta que la de aceptarla. Había pasado sus ojos vertiginosamente por las líneas del poema y todas habían quedado en ella, candentes y vivas como culebras. Ofuscada por ellas, llegó a ver su juventud teñida de aquel color impuro. Cada uno de los cantos llevaba como lema uno de los posibles estados de la mujer; pues bien: ella los adoptaba todos. Ella había sido «La soltera», que había comerciado con su pureza. «La casada», egoísta y traidora. «La viuda», no había llegado a serlo, pero en ella se escondía, latente, su lascivia. De «La monja» también conocía los falsos éxtasis, que mienten fugas del alma con el ardor de la carne: sólo le quedaba por ser la última, la única ensalzada, santificada por el poeta en su canto final; la que él llamaba por su nombre y título: ese breve apelativo que los hombres escupen. Esa por la cual la mujer quedaba redimida, ésa en la que todo es limpio, sano y puro: todo lo que en las otras es sucio y torpe.

La clave reveladora, el sésamo inesperadamente abierto, descubría el camino al último fondo del corazón del hombre, y allí las prendas más valiosas de la mujer aparecían holladas, ennegrecidas, arrojadas con menosprecio por los que se desembarazaban de ellas, débiles para soportarlas. Las palabras de aquel canto infernal aullaban alrededor de Teresa, como hienas que amenazasen apoderarse de su cuerpo ya vencido. El hombre, su amante; aunque no sólo él: su figura y alma, llenas de todos los demás hombres, las azuzaban, señalando con su escarnio los puntos recorridos por sus caricias.

¿Por qué? ¿Por qué causa lógica, o, al menos, accesible al humano sentido, el acto de amor puede inspirar al hombre tal idea de encenagamiento? Un acento de muerte y de impotencia se escapaba de aquellas frases que, queriendo ser injurias, eran lamentos. Una onda fétida e irrespirable emanaba de allí, como la que mancha el aire con el hedor de un cadáver. Sí, bajo una floresta de apariencias, un punto muerto y pútrido se disolvía en el fondo de las almas. Un punto, ¡precisamente el que debía ser núcleo de vida! Nada flaqueaba en la fábrica de los convencionalismos. La razón, sobre puntales falsos, pero rígidos, desafiaba a las tempestades, pero el muerto hedía en su rincón de abandono. ¡El muerto!, desangrado de todo lo sustancial: de la piedad, de la fe.

Era tarde, muy tarde ya para sacrificios, para luchar por injertar la propia vida en el cuerpo corrompido. Era ya tarde: se había ya extinguido aquella llama generosa de otro tiempo y sólo quedaba una fiebre de ira, de desamor, de venganza. Luchar por mantener la ilusión, ¿no sería flaqueza? Era mejor afrontar el negro espectro, no combatirlo; secundarlo con fría aceptación; no ofrecerle blanco, porque todo aquello que es muerte hace presa en la vida. Por tanto, la única solución: ser muerte también. No dejar un punto fértil para una brizna; sólo muerte y desolación, una constante voluntad de muerte que, como el viento del desierto, arrase y envuelva que, inexorable ante la sed, seque las lágrimas en su fuente.

Más información sobre Rosalía de Castro y las escritoras románticas del siglo XIX.

Gran parte de las escritoras españolas pertenecieron a la llamada «clase media», si bien no faltaron miembros de la aristocracia, incluida la Familia Real, como el caso de Paz de Borbón, o incluso mujeres que lograron triunfar tras grandes dificultades, aunque estos casos fueron la excepción. (...)

[1. La familia]

Decía Rosalía de Castro: "Mas puedo asegurarte, amiga mía, que el matrimonio es casi para nosotras una necesidad impuesta por la sociedad y la misma naturaleza [...]".

No quieren ser diferentes al resto de las mujeres y se justifican con frecuencia por escribir, dejando claro que no abandonan sus tareas familiares. Abundan los testimonios a este respecto. Faustina Sáez de Melgar aclaraba que no era la literatura lo que hacía a una esposa descuidada de sus obligaciones; Eva Canel, en una conferencia pronunciada en La Habana, explicaba a su auditorio cómo había llegado muy joven a aquel continente y ya casada, cumpliendo los deberes de obediencia al marido, «que no rehuye la mujer española por duros y penosos que lleguen a imponérsele»6.

Que no siempre aquello que recomendaban les parecía que traía la felicidad se trasluce claramente en algunas frases. Pilar Sinués aconsejaba a las esposas que aprendieran a sufrir y esperar si querían que su hogar fuera dichoso7, y la misma Rosalía de Castro en una carta a su marido dejaba entrever la resignación femenina ante el comportamiento habitual de los hombres: "[...] Como sucede cuando te da por estar fuera de casa desde que amanece hasta que te vas a la cama, lo mismo que si en tu casa te mortificasen con cilicios".

No se olvide que con su conducta no hacían más que seguir los consejos del padre Claret, autoridad moral de la época, según el cual la esposa debía esperar el regreso a casa del esposo «por impío, colérico, vicioso e inmoral que fuera». (...)

[2. Formación cultural]

Nuestras autoras carecerán casi por completo de instrucción, limitándose en el mejor de los casos a lo que entonces estudiaba una señorita de la clase media, es decir, lo que se conocía por Primeras Letras y que consistía en lectura, escritura, las cuatro reglas, doctrina cristiana y labores. Si la familia lo pagaba aparte, recibía nociones de música y algo de francés para que hiciera buen papel en la sociedad.

Ni siquiera los padres con carrera universitaria, como el de María Mendoza de Vives por ejemplo, mostraron el más mínimo interés en la educación de sus hijas, pues de acuerdo con el ideal femenino de mujer esposa y madre, no precisaban una excesiva cultura, aunque luego se les encomendara algo tan delicado como la formación de los hijos. Así definía Fernando Garrigós la sensación que les producía la inteligencia femenina: "Los talentos de hombruna contextura causan pavor cuando se encierran en cabezas tocadas de largas y sedosas cabelleras".

Las escritoras españolas no tuvieron otro remedio que educarse de manera autodidacta, leyendo cuanto cayó en sus manos, y no faltaron los casos en que se hicieron traductoras de otros idiomas sin haber pisado los países correspondientes. Pero, curiosamente, al plantearse el tema de si el resto de las mujeres debía o no educarse sus opiniones no fueron unánimes.

Pocas van a declararse abiertamente de acuerdo con las ideas de Concepción Arenal, que reclamaba una mayor instrucción para la mujer como medio para que se ganara dignamente la vida. Con la excepción de Emilia Pardo Bazán, van a limitarse en el mejor de los casos a alusiones irónicas acerca del horror de los hombres ante las mujeres independientes: "[...] Pues el encanto, / según los hombres, / está en ser crédulas, / está en ser débiles, / flores de un día... / ¡Meros juguetes!".

Incluso una pedagoga famosa como María Carbonell proponía en sus textos un programa de enseñanza para las niñas de lo más característico. Se les daría nociones de Historia Natural «casera» para que supieran alimentar a una familia; de Química aplicada a la desinfección de las habitaciones, a la limpieza de muebles dorados, ropas, a la obtención de una lejía, etc., y conocimientos de Física relacionados con las operaciones de cocina. (...)

Rosalía de Castro, en su Carta a Eduarda, entre los argumentos empleados para disuadir a su amiga de dedicarse a la literatura comentaba: "[...] Los hombres no cesan de decirte siempre que pueden que una mujer de talento es una verdadera calamidad, que vale más casarse con la burra de Balaam, y que sólo una tonta puede hacer la felicidad de un mortal varón". (...)

[3. Movimientos de liberación]

Nuestras autoras van a desentenderse de cualquier asunto que suene a liberación, e incluso las más destacadas mantendrán que, en último término, nadie puede controlar el mundo espiritual: "Yo soy libre. Nada puede contener la marcha de mis pensamientos, y ellos son la ley que rige mi destino" (Rosalía de Castro, Lieders).

Su conducta parecía algo irremediable en la sociedad española, que desde el nacimiento les adjudicaba determinados papeles. Decía Rosalía, madre de siete hijos: "Sólo cantos de independencia y libertad han balbucido mis labios, aunque alrededor hubiese sentido, desde la cuna ya, el ruido de las cadenas que debían aprisionarme para siempre, porque el patrimonio de la mujer son los grillos de la esclavitud" (Ibid.). (...)

[4. El realce de lo femenino]

En España, ya el año 1804 la reina María Luisa había expresado claramente a Godoy su opinión: "Soy mujer, y aborrezco a todas las que pretenden ser inteligentes, igualándose a los hombres, pues lo creo impropio de nuestro sexo, sin embargo de que las hay que han leído mucho, y habiéndose aprendido algunos términos del día, ya se creen superiores en talento a todos".

Carolina Coronado nos ha dejado también teorías muy curiosas sobre las personas de su sexo. Decía en 1857 hablando de la vida de Josefa Massanés: «El juicio en una mujer es una cualidad tan rara como la sensibilidad en un hombre». El 5 de agosto de aquel mismo año respondía a la teoría expuesta por Ferrer del Río sobre que Gertrudis Gómez de Avellaneda era poeta y no poetisa: "[...] La Avellaneda es poetisa, pero tiene la doble calidad del poeta para cuando necesita hacer vibrar en las tablas el enérgico grito del guerrero".

Pocos días más tarde la propia Avellaneda interrumpía un razonamiento porque: "Si algunas estrofas un poco rudas han bastado para que se me quiera incluir, como ella dice (Carolina Coronado), entre los poetas barbudos, ¿qué no diría si descubriese aquí imprudentemente mis ataques belicosos? Esperaré a que la ilustre extremeña pruebe que no le plugo a Dios crear almas varones y almas hembras para poder manifestar sin peligro los impulsos irresistibles y exabruptos que se suelen levantar en mi mente".

En Las españolas pintadas por ellas mismas, al tratar de las escritoras románticas, se advertía: "Hablan y visten como la generalidad de las mujeres, sin esa exageración pedante que les atribuyen los que al atacarlas tan mezquinamente tratan de hundirlas".

En la segunda mitad del siglo XIX se desarrolla en España el modelo del ángel del hogar, que supone que la mujer debe ser un ejemplo de virtud y la sostenedora de la familia a través del amor, la pureza y la inocencia. Es entonces cuando se considera que la mujer no debe tener otro papel que la casa y la dedicación a sus hijos y su marido. Se le adjudica el espacio privado, alejándola del campo público. Así, si anteriormente Coronado había proclamado su derecho a escribir, ahora se retracta de sus poemas y considera que la sociedad necesita mujeres y no literatas [como se denominaba, en un tono muchas veces despectivo, a las mujeres escritoras en el s. XIX]. De la misma opinión es Bécquer, para el que la mujer es ante todo musa e inspiradora de poesía. Al ser todo sentimiento, la mujer no es capaz de trasvasar las emociones en palabras; es decir, no puede ser poeta. Bécquer representa en sus poemas una mujer incorpórea e ideal, que no habla, que permanece callada o dormida. El poeta refleja en su literatura la concepción de mujer propia de su tiempo: la mujer doméstica que queda relegada de la función creativa y que sólo tiene valor en cuanto que sirve al hombre.

(...) Sin embargo, hubo escritoras que se opusieron a este modelo de mujer virtuosa y exclusivamente dedicada al hombre. Las que más destacaron fueron Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán, que en opinión de Kirkpatrick, siguieron un impulso contestatario contra la cualidad protectora del ángel doméstico.

Más información sobre las obras y su tema.

Wikipedia, La hija del mar.

Especialmente notable es el prólogo de la autora, donde hace una defensa reivindicativa de los derechos de la mujer a la vida intelectual, citando predecesoras destacadas tanto del mundo de las artes como de la política, e incluyendo algunos ejemplos de mujeres luchadoras, reformadoras y poderosas en diferentes ámbitos de la vida pública.

(...)

El argumento de la novela presenta dos heroínas que responden al ideal romántico por su pureza, ingenuidad y espíritu generoso, además de una belleza ideal, pero con la peculiaridad de que se sitúan en un ambiente rural y apartado de la civilización, de modo que no tienen más contacto con la educación y la cultura que la que se deriva del contacto y convivencia con sus semejantes. És el pueblo bajo, que en perfecta armonía con la naturaleza parece ajeno a toda la corrupción espiritual que sobreviene en el hacinamiento miserable de las urbes. Pero en cualquier caso las mujeres están destinadas al sufrimiento, sea por la presión de las supersticiones populares en la comunidad tradicional, sea por la mentalidad materialista del nuevo modelo social. El agente desestabilizador en este caso es externo y está representado por la figura de un viajero, un extranjero, que recala en ese pueblo de la costa, y continúa luego de puerto en puerto destrozando vidas con actitud de depredador. Alberto Ansot es el joven seductor que se casa con Teresa y desaparece rápidamente dejándola a sus 18 años, embarazada y ya sola para siempre, una viuda de vivo como tantas otras de la tierra gallega de aquel tiempo. La joven Teresa aprende a sobrevivir y a criar a su hijo con la solidaridad de sus vecinos, a superar la muerte accidental del niño, y a criar de nuevo una pequeña huérfana rescatada por los marineros que se convertirá en la pequeña compañera de sus días en quien proyecta su capacidad de amar. Pero Ansot regresa 11 años más tarde para demostrar que no siempre la recuperación del bien perdido es mejor que su definitiva pérdida. Cautivado por la belleza de la pequeña Esperanza, el hombre decide quedarse y recuperar su condición de marido de Teresa para vivir con las dos mujeres y sumir a Teresa en la confusión y la desesperación, pues al mismo tiempo que les ofrece a ambas una posición acomodada convierte su amparo económico en una cárcel dorada poblada por monstruos. La felicidad de Teresa por el inesperado regreso del marido ausente se revela bien pronto como una nueva cara del abandono y la humillación, pues Ansot en la intimidad del hogar pretende que la joven Esperanza sacie su apetito sexual con la colaboración de Teresa.

Sorprende el atrevimiento de la joven escritora presentando un argumento plagado de situaciones truculentas, pues se trata de un caso de abuso sexual en la intimidad del reducto familiar, siendo la víctima una niña que se presenta como hija adoptiva en principio, pero que al final descubrimos que es, de hecho, hija del libertino Ansot, producto de su unión con Candora, otra joven seducida y abandonada. El protagonista masculino es presentado como una especie de depravado amoral que se ha enriquecido con el comercio de esclavos y que no tiene más límites en su conciencia que el logro del placer propio.

