213. Organización religiosa.—Los monjes de Cluny.—El estado general anárquico de la época trascendía á todos los órdenes. Manifestóse en el clero, especialmente por lo que toca á dos puntos que respondían á costumbres viciosas: la «simonía» ó tráfico de las cosas sagradas, dándose por dinero los puestos importantes de la iglesia, y el «nicolaísmo» ó matrimonio de los clérigos, quienes, no obstante las prohibiciones de los Concilios, seguían casándose, viviendo con sus mujeres é hijos, transmitiendo á éstos los beneficios eclesiásticos y dotando á las hijas con bienes de las iglesias. Además, la sumisión al Papa era poco efectiva muchas veces, existiendo de hecho cierta autonomía por parte de las iglesias lejanas de Roma, merced á las dificultades de comunicación, las guerras, etc. El mal era menor en España que en otros países, aunque no dejaba de existir; y si bien los obispos españoles habían reconocido desde muy antiguo la autoridad y supremacía del Papa, acudiendo á él en los grandes conflictos, v. gr. de herejías, y recibiendo órdenes suyas, conservaba nuestra Iglesia cierta libertad representada por variantes
notables entre su liturgia, usos y costumbres y los de Roma (§ 136). Contra aquellos vicios y la falta de cohesión en los diversos elementos del catolicismo, se alzó á comienzos del siglo x, en la Borgoña francesa, una orden religiosa de monjes llamados de Cluny, por la abadía de este nombre en que comenzaron, y cuya regla era la antigua benedictina ó de San Benito, monje del siglo vi. Los cluniacenses se propusieron restaurar
la disciplina de los monasterios y del clero todo y estrechar las relaciones entre éste y el Papa, enalteciendo la autoridad de la Santa Sede. Para lograr su objeto, contaban los cluniacenses con una organización muy rígida, fundada en la obediencia absoluta al abad de Cluny, y con una cultura notable en aquella época. Bien pronto empezaron á extenderse por Francia; y los reyes de Navarra, que mantenían grandes relaciones con el país franco, se pusieron en seguida en comunicación con los abades y personajes importantes de la nueva orden. Resultado de ello fué que los cluniacenses entraran en Navarra, en tiempo de Sancho el Mayor, fundando varias abadías (entre ellas la de Leyre, célebre por haber sido enterramiento de los monarcas) y sobreponiéndose á las demás órdenes monásticas, hastael punto que de sus monasterios salían principalmente los obispos. De Navarra pasaron los cluniacenses á Castilla, en 1033, ocupando y reformando el monastet io de Oña (que era, como muchos otros, dúplice, esto es, de monjes y monjas); y ya desde aquí siguieron desparramándose en el siglo xi por los territorios cristianos, en cuya organización religiosa, como veremos, introducen grandes variaciones.
Los cluniacenses produjeron de momento, en Aragón y Navarra, dos efectos importantes: reforzaron las influencias francas, ya tan grandes como hemos visto en cuanto á la jerarquía social y el poder público, y aceleraron la reconquista, impulsando á los reyes á la lucha contra los árabes.
En punto á herejías, se vio turbada la Iglesia española en estos siglos por varias, nacidas entre los mozárabes y en Cataluña, y especialmente por la que promovieron (siglo ναι) el obispo de Urge!, Félix, y el arzobispo de Toledo, Elipando; muy extendida ésta, no sólo en la Península, mas también en los territorios francos. La doctrina principal de estos herejes se refería á la condición de Cristo como hijo de Dios. Fué combatida por Heterio, obispo de Osma, que residía en Asturias, y
por el abad. Beato ó Vieco, cuyos libros alcanzaron gran resonancia
en varios países. También acudieron á reprimirla los Papas mediante la reunión de Concilios, envío de legados, publicación de epístolas, etc. En el siglo ix hubo nuevos movimientos heterodoxos en el clero mozárabe, logrando en ellos celebridad el obispo Hostegesis, ejemplar característico del clero anárquico de aquellos tiempos. En el pueblo persistían las supersticiones de la época visigoda.
214. Cultura general.—Como en Asturias y León, continúa en los territorios del NE. la tradición de la cultura visigoda, en las escuelas de iglesias y monasterios, y principalmente en estas últimas, pues los monjes son aquí, como en todas partes, afanosos coleccionadores y copistas de libros. En sus bibliotecas veíanse, al lado de las obras de San Isidoro (que nunca faltan) y de otros autores cristianos, las de los clásicos, de que llevó ejemplares á Córdoba San Eulogio. En los monasterios de Navarra y en Cataluña parece ser donde más viva se mantuvo la cultura, quizá por las relaciones con Francia, donde, como hemos visto, españoles refugiados á consecuencia de la conquista musulmana introdujeron y desarrollaron grandemente la ciencia isidoriana. La biblioteca del monasterio de Ripoll
era ya importante en el siglo x, así como otras eclesiásticas. Las escuelas de Cataluña alcanzaron nombradla en el mismo siglo, tanto, que á ellas venían gentes extranjeras á estudiar. De éstas fué Gerberto, monje, arzobispo de Reims más tarde y luego Papa, el cual estudió en la escuela del obispo de Vich, Atón. Una de las materias en que más brillaban los catalanes eran las matemáticas, y se citan de este tiempo varios sabios en estas ciencias, como Lupito, Boufilio, Joseph y el monje de Ripoll, Oliva. De tiempo de Borrell I es una colección de cánones decretales hecha por Juan, monje de Ripoll en 958, por orden de aquel conde. La literatura era
también cultivada, aunque con marcado decaimiento; conociéndose, de fines de este período, un canto fúnebre dedicado al conde de Barcelona, Borrell III, el mismo que con sus tropas había intervenido en las contiendas políticas de los pretendientes al califato de Córdoba (§ 165). Sin embargo, la cultura general era muy escasa.
En los siglos ix y χ es muy frecuente ver que personas de categoría no saben escribir y firman sólo con una cruz.
215. Comercio, artes y costumbres.—Los catalanes hacían el comercio por el Mediterráneo, siendo ya importante en el siglo ix, á juzgar por el rendimiento de las aduanas y otros datos. Documentos del χ hablan del puerto de Barcelona, que tenía faro. En esta misma época contaban ya los condes de
Barcelona con marina de guerra, que peleó contra la de los musulmanes. Aunque todavía en el siglo χ debía escasear la moneda, puesto que muchas compras se pagaban en especie, no faltaron acuñaciones desde el ix. Las hicieron los reyes francos, en Barcelona, Gerona y Ampurias; los condes Wifredo I, Borrell y otros. Las de estos últimos recibían los nombres de ámanos y sólidos. También algunas iglesias catedrales tuvieron privilegio de acuñar, y lo utilizaron. Como monedas de tráfico se conocen los sólidos Melguresensis, moneda francesa; onzas, manemos y librasde oro, etc.
Fig. 86.—Portada de la iglesia de San Pablo del Campo (siglo X).
En las artes nótanse las mismas influencias que hemos visto al hablar de León y Castilla. En el § 188 se han mencionado arquillas árabes que pertenecieron á Jas catedrales de Gerona y Pamplona. En inventarios de la época, del monasterio de Ripoll, se citan muchas alhajas y algunos códices riquísimos con letras de oro y plata y pinturas, análogas á las de otras regiones.—En la arquitectura, nótase en Cataluña una influencia nueva, la lombarda (italiana), que trae consigo la modificación en la manera de construir la cúpula, asentándola sobre trompas, como en varias iglesias de Tarrasa y en San Pedro de las Puellas, de Barcelona. Es de esta época también la fachada de San Pablo del Campo, en la misma ciudad, reconstruida luego según el tipo románico (§353), con utilización de elementos primitivos.
Fig. 87. — Miniaturas del códice de San Beato (siglo X), que se conserva en la catedral de Gerona.
En punto á trajes, aparte de las formas generales de la época, ya estudiadas, se notan respecto de Cataluña las particularidades que consigna el códice de San Beato (Gerona), en el cual se ven tipos de vestimenta muy arabizados (mujeres veladas, hombres con turbante pequeño, etc.) y otros con sayos y manteletes, ropajes largos, bonetillos, gorros á la frigia, botas altas hasta la rodilla, mangas de punta prolongada y varias otras formas nuevas y caprichosas. Del clero catalán consta, por relieves y dibujos de la época, que llevaba trajes parecidos ya á los modernos (sotana, etc.) y capas con sus colgajos (perpéndulos), pellizas y sobrepellizas, estolas con campanillas, palios de seda de varios colores, recamados de oro, sandalias, guantes y otras prendas de este orden. En algunos códices de Ripoll se encuentran datos análogos. En punto á costumbres, vida doméstica y otros particulares, siendo la mayoría de los documentos que hoy podemos utilizar como fuentes, del siglo XI y posteriores, haremos su descripción en la siguiente época.
Tercera época.-Las grandes conquistas cristianas (siglos XI á XIII)
216. Carácter general de la época.—Los años que corren desde comienzos del siglo XI á mitad del XIII, marcan un período perfectamente caracterizado en sí mismo y en relación con los tiempos anteriores. Hasta entonces, política y socialmente representanen España el elemento principal los musulmanes. Su poder es el más fuerte; su civilización la más brillante y desarrollada.
Los Estados cristianos se mantienen con dificultad en los territorios primitivos, con breves alternativas de progresos militares poco estables. Las ventajas que adquieren son escasas, y, en cambio, más de una vez se ven obligados á retroceder ante el empuje de las armas musulmanas. Su civilización es rudimentaria, y, á pesar de excepciones individuales no muy abundantes, notoriamente inferior á la que existe en los territorios mahometanos, merced á la concurrencia de elementos
indígenas y orientales.
Desde el siglo XI al XIII, la escena cambia por completo. El Estado musulmán se disgrega y debilita, y en cambio los cristianos, tomando con gran fortuna la ofensiva, ensanchan considerablemente sus fronteras, realizando las grandes conquistas peninsulares que dejan reducido el poder musulmán á estrechos límites en el S. de Andalucía. Al propio tiempo, las mayores relaciones con países europeos y el mayor bienestar consiguiente á una seguridad política y personal más garantidas, hacen que se extienda el comercio y que se acumulen grandes condiciones de cultura que darán su fruto en la época siguiente. En la constitución interna, social y política de los territorios cristianos prodúcense también cambios de gran trascendencia; y, finalmente, aunque sin desaparecer las diferencias entre los diversos reinos constituidos, las relaciones entre ellos son más íntimas y se reconoce mejor la homogeneidad de sus intereses, produciéndose fusiones parciales que á mitad del siglo XIII dejan reducida la representación política de España á dos grandes Estados: el de Castilla en el O. y C, y el de Aragón Cataluña en el E., aparte del decaído reino de Navarra. El período actual no termina exactamente á la vez en aquellos dos principales Estados, por mediar 24 años de diferencia entre la muerte de los dos grandes monarcas conquistadores, Fernando III y Jaime I.
I.—HISTORIA POLÍTICA EXTERNA
Los ESTADOS MUSULMANES
217. Los reinos de Taifas.—No podría explicarse la historia
militar de los Estados cristianos en esta época, sin conocer
la de los musulmanes, puesto que á su disgregación y decaimiento
político se debió en gran parte el éxito de las conquistas
de aquéllos.
Sabemos ya que en los últimos.años del reinado de Hixem
empezaron á sublevarse y á declararse independientes muchos
gobernadores y generales del territorio musulmán. Con el destronamiento
de Hixem y la proclamación de la república aristocrática
en Córdoba, se consumó el movimiento, formándose
varios pequeños Estados, conocidos con el nombre de reinos de
taifas, palabra que significa, en árabe, pueblo, tribu ó cuadrilla.
Fueron estos reinos en gran número (2 5), hasta fines del siglo
xi; pero de ellos basta citar, como más importantes, los
siguientes: el de Córdoba; el de Sevilla, territorio constituido
primeramente bajo el régimen republicano y luego bajo el monárquico;
el de Málaga, en que reinó una familia principal liaPREDOMINIO
DEL REINO DE SEVILLA 353
mada de los Hammuditas; el de Granada; el de Almería; el de
Denia y Baleares, famoso por su marina y por las expediciones
corsarias que hizo á las islas del Mediterráneo y costas de Italia;
el de Zaragoza, con la familia aristocrática de los Beni-Hud; el
de Toledo y. el de Badajoz. La mayor parte de los nuevos soberanos
eran generales eslavos ó berberiscos; á los primeros pertenecían
los territorios del E. (Almería, Denia, etc.), y á los segundos
el Mediodía y O. (Málaga, Granada, Badajoz y también
Toledo). Dados los antecedentes de lucha encarnizada entre
berberiscos y eslavos, no era infundado suponer que los nuevos
reinos estarían en guerra continua unos con otros para dominarse
mutuamente. Y así pasó, en efecto, hasta fines del siglo χι, en
que mudaron las condiciones políticas. Los reyes de taifa se exterminaban
unos á otros sin piedad; y si bien algunos, como el
de Zaragoza, el de Denia, el de Badajoz, se mantuvieron bastante
apartados de estas luchas, no dejaron de sufrir las consecuencias
de las empeñadas ciegamente entre los soberanos del S.,
especialmente Granada, Málaga y Sevilla. La aspiración de
todos era ser califas con pleno poder en la totalidad de los antiguos
territorios musulmanes; de tal manera, que á mediados
del siglo hubo cuatro príncipes que á la vez usaban aquel título.
El pormenor de estas luchas no nos interesa ni nos es dado
exponerlo aquí. Basta conocer las líneas generales y, sobre
todo, el resultado político que produjeron con relación al poder
musulmán y á la reconquista cristiana.
218. Predominio del reino de Sevilla.—La preponderancia
se declaró bien pronto de parte del reino de Sevilla. Constituida
en república la ciudad con su territorio en 1023, comenzó
á regirla el cadí Abul Cassim Mohammed, de la familia árabe
de los Abbaditas, recientemente incorporada á la clase noble
por sus riquezas y por el gran prestigio militar, literario y religioso,
del padre de Abul-Cassim, Ismael. El cadí, ambicioso,
astuto, de grandes condiciones intelectuales y de voluntad enérgica,
se propuso dominar primero en Sevilla y luego en toda
Andalucía. Consiguió lo primero muy pronto, no obstante la
forma republicana del gobierno, anulando á sus compañeros en
la especie de Junta ó Senado aristocrático que se constituyó á
petición suya. Comprendiendo en seguida que, dados los tér354
HISTORIA DE ESPANA
minos de la lucha entablada entre los musulmanes, y siendo los
enemigos más peligrosos por su poder los reyes de procedencia
berberisca (Málaga, Granada), convenía estrechar los vínculos
de todos los eslavos y árabes para formar un gran partido sobre
cuya base se reconquistara la supremacía, se le ocurrió
levantar de nuevo la bandera de los Omeyas, como lazo de
unión: Al efecto hizo creer, valiéndose de un esterero de Calatrava
que se parecía mucho al último califa Hixem II, que éste
había reaparecido, acogiéndose á Sevilla y nombrando al cadí
su primer ministro. La estratagema dio resultado, porque el
supuesto califa fué reconocido por los reyezuelos de Carmona,
Valencia, Dénia, Tortosa y por la misma república de Córdoba.
Reforzado con estos elementos, pudo oponerse con ventaja,
primero, al príncipe Yahia de Málaga, jefe entonces del partido
berberisco, derrotándolo, y luego al príncipe Badis de Granada,
que sustituyó á Yahia y á los de Málaga en la jefatura de
los berberiscos.
Muerto el cadí en 1042, su hijo y sucesor Abbad, por sobrenombre
Aí-Motadid, personaje de tan notables condiciones
políticas como su padre, pero más brutal, sanguinario, vengativo
y vicioso que éste, siguió el mismo plan, combatiendo contra
Badis y otros príncipes, y apoderándose de las ciudades y
distritos de Mértola (en Portugal), Niebla, Santa María de
Algarbe, Ronda, Morón, Arcos, Jerez y Algeciras, y anulando
en gran parte el poder de los reyes de Badajoz. Con esto, los
Abbaditas eran, en 1058, dueños de toda la región occidental
de los territorios musulmanes, y tenían aliados en el E. por la
parte de Valencia y Denia.
Estas guerras interiores no dejaban á los musulmanes tiempo
ni energías para batallar contra los cristianos, que precisamente
por entonces atacaban con gran decisión á sus enemigos. Así,
que la mayoría de los reinos de taifas, para alejar este peligro,
tuvieron que reconocer cierta soberanía en los reyes de
León y Castilla, pagándoles tributo, y lo mismo hizo el· de Sevilla.
Al-Motadid, después de sus conquistas, creyó llegado
el momento de prescindir de la superchería inventada por
supadre, y publicó que Hixem II había muerto y que en su
testamento le había nombrado á él .emir de toda la España
LOS ALMORÁVIDES 355
árabe. Su hijo Al-Motamid, que le sucedió (1069), llevó á su
mayor grado la preponderancia de Sevilla, conquistando la
ciudad' de Córdoba (que quería también para sí el rey de Toledo)
y el reino de Murcia; de manera, que la mayor parte de
k España árabe pertenecía á los Abbaditas, salvo los reinos
del N. y E. (Zaragoza, Albarracín, Valencia, Denia, Alpuente)
y los de Almería, Toledo, Granada, Málaga y Badajoz, con
algún otro de escasa importancia que se mantenía independiente,
pero obscuro. Motamid, á la vez guerrero y hombre
de gran cultura, protector decidido de los literatos y notable
poeta él mismo, hizo también de Sevilla (ayudado por su ministro
Aben-Amar, no menos literato que él) un centro de ilustración,
que recordaba sin menoscabo los buenos tiempos de
Córdoba bajo los califas.
Esta preponderancia, mal vista por los demás reyes de taifas,
y las victorias que alcanzaron por entonces los cristianos
apoderándose de poblaciones tan importantes como Toledo y
Valencia, después de haber conquistado Coimbra, Viseo, Lamego,
Barbastro y otros puntos, produjeron la invasión en
España de un nuevo pueblo musulmán, que por entonces comenzaba
á ser poderoso en Africa, y hacia el cual, como de
costumbre, dirigieron sus miradas los príncipes españoles; quienes
de tal modo temían á los cristianos, sintiéndose débiles para
resistirles, que. llegaron á opinar por el abandono del país.
219. Los Almorávides.—Conocemos cuan ligada ha estado
siempre la historia política de nuestra península con la del
N. de Africa, y cómo esta relación no se rompió ni aun en la
época de los grandes califas de Córdoba, quienes más de una vez
tuvieron que contrarrestar el poderío de los musulmanes africanos,
ó les pidieron fuerzas para sus luchas interiores y para
la organización de su ejército. Desde que el N. de Africa se
había declarado independiente del califato oriental (§ 1 50), el
elemento predominante allí era el berberisco, porque éste formaba
la base de la población indígena. Diferentes tribus y
familias habían ido constituyendo distintos reinos, á veces muy
poderosos, como el de los Fatimitas, con quienes lucharon Abderrahmán
III y sus sucesores. En el último tercio del siglo xi,
se levantó un nuevo poder político en Africa: el de los berbe356
HISTORIA DE ESPAÑA
riscos del Sahara, cuyo núcleo fué la tribu de los Lamtunas,
movida á la guerra por las predicaciones de un alfaqui llamada
Abdalá, que se dolía de la falta de entusiasmo religioso de los
musulmanes. Convertidos á la religión de Mahoma y fanatizados
los Lamtunas, se lanzaron á la conquista del Africa»
tomando el nombre de morabetyn ó Almorávides (que quiere
decir hombres religiosos) y logrando fundar un vasto imperio que
se extendía,, á fines del siglo, desde el Senegal hasta Argel. El
jefe ó emperador de los Almorávides, contemporáneo de Motamid,
llamábase Yúsuf-ben-Texufín ó ben Taxfin, y con él mantenían
relaciones algunos de los reyes de Taifas y hasta le
habían pedido en diferentes ocasiones que les ayudara contra
los cristianos.
Sin embargo, cuando se formalizó el peligro y pensaron los
reyes de Taifas en solicitar de común acuerdo el auxilio de
los Almorávides, algunos vacilaron, porque en general tenían
pocas simpatías por los nuevos dominadores de Africa, gente
fanática que hacía notable contraste con los descreídos, pero
ilustrados musulmanes españoles. Veían éstos, además, en el
gran poderío de aquéllos, un peligro, un arma de dos filos,
que podía volverse contra los musulmanes españoles. El peligro
más próximo, que era el de los cristianos, decidió por fin á los
reyes andaluces, y el propio Motamid expresó muy bien la
fuerza de las circunstancias cuando, advirtiéndole su hijo Arraxid
de las graves consecuencias que podía traer para los príncipes
españoles la venida de los Almorávides, le contestó: «Todo
eso es verdad; pero no quiero que pueda censurarme la posteridad
de haber sido causa de que Andalucía sea presa de los
infieles. No quiero que mi nombre sea maldecido en todas las
cátedras musulmanas; y si tengo que elegir, prefiero ser camellero
en Africa que porquero en Castilla». Envióse, pues, á
Yúsuf una embajada formada por cadíes de Badajoz, Sevilla,
Granada y Córdoba.
220. Invasión de los Almorávides.—Los embajadores conferenciaron
con el emperador almorávjd Yúsuf, invitándole, en
nombre de sus soberanos, á venir á España con un ejército,
bajo la condición, entre otras que no se conocen, de obligarse
con juramento á no quitar sus Estados á los príncipes andaluINVASIÓN
DE LOS ALMORÁVIDES 357
ces. Yúsuf presto el juramento, pero exigió se le diese la plaza
de Algeciras. No queriendo dársela por su propia autoridad
los embajadores, Yúsuf los dejó ir sin darles respuesta definitiva;
mas á poco, amparado por una declaración de sus alfaquíes
que le reconocía el derecho de apoderarse de Algeciras si no
se la cedían buenamente, se presentó con fuerte escuadra y logró
que las tropas de Motamid, que guarnecían aquella ciudad,
la desalojaran. Luego, habiendo fortificado Algeciras y dejado
allí tropas, se dirigió á Sevilla, donde se le unieron soldados de
los reyes de Granada, Málaga y Almería. Con todas estas fuerzas
marchó Yúsuf á Badajoz, donde se juntaron á él más soldados
del rey de este último punto. No lejos de allí, en un lugar
que los Musulmanes llamaban Azagal (Zalaca, nombre que hoy
se conserva), encontró Yúsuf al ejército del rey de León (entonces
Alfonso VI) que venía á buscarle. Se dio la batalla (Octubre
de 1086), y los cristianos fueron vencidos con pérdidas enormes.
Por el pronto, sin embargo, los musulmanes no recogieron todo
el fruto que prometía esta victoria, porque Yúsuf recibió la noticia
de haber muerto su primogénito y se volvió al África, no dejando
en España más que un cuerpo de 3,000 hombres al mando
del rey de Sevilla, Motamid. Los cristianos, además de las grandes
pérdidas sufridas en Zalaca, hubieron de evacuar á Valencia
(que habían conquistado antes) y abandonaron el sitio de Zaragoza.
Los reinos de taifas que pagaban tributo al rey de León
y Castilla, se vieron también libres de este gravamen.
No obstante, los cristianos seguían siendo un peligro, especialmente
por el E., donde, gracias á un fortísimo castillo que
poseían, llamado de Aledo y situado entre Murcia y Lorca,
amenazaban continuamente á los musulmanes cercanos, destruyéndoles
los campos y llegando á sitiar la ciudad de Almería.
Motamid se dirigió contra Aledo con sus tropas y las dejadas
por Yúsuf; pero todos sus esfuerzos fueron inútiles.
Entonces se pensó de nuevo en los Almorávides, y esta vez
la idea era popular, acariciada por todos, y especialmente por
los alfaquíes y notables de la región oriental. La victoria de
Zalaca había dado á Yúsuf gran renombre y estimación entre
los andaluces, y en particular entre los individuos del clero y los
fanáticos. Después del mal éxito de la expedición contra Aledo,
1 23
358 HISTORIA. DE ESPAÑA
se vio bien que sin auxilio extraño nada podían los príncipes
andaluces. Llamado el almorávid por el propio rey de Sevilla,
desembarcó de nuevo en la primavera de 1090 con fuerte
ejército y puso sitio á Aledo. Acudieron los castellanos al socorro,
y Yúsuf se retiró sin presentar batalla; pero el fuerte
había quedado tan maltrecho del sitio, que Alfonso lo abandonó,
incendiándolo. Con esto, se consiguió lo que querían los
musulmanes, aunque sin gloria para ellos.
221. La dominación almorávid.—Mfentras tanto, la opinión
seguía pronunciándose á favor de Yúsuf y en contra de
los príncipes andaluces. El pueblo, con sentido práctico natural,
comprendía que sólo bajo el poder fuerte del emperador almorávid
gozaría de paz y mejoraría su condición, siendo preferible
tener un solo amo á tener muchos. Los alfaquíes, quejosos de
la tibieza religiosa de los reyes de taifas, que permitían la libre
predicación de ideas heterodoxas, creyeron ver en el reinado
de Yúsuf el cambio completo de cosas, siendo ellos los que
dominarían entonces: así es, que intrigaban todo lo posible para
que Yúsuf se determinase á destronar á los príncipes andaluces;
y aunque éstos advirtieron las intrigas y castigaron á varios
alfaquíes, el propósito se consiguió. Yúsuf, á quien habían seducido
la hermosura de la tierra de España y las riquezas de algunos
de los príncipes, se dirigió al cabo contra ellos y los venció,
arrojándolos de sus tronos y proclamándose señor de España
(1090-91). Sólo se conservó como rey el de Zaragoza, reconociendo
la soberanía de Yúsuf; pero tan sólo por pocos años,
pues el sucesor de Yúsuf, Ali, se hizo también dueño de Zaragoza.
Así volvieron á la unidad política los territorios musulmanes.
En 1111, toda la España musulmana, excepto Rueda,
pertenecía al príncipe almorávid.
