EL BUSCADOR - Enrico

EL BUSCADOR

Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Tan solo es alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día, un buscador sintió que debía ir a la ciudad de Kammir. Él, había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venian de un lugar desconocido de sí mismo, que le hacían sentirse vivo. Así que lo dejó todo, y partió. Después de 2 días de marcha por los polvorientos caminos, divisó Kammir a lo lejos. Un poco antes de llegar a la ciudad, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso, un verde como el del helado de pistacho, como el de las hojas de los árboles en primavera, un verde chillón que alegra la vista. También había muchos árboles, tan altos como rascacielos, pájaros que cantaban alegremente y flores encantadoras de múltiples colores. La rodeaba por completo una pequeña valla de madera lustrada, y una pequeña portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

Transpasó el portal y empezó a caminar, lentamente, entre las hojas de los árboles. Dejó que sus ojos se posaran sobre una de las piedras, en la que figuraba la inscripción: "Abdul Thare, vivió 8 años, 6 meses y 2 semanas". El buscador se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra, no era simplemente una piedra: era una lápida, y sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estuviese enterrado en aquel lugar. Mirando a su alrededor, el buscador se dio cuenta de la piedra de al lado, también tenía una inscripción, esta decía: "Sarah Malik, vivió 5 años, 2 meses y 7 semanas". Sorprendido y asustado, se dio cuenta de que aquel hermoso lugar, del que había quedado enamorado, era un cementerio.

Embargado por un dolor terrible, se puso a llorar. Lloraba de pena, pero también de miedo, pues quizá no había sido el mejor momento para estar allí, quizá... Pasaron mil ideas por su cabeza, pero en aquel instante, oyó pasos se sentía en peligro.

Un anciano, que lo vio llorar, se le acercó, un anciano que podía ser su asesino, su verdugo.

-¿Llorando por algún familiar?-preguntó el anciano.

-N-n-no, ningún fa-familiar-respondió el buscador, titubeando de miedo.

-¡Tranquilo, hombre! No voy a hacerte nada, yo sólo soy el vigilante del cementerio. Dime una cosa, ¿por qué lloraba antes?

-La verdad, es que me asusté por ver a todos estos niños enterrados aquí.

-¿Niños? ¿Cómo que niños?-preguntó el vigilante, riendo.

-¿Acaso no lo son?

-Tú no eres de por aquí, ¿no? Verás, aquí tenemos una vieja costumbre: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta. Y desde ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, anota en la libreta, a la izquierda qué fue lo disfrutado, y a la derecha, el tiempo que duró ese gozo. ¿Cuánto tiempo duró el primer amor? ¿Y la emoción del primer beso? ¿Y el viaje de luna de miel? ¿Y la lectura de un libro excepcional? ¿Horas? ¿Días? ¿Meses? Así vamos anotando en la libreta cada momento intenso y bello, y, cuando alguien muere, es nuestra costumbre y abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado y escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

FIN

Enrico Ribolsi, 2013