En estas breves pinceladas se hace más comprensible el personaje de Alberto Ansot en su contexto histórico e ideológico. El liberalismo no libera a las mujeres, sino que desata la concentración explosiva de poder del varón sobre el cuerpo femenino y sobre otros cuerpos subordinados: los esclavos. Ansot, libertino y negrero.

"Se habla en varias crónicas de traiciones o veleidades de Teresa, pero no se ve la forma en que ocurrieron, y un amor sólo pierde el celestial encanto si la imagen del ídolo se deforma.

[...] Era necesario encontrar algo feo, una visión horrible o repugnante que pudiera mostrarse de golpe y arrancar la venda de los ojos. Lo encontré en un libro de Cascales Muñoz, del que me había hablado él mismo..."

[...]"el libro estaba por aquel entonces en la Biblioteca Nacional, y se titula ‘El auténtico Espronceda pornográfico y el apócrifo, en general’. Es una recopilación de poemas de Espronceda y sus amigos e imitadores, de una obscenidad difícilmente superable..."

[...]"Ciertamente, el poema que Cascales Muñoz da como auténtico de Espronceda no es demasiado grave, pero entre todos ellos hay otro largo y otros varios, cortos, que, por debajo de las sugestiones groseras, dejan entrever una maldad del alma, una corrupción del sentimiento, en la que las imágenes presentadas allí como ofensivas resultan, por el contrario, ofendidas en ellas mismas".

Espronceda construyó un retrato amargo y durísimo de su antigua amante (y quizá amada) Teresa Mancha, marcado a fuego por la dicotomía patriarcal entre la virgen y la prostituta, la doncella pura y la mujer libertina, en el que apenas cabe algún recuerdo fresco sobre la relación amorosa vivida y experimentada en igualdad.

  • José de Espronceda, Poesía licenciosa, edición de Visor, incluyendo el poema citado: la sátira "Oda a la mujer". Reseña con el título "Espronceda pornográfico y misógino". Estado crítico, 2011.

Los textos de Espronceda que aparecen aquí -algunos escritos a cuatro manos con otros colegas de tertulia y correrías- cumplen al milímetro lo apuntado anteriormente: en los poemas de Poesía licenciosa, como era de esperar, solo se salva de los exabruptos misóginos la madre en “El arrepentimiento”, el poema que encabeza el volumen. Espronceda añade, no obstante, a esta lista de mujeres ejemplares a las prostitutas, de las que se hace un elogio social y emocional en la “Fase Quinta” de las octavas que llevan por título “La mujer”. Ya se ha dicho, ganas de “epatar”. Del resto de la población femenina, de sus categorías de entonces -la casada, la virgen, la viuda, la monja,…-, solo falsedad, disimulo, hipocresía,… pero expresadas en versos más que gruesos, lascivos y provocadores.

2.2. Mujer inteligente y autónoma: ¿un peligro?

Fragmentos seleccionados de Dos mujeres.

La sociedad es para mí un mal necesario. Yo que no puedo aceptar su código no me rebelo contra él, porque yo soy un ser fuerte y débil a la vez, que ni puede ajustar su talla a esa medida estrecha de la hipocresía social, ni tiene bastante rico el corazón para privarse de los goces aturdidores de sus brillantes placeres. ¿Y qué otra cosa puedo desear ni esperar?

Cuando se llega a este estado, Carlos, en el cual las ilusiones del amor y de la felicidad se nos han desvanecido, el hombre encuentra acierto delante de sí el camino de la ambición. Pero, ¡la mujer!,¿qué recurso le queda cuando ha perdido su único bien, su único destino: el amor? Ella tiene que luchar cuerpo a cuerpo, indefensa y débil, contra los fantasmas helados del tedio y la inanición. ¡Oh! Cuando se siente todavía fecundo el pensamiento, el alma sedienta, y el corazón no nos da ya lo que necesitamos, entonces es muy bella la ambición. Entonces es preciso ser guerrero o político, es preciso crearse un combate, una victoria, una ruina. El entusiasmo de la gloria, la agitación del peligro, la ansiedad y el temor del éxito, todas y aquellas vivas emociones del orgullo, del valor, de la esperanza y el miedo... Todo eso es una vida que no comprendo. Sí, momentos hay de mi existencia en que concibo el placer de las batallas, la embriaguez del olor de la pólvora, la voz de los cañones; momentos en que penetro en el tortuoso camino del hombre político, y descubro las flores que en el poder de la gloria presentan para él las espinas que hacen su posición más apetecible... Pero, ¡la pobre mujer sin más que un destino en el mundo!, ¿qué hará, qué será cuando no puede ser lo que únicamente le está permitido?

Hará lo que yo hago, y como yo será desventurada, sin que su desventura pueda ser confiada ni comprendida.

Personajes: Catalina, protagonista de la novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Dos mujeres.


No era ya Luisa una mujer: era un ángel superior a todas las flaquezas humanas, y cuando sus manos, apartándose de su rostro, dejaron ver la expresión divina que le animaba, la misma Catalina inclinó su altiva frente subyugada por un sentimiento de respeto.

-Señora -dijo Luisa con patético acento-, mi muerte puede solamente dejar libre a Carlos, y yo la imploro en este momento de la piedad del cielo. Si pudiese sin crimen terminar mi vida desgraciada, ese sería el testimonio que yo diese a Ud. de los sentimientos de mi corazón. Espero que Dios me concederá muy en breve dejar este valle de lágrimas en donde han sido tan amargas las mías. El golpe que me ha traspasado el alma me permite esta esperanza.

Luisa, esposa de Carlos, el amante de Catalina.


En el instante que recibas este papel, corre a ver a Luisa. Dila que debe partir con su esposo y que solamente después que se halle lejos de Madrid puede decirle lo que ella sabrá antes que él.

Me ha amado y su dolor será grande. Dios y ella le templarán. La mujer culpable que ha hecho a los dos esposos desventurados, va a implorar del cielo el perdón que no espera ni desea de los hombres. Pero el de ella sonará dulcemente en mi sepulcro, el de ella dará paz a mis huesos y dulzura a mi agonía. Le imploro de rodillas y creo recibirle. Su alma divina no puede negar al arrepentimiento la piedad.

Que no sepa Carlos, si es posible, que muero por mi voluntad, tendría remordimientos. Que el ángel a quien confío esa existencia querida, derrame en su llagado corazón los tesoros inmensos de su ternura y de su bondad, y que pueda él devolverle algún día la felicidad que ella conceda.

Mi última bendición es para ellos, y por ellos mi último voto.

Catalina: carta a su amiga Elvira antes de suicidarse.


Autora: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Dos mujeres. (Tomo I y Tomo II).


Más información sobre el tema:

Crítica sobre la obra y la autora.

Su pensamiento feminista no nació, vale la pena repetirlo, de la fría especulación y del cálculo personal sino de sus inquietudes emocionales y espirituales, alternando, pues, posturas más pesimistas en la estela de Madame de Staël, y convicciones más optimistas similares a las defendidas por Concepción Arenal, muy amiga suya, según su alma estuviera embargada por el desaliento o por la esperanza y el entusiasmo.

Sus profundas convicciones, el impulso vital, junto con la intuición de su superioridad, se tradujeron pronto en acción y ambiciosos proyectos. La percepción instintiva, no del todo consciente, como a veces ocurre en la vida, de un destino ineludible que había que cumplir, guió sus primeros pasos en el mundo de las letras de la capital Madrid: la publicación de sus novelas reivindicativas feministas, Sab (1841) y Dos mujeres (1842), junto con un volumen de Poesías (1841), acogidas favorablemente por los críticos e intelectuales, supuso una deliberada transgresión de los límites impuestos por la cultura oficial patriarcal a la actividad de la mujer, también en calidad de literata. Como bien ha subrayado Kirkpatrick (1991: 131-133; 142), en 1841 Avellaneda traspasó para siempre las fronteras que confinaban la mujer a una escritura exclusivamente privada y familiar, ensayada en la redacción de las famosas Cartas dirigidas a su amado Ignacio de Cepeda (1839-1850). La osadía y el coraje de Tula, que se salta los convencionalismos de manera altanera, sobresalen aún más, si medimos, recurriendo a la prensa contemporánea, el grado de aceptación / tolerancia por parte de la sociedad de las reivindicaciones feministas. (...)

La exaltación del amor y corazón femenino no es nada nuevo en la literatura femenina (...), pero sí que es, en cambio, original y genial la idea de considerar el corazón noble, rico y apasionado, poseído privilegiadamente por la mujer, como la cuna de los más nobles pensamientos, y concebir la potencia afectiva como la fuente de las otras facultades y potencias del alma. De este modo, Avellaneda consigue destruir desde los cimientos algunos perniciosos prejuicios masculinos: 1) que el pensamiento racional, profundo y sublime es prerrogativa propia del género masculino, 2) que la sumisión social de la mujer al hombre es un hecho natural y biológico, porque a la mujer le falta carácter y vigor físico y moral, debido a su particular complexión física y psicológica, 3) que el ámbito doméstico y familiar es el único ámbito en que puedan desarrollarse los talentos de una mujer; al contrario la esfera de acción de un sujeto, dotado de la fuerza asombrosa del sentimiento, es muy difícil de determinar, dice Avellaneda. A pesar de su liberación, la «Nueva Eva» vislumbrada por Avellaneda no pierde su consustancial atributo: el de la abnegación, del sacrificio tanto por la patria, como por un reino, por un pueblo, por un ideal, o por la humanidad entera en el caso de la Virgen María. Vale la pena recordar que, en el siglo XIX, cualquiera que sea el punto de vista ideológico asumido, las mujeres tienen siempre una misión social que desempeñar; no obstante las atrevidas teorías de los socialistas utópicos franceses, la realización de una mujer se consigue siempre por el otro y a través del otro. Si bien las consideraciones finales de Tula podrían encajar de alguna manera con el discurso patriarcal forjado por el centro hegemónico (...)


Dos mujeres (1842-43) es la segunda novela que escribió Gertrudis Gómez de Avellaneda. En ella la autora aborda algunos de los principales temas que protagonizan las grandes creaciones novelísticas del siglo XIX: matrimonios concertados, adulterio, educación femenina y papel del bello sexo en la sociedad decimonónica, temas que tantas páginas ocuparán en las grandes novelas del realismo-naturalismo español y europeo. De esta forma la autora, como en otras ocasiones, se adelanta a su tiempo y abre caminos insospechados en la narrativa española del momento.

Gómez de Avellaneda, por sus especiales circunstancias biográficas, conoció y admiró, como es bien sabido, la literatura francesa antes que la española, de ahí que la crítica contemporánea y moderna haya subrayado en ocasiones la influencia de autoras como Mme. Staél y George Sand en sus primeras producciones novelísticas: Sab y Dos mujeres, principalmente. Sin embargo, aun reconociendo dicha influencia, no es menos cierto que lo que Gómez de Avellaneda ofrece en Dos mujeres es fruto de su propia experiencia, de unas circunstancias vividas por la autora y de unos sentimientos y emociones sentidos en su propio ser. La novelista cuestiona el mundo que le rodea y vierte en sus creaciones unas reflexiones, pensamientos y creencias personales moldeadas bajo el ropaje del ideario estético romántico. (...)

En Dos mujeres, Gómez de Avellaneda alza su voz contra una sociedad que convierte inevitablemente a la mujer en su víctima. De ahí que, en esas páginas finales que hemos mencionado, la autora sostenga la imposibilidad de que la mujer alcance la felicidad; sea cual sea su situación personal, ofensora u ofendida, se amolde a los convencionalismos o se los salte de manera altanera. Para desarrollar esta tesis, Gómez de Avellaneda plantea un sencillo argumento en el que dos mujeres de muy distinto temperamento y formación - Luisa, prototipo del ideal femenino de la época, y Catalina, mujer nueva, que guía su propia forma de vivir - se enamorarán perdidamente de Carlos, hombre inadecuado para ambas, pues será incapaz de corresponder con la misma intensidad con que es amado por ambas mujeres, y causará, por consiguiente, la infelicidad tanto de Luisa como de Catalina. La novela, de escasa acción, se inicia con la descripción de la boda pactada desde la infancia por los padres de Carlos y Luisa, primos que al reunirse de nuevo tras años de alejamiento se sienten atraídos entre sí. Toda esta tranquila felicidad conyugal se desmorona cuando Carlos debe ausentarse de Sevilla para resolver un problema de herencia en la corte. En Madrid conocerá a Catalina, mujer que le atraerá irremisiblemente. A esta situación conflictiva el lector llega cuando apenas ha iniciado los primeros capítulos del volumen II de Dos mujeres, centrándose la autora a partir de este momento en el análisis psicológico de estos tres personajes que se debaten ante la imposibilidad de hallar la felicidad personal. (...)

En Dos mujeres se pone en tela de juicio las ideas culturales españolas sobre el matrimonio, figurando dicho lazo como el vínculo indisoluble que mantiene apresados a los individuos cuando el sentimiento amoroso ha desaparecido. Gómez de Avellaneda expresa en la novela su rechazo a la aceptación de una norma social en que la mujer siempre termina siendo víctima, acepte o se rebele frente a la imposición social.

  • Campaña en Change.org para que Gertrudis Gómez de Avellaneda fuera nombrada académica: recogió más de cien mil firmas.
Madrazo, Condesa de Vilches
Madrazo, Aline Masson

2.3. La lucha contra la esclavitud: una causa feminista.


Escena de la obra de María Rosa Gálvez, Zinda (1801).

Acto III, Escena I

El teatro representa lo interior de la torre del fuerte: a la derecha una claraboya, que se supone cae al foso; a la izquierda banco de piedra, donde está recostado ZELIDO dormido: ZINDA inmediata lo observa: puerta al foro.

ZINDA

Feliz infancia, en cuya edad se ignoran

los males de la vida y los peligros.

¡Cómo el dulce reposo de tu estado

envidia mi dolor! Hijo querido,

hijo de mi desgracia, tú del sueño (5)

gozas el blando halago; y yo suspiro,

tiemblo, y me afano al contemplar tu suerte;

cuando Vinter permite que el alivio

tenga de tus caricias, y a mi lado

te sepulta también en este sitio, (10)

sin duda que le queda la esperanza

de reducir mi vida y mis dominios

a una vil sujeción..., antes perezca

Zinda, que llegar pueda a consentirlo.