Sobre los musulmanes, la gobernación de los Almorávides
fué buena en un principio. Las contribuciones se rebajaron, el
pan y demás artículos de primera necesidad iban baratos y se
gozaba de sosiego. Pero al poco tiempo variaron las cosas.
Los emperadores almorávides sucesores de Yúsuf, Ali (1106-
1143) y Texufín (1143-1145), no adelantaron un paso la reconquista
del antiguo poderío musulmán. Salvo el abandono de
Aledo y la toma de Valencia y algunas otras poblaciones ó
LOS ALMOHADES 359
castillos de poca importancia, la dominación musulmana no
avanzó apenas, aunque por la parte de Castilla y de Portugal
la guerra fué continua y se dieron grandes batallas favorables
á los invasores. Toledo siguió siendo de los castellanos, y en
1118 Zaragoza cayó en poder de los aragoneses. Los guerreros
almorávides, enriquecidos por el botín de los reyes de
taifas, se debilitaron, y entregáronse á una vida perezosa, llena
de deleites.
Ali se dejaba manejar por una de sus mujeres, la cual (como
otras de varios dignatarios de la corte) daba los empleos por
dinero; de suerte, que el pueblo llegó á burlarse del soberano
y los nobles á pretender destronarlo. La seguridad personal
era nula: en las ciudades y en los campos abundaban los ladrones;
el comercio se paralizó, y los víveres no eran ya baratos
como al principio. En estas circunstancias ocurrió en Africa
una tremenda sublevación que puso desde el primer momento
en peligro el poder de los Almorávides.
222. Los Almohades.—Los sublevados eran moros habitantes
de las montañas del Atlas marroquí, gentes salvajes, sin
cultura ninguna, fanatizadas«por un pretendido reformador religioso
que había tomado el nombre de Mahdí, anunciado por
Mahoma. Los nuevos creyentes se llamaron Almohades (Almuwahhidún,
esto es, «unitarios») aludiendo á sus creencias; y
como eran hombres atrevidos, robustos y enérgicos, atacaron
con brío á los Almorávides (i 125) para apoderarse del Imperio
de Africa. Muchas de las tropas que estaban en Andalucía tuvieron
que acudir á defender los territorios africanos, con lo que
los españoles quedaron muy desguarnecidos.
Al propio tiempo, los musulmanes de España, muy descontentos
de sus monarcas (quizá por motivos religiosos), producían
diferentes sublevaciones en Mértola, Córdoba, Murcia, Valencia
y otros puntos. El mismo afán que se tuvo antes por destronar
á los reyes de Taifas, se tenía ahora por sacudir la
dominación almorávid; y para conseguirlo se pensaba sin repugnancia
incluso en someterse al rey de Castilla y pagarle
tributo, como en tiempos de Motamid. Formáronse estados
independientes en el Algarbe, en Córdoba y en Murcia y Valencia,
hasta el punto de constituir, como dice un autor, «un
360 HISTORIA DE ESPAÑA
segundo período de reyes de Taifas»; siendo los principales de
estos reyes Abencasi, Abenhamdín, Abenhud Almostansir (ó
Zafadola) y Abenmerdanix ó el rey Lobo: estos dos nltimos
muy mezclados, como veremos, en la historia de los reyes cristianos.
Los Almohades se encargaron de resolver la situación.
Habiendo vencido en África á los Almorávides y destruido su
poder, vinieron á España (1146) llamados por Abencasi, y se
apoderaron sucesivamente de Tarifa, Algeciras, Gibraltar, Jerez,
Sevilla, y otras poblaciones delS. Casi todos los reyezuelos
rebeldes de Portugal, Extremadura y S. de Andalucía, se sometieron
en 1150; y aunque los de Levante tardaron más, en 1172,
con la sumisión del hijo de Abenmerdanix que dominaba en
Murcia, rigen los Almohades todos los territorios musulmanes
de la Península. El emperador almohade, que residía en África,
vino á Sevilla (1172) por algún tiempo; pero en general hubo
en España un gobernador; con lo cual quedó en la categoría
de provincia dependiente del imperio africano, dirigida por
simples gobernadores. A la vez, con la venida de los Almohades
se consumaba un cambio de raza preparado ya de antiguo
y reforzado por los propios Almorávides: el elemento berberisco,
tan pujante ya en los últimos tiempos del califato y al
que pertenecían los nuevos dominadores, lo absorbió todo, rechazando
de tal manera á los árabes puros, que éstos no se
atrevían ni á declarar su origen. Desde entonces cabe decir
que los musulmanes españoles son casi exclusivamente moros.
223. Guerra con los cristianos—Como era natural, se
encendió pronto la guerra con los reyes de Castilla y de Aragón,
que. no cesaban en sus correrías, con ánimo de adelantar
las fronteras. Los primeros encuentros fueron de resultados
variables. Los Almohades vencieron en Atarkines, cerca de
Badajoz, en Santarem y otros puntos; pero en cambio pierden
varias plazas, como Évora y Cuenca, y son derrotados en Ciudad
Rodrigo, Silves, y otros lugares. El rey de Castilla, Alfonso VIII,
envió un cartel de desafío—fiado en su poder y en el auxilio de
otros reyes—á Yacub, emperador entonces de los Almohades y
residente en África (1194). Yacub aceptó el reto y desembarco
en España con numerosas fuerzas, haciendo sufrir gravísima
DISGREGACIÓN DE LOS ESTADOS MUSULMANES 361
derrota en Alarcos (Badajoz) á Alfonso VIH, á quien no ayudaron
en esta ocasión los aragoneses ni tropa alguna extranjera
(1195). Yacub se apoderó, merced á esta victoria, de varias poblaciones,
entre ellas Guadalajara, Madrid y Uclés, y en 1198
regresó al África, La guerra continuó, sin embargo; y años después
las tropas españolas, reunidos los contingentes de leoneses,
castellanos, navarros y aragoneses, alcanzaron el desquite en la
memorable batalla de las Navas de Tolosa (16 julio 1212), que
fué tremenda y definitiva derrota para los Almohades; pues aunque
los cristianos no supieron aprovecharse debidamente de su
victoria, y el general almohade Abu-Saíd taló al año siguiente
(1213) ¡as comarcas de Talavera y Extremadura, fué vencido
nuevamente en Febragaen, y los musulmanes no pudieron oponer
ya á los cristianos obstáculo serio. La victoria de las Navas
fué un suceso capital en la reconquista. De ella parte el
engrandecimiento territorial de los reinos españoles.
224. Nueva disgregación de los Estados musulmanes.—
A partir de 1214, aparecen nuevos peligros para la dominación
almohade en la Península. Comienza con discordias en la familia
imperial por sucesión al trono, sublevándose el gobernador
de Murcia, tío del emperador Yúsuf, muerto en 1224; y
siguen diferentes sublevaciones de gobernadores y caudillos,
que mantienen en grande anarquía, no sólo los territorios españoles,
sino los africanos, ayudándoles algunos de los pretendientes
de tropas castellanas. Resultado de estos movimientos
fué la constitución de varios Estados autónomos y el destronamiento
de los Almohades. En Valencia se formó un reino
(1228) de escasa duración; en Murcia (1228) otro, que duró
hasta 1241 y que consu rey Aben-Hud llegó en 1229 á dominar
la mayor parte de la España musulmana; y en Arjona un
tercero (1230), que fué al cabo el más próspero. Su soberano,
Mohamad-Abu-Abdalá-Alahmar, se apoderó en 1232 de Jaén y
fué luego reconocido en los distritos de Baza, Guadix y Granada,
fijando en esta última población su corte (12 3 8) y fundando
así el reino de Granada, único que había de subsistir por algunos
años y cuyo territorio comprendía la cuenca de Sierra
Nevada y toda la costa desde Almería á Gibraltar. La dinastía
de Alahmar se llamó de los nasudas ó naseritas (nazaridas), del
362 HISTORIA DE ESPAÑA
nombre de los Ben-Nasr, á que aquél pertenecía. En el entretanto,
los castellanos se apoderaban de Córdoba y otros puntos.
Mohamad-Alahmar, para que no combatieran, les cedió Jaén
(1246), y luego les ayudó con tropas propias á conquistarla
plaza y territorio de Sevilla (1248); con lo cual, fuera del reino
de Granada, no quedó á los musulmanes otra.posesión en la
Península, si se exceptúan pequeños núcleos en el S. de Portugal,
puesto que las regiones de Aragón y Valencia y las Baleares
cayeron también, por entonces, en poder de los cristianos. Veremos,
sin embargo, cómo el reino de Granada bastó por mucho
tiempo para sostener la guerra, sin que los cristianos lo dominaran
hasta dos siglos después.
REINOS DE LEÓN Y CASTILLA
225. Fernando I.—-Comienzan las grandes conquistas.—
Vimos ya la división que hizo de sus Estados Sancho el Mayor
de Navarra (§ 170), merced á la cual se constituyó legalmente
en reino Castilla, con Fernando I; y cómo éste se apoderó
luego de León, uniendo así las dos coronas. Para afianzar su
dominación, celebró (1050) Concilio en Coyanza (Valencia de
Don Juan, hoy), y ratificó allí todos los fueros concedidos por
Alfonso V, con lo cual detuvo el descontento de los leoneses,
que no miraban con simpatía al vencedor de su rey. Poco
después se empeñó en guerra con su hermano García, de Navarra,
que pretendía reunir bajo su mando todos los territorios
que fueron de su padre. A pesar de la intervención de varios
monjes ilustres, como Santo Domingo de Silos y San Iñigo,
abad de Oña, que trataron de evitar la fratricida lucha, ésta
se empeñó, especialmente por terquedad de García, quien fué
vencido y muerto en Atapuerca (1054). Fernando I no se apoderó,
sin embargo, del reino de. Navarra, sino que lo dejó á
un sobrino suyo, hijo de García, y él dirigió toda su actividad
á la guerra contra los musulmanes, que había de constituir
timbre glorioso de su'reinado. Se dirigió primero del lado de
Portugal, donde los árabes poseían muchas ciudades, entre
ellas la de Viseo, cerca de la cual había conquistado poco antes
el cadí de Sevilla dos castillos que formaban un núcleo comGUERRA
CIVIL 3Ó3
pletamente independiente desde la época de Muza, quien concertó
con sus habitantes un tratado de paz. El rey Fernanda
se apoderó rápidamente de Viseo y Lamego (1057). Atacó en
seguida los territorios musulmanes de Aragón, conquistando
varias fortalezas del S. del Duero, y asolando más tarde el N.
del reino de Toledo, hasta Alcalá de Henares. Resultado de
estas victorias, fué que se declararan tributarios de Fernando I
los reyes musulmanes de Badajoz, Toledo y Zaragoza. Años
después (1063), se corrió el castellano á las tierras de Sevilla,
quemando pueblos y destruyendo cultivos. El rey Motadid
(§ 218) se sujetó á pagarle un tributo anual, entregándole,
además, el cuerpo de San Isidoro, que estaba enterrado en Sevilla.
Al año siguiente (1064) se apoderó Fernando de Coimbra,
en Portugal, recogiendo más de 5,000 prisioneros, y en seguida
se dirigió contra el rey de Valencia, venciéndolo en Paterna, á
tiempo que la fortaleza de Barbastro era tomada á los musulmanes
por una tropa de Normandos que había venido de
Francia al mando de un tal Guillermo de Montreuil, general
en jefe de las tropas del Papa. Fernando no se pudo apoderar
de Valencia por caer enfermo,-circunstancia que le hizo retirarse
á León, donde murió con grandes extremos de religiosidad
(1065).
Su política exterior, tan favorable para los intereses españoles,
quedó en parte destruida por la inexplicable disposición de
su testamento (inexplicable en hombre que, como él, conocía por
experiencia propia las funestas consecuencias de dividir el reino),
según el cual habla de corresponder la corona de Castilla al
primogénito de Fernando, Sancho; la de León, A su otro hijo,
Alfonso; los territorios gallegos, con cualidad de reino, á García,
y á sus dos hijas, Urraca y Elvira, los señoríos de Zamora
y Toro, respectivamente.
226. Guerra civil.—Durante dos años y merced á la influencia
de la reina madre, hubo paz entre los nuevos reyes y
señores que se repartían los Estados de Castilla y León. Muerta
aquélla (1067), estalló la guerra civil por ambición de Sancho,
que aspiraba á reconstituir bajo su cetro la unidad política
de Fernando I. Para ello atacó primeramente á su hermano
Alfonso, venciéndolo en dos batallas (Llantada y Volpéjar), en
364 HISTORfÄ DE ESPAÑA
la segunda de las cuales lo hizo prisionero, encerrándolo en un
Gastillo. Alfonso pudo escapar á poco, y buscó refugio en la
corte del rey de Toledo, que gustoso se lo prestó. Dirigióse en
seguida Sancho contra Galicia, destronando también á García,
que huyó á Sevilla; volviendo así aquellos tiempos de Sancho
el Craso, en que los monarcas cristianos iban á pedir hospitalidad
y ayuda á los Musulmanes. La ciudad de Toro, en que
gobernaba Doña Elvira, se sometió á Sancho; pero Zamora se
resistió. Púsole sitio el rey de Castilla, y en él fué muerto á
traición por un fingido desertor de la plaza, llamado, según la
tradición, Bellido Dolfos. Así tuvieron firi los proyectos ambiciosos
de Don Sancho, aun cuando no acabó la guerra civil;
porque si bien Alfonso, que volvió de Toledo, fué reconocido
rey por los leoneses y por los castellanos (como heredero de su
hermano, muerto sin hijos), para anexionarse á Galicia tuvo
que guerrear con García, que vino á recuperar el trono con
tropas del rey sevillano. Vencido García, fué encerrado en una
prisión, donde murió.
227. La conquista de Toledo.—Así que Alfonso VI hubo
reunido bajo su poder los tres- reinos separados por su padre,
dirigió su actividad á lo que había de ser ocupación gloriosa
de su vida: la guerra con los musulmanes. La situación política
de éstos era entonces muy crítica y débil .(§ 219): la mayor
parte de los reyezuelos pagaban tributo á los monarcas cristianos.
Con el de Toledo había Alfonso celebrado un pacto, en el
cual, como recompensa á la hospitalidad recibida cuando huyó
de su hermano Sancho, se comprometía á no hacer la guerra
contra aquel reino mientras viviesen el rey Alimenón y su hijo
mayor. Alfonso no se contentaba, sin embargo, con esta superioridad
reconocida, que en nada ensanchaba sus fronteras.
Aprovechando la circunstancia de haber ayudado el rey de
Sevilla, Motamid, á García, le declaró la guerra, invadiendo sus
territorios con fuerte ejército. Motamid, aunque muy poderoso,
carecía de fuerza bastante para resistir el empuje de castellanos
y leoneses; pero, gracias á la habilidad de su ministro Ibn-Amar
ó Aben-Amar, que conocía al monarca cristiano por haber estado
varias veces en Castilla, pudo conjurar por entonces el
peligro, si bien comprometiéndose i pagar doble tributo. Poco
LA CONQUISTA DE TOLEDO 365
después, y á consecuencia del pago de este tributo, invadió Alfonso
de nuevo las tierras sevillanas, sitió á Sevilla durante tres
días, cogió gran número de prisioneros y llegó hasta la orilla
del mar, en Tarifa (1082). Entonces metió su caballo en el
agua, y cuéntase que dijo estas palabras, reveladoras de sus
anhelos políticos: «¡Esta tierra es la última de España, y la he
pisado!»
Entretanto, ocurrían en Toledo sucesos que obligaban también
á que interviniese Alfonso. Los toledanos se habían sublevado
contra su rey, Cadir, príncipe débil, subyugado por el
monarca de Castilla, y lo habían arrojado de la ciudad, entregándola
al de Badajoz. Alfonso prometió reintegrar en su trono
á Cadir, á cambio de'tributos crecidos y de varias fortalezas, y
así lo hizo (1084); pero no se contentó con el dinero y las poblaciones
que Cadir le hubo de dar. Conociendo la flaqueza del
reyezuelo musulmán, aspiraba á hacerse dueño dé la misma
Toledo, plaza fuerte importantísima, centro insustituible de
operaciones militares contra los musulmanes. Alfonso reunió
considerable ejército, en el que figuraban bastantes caballeros
franceses (entre ellos, dos condes de la casa de Borgoña), y sitió
la capital después de apoderarse de varios pueblos cercanos, de
los cuales uno fué Madrid. El sitio duró poco, no osbtante ser
Toledo ciudad inexpugnable, dada su estratégica situación, porque
el ejército cristiano impedía la llegada de víveres, y el rey
Cadir, además, comprendía que era demasiado débil para oponerse
á Alfonso. Le pidió, por tanto, capitulación, y ésta se convino
en los siguientes términos: Se respetarían la vida y haciendas
de los toledanos, que podrían quedarse en la ciudad ó salir de
«lia, según desearan; no se les haría pagar más que un tributo
personal fijado previamente; se les dejaría la mezquita mayor
para su culto, y Alfonso se comprometía á poner á Cadir en posesión
de Valencia. El rey cristiano hizo su entrada en Toledo
«1 25 de mayo de 1085, hecho de suma trascendencia para la
historia militar y para la civilización de los castellanos. Toledo,
no sólo fué desde entonces el centro de la reconquista, desde el
•cual se pudo atacar perfectamente los Estados musulmanes,
sino, á la vez, un centro de cultura notable: de un lado, por el
contacto más íntimo entre el elemento cristiano y el oriental
366 HISTORIA DE ESPANA
que entonces empieza á influir de modo más activo, y de otro,
por la mayor acción que ejercen los mozárabes sobre sus correligionarios
del N., que los van salvando del dominio musulmán.
La capitulación hecha con Cadir no se cumplió fielmente en
todas sus partes. El espíritu celoso é intransigente de los monjes
de Gluny, que pesaba mucho sobre el ánimo de la reina (de
origen francés, como ellos), llevó á los vencedores, á los pocos
días de haber entrado en la ciudad, á usurpar á los mahometanos
sometidos la mezquita mayor, convirtiéndola en iglesia
cristiana. El rey Alfonso, que se hallaba á la sazón fuera de
Toledo, tomó muy á mal esta contravención de lo pactado, y
quiso castigar al nuevo arzobispo de Toledo (don Bernardo,
antes abad de Sahagún) y á la reina; pero los mismos musulmanes
cuéntase que intercedieron para evitar un conflicto. No
fué éste, sin embargo, el único hecho que marcó la influencia
cluniacense en España, á la cual se debieron grandes cambios
en la organización de la Iglesia nacional y notable impulso en
el orden literario.
228. Consecuencias militares de la toma de Toledo.—El
efecto producido en los Musulmanes por la conquista del reino
toledano, fué enorme. Todos los reyezuelos de Taifas se humillaron
á Alfonso, pidiéndole paz y ofreciéndole tributos. Un
ejército castellano sitiaba á Zaragoza; otro se posesionó de
Valencia colocando en el trono á Cadir (conforme á la capitulación
de 1085), pero quedándose en la capital y sus tierras,
donde eran los verdaderos amos; una tropa de caballeros, al
mando del capitán García Jiménez, conquistó el castillo de
Aledo (§ 220), y desde allí amenazaba continuamente los reinos
de Murcia y Almería. Alfonso titulábase, con razón, «soberano
de los hombres de las dos religiones».
En estas circunstancias, los reyes musulmanes hubieron de
llamar en su auxilio á los Almorávides, y las consecuencias de
esta invasión ya las conocemos. Los cristianos fueron derrotados
en Roda y Zalaca, y años después en Uclés (1108), con
muerte del infante Don Sancho, hijo de Alfonso VI, y los caudillos
del ejército castellano. Por fortuna, los almorávides no
supieron aprovecharse de sus triunfos, y, aunque hicieron deEL
CID 367
sistir del cerco de Zaragoza y evacuar á Valencia y Aledo, lo
fundamental de las conquistas de Alfonso se mantuvo incólume.
El rey murió en 30 de Junio de 1109, amargado por las
derrotas sufridas y por la muerte de su hijo Sancho.
229. El Cid.—Figuró mucho en el reinado de Alfonso VI
un caballero Castellano llamado Ruy Díaz de Vivar, cuya memoria
se ha hecho célebre en todo el mundo y especialmente en el
pueblo español, con los nombres de El Cid y El Campeador. Era
natural de Burgos, ó de la aldea de Vivar, según creen algunos
autores, ignorándose el año en que nació, aunque seguramente
hubo de ser en el primer tercio del siglo xi, pues figura
ya su nombre en un documento del reinado de Fernando I.
El dictado de Campeador (que significa retador ó batallador) lo
alcanzó por haber triunfado en un combate singular habido,
según costumbre de la época, y por cuestiones de patriotismo,
con un caballero navarro. Guerreó al servicio de Sancho II,
contribuyendo notablemente á la victoria de Volpéjar ó Golpéjar,
y asistió al sitio de Zamora, donde tuvo un altercado
fuerte con el rey, que lo desterró en e¡ primer rapto de cólera,
aunque en seguida lo llamó nuevamente. Como todos los nobles
castellanos, reconoció á Don Alfonso VI, y por encargo de éste
fué á Sevilla para recoger el tributo anual que pagaba Motamid.
Hallándose éste en guerra con el rey de Granada (que
le había atacado con tropas en que figuraban muchos castellanos
al mando de un conde llamado García Ordófiez, de sangre
real, portaestandarte del rey en tiempo de Fernando I), el
Cid se puso del lado de Motamid, como aliado de Alfonso, y derrotó
á los granadinos en Cabra, haciendo prisionero á García
Ordóñez, si bien lo dejó en libertad á los pocos días. Al volver
á la corte castellana con el botín y el tributo y con regalos
de Motamid, fué acusado por sus enemigos, no se sabe si con
razón, de haberse apropiado parte de las riquezas que traía
para el rey. Este, que tal vez guardaba aún resentimiento á
Rodrigo por la derrota de Volpéjar (§ 22o), aprovechando
la circunstancia de haber á poco el Campeador movido la
guerra á los moros sin venia del monarca, lo desterró en sus
Estados.
Entonces comienza el período característico de la vida mili368
HISTORIA DE ESPAÑA
tar del Cid. Fuera de su patria, rodeado de su no muy numerosa
tropa, busca riquezas y honores cerca de otros reyes, á
cambio de ayudarles con su espada; y al cabo, como muchos
nobles castellanos y leoneses habían hecho antes que él, se pone
al servicio del reyezuelo musulmán de Zaragoza, Almoctadir.
En este concepto, hace la guerra á diferentes caudillos moros,
y, después de un intento de reconciliación con Alfonso VI, no
muy satisfecho el Cid de las buenas disposiciones de aquél,
vuelve á servir á Almutamin, hijo de Almoctadir, en cuyo favor
luchó contra el rey moro de Valencia, á quien auxiliaban el
monarca cristiano de Aragón Sancho Ramírez y el conde de
Barcelona Berenguer Ramón II. Rodrigo los venció, alcanzando
gran fama entre los musulmanes aragoneses. El nombre de Cid
le vino á Rodrigo precisamente de sus soldados musulmanes,
pues la voz Cid (Mío Cid, mi Cid, dicen los documentos antiguos)
procede del árabe, Sidi, señor. Almutamin concedió á
Rodrigo grandes honores en Zaragoza (1082). Años después,
habiendo tenido que abandonar el territorio valenciano (á consecuencia
de la batalla de Zalaca) las tropas castellanas que,
como sabemos, habían colocado en el trono de Valencia al ex
rey de Toledo Alcadir, encontróse éste desamparado frente á
la malquerencia de la mayoría de sus subditos. Buscó entonces
(1086) alianza con el rey de Zaragoza, y como caudillo de éste
fué á Valencia, para apoyar á Alcadir, Rodrigo Díaz, con tropas
en que se mezclaban los cristianos y los musulmanes.
A pesar de ir en representación ajena, el Cid obró por cuenta
propia y concertó con Alcadir un tratado, en virtud del cual
éste se comprometía á pagar á Rodrigo un tributo mensual y
alojarlo en Valencia, así que el Cid le repusiese en el trono. El
Cid lo repuso, efectivamente, después de haber vencido y hecho
tributarios á los gobernadores y reyezuelos de Tortosa, Albarracín,
Alpuente y otros puntos; y por haber después de esto
sitiado Alfonso de Castilla á Valencia, á pesar de las reclamaciones
del Cid, éste asoló los territorios castellanos de Nájera y
Calahorra.
230. El Estado independiente de Valencia.—Pocos años
después (1092), ocurrió una sublevación en Valencia, dirigida
por el cadí ÁbenGehaf, quien destronó y dio muerte á AlcaEL
ESTADO INDEPENDIENTE DE VALENCIA 369
dir, proclamando la república como forma de gobierno. Al saber
esto el Cid, marchó sobre Valencia con gran número de cristianos
y musulmanes y, sitiando la ciudad, logró que los valencianos
le pidiesen paz, obligándose á pagarle un crecido tributo;
pero al poco tiempo, y después de varias vicisitudes—una
de las cuales fué pelear el Cid con el reyezuelo moro de Albarracín,
á quien apoyaba el rey de Aragón y que deseaba apo.
derarse de Valencia,—Rodrigo se posesionó de la ciudad (1094).
En ella vivió con su mujer y sus soldados hasta 1099, siendo
un verdadero señor independiente, derrotando en varias ocasiones
á los Almorávides que le sitiaron y aliándose con Pedro I
de Aragón. Eran sus tributarios los reyes moros de Albarracín,
Alpuente, Murviedro y otros puntos; y con Alfonso VI de Castilla
reanudó las buenas relaciones, aunque conservando de
hecho la independencia.
