A Boscán desde La Goleta
Boscán, las armas y el furor de Marte1,
que, con su propia fuerza el africano
suelo regando, hacen que el romano
imperio reverdezca2 en esta parte,
5 han reducido3 a la memoria el arte4
y el antiguo valor italïano(a),
por cuya fuerza y valerosa mano
África se aterró de parte a parte5.
Aquí, donde el romano encendimiento,
10 donde el fuego y la llama licenciosa6
solo el nombre dejaron a Cartago,
vuelve y revuelve Amor mi pensamiento,
hiere y enciende el alma temerosa,
y en llanto y en ceniza me deshago.
1 Marte: dios romano de la guerra.
2 reverdezca: renazca.
3 han reducido: han devuelto.
4 arte: habilidad.
5 de parte a parte: por todas partes.
6 licenciosa: sin control.
(a) italïano: la diéresis gráfica indica que la voz, por la pronunciación de la época, contiene la licencia métrica llamada asimismo diéresis. Es decir, el adjetivo es pentasílabo: i-ta-li-a-no.
La toma de La Goleta. Tejido en 1740 por la Real Fábrica de Tapices por orden de Felipe V, obra anónima, que se encuentra en el Palacio Real de Madrid.
En Barcelona, Carlos V revista las tropas de las que formaba parte Garcilaso. Al fondo, la ciudad y Montjuic. Paño II (detalle), perteneciente a la serie de La conquista de Túnez (1554), encargados por la hermana del emperador a Willem de Pannemaker.
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El poema que vamos a comentar fue escrito por Garcilaso de la Vega, nuestro autor más representativo del espíritu renacentista. Introdujo en nuestras letras el petrarquismo y fue, sin duda, quien marcó el rumbo de la poesía posterior: Garcilaso es poeta de poetas. En vida, aunó las cualidades del perfecto cortesano, siendo, a la vez que hombre cultivado y sensible, intrépido guerrero. De hecho, este soneto está ambientado en una de las campañas militares de las que tomó parte. La dedicatoria que lo precede nos sitúa en La Goleta, fortaleza que había sido tomada por Barbarroja y que fue expugnada por las tropas de Carlos V el 14 de julio de 1535, antes de su triunfal entrada en Túnez. En el transcurso del asedio, Garcilaso fue herido por dos lanzadas en mano derecha y boca y, tras la victoria, el emperador premió sus servicios con los títulos de maestre de campo y de capitán de un tercio. No obstante, con posterioridad, en su elegía epistolar a Boscán (la Elegía II) asomará su desengaño hacia la vida cortesana y los aduladores que celebraban el triunfo africano de Carlos V como un nuevo Escipión.
Pero eso será después. En este soneto XXXIII, la mayor parte de los versos proponen una analogía tácita entre el presente histórico del imperio español y el pasado romano, tal y como, de hecho, sucede al inicio de la mencionada Elegía II —también dedicada por Garcilaso a Boscán, poeta amigo suyo y compañero en más de una campaña militar—, cuando, por antonomasia, alude a Carlos V como el «César africano» (v. 5). Efectivamente, Publio Cornelio Escipión fue el único general de la Antigüedad capaz de derrotar a Aníbal, destruir Cartago e instaurar en África el Imperio Romano.
Este argumento responde plenamente al gusto renacentista por el mundo clásico y, en él, nos sitúa inmediatamente la antonomasia simbólica del «furor de Marte» (v. 1). De hecho, métricamente, el soneto es un poema estrófico que procede del Renacimiento italiano. Fue introducido en nuestras letras por el marqués de Santillana, con sus Cuarenta y dos sonetos fechos al itálico modo; sin embargo, fue precisamente Boscán quien comenzó a aclimatarlo al idioma castellano, y Garcilaso, quien logró darle la auténtica excelencia de la que ha gozado siempre desde entonces. Se trata de un poema compuesto por catorce versos endecasílabos —inéditos en la poesía castellana anterior al Renacimiento—, que se distribuyen en cuatro estrofas de rima consonante: dos cuartetos que repiten terminaciones —ABBA;ABBA— y dos tercetos de distribución libre —CDE;CDE, en el caso que nos ocupa—. Tradicionalmente, a esta estructura externa corresponde otra interna de tal modo que el primer cuarteto presenta el tema; el segundo, lo amplifica; el primer terceto reflexiona sobre la idea central, o expresa algún sentimiento vinculado con el tema de los cuartetos; y, finalmente, el último terceto, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo, en ambos casos, desatados por los versos anteriores. De esta manera, el soneto clásico presenta una introducción —los dos cuartetos—, un desarrollo —el primer terceto— y una conclusión —el último terceto—, que de algún modo da sentido al resto del poema.