¡Ah! ¡Quién dijera, cuando yo piadosa (15)

permití que elevara este edificio

Pereyra en mis estados; que algún día

llegara a verme presa en su recinto

pero la luz del alba ya parece

que alumbra los horrores de este sitio (20)

por esa claraboya; de la noche,

de esta noche de llanto el lento giro

pareció interminable a mis angustias;

el sueño huyó de mí; los ojos míos

velaron, y entre sombras pavorosas, (25)

objetos de furor y duelo han visto.

Por todas partes desolado el campo

de este imperio infeliz, yo vi teñidos

de sangre sus hogares; y que el fuego,

aumentando el horror de este conflicto, (30)

dejó abrasadas las sencillas chozas,

y en cenizas los pueblos convertidos;

en tanto que los viles europeos,

consumando tan bárbaro exterminio,

esclavos mis vasallos arrastraban (35)

a su infame país, sin que los gritos

de tantos infelices conmoviesen

su corazón feroz. ¡Oh esposo mío!

¿Y será esta tu suerte? ¡Qué! ¿De Zinda,

de Congo puede ser este el destino? (40)

De Zelido... ¡Qué horror! ¡Oh tú, inocente,

(Se acerca a su hijo, lo despierta, y lo abraza.)

ven a calmar los bárbaros delirios

del amor maternal; despierta, llega

al seno de tu madre, amado hijo.

(Se sienta con él.)


Personaje con trasfondo histórico: Zinda, reina africana del estado independiente de Angola, amenazado por los colonizadores europeos (portugueses y holandeses).

Autora: María Rosa Gálvez, Zinda (1801, publicada en 1804, pero nunca representada).

Más información sobre la autora y su obra.

En este sumario, Julia Bordiga asume el tono peyorativo con que había tratado la crítica anterior la obra de María Rosa Gálvez.

La heroína de Zinda es un personaje histórico, y en el ejemplar que MRG [María Rosa Gálvez] sometió a la censura la tragedia llevaba el título La negra Zinda. Su verdadero nombre era Jinga-Mbandi-Ngola (1582-1663) y reinó en Ngongo, actual Angola, por cuarenta años. La muerte de su padre creó un vacío en la sucesión, que ella subsanó usando las insignias de su padre y haciéndose llamar "rey". De acuerdo a la costumbre vigente entre los reyes tomó para sí cuarenta concubinas (de sexo masculino) y ordenó a sus sirvientes que se vistiesen como mujeres. Diplomática astuta y temible guerrera luchó contra el tráfico de esclavos de los portugueses durante todo su reinado, y trató de mantener relaciones comerciales con Portugal y los Países Bajos. Permitió el asiento de comunidades religiosas cristianas y fue bautizada con el nombre de Ana de Sousa, pero nunca se convirtió realmente. Su valentía es recordada todavía en Angola y entre los descendientes de esclavos angoleños en Brasil. Las primeras noticias sobre esta reina aparecieron en la obra del misionero capuchino Antonio Cavazzi da Montecuccolo: Istorica descrizione de'tre regni: Congo, Matamba, et Angola, Bologna, 1687. En el año 1732 apareció una traducción libre de esta obra en francés titulada Rélation Historique de I'Étiopie Occidentale del padre dominicano Jean Baptiste Labat, que fue probablemente el texto que leyó MRG. También es posible que haya tenido noticias de Zinda en el libro de Jean Luis Castilhon Zingha, reine d 'Angola. Histoire africaine, París, 1769.

Si MRG hubiera podido utilizar las acciones históricas que se narran en estas Relaciones, el resultado hubiera sido una tragedia absolutamente original y Zinda se hubiera convertido en el paradigma del movimiento feminista hace más de doscientos años. MRG debió enfrentarse con el dilema que presentaba la adaptación de esta exótica historia: la importancia de la verosimilitud y del decoro por un lado, y la verdad histórica por el otro, y no pudo resolverlo. Del breve resumen que se ha hecho de la historia de Zinda se puede comprender que cualquier aspecto de su personalidad chocaría con las costumbres morales de la época. MRG se limitó entonces a conservar el nombre histórico y la referencia geográfica; los personajes y la acción son inventados, no hay una acción entera en el sentido aristotélico, y algunas situaciones resultan completamente inverosímiles—la captura del hijo de Zinda, la presencia absolutamente prescindible del marido, los argumentos de Pereira para alejarse del África, etc. Lo rescatable de todo el drama son los parlamentos abolicionistas de Zinda y de Alcaypa que no figuran ni en la obra de Cavazzi ni la de Castilhon, y que ilustran la postura política y social asumida por MRG en un tema tan comprometido aun dentro de su propia familia—José de Gálvez, su tío, había decretado el libre comercio de esclavos en 1784.


Sin embargo, en un artículo publicado el mismo año, Julia Bordiga hace mayor énfasis en el valor de la denuncia realizada por María Rosa Gálvez a través de la obra, aunque sin salvarla del juicio negativo sobre su trama.

En 1801 María Rosa de Gálvez escribió el drama trágico en tres actos La negra Zinda, que fue publicado en 1804 en sus Obras poéticas con el título de Zinda. A diferencia de alguna de sus otras obras trágicas, Zinda nunca fue representada en el teatro, pero el mensaje político que encierra este drama ha dado lugar a una reedición del mismo y ha despertado el interés de la crítica. Al igual que en sus tragedias, Gálvez eligió como heroína del drama a un personaje histórico, en este caso semi-contemporáneo si se atiende a las obras que se seguían publicando, traduciendo y actualizando en el siglo XVIII sobre la temible reina de Angola y Matamba. El trasfondo histórico y la geografía coinciden con la historia de esta reina, pero la trama es un collage de situaciones y datos dispersos que Gálvez ha reinterpretado para reforzar el mensaje que se propuso con este drama. (...)

Zinda comprende finalmente que cumplir con «los derechos respetables / de todas las naciones» (343-44) no le ha servido para recuperar a su hijo, ni ha garantizado su libertad y la de su esposo. En un malhadado intento por salvar a Zelido, la pareja real ha caído prisionera de Vinter, quien les exige a cambio de su libertad que revelen el camino para llegar a las minas de oro de la región. Es muy difícil para Zinda conciliar las enseñanzas de Pereyra con la conducta vil de Vinter, su espíritu se rebela y duda (como lo hiciera en la vida real) entre volver a las viejas costumbres ritualistas de su pueblo o someterse al invasor. Zinda defiende la libertad como un derecho inalienable y condena el dominio territorial y humano de los europeos: «yo espero / no ser jamás esclava de los blancos» (447-48); «Mi hijo Zelido y yo libres nacimos; / infelices, mas libres moriremos» (547-48); «yo prevendré a mi esposo, que los negros, / que hizo en Angola esclavos, no permita / que se vendan a los viles europeos» (584-86). (...)

La valiente denuncia del tráfico del esclavos y de la violación de los derechos humanos por parte de Gálvez «representa una toma de postura por parte de la autora en el debate sobre el colonialismo que se estaba dando con fuerza a finales del siglo XVIII, que acabaría con la independencia de las colonias tradicionales y el nacimiento de un nuevo tipo de colonialismo» (Dómenech 32). Es posible que haya sido también una toma de postura frente a su propia familia, pues el conde de Gálvez, tío de María Rosa, firmó el 4 de noviembre de 1784 el decreto que autorizaba el libre comercio de esclavos negros.


  • Rocio Periáñez y Aurora Martín (2014): "Introducción" a Mujeres esclavas y abolicionistas en la España de los siglos XVI al XIX.

Las editoras de este libro reciente asumen un enfoque más positivo sobre la obra de Gálvez.

Arturo Morgado (Historia Moderna, Cádiz) estudia la obra Zinda, de María Rosa Gálvez de Cabrera, (...) publicada en los primeros años del siglo XIX, ha sido considerada uno de los alegatos antiesclavistas más contundentes escritos en España antes de las Cortes de Cádiz. Precisamente, Morgado subraya que, a pesar de la nutrida bibliografía existente sobre la autora y su obra, esta no ha sido contextualizada en el pensamiento español de la época, e, incluso, se ha llegado a afirmar que Gálvez conoció la historia a través de fuentes extranjeras. Todo ello forma parte de la negación de la esclavitud tan común en la historiografía española. Este trabajo pretende, por tanto, poner de relieve cómo en la España de finales del siglo XVIII las ideas abolicionistas comenzaron a circular, fundamentalmente a través de la prensa, si bien encontramos además algunas novelas escritas entre siglos que abordan el tema de la trata de esclavos. Gálvez, como mujer culta que era, debió estar al tanto de esta producción, especialmente de uno de los mejores diarios españoles de la época, el Espíritu de los mejores diarios literatos que se publican en Europa, donde circularon algunos relatos referidos a la reina angoleña Zingha y que debieron servirle de fuente directa de inspiración.

María Rosa Gálvez publica esta obra en un contexto en el cual la esclavitud sigue manteniéndose, no sólo, naturalmente, en el mundo colonial, sino también en la propia metrópoli española. Parece que en ciertos medios sociales seguía estando muy generalizada la costumbre de emplear negroafricanas como nodrizas, señalando el Semanario de Zaragoza del 10 de octubre de 1798 cómo“nace el niño y le entregan auna negra, cuyas costumbres e inclinaciones por lo regular son perversas, ésta lascomunica a la criatura envueltas en el alimento así como los humores corrompidos...enla edad más preciosa...entonces se entregan a una esclava”. Un vistazo a la prensa dela época nos revelará cómo, con total naturalidad, los anuncios de ventas de esclavos, siempre de origen negroafricano, coexisten junto a las demandas de empleo de amas de cría, las informaciones sobre animales perdidos, o los ofrecimientos de clérigos sin empleo como ayos y leccionistas particulares. (...) Y es que el mantenimiento del trabajo esclavo era vital para la economía de plantación de las colonias hispanas, tal como lo era para las posesiones inglesas o francesas en el continente americano. De hecho, estos argumentos economicistas se encuentran en la base de los defensores de la persistencia de la esclavitud. (...)

Este discurso economicista venía acompañado además por la presentación de imágenes amables sobre la condición esclava. En el Diario de Madrid del 26 de enero de 1790 podemos leer una anécdota ambientada en las islas Barbados según la cual un plantador hubo de sufrir un robo por parte de uno de sus esclavos. Al ignorar quien era el responsable, ideó una estratagema para encontrar al autor de tal desaguisado, argucia que, de paso, sirve para contraponer la agudeza y el ingenio del propietario (blanco) con la simplicidad e ingenuidad del esclavo (negroafricano), contentándose con castigarle ligeramente, aunque mucho nos tememos que tales alardes de comprensión por parte de los amos no serían muy frecuentes. (...)

No era, pues, una mala vida la que llevaban los esclavos en el Nuevo Mundo, y, desde luego, infinitamente mejor que la que podían esperar en su Africa natal. De hecho, las imágenes presentadas sobre la crueldad, la violencia y las atrocidades cometidas por los gobernantes negroafricanos son un lugar común en la prensa finidieciochesca, cumpliendo estos testimonios el objetivo de justificar la institución esclavista como una mejora real de su condición, llegándose hasta el cinismo de presentar a algunos negreros europeos como individuos llenos de humanidad y de buenos sentimientos. (...)

Sin embargo, es muy posible que los redactores de algunos periódicos españoles estuviesen claramente en contra de la existencia de la institución esclavista, siendo muy significativo que el 3 de septiembre de 1787 se comentase en el Espíritu de los mejores diarios que se publican en la Europa la obra An Apology for Negroes slavery escrita por un autor desconocido, y publicada en Londres el año anterior y que el autor de la noticia manifestase cómo “es vergonzoso y aun horrible que en un siglo de luces, y de filantropía halle defensores la esclavitud de los negros, y que los halle en una nación fanática por el amor de la libertad, y que se jacta de respetar más que ninguna los derechos del hombre, y las máximas de la naturaleza...su mala causa no le ha permitido poner su nombre en la obra que no merece consideración alguna, pues es odiosa por su título”. Nuestro diario incluía ese mismo año, concretamente en el número correspondiente al 31 de diciembre, unas reflexiones publicadas en Ámsterdam que volvían en contra de los partidarios del mantenimiento de la esclavitud los mismos argumentos de carácter economicista. (...)

Habida cuenta de todos estos testimonios, no parece muy admisible la idea, sustentada por algunos estudiosos, de que la reflexión sobre la esclavitud en España no suscitaba mucho interés, y la prensa jugaría un importante papel en su difusión. No perdamos de vista el hecho, sobradamente conocido, de que la obra de Cadalso Cartas Marruecas, una de las cuales contiene una fuerte crítica a la trata negrera (aunque con el objetivo último de defender la colonización española en América), fue publicada primeramente en el Correo de los Ciegos entre febrero y julio de 1789. Y teniendo en cuenta la difusión de todos estos periódicos, parece bastante evidente que un cierto sector de los medios cultivados españoles estaba al corriente de la difusión del movimiento antiesclavista. Si nos fijamos en el que nos parece más alineado con las tendencias abolicionistas, el Espíritu de los mejores diarios, veremos que en 1788 contaba con 282 suscriptores en Madrid, 471 en provincias y media docena en Ultramar, ascendiendo estas cifras al año siguiente a 227, 328 y 73 respectivamente. Se trataba de una pequeña élite intelectual, ciertamente, pero es que el público español receptivo a las ideas de la Ilustración tampoco daba para mucho más.

Gertrudis Gómez de Avellaneda, Sab, su primera novela (1841).

Resumen del argumento.

-¿Dice Vd. que pertenecen al señor de B... todas estas tierras?

-Sí señor.

-Parecen muy feraces.

-Lo son en efecto.

-Esta finca debe producir mucho a su dueño.

-Tiempos ha habido, según he llegado a entender -dijo el labriego deteniéndose para echar una ojeada hacia las tierras objeto de la conversación-, en que este ingenio daba a su dueño doce mil arrobas de azúcar cada año, porque entonces más de cien negros trabajaban en sus cañaverales; pero los tiempos han variado y el propietario actual de Bellavista no tiene en él sino cincuenta negros, ni excede su zafra de seis mil panes de azúcar.

-Vida muy fatigosa deben de tener los esclavos en estas fincas -observó el extranjero-, y no me admira se disminuya tan considerablemente su número.