Su gobierno en Valencia fué duro para los vencidos y no
siempre correcto y noble en los procedimientos. En esto el Cid
no era una excepción de su época, sino que conformaba con el
carácter general de los nobles guerrilleros, ambiciosos, de poco
escrúpulo en las relaciones sociales, deseosos de riquezas y de
poder, y que lo mismo guerreaban contra musulmanes que
contra cristianos. El Cid, no obstante sus luchas con los condes
de Barcelona y los reyes de Aragón, casó á una de sus hijas
con Ramón Berenguer III, y á la otra con Ramiro, de la casa
real de Navarra.
Muerto Rodrigo, su mujer Jimena (hija del conde de Oviedo)
trató de sostenerse en Valencia, á pesar de los ataques de los
Almorávides; pero notando bien pronto que no le sería posible
defenderse mucho tiempo, pidió auxilio al rey Alfonso VI (1101)
e¡ cual lo concedió, logrando hacer levantar el sitio á los moros.
No obstante esta ventaja, el rey comprendió que no podría
mantener á Valencia, demasiado alejada de Castilla, y dadas las
condiciones de la época, después de la derrota de Zalaca. Evacuaron,
pues, la ciudad las tropas del Cid (1102), no sin haberla
incendiado, para que los musulmanes no hallasen sino
ruinas; y así acabó el reino del Cid. Tanto éste como su mujer
favorecieron con donaciones á varios monasterios é iglesias y
dieron privilegio para levantar la catedral valenciana. Fueron
3 70 HISTORIA DE ESPAÑA
enterrados en San Pedro de Cárdena, con cuyos monjes había
mantenido el Cid relaciones muy amistosas (i). Del Cid se
conservan dos espadas (Colada y Tizona), la primera en la Armería
real de Madrid, donde también hay una silla de montar
que se le atribuye.
231. El reinado de Doña Urraca.—No habiendo dejado
Alfonso VI hijos varones, entró á sucederle su hija Doña Urraca,
casada en primeras nupcias con Raimundo de Borgoña (uno
de los nobles franceses que hubo en la conquista de Toledo) y
ahora viuda de él, con un hijo de corta edad, llamado Alfonso.
Los castellanos y leoneses, que por vez primera veían en el
trono á una mujer, precisamente en época que por las circunstancias
políticas necesitaban la dirección de un hombre enérgico—
pues que los Almorávides apretaban por el Sur, y aunque no
se apoderaron de Toledo hiriéronlo después de Madrid, Talavera
y otros puntos,—pusieron por condición á Doña Urraca
que se casase nuevamente, y le proporcionaron por marido á
Don Alfonso 1, rey de Aragón, pariente de la reina y con quien
ésta no se avenía en manera alguna. La presión de los nobles
la obligó á casarse, no obstante, y ambos cónyuges fueron proclamados
reyes de León, Castilla y Toledo, mientras el hijo de
Doña Urraca, Alfonso, de menor edad, se criaba en Galicia,
considerado, según la voluntad de su abuelo, como rey de esta
región.
La unión de los dos monarcas de Aragón y Castilla parece
que debía inaugurar un período de gran florecimiento, especialmente
en el orden militar, puesto que Alfonso I llevaba, en
demostración de sus aficiones, el título de Batallador; pero no
fué así. Doble serie de cuestiones y desavenencias separaron á
marido y mujer: de una parte, las condiciones diferentes de
carácter de uno y otro y la conducta poco recatada de la reina
(i) Tal es la historia verdadera del Cid, hasta donde es posible conocerla. Los poetas
castellanos de la Edad Media, los romances populares, los autores árabes y la fantasia
del vulgo, añadieron luego multitud de pormenores extraordinarios, que han formado la
leyenda del Cid: tales la jura en Santa Gadea, tomada ai rey Alfonso Vi; el casamiento de las
hijas de Rodrigo con los condes de Carrión; las guerras con el Emperador; la visita ai Papa;
la batalla ganada por el Cid después de muerto, y otros más, que han hecho interpretar
erróneamente el carácter é ideas del Cid, dando como suyas intenciones que son de otros
tiempos y de personas distintas.
ANARQUÍA POLÍTICA 371
produjeron disgustos domésticos, hasta el punto de encerrar
Don Alfonso á Doña Urraca en un castillo, cerca de Zaragoza;
de otra, el rey aragonés, deseando gobernar en León y Castilla
como soberano absoluto, realizaba actos como el de poner en
los castillos alcaides exclusivamente aragoneses y navarros,
cosa que descontentaba mucho á la nobleza indígena y á la
misma reina. Comprometió aún más la situación el haber declarado
el Papa nulo el matrimonio de Don Alfonso y Doña
Urraca, por parentesco entre ambos, amenazando con la excomunión
si no se separaban. El alto clero leonés y castellano
aceptó esta declaración del Papa y se puso frente á Don Alfonso,
que le persiguió duramente. Con estos antecedentes no
era dudoso que la guerra había de estallar, como así sucedió,
poniéndose del lado de Doña Urraca casi toda la nobleza, que
veía con malos ojos la intrusión del aragonés. Por último, se
complicó nuevamente el estado de cosas con el alzamiento de
un partido gallego, cuyas cabezas eran el conde de Trava, ayo
del infante Alfonso (el hijo de Doña Urraca) y el obispo de
Compostela, Don Diego Gelmírez, que hicieron coronar al infante
por rey de Galicia (1110), y luego, con la ayuda de muchos
nobles, intentaron coronarlo también en León.
232. Anarquía política.—El condado de Portugal.—Prodújose
con todo esto una serie de guerras interminables y complejísimas.
Luchaba de un lado el rey de Aragón para conquistar
el poder en los territorios de su esposa. Ésta ayudaba
unas veces á su hijo, otras se reconciliaba con su marido, celosa
de la preponderancia del infante; ó bien guerreaba por su cuenta
contra unos ú otros, apoyada por los municipios (que en este
período crecieron en importancia, organizando sus fuerzas y
coaligándose entre sí) y por varios nobles, entre ellos el conde
de Lara, favorito suyo, de quien tuvo un hijo y con quien se
cree que casó al fin, una vez roto definitivamente el matrimonio
con Don Alfonso de Aragón.
Mezclábase en estas contiendas una hermana de Doña Urraca,
llamada Doña Teresa, casada con otro de los condes franceses,
Enrique de Lorena, á quien Alfonso VI había concedido
(1095?) territorios al N. de la Lusitania, formando un condado,
que se llamó portugalense ó de Portugal y que comprendía las
372 HISTORIA DE ESPANA
ciudades de Braga, Porto, Coimbra, Viseo y Lamego, con otras
villas y lugares situados entre el Tajo y el Miño. Alfonso VI
concedió el condado al de Lorena á título de feudo, obligándole,
como vasallo, á pagar ciertas parias anuales y á concurrir
á la guerra contra los moros con 300 caballeros. Aprovechándose
de las guerras civiles entre Doña Urraca y su marido, el
conde de Portugal (que al parecer abrigaba pretensiones sobre
toda la herencia territorial de Alfonso VI) pasó á Francia para
reclutar tropas y se alió con la reina, logrando, según parece,
la promesa de nuevos territorios al N. del Miño y por el E.
hasta Valladolid, comprendiendo Zamora, Salamanca y Toro.
Murió el conde Enrique en 11 14, y su mujer Doña Teresa continuó
su política ambiciosa, conforme á lo cual, aprovechándose
de las circunstancias, unas veces se unía al conde de Trava, otras
á Doña Urraca ó al obispo Gelmírez. Asi logró apoderarse de
comarcas de Tuy y Orense (1119), hasta que, unidos Doña
Urraca y su hijo el rey de Galicia, derrotaron á las gentes de
Doña Teresa, concertándose una paz. en que ganó la condesa
de Portugal algunas tierras en la región S. de León y en Castilla.
233. El obispo Don Diego Gelmírez.—En todos estos disturbios
.intervino activamente un personaje que ya hemos citado,
Don Diego Gelmírez, obispo de Compostela desde 1 101.
Si se recuerda lo que dijimos en el lugar oportuno acerca de la
importancia del señorío episcopal de Santiago (§ 199), se comprenderá
que Gelmírez había de ser un elemento considerable
en las luchas políticas, pues contaba con riquezas, poder y numerosos
vasallos. Era además Don Diego, personalmente, hombre
de gran talento, de temple vigoroso, ambicioso, inquieto,
muy amigo de extender la categoría y atribuciones de su iglesia,
y poco escrupuloso en los medios, como lo comportaba la escasa
moralidad política de la época, en que las gentes pasaban con
gran facilidad de unos partidos á otros y faltaban á cada momento
á la fe ó amistad prometidas. Por todas estas circunstancias,
era Don Diego un representante muy característico de su
tiempo y de la clase señorial, que comprendía tanto á nobles
como á eclesiásticos. Gelmírez fué sucesivamente amigo y enemigo
de Doña Urraca, de Doña Teresa, del infante Alfonso,
EL OBISPO DON DIEGO GELMlRfZ 375
y peleó contra unos y otros en campo abierto, cayendo dos
veces prisionero de la reina, que le tuvo que soltar en evitación
de nuevos peligros. Por fin, pareció fijarse en política,
merced á que, nombrado Papa Calixto II, tío del rey de Galicia,
tomó á éste bajo su protección. El obispo siguió la conducta
del Papa y logró, en virtud de ello, de sus intrigas y de
la protección de los cluniacenses, que el obispado de Compostela
se convirtiese en arzobispado, trasladando á él las honras
y privilegios de que gozara antes Mérida, ahora en poder de los
musulmanes (1120). Entre las distinciones del nuevo arzobispado,
se contó la de tener siete canónigos cardenales, á imitación
de la iglesia de Roma, lo-s cuales acompañaban con mitra á
Gelmírez en misas y procesiones. Sin embargo de esto, todavía
el arzobispo tuvo nuevas desavenencias con Doña Urraca,
después de la expedición de Portugal.
En el interior de sus tierras no pasó por menos azares Don
Diego. Interesado como estaba por el esplendor del señorío
episcopal, promulgó diferentes disposiciones encaminadas al
buen régimen y gobierno, á impedir los desmanes de los nobles
y á proteger á los plebeyos. A este orden pertenecen los Fueros
dados á la Tierra de Santiago (no á la ciudad ni á las villas)
en 1113, en los cuales hay prevenciones muy justas y bien
entendidas. Fué también el primero que trajo naves de guerra
genovesas, para defenderse por mar de los piratas musulmanes,
que hacían frecuentes desembarcos en las costas de Galicia;
y en Iria hizo montar un astillero para construir buques,
cosa que los reyes no hicieron por sí hasta muchos afios después.
No obstante, los ciudadanos de Santiago se alzaron más de
una vez contra él, parte por las circunstancias políticas que variaban
á cada momento, parte por la pugna que sostenían ya
por entonces contra los obispos para lograr el nombramiento
de jueces y autoridades propias, al igual de lo que pasaba en los
municipios libres. El movimiento de independencia popular era
general en todo el reino. Los concejos, de un lado, se federaban
contra los nobles; los labradores y el bajo pueblo se juntaban
también formando alianzas ó hermandades contra los señores,
originando numerosas luchas de carácter social, con incendios
374 HISTORIA DE ESP/fNA
de castillos, asesinatos, robos y crímenes de todo género. En
uno de los alzamientos de los ciudadanos de Santiago (i 117), el
obispo se vio reducido al último extremo con la reina Urraca,
que se hallaba en la ciudad. El pueblo los sitió en la iglesia, y
luego en una torre, á la que pegaron fuego los amotinados para
que pereciese el obispo. A la reina, á quien permitieron salir, la
maltrataron, no obstante, de palabra y obra, dejándola tendida
en el suelo, medio desnuda; y ol obispo pudo á duras penas
escapar disfrazado de mendigo. A pesar de todas estas violencias,
cuando Don Diego volvió á entrar en la ciudad, los sublevados
no sufrieron castigo alguno, tal vez para no excitar á
nuevos desórdenes.
De todos estos peligros salió bien Don Diego, afirmando su
poder y el de la iglesia de Santiago, aunque hubo de ceder algo
á las pretensiones de los compostelanos en punto al régimen
de la ciudad. El hijo de Doña Urraca, Don Alfonso, le nombró
poco después su capellán mayor, cargo de los más distinguidos
del reino.
234. Alfonso Vil.—Cuestiones políticas.—Los últimos
años del reinado de Doña Urraca no son bien conocidos, por
falta de documentos claros y terminantes; pues mientras unos
dicen que en el 1120 á 22 reinaban juntos la madre y el hijo,
otros declaran que Alfonso reinaba en Toledo y Doña Urraca en
León, y algunos también que Alfonso era rey único en Galicia,
León, Castilla y Extremadura. Se desprende de aquí que continuaba
la guerra civil, aunque de día en día iba siendo más
numeroso el partido del hijo de Doña Urraca. En 1124 se reunió
un Concilio para poner paz y organizar el gobierno; pero seguramente
hubieran seguido los disturbios, á no sobrevenir
en 1126 la muerte de la reina. Entonces se coronó rey en
León Don Alfonso VII; el cual aun tuvo que luchar por algún
tiempo contra la nobleza sublevada en parte, á la que al fin
redujo, castigando unas veces, perdonando y concillando otras.
Arregló en seguida la cuestión pendiente con su padrastro Alfonso
de Aragón, que mantenía sus aspiraciones; y, aunque estuvo
á punto de estallar la guerra, hubo avenencia, de la cual
salió ganando el de Aragón el territorio comprendido entre
Villorado y Calahorra y las provincias de Guipúzcoa y Álava.
CONQUISTAS EN TERRITORIO MUSULMÁN 375
Todavía quedaba otra cuestión de política interior por resolver:
la del condado de Portugal. Doña Teresa continuaba
en sus propósitos de declararse independiente y ensanchar las
fronteras. Alfonso VII venció á la condesa, obligándola á retirarse
de los territorios adquiridos en Galicia y Castilla años
antes (§232) y á reconocer de nuevo el vasallaje que debía
al rey de León (1127). A poco de esto, una sublevación de
los portugueses quitó el poder á Doña Teresa y la sustituyó
con su hijo Alfonso Enríquez, quien invadió desde luego las
tierras de Galicia (1130). Reanudóse la guerra con varia fortuna
por algunos años, hasta que Alfonso VII hizo paz con
Alfonso Enríquez, que juró amistad al rey castellano, prometiendo
respetar el territorio de Galicia y reconociendo el vasallaje
( n 37).
Todavía se produjo nueva guerra entre los reinos cristianos,
á consecuencia de la muerte de Alfonso I de Aragón, que no
dejaba hijos. Alfonso VII, no conforme con los sucesores nombrados
por navarros y aragoneses, penetró en Navarra con un
ejército, apoderándose de muchos pueblos de la Rioja, Álava
y Vizcaya, y luego en Aragón, tomando á Zaragoza y su contorno.
No alcanzó el rey de León sus pretensiones á la corona
aragonesa y navarra, pero ganó para sí todas las tierras hasta
el Ebro, que quedó por frontera.
235. Conquistas en territorio musulmán.—Estas cuestiones
de política interior no privaron á Alfonso VII de avanzar
en la obra de la reconquista. Hizo para ello varias expediciones
á Andalucía y Extremadura, tomando á Córdoba (1144)
con auxilio del reyezuelo Abenhamdin é incendiando y saqueando
más tarde (1146) los pueblos y campiñas de Jaén,
Úbeda, Baeza, Andújar, Granada, Sevilla y Almería, tomando
la fortaleza de Aurelia ú Oreja (cerca de Ocaña), la de Coria,
en Extremadura, y, por fin, la ciudad de Almería, que sitió
por tierra y por mar con ayuda de naves catalanas y genovesas
(1147). Esta conquista fué de breve duración, porque los
almohades, llamados por los andaluces, atacaron á Almería;
y aunque Alfonso VII los venció por dos veces, no pudo evitar
que la reconquistaran. También Córdoba, entregada por Alfonso
al reyezuelo Abenganía, pasó á poder de los almohades.
376 HISTORIA DE ESPAÑA
En 1131 ó 1132 había logrado Alfonso la sumisión de Almostansir
ó Zafadola (§ 222) quien le entregó el castillo de Rueda
y le acompañó en las invasiones de Andalucía, como aliado.
El rey de León no perdonó ocasión de intervenir en las discordias
de los reyezuelos musulmanes, apoyando á unos en contra
de otros para disminuir el poder de todos y ejercer él influencia
suprema y tutelar.
236. El imperio de España.—Alfonso VII no se contentó
con el título de rey: tomó el de Emperador, que había llevado
también Fernando I. Conviene, pues, explicar aquí el valor y
significación de este título. El primero que lo llevó, después
de la caída del Imperio romano de Occidente, fué el rey franco
Carlomagno, célebre por las victorias que sujetaron á su poder
la mayor parte de Europa, incluso el NE. de la Península ibérica.
Con esto, pretendía Carlomagno resucitar el poder de los
emperadores romanos y su autoridad suprema en las antiguas
provincias. Ocurría esto el año 800. Sus sucesores siguieron
llevando el título hasta el año 899, en que se perdió la costumbre;
pero en 962 se restableció á favor de Otón I, rey de Alemania,
siguiendo ya en los demás reyes de este país. El emperador
era consagrado en Roma por el Papa, reconociéndolo
como jefe civil supremo de la cristiandad y señor de los demás
reyes y príncipes: atribuciones que en rigor fueron más nominales
que reales para algunas regiones europeas, entre ellas
España, aunque ¡os emperadores pretendieron siempre ejercerlas.
Manifestación de la protesta española contra esas pretensiones,
fué la leyenda de Bernardo del Carpió (§ 164). Con
el mismo carácter y sentido parece que tomó el título de Emperador
Fernando I de Castilla, para oponerse á las pretensiones
de Enrique III de Alemania, contra el cual, además,
protegió al Papa Alejandro II. Quizá también pensaba Fernando
I en la aplicación práctica de su título, sobreponiéndose
á los reinos de Navarra y Aragón y haciéndolos tributarios.
Alfonso Vil tuvo efectivamente este propósito y lo realizó en
parte. A consecuencia de sus victorias en Navarra y Aragón,
logró que los reyes de estas dos regiones le ofreciesen vasallaje;
y para significar esta supremacía en los reinos cristianos de la
NUEVA DIVISIÓN DE LEÓN Y CASTILLA 577
Península, Alfonso se hizo coronar emperador de España en
León (1135) con asistencia del rey de Navarra, de los condes
de Barcelona y Tolosa, de ctros de Gascuña y Francia, que le
rendían vasallaje, y de algunos aliados musulmanes. Como se
ve, este Imperio difería del de los alemanes en que se ceñía á
territorios de la Península y algunos próximos, sin pretender
extenderse á toda Europa; pero, á la vez, sustraía una gran porción
de ella á las pretensiones de los emperadores germánicos.
En España, si hubieran prosperado estos intentos de Fernando 1
y Alfonso VII, quizá se hubiera llegado á la unidad política
mediante una confederación de los reinos cristianos bajo la dirección
imperial; pero cada uno de aquéllos era harto celoso de
su independencia para someterse en poco ni en mucho, y además
faltaba entonces, en general, la idea común de patria ó nación,
única que hubiera podido realmente unir á los diferentes grupos
peninsulares. Por el contrario, las diferencias entre éstos
eran marcadísimas y estaban muy arraigadas en el ánimo de los
pueblos, no sólo en las aspiraciones políticas de los gobernantes.
Así es, que bien pronto protestaron del acto de León el rey
de Navarra (no obstante haber asistido á él) y el conde de Portugal
(que se excusó de asistir).
237. Nueva división de León y Castilla.—La política concentradora
de Alfonso VII quedó desmentida por él mismo
con la división que hizo, al morir, de sus reinos, dejando el de
Castilla á Sancho III, y el de León á Fernando II, ambos hijos
suyos. El reinado de Sancho III fué breve y de escasa importancia.
Hubo de luchar contra su hermano Fernando II de León,
que ambicionaba los dominios de Castilla, y con quien hizo, al
cabo, paz; contra el rey navarro, que invadió las fronteras, y
contra el de Aragón. Venció al primero, y con el segundo firmó
tratado devolviéndole algunos lugares y reconociéndose aquél
vasallo suyo, con obligación de asistir á las Cortes de Castilla,
comprometiéndose Sancho, por su parte, á apoyar al aragonés
para conquistar á Navarra; cosa que no se efectuó, por sobrevenir
la muerte del rey castellano (i 158). El mayor suceso de
su tiempo lo realizaron dos monjes cistercienses, Fray Raimundo,
abad de Fitero, y Fray Diego Velázquez, quienes se
comprometieron á defender la plaza de Calatrava amenazada
378 HISTORIA DE ESPAÑA
por los moros. Ambos monjes, llamando i cruzada, reunieron
bastantes soldados, con los que rechazaron á los sitiadores. El
rey les concedió la plaza con todos sus términos (1158); y de
esta hazaña salió la orden militar de Calatrava (t 164), de cuya
organización y atribuciones se hablará oportunamente.
238. Minoridad de Alfonso VIII.—Dejó el rey Don Sancho
un hijo de menor edad, llamado Alfonso, por cuya tutoría ó
regencia se promovió un largo período de luchas (siete años)
en que se careció en absoluto de seguridad personal, siendo
constantes los asaltos, robos, incendios y demás graves males
de la anarquía en un país. La lucha se mantenía especialmente
entre dos familias nobles: los Castros (á quienes Don Sancho
confió la tutela) y los Laras (protegidos ya en tiempo de
Doña Urraca: § 232). Los Laras lograron usurpar la tutela,
apoderándose de la persona del rey. Reclamaron los Castros, y
así se encendió la guerra. Una y otra casa formaron sendos
partidos que se atacaban con las armas en la mano continuamente;
y á su sombra aprovechábanse del desconcierto general
otros señores y no pocos bandidos. La intervención de Don Fernando
de León se debió á requerimientos de los Castros, que
se sentían débiles para luchar por sí solos; pero Don Fernando,
apenas entró en Castilla, desentendiéndose de su papel de auxiliar,
comenzó á guarnecer en provecho propio las fortalezas y á
cobrar tributos, demostrando querer ser verdadero rey, como
ya lo había intentado en vida de Don Sancho. Esta conducta
irritó á los castellanos; y, después de haber logrado poner á salvo
la persona del rey menor en la ciudad de Avila, rechazaron
con energía á los leoneses, apoyados por los Castros. Para
colmo de desdichas, el monarca de Navarra, queriendo aprovecharse
de las circunstancias, invadió la Rioja y tomó varias
plazas, como Logroño, Entrena, Briviesca, etc.
Al cabo, el rey Alfonso, aunque niño, apoyado por los de
Avila y algunos nobles fieles, empezó á recorrer personalmente
las ciudades para que lo reconociesen por soberano, como así lo
hicieron muchas. Entrado en Toledo por sorpresa, fué aclamado
allí por el pueblo (1166); siendo este, propiamente, el primer
acto de su reinado. Desde entonces, considerándose como de
mayor edad y engrosadas las filas de sus parciales, fué reduLA
GUERRA CONTRA LOS MOROS 379
ciendo las fortalezas que aun se mantenían por los Laras, los
Castros, el rey de León y otros señores declarados independientes,
como Don Pedro Ruiz de Azagra, en Albarracín. A
todos fué venciendo Alfonso VIII; y con ayuda del rey de Aragón
recobrólo que le había usurpado el de Navarra en la Rioja.
Propiamente, hasta 118o (en que hizo Alfonso paz con su tío
Fernando) no terminaron estas guerras de pacificación y reintegración
del reino de Castilla; pero, después de ellas, aun
continuaron por largo tiempo infestando muchas comarcas, y
especialmente las de Sierra Morena y Castilla, grandes bandas
de soldados y aventureros, ya sin· ocupación y convertidos al
bandidaje. Contra ellos levantaron milicias, hermanándose, Toledo
y Talavera.
239. La guerra contra los moros.—En el entretanto, no
descuidaba Alfonso VIII el principal interés de la Reconquista.
Ayudado por el rey de Aragón, conquistó la importante ciudad
de Cuenca; y en premio á su auxiliar le dispensó del vasallaje
que debía como feudatario á Castilla (i 177). A la vez, el rey de
León hacía conquistas á los moros en Extremadura, ensanchando
por este lado sus fronteras. Poco después, el arzobispo
de Toledo, con los caballeros de Calatrava, verificó una gran correría
por tierras de Córdoba y Jaén, talando mieses, matando
y aprisionando moros. Para vengar este descalabro, el emperador
almohade Yacub envió tropas á España, y al saberlo
Alfonso, reunió Cortes en Carrión con objeto de preparar elementos
para la guerra. A la vez, solicitó el auxilio de los reyes
de León y Navarra, que se lo prometieron, faltando luego á su
palabra. Alfonso se halló solo con sus tropas contra el numeroso
ejército almohade, y fué vencido en Alarcos, cerca de
Sierra Morena. El resultado de esta derrota, y de las quejas
que Alfonso produjo contra los reyes de León y Navarra, fué
promover nueva guerra con ellos, mientras Yacub sitiaba á Toledo,
Madrid, Alcalá, Cuenca y otras poblaciones. Ante aquella
multiplicidad de peligros, Alfonso permaneció sereno. Pactó
tregua con los moros, afirmó la alianza con el rey de Aragón y
luchó esforzadamente por espacio de tres años contra el de León,
que era entonces Alfonso IX, hijo de Fernando II, muerto
en 1188. La guerra terminó por medio de paz y contrayendo
3 8ο HISTORIA DE ESPAÑA
matrimonio el de León con una hija de Alfonso VIH, llamada
Berenguela (i 197). Volvió en seguida el rey castellano contra
el de Navarra, ganando en esta campaña tierras en Álava y la
provincia de Guipúzcoa, que espontáneamente le reconoció
(1200) por señor. Alfonso VIH, que veía así tan considerablemente
extendidas sus fronteras por el NE., reparó y aumentó
las fortificaciones de San Sebastián, Fuenterrabía y algunas más
poblaciones marítimas, y pobló á Santander, Laredo, Castro-
Urdiales y otras villas de la costa, concediéndoles privilegios
(1200).
