Cuando la pizarra digital llegó a las aulas, muchos profesores de mi generación la recibimos como la respuesta a nuestras plegarias. Se acabó ir pasando por las mesas el tomo de la enciclopedia donde aparecía esa imagen sobre la que queríamos trabajar; se acabó el que una vez conseguido el proyector de diapositivas, las que necesitábamos estuvieran en el carro, aunque fuera del revés; se acabaron los vídeos de ciencias de la Naturaleza de 45 minutos, en los que difícilmente mateníamos la atención los 10 primeros. Al fin lo teníamos todo a nuestro alcance y, además, sin grandes cambios escenográficos: yo, junto a un tablero desde el que mostraba a mis alumnos lo que les quería transmitir y ellos, pasando por ese tablero para compartir con sus compañeros sus creaciones. ¿Se puede pedir más? Pues claro que se puede, porque está ahí, a nuestro alcance: la cámara de documentos, los microscopios digitales, la realidad virtual...