-Es una vida terrible a la verdad -respondió el labrador arrojando a su interlocutor una mirada de simpatía-: bajo este cielo de fuego el esclavo casi desnudo trabaja toda la mañana sin descanso, y a la hora terrible del mediodía jadeando, abrumado bajo el peso de la leña y de la caña que conduce sobre sus espaldas, y abrasado por los rayos del sol que tuesta su cutis, llega el infeliz a gozar todos los placeres que tiene para él la vida: dos horas de sueño y una escasa ración. Cuando la noche viene con sus brisas y sus sombras a consolar a la tierra abrasada, y toda la naturaleza descansa, el esclavo va a regar con su sudor y con sus lágrimas al recinto donde la noche no tiene sombras, ni la brisa frescura: porque allí el fuego de la leña ha sustituido al fuego del sol, y el infeliz negro girando sin cesar en torno de la máquina que arranca a la caña su dulce jugo, y de las calderas de metal en las que este jugo se convierte en miel a la acción del fuego, ve pasar horas tras horas, y el sol que torna le encuentra todavía allí... ¡Ah!, sí; es un cruel espectáculo la vista de la humanidad degradada, de hombres convertidos en brutos, que llevan en su frente la marca de la esclavitud y en su alma la desesperación del infierno.

El labriego se detuvo de repente como si echase de ver que había hablado demasiado, y bajando los ojos, y dejando asomar a sus labios una sonrisa melancólica, añadió con prontitud:

-Pero no es la muerte de los esclavos causa principal de la decadencia del Ingenio de Bellavista: se han vendido muchos, como también tierras, y sin embargo aún es una finca de bastante valor.

Dichas estas palabras tornó a andar con dirección a la casa, pero detúvose a pocos pasos notando que el extranjero no le seguía, y al volverse hacia él, sorprendió una mirada fija en su rostro con notable expresión de sorpresa. En efecto, el aire de aquel labriego parecía revelar algo de grande y noble que llamaba la atención, y lo que acababa de oírle el extranjero, en un lenguaje y con una expresión que no correspondían a la clase que denotaba su traje pertenecer, acrecentó su admiración y curiosidad. Habíase aproximado el joven campesino al caballo de nuestro viajero con el semblante de un hombre que espera una pregunta que adivina se le va a dirigir, y no se engañaba, pues el extranjero no pudiendo reprimir su curiosidad le dijo:

-Presumo que tengo el gusto de estar hablando con algún distinguido propietario de estas cercanías. No ignoro que los criollos cuando están en sus haciendas de campo, gustan vestirse como simples labriegos, y sentiría ignorar por más tiempo el nombre del sujeto que con tanta cortesía se ha ofrecido a guiarme. Si no me engaño es usted amigo y vecino de D. Carlos de B...

El rostro de aquel a quien se dirigían estas palabras no mostró al oírlas la menor extrañeza, pero fijó en el que hablaba una mirada penetrante: luego, como si la dulce y graciosa fisonomía del extranjero dejase satisfecha su mirada indagadora, respondió bajando los ojos:

-No soy propietario, señor forastero, y aunque sienta latir en mi pecho un corazón pronto siempre a sacrificarse por D. Carlos no puedo llamarme amigo suyo. Pertenezco -prosiguió con sonrisa amarga-, a aquella raza desventurada sin derechos de hombres... soy mulato y esclavo.

-¿Conque eres mulato? -dijo el extranjero tomando, oída la declaración de su interlocutor, el tono de despreciativa familiaridad que se usa con los esclavos-: bien lo sospeché al principio; pero tienes un aire tan poco común en tu clase, que luego mudé de pensamiento.

El esclavo continuaba sonriéndose; pero su sonrisa era cada vez más melancólica y en aquel momento tenía también algo de desdeñosa.

-Es -dijo volviendo a fijar los ojos en el extranjero-, que a veces es libre y noble el alma, aunque el cuerpo sea esclavo y villano. Pero ya es de noche y voy a conducir a su merced al ingenio ya próximo.

Personajes: Enrique Otway, comerciante; el esclavo Sab y la terrateniente Carlota, de quien está enamorado.

Autora: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Sab (1841).

Más información sobre la autora y la novela, que tuvo un gran impacto social y abrió la serie de las escritoras románticas contra la esclavitud.

Varias escritoras abolicionistas han dejado constancia de sus convicciones antiesclavistas: la granadina Rogelia León (1828-1870) escribió un artículo con el largo y significativo título: “A las piadosas señoras de todos los países que trabajan con ardor en la emancipación de los esclavos” y compuso “La canción del esclavo”, poema al que confiere un ritmo similar al de las dos primeras estrofas de la “Canción del pirata” de Espronceda. En él desgrana sus ideas sobre el oprobio de la esclavitud en boca de un esclavo y expone la idea del “buen salvaje”:

Soy esclavo, nombre infausto;

nombre odioso y maldecido;

soy el perro escarnecido

que castiga su señor.

[…]

Dejadme ver a mis hijos

y a mi amada, yo os lo ruego,

[…]

esos hombres inhumanos

deben, sí, deben morir.

No, no, debo esclavizarlos,

ser cruel cual ellos fueron

y que sepan lo que hicieron

y que aprendan a sufrir.

Impresionante fue la lectura [el 14 de octubre de 1868] que Carolina Coronado realizó de su soneto “A la abolición de la esclavitud en Cuba”, con motivo de la fundación de la Sociedad Abolicionista. Desde un balcón, con gesto teatral, el cabello al viento y voz firme, recitó ante la multitud:

[...] Sonó la libertad, ¡bendita sea!

Pero después de la triunfal pelea,

no puede haber esclavos en España […].

Tal escándalo provocó el poema, así como unas declaraciones suyas contra “los manejos yankees”, que le costaron el cese a su marido, Horacio Perry, como primer secretario de la Embajada de Estados Unidos en Madrid.

En 1841, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) publicó en España su novela Sab, tildada por algunos críticos de romántica-sentimental, ya que se basa en un triángulo amoroso. Sin embargo, lo nuevo de esta novela es que la autora cubana se distancia de la reconocida como novela femenina al crear unos protagonistas que se salen de la norma: el esclavo Sab y las dos mujeres, Carlota y Teresa, no se contentan con el papel que se les ha asignado en la vida.

La Avellaneda se centra en el análisis de la injusticia social que supone el esclavismo y la crítica de las condiciones de vida de las mujeres; y proclama, certeramente, que las cadenas que ataban a los negros de Cuba estaban forjadas en la misma fragua de la intolerancia, de la explotación y del abuso en que se venían fabricando las que oprimían a las mujeres. Lo que termina haciendo de ella la primera novela abolicionista escrita en español y anterior a La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe (1811-1896) publicada en 1852.

Faustina Sáez de Melgar (1834-1895) escribe el drama La cadena rota en 1879, en el que denuncia la permanencia de la esclavitud en Cuba. La obra está ambientada en un ingenio del que es dueña Rosa, la cual va a casarse con Horacio, primo suyo, que llega de España. Él se queda desconcertado al comprobar el trato que la hacendada da a sus esclavos, porque ya no se conoce la esclavitud en España, exclama: […]esa negra esclavitud / baldón de la humanidad / me hace daño […], muestra así su punto de vista la autora.

Y uno de los personajes explica su actitud:

[…]ten presente que en España

no se conoce el esclavo

y que Horacio al fin y al cabo

estas costumbres extraña […].

En la hacienda trabajan dos esclavos hermanos: Azella y Ruderico, son mulatos e instruidos. Horacio se enamora de Azella e intenta liberar a los dos. La autora, construye con acierto un desenlace trágico, planteando frente a la liberación ―lo que convertiría a la obra en un melodrama― la muerte. En palabras de Azella:

Siendo libre viviré

si así lo quiere mi suerte

pero, si no, con la muerte

mi cadena romperé.

El poema de Concepción Arenal, “La esclavitud de los negros”, fue publicado en El Abolicionista en 1875. Incomprensiblemente, aunque citado en algunos estudios, no ha sido publicado hasta 2006. Llama la atención la solemnidad épica de esta larga silva (500 versos) que comienza con un endecasílabo, a manera de invocación de estilo homérico: ¡Oh musa del dolor! Dame tu llanto ―compárese con el comienzo de La Ilíada: “Canta, oh diosa, la cólera del Pélido Aquiles”.

La autora enumera los horrores de la esclavitud y en nombre de la justicia, invoca a los hombres para que rechacen tal ignominia:

¡Hombres, venid a redimir al hombre;

la causa es santa, desertarla mengua!

Resulta muy valiente su acusación contra los cristianos, los traficantes y los poseedores de esclavos, a los que da el calificativo de “fieras”. También culpa a las mujeres del abuso ―¡Oh, Esclavitud! [...]¿De los hombres no basta que hagas fieras? / ¡Las mujeres también, las nobles damas!—, hasta el punto de llamar a una dueña de esclavos “leona furiosa” y “feroz verdugo”. La poeta, en este punto, no excluye a las mujeres del horror, adelantándose a las historiadoras feministas de la década de los setenta que investigaron sobre las mujeres que ejercieron la violencia y la opresión sobre sus semejantes a lo largo de la historia.

El poema concluye con un apóstrofe a la patria, pidiéndole que no consienta tal crimen de lesa humanidad:

[...]si fue la esclavitud tu horrible herencia,

la santa libertad lega a tus hijos.

[...]

Sé justa ¡oh patria mía! y serás grande.

Es necesario recordar que España fue la penúltima nación del mundo que abolió la esclavitud en 1886, seguida de Brasil. La pavorosa situación en que se encontraban los esclavos y su ineludible liberación, se convirtieron, por simpatía, en un motivo reiterado de la literatura romántica escrita por mujeres. Son ellas las que deben de llevarse el mérito de haber denunciado por humanidad, por solidaridad, tal ignominia.

Concepción Arenal, La esclavitud de los negros (1866, publicada en 1875).

(...) ¡Horrible esclavitud! En tu presencia

¿qué mano generosa,

suscribir quiere la sentencia odiosa

que entrega a la codicia la inocencia?

¿Quién pone tu dogal, tu marca imprime?

¿Quién en cólera justa no se inflama?

¿Quién, angustiado el corazón, no gime

y a Dios y al mundo en su socorro llama?

¡ESCLAVITUD! ¿Cómo este horrible nombre,

que es opresión, iniquidades, llanto,

fuerza brutal, depravación, espanto,

puede el hombre escuchar? ¡Qué digo el hombre!

Dijérase que aterra,

que inspira el horror mismo

en el mar proceloso, en la ancha tierra,

de la región del sol, hasta el abismo. (...)


Autora: Concepción Arenal.

Más información sobre la autora y la obra.

La Constitución de 1812, fue justamente estudiada y festejada en el segundo aniversario de su proclamación, por su indudable valor de haber transformado por primera vez en España su sistema político y económico. Con ella se inicia la época constitucional y se termina con el Antiguo Régimen a pesar de los esfuerzos de un rey incapaz y veleidoso por volver a él. España se había dotado de unas Cortes, de un sistema jurídico moderno y de unos ideales liberales en cuanto que había devuelto el protagonismo al pueblo y había dejado establecida la división de poderes. Nada que objetar en este sentido. Sin embargo, la cuestión social había sido postergada. No se tuvo en absoluto en cuenta a los grupos marginados, ya fueran de tipo racial o social como de colectivos más o menos numerosos. Fueron omisiones incomprensibles en una Ley que pasa por ser de las más liberales de la historia. Aunque fueron bastantes los problemas que quedaron aplazados, voy a señalar los dos más importantes, no solo porque obvió a dos colectivos muy numerosos –los esclavos y la mujer– sino porque de ambos surgieron fuertes movimientos –abolicionismo y feminismo– que revolucionaron poco a poco y con muchas dificultades a la cambiante sociedad española del siglo XIX. La abolición de la esclavitud se demoró casi tres cuartos de siglo (1886) y el reconocimiento de la mujer como persona integrante de la sociedad, es decir, con derecho al voto, más de una centuria (1918).

(...)

Hubo en España indudables pioneros en la condena de la esclavitud, como Isidoro de Antillón o Blanco White, que por conocidos no me voy a detener en ellos pero, desafortunadamente, esa semilla temprana no pudo dar fruto en una sociedad en la que la esclavitud era una cuestión económica y política tan fuerte y profunda como el azúcar cubano en esa época. A pesar que el asunto se debatió en las Cortes en diversas comisiones, no pudo ser llevado a pleno por la presión de los hacendados cubanos y la Constitución no recoge nada al respecto.

Tendría que pasar bastante tiempo para que la sociedad se movilizara en torno a la idea abolicionista y fue la llegada a Madrid de D. Julio Vizcarrondo2 la que marca la línea de salida del último período del largo proceso de la abolición. Vizcarrondo, que tuvo que sufrir la incomprensión de los partidos políticos, encontró una magnífica acogida en dos asociaciones de carácter económico: la Sociedad Libre de Economía Política y la Asociación para la Reforma de Aranceles y Aduanas. En ellas se había puesto a discusión pública la cuestión de la esclavitud y en ellas entró el puertorriqueño en contacto con un grupo de jóvenes y entusiastas economistas que vivían por entonces apartados de los partidos políticos3 . En una fecha simbólica para el proceso de abolición, el 2 de abril de 1865, se constituye la Sociedad Abolicionista Española con una junta directiva de verdadero lujo presidida por D. Salustiano de Olózaga, al que acompañaban como vicepresidentes D. Juan Valera y D. Antonio Mª Segovia, pertenecientes a partidos conservadores, y D. Laureano Figuerola, D. José Mª Orense y D. Fermín Caballero, de partidos progresistas. Como vocales figuraban, entre otros, D. Práxedes Mateo Sagasta, D. Luis Mª Pastor y D. Emilio Castelar. El secretario era el propio Vizcarrondo. Como puede apreciarse, grandes personalidades del mundo político y de la cultura en general empeñaron sus nombres con la idea, aunque a la hora de desarrollar actividades concretas solo unos cuantos actuaron. Y entre ellas, cómo no, aparece nuestra protagonista, Concepción Arenal, defendiendo siempre a los débiles a los que había dedicado su vida con su incontrolable actividad y con su ardorosa pluma. Al año siguiente de la constitución de la Sociedad, el 31 de marzo de 1866, se convocó un certamen poético para toda España sobre el tema único de la abolición. Se presentaron un total de 76 poesías de las cuales fue elegida como ganador un poema que ella presentó titulado “La esclavitud de los negros”. Correspondieron el segundo y tercer premios a Juan Justiniano Arribas, por “A la abolición de la esclavitud” y a Bernardo del Saz por “¡A a abolición!” . Una relación de estos poemas fue publicada en El cancionero del esclavo, que vio la luz en el mismo año de 1866 . Conscientes de que lo que se desea que permanezca y que llegue a la conciencia colectiva debe ser publicado, pusieron el máximo interés en editar todo lo que hacían: poesías, conferencias, mítines, manifiestos a las Cortes, etc.