A la vez, y terminada la tregua con los moros, comenzó de
nuevo la guerra (1198) con incursiones de los cristianos en Andalucía
y Valencia. Alarmados los almohades, hicieron grandes
preparativos, reuniendo muchos combatientes, mientras
Alfonso, por su parte, solicitaba el auxilio de los reyes de Aragón,
Navarra y León, del conde de Portugal y del Papa. A
la voz de éste, que predicó cruzada, acudieron á Castilla muchísimos
extranjeros, en número que las crónicas hacen subir
(indudablemente con gran exageración) á 100,000 infantes y
10,000 caballos. Mas, apenas comenzada la campaña, desertaron
casi todos, agobiados tal vez por el calor y las incomodidades
de la guerra, no quedando más que el arzobispo de Narbona,
oriundo de Castilla, y unos 150 soldados (1). De los reyes
españoles acudieron todos, menos el de León. Portugal envió
á los caballeros Templarios y á otros nobles.
Con todas estas fuerzas, se dio una gran batalla en el lugar
de las Navas de Tolosa, provincia de Jaén (ιό Julio 1212), que
fué plena victoria para las armas españolas, desquite de la de.
rrota de Alarcos y preparación sólida para las conquistas nuevas,
que no habían de tardar en venir. Como consecuencia de
la victoria, Úbeda, Baeza y otras plazas de Andalucía cayeron
en poder de los cristianos. Con esto, y las discordias interiores
que empezaron á poco en los Estados almohades (§ 224), el
poder musulmán quedó quebrantadísimo en España. Por su
parte, el rey de León, Alfonso IX, aunque no concurrió á las
(1) Los desertores intentaron apoderarse de Toledo y cometieron grandes excesos en su
marcha hacia e] Pirineo, hasta trasponer las fronteras.
EL REINO DE PORTUGAL 58.
Navas, combatió á los moros por el lado de Extremadura, ganándoles
las importantes poblaciones de Caceres, Mérida y más
tarde la de Badajoz y otras (1229).
Alfonso VIII sobrevivió sólo dos años á la victoria de las
Navas, muriendo en 1214. Durante su reinado no sólo se ocupó
en asuntos de guerra, sino en otros de gobernación y cultura
de que se hablará en los párrafos correspondientes.
Es de notar que en tiempo de Alfonso VIII continúa la
supremacía política de Castilla sobre los reinos cristianos, iniciada
por los emperadores Fernando I y Alfonso VII. El rey de
León, no obstante ser también nieto de Alfonso VII, se hubo
de declarar vasallo del de Castilla; si bien aquella preponderancia
no pasó sin protesta de los otros reyes, que hicieron
alianza entre sí y promovieron guerra para quebrantarla. Respecto
aide Aragón, ya hemos dicho que el propio Alfonso le
dispensó del vasallaje.
240. El reino de Portugal.—Vimos ya en el reinado de
Doña Urraca y en el de Alfonso VII los esfuerzos hechos por los
condes de Portugal para declararse independientes de los reyes
de León y Castilla y constituir un nuevo reino. Alfonso Enríquez,
no obstante haber sido vencido por el emperador, cuya
soberanía reconoció, siguió combatiendo por el S. contra los
moros, á quienes ganó la batalla de Ourique (1139), haciendo
incursiones en Galicia y tomando, en fecha incierta, el título
de rey, que al cabo le reconoció Alfonso VII en el tratado de
Zamora de 1143, dándole también el señorío de Astorga,
en cuya virtud los reyes de Portugal debían seguir como
tributarios ó vasallos de los de León. También esto procuró
eludirlo Alfonso Enríquez, sometiendo su reino á la soberanía
del Papa, quien aceptó (1144), aunque limitándose á llamar á
aquél, taque. Alfonso VII protestó del nuevo vasallaje, pero no
insistió en la reclamación. La independencia de Portugal se
consolidó de hecho, y el Papa Alejandro III reconoció al fin el
título de rey que solicitaba Alfonso Enríquez, quien todavía
realizó en 1165 y 1166 nuevas invasiones en Galicia, ocupando
territorios de Tuy y otros, no obstante haber casado con el
rey de León, Fernando II, á una de sus hijas. En 1169 hubo
de restituir lo conquistado. La monarquía de Portugal se divor382
HISTORIA DE ESPAÑA
ció pronto de las demás de la Península, queriendo constituir
como un mundo aparte. Lo consiguió; al paso que las otras, aun
formando nacionalidades ó grupos bien definidos (Aragón, Navarra,
Cataluña, Valencia, y antes Galicia), fueron acercándose
y concurriendo á la formación de un Estado común, con fines
comunes. Portugal se consideró de cada día más ajeno á España,
mientras que la unidad española se iba preparando con
los demás territorios peninsulares. Por esto dejaremos de tratar
especialmente de Portugal, salvo en los tiempos en que brevemente
aparece unido á España; aunque sí haremos notar las
frecuentes ocasiones en que el nuevo reino aparece mezclado
en la historia política é intelectual de aquéllos.
241. Don Enrique I y Doña Berenguela.—Sucedió á Alfonso
VIII su hijo Don Enrique, menor de edad, renovándose
con tal motivo los disturbios ocurridos en la minoridad de su
padre, á pesar de contar Don Enrique con la tutela de su madre
y luego la de su tía Doña Berenguela, mujer de Alfonso de
León, pero divorciada de él á instancias del Papa, por ser parientes
ambos cónyuges. Como siempre, fueron los Laras los
principales promovedores de los disturbios, para aplacar los cuales
cedió Doña Berenguela la tutoría á Don Alvaro de Lara;
pero, usando éste mal de su poder, se rebelaron otros nobles,
hasta que la imprevista muerte del rey (12 17), á consecuencia
de un golpe en la cabeza, cortó las disputas, si bien promoviendo
otros peligros.
Fué elegida reina Doña Berenguela, quien no quiso aceptar
para sí la corona y la cedió á su hijo, llamado Fernando, habido
en el matrimonio (luego disuelto) con Don Alfonso de
León. Parecía natural que éste respetase al que era tan hijo
suyo como de la infanta de Castilla. Lejos de eso, ambicionando
para sí la corona, entró en son de guerra en tierras castellanas,
ayudado por los Laras; pero Don Fernando, apoyado en
otros nobles y en la mayoría de las ciudades, le obligó á concertar
una tregua. La lucha siguió contra los Laras por algún
tiempo, y luego contra otros señores, que se habían sublevado
llamándose independientes, como Don Rodrigo Días, señor de
los Cameros, y Don Gonzalo Pérez, de Molina. Al cabo, Don
Fernando venció á todos, obligando á huir á tierra de moros
LAS GRANDES CONQUISTAS DE FERNANDO ΠΙ ]8]
al de Lara, que murió miserablemente. Con esto pudo decirse
que empezaba á reinar verdaderamente en Castilla Fernando
III.
242. Las grandes conquistas de Fernando III.--La gloria
principal de Fernando III, como político, estriba en el enorme
impulso que dio á la reconquista, apoderándose de casi
todos los territorios musulmanes del S., y llevando su influencia
al África. Para esto, realizó varias expediciones: ¡a primera
en 1225, conquistando á Andújar y otras poblaciones próximas
á Córdoba, al propio tiempo que enviaba al África un
ejército para restaurar en el trono á su aliado el emperador
almohade Almamún; el cual, en agradecimiento á este auxilio,
así que logró su objeto (1229), permitió á los castellanos
que se establecieran en la ciudad de Marruecos, donde fundaron
un barrio ó arrabal, levantaron una iglesia y fueron muy
agasajados por Almamún. Esta colonia cristiana (que ya tenía
precedentes desde el siglo ix, según parece) se conservó en
Marruecos por mucho tiempo, haciendo sentir su influencia
en la esfera militar y política. A su arrimo comenzaron las misiones
de frailes franciscanos en África.
Fernando III hubiese continuado la expedición de 1225 sitiando
á Córdoba, á no haber recibido, cuando á ello se disponía,
la noticia del fallecimiento de su padre Alfonso IX de
León. Aunque el matrimonio de éste con Doña Berenguela se
había roto, según sabemos, por razón de parentesco, Fernando
había sido declarado hijo legítimo, como nacido antes de la
ruptura. Parecía, pues, que había de corresponderle la corona
de León; pero Alfonso en su testamento dispuso que pasara á
dos hijas que tenía de un matrimonio anterior al de Doria Berenguela.
Protestó Fernando, apoyándose en las leyes del reino,
que daban preferencia al varón; y aunque hubo un momento
en que, resistiéndose sus hermanas, pareció que iba á estallar
la guerra, arregláronse las diferencias mediante un pacto, recibiendo
las infantas grandes sumas de dinero. Así volvieron
á unirse los reinos de León y Castilla, para no separarse más.
Aumentadas sus fuerzas de este modo, volvió Fernando III
á sus expediciones militares; y en esta segunda etapa de ellas
conquistó la importantísima plaza de Córdoba, antigua capital
3 8 4 HISTORIA DE ESPAÑA
del Califato (1236), cuya mezquita principal fué convertida en
iglesia cristiana, devolviendo á Compostela, en hombros de
cautivos, las campanas que siglos antes había llevado á Córdoba,
de igual modo, Almahzor. Poco después, el rey moro de
Murcia, Mohámed-ben-Alí (Hudiel), envió mensaje á Fernando
III ofreciéndole sus Estados en vasallaje y la mitad de las
rentas públicas, con tal que aquél le protegiese con sus armas.
Aceptada la proposición, firmaron el convenio el hijo mayor
de Fernando, Don Alfonso, y Mohámed, juntamente con los
arráeces ó gobernadores de Alicante, Elche, Orihuela, Alhama,
Aledo, Roz y Cieza, á los cuales se unieron á poco los de Lorca,
Mula y Cartagena. Las tropas cristianas entraron en Murcia
(1241), y quedó este reino sometido á Castilla. A los cinco
años, en 1246, en nueva expedición, atacó Fernando 111 á
Jaén, que por entonces pertenecía, como sabemos (§ 224), al
rey de Granada Alhamar; el cual, comprendiendo que no podía
resistir á las armas españolas, entregó aquella plaza y se declaró
tributario.
Conquistado así todo el N. de Andalucía, se dirigió Fernando
III á Sevilla, con ánimo de tomarla, empresa en que le
auxilió con tropas el propio Alhamar de Granada. Púsole sitio,
efectivamente, por tierra y por el río; figurando entonces en el
S., por vez primera, una escuadra castellana formada con naves
de las villas marítimas del Cantábrico y otras construidas expresamente
para el rey (§ 243). Mandaba esta escuadra Don Ramón
Bonifaz, primer jefe ó almirante de la marina real de Castilla,
el cual logró vencer á la musulmana antes de remontar el río.
Gracias á las naves, que incomunicaron á la ciudad por la parte
del mar y luego con el barrio de Triana (de donde le venían
auxilios), destruyendo por choque el puente de barcas que lo
unía á Sevilla, logró Fernando III apoderarse de ella mediante
rendición (1248). Este hecho de armas, capitalismo, y los que
le siguieron como natural consecuencia (rendición de Medina
Sidonia, Arcos, Cádiz, Sanlúcar y otras poblaciones del S.),
señala la terminación de las grandes conquistas cristianas. No
quedaban á los moros sino el reino de Granada (§ 224) y algunos
territorios en Huelva, pues los del E. habían sido ganados
por el rey de Aragón, con quien el infante Alfonso celebró
REFORMAS POLÍTICAS Y MILITARES 385
tratado en 1244 (ampliación de otro de 1179; §248) para
determinar bien las respectivas conquistas. A poco que hubieran
continuado la política de Fernando 111 los reyes sucesores
de éste, la desaparición del poder musulmán en la Península
hubiese sido un hecho próximo. Pero á la muerte de aquel
monarca, queda paralizada la obra militar. Excepto Alfonso X,
su hijo, que se apoderó de los territorios de Huelva, los demás
reyes, hasta mediados del siglo xv, nada importante hicieron
contra los moros. De vez en cuando realizaban alguna excursión
de más lucimiento que provecho real, por donde el reino
de Granada mantuvo sus fronteras durante todo este tiempo,
y aun hubo vez en que las dilató, con auxilio de los moros
africanos. Constituían éstos, verdaderamente, el mayor peligro;
y, considerándolo así, Fernando III proyectó, después de la
toma de Sevilla, una gran expedición al África, cosa que no
pudo verificarse por muerte del rey (1252).
243. Reformas políticas y militares.—Condiciones personales
da Fernando III.—No se preocupó Fernando III solamente
de las empresas militares, sino también de la organización
interior de sus Estados, complicada con las necesidades
de los territorios nuevamente adquiridos. La conquista de Sevilla
había hecho ver la necesidad de la marina de guerra. Fernando
III proveyó á esto mandando construir en aquella ciudad
un astillero para naves del rey, dando grandes premios á los
navegantes y organizando el servicio marítimo por primera
vez (§ 242). En el orden jurídico, se le atribuye el proyecto
de publicar un código de leyes que sirviese para todos sus
reinos; intento que no llegó á realizarse por sobrevenir la
muerte del monarca, y que suponía, de ser exacto, un sentido
unitario y centralizador de gran trascendencia, aunque no
afectase á todos los órdenes de la legislación. Modificó Fernando
III algunos particulares de la administración pública, dio
fueros á varias poblaciones y fomentó el desarrollo de las Universidades.
Era Don Fernando hombre de gran cultura, de energía y tacto
político y de acendrada piedad y celo religioso. Por estas dotes
personales fué elevado á la categoría de Santo, con cuyo título
se le venera. Del criterio nacional de su política, ofrece prueba
386 HISTORIA DE hSPANA
la contestación dada á su pariente el rey de Francia Luis IX,
que le instaba para que fuese con él á luchar, como cruzado,
contra los musulmanes de Oriente: No faltan moros en mi tierra,
le dijo; y tenía razón. Para los españoles había cruzada desde
el siglo viu, y lo importante era terminar con ella.
REINO DE ARAGÓN
244. Primeros años del reino de Aragón.—Unión con
Navarra.—Sabemos que nació este nuevo reino á la vida política
por el testamento de Sancho el Mayor de Navarra, quien
dejó el territorio comprendido entre los valles del Roncal y
de Gistain á su hijo Ramiro, con el título de rey. El nombre de
Aragón le vino del río de este nombre, que atraviesa su primitivo
y reducido solar. Don Ramiro no se contentó con tan pobre
herencia, y quiso apoderarse del reino de Navarra, perteneciente
á su hermano García; pero fué derrotado y tuvo que desistir.
En cambio, heredó al poco tiempo los condados de Sobrarbe
y Ribagorza, por muerte de su otro hermano Gonzalo;
con lo que, apenas nacido, obtuvo el reino de Aragón un
notable crecimiento por el E. Con intento de ensanchar más sus
fronteras por el lado de Ribagorza, hizo la guerra á los moros,
y en el sitio de Graus fué derrotado y muerto.
Su hijo Sancho Ramírez, que le sucedió (1063), continuóla
guerra apoderándose, más al S., de la plaza de Barbastro y de
la de Monzón, y-luego de Graus y otras. Corriéndose después
hacia el O., puso sitio á Huesca, siendo allí muerto de un flechazo.
No sólo logró Aragón en tiempo de Sancho engrandecimientos
por las armas, sino también la incorporación del
reino navarro, por acuerdo espontáneo de los naturales de
él, que no quisieron darlo al matador de su rey Sancho IV
(S 264).
Con esto, el nuevo Estado pirenaico se extendía, al terminar
el siglo xi, por casi toda la región del N., desde San Sebastián
al Noguera Ribagorzana, y por el O. hasta el Ebro (Rioja). El
hijo de Sancho, Pedro I, consumó la obra de su padre apoderándose
de Huesca (1096) y otras poblaciones, ensanchando así
la frontera de su reino.
RAMIRO II •)87
245. Alfonso I. —Las grandes conquistas.—Habiendo
muerto Pedro I en 1104, le sucedió su hijo Alfonso I, cuya intervención
en la política de Castilla por casamiento con la
reina Doña Urraca, hemos visto en el lugar oportuno (§ 231).
Aparte de estas luchas, que en el ánimo del aragonés llevaban
un fin político favorable á su reino, Alfonso I dirigió lo mejor
de sus fuerzas á la conquista de los territorios musulmanes de
la derecha del Ebro, y especialmente de la importantísima ciudad
de Zaragoza, que Alfonso VI de Castilla quiso también
rendir, años antes. Alfonso I logró su propósito (1118), de
tanta representación militar para Aragón como la toma de Toledo
para los castellanos; porque no sólo suponía el dominio de
la capital de los Estados níusulmanes en la cuenca del Ebro,
sino la sumisión de todas las plazas dependientes de aquélla,
como Tarazona, Calatayud, Daroca y otras poblaciones, que
llevaron el poder de Aragón mucho más allá del río, hacia
Cuenca y Teruel. Los almorávides trataron de reconquistar á
Zaragoza, pero fueron brillantemente derrotados por el aragonés
en Cutanda (1120). Sintiéndose fuerte con estas victorias,
Alfonso I, que por ellas tomó el título de Batallador, hizo una
excursión á tierras de Valencia, Murcia y Andalucía (1125),
llamado por los mozárabes, ó en connivencia con ellos, no logrando
apoderarse de ninguna ciudad importante, pero obteniendo
notable victoria en Arinsol, cerca de Lucena (1126) y
llegando hasta el Mediterráneo (costa de Salobreña). De los
mozárabes se trajo 10,000 para poblar las nuevas conquistas.
A la derecha del Ebro habían quedado, no obstante, algunas
plazas en poder de los musulmanes. El rey se dirigió contra
una de ellas, Mequinenza, que tomó, y luego contra Fraga,
sobre el río Cinca, cerca de Lérida, y fué derrotado en el sitio,
muriendo quizá á consecuencia del pesar que le produjo la
derrota (1134).
246. Ramiro II.—Separación de Navarra y unión con
Cataluña.—Alfonso I no, dejó hijos. En su testamento ordenaba
que el reino se repartiese entre dos ordénes militares, la del
Templo y la de. Hospitalarios; pero ni los navarros ni los aragoneses
quisieron cumplir tan extraña disposición. Reunidos
los nobles de Aragón, eligieron por rey á un hermano de Don
388 HISTORIA DE ESPANA
Alfonso, llamado Ramiro, monje á la sazón en un monasterio
de Narbona. Por su parte, los de Navarra, queriendo recobrar
su independencia y creyendo oportuna la ocasión, se reunieron
también y eligieron rey propio. Con esto volvieron á desunirse
los dos reinos.
No hizo Ramiro II nada de notable, siendo puramente fabulosa
la leyenda de La campana de Huesca. Para asegurar la
sucesión á la corona, y previamente dispensado de sus votos
por el Papa, casó con Doña Inés de Aquitania. De este matrimonio
nació una hija, Doña Petronila, que Ramiro desposó
con el conde de Barcelona, Berenguer IV, renunciando luego
el reino y volviendo nuevamente á su retiro monástico (1137).
Con esto, vino á ser considerado como soberano de Aragón el
conde de Barcelona, verificándose asi la unión de los dos más
importantes Estados pirenaicos, que siguieron juntos constantemente,
realizando grandes empresas militares y políticas en
que Cataluña representó siempre el espíritu de expansión hacia
el exterior y el de relación comercial y civilizadora con el resto
de Europa.
247. Alianza con Castilla.—Anexión de territorios franceses.—
El primer rey único de Aragón y Cataluña fué Ramón
Berenguer, hijo de Berenguer IV, que, en homenaje á los aragoneses,
cambió aquel nombre por el de Alfonso (II de Aragón
y I de Cataluña). El nuevo monarca fué aliado constante por
muchos años de Alfonso VIH de Castilla, en parte por el interés
común que ambos tenían en reducir, aquél el sentido de
independencia, y éste las ambiciones y correrías de los reyes
de Navarra; y en parte también por el vasallaje que desde la
época de Ramiro I (Alfonso VII en Castilla) debían á los castellanos
los monarcas aragoneses (§ 236). Lucharon ambos
juntos contra los navarros; y aunque Alfonso II no logró incorporar
de nuevo aquel reino al de Aragón, le ganó algunas plazas
y el de Castilla otras. Mayores ventí jas logró Alfonso II por el
lado de Francia. En 1167 heredó, por muerte de un primo
hermano suyo, de la casa de los condes de Barcelona—y, según
los pactos celebrados anteriormente por su padre Berenguer IV
con el emperador de Alemania (§ 263),—el ducado de Provenza;
y aunque halló dificultades al principio, por pretender la suEL
CONDADO DE MONTPELLIR Y EL DE URGcL 389
cesión el conde de Tolosa, apoyado Alfonso por la mayoría de
los nobles provenzales logró el reconocimiento de su derecho.
En /168 quedó sujeto el ducado al rey de Aragón y de Cataluña.
Poco después, en 1172, nueva herencia puso bajo el
poder de Alfonso el condado de Rosellón; y todavía en 1187
le ofrecieron vasallaje los condados de Bearn y de Bigorra
al SO. de Francia, por el lado del Atlántico. De este modo vio
Alfonso II ensanchado notablemete su poder político por el
lado N., dominando en casi todo el S. de Francia; lo cual no
dejó de traerle guerras frecuentes con el conde de Tolosa y
otros nobles, que pretendían dominar ó ser independientes.
248. Guerra contra los moros.—Cambio dé política con
Castilla.—No descuidó Alfonso II la extensión de las fronteras
por el S. Unas veces unido con Alfonso VIII de Castilla, y
otras por propia cuenta, se apoderó de Caspe y de las tierras
de Albarracín, fundando la ciudad de Teruel (1170); rechazó
dos incursiones de moros en la provincia de Tarragona, la segunda
de las cuales (1175) hizo gran daño en los pueblos cercanos
á la capital, si bien no se apoderó de ésta; y por fin
conquistó á Cuenca, auxiliando á su aliado Alfonso VIII, el
cual, según dijimos, le levantó el vasallaje existente á favor de
Castilla. En los últimos años de su reinado, Alfonso II varió
de política, y formó confederación con los reyes de Navarra,
León y Portugal contra el castellano, á quien dicen algunos
autores que venció en una batalla. De todos modos, la enemistad
duró breve tiempo. Ambos monarcas celebraron en 1179 un
tratado en que se repartían las tierras de España, fijando los
límites de sus respectivas conquistas presentes y futuras.
Alfonso II murió en Perpiñán, á 25 de Abril de 1196.
249. El condado de Montpeller y el de Urgel.—Sucedió
á Alfonso su hijo Pedro II, en circunstancias muy críticas. La
extensión de los dominios aragoneses-catalanes en el Mediodía
de Francia, donde las turbulencias eran continuas, complicaba
enormemente los problemas políticos que por entonces amenazaban
con grandes dificultades, debidas en gran parte á la
ambición de los reyes franceses (cuyas fronteras lindaban con
aquéllos) y á la falta de cohesión de los señoríos feudales qué
formaban la Provenza, no obstante la soberanía reconocida
1 25
390 HISTORIA DE ESPAÑA
del rey de Aragón y Cataluña. Las consecuencias no tardaron
en producirse; pero, mientras tanto, Pedro II unió á su corona
el condado de Montpeller, por casamiento con la heredera de
él, condesa María (1204); y un año después (1205) tomó igualmente
posesión del condado de Urgel, cedido por la condesa
Elvira.
250. La infeudación al Papa.—Por entonces realizó Pedro
II un acto de grandísima trascendencia política para sus
reinos; y fué el viaje á Roma para que el Papa le coronase. No
se sabe á ciencia cierta cuál fuese el móvil real que indujo á
Pedro á esta novedad notable en las costumbres de la corona
aragonesa y del condado barcelonés. Parece que el motivo ostensible,
oficial, que diríamos hoy, fué obtener el apoyo del
Papa y el auxilio de genoveses y písanos — poseedores de
grandes escuadras—para conquistar las Baleares. Es muy verosímil
que á este propósito uniera Pedro II otros relacionados
con la cuestiones políticas del S. de Francia. A los peligros
que representaban allí las desavenencias constantes entre
los nobles y la declarada ambición de los reyes franceses de
dominar en aquella parte de las Galias, se unía ahora otro
de mayor gravedad: un gran movimiento religioso, herético,
contrario, pues, á las ideas é intereses de la Iglesia católica, y
que, patrocinado por la mayoría del pueblo, y sobre todo de los
nobles provenzales, habían producido ya una viva oposición
entre el elemento eclesiástico y el civil. Veíase bien claro que
estas circunstancias las habían de aprovechar los reyes franceses
y algunos señores ambiciosos, para intervenir en Provenza; y
en este caso, Pedro II se hallaba en el deber, como señor feudal
de aquella región y en defensa, á la vez, de sus derechos y
de sus vasallos, á oponerse á toda ingerencia extraña^ y como
esto hubiera representado colocarse al lado de los herejes (Albigenses
ó Valdenses) y frente á la Iglesia, es muy probable que
Pedro II tratase, con su viaje á Roma, de prevenir la hostilidad
del Papa y de señalar perfectamente, por medio de un acto que
afirmase de modo público y solemne sus sentimientos católicos,
la separación entre la cuestión religiosa y la política, que muchos
habrían de confundir en provecho propio.
En Noviembre de 1204 fué Pedro II coronado en Roma por
LA CRUZADA CONTRA LOS ALBIGENSES 391
el Papa, que le armó luego caballero. El rey, en cambio, ofreció
defender siempre la fé católica, respetar la libertad é inmunidad
de las iglesias, perseguir á los herejes y hacer justicia en
todas sus tierras. Pero en seguida añadió una declaración muy
comprometedora: la de ser vasallo del Papa, ofreciéndole en
feudo los reinos de Aragón y Cataluña, que le pagarían anualmente
un tributo, á cambio de que el Papa y sus sucesores
defendieran á los reyes con su autoridad apostólica.
