2ª jornada. Somiedo - Ribadesella

27 DE AGOSTO 2013. MARTES

A PRIMERA HORA EN EL CAMINO DEL LAGO DEL VALLE. SOMIEDO

Aunque no era temprano, Pola de Somiedo todavía dormitaba cuando me dirigí a un bar a desayunar. En el establecimiento me atendió el dueño, que me pareció más agradable con otros clientes que conmigo. Quiero pensar que eran además clientes de su hostal; o eso o tengo cara de imbécil. No serían las 10.00h de la mañana cuando comencé a escalar, y digo bien, escalar la carretera empinadísima que me llevaba a Valle del Lago. Mi objetivo era realizar una ruta de unas tres horas y media de escasa dificultad pero gran belleza que sin duda era apta para mis limitaciones de salud. La ruta termina en un lago de alta montaña denominado Lago del Valle o de Ajo.

Cuando uno comienza a ascender desde Pola de Somiedo buscando un pequeño hueco entre los grandes picachos rocosos que rodean la población, no se puede imaginar que ocho kilómetros después se encontrará con una alargada aldea (Valle del Lago) que guarda y protege el comienzo de un antiguo valle glacial coronado por el lago ya citado. Antes del inicio del camino propiamente dicho hay varios aparcamientos, el último y más cercano no puede llamarse propiamente así, es un ensanchamiento asfaltado previo al camino de tierra. Antes de llegar a ese ensanchamiento, cansado ya de recorrer una microcarretera asediada por las casas del pequeño pueblo, que la obligaban a estrecharse cada vez más, pregunté a una pareja de chavales jóvenes con pinta de montañeros y me dijeron que continuara avanzando, que había un pequeño aparcamiento en el que solía haber sitio si llegabas pronto. Para mí sorpresa, los domingueros y montañeros consideraron ese día que las 10:30h era muy temprano y cuando llegué fui el primero. Ese detalle y el hecho de que Pola dormitara todavía un martes a las 9h de la mañana me llevaron a replantear mi concepción sobre los amantes de la montaña, gente sobria y madrugadora, que se documenta y consulta el tiempo y tiene claro que un día soleado de agosto se debe afrontar temprano una ruta de montaña que, además, transcurre en buena medida por zonas sin sombra.

EL VIAJERO JUNTO A UN CHOZO TRADICIONAL

Mi pretensión era hacer el recorrido de ida en ascenso por la menos conocida ruta de sombra y regresar por la tradicional ruta soleada. Aquella pareja a la que pregunté por el aparcamiento me fue de gran ayuda al avisarme que la señalización que indicaba la bifurcación que marcaba el inicio de la ruta de sombra había desaparecido. Además me recordaron que ese doble itinerario de ida y vuelta era muy recomendable, pues la ruta soleada en un día con sol de justicia tenía unos repechos finales bastante duros.

Fue una mañana espléndida que nunca olvidaré. El paisaje alucinante que me rodeaba me dejó todo el recorrido con la boca abierta: el valle estaba escoltado por enérgicas crestas rocosas, en la solana las partes bajas se cubrían de pastos y matorral, en la umbría de un tupido hayedo que tuve el privilegio de transitar a la ida. Para mí hay tres árboles mágicos: el alcornoque en el bosque mediterráneo, el castaño en el bosque de transición y el hayedo en el bosque oceánico.

Sin duda, el camino umbroso entre hayas superó con creces a la vuelta entre pastos bajo un sol de justicia. Además, fui completamente solo en este tramo de ida. Esa mañana fui el primer caminante que alcanzó el lago aquella mañana.

HAYEDO EN EL PARQUE NATURAL DE SOMIEDO

Cada vez veo más claro que los domingueros lo inundan todo con su inutilidad y mal gusto. En el camino de vuelta me encontré con un reguero continuo de caminantes agotados por el calor, muchos de ellos con el torso descubierto y sin gorra. Todos ellos se perdieron el paseo entre hayas y el fresco de la mañana. Peor para ellos.

Para todo aquel que haga el camino del Lago del Valle de Somiedo solo una última aclaración: el lago no vale tanto, lo más bonito es el camino. Al crearle unos muros de contención en dos de sus laterales, se vuelve artificial y parece un embalse, pierde buena parte de su magia.