El otro gran colectivo marginado por las Cortes de Cádiz y silenciado por la Constitución fue la mujer, hasta tal punto que no fueron consideradas ciudadanas y fueron excluidas de las Cortes, a pesar de que habían desempeñado un destacado papel en la guerra de la Independencia.

(...)

Concepción Arenal había nacido en El Ferrol, a fines de 1820, en una casa en la que la ideología liberal había dado muchos disgustos a su padre, militar estricto y fiel a sus principios que se opuso siempre al absolutismo que quería perpetuar Fernando VII. Su postura siempre clara le valió ser llevado a prisión en varias ocasiones y en una de ellas murió en la cárcel en 1829 cuando Concepción era aún muy niña8 . Ese mismo año abandona su tierra natal y se traslada con su madre a Cantabria, donde recibe una férrea educación religiosa. Más adelante, en 1834 se trasladan a Madrid y Concepción Arenal, ya con 14 años, convertida en una adolescente, entra a estudiar en un colegio de señoritas. Siete años después, ya suficientemente formada para el papel reservado a las mujeres de clase media, se empeña en contra de la voluntad de su madre en asistir a la universidad. Se incorporó como oyente a la Facultad de Derecho de la Universidad Central –la actual Universidad Complutense– vistiendo ropas masculinas, por el veto que por aquellos años y muchos de los venideros tendría la mujer para acceder a la enseñanza superior, derecho que no le fue reconocido hasta 1910. Siempre rebelde, curiosa e interesada en todos los asuntos de la sociedad que la rodeaba, vestida también de hombre, participó en tertulias políticas y literarias, luchando así contra lo establecido en la época para la condición femenina. Terminada su carrera de Derecho, se casó en 1848 con el también abogado y escritor Fernando García Carrasco, con el que colaboraría en numerosos proyectos. Juntos trabajaron en el periódico liberal Iberia, hasta que en 1857 quedó viuda y sin recursos económicos, por lo que tuvo que vender su casa de Armaño y trasladarse otra vez a Cantabria, pero esta vez a Potes, donde fundó en 1859 el grupo femenino de las Conferencias de San Vicente de Paúl para ayuda de los pobres. Dos años después, en 1861, la Academia de Ciencias Morales y Políticas la premió por su memoria La beneficencia, la filantropía y la caridad. Era la primera vez que la Academia premiaba a una mujer. A partir de este momento Concepción Arenal desarrolla una entusiasta y admirable labor a favor de los más débiles y también es su época más fecunda en la literatura. Se convierte en la primera mujer en obtener el cargo de visitadora de cárceles de mujeres, que ostentó desde 1863 a 1865, tras el cual publica una serie de obras de poesía y ensayo tales como: Cartas a los delincuentes (1865), Oda a la esclavitud (1866) –que fue premiada por la Sociedad Abolicionista de Madrid y que constituye la base de este artículo–, El reo, el pueblo y el verdugo o La ejecución de la pena de muerte (1867). Como puede observarse, su actividad es imparable y siempre pensando en los marginados, que fueron el fundamento de su abnegada vida. Sus trabajos sobre las cárceles y la situación de los presos le valió un reconocimiento nacional e internacional.

(...)

El mismo entusiasmo que puso en el tema de las cárceles y de la mujer se refleja en su largo poema La esclavitud de los negros, único trabajo que se le conoce sobre este polémico y espinoso asunto, que demuestra cómo su abnegada pasión por los débiles la impulsaba a llegar al meollo del problema que tocaba sin poner para ello ninguna cortapisa. En este trabajo se introduce de lleno en las lacras de la esclavitud misma con una visión certera y apasionada, en el que imprime, dado su carácter literario, toda la pasión de un romanticismo tan en boga en la época de su educación y toda la crudeza de un realismo que imperaba cuando gana el concurso de la Sociedad Abolicionista.

Concepción Arenal no hacía las cosas a medias y en su poema hace una fuerte crítica a la propia institución de la esclavitud, algo a lo que se habían atrevido muy pocos a lo largo de los siglos. (...) La cita de Jeremy Benthan –creador de la doctrina “utilitarista” e inventor de un nuevo sistema penitenciario– que elige como encabezamiento de su poema nos está dando la dimensión intelectual de Concepción Arenal y su conocimiento de las grandes corrientes de pensamiento europeas, y sabe perfectamente cómo un tema tan importante como fue el de la esclavitud de los africanos había sido silenciado sistemáticamente en todas esas corrientes hasta muy al final del siglo XVIII. En su poema denuncia ese silencio en muchas estrofas, además de condenar a los negreros hasta el punto de hacerlos responsables de los crímenes que hubieran podido cometer los propios negros poniéndolos ante el “Juez Infalible, Soberano”.

Carolina Coronado, "A la abolición de la esclavitud en Cuba" (1868).

Si libres hizo ya de su mancilla

el águila inmortal los africanos,

¿por qué han de ser esclavos los hermanos,

que vecinos tenéis en esa Antilla?


¿Qué derecho tendrás, noble Castilla,

para dejar cadenas en sus manos,

cuando rompes los cetros soberanos

al son de libertad que te acaudilla?


No, no es así: al mundo no se engaña.

Sonó la libertad, ¡bendita sea!

Pero después de la triunfal pelea,


no puede haber esclavos en España.

¡O borras el baldón que horror inspira,

o esa tu libertad, pueblo, es mentira!

Autora: Carolina Coronado.

Más información sobre la autora, su obra y el contexto histórico y político.

La conferenciante ofrece una explicación verosímil sobre el exilio de Carolina Coronado, como consecuencia de su toma pública de postura contra la esclavitud, en oposición a sucesivos gobiernos, lo que influyó en que su marido, diplomático de los Estados Unidos, fuera vetado.

Carolina ya se había pronunciado a favor de la abolición de la esclavitud a comienzos de la década de los sesenta. El motivo de ello es el estallido y desarrollo de la Guerra de Secesión, iniciada cuando Abraham Lincoln accede a la presidencia de Estados Unidos (1861). Recuérdese que en los orígenes de dicho conflicto se halla básicamente la tensión entre la Unión del Norte y la Confederación sudista. Es decir, entre Estados democráticos e industriales con sistema de trabajo asalariado, y Estados aristocráticos y latifundistas, con mano de obra esclava. Durante el conflicto España simpatizará en su mayoría con la Confederación. Ello se debe a que nuestra Monarquía es dueña de plantaciones esclavistas en Cuba (aunque se declare neutral) y la nobleza es propietaria de latifundios. Frente a ellas, y en gesto valiente, Coronado apoya a la Unión. En el soneto ‘Al Almirante Farragut, a su llegada a Barcelona’, homenajea al héroe en la guerra, que está al mando de la flota norteamericana en Europa en 1867 (fecha de la que puede datar el poema). También, responde a una carta, firmada en Barcelona en Octubre de 1863 por Mariano Vaqué o Pablo Armengol (Votos de España por los esclavos de América), en la que le piden escribir un libro sobre la abolición de siervos. Pero sobre todo destaca su ‘Oda a Lincoln’, redactada en tono admirativo y laudatorio, en la que califica al político abolicionista de grandioso ejemplo de valor cristiano, hijo fiel de Washington, glorioso, justo, o bondadoso. Carolina lo elogia nuevamente en ‘El águila redentora’, compuesto probablemente a raíz de su asesinato. En el folleto se dirige al Presidente como pastor de las estrellas, ensalzando su origen popular (humilde leñador), y rindiendo además homenaje a la América que consigue romper las cadenas y liberar de la esclavitud al hijo negro, a nuestro negro hermano. (...) Desde la presidencia de la Sociedad Abolicionista de Madrid, la poetisa continuará desplegando una intensa campaña en este sentido.

Más información sobre el tema.

El poderoso movimiento abolicionista auspiciado por norteamericanas e inglesas, se benefició en España del impulso de muchas escritoras románticas que no se contentaron con escribir poesías, dramas o ensayos antiesclavistas sino que participaron activa y públicamente en actos a favor de la liberación de los esclavos, como manifestaciones y mítines. La primera ley de abolición de la esclavitud en España se promulgó en 1837, pero se aplicó sólo al territorio metropolitano y excluía a los de ultramar.

Varios años más tarde, en 1865, fue decisiva la presencia en España del matrimonio formado por Harriet Brewster, -de origen estadounidense y abolicionista- y Julio de Vizcarrondo -hacendado y periodista portorriqueño-. Ella convirtió a su esposo a la causa antiesclavista y, después de haber liberado a sus propios esclavos en Puerto Rico, vinieron a Madrid para promover la abolición. Gracias a su iniciativa se crea la “Sociedad Abolicionista Española”. De dicha sociedad formaron parte Carolina Coronado y Concepción Arenal. [La primera fue nombrada presidenta y la segunda, secretaria].

En el mismo año se funda el periódico “El abolicionista” que en 1866 organizó un concurso literario ganado por Concepción Arenal con su poema “La esclavitud de los negros”. Después de “La Gloriosa”, se promulgó en 1870 una ley llamada de “vientres libres” que concedía la libertad a los futuros hijos de las esclavas. En 1872 se elaboró un proyecto de ley de abolición de la esclavitud en Puerto Rico, contra el que se desató una feroz oposición, pues se veía en la liberación de los 31.000 esclavos portorriqueños, el preámbulo de la liberación de los casi 400.000 cubanos.

(...)

Quienes se oponían a la abolición de la esclavitud no utilizaban razonamientos esclavistas, sino que justificaban su actitud política con argumentos supuestamente patrióticos, como su oposición a someterse a los dictados del extranjero, que los propietarios de las plantaciones responderían haciéndose independentistas, que el daño económico de la medida sería incalculable; aunque algunos propietarios cubanos echaban sus cuentas y les salían más baratos trabajadores asalariados que esclavos; y otro de los argumentos antiabolicionistas era que actuaban por el bien de los propios esclavos: si se los liberaba, los esclavos “quedarían en paro”, en palabras de hoy. Después de una dura confrontación entre abolicionistas y partidarios de la esclavitud, en 1880 el conservador Cánovas aprobó, casi sin oposición por parte de los que antes defendían ideas esclavistas, una ley de abolición de la esclavitud de forma gradual en Cuba. Lo paradójico del asunto estriba en que muchos esclavos se habían “autoliberado”, aceptando la libertad que les ofrecían los independentistas cubanos a cambio de luchar contra el ejército español. Así pues, sucedió lo contrario de lo que pronosticaban los antiabolicionistas: la abolición de la esclavitud convirtió a los esclavos en independentistas y no a los propietarios de esclavos.

Más información sobre los orígenes del movimiento feminista y su lucha solidaria por el abolicionismo en el mundo.

Goya, Bandido asaltando a una mujer.

2.4. Más allá del amor romántico: una revolución de fondo.


La juventud revolucionaria de Carolina Coronado: dos poemas.

  • Carolina Coronado, la poetisa del amor romántico y el "ángel del hogar", experimentó el rechazo por ser mujer y escritora.

"La poetisa en un pueblo" (1845).

(...)

¡Ya viene, mírala! ¿Quién?

—Ésa que saca las copias.

—Jesús, qué mujer tan rara.

—Tiene los ojos de loca.

Diga V., don Marcelino,

¿será verdad que ella sola

hace versos sin maestro?

—¡Qué locura!, no señora;

anoche nos convencimos

de que es mentira, en la boda:

si tiene esa habilidad

¿por qué no le hizo a la novia,

siendo tan amiga suya,

décimas o alguna cosa? (...)


  • Además, llega a criticar el yugo patriarcal bajo el liberalismo:

"Libertad" (1846), escrito a raíz de la ley electoral del Partido Moderado que "exime" (como dice irónicamente Anna Caballé) a las mujeres del voto, junto al 99% de la población (sufragio censitario).

(...)

Muchos bienes se preparan,

dicen los doctos al reino,

si en ello los hombres ganan

yo, por los hombres, me alegro;


Mas, por nosotras, las hembras,

ni lo aplaudo, ni lo siento,

pues aunque leyes se muden

para nosotras no hay fueros.


¡Libertad! ¿qué nos importa?

¿qué ganamos, qué tendremos?

¿un encierro por tribuna

y una aguja por derecho?


¡Libertad! ¿de qué nos vale

si son los tiranos nuestros

no el yugo de los monarcas,

el yugo de nuestro sexo?


¡Libertad! ¿pues no es sarcasmo

el que nos hacen sangriento

con repetir ese grito

delante de nuestros hierros?


¡Libertad! ¡ay! para el llanto

tuvímosla en todos tiempos;

con los déspotas lloramos,

con tributos lloraremos;


Que, humanos y generosos

estos hombres, como aquellos,

a sancionar nuestras penas

en todo siglo están prestos.


Los mozos están ufanos,

gozosos están los viejos,

igualdad hay en la patria,

libertad hay en el reino.


Pero, os digo, compañeras,

que la ley es sola de ellos,

que las hembras no se cuentan

ni hay Nación para este sexo.


Por eso aunque los escucho

ni me aplaudo ni lo siento;

si pierden ¡Dios se lo pague!

y si ganan ¡buen provecho!


Autora: Carolina Coronado, "La poetisa en un pueblo" (1845) y "Libertad" (1846).

Más información sobre la autora y sus dos poemas.