El primer cuarteto establece ya la mencionada analogía entre imperios, quedando su sentido incompleto al encabalgarse en el siguiente cuarteto. El primer verso se abre con una aposición y un sujeto que no encuentra su predicado hasta el verso quinto, pues los versos segundo a cuarto son una única oración de relativo, sumida en un completo aunque suave hipérbaton, que complementa a los núcleos nominales del sujeto. Esto es, ambos cuartetos componen una unidad de sentido: es la introducción.Tras el apóstrofe inicial a su amigo Boscán (v.1), Garcilaso nos habla del ejército español (v.1) que está conquistando Túnez (v.2 y 3) como lo hiciese antiguamente Roma (v.3 a 8). En este sentido, el poeta se preocupa por hacer que la primera rima que se cierra oponga africano a romano. Para ello, utiliza varios recursos. En primer lugar, la anteposición del adjetivo romano, convertido así en epíteto. En segundo lugar, los dos suaves encabalgamientos, entre los v.2 y 3 y los v.3 y 4. Y, por último, el hipérbaton, que se prolonga a través de este doble encabalgamiento durante toda la oración de relativo. Hipérbaton prolongado, sí, pero que no oscurece en demasía el sentido de la expresión y que, por tanto, se halla en consonancia con ese estilo garcilasiano a un tiempo natural y elegante. Si tornásemos el orden natural de los elementos lingüísticos, la oración, tras el relativo que, quedaría así: 'hacen que el imperio romano reverdezca en esta parte, regando el suelo africano con su propia fuerza'.
Tras la introducción argumental de los cuartetos, el primer terceto profundiza en la idea de la conquista y desarrolla una consecuencia: la devastación de Cartago llevada a cabo por los romanos: solo el nombre dejaron a Cartago (v.11) —nótese de nuevo un ligero hipérbaton—. La estrofa se abre con el adverbio Aquí, cuyo valor deíctico de cercanía apunta ya la inclusión del yo poético que eclosionará en la estrofa final; no en vano, suele ser en los tercetos donde acostumbra a desatarse la fuerza intimista de los sonetos. Como sucede en el primer cuarteto, el resto de la estrofa es una construcción de relativo —dos, en forma de aposición, para ser más exactos—, por lo que el sentido circunstancial del adverbio transita por todos sus versos hasta complementar a los verbos vuelve y revuelve (v.12).
Y por fin, el último terceto, el cual da sentido a todo el poema. En él confluyen todas las referencias exteriores en una analogía que nos lleva de las ruinas de Cartago a la propia, interior y anímica, del poeta, debida al sufrimiento amoroso y a los celos de su alma temerosa (v.13). Cobra importancia el hecho de que, en última instancia, la devastación de Cartago haya sobrevenido por ser pasto de las llamas; de ahí, el campo semántico que conforman encendimiento (v.9), fuego y llama (v.10), una llama que es, además, licenciosa, esto es no controlada, como lo es el sentimiento amoroso, en general, y los celos, en particular. Ahora es el alma la que se enciende (v.13) y consume hasta ser ceniza (v.14). La Goleta no es el agente que vuelve y revuelve amor (v.12), es solo el lugar físico donde Garcilaso se encuentra cuando su pensamiento se debate en amor: vuelve y revuelve amor mi pensamiento (v.12), confiesa el poeta en un ejemplo más de suave hipérbaton.
En un tono confidencial, propio de la comunicación privada, Garcilaso confiesa a su amigo Boscán, y al lector, su doloroso sentir. El primer verso de la estrofa final nos sitúa con el posesivo de primera persona ante mi (su) pensamiento y el último, mediante el pronombre personal, también de primera persona, declara me desahogo.
No podía ser de otra forma esta confluencia hacia el mundo interior, hacia el sentimiento amoroso de la primera persona; Garcilaso representa en nuestra poesía el descubrimiento del dolorido sentir. El petrarquismo que introduce en la lírica castellana no es exactamente el prístino, ni siquiera el aprendido de Ausiàs March. En Garcilaso, no sólo encontramos intimidad, sino, sobre todo, sinceridad. Él, el propio poeta, y no ella, la amada, es el auténtico protagonista de un amor no correspondido; hay un cambio de perspectiva que va de la bella dama despiadada, la "belle dame sans merci" al amante rechazado. Y la queja amorosa que en Ausiàs March es tormentosa, que se asocia a una vida y un destino humano sombríos en la lucha de la sensualidad contra la razón, Garcilaso la expresa en forma de desolación contenida estilísticamente. El llanto (v.14) del poeta nos sabe a auténtica verdad y se convierte en el auténtico tema de la composición.
MATERIAL DE CONSULTA:
LAPESA, Rafael: "La trayectoria poética de Garcilaso", en Revista de Occidente, Madrid, 19682.
LÁZARO CARRETER, Fdo.: "Garcilaso, innovador", en Clásicos españoles, ed.Alianza, Madrid, 2002.