"Doquiera que mire, veo la felicidad de la cual sólo yo estoy irrevocablemente excluido. Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido"
El rechazo que sufre la criatura debido a su aspecto físico, obviando las cualidades internas hace que Mary Shelley, en su obra, plantee una cuestión muy significativa: la construcción de la identidad y hasta qué punto es inherente a la persona o viene dada por los otros. El envilecimiento de la criatura se produce cuando no es reconocido por los demás. La identidad solo es válida si se confirma en la mirada del otro. Los otros son los que pueden conceder o bien la subjetividad, bien la objetividad.
La negativa del doctor Frankenstein a concederle una compañera desata su furia porque implica su condena a la soledad. Una identidad que no es reconocida por los demás es una identidad fallida. La criatura de Frankenstein solo se reconoce cuando no sufre el juicio de la mirada del otro. Mary Shelley plantea la cuestión sobre si la identidad es una identidad que está en el interior del ser humano o es una mera imposición social que exige que nos identifiquemos. La identidad de la criatura, como la del ser humano, está impuesta por los otros y, al final, puede más la gravosa identidad social que la que se sentía como propia.
La identidad social dinamita la supuesta libertad autónoma. No nos podemos manifestar libremente si pensamos siempre en la mirada enjuiciadora y objetivadora de la sociedad. Sin embargo, no todo está perdido: autores como Mary Shelley, Polidori, E.T.A. Hoffmann, Stevenson, serán capaces de mostrar en sus obras la hipocresía social y, a la vez, proporcionar una vía de escape. Dobles, máscaras, autómatas, vampiros, hombres lobo… hacen aflorar la compleja identidad humana que, a partir de entonces, formarán parte de nuestro imaginario colectivo.
El sueño de la razón produce monstruos. Pero qué monstruos.
El sueño de la razón produce monstruos (1799) de Los Caprichos de Francisco de Goya