Voy a utilizar como punto de partida textual una poesía de Carolina Coronado, «La poetisa en un pueblo» (1845) y dos composiciones poéticas de Vicenta García Miranda —amiga y correspondiente con Carolina—, «La poetisa de aldea» (1847) y «Recuerdos y pensamientos. A Carolina» (1849). Aunque prácticamente desconocida hoy, García Miranda, extremeña como Carolina Coronado, formaba parte de un florecimiento poético de escritoras como Josefa Massanés, Amalia Fenollosa, Gertrudis Gómez de Avellaneda y otras en los años 40 y 50 del siglo pasado (v. Kirkpatrick, cap. 2; y Manzano Garías). Se podría objetar que, estrictamente hablando, no estoy usando textos autobiográficos convencionales, pero quisiera responder, en primer lugar, que la noción misma de lo autobiográfico es sumamente inestable, siendo una reconstrucción artificial y subjetiva y, segundo, como re-creación, la autobiografía expresa las múlúp\cs ficciones del yo. De ahí la posibilidad de concebir lo autobiográfico en segunda e, incluso, tercera persona (Smith 46-47). Finalmente, lo autobiográfico como tropo —reencarnación figurativa de la cara y voz de una persona (de Man 930) —recalca precisamente la identificación hecha entre «poetisa» (artificio retórico) y persona. Identificación ambivalente y perturbadora, como ya queda dicho; ante todo, identificación lingüística en que una construcción cultural —la idea de «poetisa»— se asimila casi por completo a la persona concreta de la mujer escritora. «Poetisa», en fin, ya marca en su función de estereotipo cultural, la identidad de la escritora, definiéndola de antemano y, por consiguiente, despersonalizándola al mismo tiempo (Gilman, Introd.).

Pero, ¿qué significaba ser poetisa en aquella época? Dependía mucho de la manera en que se empleaba el vocablo y quién lo decía. Desde la perspectiva masculina, la poetisa podía ser una de dos cosas: ser excepcional o ser catastrófico. Ejemplos hay que abarcan casi toda la centuria pasada, desde el romanticismo hasta el fin del siglo. Véase de 1843 el prólogo de Juan Eugenio Hartzenbusch a la primera edición de Poesías de Carolina Coronado, donde dice que «sus versos son ella misma» (IX). O de 1869, este juicio de Emilio Castelar: «Pero hay un ser superior al poeta, más sensible, más inteligente, más poeta, si cabe hablar así: la poetisa» (232). Y «¿cuál será la poetisa más perfecta?» pregunta el famoso orador. «La que mejor conserve y refleje las cualidades de mujer en sus versos». Señalando a Carolina Coronado como poetisa ejemplar, continúa con este elogio inconscientemente perjudicial: «No le preguntéis [a Carolina] por qué canta. No lo sabe. Sería lo mismo que preguntar al arroyo por qué murmura; al astro, por qué produce la armonía en las esferas... etc.» (234). En otras palabras, ser poetisa equivale a ser mujer; y la poetisa-mujer, aunque ente superior, se identifica con la naturaleza, o sea con todo lo contrario de la cultura, según la conocida analogía de la antropóloga Sherry Ortner. Así Carolina Coronado como poetisa, por implicación, carece de talento, porque no es ser consciente, pensante. Es pura emotividad. No escribe, reproduce inconscientemente la zona inculta y salvaje en que su estatus de poetisa le ha encasillado. En suma, la identidad profesional no existe para la mujer escritora.

Más prevaleciente es la actitud de desprestigio y desdén hacia la poetisa, actitud que perdura hasta bien entrado el siglo xx. (...)

Por otra parte, las escritoras mismas se hallan en la posición poco envidiable de estar siempre a la defensiva, reaccionando contra la condena y la apropiación masculinas. (...) El temor del ridículo, como observaba con simpatía Juan Nicasio Gallego en el mismo año (X), era un motivo poderosísimo para desalentar cualquier iniciativa creativa de una mujer. No obstante, se inventaban estrategias para evadir el dilema sociosexual de tener que sacrificar o su femineidad o su talento. Para algunas escritoras, el ideal andrógino parecía una alternativa viable. (María Verdejo y Durán, Rosalía de Castro...) La posibilidad andrógina llega a ser tópico en el caso de Gertrudis Gómez de Avellaneda, a partir del dicho que «es mucho hombre esta mujer» (Miller 201-02). (...) La polémica surgida respecto a la clasificación y definición de Avellaneda como poetisa tomó otro sesgo con la participación de Carolina Coronado en 1857-58. Le asombraba oír decir que Avellaneda no era poetisa, sino poeta: «Los otros hombres del tiempo antiguo negaban el genio de la mujer; hoy los del moderno, ya que no pueden negar al que triunfa, le metamorfosean» («Galería» 482). Protestando contra la usurpación masculina del genio de Avellaneda, admite, no obstante, que es «tan gran poeta como vosotros...», o sea que es poeta y poetisa a la vez. Pero termina creando otra categoría para Avellaneda al decir que es «la amazona de nuestro Parnaso» y como tal, «es más fuerte, no porque es hombre-poeta, sino porque es poetisa-amazona» (486). Implícitamente, Coronado postula la existencia de un universo distinto y separado de poetisas, opuesto al de los poetas. (...)

En 1845, por ejemplo, Antonio Neira de Mosquera publicó un librito titulado La ferias de Madrid. Almoneda moral, política y literaria, donde intentó ridiculizar a Carolina Coronado como «una mujer que se desconsuela por todo... Llora por la desaparición de la Primavera, por la desaparición del Estío, por la desaparición del Otoflo, y por la desaparición del Invierno... Acompaña en su despedida a las golondrinas, a las grullas, a las alondras y a los patos» (132).3 Responde Carolina en 1846: «Ya Neira, despedí a la golondrina...» Y más adelante, «¿Qué más da que en mi lira sean cantados / Hombres o grullas, si en diversos nombres / Disfrazadas las grullas van de hombres / Y los hombres de grullas disfrazados?» «Soldados-grullas» hay, nos dice, y «hombres-patos» corruptores. ¿Por qué tanta guerra al pobre pato, a la infeliz grulla? «Cada piedra, cada ave, cada planta, / Una vida, una historia, un mundo encierra / Y muchos en el mundo, bien lo sabes, / Valen menos que piedras, plantas, aves». Y concluye su defensa diciendo: «Lo mismo da las aves que los hombres, / Lo mismo el campo da que las ciudades / Pues componen entrambas vecindades, / Los mismos seres con distintos nombres; / Grullas hay en el mundo con nombres, / Patos bajo soberbias potestades, / Y en ciudades lo mismo que entre encinas / Sobre grullas y patos golondrinas» (Poesías, ed.de 1852, 134-35). (...)

La estrategia de contraataque adoptada por Coronado llega a ser crucial en el poema, «La poetisa en un pueblo» (1845). Es instructivo leer en sus cartas a Hartzenbusch de los años 40, cómo era el ambiente cultural de Almendralejo y Badajoz: «... en esta población, tan vergonzosamente atrasada, fue un acontecimiento extraordinario el que una mujer hiciese versos, y el que los versos se pudiesen hacer sin maestro, los hombres los han graduado de copias y las mujeres, sin comprenderlos siquiera, me han consagrado por ellos todo el resentimiento de su envidia» (24 octubre 1840) (Fonseca Ruiz 176). En otro momento epistolar, escribe: «Nada más opuesto a la educación literaria que el pueblo en donde yo recibí mi educación; nada más opuesto a la poesía que la capital en donde vivo. Mi pueblo opone una vigorosa resistencia a toda innovación en las ocupaciones de las jóvenes...» Y un poco más adelante: «Una mujer teme de la opinión de cada uno porque ha nacido para temer siempre: para evitar el ridículo suspendí mis lecciones y concreté mi estudio a leer las horas dedicadas al sueño. Pero esto debilitó mi salud, y mi familia, celosa de ella, me prohibió continuar. Me decidí, pues, a hacer versos solamente, a no escribirlos y a conservarlos en la memoria; pero esta contemplación perjudicaba al buen desempeño de mis labores y me daba un aire distraído que hacía reír a los extraños y molestaba a mis parientes... Me resolví a meditar solamente una hora cada día antes de levantarme. Pero el pensamiento no puede sufrir tanta esclavitud; el poeta no puede vivir así y mi escaso numen está ya medio sofocado» (3 diciembre 1842) (Fonseca Ruiz 178). Estas experiencias personales sin duda se incorporaron en el poema, «La poetisa en un pueblo», donde Carolina emplea la forma dialógica, no como invitación comunicativa sino como expresión del enfrentamiento entre poetisa y aldea. El poema lanza su desafío verbal desde el principio: «¡Ya viene, mírala! ¿Quién? / —Esa que saca las coplas. / —Jesús qué mujer tan rara. / —Tiene los ojos de loca» (Poesías, ed. de 1852, 68). Ya en estos versos iniciales se capta perfectamente el entorno de provincias, en que rige una dinámica de inclusividad-exclusividad socioafectiva. «La que viene» en el poema muy claramente no pertenece, como se sabe por la actitud despectiva de señalarla con un dedo y de marginalizarla como "persona rara e, incluso, loca. Cuando se pregunta luego si «hace versos sin maestro», la respuesta es tajante: «¡Qué locura! no señora». Y la prueba viene, al rehusar componer ella una décima para la boda de una amiga, diciendo: «Ustedes se han engañado». «No improviso». A partir de esta negativa, se la condena, como persona «mentirosa» y «romántica», aconsejándola que «más valía que aprendiera / a barrer que a decir coplas». Al final, se decide expulsar a la poetisa. «Vamos a echarla de aquí. / —¿Cómo? —Riéndonos todas». Así rezan los versos finales: «Ya mira, ya se incomoda. / Ya se levanta y se va... / ¡Vaya con Dios la gran loca!».

Los dicterios que componen este poema obran con un doble propósito, ya que, por una parte, el blanco evidente de estos agravios verbales es la poetisa misma. Pero por otra, al encargarse ella misma de lanzarlos, Coronado aprovecha el marco agonístico del poema de insultos para descalificar las voces anónimas —y en su mayoría femeninas— que representan el juicio colectivo del pueblo. El recurso del contraataque se consigue al caracterizar a éstas como murmuradoras. La crítica es una forma de agresión verbal (Gilmore 59), cuyo verdadero mensaje casi siempre es un subtexto no dicho pero definitivamente sentido.* El despecho anónimo oído en estas voces comunica claramente un mensaje de exclusión, un movimiento para apartar a la que se desvía de las normas sociomorales. Pero los insultos no sólo son palabras, son también miradas, como se revela en el primer verso: «¡Ya viene, mírala!». La «mirada fuerte» es el equivalente ocular de la murmuración (Gilmore 166); y ambos recursos — darle a la lengua y mirar fuerte— establecen fronteras y espacios socioafectivos precisos al explotar la eficacia de las emociones negativas tales como la hostilidad, la envidia y el desprecio. El peor insulto en este poema de Carolina Coronado es el hecho de ser poetisa. El poner mote a una sirve en este contexto para humillar, para achicar la personalidad de este individuo que no tiene nombre verdadero, sólo es «poetisa». El mote constituye un ataque contra la persona misma (...)

Mirando el poema de Coronado en su totalidad, se ve, además, que Carolina lo ha estructurado según un doble movimiento físico y figurativo de aproximación-alejamiento. Se inicia el poema al acercarse la poetisa al territorio sociomoral del pueblo. Se termina al marcharse «la gran loca», ya marginada lingüística y espacialmente del centro, es decir, de la colectividad social manifestada en forma de voces y risas burlonas. Este movimiento polarizado entre fuerzas centrípetas y otras centrífugas ofrece cierta analogía a la oposición, alienación-familiarización discutida por Fernández. Dicho de otro modo, Coronado concibe la condición de la mujer escritora no como cosa estática, sino como un «proceso de situación», contextualizando a la poetisa en su estatus de ser marginado yuxtapuesto al centro, que es el pueblo. La «situación» de la mujer decimonónica en general requería que fuese ella en cierto modo invisible por no llamar la atención (Poovey 24). La poetisa es demasiado «visible», como se nota en este poema. Y esa visibilidad ofende a la comunidad por ir en contra de la noción de la mujer como cuerpo ausente. En fin, la «situación» femenina atañe a su reputación.

(...)

En su calidad de texto autobiográfico, «La poetisa en un pueblo» ilustra la manera en que una mujer escritora puede subvertir una tradición masculina usándola como estrategia para defender la integridad del yo. Contra los ataques adfeminam, Carolina suelta su ira y su desprecio, así desplazando el blanco del ridículo al centro (a las voces del pueblo), y apartándolo de los márgenes donde reside la poeta. Es este gran almacén de energía femenina el que impulsa el poema, estructurándolo en la medida en que una emoción es desplazada por otra, esas vibraciones de pasión y protesta que reclaman ser oídas. El poema en sí es una afirmación de identidad personal y profesional al rebatir Coronado la acusación de no ser ella la autora de su propia poesía. Quizás aún más significativas son las implicaciones respecto a la relación entre el acto autobiográfico y la conciencia de tener una identidad pública. Parece como si la revelación de lo intimo sólo fuera posible a partir de haberse determinado ya una noción del yo público. Lo cierto es que la escritora española del siglo XK no podía escribir de sí misma sin haber tratado previamente la cuestión espinosa de su identidad profesional. «La poetisa en un pueblo» muestra cuan problemática y difícil era la relación entre escritora y público, por ser una relación basada precisamente en un prejuicio colectivo que negaba el yo público de la mujer escritora.


Carolina Coronado pertenece, junto a Gertrudis Gómez de Avellaneda, Angela Grassi o Concepción Arenal, a lo que Susan Kirkpatrick ha denominado "primera generación" de mujeres poetas del XIX, que nacen entre 1810 y 1830, y comienzan a publicar alrededor de 1840. Estas poetas fueron las pioneras en la expresión de la voz poética femenina en el Romanticismo. Esto fue posible debido a una serie de factores que confluyeron en aquella época: el movimiento romántico, que propició la expresión de los sentimientos individuales, las ideas liberales, el desarrollo y la expansión de la imprenta en España, y la existencia de un número cada vez más amplio de lectoras. A pesar de ello, las escritoras tenían que hacer frente a diversas limitaciones, entre ellas la escasa educación que habían recibido, que consistía mayormente en conocimientos religiosos y morales y algunos principios de gramática (...) La propia Coronado reconocía la poca profundidad de las clases que recibió: "Mis estudios fueron todos ligeros porque nada estudié sino las ciencias del pespunte y del bordado y del encaje extremeño". Uno de los medios de los que se sirvió la poeta romántica española para encontrar apoyo y comprensión a su obra fue la amistad con otras poetas. Como indica Kirkpatrick, las mujeres debían ayudarse mutuamente para defenderse contra los prejuicios y las prohibiciones de la sociedad patriarcal. Además, mientras que el escritor romántico aspiraba hacia algo infinito que no lograba alcanzar en la realidad que le rodeaba, la poeta romántica, al sentirse ajena a la sociedad y a la nación, canalizaba su sufrimiento hacia la abnegación, cuya máxima expresión pata Barbara Zecchi, es la solidaridad y el amor entre mujeres. En ese sentido, Coronado ejerció una especie de liderazgo, ya que recibía cartas de otras mujeres que comenzaban a escribir para que les diera consejos. También se dedicaban poemas unas a otras, o se escribían prólogos a sus libros. A esta red de relaciones se la ha denominado "hermandad lirica". En estos poemas entre mujeres, Marina Mayoral analiza la utilización de expresiones tomadas de la poesía erótica masculina y las explica por la fuerte complicidad y comprensión que se daba entre las poetas. (...) Barbara Zecchi, en cambio, señala que en estas composiciones se puede encontrar la expresión de los deseos lésbicos de las autoras porque si las poetas reprodujeran completamente el discurso masculino no habría un destinatario femenino concreto con nombre y apellidos. (...)

