Tarcisios e Inesitas
Tarsicios:
Los Adoradores Tarsicios son llamados así por San Tarsicio, el niño mártir de la Eucaristía, los niños y los varones que han hecho su primera comunión de 10 años cumplidos y no mayores de 18 años, licencia de sus padres, tutores o encargados, suscribir la solicitud que se les facilitará en la Secretaría y ser presentados en una Vigilia al Jefe de Turno. Tienen ritual especial.
Los Adoradores Tarsicios serán de dos clases:
Activos y Honorarios
Serán Activos los que asistan a las Vigilias y Misas de Comunión de su Turno y Honorarios los que no pudiendo asistir a estos actos, visiten con frecuencia al Santísimo Sacramento y favorezcan la Obra con limosnas. Los Honorarios pueden asistir a las Vigilias generales de los Turnos.
Se les invita a los padres de familia hacer que sus hijos formen parte de los Turnos de Tarsicios, porque ahí, junto al Sagrario, el Señor les inspirará los más nobles sentimientos de amor y respeto para ellos; allí alimentándose de la Sagrada Eucaristía, se formarán íntegros católicos y serán los futuros adoradores de la Sección.
Inesitas:
Un poco de historia de Santa Inés...
Alrededor del año 290 después de Cristo vivía en Roma una noble y rica familia que profesaba ocultamente la fe cristiana desde hacia varias generaciones. Pertenecía a la dinastía Coludía y habitaba un grande palacio ubicado en la Vía Nomentana.
A poca distancia se encontraban las catacumbas en las que estaban sepultados muchos miembros de la familia y, en el interior del palacio, para ocultarla a los paganos, había también una iglesia cristiana muy frecuentada.
Rico y hermoso era el palacio de los Clodios, con sus abundantes patios, alegres jardines, esculturas espléndidas y numerosos sirvientes, todos ellos cristianos convencidos al igual que los dueños de la mansión. Los Clodios llevaban una vida modesta y retirada y, como lo hacían todos los cristianos que tenían la posibilidad, ayudaban generosamente a los hermanos mas pobres. La alegría mas grande de la familia era la pequeña Inés.
La heredera de la gran dinastía había nacido varios años después del matrimonio de sus padres, quienes no esperaban ya que su familia pudiera disfrutar aun de la sonrisa de una criaturita. Con la hermosura y bondad, crecía en la pequeña Inés la fe cristiana y sus padres que la habían recibido como un regalo del cielo, cifraban en ella sus gozos y esperanzas.
Inés conducía una vida mas bien retirada en compañía de su madre. A los 12 años había alcanzado un desarrollo tal que traicionaba su tierna edad, y su extraordinaria belleza la hacia comparable a una de aquellas estatuas de jóvenes diosas que los romanos esculpían en el mármol y colocaban en sus espléndidos templos. De la hermosura de Inés, de su virtud y riquezas se hablaba en toda la ciudad de Roma.
El hijo del alcalde de Roma, uno de los jóvenes mas distinguidos de la ciudad, se había enamorado de ella y, en cierta ocasión se lo había confiado.
- Inés, te quiero mucho. Prométeme que seras, un día, mi esposa.
- No puedo! Estoy prometida ya a otro - fue la respuesta breve, pero firme de Inés.
- En nombre de los dioses, a quien? - pregunto el joven. A uno mas rico que yo?
- Si! A El le sirven los ángeles, posee el cielo y la tierra y me ha enriquecido con sus dones, - repuso Inés, mirándolo con sus ojos inocentes en los que brillaba una luz celestial. Esa inesperada respuesta desconcertó al joven el cual, desde aquel día se volvió taciturno y abandono el estudio, las competencias y los juegos.
El alcalde de Roma no podía comprender como Inés hubiera podido rechazar a su hijo... Acaso el joven no pertenecía a una de las mejores familias de la Ciudad?
- Noble señor mío, - le dijo cierto día al alcalde uno de sus siervos mas fieles, - creo saber a quien esta prometida a la hija de los Clodios: sin duda que es cristiana! Muchas de las jóvenes que profesan su fe, rehusan casarse, por que aman a un tal Jesucristo.
Ansioso por ver nuevamente feliz a su hijo, el alcalde de Roma fue a la casa de los Clodios:
- Inés ha rechazado a mi hijo, por que es cristiana, - dijo a los padres de la jovencita.
- Procuren convencerla a que lo acepte, de lo contrario la citare en tribunal. Ustedes saben que nuestra ley considera a los cristianos enemigos de los dioses y ordena suprimirlos a todos. Ay de Inés si confesara que es cristiana! Tendrá que morir !
La amenaza de aquel personaje constituido en autoridad turbo profundamente a los padres de Inés, quien, informada acerca de las intenciones del alcalde, lejos de asustarse, se mostró como nunca, firme en su propósito y los animo, prometiendo no traicionar la fe cristiana recibida de ellos. - No lloren! contamos con la ayuda de Jesús. Abandonemonos a su voluntad!
Pocos días después, los guardias del alcalde rodearon el palacio de los Clodios y detuvieron a Inés, la cual, con firme dignidad y confiada en su esposo celestial, se dejo conducir al tribunal. El pueblo al verla pasar entre los soldados, se preguntaba acerca del por que la habían arrestado y muchas personas, que sospechaban el motivo, compadecían a Inés por su belleza y su joven edad.
