El viaje de las mujeres artistas: libertad de movimientos y de inspiración

El viaje ha sido siempre un aspecto esencial de la formación de los artistas, sobre todo a los dos grandes centros artísticos que fueron París y Roma, por lo menos, hasta mediados del siglo XX. Tradicionalmente, para las mujeres viajar al extranjero solas suponía un problema social, ya que la libertad de movimientos ponía automáticamente en cuestión su moralidad, y, sobre todo, era problemático el alojamiento, máxime cuando se trataba de residencias o colegios en los que los hombres eran la inmensa mayoría.

El afán por viajar se acentuó con las noticias  que llegaron  a España de los movimientos vanguardistas: muchas mujeres artistas se vieron directamente interpeladas por la llamada a la libertad, tanto creativa como personal, que estos estilos alentaban. Cuatro de nuestras más conocidas artistas de ese momento, Delhy Tejero, Victorina Durán, Maruja Mallo y Remedios Varo lo siguieron. Las tres últimas, después de distintos viajes, salieron para finalmente exiliarse, ya que la Guerra Civil las obligó a buscar un destino lejos de España.

Debido a lo costoso que era formarse fuera de España, los jóvenes pintores y escultores aspiraban a ganar becas y pensionados, ya fueran estos de Ayuntamientos, Diputaciones, Escuelas de Bellas Artes y, en el caso de las mujeres, de otras instituciones como la Residencia de Señoritas de Madrid, creada en 1915, de las que disfrutaron, entre otras, Maruja Mallo y Victorina Durán.

Delhy Tejero en París, en 1939. Archivo familia Vila Tejero

Mª Antonia Sánchez Escalona y un grupo de alumnos de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando vendiendo christmas para el viaje del ecuador, h. 1963. 

Archivo Mª Antonia Sánchez Escalona

El Premio de la Academia de Roma fue el más apreciado por los artistas de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, que se ganaba por oposición, debido a su prestigio, cuantía y duración ―tres o cuatro años―. Durante mucho tiempo, las mujeres no pudieron beneficiarse de este pensionado, a pesar de que no estuvo prohibido expresamente por su reglamento. La pintora Carlota Rosales, hija del célebre pintor Eduardo Rosales, consiguió, gracias a sus relaciones con los círculos artísticos y con carácter excepcional, una beca para estudiar allí entre 1887 y 1889. 

Aunque hubo mujeres que se presentaron a la convocatoria de este premio desde 1901, la primera que lo ganó por oposición y en igualdad de condiciones con los hombres fue la música María de Pablos. Al no contar con el trato de favor que había gozado su predecesora, tuvo que hacer frente durante el tiempo que duró su pensionado, de 1928 a 1932, al problema que suponía para una joven residir sola en el extranjero y en una institución compuesta fundamentalmente por varones ―viajó a Roma con su madre, pero a ésta no se le permitió la estancia en la Academia, que era donde vivían los pensionados, ya que estaba prohibido que se alojaran familiares de los artistas―. 

En 1965 Teresa Peña se convirtió en la primera artista plástica en ganar el Premio de Roma. A pesar de que entre uno y otro premio transcurrieron más de tres décadas, también ella se encontró con el problema del alojamiento. En un principio, se le recomendó que se instalara en un hotel, ya que la  Academia estaba adaptada a los hombres, aunque, finalmente, residió junto al resto de los pensionados.

 Hay otras otras razones por las que este premio se les resistió durante tanto tiempo a las mujeres. La identidad femenina incluso en los años sesenta del siglo XX estaba ligada a la vida personal, es decir, a conseguir casarse y tener hijos. Sin esto, socialmente, una mujer era un fracaso y no había cumplido con su “designio natural”. Tres años era un periodo de tiempo demasiado largo en una edad ―considerada entonces crucial para una joven―. Casi todas terminaban los estudios con veinte años, que en esa época era considerada la edad ideal ―aunque se casaban desde los quince― para el matrimonio. Pasados unos pocos años, entraría ya en la categoría de solterona con todo el oprobio y la repulsa social que eso acarreaba. 

Más sencillo fue que las estudiantes participaran en los viajes del ecuador y final de curso, por ejemplo, de las Escuelas de Bellas Artes, sobre todo a partir de los años sesenta del siglo XX, cuando se produjo un cierto avance en las costumbres, favorecido por el crecimiento económico, la difusión de los medios de comunicación y, sobre todo, el desarrollo el turismo. Pero también a que viajaban junto a sus compañeros y a que su duración era corta. 

África Cabanillas Casafranca y el Grupo de Investigación PEMs20