En oposición a esta hermandad lírica, se encuentra una gran parte de la sociedad patriarcal. Por ello, Coronado protesta contra la mala fama que se les da a las poetas. El poema paradigmático al respecto es "Poetisa en un pueblo", donde a través del uso de la multiplicidad de voces se ataca a la poeta en una aldea, tanto por parte de los hombres como de las mujeres. Los calificativos que le prodiga la gente son todos negativos: "rara", "loca", "romántica", "mentirosa", "comedianta" y "la mona". En esta composición se recoge la idea extendida de que la poeta no tiene inteligencia suficiente para componer, que alguien escribe los poemas por ella. Coronado desea destacar sobre todo la burla que las poetas tienen que sufrir, especialmente por parte de las otras mujeres: "Riéndonos todas" (370). Los dos versos constituidos exclusivamente por la onomatopeya "ja ja ja ja" muestran que la poeta es un ser que no encaja en el orden social y a la que se la desea excluir sistemáticamente como algo ridículo y anormal. Ahora bien, la autora sabe que estos insultos y ataques a la poeta descalifican a las propias personas que los emiten, ya que se revelan como irrespetuosas y cotillas (Valis, "Autobiography" 38). Coronado reacciona no sólo contra la sociedad que se ríe de la poeta, sino también contra la poesía de los románticos que convierte a la mujer en un mero objeto sin realidad propia. Se trata de la "aflorización" de la muer, es decir, de su identificación o relación metonimica con las flores atendiendo a la idea de su sensibilidad y belleza. En "Rosa blanca*', la autora se lamenta de la tendencia del hombre, en este caso el poeta, de definir la identidad de la mujer: "El poeta 'suave rosa' / Ilamóla, muerto de amores... / ¡El poeta es mariposa / que adula todas las flores!" (146).

Fragmento del ensayo La mujer y la sociedad, de Rosa Marina (1857).

La civilización entrega sus hijas al monstruo horrible de la prostitución y a todos los vicios, enfermedades y bajezas, que cual lúgubre cortejo la acompañan, por no abrirles la puerta que da paso a las profesiones y carteras, cuya práctica moraliza, ennoblece e ilustra, a la par que enriquece á los que á ella se consagran.

La civilización que adora a las mujeres en los altares; que las obedece como Reinas; que las aplaude como artistas; que las admira como sabias; que se entusiasma con sus cánticos; que las ama por la discreción, tanto como por la belleza, no tiene escuelas, universidades, ni colegios, para enseñarlas su arte, su ciencia, su industria, ni su filosofía.

Por toda cátedra, por todo puesto de honor, por toda recompensa a sus virtudes, a su talento y a sus servicios, por todo aliento a su noble ambición, a sus generosas y vehementes aspiraciones, no la ofrece más que un puesto, no le abre con fácil mano mas que una ancha puerta; la que da a la cloaca de la prostitución, que fatalmente la condena, y que en su incomprensible demencia sanciona, legaliza y explota, llegando a imponerle contribución como a una industria útil.

Todavía hay hombres con pretensiones de sabios, que consideran la prostitución como un medio de gobierno, como una necesidad, cuya satisfacción es indispensable al orden social. Y por lo tanto, mientras reclaman para el hombre libertad, y se rebelan contra toda idea de servidumbre o de opresión, condenan a la mujer a la más indigna, la más repugnante de las esclavitudes.

Y lo que a primera vista parece más extraño, aunque no lo es sin embargo, es que los que consideran la prostitución como una válvula de seguridad, como un mal necesario, son los mismos que hacen del hogar domestico el único y exclusivo santuario de la mujer; los que ven en los deberes, en los goces de la familia el único destino del sexo débil, y su única misión en la tierra.

Como he dicho antes, el sistema seguido hasta aquí es enteramente contrario al fin que se proponen. Dicen, y yo no lo niego, que el matrimonio es el destino de la mujer; pero se equivocan suponiendo que este destino es incompatible con el ejercicio de sus facultades, así intelectuales como físicas, consagradas a alguna ocupación o industria, que esté conforme con su aptitud, su vocación, sus intereses y necesidades. (...) La instrucción y el trabajo llevan consigo la independencia y la moral, y son un estimulo para el matrimonio y el único antídoto eficaz contra la prostitución.

La familia es el alveolo de la sociedad; pero una de las principales causas del malestar social es la corrupción de la familia, que vuestro sistema trasforma en una liga de intereses, en un centro de egoísmo haciéndole perder bajo tan innoble presión, la pureza, el encanto de que la rodea la naturaleza, y la utilidad que la enaltece ante la religión, la razón y la filosofía. (...) Los defensores obligados de la familia la han rebajado hasta hacer de ella un negocio mercantil, cotizable en la bolsa. El amor, su base fundamental, no es ya más que un accesorio, del que se puede fácilmente prescindir; lo esencial es la dote, es la posición, o la fortuna del futuro marido. No se llama un buen matrimonio, una unión conveniente la de dos hermosos jóvenes que se amen, y que pongan en común para vivir el producto del trabajo de cada uno, sino aquella que aumenta o mejora la fortuna de los esposos, cualquiera que sean los sentimientos que los animen, la diferencia de caracteres o de edades.

Autora: Rosa Marina, La mujer y la sociedad (1857), probablemente un seudónimo de un grupo de mujeres obreras y periodistas: Josefa Zapata y Margarita Pérez de Celis.

Más información sobre las obras y las autoras.

Josefa Zapata y Margarita Pérez de Celis nacieron en Cádiz entre 1820 y 1830 en familias de clase media. El silencio que se arrojó sobre ellas fue tan potente que ni siquiera se sabe la fecha exacta ni hay un retrato suyo.

Cádiz era la cuna de la Constitución de 1812 y de gran parte del pensamiento progresista decimonónico. No obstante, Margarita y Josefa sabían que esa libertad, los derechos de ciudadanía de La Pepa, apartaban a gran parte de la población: las mujeres y las clases bajas. Y su activismo se centró en luchar contra esa discriminación.

Josefa empezó a escribir y publicar poesía muy joven, casi al mismo tiempo que otra feminista, Carolina Coronado. Pero gran parte de su tiempo tuvo que dedicarlo a cuidar de sus padres enfermos y ganar dinero bordando hasta que murieron, en la epidemia de cólera de 1854.

Conoció entonces a Margarita Pérez de Celis, un poco más joven que ella. Ambas compartían las mismas ideas y pertenecían al grupo de socialistas utópicos seguidores de Charles Fourier en Cádiz. Fourier fue uno de los pensadores más igualitarios en su época y, aunque sus compañeros prestaban menos atención a la igualdad de las mujeres, ellas decidieron llenar ese hueco.

Juntas fundaron desde 1856 hasta 1866 varias revistas conocidas después como “Los Pensiles”: El Pensil Gaditano, El Pensil de Iberia, El Nuevo Pensil de Iberia, La Buena Nueva… En ellos escribieron figuras de la talla de Pi i Margall. Margarita era la que firmaba como directora. Desde sus páginas reclamaba igualdad:

Educación de la mujer: facilidad para consagrarse a toda clase de profesiones, y derecho para participar de las ventajas civiles y políticas de que el hombre goza”.

En 1857 publicaron por entregas una serie de artículos bajo el título “La mujer y la sociedad”, firmados por Rosa Marina que luego se recogieron en un libro. Nunca se sabrá si Rosa Marina fue real o un seudónimo de Margarita, Josefa o ambas. Lo que sí es cierto, según varios autores, es que se trata del primer manifiesto feminista de España.


El romanticismo conllevaba una exaltación de los sentimientos íntimos del individuo, que debían ser experimentados y expresados legítimamente de forma apasionada, espontánea y con la mayor sinceridad. La novela, el teatro y la poesía trabajaron ese sentimentalismo en todas direcciones, hasta imprimir en las conciencias de varias generaciones la idea de que la legitimidad de las instituciones políticas y sociales solo podía medirse por el grado de libertad que dejaban para la realización y expresión del yo más íntimo de cada persona, el núcleo emotivo del individuo, más profundo y más auténtico que su recubrimiento racional. (...)

Entre las peculiaridades de aquel nuevo régimen cultural y emocional que era el romanticismo se hallaba también la de dar carta de naturaleza a lo femenino como una forma de sensibilidad legítima, capaz de desafiar patrones establecidos y de asomar la escritura y el arte a nuevas e insospechadas dimensiones (Susan Kirckpatrick, Escritoras románticas y subjetividad en España (1835-1850), 1993). (...)

En el marco del especial régimen emocional creado por el romanticismo fue posible la aparición del socialismo, que implicaba una crítica al capitalismo desde las fuertes emociones que causaba la contemplación de la pobreza, la explotación, la injusticia y las desigualdades creadas por el funcionamiento del mercado libre y por el desarrollo industrial. En los primeros pasos de la crítica socialista contra el orden burgués hay un lenguaje fuertemente emocional y un diseño de alternativas utópicas, que encontramos en los textos de Fourier, Owen, Saint-Simon, Proudhon, Cabet… Estos, que Engels llamaría en 1880 socialistas utópicos, lo eran sin duda, aunque la etiqueta pierda valor analítico en la medida en que Marx y Engels pretendían oponerla a la de socialismo científico, aplicada a su propia doctrina. Pero también eran, y en mayor medida, porque es lo que explica en qué marco cultural y emocional tenían sentido sus planteamientos, socialistas románticos, como han preferido denominarlos algunos autores. (...)

Fourier confiaba en el corazón humano y en la posibilidad de resolver los problemas sociales mediante la asociación, un tipo de asociación pensada para que las personas puedan llevar una vida enteramente libre y feliz. Para ello, en lugar de reprimir los impulsos naturales de hombres y mujeres, propuso valorarlos como algo positivo, estudiarlos y organizar las cosas de manera que los diferentes temperamentos y las diferentes pasiones humanas se combinaran, equilibraran y complementaran entre sí. La base para esta organización sería esa comunidad ideal que Fourier llamó unas veces falansterios, otras falanges, remolinos o tribus, aunque fue el primer nombre el que tuvo más éxito posterior, tanto entre sus seguidores como entre sus detractores.(...) Puesto que las pasiones las ha creado Dios –dice Fourier–, son naturales, son legítimas, y sería una impiedad el ofrecerles resistencia. La verdadera sabiduría consiste en sucumbir a la atracción de las pasiones, brújula permanente que Dios ha puesto en cada ser humano para orientarlo. Por eso, por ejemplo, diseña para el falansterio un sistema educativo basado en permitir a los niños expresar libremente sus impulsos. (...)

Las ideas de los socialistas utópicos llegaron a España y encontraron seguidores en el país romántico por antonomasia. Pero unas tuvieron más éxito que otras, y las de Fourier destacaron por el número y dispersión geográfica que alcanzó en España la escuela societaria. También tuvo una incidencia importante, sobre todo en Cataluña, la llamada escuela icariana, que seguía las ideas de Cabet. Los brotes saintsimonianos fueron mucho más aislados. El movimiento fourierista español tuvo su principal foco de difusión en torno a Cádiz, ya desde los años treinta del siglo XIX, gracias a la propaganda de Joaquín Abreu, alcalde de Tarifa durante el trienio revolucionario, que hubo de exiliarse en Francia en 1823 y allí conoció a Fourier y sus discípulos. Tras regresar a Cádiz empezó la propaganda fourierista en periódicos locales y también de Madrid y Barcelona, desde 1835. (...)

En el caso de España, esto significó la llegada de una tercera generación, casi exclusivamente femenina, que rescató el movimiento fourierista del fracaso cosechado con el intento de fundar el falansterio de Tempul junto a Jerez. Desde 1856 el fourierismo gaditano estuvo sostenido por los periódicos que estas mujeres publicaron por espacio de una década. (...) Lideradas por María Josefa Zapata y Margarita Pérez de Celis, aquellas mujeres se mostraron activas desafiando los convencionalismos de una pequeña ciudad de provincias de mediados del XIX. Llegaron a publicar hasta cinco periódicos sucesivos, empezando por El Pensil Gaditano. (...)

Fue de este círculo fourierista predominantemente femenino arraigado en Cádiz de donde surgió el primer libro feminista de la historia de España, en 1857: La mujer y la sociedad, firmado, precisamente, por la misteriosa Rosa Marina. El hito es de una importancia crucial, puesto que es anterior en decenios a otras obras similares, como las de Concepción Arenal, que se suelen considerar iniciadoras del feminismo en España. Y en ella están ya los ingredientes básicos del feminismo moderno, centrado en denunciar la explotación, la discriminación y el sometimiento de la mujer en una sociedad injusta.

Mientras que los dirigentes varones del fourierismo español hablaban de incorporar a la mujer a la nueva sociedad armónica como mera transmisora de valores a los hijos y no como agente de su propia emancipación, el libro de Rosa Marina rompía con esa lectura patriarcal, dominante entre los fourieristas respetables. En un tono abiertamente vindicativo, reclamaba su derecho como mujer a protestar, a hablar en público, a escribir. Y utilizaba ese derecho para clamar porque las mujeres salieran del encierro doméstico y dejaran de estar apartadas de la vida activa en lo político y en lo intelectual.

En aquel libro se hacía del matrimonio de conveniencia la clave de los ataques contra el orden patriarcal establecido: el tipo de matrimonio con el que se fundaban la mayor parte de las familias era equiparado con la prostitución desde una perspectiva sentimental, porque violentaba la libertad de las mujeres y les impedía vivir sinceramente su amor. De aquella aberración venían, según la autora, todos los problemas de la sociedad moderna.