- Sabes por que has sido citada en tribunal? - pregunto el alcalde a Inés.
- Lo supongo: por que soy cristiana y se también lo que me espera. Mi esposo ha dicho: " Seréis perseguidos y torturados como lo he sido yo".
- Eres demasiado joven para comprender lo que dices. Si prometes casarte con mi hijo, te dejare libre, - le dijo el alcalde, intentando convencerla.
- No puedo. Soy esposa de Cristo! - fue su primera respuesta. A el he consagrado mi corazón!
Inés fue condenada a recorrer, desnuda, las calles de Roma. Pero Dios velaba sobre ella: su larga y rubia cabellera creció milagrosamente, llegando a cubrirla como un hermoso manto de seda. Entre los guardias asombrados, ella caminaba serena, los ojos fijos en el cielo, aquellos ojos inocentes que parecían ver más allá de la realidad terrena.
A lo largo del camino rumbo al circo va Inés ensimismada, dulce y serena como siempre, repitiendo en su corazón:
- Gracias, mi Dios! Gracias por haberme sustraído a las miradas indiscretas de tanta gente. En ningún momento he dudado de tu ayuda! Como quisiera que todos te conocieran y amaran! Cuan bueno y hermoso seria el mundo!
El circo esta atestado de gente, que ha venido para gozar el espectáculo de las corridas y también el del martirio de la joven cristiana.
En la gran tribuna, entre a nobleza y los generales del ejercito, se encuentra el alcalde con su hijo. Inés, serena y totalmente abandonada en Dios, se para al centro del circo, pidiendo a su esposo celestial que la sostenga hasta el final de su martirio.
Una gran luz envuelve, de improviso, a la jovencita. Un ángel, bajado del cielo, la reviste con una túnica blanca y se pone a su lado , desenvainando una espada de fuego.
Ante la evidencia del milagro, comienza a oírse el murmullo de la gente:
- Inés es una santa! gritan algunos.
- No, - gritan otros- igual que todos los cristianos, se dedica a las artes mágicas!
- Mátenla!
- Mi espada no teme a ninguna magia! - grita el hijo del alcalde lanzándose contra el ángel, pero dado el primer paso cae al suelo como fulminado por un rayo. Acude enseguida el padre y, al verlo pálido, exánime, se dirige a Inés:
- Devuélveme a mi hijo - le suplica.
- No te lo devolveré yo, - responde Inés - si no mi esposo celestial que es todopoderoso y tras pronunciar estas palabras cae de rodillas sobre la arena en actitud orante.
El ángel desaparece, y el joven vuelve a la vida, mientras de todas partes de elevan gritos y voces encontradas:
- No!, es una bruja. Quémenla viva !
El alcalde de Roma reconoce en la muerte y resurrección de su hijo una señal del cielo y abandona el circo después de haber dejado en su lugar a uno de los mas autorizados entre los presentes.
El nuevo alcalde ordena que Inés sea quemada viva. Arden ya las llamas que se elevan con enorme estruendo, pero en el momento en que la jovencita es colocada en la hoguera, las llamas se dividen como si una mano invisible las separara, mientras Inés, ilesa, sigue rezando fervorosamente:
- Te doy gracias, Señor, por la nueva prueba de tu amor, pero te ruego, si quieres, dame la palma del martirio.
Siempre inconstante en sus juicios, el pueblo se pronuncia ahora en favor de Inés, la bella y virtuosa jovencita defendida por el ángel y milagrosamente respetada por el fuego.
- Es una santa. Compadécete de ella, que es tan joven! - No te dejes convencer por el populacho - sugieren al nuevo alcalde los amigos, que odian a los cristianos. - No debes mostrarte débil ante el pueblo.
El alcalde ordena la ejecución de Inés. La joven se arrodilla a la vista de todo el circo, divide su larga cabellera y ofrece el cuello al verdugo en espera del golpe mortal.
- Recíbeme, Señor, en tu reino. Para nosotros los cristianos, la muerte es vida, es el comienzo de nuestra vida eterna, junto a ti, en la visión de tu gloria. - Y la rubia cabeza de Inés cae como una flor tronchada en su tallo. Una flor celestial!
Transcurridos unos días, exactamente el 28 de Enero, se encontraban los padres de Inés, orando ante su tumba con otros cristianos. Habían trasladado el cuerpo de la santa en las catacumbas donde descanzaban en la paz de Cristo otros miembros de la familia de los Clodios, y muchos mártires.
De pronto se les apareció Inés, hermosa y radiante de felicidad. Sostenía en sus brazos un blanco corderito y traía puesta la túnica que el ángel le había dado en el circo. La acompañaba un nutrido grupo de jovencitas vestidas de blanco.
- Mis queridos papa y mama, - exclamo, entre el asombro y la emoción de los que se encontraban junto a su tumba. - Estoy en la luz y felicidad sin fin con las esposas inmaculadas de Jesús. Muchas son las que están junto a El, en la visión de su gloria y muchas mas habrá en el porvenir.
Todos los años, al concluirse el 28 de enero una solemne misa cantada, se bendicen en Roma, en la Iglesia de Sta, Inés en la calle Nomentana, dos corderitos blancos, adornados con flores blancas y rojas, símbolo de la pureza y del martirio de la hija de los Clodios.
Los animalitos son después entregados al Sto. Padre, que a su vez los envía al convento de Sta. Cecilia en Trastevere, donde las religiosas los crían hasta la pascua.