Manifestación tan grave, produjo gran disgusto en los aragoneses
y catalanes, que negaron al rey el derecho á realizar un
acto de tal naturaleza sin su consentimiento. Los nobles y los
pueblos se juntaron formando unión, ó hermandad contra el rey,
á quien obligaron á retractarse de la infeudación; pero ésta
siguió produciendo efectos de parte de los Papas, á quienes se
pagó también el tributo prometido por Pedro II. El rey tomó
el título de Católico.
251. La cruzada oontra los Albigenses.—La cuestión religiosa
se agravaba día por día en Provenza, y en todo el S.
de Francia, siendo muy tirantes las relaciones entre los nobles
y el Papa, poco dispuestos aquéllos á reprimir la herejía, como
deseaba éste. Al cabo se produjo el rompimiento, llamando el
Papa á cruzada contra los Albigenses y en especial contra
el conde de Tolosa, yerno de Pedro, y contra Ramón Roger,
vizconde de Bezières y de Carcasona, vasallo de Aragón (1209),
La cruzada se reunió en Lión y se compuso de nobles franceses,
representando una verdadera invasión del elemento puramente
francés en Provenza, de acuerdo con las ambiciones
políticas de sus monarcas. Por fuerza se sometió el conde de
Tolosa, que había sido uno de los que más contribuyeron al rompimiento
con Roma. Los cruzados, dirigidos por el noble francés
Simón de Montfort, atacaron la villa de Bezières, y, á pesar
de la heroica resistencia de los sitiados, la asaltaron, pasando
á degüello á todos los vecinos, católicos y herejes, hombres,
mujeres y niños, persiguiéndolos hasta el pie de los altares, y
después incendiaron la población (22 de Julio de 1209).
Semejante crueldad fué censurada por el insigne religioso
español Santo Domingo de Guzmán, que se hallaba en Provenza
predicando á los Valdenses para que se comvirtiesen, y
392 HISTORIA DE ESPANA
que procuró en vano reprimir los excesos de Montfort y su
gente. En su calidad de señor feudal del vizconde de Bezières,
Pedro II hubo de intervenir, aunque sólo como mediador, para
evitar nuevos desastres. No lo consiguió, sin embargo. Los
cruzados atacaron y tomaron poco después la ciudad de Carcasona,
repitiendo los horrores de Bezières. Simón de Montfort
se apoderó de las tieras de Ramón Roger, á lo cual no se
avino Pedro II, continuando la guerra hasta que la fuerza de
las circunstancias, los requerimientos de Montfort y la mediación
de los Legados del Papa, lograron un acomodamiento,
conformándose el rey de Aragón á reconocer á Montfort como
señor de Bezières y Carcasona, recibir su homenaje y casar á
su hijo Jaime con una hija de aquél.
Sucedió á esto un breve período de paz, que Pedro II utilizó
para dirigir su atención á las cosas de España, acudiendo á la
cruzada contra los moros levantada por Alfonso VIH y contribuyendo
en gran manera á la victoria de las Navas (1212).
Antes había logrado anexionar á su reino territorios de Navarra
(Aibar y Roncesvalles), de Castilla (Moncayo) y de los
musulmanes del S.
Los asuntos del Mediodía de las Galias retoñaron bien
pronto. En 1213 se reanudó la guerra contra el conde de Tolosa.
Pedro II trató de arreglar pacíficamente la cuestión, acudiendo
al Papa y al Concilio de Lavaur para que se hiciese
justicia al de Tolosa contra las arbitrariedades de Montfort; y no
habiéndolo conseguido, tomó la extrema resolución de acudir á
las armas, apoyando al conde de Tolosa y á los demás nobles
del Mediodía, despojados de sus tierras por los franceses. Consiguió,
como medida preliminar, que el rey de Francia, Felipe
Augusto, negase su concurso y el de sus hijos á la cruzada de
Montfort, y en seguida declaró á éste la guerra. Sólo se dio una
batalla en los alrededores del pueblo de Muret, con tan desgraciada
suerte para Don Pedro, que murió en ella, con derrota de
su ejército por el de Montfort (13 de Septiembre de 1213).
Con él. perecieron también muchos nobles aragoneses.
252. La minoridad de Jaime 1.—Al morir Pedro II, quedaron
por un momento huérfanos de rey Aragón y Cataluña. El
único hijo del monarca difunto, llamado Jaime, estaba en poder
LA MINORIDAD DE JAIME I 393
de Simón de Montfort, al cual lo entregara Pedro II cuando
hubo de proyectarse el casamiento de una hija de aquél con el
infante aragonés. Merced á un mandato enérgico del Papa, Inocencio
III, Simón de Motfort hizo entrega de Don Jaime al año
siguiente de la batalla de Muret(i2i4). Aragoneses y catalanes
recibieron con júbilo al nuevo rey; pero siendo éste de pocos
años, no pudo hacerse cargo desde luego de la gobernación
de sus reinos. Para proveer á ella y á la guarda de Don Jaime,
reuniéronse las Cortes de Aragón y Cataluña en Lérida, nombrando
tutor del rey-niño al Maestre de la Orden de los Templarios,
Guillem de Monredó; Procurador general de ambos
Estados, á un hermano del abuelo del Don Jaime, llamado
Don Sancho, y cuatro gobernadores subalternos, dos para Aragón,
uno para Cataluña y otro para Montpeller.
No por esto se logró que hubiese paz en el reino. El Procurador
general Don Sancho, y otro tío de Don Jaime, Don Fernando,
trabajaban para usurpar la corona al hijo de Don Pedro;
y por su parte los nobles aragoneses, turbulentos y orgullosos,
se declaraban independientes ú obraban como tales, luchando
unos contra otros y promoviendo grandes disturbios. Al cabo, el
partido fiel á Don Jaime logró arrancar á éste del poder de
Guillén de Monredó, que lo tenía encerrado en la fortaleza
de Monzón; y aunque el rey-niño no contaba más que nueve
años (i 2 17), se puso al frente de las fuerzas,que le apoyaban y
luchó valerosamente contra sus ambiciosos parientes y contra la
anárquica nobleza, uno de cuyos representantes más genuinos
era entonces Don Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín,
que se había declarado independiente de todo poder político.
Con ayuda, en especial, de los nobles catalanes y de las
Cortes, á que recurrió desde luego, logró Don Jaime, si no restablecer
por completo su autoridad (pues tuvo que desistir, por
traición de sus mismos partidarios, de tomar la fortaleza de
Albarracín), reducir á sus ambiciosos tíos y atraer á su lado á la
mayoría de los subditos. Para esto tuvo que sostener continuas
luchas por bastantes años (hasta 1227) con la nobleza, que ora
guerreaba entre sí como si fuese independiente, obligando al
rey á mediar en la contienda, ora desconocía la soberanía de
éste, ó formaba partidos y banderías generadores de grandes
394 HISTORIA DE ESPAÑA
disturbios. En estas guerras civiles figuraron especialmente
Guillem de Moneada, señor de Beam, Pedro Ahones, y otros.
Don Jaime llegó á estar prisionero de los nobles por dos veces
y fué traicionado no pocas, logrando salir en bien de tanto peligro
gracias á su serenidad y arrojo. Al fin se llegó á una paz
general mediante un convenio con la nobleza (31 de Marzo de
1227). Todavía tuvo el rey que combatir, al año siguiente, con
Guerán de Cabrera, usurpador del condado de Urgel, á quien
venció, apoderándose de todas las villas de aquel territorio y
reponiendo en el señorío de él á su legítima poseedora Doña
Aurembiaix.
En este período de luchas se produjo también otra, en que
intervino principalmente la nobleza catalana, y que fué de
grandes consecuencias políticas. La batalla de Muret no había
resuelto la cuestión del Mediodía de Francia. Los nobles indígenas
se resistían al dominio de Simón de Montfort; y al cabo,
el de Tolosa renovó la guerra ayudado por los catalanes. En
ella murió Simón de Montfort, y con su muerte se quebrantó el
poderío francés en los territorios que la cruzada de 1209 había
arrebatado á los señores vasallos ó aliados de Aragón y Cataluña.
253. La conquista de Baleares y de Valencia.—Solventadas
las cuestiones interiores, Don Jaime pensó en dirigir su
política al engrandecimiento exterior del reino, de conformidad
con el espíritu de gran parte de la población, especialmente de
la catalana, cuyos hábitos de comercio y viaje la impulsaban
á la conquista del predominio mediterráneo. Comenzó ésta por
lo más inmediato y ligado á España, que eran las islas Baleares,
habitadas por moros que pirateaban frecuentemente en costas
españolas. Don Jaime encontró oposición á su empresa en los
nobles aragoneses, que se negaron á prestar su ayuda, y en
algunos catalanes de la región occidental, y hubo de contentarse
con las tropas, naves y dinero que se prestaron á dar varios
señores, eclesiásticos y ciudades de Cataluña y del Mediodía
de Francia. Con esto, se reunió un ejército de bastante
consideración y una armada de 43 naves y 12 galeras, con la
cual arribaron los expedicionarios á Mallorca (Septiembre,
1229). La conquista de esta isla no fué difícil, porque se consiLA
CONQUISTA DÏ BALEARES Y DE VALENCIA 395
guió desde un principio derrotar á las tropas musulmanas de
Palma y á otras de la región montañosa, logrando que uno
de los reyezuelos se aliase con Don Jaime y le diese ayuda de
hombres y víveres. Conquistada la capital, y á poco toda la
isla, repartióse el botín entre los soldados, y las tierras entre los
señores ó jefes, estableciendo en Palma, para el gobierno, un
lugarteniente general del rey. En nueva expedición hecha por
Don Jaime años después (12 32), fué sujeta á vasallaje la isla de
Menorca, mediante pacto con sus dominadores; y tres años después,
varios señores conquistaron la de Ibiza (1235). Así pasaron
las Baleares á formar parte del reino catalano-aragonés,
reconquistadas á los musulmanes. La población cristiana que
llevó la conquista, y que fué la predominante en riqueza y
poder, componíanla en su gran mayoría catalanes, especialmente
del N. (Ampurdán), los cuales difundieron en los nuevos territorios,
su lengua, su cultura y sus costumbres.
Aun no terminada la conquista de las Baleares, emprendió
el rey la del país valenciano, que dominaban los musulmanes.
Con aquella independencia de acción que usaban los nobles en
aquel entonces, un rico hombre aragonés, Blasco de Alagón,
emprendió por su cuenta, en 1232, la conquista de Morella.
El rey no quiso consentir tal cosa, y dirigiéndose al encuentro
de Blasco, le obligó, ante los mismos muros de Morella, á que
le entregase la villa una vez tomada, prometiendo por su parte
Don Jaime cedérsela enfeudo. Dominada Morella, continuó el
rey, con algunos barones y milicias ciudadanas de Cataluña,
la invasión del reino de Valencia, conquistando poco á poco
los más importantes castillos y poblaciones, hasta que puso
sitio estrecho á la capital (1238). En toda esta campaña, el
rey se vio privado del auxilio de la mayoría de los señores aragoneses
y de muchos catalanes; pero, formalizado ya el sitio,
acudieron casi todos, así como las ciudades y villas de ambos
reinos, predominando el elemento aragonés y el catalán del O.
En Septiembre de aquel mismo año, se rindió Valencia, bajo la
condición de dejar salir libremente al rey musulmán Zaen y á
todos los que quisieran seguirle, con las ropas y efectos que
pudiesen llevar consigo. Dícese que abandonaron la ciudad
50,000 musulmanes. La conquista de la capital valenciana se
39<S HISTORIA DE ESPANA
completó poco después con la de otras ciudades importantes,
en primer lugar la de Xàtiva ó Játiva, cuya fortaleza se consideraba
de primer orden, Alcira, y otras de la actual provincia de
Alicante, como Biar (1253). Las tierras se repartieron entre los
señores que habían ayudado á la conquista; pero ésta no pudo
considerarse como definitiva hasta bastantes años después, ya
que, por dos veces, la población musulmana montañesa se sublevó,
costando no poco al rey y á los nobles reducir á los
sublevados. Para evitar nuevos peligros, desterró Don Jaime
de sus dominios velencianos á todos los musulmanes, á raíz de
la primera sublevación. La segunda no pudo verla terminada,
pues ocurrió poco antes de su muerte.
254. Conquista de Murcia y cruzada á Palestina.—Todavía
realizó Don Jaime, y con él los Estados de Cataluña y
Aragón, nuevas conquistas en territorios musulmanes. Al realizar
la del reino de Valencia, que se extendía hasta el término
de Biar, de común acuerdo Don Jaime y el rey de Castilla
fijaron como límite de los territorios c^talano-aragoneses el de
la región valenciana hasta el mencionado sitio de Biar. Las tierras
situadas más al S., aunque en poder de los musulmanes, se
reservaban á Castilla para cuando fuesen conquistadas. No obstante
tal condición, Don Jaime, ayudado por varios nobles aragoneses
y catalanes, emprendió en 1265 la conquista del reino
de Murcia, aunque no con intento de apropiárselo, sino de someterlo
al dominio del entonces rey de Castilla Alfonso X, sucesor
é hijo de Fernando III y yerno de Don Jaime (1). El reino
de Murcia se había declarado en 1241, mediante convenio con
Fernando III, vasallo de Castilla (§ 242), con obligación de
pagar la mitad de lo que producían las rentas públicas; pero
esto no bastaba á los monarcas cristianos, y se pensó en la conquista
definitiva. Comenzóla Don Jaime apoderándose de Elche
y Alicante, y á poco (1266) de la capital, Murcia, que se rindió
bajo la condición de permanecer todos los musulmanes en la
ciudad regidos por sus propias leyes, juzgados por sus jueces y
conservando las mezquitas. Don Jaime trajo al reino población
catalana y distribuyó las tierras entre los nobles que le habían
(1) ES decir, casado con una hija de Don Jaime, llamada Violante,
LUCHAS CON LA NOBLEZA 397
ayudado en la conquista, pero sometiéndola á la soberanía del
rey castellano.
No contento con esto, pensó Don Jaime poco después en realizar
una expedición á Palestina para conquistarla á los mahometanos.
Envió embajada al emperador de Constantinopla y al
kan ó emperador de los tártaros (pueblo de Asia que estaba en
guerra con los musulmanes), y ambos le prometieron ayuda.
Reunió tropas de Castilla, de la orden de Santiago y de
San Juan de Jerusalén, de Aragón y de Cataluña, y una armada
de 30 naves gruesas y 12 galeras, todas catalanas, con la que
salió á la mar en 4 de Septiembre de 1269. Una furiosa tormenta
que desbarató la ascuadra é hizo arribar con peligro la galera
del rey á las costas francesas, le hizo desistir de la expedición.
Sólo once buques llegaron á Palestina, y parte de las fuerzas
que llevaban quedaron en San Juan de Acre, plaza fuerte que
pertenecía á los cristianos, sirviendo de gran ayuda en la defensa
de la ciudad contra los musulmanes. Todavía proyectó
Don Jaime, en 1273, una nueva expedición contra los moros
españoles, para ayudar á su yerno Alfonso de Castilla; pero los
nobles catalanes se negaron á seguirle, alegando que no estaban
obligados á servir al rey castellano. En cambio, una armada
catalana, en alianza con el rey moro de Fez, atacó las costas de
Marruecos y se apoderó de Ceuta, incendiando los buques que
halló en el puerto.
255. Luchas con la nobleza.—Política del rey.—Don Jaime
había tenido que luchar en sus primeros años contra la
nobleza anárquica, con la cual, según hemos visto, hubo de
contemporizar, cediendo á menudo ante el peligro de alargar
indefinidamente las guerras civiles. Los nobles, en más de una
ocasión, obraban por cuenta propia, desatendiendo al rey, negándole
su concurso para la guerra, ó haciéndola por sí y ante
si. Nada de extraño tiene, pues, que, á medida que el rey iba
creciendo en poderío y en grandeza política, tratase de ir reduciendo
á la nobleza y cortándole los privilegios abusivos que
derivaban del régimen feudal. Ayudaban en estos propósitos
al rey los jurisconsultos que le rodeaban y que difundían por
entonces, según veremos en lugar oportuno, las ideas más
favorables al poder absoluto de los reyes. El rey y su hijo
?98 HISTORIA DE ESPANA
mayor Don Pedro, que ya intervenía en la gobernación de los
Estados, intentaron modificar algo la legislación y hacer cumplir
á los nobles con sus deberes. Esto produjo una guerra civil
del monarca contra los señores catalanes y aragoneses coaligados,
guerra que duró mucho tiempo y puso en grave aprieto á
Don Jaime. Suspendióse, en virtud de graves sucesos que ocurrían
en otras partes del reino: la sublevación de los moros
valencianos y la entrada de una nueva invasión musulmana que
amenazaba á Murcia. La atención general se dirigió hacia estos
peligros.
256. Muerte de Don Jaime.—Su carácter y condiciones
personales.—Don Jaime, según dijimos (§ 261), acudió á Valencia,
y esta fué su última campaña, pues habiendo enfermado
murió en 27 de Julio de 1276 (24 años después que Fernando
111 de Castilla) sin dejar terminada la guerra. El reino catalano-
aragonés le debe su engrandecimiento político en la
Península, base y preparación de su predominio en el Mediterráneo.
No desatendió Don Jaime, por el esplendor de las
conquistas, la organización interior de sus Estados. Ya hemos
visto lo que hizo por sujetar el espíritu anárquico de los señores
feudales. Celoso de sus prerrogativas y de su independencia,
se negó á enfeudar el reino al Papa, como lo había hecho
su padre y pedía ahora de nuevo el pontífice Gregorio X; sin
que esto impidiera que fuese Don Jaime altamente religioso,
como lo demuestran las fundaciones piadosas que hizo, la
proyectada expedición á Tierra Santa y otros hechos. Regularizó
la hacienda real, compiló varias leyes para mejor fijarlas y
conocerlas, fundó establecimientos de enseñanza, y él mismo,
literato notable, escribió versos y la Crónica de su reinado. En
la vida privada fué, sobre todo, sensual como su padre, dejando
muchos hijos ilegítimos; y aunque de condición magnánima,
por lo general, cometió actos de fiereza como el de mandar
arrancar la lengua al obispo de Gerona, por haber revelado al
Papa un secreto de confesión, según se cree generalmente, relativo
á los amores del rey con una señora llamada Doña Teresa
Gil de Vidaure.
En lo único que contradijo el rey su política de concentración
y engrandecimiento de sus Estados, fué en la división que
RAMON BERENGUER I 399
de ellos hizo al morir, dejando Aragón, Cataluña y Valencia á
su primogénito Pedro, y Baleares, con la soberanía del Mediodía
de Francia, al segundo, llamado Jaime. Con esto quedaron
divididos, aunque por breve tiempo, los dominios catalano-aragoneses.
CATALUÑA (I)
257. Precedentes.—Los condes de Barcelona pertenecientes
al período anterior, sucesores de Wifredo, hemos visto que
intervinieron provechosamente en las contiendas civiles de los
musulmanes de Córdoba y mantuvieron la independencia de
su territorio, á pesar de los ataques de Almanzor, que ocupó
por poco tiempo á Barcelona. Al finalizar el período, era conde
Berenguer Ramón I (io 18-1035), dominado por su madre y el
cual nada hizo por extender las fronteras de sus dominios, aunque
sí procuró organizar políticamente el país, otorgando ó reconociendo
fueros y libertades á los habitantes de Barcelona,
Olérdula, Panados, Vallés y otras poblaciones y comarcas. Por
entonces la casa condal de Barcelona reunía en sí los condados
de la capital y de Gerona, Ausona y Manresa, además de los territorios
conquistados al S. El condado de Urgel, que era independiente
(así como el de Ampurias, el de Peralada y Besalú),
luchaba en tanto contra los árabes, ensanchando sus límites.
Berenguer Ramón dio la última prueba de su ineptitud política
dividiendo sus dominios entre sus hijos y su segunda mujer.
Correspondió así: al primogénito Ramón Berenguer, los condados
de Gerona y Barcelona, hasta el Llobregat; á Sancho,
el territorio que va desde el Llobregat hasta las fronteras
musulmanas, con la ciudad de Olérdula; y á su segunda mujer
y á su otro hijo Guillem, el condado de Ausona.
258. Ramón Berenguer I (1035-1076).—Con este conde,
á quien más tarde llamaron el Viejo, no por su edad (pues suce-
(0 El nombre de Catalana (Catalaunia, Catalonia), con que hoy conocemos esta región,
no empezó á usarse hasta el siglo XI!. Antes de que prevaleciese ¿ste nombre de conjunto,
cada condado se designaoa por el suyo, distinguiéndose como más importante el de Barceona
y toda la región con el de Marca ó Marca hispánica.
400 HISTORIA DE ESPAÑA
dio á su padre á los once años), sino en concepto de primero ó
más antiguo en relación á otros condes sucesores, comienza la
era del engrandecimiento territorial y político de Cataluña.
Los primeros años de su reinado los ocupó en luchar contra su
abuela Ermesindis, que encerrada en Gerona detentaba á favor
suyo la mayor parte de los territorios catalanes. Ramón Berenguer
procuró atraerse á los nobles, consiguiendo que le
firmasen escrituras de reconocimiento de fidelidad y ayuda, y
anulando la influencia de su abuela hasta recuperar todos los
condados y ciudades que fueron de su padre Berenguer Ramón.
Dos elementos concurrieron á realizar el pensamiento político
y patriótico del conde. Fué uno la guerra contra los
árabes, hecha principalmente por nobles llenos de valor y ardimiento,
que conquistaban pueblos y castillos de los moros,
obteniendo luego de los condes la concesión de lo conquistado.
Donde más hubieron de ensancharse las fronteras por este
medio, fué en el O., llegando las armas catalanas hasta Barbastro.
Por el S., la influencia política de Ramón Berenguer fué
tanta que, no obstante hallarse todavía en poder de los musulmanes
las plazas de Tarragona y Tortosa, así como las de
Denia y las islas Baleares, los prelados cristianos de alguna
de estas ciudades concurrían libremente á Barcelona, y á una
de las iglesias de esta población se consideraban sujetos (preceptuándolo
así los reyezuelos y gobernadores mahometanos)
todos los fieles de aquellas poblaciones é islas. Muchos reyes
musulmanes próximos, incluso el de Zaragoza, pagaban tributo,
sin duda para evitar que se les hiciera la guerra.
El segundo de los elementos de que se aprovechó Ramón Berenguerfueron
sus relaciones defamilia con la alta nobleza del S.
de las Galias. Dos de sus mujeres, Isabel y Almodis, pertenecían
á aquella clase (la segunda, era hija del conde de la Marca del
Limousin), y no sólo estaban entroncadas con los linajes de todos
los Estados de aquella región, sino que poseían derechos
hereditarios en muchos de ellos. De este modo empezó á relacionarse
estrechamente la casa condal de Barcelona con las del
Mediodía de las Galias, echando las bases de aquel dominio
ultrapirenaico de Cataluña que tantas graves consecuencias
LIMITES DEL DOMINIO DE LA CASA DE BARCELONA 40 I
políticas produjo (§ 251). Por su parte, Ramón Berenguer procuró
adquirir feudos comprándolos, y extendió así de un modo
positivo su poder en la mencionada región francesa.
259. Los Usatges.—La expedición á Murcia.—En su constitución
interior, Cataluña, más bien que un Estado unitario,
era una verdadera confederación de condados bajo la supremacía
del de Barcelona, y en ella el régimen feudal, no sólo
mantenía cierta independencia en sus elementos varios, sino
que había producido multitud de reglas jurídicas diferentes
de las que rigieran en tiempos anteriores. En el interés de los
condes y de la nobleza estaba que esas reglas, especialmente
en ío que les favorecía, se fijasen, se redujesen á escrito y fuesen
solemnemente reconocidas por todos como legislación común.
Esto es lo que se hizo mediante una reunión de los principales
señores y jueces que formaban la Cort ó consejo del
conde y que se celebró en Barcelona bajo la presidencia de
Ramón Berenguer. El resultado de esta asamblea fué redactar
una compilación ó libro, en gran parte de costumbres legales,
que por eso se llamó Usáticos ó Lex usuaria, en latín, y luego
Usatges, cuando se tradujo al catalán. En esta compilación, de
que trataremos especialmente en lugar oportuno, lo principal
eran las leyes referentes á los señores feudales y á su relación
con los inferiores y con el conde de Barcelona, cuya autoridad
realza.
Los últimos días del gobierno de Ramón Berenguer I viéronse
amargados por el asesinato de su segunda mujer Almodis,
cometido por Pedro Ramón, hijo de anterior matrimonio.
Para ahogar estas penas, emprendió el conde una expedición
guerrera á territorio de Murcia, con mala fortuna, pues fué
derrotado y tuvo que volverse á Barcelona (1074), donde murió
dos años después (1076) á los 52 de edad.
260. Límites del dominio de la casa de Barcelona.—Del
testamento de Ramón Berenguer I, en que dejó el gobierno de
sus dominios pro indiviso á sus dos hijos Ramón Berenguer II y
Berenguer Ramón II, se viene en conocimiento de que á su
muerte (es decir, á fines del siglo χι: 1076) pertenecían á la
casa de Barcelona los siguientes territorios: condados de Barcelona,
Gerona, Manresa, Ausona, Carcasona y otros; las tie402
HISTORIA DE ESPAÑA
rras de Panadés; el castillo de Laurag con todas sus pertenencias,
y diversos lugares en el condado de Tolosa, en Manerbes,
Narbona, Comenge, Sabert y en los Estados del conde de,
Foix; es decir, que la dominación de los condes se extendía
casi tanto por el lado de las Galias como por el lado de España.
Cítase también en el testamento la ciudad de Tarragona hasta
Tortosa y el Ebro; pero sábese de seguro que estos territorios
permanecían aún, entonces, en poder de los musulmanes.
Quizá tendría sobre ellos derechos de soberanía Ramón Berenguer,
mediante pactos con los jefes mahometanos en los
términos antes dichos (§ 258).
261. Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II.—Los
dos hermanos sucesores en el gobierno condal, vivieron en
gran desavenencia desde un principio; hasta el punto que, no
obstante haberles dejado su padre la herencia pro indiviso, ellos
la dividieron, adjudicándose cada uno la mitad de los territorios
condales. Estos disturbios de familia, terminaron con el
asesinato de Ramón Berenguer (llamado vulgarmente Cap d'estopes,
por su rubia y ensortijada cabellera), atribuido por la
voz popular á su hermano, aunque hay hechos históricos que
permiten ponerlo en duda. Quedó como único conde Berenguer
Ramón II, que guerreó contra el rey moro de Zaragoza y su
aliado el Cid (§ 229), el cual venció por dos veces al conde,
haciéndolo prisionero en. ambas y devolviéndole la libertad
luego. Poco después, en 1091, hizo Berenguer Ramón una incursión
militar por el campo de Tarragona, apoderándose, según
se cree, de la ciudad, puesto que consta hizo donación de ella
y su campo, como si le perteneciesen, á la Iglesia de Roma.
Los últimos años del gobierno de Berenguer Ramón están
llenos de lagunas y obscuridades para la historia. En 1097 se
pierde el rastro de los hechos referentes á este conde. Se supone,
bajo la fe de un documento posterior en un siglo, que
algunos nobles catalanes lo emplazaron delante de Alfonso VI
de Castilla para celebrar duelo judicial, acusándolo de la muerte
de Ramón Berenguer II, y que en este duelo fué vencido y
declaró su crimen; pero no es seguro este testimonio. Otro documento
dice que el conde murió en Jerusalén, donde quizá
había ido en calidad de cruzado.
ENGRANDECIMIENTO TERRITORIAL DEL CONDADO 403
262. Engrandecimiento territorial del condado.—Conquistas
marítimas.—Con la desaparición de Berenguer Ramón
Π, hereda el condado Ramón Berenguer III, hijo del asesinado
Cap d'estopes, de quince años de edad. Su parentesco
con otros condes y sus casamientos le proporcionaron aumentos
importantes en sus dominios, pues en u n heredó el condado
de Besalú, en 1117 el de Cerdaña, y en 1112 le trajo
en dote su mujer Dolsa el de Provenza, que ocupaba el SE.
de las Galias, hasta Niza: es decir, todo el país en que se hablaba
la lengua d'Oc ó lemosín, de que el catalán es una forma.
De este modo Ramón Berenguer III se vio dueño de casi todo
el territorio del Principado de Cataluña (excepto los condados
de Urgel, de Ampurias, de Peralada) y de gran parte del Mediodía
de las Galias. Pocos años después (en 112 3) logró que el
conde de Ampurias se declarase vasallo suyo, con lo cual sólo
dos quedaban como independientes. Cumplióse con esto un
cambio notable en la constitución política de la región catalana.
Sin guerras civiles, los antiguos condados creados por
Ludovíco habían ido desapareciendo absorbidos por el de Barcelona
(el único que en el siglo xn conservaba su antigua fisonomía
era el de Peralada), creándose así un poder unitario de
gran fuerza. La importancia de esta transformación pacífica es
considerable, y se comprenderá mejor teniendo en cuenta lo
azaroso de los tiempos.
No se limitó Ramón Berenguer III á esperar de la herencia
y de los matrimonios el engrandecimiento de sus Estados.
En 1106, aliado con el de Urgel, combatió á los moros y conquistó
la villa de Balaguer, con sus castillos; en u 15, ayudado
por la república italiana de Pisa, que tenía gran marina, desembarcó
en Ibiza y Mallorca, aunque no para ocuparlas, sino
para cobrar tributos y obtener vasallaje-del walí musulmán; poco
después verifica, también ayudado por los písanos, una excursión
militar á Valencia y otras á tierras de Lérida y Tortosa,
aunque no se apoderó de estas dos poblaciones. Los almorávides
invadieron por dos veces el territorio, llegando á sitiar á
Barcelona; pero fueron derrotados en Martorell (1114) y en el
llano de aquella ciudad (u 15). En 113! murió el conde, dejando
afirmado el poderío terrestre y marítimo del condado y
404 HISTORIA DE ESPAÍiA
establecidas las relaciones comerciales y diplomáticas con las
repúblicas italianas, famosas por aquel entonces.
263. Ramón Berenguer IV.—Nuevas conquistas y unión
con Aragón.—Ramón Berenguer III dejó dos hijos, entre los
cuales distribuyó sus Estados, dando á uno (Ramón Berenguer
IV) el condado de Barcelona, y al otro (Berenguer Ramón)
el de Provenza y demás tierras de las Galias. El conde
de Barcelona (i 131.-1162) fué guerrero como su padre. Con él
pactó alianza, mediante pago de tributo por cuatro años, el reyezuelo
de Murcia y Valencia Abenmerdanix ó Lobo (114672),
que para contrarrestar el empuje de los almohades (§ 222) y
mantener la independencia del reino musulmán, se unió constantemente
á los reyes cristianos, siendo en rigor un vasallo
de éstos y de las repúblicas italianas, con quienes también
pactó. Concurrió Ramón Berenguer á la conquista de Almería,
ayudando á Alfonso VII de Castilla; se apoderó definitivamente
de Tortosa, Lérida, Fraga y Mequinenza (pertenecientes al rey
Lobo), asegurando así la frontera del S.; guerreó en Provenza,
ayudando á su hermano y á un hijo de éste; luego, contra la
casa feudal de los Baus ó Baucis, que alegaba derechos á
aquel condado, y á la cual venció al fin, y contra el conde
de Tolosa. Estas guerras, aunque no aumentaron directamente
los dominios del conde de Barcelona, le dieron gran importancia
política en aquellas regiones.
En 1150 casó Ramón Berenguer con Petronila, hija del rey
de Aragón Ramiro II (§ 246), con lo cual quedó realizada la
unión personal de aquel reino y el condado de Barcelona. A
la muerte del conde, 12 años después (1162), heredó sus Estados
catalanes el hijo de aquel matrimonio, Ramón, que cambió
su nombre por el de Alfonso (§ 247). El condado de Cerdaña,
el señorío de Carcasona y los derechos sobre Narbona, los
legó á su otro hijo Pedro. En 1164, por renuncia de su madre
Petronila á la corona de Aragón, Alfonso reunió en sí ambas
soberanías.
NAVARRA
264. Los descendientes de Sancho el Mayor.—El testamento
de Sancho III quebrantó, como sabemos ya, la prepon:
NAVARRA FEUDATARIA DE FRANCIA 405
derancia política de Navarra en los territorios cristianos. Al
frente del reino puramente navarro, quedó García, hijo primogénito
de Sancho. García murió víctima de su ambición, en la
batalla de Atapuerca, ganada por su hermano Fernando de Castilla
(§ 225). Sucedióle su hijo Sancho IV, que procuró extender
por el SO. las fronteras, guerreando contra el rey musulmán
de Zaragoza. Asesinado por un hermano suyo bastardo, Ramón,
en Pefialén, los navarros (como ya dijimos), para que no
ocupase el trono el fratricida y para evitar que Alfonso VI de
Castilla se apoderase del país, ofrecieron la corona al rey
de Aragón, que era también de la familia de Sancho el Mayor, y
continuaron unidos con aquel reino desde 1076 á 1134 (§ 244),
bajo Sancho Ramírez, Pedro I y Alfonso I.
A la muerte de Alfonso I, se rompió la unión de navarros y
aragoneses (§ 24o). Fué elegido rey de los primeros García
Ramón II, nieto de Sancho IV, cuyo reinado (1134-1150)56
pasó en continua lucha con Aragón, que había crecido mucho
en importancia, y con Castilla, que le disputaba la posesión de
los territorios del Ebro (Rioja). Estas luchas terminaron con su
hijo Sancho VI el Sabio, por mediación del rey de Inglaterra
(cuyas relaciones con Castilla conocemos ya), quien hizo, entre
navarros y castellanos, una división de la Rioja que unos y
otros aceptaron. Entonces Sancho VI se dedicó á la organización
interior del reino, dando fuero á varias ciudades, fomentando
el comercio y el bienestar del país. Las luchas con Aragón
y Castilla se reprodujeron, no obstante, al heredar el trono
el hijo de Sancho VI, Sancho VII el Fuerte, quien para contrarrestar
el poder de sus enemigos pactó alianza con los almohades,
á cuyo fin pasó al África, donde permaneció varios años.
A la vuelta á España, cambiaron las cosas, y Sancho VII se unió
al rey de Castilla para rechazar á los almohades, contribuyendo
no poco á la victoria de las Navas. Al morir, sin hijos, dejó su
corona al rey de Aragón, Don Jaime.
265. Navarra feudataria de Francia.—Los navarros resistieron
cumplir esta voluntad de Sancho, por no querer unirse á
Aragón, y Don Jaime no hizo tampoco valer su derecho, dejándoles
que eligiesen rey propio. Fijáronse en un sobrino de
Sancho VII, Teobaldo, que era conde de Champaña y vasallo,
1 26
4o6 HISTORIA DE ESPAÑA
por esto, del rey de Francia (1234). Desde esta fecha comienza
á perder la historia de Navarra interés para España, alejada
como estuvo, por muchísimos años, de la marcha de la política
peninsular y de sus cuestiones principales. La casa de Champaña
reinó hasta 1285, con Teobaldo I y II, Enrique I y Juana I.
Teobaldo I, desconociendo las instituciones y carácter del pueblo
navarro, promovió muchos conflictos políticos y terminó sus
días lejos del reino, en Palestina, formando parte de la sexta
cruzada. Su hijo Teobaldo II, casado con una hija del rey de
Francia, San Luis, acompañó á éste en sus dos cruzadas, muriendo
también lejos de sus Estados; y Enrique I, regente del
reino durante la ausencia de Teobaldo, ciñó la corona sólo
cuatro años, dejando al morir (1274) una niña llamada Juana 1,
que fué reconocida heredera del trono. La minoridad de Juana
fué turbulenta, como lo eran entonces casi todas las minoridades
reales, hasta que su madre la puso bajo la tutela del rey de
Francia, Felipe III, quien la desposó luego con su hijo y sucesor
Felipe IV. De este modo desapareció Navarra, á fines
del siglo xni, como reino independiente, siendo por algunos
años simple dependencia de los reyes franceses.
2.—ORGANIZACIÓN SOCIAL·, POLÍTICA Y ADMINISTRATIVA
(SIGLOS XI AI- Xill)
Los ESTADOS MUSULMANES
266. La forma de gobierno.—Aunque pudiera parecer á
primera vista que la destrucción del califato y los sucesivos
cambios de dominación que ocurrieron hasta el siglo xui en la
España musulmana, habían de traer grandes variaciones en
la organización política interna, no fué así en el fondo. Verdad
es que se rompió la unidad del Estado árabe; que, por lo tanto,
la división territorial y la jerarquía de funcionarios se trastornó
por completo, y las leyes generales de la administración que
ligaban las diferentes partes del extenso imperio de los califas,
dejaron de producir sus efectos. Pero los reyes de Taifas, lo
mismo que los emperadores almorávides y almohades, continuaron
la tradición monárquico absolutista de los califas, agraLA
FORMA DE GOBIERNO 407
vandola, si acaso, con mayor y más entero despotismo. Aun los
mismos gobiernos que con título de republicanos se formaron
(en Córdoba y Sevilla, v. gr.), ya hemos visto cuan pronto
degeneraron en monarquías absolutas; aparte ser ellos mismos,
antes de esta variación, meras ficciones tras de las cuales dirigía
á su voluntad los negocios públicos un solo hombre, bastante
astuto para ocultar sus propósitos.
En punto á los elementos sociales que intervenían en la política,
la constitución de tos reinos de Taifas pareció favorecer en
un principio la restauración de la aristocracia árabe; pero lo
mermado de ésta y la lucha terrible sostenida por los elementos
berberiscos y eslavos, que eran los más numerosos, produjo
según vimos la destrucción de aquélla y, al cabo, la anulación
del elemento árabe. El pueblo, aunque pareció tener en algunos
momentos cierto poder, en realidad no tuvo ninguno, siendo
puramente nominales las democracias de algunas grandes ciudades.
El despotismo de los Abbaditas de Sevilla, de los
Hammuditas y de los emperadores africanos, no sólo impedía
toda representación popular, sino que perjudicó á la libertad
de los individuos y á la seguridad de vidas y haciendas. La
filantropía democrática y la simpatía hacia el pueblo que demostró
algún rey (como Idris II), no influían para nada en la
esfera política, ni modificaban lo más mínimo el sistema absolutista
dominante.
Con los almohades, España perdió su autonomía, convirtiéndose
en una provincia del Imperio africano. El centro del poder
estaba en Africa,^ aquí gobernaban, en nombre del emperador,
jefes á la vez políticos y militares; hasta que se formaron otra
vez reinecillos independientes, que las conquistas de Fernando
III y Jaime I redujeron al de Granada.
En los cargos políticos y administrativos se produjo un
rebajamiento correspondiente á la disgregación del Estado. En
cada reino independiente se reprodujeron las autoridades de
Córdoba en menor escala: así, el alcaide ó general en jefe,
se convirtió en gobernador de fortalezas; el juez único de las
Injusticias se multiplicó; los wizires ó alguacires (ministros) se
multiplicaron también, y, á veces (por elevarse á rey independiente
un cadí), se confundieron con los ejecutores ó alguaciles
4o8 HISTORIA DE ESPAÑA
de juzgados; los cadies juntaron en sí atribuciones judiciales,
políticas y administrativas, como los alcaldes cristianos (sucesores
de los judex), á quienes comunicaron el nombre en muchas
partes ya en el siglo xn, etc. El soberano tomó el título de
sultán, no el de califa.
267. Ceremonial regio.—El propio Idris II, no obstante su
democracia, era en su corte altamente fastuoso y llevaba la etiqueta
al último extremo. A los Hammuditas (á cuya rama pertenecía)
se les consideraba, por su cualidad de descendientes del
yerno de Mahoma, como unos semidioses. «Para mantener una
ilusión tan favorable á su autoridad—dice un historiador—se
presentaban rara vez en público, y se rodeaban de una especie
de misterio. El mismo Idris, á pesar de la sencillez de sus aficiones,
no se separó del ceremonial establecido por sus predecesores:
una cortina le ocultaba á la vista de los que le hablaban»,
y rara vez llegaban éstos á contemplar cara á cara al soberano.
Los reyes de Taifas atesoraron grandes riquezas y habitaban
palacios lujosísimos. El de Zohair, de Almería, estaba «amueblado
con magnificencia y atestado de sirvientes; tenía quinientas
cantadoras, todas de extrema belleza». Cuando los almorávides
entraron en Granada, hallaron en el palacio del rey Badis
«riquezas inmensas, prodigiosas, innumerables; las cámaras
estaban adornadas con esteras, tapices y cortinajes de un inmenso
valor; por doquiera esmeraldas, rubíes, diamantes, perlas,
vasos de cristal, de plata y oro deslumhraban la vista.
Había especialmente una capillita compuesta de 400 perlas·,
cada una de las cuales fué valuada en cien ducados». El rey de
Sevilla no era menos rico, y estas riquezas les ayudaban á sostener
su absolutismo semidivino.
268. Clases sociales musulmanas.—La más importante
variación que en esto se produjo fué la anulación del elemento
árabe y la preponderancia del africano (beréber) y de los renegados
europeos (eslavos), preparada ya en los últimos tiempos
del califato. La influencia que este hecho produjo sobre las
costumbres, el tipo social y hasta los sentimientos religiosos de
la masa, debió ser grande, aunque no se conozca hoy detalladamente.
Los árabes puros, según llevamos dicho, llegaron á no
atreverse ni aun á declarar su origen. La antigua aristocracia
LOS JUDÍOS 409
desapareció por entero, sustituyéndola la nueva nobleza militar.
El clero tuvo momentáneamente cierta preponderancia social,
pero duró bien poco; y la población, cada vez más mezclada
de elementos extraños, renegados en su mayor parte, iba perdiendo
sus caracteres propios y los sentimientos que la caracterizaban
antes. Abundaban los esclavos cristianos hechos cautivos,
por lo cual los reyes españoles procuraron á menudo su
rescate en los tratados de esta época.
269. La distribución de la propiedad.—Otra causa notable
de disolución social fué la desigualdad económica, acentuada
desde los últimos tiempos del califato por la formación de
grandes latifundios ó propiedades territoriales, con detrimento
de las explotaciones agrícolas menores, que la guerra dificultaba
también y que las conquistas de los cristianos, en los siglos xn
y xiii, fueron reduciendo muy de. prisa. Como ejemplo de latifundio
se pueden citar el del cadí de Sevilla (§ 2 18), que poseía
la tercera parte del término de aquella gran ciudad, y el del
rey de Murcia Abu Abderramán-lbn-Tahir, á quien pertenecía la
mitad del territorio de su reino. Las grandes riquezas muebles
que poseían los reyes (§ 267) significaban por sí una concentración
grande de la riqueza pública. Las contribuciones que pesaban
sobre el pueblo fueron aumentándose, hasta el punto de hacer
imposible la vida; y si al comienzo de la dominación almorávid
hubo un período en que se rebajaron aquéllas y se gozó de
algún bienestar público, esta ventaja duró poco tiempo (§ 221).
270. Los judíos.—Sabemos la gran importancia que en el
mundo musulmán tenían los mozárabes y los judíos. Éstos conservaron,
con ligeras variantes, al comienzo de la época que
nos ocupa, la posición social que ocupaban durante el califato.
Patrocinados por los reyes de Taifas, intervenían en la política,
llegando algunos á ministros (como Samuel-Ibn-Nagrela, que
lo fué del rey de Granada) y pesando su influencia como colectividad
en las guerras civiles. Eran también los intermediarios
obligados entre cristianos y musulmanes en los tratados,
conferencias y demás relaciones diplomáticas; formaban parte
del ejército y, en fin, por su cultura en las ciencias, no sólo se
les consideraba mucho, sino que influyeron sobre los autores
musulmanes, según veremos en el lugar oportuno. En las ciudades principales, su número era considerable, y aun había algunas, como Lucena, compuesta exclusivamente de judíos. El comercio, á que se dedicaban principalmente, les había dado grandes riquezas.
Semejante ventajosa posición tuvo un eclipse de importancia
al comienzo de la dominación almorávid. Los sacerdotes musulmanes
y el pueblo fanático, no obstante la protección de
los reyes á los judíos, y quizá por ella misma, aprovechaban
todas las ocasiones para perjudicar á aquella raza. Así lo habían
hecho años antes (1066) en Granada, después de muerto
Samuel y siendo ministro el hijo de éste, Joseph. Kl demasiado
favor que Joseph concedió á sus compatricios, junto con otras
circunstancias políticas, excitó á los fanáticos. El ministro fué
muerto por la soldadesca y 500 familias judías perecieron,
siendo arrasadas sus casas. Como consecuencia de esto, todos
los judíos del reino de Granada tuvieron que vender sus bienes
y emigrar á los otros Estados andaluces. Cuando vencieron
los almorávides, algunos individuos del clero, aprovechando el
favor que gozaban con Yúsuf, trataron de hacer daño á los
judíos. El emperador, excitado por ellos, según se cree, y dirigiendo
su vista, sin duda, á las riquezas de los israelitas, dio
orden á todos los de Lucena para que se hiciesen musulmanes;
pero esta orden se revocó, evitándose también otras persecuciones,
mediante el pago de fuertes sumas en dinero.
No obstante aquel ataque, los soberanos almorávides tuvieron
algunos ministros judíos y escogieron de entre ellos sus
médicos y astrólogos. Los almohades repitieron la persecución,
pero con más dureza, disolviendo comunidades importantes
como la de Lucena, obligando á los judíos á que abrazasen el
mahometismo ó expulsándolos, tanto en España como en Marruecos
(i 146), y prohibiendo el matrimonio de los conversos
con los musulmanes de raza. Merced á esta política, gran número
de ellos—entre los cuales había hombres ilustres—emigraron
á Castilla, donde fueron bien acogidos.
271. Los mozárabes.—Si la consideración social de los
judíos varió mucho en esta época, lo mismo hubo de suceder con
la de los mozárabes. El odio que el clero musulmán y el populacho
sentían hacia ellos, fué aumentándose día por día; y aunque
l.OS MOZÁRABES 4 I I
en algunos reinos de Taifas aparecen influyendo mucho en el
gobierno individuos mozárabes, produjéronse vejaciones que
se agravaron á fines del siglo xi con el emperador Yúsuf, quien,
movido por los alfaquíes, hizo destruir una iglesia antigua en la
ciudad de Granada, de construcción visigoda al parecer. Los
mozárabes ayudaron mucho á la reconquista, y los de Granada,
según vimos, llamaron al rey de Aragón Alfonso I (§ 245), el
cual se llevó consigo 10,000 de ellos; pero los que quedaron en
territorio musulmán fueron, en venganza, privados de sus bienes,
algunos muertos ó presos y la mayoría trasladados al África
(1126). Once años más tarde (1137) se hizo nueva deportación
de mozárabes. Los que quedaron en Granada viéronse
luego protegidos por algunos príncipes, y se multiplicaron;
mas, á lo que se cree, la mayoría de ellos pereció en una
batalla dada en 1164.
No debe entenderse por esto que la política de los almorávides
fuese de constante y aguda intolerancia. Por el contrario,
parece que una de las razones del descontento de los musulmanes
españoles (causa de las sublevaciones que ya relatamos:
§ 222) fué la protección concedida por Ali y Texufín á los
cristianos que figuraban en el ejército almorávid y que continuaron
figurando en él por mucho tiempo. Más intolerantes
fueron los almohades, quienes en 1146 expulsaron á muchos
mozárabes (particularmente de Marruecos) que no quisieron
abjurar, y demolieron sus iglesias. Refugiáronse no pocos en
los territorios de Castilla, y entre ellos, obispos de África y de
Andalucía, que vivieron en Toledo. Quedaron, no obstante, algunos
grupos de población cristiana en territorio musulmán,
como lo demuestra el hecho de haber persistido en Valencia,
hasta poco antes de la entrada en ella de Don Jaime, una iglesia
(la de San Vicente) abierta al culto.
Avanzaban entretanto las conquistas de los reinos cristianos.
En 1085 fué tomada Toledo y á comienzos del siglo xm empezaron
las grandes expediciones de Fernando III. Con esto, se
hacía más difícil la vida de los mozárabes en los territorios
mahometanos, por la violencia de la lucha; pero también se
ofrecía ocasión para que no pocos se acogieran á las plazas cristianas,
en las que vivieron según diremos en el lugar oportuno.
412 HISTORIA DE ESPANA
LEÓN Y CASTILLA
272. Clases sociales.—En el período que va desde el siglo
xi al xiii se producen en los reinos de León y Castilla cambios
y novedades de gran importancia en las clases sociales. Se
acentúan de un lado ciertos rasgos de independencia en la
clase nobiliaria respecto del poder real y se plantea claramente
la lucha política entre la aristocracia y los reyes; de otra parte,
se renueva la misma clase aristocrática con la creación de caballeros
de distinto origen; avanzan en el camino de su libertad,
hasta conseguirla casi por entero, las clases serviles; se desarrollan
los concejos llegando á ser una fuerza política y robusteciendo
la clase media, de que proceden los letrados ó jurisconsultos,
arma de guerra de los reyes contra los nobles, y finalmente se
producen nuevas clases como consecuencia de la conquista de
territorios mahometanos y de la mayor afluencia de extranjeros
á las tierras del C. y O. de España. El clero católico, por su
parte, continúa y amplía sus privilegios como clase, si bien el
elemento popular comienza á pedir y á iniciar la igualdad jurídica,
especialmente en el orden contributivo y en el del fuero
judicial.
273. Los nobles.—Siguen siendo la clase privilegiada por
excelencia. Algunos de ellos, que han reunido grandes riquezas
por el favor de los reyes, la guerra ó los enlaces matrimoniales,
constituyen el núcleo de casas nobiliarias poderosas, que á veces
se atreven á luchar con el mismo rey. No llegaron nunca,
sin embargo, á establecer el régimen feudal, á la manera que
existía en otros países (§ 210), no obstante las influencias extranjeras
que pesaron desde la venida á Castilla de los cluniacenses
y, sobre todo, la conquista de Toledo. Sin embargo, el
condado de Portugal se dio en feudo, y los documentes de la
época hablan con frecuencia de vasallaje y vasallos. Los reyes concedían
á los nobles, ya para sosegar sus alborotos, ya para premiar
sus servicios en la guerra, bien tierras pobladas de siervos
cultivadores, bien villas, lugares y castillos, haciendo estas donaciones,
unas veces sin limitación alguna, reservándose sólo el
rey los derechos esenciales de la soberanía; otras, concediendo
LOS NOBLES 4i 3
al donatario la jurisdicción sobre sus vasallos; otras, eximiendo
á sus tierras y pobladores de tributos; otras, en fin, sin esta
exención. También á menudo confiaban los reyes sus fortalezas
y castillos á nobles, mediante juramento de obediencia y fide
lidad, es decir, obligándose el noble á guardar, defender y restituir
el castillo ó villa murada que se le encomendaba; lo cual
ponía en manos de la nobleza, cuando se sublevaba, la mayor
parte de los lugares fuertes del reino. Además de esto, continuaba
la anárquica costumbre de las guerras privadas entre
¡os magnates (si bien los reyes trataron siempre de reprimirlas)
y el duelo entre hijodalgos para vengar las ofensas. Los nobles
podían desnaturarse y se desnaturaron con frecuencia (v. gr. el
Cid); pero el rey tenía facultad de desterrarlos y confiscarles
los bienes en casos graves. El monarca continúa siendo teóricamente
el centro del poder, á quien competen en exclusiva los
atributos fundamentales de éste (justicia, legislación, guerra,
moneda), nombrando él los funcionarios judiciales y administrativos.