Más información sobre los temas tratados.

El feminismo obrero andaluz en el siglo XIX:

  • Dulce García López, estudiante de 2º Bachillerato en el IES Alhamilla de Almería: Los orígenes de la prensa feminista. El caso de El Pensil de Iberia (Cádiz, 1859), en el portal Biografías de Mujeres Andaluzas.
  • Página sobre Rosa Marina (real o pseudónimo) en el portal Biografías de Mujeres Andaluzas.
  • Margarita Pérez de Celis, "Injusticia social", El Nuevo Pensil de Iberia, Cádiz, 1857. Integrado en el proyecto Biblioteca Inés de Joyes: Documentos históricos del feminismo. Traducciones.

El mito de Carmen, cigarrera, la mujer independiente y fatalizada:

  • El novelista Prosper Merimée, Carmen (1847), y el músico Georges Bizet (1875) crearon o recrearon un mito global que etiqueta, exalta y denigra la imagen de las mujeres trabajadoras emancipadas.
  • Agustín Olmo, reportaje "Las otras cármenes", Canal Sur TV (1995), Premio 28 de febrero, sobre la realidad de las cigarreras sevillanas enfrentada al mito.

La novelista Cecilia Bohl de Faber (Fernán Caballero), entre el romanticismo y el realismo:

  • Construye en La Gaviota (1849) una crítica interesante, pero conservadora, del "amor romántico", que adopta la perspectiva masculina del señor "amable" (experimentado, viejo) contra la emancipación de las mujeres jóvenes. Reseña en Alquibla.
  • En la novela Relaciones (1857) pretende crear un antídoto contra el mito de la Carmen de Merimée.

Las trampas del amor romantizado y la explotación sexual:

Obreras de la fábrica de tabacos de Cádiz.

Debate: la lucha contra la esclavitud y el dominio patriarcal.

El siguiente texto de Concepción Arenal (La mujer del porvenir, 1869) puede servirnos para plantear el tema central del debate.

¿Por qué crees que relacionaba (ella y otras autoras de su tiempo) la situación de las mujeres con la esclavitud?

¿Crees que han llegado ya los "días" anunciados por la autora, o todavía hay que continuar su lucha?

Primeras fuentes

Las que no están.

Wikipedia, artículo sobre el cuadro "Los poetas contemporáneos".

"Los nueve personajes sentados son, de izquierda a derecha, Juan Nicasio Gallego, Antonio Gil y Zárate, Bretón de los Herreros, Antonio Ros de Olano, Francisco Javier de Burgos, Francisco Martínez de la Rosa, Ramón de Mesonero Romanos, el duque de Frías y Agustín Durán.

También de izquierda a derecha, parados en pie, posan: Ferrer del Río, Hartzenbusch, Rodríguez Rubí, Gil y Baus, Rosell, Flores, Bretón de los Herreros, González Elipe, Escosura, el conde de Toreno Pacheco, Roca de Togores, Pezuela, el duque de Rivas, Tejado, Amador de los Ríos, Carlos Doncel, el mencionado José Zorrilla leyendo, Güel y Renté, Fernández de la Vega, Ventura de la Vega, Luis de Olona, el propio pintor, el actor Julián Romea, Manuel José Quintana, José María Díaz, Campoamor, Manuel Cañete, Pedro de Madrazo y Kuntz, Fernández Guerra, Cándido Nocedal, Romero Larrañaga, Asquerino y Manuel Juan Diana".

Así pues, en el cuadro podéis encontrar imágenes de los autores de la generación romántica, salvo algunos liberales progresistas: Larra (quien se suicidó años antes; teniendo en cuenta que, por el contrario, incluye a Espronceda, también fallecido, en un "retrato dentro del retrato") y García Gutiérrez, que se exilió a América desde 1844 a 1850.

En aquella época ya habían comenzado a escribir Gertrudis Gómez de Avellaneda o Carolina Coronado, entre otras integrantes de la primera generación de escritoras románticas. Eran suficientemente conocidas para que su ausencia no pueda ser casual, como tampoco la de Larra y García Gutiérrez. Dada la acumulación un tanto abigarrada de varones, resulta chocante. Ninguna mujer (salvo en los cuadros borrosos del Museo del Prado que sirven de fondo decorativo y anónimo: el "eterno femenino" sin personalidad).

Anna Caballé, en la conferencia antes citada, describe este cuadro como ejemplo del machismo o la misoginia predominante. Además, Caballé narra la vida de Juana de Vega, Condesa de Espoz y Mina, baluarte del liberalismo en "la emigración" londinense durante la persecución y el reinado de Fernando VII, llamada "la Generala" con respeto, además de con un sesgo androcéntrico, quien se encargó de educar a las infantas Isabel y Luisa Fernanda, durante la regencia de Espartero y escribió la Historia del liberalismo progresista en forma de memorias... de su marido difunto, el héroe Espoz y Mina. Sus propias memorias no se publicaron hasta 1910, aunque lo hiciera nada menos que el Congreso de los Diputados, presidido por Canalejas.

A esa persona singular, odiada por los conservadores e ignorada por el flamante cuadro, se refiere de modo muy notorio Emilia Pardo Bazán en la novela Memorias de un solterón, que leeremos en el próximo periodo, como arquetipo de mujer culta, empoderada y liberal (progresista), por entonces ya difunta, en cuya biblioteca quiere educarse la joven feminista "Feíta" Neira. Excepto que en lugar de "condesa" la llama "duquesa".

En el inicio de este portal centramos especialmente nuestro interés en las escritoras pertenecientes al siglo XIX, momento histórico en el que, favorecido por el liberalismo y el movimiento romántico, se inicia la tradición literaria de la mujer en España, después de siglos en el que sólo de manera aislada surgen voces excepcionales, como Santa Teresa (XVI), María de Zayas (XVII), Josefa Amar y Borbón (XVIII) o María Rosa Gálvez (XVIII). A partir del segundo tercio del siglo XIX las firmas femeninas van apareciendo progresivamente en la prensa del momento y empieza a ser frecuente la publicación de ensayos, libros de poemas, novelas y obras dramáticas de escritoras. Comenzamos, pues el portal, prestando atención a esas más de mil mujeres que, según los repertorios bibliográficos dedicados al siglo XIX, participaron desde posiciones conservadoras o progresistas a enriquecer con sus obras la vida cultural española, autoras que con su labor literaria favorecieron el debate abierto que sobre la mujer se desarrolla en la España decimonónica y que, sin duda, pusieron las bases del incipiente movimiento feminista en España.

http://www.cervantesvirtual.com/portales/escritoras_espanolas/

Esquemas: Literatura en el s. XIX.

Por Carlota Méndez Macías, 4º ESO, IES Hipatia.

Completa los esquemas con los nombres y las obras de las mujeres que han sido omitidos por enciclopedias y libros de texto.

1. Contexto cultural y socioeconómico.

1.1.En Europa.

El siglo XIX fue el siglo del liberalismo. La Revolución francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano sentaron las bases jurídicas, políticas e ideológicas que acabaron con el Antiguo Régimen.

Siglo de la ciencia que propició la Revolución Industrial. Las revoluciones políticas dejaron paso a las primeras luchas motivadas por intereses económicos. Nace el socialismo.


1.2.En España.

Hasta el 1830, se sucedieron gobiernos liberales y absolutistas defensores del Antiguo Régimen.

El nombramiento de Isabel II originó las Guerras carlistas.

Descontento social, explotación de los obreros en las fábricas textiles -> desembocaron en una revuelta, La Gloriosa.

Con el regreso al trono de Alfonso XII se inicia el periodo de la Restauración.

2.Contexto cultural.

Dos grandes movimientos culturales: Romanticismo y Realismo.

El Romanticismo español es una moda tardía, suelen citarse como límites cronológicos las fechas de 1833 y 1844.

El Realismo español tiene su época de esplendor en las décadas de los 70 y 80 del siglo XIX. A partir de 1880 el realismo declina.

2.1.El Romanticismo.

El Romanticismo es un movimiento que se extiende a lo político, a lo social, a lo cultural y a lo religioso.

Es la consecuencia y la negación de la Ilustración.

Principios que predominaron durante el siglo XVIII:

  • Exaltaron lo irracional.
  • Prefirieron lo natural y libre.
  • Defendieron la democracia y lo popular.
  • Exaltaron la Edad Media y el cristianismo.
  • Apoyaron lo particular de cada nación.


2.2.Realismo y naturalismo.

El realismo reivindica la observación impersonal del mundo. Influye una serie de doctrinas filosóficas y científicas:

  • Surge el positivismo como movimiento filosófico.Su creador,Auguste Comte.
  • La teoría de la evolución formulada por Charles Darwin.
  • El descubrimiento de las leyes de la genética por parte de Gregor Mendel.
  • La interpretación materialista del mundo que formuló Karl Max.

Su papel se ve relegado al de mero observador.

Se cultiva el folletín o novela por entregas.



3.Temática.

3.1.Romanticismo.

El individualismo y el subjetivismo constituyen los rasgos mas característicos. Se pueden derivar una serie de temas:

  • La libertad.
  • La rebeldía y la evasión.
  • Lo fantástico, lo sepulcral y lo terrorífico.
  • Nacionalismo.
  • Melancolía y angustia existencial.
  • La naturaleza y el paisaje.

3.2.Realismo.

Los escritores abandonan el "yo" y se centran en la observación de la clase media busguesa → se entiende como análisis colectivo de la sociedad y estudio de los carácteres individuales de los individuos.

Los temas realistas fueron:

  • Temas centrados en conflictos cotidianos de seres no idealizados.
  • Crónica de la clase media surgida de la Revolución Industrial.

3.3. Naturalismo.

Su creador y máximo representante fue el novelista Émile Zola → bases sobre las que asienta el movimiento:

  • Surge su concepción de la novela como una especie de laboratorio social → método experimental.
  • Determinismo biológico → leyes de Mendel.
  • Los estados amímicos tienen una explicación fisiológica y no moral → materialismo
  • Denuncia de las desigualdades y explotación de las clases obreras e interés por las luchas sociales → marxismo.

Se interesó por los ambientes degradados.


4.Intención comunicativa.


4.1.Romanticismo.

Los románticos liberales pretender contribuir con el poder de su pluma a un cambio revolucionario, a ser guías del porvenir, a dotar de mensaje a los escritos.


4.2.Realismo y naturalismo.

En un primer momento escribieron novelas de tesis.

Más tarde,los autores dejaron a un lado los prejuicios y dedicaron sus esfuerzos a retratar la sociedad española tal como objetivamente se presentaba a sus ojos.

En un tercer momento, los autores pretendían hacer de sus novela suna especie de laboratorio en el que estudiar los comportamientos humanos.



5. Formas de expresión.


5.1.Romanticismo.

Liberalismo en literatura → rechaza todo límite y toda forma que constriña el autor.

Defienden:

  • Ruptura del decoro.
  • Estructura libre de las obras.
  • Abandono de la regla de las tres unidades del teatro.
  • Mezcla de los géneros.
  • Fragmentarismo.



5.2.Realismo.

El realismo prepugna una literatura en la que la personalidad del autor desaparezca en beneficio de una actitud observadora de la realidad.

Esto se concreta en:

  • Narrador omnisciente.
  • Estilo indirecto o indirecto libre.
  • Estilo sencillo.



6.Géneros literarios: prosa,lírica y teatro.


6.1.Romanticismo.


6.1.1.Prosa.

Géneros en prosa que el Romanticismo revalorizó:

  • La novela consigue prestigio y reconocimiento. El género más importante es el de la novela histórica.
  • El artículo literario con intención satírica y moralizadora. Critica la falta de seriedad de la Administración o la grosería, los toros, los carlistas, la falsedad y la hipocresía.
  • El cuadro de costumbres, trata de breves escenas en las que se describe costumbres populares de las regiones españolas.
  • El cuento breve → se encuentran elementos de la leyenda,el relato fantástico y el cuento popular.


6.1.2.Lírica.

Principales características de la poesía romántica: papel fundamental del "yo" e innovaciones en la métrica.

La lírica europea marcará un nuevo rumbo en la temática.

Los temas proyectan una doble vertiente: una liberal y un romanticismo apegado a la tradición.

Las innovaciones más destacadas fueron:

  • Libertad.
  • Polímetría.
  • Canción.

Los principales representantes son:

  • Espronceda cultivó la canción, la leyenda y el poema filosófico.
  • Gustavo Adolfo Bécquer es el autor de las Rimas.
  • Rosalía de Castro escribió en gallego dos libros fundamentales y en castellano un tercero no menos importante.


6.1.3.Teatro.

Los principales rasgos son:

  • Se mezclan la prosa y el verso; la tragedia y la comedia.
  • No se respetan las reglas neoclásicas.
  • Los personajes masculinos son el prototipo del héroe romántico. Los personajes femeninos son ejemplos de enamoradas puras y leales.
  • El tema principal es el amor.
  • Ambientación romántica.
  • Ausencia de fin moralizador.

Los principales autores son Francisco Martínez de la Rosa, Juan Eugenio Hartzenbusch y Antonio García Gutiérrez.



6.2.Realismo y naturalismo.


6.2.1.Prosa.

El género más apropiado era la novela.

Las características más destacadas de la novela son:

  • Realidad contemporánea.
  • El afán realista se manifiesta en el tratamiento del lenguaje y el estilo literario.
  • Búsqueda de objetividad.
  • Detallismo y minuciosidad en las descripciones.
  • Organización lineal del relato.


Los grandes nombres del realismo decimonónico:

José María de Pereda.

Juan Valera.

Benito Pérez Galdós.

Leopoldo Alas,Clarín.

Emilia Pardo Bazán.


6.2.2.Lírica.

Romanticismo tardío. Bécquer y Rosalía de Castro son dos de las más grandes cumbres de nuestra lírica.

Escribieron Ramón de Campoamor y Gaspar Núñez de Arce → presupuestos realistas.


6.2.3.Teatro.

Intentaron aplicar los principios del realismo a la dramaturgia. → Alta comedia. Los rasgos más importantes son:

  • Temática de actualidad.
  • Protagonistas pertenecientes a la burguesía.
  • Ambientes realistas.
  • Intención moraliante.

El autor más importante es José Tamayo y Baus.

El escritor de más éxito fue José Echegaray.