Ciudades imaginarias

JAIME LUIS MARTÍN Las ciudades imaginarias de Esther Cuesta (Avilés, 1964), realizadas con papel de seda encolado o teñido con tinta y pigmentos, no sólo permiten una mirada como producto artístico de excelente calidad, sino que forman parte de nuestra memoria individual y colectiva. En estas urbes habitan las ranas parlanchinas, las brujas con nariz pronunciada y las princesas llorosas. Y aunque en estos paisajes se encuentren ausentes estos deliciosos personajes, las ciudades han sido trazadas mirando a los cuentos de hadas y de ogros donde el mal lucha contra la inocencia, que sale, a diferencia de lo que ocurre en la realidad, siempre victoriosa, permitiendo a los protagonistas ser felices y «comer perdices».

Si aquellas exposiciones destacaban por la sutileza de las atmósferas, en estos trabajos se constata una madurez tanto formal como conceptual. Porque indudablemente estas obras, aunque de apariencia tierna, no fueron concebidas para ilustrar un cuento, sino, más bien, para representar, en clave visual, los mundos imaginados por la artista. Estas edificaciones trascienden lo espacial y se relacionan con los relatos que quedan escondidos en los pliegues de la memoria.

En estas composiciones hay un equilibrado lirismo que apuesta por un lenguaje figurativo entrecomillado por la abstracción. Las grandes manchas de color se extienden por el cuadro dominando, en algunas ocasiones, el espacio y dejando las ciudades diluidas ante esta demostración de expresividad. Pero son precisamente estos revulsivos cromáticos, que pueden interpretarse como testimonios anímicos, quienes evitan cualquier corrimiento hacia lo decorativo, consiguiendo una gran potencia expresiva.

Aunque estos trabajos evitan la grandilocuencia temática y optan por poéticas humildes, no están exentos de complejidades técnicas que la artista resuelve con sabiduría. En este sentido, Esther Cuesta ha logrado que convivan la inocencia con las turbulencias cromáticas, la esencialidad con los gestos barrocos, en un interesante acoplamiento de lenguajes y emociones. Y estas articulaciones han alumbrado una obra madura, de gran elocuencia e intensidad.