Herramientas poéticas

Herramientas poéticas

Ángel Antonio Rodríguez

El maestro Martín Chirino (sin duda, el escultor español más importante e influyente de los últimos cuarenta años) siempre ha concebido sus esculturas como auténticas herramientas poéticas, entendiendo esa definición como una metáfora válida para definir el significado íntimo de los frutos paridos en su estudio. En el año 2006, durante el taller que Chirino impartió en AlNorte, la Semana de Arte Contemporáneo de Asturias, Esther Cuesta fue una de las participantes más destacadas, y al año siguiente formó parte de la colectiva Arte y pasión que reunió en el Museo Antón de Candás y la Fundación ArtSur de Madrid las obras de una veintena de jóvenes entusiastas, amigos del hierro y del acero.

Esther Cuesta realizó aquellos primeros ensayos escultóricos partiendo de una mirada limpia, abierta y experimental, con composiciones figurativas donde el sentido del hogar ya preexistía, a través de aquellos delicados e incipientes montajes de hierro forjado. Ahora, Esther presenta esta nueva exposición individual en Candás donde sus collages y grabados comparten espacio con los nuevos volúmenes tridimensionales, que reivindican, desde su peculiar manera, aquel sentimiento poético que enseñaba el viejo profesor canario. En el fondo hay una convivencia espiritual, un empeño más o menos consciente de renovar la concepción de la escultura como medio capaz de expresar otras cosas, compendio de líneas que dibujan el aire vibrando, bregando, fluyendo, brotando y viviendo entre las manos del artista.

Hace ya dos décadas que Esther viene profundizando en la capacidad de alternar técnicas mixtas experimentando con pinturas, papeles, estampaciones y otros ensayos. Incluso cuando recibió en 2009 el premio del Certamen de Luarca, sus hogares se inscribieron sobre cajas de luz, retroiluminando ese sentido lírico. Poco a poco, todas sus piezas han implementado esa idea de la casa, del refugio, de ese alma invisible que emplea como habitáculo para protegerse, quizás, del mundo exterior, o para arropar sus perspectivas éticas y estéticas.

Las referencias arquitectónicas, el agua y el horizonte han dominado siempre las propuestas de Esther, y hoy nuevamente emergen en esta exposición, entre papeles, telas o hierros que proporcionan un sentido ritual y primigenio a cada obra. Esa armonía entre el carácter primitivo y la racionalidad del conjunto funciona mejor cuando más esencial resulta cada composición y, por tanto, cuantos menos elementos incluye. La sobriedad, pues, como guía y meta; la materia desnuda y la tenue vibración de los planos. Logros que ella enriquece con esa pasión por la textura que conjuga cada uno de sus pasos creativos.

En sus estampaciones se patenta esa levedad con guiños hacia la cultura oriental y la delicadeza, como ejemplos de mesura, equilibrio y atención, sin servilismos. Los juegos cromáticos, la síntesis simbólica y una sugerente escenografía, que repite obsesivamente un horizonte y magnifica los celajes. Materia desnuda, en tenues vibraciones de planos enriquecidos con esa misma pasión en los hierros, herencia directa de las clases prácticas recibidas en aquella efímera fragua gijonesa, cerca del fuego, de la tierra, de los yunques, de los martillos o las radiales, donde Esther aprovechaba distintos materiales haciendo reflexiones sobre los principios del proceso escultórico. Son piezas casi volátiles, que desvelan un genuino empeño constructivo, armonizando las tensiones entre continente y contenido, relaciones visibles o invisibles que alteran la sensación de ingravidez para contrastar las emociones. Casa y silencio, casa y verso, casa y amor, casa y amigos. Casas familiares. Dualidades entrecruzadas con la espontaneidad. Forma y vacío, sin arquetipos.