La formación de una artista

Frente al mito de las mujeres artistas como autodidactas, que ha buscado siempre situarlas en el ámbito ambiguo de lo excepcional, éstas han necesitado recibir enseñanza para lograr el desarrollo de su vocación y  habilidades, igual que los varones. Ahora bien, el difícil camino para acceder a esta educación en España queda patente en el hecho mismo de su imposibilidad de estudiar hasta el último cuarto del siglo XIX en las Escuelas de Bellas Artes, los centros de enseñanza artística más prestigiosos entonces. Y, una vez que fueron admitidas, la exclusión durante casi cinco décadas de las clases de desnudo del natural, base de la formación del artista desde el Renacimiento, por considerarse que era dañino para su sensibilidad femenina e inmoral. 

La razón fundamental de esta educación diferenciada entre hombres y mujeres se basaba en la división de sus supuestas funciones y características naturales: la vida pública para los hombres y la vida privada y doméstica para las mujeres, la dedicación al hogar y a la familia. A raíz de esta situación, proliferaron las academias y las clases privadas destinadas a las señoritas, pero allí el nivel de exigencia era escaso, perpetuándose la diferencia entre la educación de los sexos. Además, pudieron recibir este tipo de formación en los Ateneos de Señoras, Sociedades Económicas de Amigos del País y, en particular, en las Escuelas de Artes y Oficios. 

Esperanza Parada en la Academia de Eduardo Peña, h. 1950. Archivo familia López Parada

 Delhy Tejero y Pitti Bartolozzi, segunda y cuarta sentadas en la segunda fila desde la derecha, con sus compañeros de la Escuela de Bella Artes de San Fernando de Madrid, h. 1928. Archivo familia Vila Tejero

Esta situación cambió a partir de la década de los veinte del siglo XX, cuando en paralelo a su lenta pero significativa incorporación a la enseñanza media y a la universidad, las mujeres fueron admitidas en las clases de desnudo del vivo de las Escuelas de Bellas Artes. Posteriormente, en la Segunda República, se produjo un importante avance en la situación de las mujeres, que se convirtieron en ciudadanas de pleno derecho. Por tanto, desde ese momento, podemos decir que las mujeres disfrutaron de una educación artística igual a la de sus compañeros varones, aunque con matices, ya que su socialización continuó siendo diferente a la de los hombres, siguieron predominando la segregación en la enseñanza básica y media y perduraron las diferentes expectativas vitales entre los jóvenes de ambos sexos. En general, se consideraba la actividad artística femenina como una circunstancia temporal, ya que se creía que, como mucho, las que no tuviesen la suerte de casarse y formar un hogar, se dedicarían a la práctica de las artes decorativas o a la enseñanza de los niños. Y esto se acentuó, naturalmente, en el Franquismo, cuya moral nacional-católica muy conservadora, recortó todas las libertades y redujo a las mujeres a menores de edad. En ese momento, aunque ya no se utilizaron los mismos argumentos de antes, el papel de la mujer estaba tan constreñido que muchas de aquellas alumnas que estudiaban con los varones en las clases de desnudo se vieron obligadas a ocultarlo y a negarlo. Además, surgió una auto-censura femenina muy fuerte, como parte de un proceso defensivo que provocó, por parte de las mujeres artistas una forzada humildad. Muchas de aquellas artistas que quisieron brillar en igualdad de condiciones con el varón fueron criticadas por la sociedad, ignoradas por las galerías e instituciones y humilladas por sus compañeros de profesión. El verdadero despliegue del arte de mujeres en España ocurre de la Transición en adelante. 

África Cabanillas Casafranca y el Grupo de Investigación PEMs20