Los privilegios nobiliarios de otro orden, como el de exención
de tributos, forma de ir á la guerra, etc., continuaron
como en el período anterior.
La nobleza de segunda clase (milites, infanzones, etc.) creció
grandemente (sobre todo en algunas regiones, como Galicia)
desde el siglo xii, tomando en esta fecha el nombre de
fijosdalgo, equivalente, en sentido estricto, al antiguo de infanzones,
y también, en sentido lato, á persona noble de linaje. Al
hijo de noble que no había recibido aún las armas, se le llama
escudero. Los nobles de primer grado ó superior categoría, llevan
el nombre de Ricos-hombres (expresado en documentos de
fines del siglo xn) y comprenden, tanto á los condes (de mandatión
ó de palacio), como á las potestades, denominación que aparece
ya en documentos del siglo χ y que en los del xn designa
con claridad á todos los funcionarios superiores que no son
condes. Los infanzones dependían muy directamente del rey, estaban
exentos de la jurisdicción señorial y podían hasta tener
tierras en honor, es decir, con jurisdicción.
Como ya indicamos (§ 192), había caballeros que no procedían
de la nobleza, sino de la clase popular libre, es decir, de la
4'4 HISTORIA DE ESPAÑA
clase media de los concejos ó ciudades (caballeros de villa ó de
collaciones). Se consideraron como tales, todos los que mantenían
caballo de silla para la guerra, dándoles el honor y título
mencionado, exceptuándoles de tributos, concediéndoles con el
tiempo la exclusiva de los oficios y ministerios públicos del
concejo (portiellos) y privilegios especiales en punto á las penas.
Formaban, pues, como una segunda nobleza, ó una aristocracia
dentro del elemento plebeyo de los concejos, distinguiéndose
claramente de los infanzones, que se llamaban también milites
nobiles. Los reyes favorecieron á esta clase, como se ve, por
ejemplo, en el fuero que otorgó Alfonso VII á los vecinos de
Toledo «que quien quisiese cavalgar, cavalgase y entrase en las
costumbres, de los caballeros»; con lo que un labrador ó un
industrial podían ennoblecerse fácilmente. Se comprende bien
que fuese así en aquellos tiempos en que la guerra constante
hacía tan necesario el elemento militar, cuyo aumento importaba
favorecer á toda costa..
En lo que no hubo variación fué en las costumbres anárquicas
y contra derecho de los nobles de la clase superior, los que
poseían castillos y numerosos guerreros. El conde de Monterroso,
Don Munio Peláez (i 121), desde su castillo situado á
las márgenes del Iso (Galicia) asaltaba y desvalijaba á mansalva
á los viajeros; el conde Don Fernando Pérez hacía lo propio
desde su castillo de Raneta; el conde Don García Pérez (1130)
asaltaba a los comerciantes de Inglaterra y Lorena que iban á
Santiago, robándoles la enorme suma de 22,000 marcos de
plata, ó sea 176,000 duros de nuestra moneda actual. Contra
tales desmanes—frecuentísimos, no sólo en Galicia, sino en todo
el territorio leonés-castellano,—acudieron á veces los reyes, y
con más frecuecía las milicias concejiles y algunos señores
eclesiásticos, como los arzobispos de Santiago, quienes, entre
Otros casos, castigaron el conde Don Fernando Pérez asaltando
el castillo de Raneta al frente de la milicia de Compostela y
arrasando por completo sus muros.
274. El clero.—Aparte de su especial representación en el
orden religioso, el clero formaba una clase social muy influyente
y poderosa. Lo era indirectamente, merced á su cultura, por lo
general superior á la de los hombres civiles; á sü intervenEL
CLERO 4>5
ción en las discordias políticas y guerras intestinas, procurando
calmar los ánimos y restablecer la concordia, aunque no faltasen
prelados turbulentos, como el arzobispo Gelmírez, que la
perturbaran; á su esfuerzo en punto á la repoblación de los
campos γ el cultivo de éstos, que impulsaron en gran manera
los monjes. Directamente, lo era merced á los señoríos de que
gozaba (§ 199), y que solían ser menos duros que los de los
nobles para las clases serviles; á los muchos libertos que recibía
(§ 195) y á las inmunidades personales y reales de que
gozaba y cuyos precedentes vimos ya en las épocas romana
y visigoda.
La inmunidad personal, ó sea la exención de la jurisdicción
ordinaria, no fué igual en todos tiempos, á pesar de existir en
principio formulada por el Concilio IV de Toledo. Comenzó
por casos particulares, mercedes especialísimas de los reyes á
los clérigos de determinada iglesia ó á los monjes de tal monasterio,
y con el mismo carácter siguió hasta fines del siglo xin
en que se hizo medida general para todos los clérigos y
monjes. Sucedió con este privilegio lo que suele ocurrir con
todos; que á su sombra se cometieron muchos abusos, acogiéndose
á él personas que, por escapar de la jurisdicción de los
reyes, vistieron sin vocación, y con falsedad á menudo, el traje
talar; y así, quedaron impunes no pocas fechorías. Contra esto
clamaron más de una vez las Cortes.
La inmunidad real, ó sea la referente á los bienes, también
iniciada en el Concilio IV de Toledo, consistía, ora en los privilegios
que acompañaban á las donaciones de tierras y villas, hechas
por los reyes y los particulares, ora en la exención (y esto
era lo más importante) de pechos y tributos, por los bienes adquiridos.
Así, Alfonso VIH eximió á los prelados y clérigos de Castilla
y á sus cosas (y en especial al clero de Palència) de todo pecho;
y Alfonso IX, en las Cortes de León de 1 208, les dispensó
de peaje, pedido, portazgo y otros tributos; si bien previno en
otras Cortes anteriores que «las cosas, bienes y posesiones vendidas
ó dejadas á iglesias, monasterios ó al clero, lleven siempre
consigo las mismas libertades, derechos y cargas que tenían antes,
y que por semejantes donaciones, ventas y enajenaciones, no
perdiese el rey cosa alguna de su derecho»: con lo cual quiso
4-1 ó HISTORIA DE ESPANA
evitar que, siendo tan numerosas como eran las donaciones y
ventas á las iglesias y monasterios, disminuyesen considerablemente
los tributos que servían para nutrir el Tesoro público.
Este peligro había sido ya advertido por Alfonso VII, quien
en π 38 ordenó que «ningún heredamiento corra á los fijosdalgo
ni á monasterio alguno»; y por Alfonso VIII, que en el fuero de
Cuenca estableció no pudiese nadie vender bienes raíces á clérigos
ni monjes, prohibición que se reprodujo en otros fueros.
Las Cortes también pidieron repetidas veces que se impidiese
el pase de las propiedades á los monasterios, porque se disminuían
los tributos, teniendo que pagar las mermas los plebeyos.
Sin embargo, es positivo que no siempre estaban exentos los
monasterios de pagar impuestos. Lo prueban, entre otros hechos,
los siguientes: que Fernando I dio á la iglesia de León
y á su obispo la villa de Godos, con la condición de que contribuyese
al rey y á sus sucesores con los tributos reales; el
monasterio de San Millán pagó la fonsadera hasta 1089, en
que le eximió Alfonso VI; y por otras concesiones se viene
en deducción de que antes pagaban muchos monasterios los
tributos. Lo que sucedió fué que, según avanzaban los tiempos,
las exenciones particulares iban siendo más y más, y al fin
se hicieron regla común.
Los prelados que tenían tierras del rey, estaban obligados al
servicio militar, y si no podían concurrir á la hueste, debían enviar
á su vez un caballero. Intentaron alguna vez excusarse de
esta carga, pero no lo consintieron los procuradores de las Cortes,
dando por razón que, tratándose de hacer la guerra á los
infieles, los prelados eran quienes primeramente debían exponer
su vida.
275. La clase media.—El crecimiento de los concejos, ó
sea de las villas y ciudades exentas de señorío, y en que todos los
vecinos eran libres; la emancipación de muchos siervos y la extensión
de las conquistas cristianas, que habían incorporado nuevos
grupos de población, produjeron el renacimiento de la clase
media, industrial y labradora, casi desaparecida á fines del
siglo v. Los reyes la apoyaron, concediéndole privilegios en los
fueros y ordenanzas; y ella por sí, con la extensión que iban
adquiriendo la agricultura, la industria y el comercio, con la orLA
CLASE MEDIA 4'7
ganización municipal, con el concurso que prestaban á la guerra
mediante sus milicias y hasta con la asimilación de muchos
de sus individuos (caballeros-m¡7z'fc} á los nobles, fué adquiriendo
importancia social y política. De esta última hablaremos
en su lugar. La primera se expresaba principalmente por la riqueza
y por los privilegios que, consignados en los fueros, eran
muy variados. Tendían unos á impedir que las propiedades de
los vecinos (y en general las tierras enclavadas en el término
del concejo) pasasen á poder de los nobles, para que éstos no
influyesen malamente con su poder sobre el pueblo y también
para que no disminuyesen las propiedades que pagaban tributo,
limitando las ventas y donaciones á los vecinos entre sí, ú obligando
á los extraños que las compraran, á tomar vecindad y
sujetarse á las leyes del concejo. Otras leyes autorizaban á los
vecinos para herir ó matar al caballero ó poderoso á quien hallaren
cometiendo violencia en el término del concejo, eximiendo
de pena, también, al que hiriese ó matase á cualquier noble por
motivo de justa defensa. Los vecinos no podían ser encarcelados
ó detenidos violentamente en su casa por otra autoridad
que los jueces foreros ó del concejo; y ni aun éstos podían
prenderlos, si diesen fiador, privilegio que les igualaba á la nobleza
de Castilla.
Aunque la clase media pagaba, por regla general, los tributos
ordinarios, alguna vez se exceptuaba de ellos á los vecinos de
una villa (Cuenca), ó se los reducía á uno solo (Sanabria-León),
y desde luego se declaraban libres de pechar ó contribuir los
jornaleros y los pobres. Estaba prohibido cargar ai pueblo con
tributos extraordinarios (pechos desaforados) por exclusiva voluntad
de los reyes.
En los señoríos (nobiliarios y eclesiásticos, sobre todo en
los segundos), se formó también una clase media de industriales
y labradores, muy importante en ocasiones. Contribuyó á ello,
de un lado, el crecimiento de la industria y el comercio y las
exigencias que estos dos órdenes de actividad económica traen
consigo; de otro, los fueros y exenciones que tuvieron que ir
dando los señores, unas veces para atraer pobladores, otras por
acto desinteresado en favor de la liberación de siervos, y no
pocas para acallar las sublevaciones del pueblo (§ 377). En algu4i8
HISTORIA DE ESPAÑA
nas villas eclesiásticas importantes (como Santiago) influyeron
también mucho los extranjeros que acudían, bien como simples
viajeros, bien como mercaderes, que á menudo se avecindaban.
Los reyes intervinieron, á veces, declarando, por ejemplo, libres
é ingenuos á los habitantes de una ciudad sujeta á señorío eclesiástico
(Ordofio II respecto de los de Santiago, confirmada esta
declaración por la carta foral de 1105), sin perjuicio del vasallaje
al prelado. Los industriales y cambiadores de moneda
(§ 204) formaron una clase importante por su riqueza y organización
en gremios.
276. Clases serviles.—Ya hemos visto que á comienzos
del siglo xi muchos de los antiguos siervos adscriptos habían
logrado desprenderse de la condición miserable que antes tenían
y alcanzar cierto grado de libertad, en la forma de los
juniores ó foreros. Este movimiento de emancipación siguió con
gran rapidez en León y Castilla, ayudado en mucha parte por
las frecuentes manumisiones, la influencia del sentido cristiano,
la repoblación, las nuevas necesidades económicas, los esfuerzos
de la misma clase servil y la protección de los concejos,
á los cuales huían los siervos. Uno de los pasos más importantes
dados en el sentido de la emancipación civil y política
de los juniores, fué el diploma otorgado en 1215 por
Alfonso IX. Sabemos que los juniores se dividían en dos clases,
una de los llamados de capite y otra de los de hereditate. Ni
unos ni otros podían cambiar libremente de domicilio; los
primeros tenían prohibición absoluta de hacerlo; los segundos
tropezaban con grandes dificultades y limitaciones cuando
querían lograrlo. El diploma de 1215 vino á romper estas
trabas, autorizando (merced á las instancias del arzobispo de
Santiago) á los foreros 6 juniores de heredad de las villas realengas,
para que se trasladasen cuando quisieran á las tierras del
señorío de Santiago y viceversa, sin perder las heredades que
poseyesen en el territorio de donde procedían; pero obligándose
á solventar las cargas que pesasen sobre ellas y á pagar
los tributos personales en el lugar en que moraban. Esta libertad
fué ampliándose, hasta que fué ya general, á partir del siglp
xiii, que el junior dejara cuando le conviniese á su señor, sin
más que notificárselo públicamente y con ciertas solemnidades;
REVOLUCIÓN DE SIERVOS Y BURGUESES 419
pero se conservaba todavía la diferencia entre los de capite y
los de heredad, más libres éstos que aquéllos, á quienes seguía,
por doquiera que fuesen, el tributo de capitación que debían
pagar á los señores. Los reyes permitieron también, á veces,
el derecho de asilo de los siervos, favoreciendo así la emancipación:
v. gr. concediendo á un concejo que todos los siervos
refugiados en él quedaran libres, ó dando igual privilegio á
castillos y fuertes fronterizos que convenía guardar y poblar
de combatientes (el de Villavicencio, en 1020). Pero esto no
fué medida general para todos los concejos y castillos, como lo
prueban las prohibiciones de ello con respecto á León y Bayona
del Miño (1020 y 1021), y más bien se observa su restricción
á medida que avanzan los tiempos, dado que Alfonso IX prohibió
terminantemente á los juniores de cápete que fuesen recibidos
en las villas realengas.
En general, á fines del siglo xn los siervos y colonos habían
obtenido ya definitivamente las siguientes ventajas: fijación
exacta de las prestaciones y servicios que debían á los señores;
abolición de la práctica de ser vendidos con la tierra,
contra la cual habíase ya declarado un concilio de comienzos
del siglo xi; y reconocimiento de la validez de sus matrimonios
aunque los celebrasen sin consentimiento del señor, en lo cual
influyó mucho el papa Adriano VI.
277. Revoluciones de siervos y burgueses.—Este movimiento
de emancipación no era, sin embargo, uniforme, ni continuo,
ni tan acelerado como el interés de las clases serviles
deseaba. Así que éstas, una vez despertado en ellas el espíritu
de libertad, lucharon directamente para redimirse á sí propias,
y lograron por la fuerza no pocas ventajas.
En las guerras frecuentes entre los nobles, y en las de éstos
con los concejos, los siervos, por regla general, se ponían enfrente
de sus señores y recibían auxilio de los municipios; otras
veces desertaban en gran número y se acogían á los pueblos de
asilo, ó bien formaban asociaciones de resistencia (hermandades,
como la de la Tierra de Santiago) que llegaron á convertirse
en verdaderas sublevaciones, con lucha encarnizada en
que manudearon los asesinatos, incendios de castillos, robos y
demás violencias, de modo tal, que hubo de formarse para ata420
HISTORIA DS ESPAÑA
jarlas una contra-hermandad pactada en el Concilio de Oviedo
de 1115.
Contribuyeron á estos movimientos revolucionarios dos causas:
las influencias extranjeras, que traían el ejemplo de otras
sublevaciones de siervos en diferentes países, y con ello ideas
de libertad que arraigaban especialmente en los centros de población
importantes, y los excesos de poder (verdaderas reacciones
en el camino de la emancipación) que se intententaron en
algunos señoríos.
Las iufluencias extranjeras reveíanse bien claramente en el
hecho de que, al frente de algunas de las revoluciones, figuran
italianos y franceses, como en la ocurrida en Santiago en 1136;
si bien ésta no fué propiamente de siervos, sino de ciudadanos
ó burgueses (clase media) que también aspiraban á mejorar su
condición. Pero estos movimientos burgueses repercutían luego
en las clases serviles de las ciudades y del campo. Este mismo
espíritu de libertad había promovido, años antes (1117), el
alzamiento de que ya se hizo referencia (§ 233).
Los excesos ó reacciones desfavorables á las clases serviles
y dependientes, produjéronse á partir de la toma de Toledo,
según se cree, por influencias también extranjeras, que representaban
en primer término los monjes de Cluny, procedentes
de una nación en que los derechos de los señores feudales eran
mucho más gravosos para los vasallos que en Castilla; aunque
probablemente no todos los abusos que se les achacan son en
realidad obra suya.
Así sucedió en Sahagún, villa dependiente del monasterio del
mismo nombre, centro principal de los cluniacenses. Alfonso VI
había concedido á los monjes independencia de toda jurisdicción
espiritual y temporal, y á su abad lo declaró señor, juez y
arbitro de las causas que se promoviesen en todo el territorio
adscrito al monasterio. Para atraer población, y de común
acuerdo el rey y el abad, dióse el fuero de 1085, concediendo
ventajas á los que viniesen á la villa; pero junto con estas ventajas
iban no pocas sujeciones y vejámenes para los pobladores,
en beneficio de los monjes. Introdujéronse tributos, servicios y
limitaciones, como la de cocer pan en otro horno que no fuese
el del señor (ó sea, el del monasterio); la de cortar cualquier
LOS EXTRANJEROS 42!
rama de árbol, autorizando para escudriñar la casa de quien se
sospechase tener algún palo ó ramo cogido en el monte; la de
vender el vino de sus cosechas antes de que los monjes hubiesen
vendido el suyo; la de que nadie pudiese comprar paño,
peces frescos y leña antes de que los monjes hubiesen comprado
lo que necesitaban de estos productos; con otras limitació
nes que molestaban mucho á los vecinos. Así éstos se sublevaron
diferentes veces, pidiendo la reforma de «los malos
usos». Obtuvieron la derogación del relativo al horno en 1096,
y la de otros dos en 1110; pero las quejas continuaron y promovieron
nuevas sublevaciones, como la de 1117. Alfonso VII
tuvo que acudir con su corte á Sahagún (1152) y dar nuevos
fueros que, no obstante, dejaron subsistentes muchos de los
abusos. Las desavenencias no se cortaron hasta fines del siglo
xiii, mediante otra revisión y mejora de los fueros.
Estas sublevaciones y hermandades, unidas á la pugna con
los concejos, hicieron que no pocos señores se vieran obligados
á mejorar la condición de sus siervos, «ya concediéndoles la
libertad, ya dándoles en enfiteusis las tierras que labraban ó
reduciendo y fijando sus tributos y prestaciones personales».
«Muchas veces—dice un autor—llegaron á dar á sus solariegos
y vasallos los mismos privilegios de que gozaban los vecinos de
las villas reales, incluso el municipio.»
Por todos estos medios las clases serviles de León y Castilla
logran á principios del siglo xm (ó sea, casi al final de la época
que nos ocupa), poco menos que la plenitud de su libertad personal,
y vienen á sumarse, en parte, con la clase media de las
villas, en punto á su significación social.
278. Los.extranjeros.—La población de los reinos cristianos
no estaba formada únicamente por españoles propiamente
dichos. Aparte de los viajeros, peregrinos, comerciantes, monjes,
etc., que venían á las poblaciones más importantes y á los
santuarios y monasterios célebres, grupos más ó menos numerosos
de extranjeros (llegados con nobles franceses é italianos
que auxiliaron á Alfonso VI y otros reyes, atraídos por ventajas
materiales, ó bien refugiados de otras tierras) habíanse
domiciliado y avecindado en" las villas gallegas, leonesas portuguesas
y castellanas.
1 27
422 HISTORIA DE ESPANA
En Salamanca había francos, portugaleses, y de otros puntos.
En Burgos, gascones, francos y alemanes. En Sahagún,
bretones, alemanes, gascones, ingleses, borgoñones, proveníales
y lombardos. En Toledo abundaban los francos, establecidos
después de la conquista; pero ni en ésta ni en ninguna otra
villa leonesa ó castellana tuvo importancia considerable esta
población extranjera, como la tuvo, la de procedencia franca,
en los territorios portugueses. A los elementos ultrapirenaicos
indicados se unían otros dos, que si bien eran peninsulares,
pueden considerarse igualmente como extranjeros: los judíos
y los moros sometidos ó conquistados, que se llamaban mudejares.
Lo característico de la situación social de estos grupos es
que la mayor parte de ellos tenía fuero ó ley especial, que determinaba
sus derechos, diferentes de los otorgados á los españoles
propiamente dichos. Así ocurría en Toledo, donde Alfonso VI
reconoció esta legislación por naciones, que diríamos; en Avia
de Torres, cuyos fueros (1130) se distinguen en castellano,
franco, judío y moro, y en muchos puntos más; aparte de existir
leyes comunes á todos. De todos ellos, los que más importancia
tienen, como elementos de población, son los judíos y
los mudejares. Los estudiaremos separadamente. A los simples
viajeros, que no se avecindaban ó domiciliaban, protegían las
leyes en sus personas y vidas; como es de notar, concretamente,
en fueros y ordenanzas de Santiago de Compostela.
279. Los judíos.—Durante el período que ahora nos ocupa,
los judíos gozaron en León y Castilla dé una consideración jurídica
y social muy humana. Servían de intermediarios á españoles
y musulmanes en las. alianzas, tratados, etc.; peleaban
en los ejércitos cristianos, como soldados; influían mucho en
el comercio; por su cultura, especialmente en ciencias, eran el
medio de difusión de los conocimientos de las escuelas orientales,
y los reyes estimaban y utilizaban sus servicios como
intendentes, médicos, profesores, etc. Los fueros locales les
reconocían iguales derechos que á los cristianos. Tenían su
juez especial, ante quien debían comparecer los cristianos si
les demandaba un judío, y Alfonso VI les admitió á todas las
funciones públicas.
LOS MUDEJARES 425
Fué ésta la edad de oro del judaismo en España, y durante
ella brillaron sus más ilustres escritores (siglos xi y xii). Al
comenzar el siglo xni se inició ya la decadencia con una serie
de medidas restrictivas, que si de pronto no surtieron todo su
efecto, lo dieron á poco, como hemos de ver en el período siguiente,
cambiando por completo la situación social de los judíos.
Poco antes, según vimos (§ 270), los almohades comenzaron
á perseguirlos ferozmente, lo cual produjo grandes emigraciones
á los territorios cristianos. Así llegaron á juntarse
en Toledo hasta 12,000 judíos, que ayudaron mucho á los reyes
en la guerra contra los moros, con dinero y hombres; y Castilla
fué entonces el centro de la civilización judía. El antagonismo
de religión y de raza con los cristianos revélase, no obstante,
con cierta fuerza, en documentos de siglo xii.
280. Los mudejares.—Su origen.—Con este nombre se
conocen, como hemos dicho, los musulmanes sometidos á los
cristianos, ora mediante pacto tributario, ora por capitulación
ó alianza, y que conservaban sus leyes, religión y libertad en
todo ó parte. A medida que avanzaba la conquista cristiana por
tierras de musulmanes, iban ingresando en la jurisdicción de los
reyes españoles grupos de vencidos, á quienes se comprenderá
bien que no era posible, por su gran número, por las exigencias
políticas que aconsejaban temperamentos de consideración, y
también por las condiciones pactadas en las capitulaciones ó rendiciones
de ciudades y fortalezas, someter en globo á servidumbre
ó expulsar del territorio. Lo primero equivaldría á crear, en
el seno mismo de los reinos cristianos, un enemigo poderoso por
su número, que hubiera embarazado notablemente la marcha
de la conquista; lo segundo hubiese sido contraproducente,
cuando una de las grandes dificultades con que tropezaba la
reconquista era la repoblación de los nuevos terrenos, no ya
para su defensa, sino para su cultivo, como base de un progreso
económico muy necesario en aquellos tiempos de reconstrucción
social. Adviértase, además, que los musulmanes habían
seguido con los cristianos de sus territorios (mozárabes) una
política benévola durante mucho tiempo; y que esto, además
de las frecuentes y obligadas relaciones entre el pueblo mahometano
y el cristiano, había de producir la reciprocidad y
424 HISTORIA DE ESPANA
por consecuencia la consideración en el trato. Así comenzó á
ocurrir desde los primeros tiempos de la reconquista asturiana,
bajo Alfonso el Católico, en que, al lado de los moros prisioneros,
hechos esclavos, se sabe de otros recibidos como vasallos
libres y en paz, con posesión de tierras (i). Siguió esto aumentando
á través del siglo ix y el x, en que aparecen en los Estados
cristianos moros no conversos, habitantes de pueblos y castillos
y otorgantes ó confirmantes de documentos públicos.
Pero la verdadera constitución del mudejarismo, como elemento
importante de la población, procede de las grandes conquistas
del siglo xi. Fernando I y otros reyes, si bien no mantuvieron
una política constantemente igual con los moros vencidos
(pues á veces los expulsaban), con frecuencia permitíanles
permanecer en sus villas y tierras, pagando tributo, pero conservando
sus usos, etc. Alfonso VI se mostró decididamente
favorecedor de ellos, por el marcado orientalismo de su educación;
como se ve en la capitulación de Toledo, en que garantizó
á los muslimes la seguridad de vidas y haciendas, la exención
de tributos fuera de la capitación de costumbre, y varios privilegios
más relativos á su religión, administración propia, etc.:
con lo cual, acudieron á Toledo muchos moros que no se hallaban
bien bajo el dominio de sus reyes de Taifa ó de los
almorávides. El Cid concedió otro tanto en la capitulación de
Valencia, conservando al rey moro su autoridad y respetando
las contribuciones existentes, sin cargas nuevas, la moneda, los
usos, religión, jueces especiales, etc.; si bien por haber faltado
más tarde á estas condiciones, casi todos los moros salieron de
la capital. Alfonso VII continuó la política suave para con los
mudejares, concediéndoles fueros propios y logrando la sumisión
de importantes caudillos, como el reyezuelo de Rueda, á quien
nombró alguacil de los mudejares de Toledo. Bajo Alfonso VIII
se alcanzó lo mismo del rey de Murcia, llamado por los cristianos
Don Lup ó Lobo, que fué jefe de tropas castellanas contra
sus correligionarios.
