El ejercicio de la docencia nunca fue algo ajeno para Rafael Francisco Góchez, pues ese fue también el oficio de sus padres durante décadas, aunque las recompensas materiales de la profesión no siempre resultaran alentadoras. Sin embargo, su vocación no obedeció a la inercia ni al simple legado familiar: eligió libremente el magisterio entre varias posibilidades, y con el tiempo lo integró en un quehacer de naturaleza multidisciplinaria.
Dos instituciones educativas han marcado especialmente su trayectoria: el Colegio Sagrado Corazón (1990-1996) y el Colegio Externado de San José (1988 hasta la fecha), ambos en San Salvador. A pesar de ser centros muy distintos entre sí —y de que ninguna labor humana está exenta de dificultades— en ambos ha encontrado razones suficientes para sentirse realizado en el plano profesional. Durante un breve período, además, ejerció la cátedra universitaria en la UCA, en los últimos años de existencia de la carrera de Letras, experiencia que enriqueció su perspectiva docente.
Tras más de 35 años de trabajo con la niñez y la adolescencia, son muchos los recuerdos compartidos con más de tres mil estudiantes, hoy dispersos por el país y el mundo. De esas experiencias, espera que prevalezca un balance positivo y que, allí donde alguna disculpa fuera necesaria, prime la comprensión de la condición humana y la certeza de que nunca hubo mala intención.
Como era de esperar, el contacto cotidiano con los alumnos también dejó huella en su obra narrativa. Algunos cuentos y relatos nacieron de esas vivencias, transformados por la ficción y preservados en la discreción. Entre ellos, destaca de manera especial El Negativo, un texto quizá poco literario en sentido estricto, pero decisivo para comprender el proceso más profundo en la formación de su identidad docente. Los demás pertenecen, como suele ocurrir, a la memoria compartida de quienes los vivieron.