Durante la Alta Edad Media se fue consolidando en la Europa cristiana el feudalismo, un sistema político, económico y social que se caracterizó por la pérdida de poder de los reyes, las relaciones de fidelidad personal y una economía organizada en torno a los feudos.
Los reyes tenían poco poder dentro de sus reinos: solo controlaban los territorios de su propiedad. En consecuencia el ejército real era reducido y el rey dependía de los ejércitos privados de los nobles (mesnadas); el monarca cobraba impuestos en sus tierras y algunas ciudades pero en el resto del reino los cobraban los nobles; el rey establecía lazos personales con los nobles para que le fueran fieles y le proporcionasen soldados y dinero.
Los reinos no tienen capital fija. La corte era itinerante: los reyes viajaban por su reino acompañados de familiares, guerreros y consejeros. El monarca gobernaba ayudado por la Curia o Consejo Real, formado en un primer momento por familiares y amigos del rey y, más tarde, también por juristas, nobles, altos cargos eclesiásticos, guerreros…
Tras la división del Imperio Carolingio, Europa sufrió los ataques de vikingos, magiares y sarracenos, que asolaban aldeas, monasterios y ciudades. Los reyes apenas tenían medios para proteger a sus súbditos, por lo que pidieron ayuda a los nobles. A cambio, les concedieron tierras. De esta forma, los nobles se convirtieron en dueños o señores de los territorios recibidos, que pronto pasaron a ser hereditarios. A estos territorios se les denominó señoríos territoriales o feudos y el noble propietario era el señor feudal. Dentro del feudo vivían siervos y campesinos libres. El poder del señor feudal sobre los habitantes del feudo era total, pues incluía la facultad de impartir justicia, cobrar impuestos y reclutar soldados para su mesnada o ejército personal.
El poder militar de la nobleza aumentó y las luchas también: en ocasiones los señores feudales luchaban entre ellos para conseguir más territorios o se rebelaban contra el monarca. Defendían sus posesiones con castillos e intentaban ampliarlas mediante la guerra o los pactos matrimoniales.
Un vasallo era una persona que, de manera voluntaria, se ponía bajo la protección de otra más poderosa –un noble o el rey-, a cambio de que le protegiera y mantuviera.
Generalmente un noble juraba fidelidad a otro más poderoso o al rey, en un acto solemne llamado ceremonia del homenaje. De esta manera se convertía en su vasallo y se comprometía a darle su apoyo militar y consejo. Por su parte el señor se comprometía a proteger a su vasallo y a garantizarle la manutención. En ocasiones, mediante un acto de investidura, el señor otorgaba a su vasallo un beneficio (un cargo, un feudo…).
Casi todos los nobles tenían vasallos y, a su vez, eran vasallos de otros nobles más poderosos. De esta forma se creó una cadena de lazos personales que unía al rey con los nobles del reino. Las relaciones de vasallaje se completaban en el nivel inferior con los lazos de servidumbre entre el noble y sus siervos. Y es que, ante la debilidad de los reyes y los ataques de otros pueblos, los campesinos buscaron la protección de los nobles, que tenían su propio ejército y castillos donde refugiarse. A cambio, los nobles les exigieron trabajar para ellos y someterse a su autoridad, convirtiéndose en sus siervos.
Generalmente los feudos eran autosuficientes, disponiendo de todo lo necesario para que sus habitantes pudieran vivir. El feudo constaba de:
la reserva señorial, parte del feudo cuya explotación se reservaba el señor. Incluía el castillo –donde residía-; las mejores tierras del feudo que trabajaban sus siervos y en las que, en determinadas épocas del año (siembra, cosecha…), estaban obligados a trabajar también los campesinos libres del feudo; los bosques y prados, donde se obtenía pasto para los animales, leña, frutos silvestres y caza.
los mansos: eran parcelas de tierra que el señor concedía a los campesinos libres para su sustento, a cambio de unas rentas en forma de dinero, de productos (una parte de la cosecha, tejidos, animales…) o de servicios personales como trabajar gratuitamente las tierras de la reserva señorial en determinadas épocas del año.
Otros elementos del feudo como los molinos, los hornos o la herrería también pertenecían al señor y los habitantes del feudo tenían que pagar por su uso. El señor también cobraba a los comerciantes que atravesaban su feudo (peaje) y cruzaban los puentes (pontazgo).
Dentro del feudo había una o varias aldeas en las que vivían los campesinos.
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