El tema de la redención por el amor constituye un síntoma cultural característico del primer Romanticismo. El tema, planteado de modo paradigmático precisamente en el Fausto, se nos manifiesta en dos planos distintos: El primero, ejemplificado en el episodio de Fausto con Margarita, nos proporciona un esquema simbólico con tres figuras básicas que formarán, juntas o por separado, parte habitual de la iconografía romántica a partir de este momento:
En primer lugar, un modelo masculino atormentado, bien por un pasado oscuro, bien por una escisión, cuyo amor por una mujer inocente y virginal no le impedirá, no obstante, abandonarla, hacerla sufrir o mancillarla hasta incluso matarla, ciego a la salvación que ella representa. Denominaremos a este modelo masculino Pecador atormentado, que queda magistralmente sintetizado en las palabras proferidas por Fausto en ‘Bosque y Caverna’ (Parte I):
Fausto
"¿No soy el fugitivo sin refugio,
el monstruo sin descanso ni objetivo,
que, en cascada, de roca en roca, cae
con deseo iracundo del abismo?
Y ella a un lado, con casto sentir niño,
en la chocita al pie de la montaña,
con todos los domésticos cuidados
en su pequeño mundo reunidos.
Y yo, odiado de Dios,
no pude contentarme
hasta hacerle rodar encima rocas
y aplastarla en escombros.
¡A ella y a su paz voy a enterrar!
¡Querías este sacrificio, infierno!
¡Demonio, acorta el tiempo de mi angustia!
¡Lo que ha de ser, que sea ahora mismo!
¡Que su destino caiga sobre mí
y ella se hunda conmigo!"
En segundo lugar, un modelo femenino virtuoso que amará al pecador hasta la abnegación y que, al final del drama, le redimirá con la perseverancia de su amor intercediendo por él ante dios. Lo denominaremos Virgen abnegada y es el papel desempeñado por Margarita, ejemplo que pone en evidencia que el atributo de la virginidad no ha de cumplirse siempre en sentido estricto sino que ha de interpretarse como signo de virtud e inocencia; la virginidad de Margarita está representada simbólicamente por su salvación tras la muerte al final de la Parte I y en su encarnación al final de la Parte II del eterno-femenino salvador (‘Barrancos en una montaña’):
Chorus Mysticus
"Todo lo transitorio,
es solamente un símbolo;
lo inalcanzable aquí
se encuentra realizado;
lo Eterno-Femenino
nos atrae adelante."
Como corolario, resulta una tercera figura que resultará un auténtico lugar común del Romanticismo y que se independizará muchas veces del esquema tripartito: la consumación después de la muerte de un amor irrealizable en la tierra, que queda puesto de manifiesto con la emotiva aparición de Margarita como en un altar rodeada de los santos anacoretas en la última escena, ya comentada, de la Parte II, guiando hacia los cielos el alma agotada y arrepentida de Fausto. Nos referiremos a ella como binomio eros/thanatos.
Pero esta escena pone además en evidencia un segundo plano de significación más profundo de la redención por el amor al ejemplificar, según nuestro punto de vista, el entronque simbólico con las formas de adoración marianas del medievo del ideal de mujer con el que el puritanismo romántico burgués sustituyó a la mujer sexualmente emancipada del libertinismo aristocrático. Esta conexión nos resulta especialmente elocuente en cuanto que estamos convencidos de que la Redención por el amor oculta bajo su superficie amable una brecha en el modelo de pareja burgués, una auténtica declaración de guerra entre sexos que se iría acalorando a lo largo de los siglos XIX y XX, resultante de la tensión provocada por la escisión eros/caritas.
Pese a que volveremos a esta cuestión al tratar cada uno de los dramas musicales wagnerianos, podemos apuntar ya que el conflicto subyacente al tema de la Redención por amor se puede expresar de forma sencilla en términos psicológicos: el hombre ama a la mujer de forma absoluta. Mediado por la escisión eros/caritas inducida en él por convenciones sociales y morales, el hombre siente la imposibilidad del disfrute carnal con ella, bien por imposibilidad material, bien porque dicho disfrute es impedido por el sentimiento de culpabilidad. Debido a ello, inicia su descenso a los infiernos como Pecador atormentado y retorna su frustración a la mujer. Sintiéndola como la causa de su tortura, la somete a todo tipo de ultrajes entregándose a una vida de depravación en la que pretende encontrar el placer sexual negado. Al final, solo el autosacrificio de la mujer caracterizada como Virgen abnegada es capaz de restablecer en el pecador la imagen de la mujer como amante, hecho que le hace superar la escisión en la muerte, como alegoría de un amor que, en efecto, es irrealizable en la vida por culpa de una moral asfixiante.