Cuando entré por primera vez en un aula como docente, aquel septiembre de 1976, el maestro de la novela
Miau de Galdós (1888) se habría podido desenvolver perfectamente, si acaso echaría en falta la palmeta con la que reconducía a los alumnos más díscolos y la estufa de serrín para aliviar las mañanas de los duros inviernos de Madrid. Afortunadamente, cuando salí del aula por última vez, aquel junio de 2016, ya no. Tal vez el cambio más evidente sea la implementación de la informática en la labor docente y en el proceso de aprendizaje. Uno de los aspectos a cultivar es despertar en los alumnos la apreciación de que lo que les transmiten las pantallas sirve para aprender, dicho en términos coloquiales, tal y como se lo diríamos a ellos. Son muchas las estrategias a aplicar para este fin.