VALLE DEL LAGO. SOMIEDO

Terminada la marcha, vuelta a Somiedo y parada allí para repostar agua en su fuente. Eran las dos de la tarde, comería más tarde de las tres, donde me cogiera, en cualquier lugar del camino.

Quería alcanzar Ribadesella, donde pretendía pasar la noche. Por el camino quería hacer un periplo montañés que terminó colmando todas mis expectativas. Antes de coger la autovía en Oviedo, recorrí los impresionantes desfiladeros que abre el río Somiedo en su búsqueda de tierras más bajas y, a la altura de la localidad de La Riera, busqué con gusto el ascenso del Puerto de San Lorenzo, con cerca de 1.500 metros de altitud. Sus vistas impresionan. En el ascenso cruce algún pueblo y vi a lo lejos, como suspendidos en el aire, pequeñas aldeas perdidas en las montañas. No recuerdo sus nombres, pero no olvidaré nunca la sensación de ver un paisaje tan abrupto y escarpado, casi inaccesible, salpicado de pequeñas poblaciones cuyos habitantes, antes y ahora, me parecen verdaderos héroes.

Hoy tengo claro que la pobreza no solo la causa el aislamiento orográfico. Ando reflexionando desde mi paso por Somiedo sobre el tema, ningún pueblo de mi tierra, ni siquiera los más aislados de las Hurdes están tan perdido como éstos, y, sin embargo, la pobreza abundó y abunda mucho más en Extremadura. La pobreza, señores, tiene sobre todo otras causas, más humanas que físicas.

UN PUEBLO EN EL ASCENSO DEL PUERTO DE SAN LORENZO

VISTAS DESDE EL PUERTO DE SAN LORENZO

Bajé el Puerto de San Lorenzo y paré en un pueblo llamado La Plaza. Allí, bajo un hórreo, comí unos garbanzos que traje congelados de Cáceres y que más de 36 horas después estaban a punto para comerlos. Mi guiso de garbanzos, modestia a parte, gusta hasta frío, sin calentar.

Desde allí el camino hacia Oviedo me deleitó con el maravilloso desfiladero de Teverga atravesado por una sinuosa carretera que dio gusto recorrer sin prisa y con la ventanilla bajada. Sobre las 18:30h ya estaba en Ribadesella. La recorrí en coche tras atravesar la bellísima campiña de El Carmen-Sebreño y resolví aparcar para pasar la noche en segunda línea de playa, detrás de los primeros edificios, algunos de ellos bellísimos, que se sitúan delante del mar.

Si este es un viaje de bosques y montañas, se preguntará el lector la razón de mi parada en Ribadesella. Y la respuesta no es sencilla, sino compleja y variada: primero porque Ribadesella es uno de los enclaves costeros más bonitos de Asturias y en este recorrido el mar no podía faltar, la montaña y el mar en la Cornisa Cantábrica forman un todo, una unidad; segundo porque Ribadesella es para mí un lugar especial, hace ya 16 años, fue el primer viaje fuera de Extremadura que hicimos mi pareja y yo, un amigo suyo asturiano nos dejó su apartamento y pasamos allí 3 ó 4 días; tercero porque necesitaba bañarme y asearme y la playa y sus duchas podían servir para hacerlo.

ATARDECER EN LA PLAYA DE RIBADESELLA

Así pues, allí estaba, con mi coche aparcado junto a la playa. Esa tarde, o lo que quedaba de ella, lo dediqué a pasear por el paseo marítimo y por el puerto y después de cenar en mi coche, disfruté de una preciosa caminata nocturna junto al mar.

Serían las 11h cuando decidí acostarme y comprendí que me había equivocado de ubicación del coche-cama. Había elegido una calle con mucho tráfico nocturno y paso frecuente de chavales camino del botellón. A eso de las 24:00h decidí mover el coche y buscar un lugar más retirado pero fue imposible. El vehículo había decidido quedarse sin batería. Me quedé contrariado en primera instancia y me costó conciliar el sueño. Más tarde logré dormirme pensando que tenía que estar contento, me había ocurrido en el mejor lugar posible. Si esto hubiera ocurrido en pleno Puerto de San Lorenzo o en Valle del Lago la cosa hubiera estado más jodida. Quedé conmigo mismo que al día siguiente iría a desayunar sin prisas y después llamaría a la grúa.

Esa noche, aunque pasé calor por sobreabrigarme, conseguí conciliar el sueño unas horas, lo necesitaba de verdad.