Ciudades de papel y sentimiento

Ciudades de papel y sentimiento… y un viaje submarino

Ramón Rodríguez

Siendo como fue integrante de las primeras generaciones surgidas desde la especialidad de ilustración en la Escuela de Arte de Oviedo, Esther Cuesta (Avilés 1964) es una artista multidisciplinar que ha seguido formándose en técnicas tan distintas como el video, la cerámica y, últimamente, la forja en hierro en un taller dirigido por Martín Chirino en las jornadas AlNorte. Quiere ello decir que el suyo ha sido un recorrido en perseverante afán de aprendizaje de la misma forma que, con más frecuencia de lo que demandaban sus merecimientos, ha sufrido un cierto arrinconamiento en comparación con otros artistas de su generación.

Su trayectoria expositiva, que comienza ya en 1990 en la exposición Cuesta x Cuesta conjunta con su hermana Cristina, ha sido –y pienso que continuará siéndolo- una especie de carrera de obstáculos no exenta de logros puntuales como lo certifican numerosos premios en convocatorias de no excesiva importancia pero que comienzan a serlo a partir de 2005 cuando será seleccionada, y en ocasiones premiada, en certámenes de mayor poder de convocatoria y, con ello, de calidad. Así consigue premios en los certámenes Daniel Pedrayes en Avilés, La Gastronomía en la pintura en Otur o el Casimiro Baragaña en Pola de Siero, siempre con obras de un mayor compromiso en sus planteamientos estéticos.

Muy lejos quedan ya sus series de las edades del hierro, de la piedra o de la tierra en la que mostraba pinturas que podrían encuadrarse en un expresionismo matérico y en las que ya apuntaba características que serán consustanciales, transcurridos ya tres lustros desde entonces, en su obra posterior: su personal regusto por un cromatismo contenido y también por la inclusión, en algunas de ellas, del material que años después será medio, vehículo, pigmento, soporte y forma: el papel. Material que ha pasado a ser, casi en exclusiva, papel de seda encolado en bruto o que es teñido con tinta china y pigmentos o desteñido mediante el uso de lejía. Así consigue adiciones de color por superposiciones que posteriormente serán tratadas con toques de color que generan lavados, flujos o corrimientos dependiendo del estado de humedad de cada capa.

Este procedimiento, que la convierte en una de las artistas asturianas que más atención han prestado a la técnica del collage, ha venido empleándolo con una mayor intensidad desde los primeros años 2000, tanto si el tema es el bodegón –siempre sobrio en forma y color-, el paisaje desnudo y escueto o los esquemáticos peces que nadaban en las –nunca mejor empleado el término pictórico- aguadas superficies que fueron protagonistas exclusivos de sus creaciones en el trienio que va de 2005 a 2007 y de los que en esta exposición nos presenta una instalación que sirve de recordatorio de lo realizado en esa otra etapa. Los peces, pintura o cerámica nadaron unas veces en procelosas profundidades, otras veces en burbujeantes cavidades, se movieron –no podía ser de otra forma- “como pez en el agua” y nos sugirieron, al igual que lo harían después las ciudades, el rastro de las incesantes búsquedas de la artista. Artista que, en aquellos momentos, componía un viaje submarino quien sabe si evocación de lecturas infantiles algo que también se vislumbra en sus trabajos de diseño de carrozas, actividad a la que dedica una sustancial parte de su tiempo. Los peces, paulatinamente, fueron dejando paso a las actuales ciudades que constituyen su más reciente propuesta argumental. Son ciudades imaginarias, inexistentes e imposibles que, no obstante, provienen del recuerdo infantil, posiblemente de algunas angustias y, desde luego e incontestablemente, de la emoción.

Compositivamente repite siempre la misma fórmula: un horizonte exageradamente bajo que provocará la magnificación de los celajes, que serán el verdadero campo de batalla de lo pictórico y donde la naturaleza inconcreta y huidiza del elemento se verá alterada por pliegues, arrugas y sobrecargas cromáticas que sirven de pantalla para destacar los primeros planos conformados por aglomeraciones de estereotipadas edificaciones, escaleras, puentes y sugerencias, apenas perceptibles, de vegetación. En ocasiones, la disposición en polípticos de la composición permitirá su expansión y, con ello, acrecentar la analogía entre lo formal y lo informal, una idea que Esther Cuesta viene proponiendo desde hace bastante tiempo.

Tan sólo restaría prestar una mínima atención a los soportes –vidrio o metacrilato- con los que viene trabajando porque gracias a ellos acrecentará transparencias y hasta en determinadas obras le permitirá la introducción de una luz posterior que, paradójicamente, reducirá luminosidad y aumentará la intensidad de las sombras que producen las superposiciones de los papeles.

En suma, estamos ante una artista cuya perseverancia y tenacidad aún pondrá en situación de crear nuevas y mejores obras. Y a esas cualidades debemos unir otra que no está presente en demasiados artistas, como lo es la pasión, otra característica que integrada en la obra de arte origina siempre una iconografía personal y, por extensión, un lenguaje evocador e intimista que se diferenciará de los demás. Como lo son estas sutiles ciudades de papel y sentimiento.