(i) Créese que los maragatos sean beréberes de los que á mediados del siglo viu poblaban
el N. de las llanuras castellanas y luego emigraron al S. en gran número (§ 152). Parte
de ellos quedarían en tierra de León y sostuvieron lucha con reyes asturianos (Mauregato?)
CONDICIÓN SOCIAL DE LOS MUDEJARES 425
A fines del siglo xn, el número de mudejares había crecido
considerablemente en Castilla, y la Iglesia comenzó á preocuparse
vivamente de las reglas que convenía dictar respecto de
las relaciones entre ellos y los cristianos. Ya los Concilios
de Letrán, I y II (i 123 y 1139), prohibiéronla comunidad de
habitación de unos con otros y ordenaron que los mudejares se
distinguiesen con traje especial, lo mismo que los judíos: cosa
esta última en que insistió el Papa Honorio 111 (1216-1227),
á la vez que condenaba toda violencia que pudiera hacérseles
para obligarles á cambiar de religión ó estorbarles la celebración
de sus fiestas.
Las victorias de Fernando III trajeron nuevos contingentes
á la población mudejar. A los vencidos de Sevilla les concedió
que siguiesen viviendo en sus casas y posesiones, pagándole
igual tributo que á su antiguo rey; que los que dejasen la población
pudieran llevar sus bienes muebles; que tuviesen un gobernador
ó alcalde de su misma raza, con otros privilegios. Muchos
moros principales obtuvieron tierras en el reparto que hizo el
rey, y algunos villas enteras, con mezquitas. En la capital, los
mudejares conservaron una mezquita, mediante tributo fuerte,
en el barrio que principalmente ocupaban, llamado Adaryejo.
Aumenta el bienestar de los mudejares con el reinado de Alfonso
X, cuyas aficiones por la cultura oriental influyeron mucho,
como veremos, en la suerte de aquéllos, sobre todo en el reino
de Murcia.
281. Condición social de los mudejares.—En el párrafo
anterior van trazadas las líneas generales acerca de este punto;
y en rigor, pocas más disposiciones comunes cabe señalar, dada
la diversidad grande que en esta época ofrece la legislación de
los mudejares, y la falta de fueros especiales que (así como
los de judíos, nada escasos) ilustren con claridad la condición
de aquellas gentes.
Importa consignar, en primer término, que donde más se desarrolla,
y con mayor favor de los mudejares, su legislación especial,
es en las tierras aragonesas, de donde copian ó imitan á
menudo los reyes castellanos. Así el Fuero de Tudela, el de
Calatayud (1134), el de Daroca (1142) y otros, reflejados en el
de Cuenca y otras poblaciones. El texto de las capitulaciones
426 HISTORIA DE ESPAÑA
y fuero primitivo de Toledo no existe, lo cual nos priva de
conocer los privilegios extraordinarios que la política de Alfonso
VI indudablemente concedió á los mudejares, privilegios
amenguados ya en las reformas del fuero, de 1101 y 1118.
La tendencia á limitar los derechos de aquéllos, sigue mostrándose
en los fueros de Escalona (1130) y Calatalifa (1141)
dados por Alfonso VII, al paso que otro fuero coetáneo, el de
Avia de Torres, casi equipara á los mudejares (moros) con
los cristianos. Lo mismo se ve en el de Soria y en otros de
Castilla, copiados del aragonés de Calatayud; mientras en los
territorios y ciudades fronterizas, como Cuenca, se concedían
aún más derechos. El fuero de Cuenca, dado por Alfonso
VIII, copia en esencia al aragonés de Teruel, que concede
garantía personal á los moros para vivir en la ciudad y para
acudir á sus ferias; los equipara á los cristianos en punto al derecho
penal, y les concede que pudiese ser nombrado de entre
ellos el corredor ó habilitado público para la contratación de
mercancías. Semejante legislación, favorable á los muslimes, se
extendió luego á muchas otras poblaciones de Castilla la Nueva
y Andalucía. Las grandes conquistas de Fernando III, que acumularon
de pronto gran número de pobladores moros bajo el
dominio castellano, produjeron gran diversidad de fueros para
los mudejares, que en Baeza y Murcia, v. gr., recibían toda clase
de garantías y privilegios, al paso que en Córdoba apenas si se
les consideraba. Esta gran diferencia vino en algún modo á
fundirse en el reinado de Alfonso X, que, como veremos, estableció
reglas generales para organizar la condición social de los
mudejares.
Vivían éstos, unos en las ciudades y otros en los campos, gozando
de diferentes derechos. La población rural era de tres clases:
colonos casi siervos, repartidos en los heredamientos de
los ricos-hombres; moros guerreros, que siguieron viviendo en
lugares fuertes bajo la jefatura inmediata de sus régulos, arráeces
ó alcaides, pero sometidos á los reyes castellanos; y labradores
libres, formando caseríos ó agrupaciones (aljamas)
que, ora bajo la soberanía del rey, ora bajo el protectorado de
los maestres de las órdenes militares, gozaban de una independencia
administrativa análoga á la de los concejos. Con el
CONDICIÓN SOCIAL DE LOS MUDEJARES 427
tiempo, fué decreciendo la población de estas aljamas y reuniéndose,
en cambio, los moros en las ciudades y villas importantes,
al calor de las garantías de fueros como los de León,
Toledo y Cuenca, y constituyendo en ellas comunidades ó
aljamas en gran número. En las ciudades, sin embargo, era menor
la libertad, pues aunque en algunas se permitía á los
moros el culto público de su religión, por privilegio ó concesión
especial en las capitulaciones (tal en Toledo, Baeza, Sevilla,
Jerez, Niebla y Murcia, donde quedaron por mucho tiempo
mezquitas), en la mayoría les era negado, se les hacía vestir,
como hemos dicho, un traje especial (desde 1252 en Sevilla) y
se les obligaba á vivir en barrio separado, bien que esto último
hubiese sido pedido alguna vez por las mismas aljamas, para
más seguridad". En las comunidades ó agrupaciones de labradores
libres se les permitía erigir mezquitas y celebrar en
público su culto. En algunas ciudades conservaban los moros
su antigua corte y magistrados, aunque claro es que con
poder más nominal que real. En cambio, la separación se llevaba
hasta el punto de tener los moros (como los judíos) en
algunas partes, carnicerías especiales (para que pudiesen comer
sin escrúpulos de conciencia la carne) y jueces de riego
diferentes de los cristianos. Contra esta separación—que fueron
imponiendo lentamente los sentimientos religiosos, la conveniencia
política y los mismos moros con su tendencia á agruparse
y aislarse,—estuvieron por mucho tiempo las costumbres
y aun el interés codicioso de los propietarios cristianos, que no
reparaba en alquilar casas á los musulmanes en todos los sitios de
la ciudad. Puede decirse, sin embargo (aunque con las reservas
impuestas por los ejemplos del trato favorecido que gozaron
en esta épocay más tarde, los mudejares), que, según avanzaba la
reconquista iba acentuándose el carácter religioso de la guerra,
disminuyendo la primitiva amplitud de la tolerancia·, tanto del
lado de los musulmanes (§271) como de los cristianos, y señalándose,
pues, más y más, las diferencias, repugnancias y odios
entre ambos pueblos; á lo cual sin duda, contribuyó no poco el
fanatismo y rudeza de los almohades. Pero así y todo, el interés
político de una parte, y el privado de otra, unidos á influencias
de orden intelectual que ya estudiaremos, introducían con mu428
HISTORIA. DE ESPANA
cha frecuencia en las relaciones mutuas, temperamentos amistosos
y de solidaridad que contradicen sin duda el sentido intolerante,
cada vez más acentuado, de la masa social, y los recelos
(naturales en la Iglesia) de que el trato de los cristianos con la
población, cada vez más numerosa, de mudejares, arrastrase á
la indiferencia ó á la herejía.
Aparte de todo lo dicho, recaían sobre los mudejares grandes
tributos: el diezmo de sus ganancias ó rentas, con nombre de capitación
ó dinero real; otro diezmo pagadero á las iglesias, como
si fuesen cristianos; el onceno para el concejo en que vivían, con
otros más que á comienzos del período siguiente produjeron
gran despoblación en el reino de Sevilla.
282. Los mozárabes.—Con la conquista de territorios ocupados
por los musulmanes, tan activa é importante en los siglos xi
á xiii, y con las emigraciones de cristianos por las persecuciones
de almorávides y almohades (§ 271), fué entrando en la población
de Castilla un nuevo elemento, que si por la raza y la
religión era afín (por haber vivido largo tiempo bajo la dominación
y la influencia musulmana y haber gozado de cierta independenciaa
dministrativa y judicial), representaba como una
sociedad aparte, que se incorporaba sin confundirse, sin perder
sus caractere-:-:
:.Nos referimos á los mozárabes. Es de presumir que muchos
de ellos, los que huían sueltos ó por grupos de poca entidad,
ó los pertenecientes á lugares de escasa importancia, se sumasen
con los cristianos invasores y aceptasen sus leyes. Pero
donde persistían fuertes agrupaciones, como v. gr. en Toledo,
continuaron formando una comunidad cuya independencia ó
fuero especial reconocieron los reyes conquistadores. Así, en
aquella población, donde eran muchos, Alfonso VI les dejó su
alcalde y alguacil propios, y les concedió que siguieran gobernándose
por su ley, que era, como sabemos (§ 175), el Fuero
Juzgo. Alfonso Vil confirmó este privilegio, y en su confirmación
se ve que, si bien los castellanos de Toledo tenían igualmente
su juez y alguacil y sus leyes civiles propias, en lo criminal
estaban sometidos á los funcionarios mozárabes. La
distinción del fuero de éstos se hace también en otras poblaciones,
donde su número era crecido.
EL PODER REAL 429
Sin embargo, la mayor importancia de los mozárabes no fué
jurídica, sino relativa á la cultura, en que, como veremos, influyeron
notablemente sobre los cristianos del N., castellanos y
leoneses.
283. El poder político y la administración.—Fundamentalmente,
seguían organizados el poder político y la administración
como en la época anterior hemos visto, salvo que, con el
crecimiento de la clase media y la libertad de los siervos, aumentaba
de día en día la fuerza política popular (representada
por los concejos y por la nueva institución de las Cortes) y que
el poder real, después de múltiples luchas con la nobleza, iba
fortaleciendo su poder gracias á las notables condiciones personales
de monarcas como Alfonso VI, Alfonso VII, Fernando III
y otros. Quiere esto decir que en el presente período, sin desaparecer
ninguno de los elementos que forman la trabazón política
del período precedente, ni disminuir las luchas entre ellos,
cambia algo su respectiva posición, quebrantándose la preponderancia
de la nobleza y creciendo la de la monarquía y el pueblo.
La crisis, sin embargo, no se resuelve entonces de un modo
definitivo, puesto que la oposición sigue con gran fuerza; y á
menudo, la anarquía nobiliaria se sobrepone temporalmente ó
coloca en grave conflicto la seguridad del Estado.
284. El poder real.—Conocemos ya las atribuciones esenciales
de la monarquía. No se modifican en este período, si
bien los reyes conceden á veces, por excepción y privilegio, el
uso de alguna de ellas, como la de acuñar moneda, otorgada al
monasterio de Sahagún por Doña Urraca, á quien movió la necesidad
de resolver las urgencias públicas que la guerra con
Aragón había aumentado.
La sucesión á la corona, que tantos disturbios produjo en
este período, seguía siendo, en principio, electiva; pero, en rigor,
todavía á principios del siglo XH no había ley fundamental ni
costumbre fija en este punto. La tendencia de los reyes era á
convertir en hereditario el trono, y lo consiguieron algunos
(Ramiro III, Fernando I), aunque sin concretarla en una declaración
legal definitiva; tanto, que las dudas persistieron aún
con los sucesores de Fernando III. Lo mismo sucedía con respecto
al derecho de las hembras. Generalmente se oponía re430
HISTORIA DE ESPANA
sistencia á que ocupasen el trono por sí solas, obligándolas, en
todo caso, á que tomaran marido que las representase y fuera
guía seguro en los azares bélicos, como sucedió á Doña Urraca.
Al cabo, se consolidó la costumbre en Doña Berenguela, quedando
ya establecido plenamente el derecho.
La facultad que tenía el monarca de desterrar ó echar del
reino, y confiscarle los bienes, al que «incurría en su ira» ó
«perdía su amor» por faltas graves, hállase muy marcada en los
documentos del siglo xn, así como la de declarar cuando procede
el ríepto (reto) entre nobles y determinar el orden de la
contienda. De otras atribuciones hablaremos en el párrafo de
la administración de justicia.
285. La administración real.—Las necesidades de la
guerra y las nuevas conquistas hacían variar con frecuencia
las demarcaciones territoriales y los distritos gubernativos, ampliándolos
también en algunos casos. La primitiva división en
condados, que persistía (habiendo Fernando I dividido el territorio
en varios, como los de Lemos, Bierzo, Astorga, Campo de
Toro, etc.), se complicó, según parece, á comienzos del siglo xi,
con la creación de grandes demarcaciones regionales que comprendían
extensos territorios (y por tanto, varios condados), y
tenían á su frente un jefe superior. Los hubo en León, Asturias,
Toledo y otros puntos, siendo nombrados directamente por
los reyes, y eran como especie de gobernadores ó capitanes
generales. Juntamente figuraban en las grandes comarcas otros
funcionarios por delegación real llamados merinos mayores, que
tenían á su cargo la jurisdicción civil y criminal. Por ultimo,
Fernando IÍI, para evitar las sublevaciones y disturbios promovidos
por los nobles que regían condado, suprimió esta jerarquía
administrativa y creó otra, la de los adelantados, cargo de
más carácter civil que militar y, por tanto, menos peligroso.
Aparte de éstos, hubo otros funcionarios análogos, designados
con nombres diferentes y que ejercían jurisdicción política y
militar.
Al lado del rey continuaba el consejo palatino, pero con la
modificación esencial de incluir en él (desde Alfonso VIH, según
se cree) representantes de villas y ciudades. Sus funciones continuaron
siendo precarias é irregulares. Todavía tardó bastantes
LAS CORTES 431
años la organización de aquel consejo como cuerpo normal y
de atribuciones definidas.
286. Las Cortes.—Sabemos ya que en los reinos de León
y Castilla, desde sus primeros tiempos, hubo Concilios, esto es,
reuniones ó asambleas de nobles y eclesiásticos, convocadas
por el rey, ora en Oviedo, ora en León (desde 974), en Coyanza
(1050), Palència, Benavente y Salamanca. En estos Concilios,
que se llamaban también curias, tratábanse diferentes
asuntos, ya del orden religioso, ya del político ó gubernativo;
pero sin que los reunidos tuvieran por sí poder de legislar, que,
como hemos dicho, residía exclusivamente en el rey.
A veces, la reunión se formaba sólo de nobles ó de eclesiásticos,
y entonces se llamaba convenim ó congregación; notándose
desde el sigio xi una tendencia marcada á celebrar, para la resolución
de los asuntos civiles, asambleas ó juntas puramente
nobiliarias, es decir, con la exclusión de los eclesiásticos.
Hacia mediados del siglo xu (1137) una de estas juntas ó
congregaciones de nobles sólo (las de Nájera, presididas por
Alfonso VII) recibe un nombre nuevo: el de Cortes; pero esta
denominación se empleó con más propiedad para un género
de asambleas desconocido hasta entonces y formado por la
reunión de representantes de los municipios ó concejos, ora fuesen
solos, ora en unión de los nobles ó del clero, ó de ambas clases;
de modo, que lo característico de las Cortes era que interviniese
en ellas el elemento (brazo) popular. Sucedió esto por
primera vez, según generalmente se cree, en la llamada curia de
León de 1188, reinando Alfonso IX; y este hecho demuestra
por sí solo la importancia que habían adquirido los concejos.
Desde entonces se reunieron diferentes veces Cortes en León;
siendo de notar que en Castilla no comenzó esta forma propiamente
(á lo menos, no se tienen testimonios anteriores de la
asistencia del elemento popular) hasta 1250, y que aun después
de la unión de León y Castilla siguieron durante bastan^
tes años celebrándose separadamente las Cortes de uno y otro
reino. León fué, con esto, el primer país de la Península (y de
Europa también) en que los representantes de los municipios
se reunieron ante el rey en forma de asamblea.
Las Cortes eran convocadas por el rey como Consejo suyo
432 HISTORIA DE ESPAÑA
general, sin sujeción á plazo fijo; pues aunque alguna vez prometieron
los monarcas reunirías cada dos ó tres, ó todos los
años, nunca fueron observadas estas promesas. Ninguno de
los llamados (Prelados, nobles ó Concejos) lo era por derecho
propio; así, no se convocaba siempre á los mismos, hasta que la
costumbre fué fijando, por lo que toca á los concejos, el privilegio
de ser llamadas siempre ciertas ciudades y villas. Lo mismo
sucedió con los nobles y eclesiásticos; creyendo algunos autores
que estando las Cortes caracterizadas esencialmente por
la reunión de los elementos populares, sin necesidad de que
concurriesen los otros, éstos jamás formaron propiamente un
brazo de ellas. Lo que puede asegurarse es que nunca se
dio el caso de ser convocados todos los concejos, ni todos los
prelados y nobles. Los individuos de estas dos últimas clases
tenían, cada uno, un voto; pero los representantes de los municipios
(que se llamaban ciudadanos, hombres buenos, personeros,
mandaderos y, más tarde, procaradores) no eran siempre singulares.
Algunas ciudades ó villas enviaban dos ó tres ó más
personeros, sin sujeción á ninguna regla general; y como el
llamamiento era á la ciudad ó villa, y no á determinadas personas,
la designación de los representantes se hacía, dentro de
cada municipio, ya por elección, ya por turno ó por suerte.
Las Cortes eran, en substancia, un cuerpo consultivo. No
tenían verdadero poder de legislar, aunque sí el derecho de
hacer peticiones al manarca, y además otro importante: el de
votar ciertas contribuciones ó impuestos que solicitaba el rey.
Fuera de esto, las Cortes intervenían, bajo ciertas condiciones,
en la ratificación de las elecciones ó herencias de la corona, en
la formación de los Consejos de regencia y en otros puntos
análogos de política interior. Ante las Cortes juraba el rey el
mantenimiento de las leyes y fueros del país. Cada uno de sus
elementos ó brazos formaba cuadernos de sus peticiones ó quejas,
que presentaba al rey, y éste era quien decidía; aunque claro
es que, dada la índole de los tiempos, la voluntad de estos diversos
factores pesaría sobre el ánimo del rey, á veces, con
gran fuerza, produciendo la adopción de las medidas que apetecían.
Por lo demás, y no obstante alguna promesa de monarcas,
ni se contaba con la opinión ó voto de las Cortes para
LA LEGISLACIÓN 433
decidir la paz ó la guerra (aunque lo contrario se hubiese
acordado en las de León de 1188), ni para otras altas cuestiones
de gobierno. Ya veremos, no obstante, que en períodos
turbulentos se vino á conceder á las Cortes mayor importancia,
aunque con fines políticos egoístas.
287. Modo de celebrarse.—Lentamente fué fijándose un
procedimiento de celebración ó, lo que hoy diríamos, un reglamento
interior de Cortes, cuyas líneas generales fueron las siguientes.
La sesión de apertura y la de clausura eran solemnes
y las presidía el rey. En las restantes, por lo general, presidía
un noble, ó un prelado, no elegido por las mismas Cortes, sino
por el rey; y eran secretarios los cancilleres ó notarios reales.
Mucho más tarde, á fines del siglo xv, se discutieron ya las
actas ó poderes de los representantes de los municipios, quienes
estaban obligados á no separarse un ápice de las instrucciones
ó mandato que recibían de su concejo; y los que no lo
hacían así, corrían grave riesgo después, incluso en sus vidas-
Las sesiones ordinarias eran secretas siempre, tratando separadamente
de sus propios asuntos cada uno de los brazos,
quienes se comunicaban entre sí y con el rey, ora por medio de
embajadores y mensajeros, ora de comisiones mixtas, como diríamos
hoy, ó de Tratadores, como se decía entonces, que nombraban
de común acuerdo el rey y los brazos.
En la sesión inaugural, el monarca, después de dar la bienvenida
á los convocados y exhortarles al buen desempeño de
su cometido, proponía de viva voz ó por escrito (ya por sí, ya
por medio de un Prelado, ó un Letrado ó un Canciller) los
asuntos sobre que pedía consulta ó decisión de las Cortes,
constituyendo esto como una especie de discurso de la Corona.
Las Cortes contestaban en análogas formas, ya por conducto
de un Prelado, ya por el de un personero y á veces (en tiempos
posteriores) por el de un Infante. Los discursos de estas sesiones—
únicos que en rigor había—eran breves. En las sesiones
de clausura solía también hablar el rey.
288. La legislación.—El carácter puramente consultivo en
la forma, y en rigor nada más que representativo ó expositivo,
que las Cortes tenían, hizo que en esta época influyeran poco
sobre la legislación. Los reyes seguían dando fueros y disposi434
HISTORIA DE ESPANA
ciones de carácter general, y el estado de las fuentes del derecho
continuaba tan cantonal y anárquico como en el período
anterior. El Fuero Juzgo tenía el carácter de legislación común
sólo en algunas materias; en lo demás, cada ciudad ó villa se
regía por su fuero, como hemos dicho; por las costumbres jurídicas
en práctica; por las ordenanzas concejiles, y por las sentencias
de los jueces ordinarios, militares, arbitros, etc., que iban
creando una especie de legislación (llamada, en ciertos casos,
de fazafias y alvedríos). Esta diversidad se aumentaba con la
relativa á las clases sociales, pues dado el sistema de los privilegios,
los nobles tuvieron sus fueros ó leyes especiales, y lo
mismo el clero secular, los monasterios, etc. Se ha supuesto,
sin base documental suficiente, que los fueros de les nobles
castellanos se condensaron en un cuaderno ó recopilación dado
por Alfonso VII en las Cortes de Nájera. Sea de esto lo que
fuere, el carácter general de la legislación era el ser varia,
diferente y privilegiada.
Los reyes tendieron, no obstante, á medida que robustecían
su poder y organizaban el país, á uniformar ciertas partes de la
legislación y á llenar vacíos de la existente; y así lo hicieron,
dando con frecuencia en los Concilios, y luego en Cortes,
disposiciones de común observancia para todos sus subditos
(v. gr., en el Concilio de León). A lo mismo contribuyó la
determinación de ciertos fueros municipales como fueros tipos;
es decir, que, dados primeramente á un concejo, se iban luego
concediendo sin variante substancial á otros más: con lo que
se disminuía el número de fueros y se iban creando grupos homogéneos
de legislación. No obstante, desde mediados del siglo
xi á mediados del xii, [se dieron muchísimos fueros municipales,
ya reales, ya nobiliarios. Fernando III parece que concibió
la idea de formar un Código ó compilación de leyes
que obligasen en todo el reino, y comenzó á ejecutarlo así,
mandando redactar un libro llamado el Setenario, porque estaba
dividido en siete partes; pero no llegó á terminarse, ni rigió
como ley; y, además, este mismo monarca dio muchos fueros
de carácter local (Córdoba, Sevilla, etc.). Los sucesores de
Fernando III continuaron la obra iniciada, uniformando, aunque
sólo en parte, la legislación de León y Castilla.
EL GOBIERNO MUNICIPAL 435
289. El gobierno municipal.—Hemos visto hasta aquí lo
concerniente al gobierno general. Convienen ahora ver cuál era
el estado del gobierno local, tanto en los municipios libres, como
en las villas y pueblos señoriales. Empezaremos por aquéllos.
A fines de la época anterior estaba ya constituido'el concejo,
con sus funcionarios propios, sus juntas generales de vecinos,
etc. (§ 202). Se continúa ahora aquella organización, figurando
en primer término los jueces concejiles ó forenses (que
empiezan á llamarse alcaldes por influencia de los mozárabes,
aunque el nombre no arraigó en algunos puntos, v. gr. Galicia,
hasta fines del período) á cuyo cargo estaba la jurisdicción civil
y criminal (incluso en las querellas de fijosdalgos con obispos,
cabildos, monasterios y órdenes) y que eran nombrados por
suerte y por collaciones, barrios ó parroquias. El poder directo
popular seguía representado por las juntas ó asambleas generales
de vecinos, que se reunían, ora para acordar en punto
á policía de la población, ora para fijar lo concerniente á pesos
y medidas, precio de las labores del campo y otros asuntos.
En algunas ciudades había también representantes del rey,
llamados domini, dominantes, merinos, potestades, etc. Conviene,
sin embargo, no poner en olvido que, en realidad, el régimen
político de los municipios variaba grandemente de unos á
otros. Había concejos en que tenía siempre representación la
nobleza y otros en que no sólo los funcionarios eran plebeyos,
sino que se prohibía admitir por vecinos á los hidalgos ó caballeros
ó dejar construir fuerte ó palacio, á no ser para el rey
ó para el obispo. En algunos puntos, los cargos se repartían
por mitad entre la nobleza y el pueblo: v. gr., León, donde
había cuatro alcaldes, de los qué uno nombraba el rey y otro
salía de la iglesia.
Aparte de los funcionarios nombrados, que eran los principales,
había el aguacil mayor, el cual custodiaba la bandera del
concejo; el alférez, que mandaba las milicias concejiles organizadas
ya desde 1137 en Avila, Salamanca, Toledo, Guadalajara,
Talavera, Madrid, Segovia y otras poblaciones, y notablemente
crecidas en el reinado de Alfonso VIII; los fieles, que cuidaban
de la policía de los mercados y escribían y sellaban las cartas
de los concejos; los alamines ó veedores de mercaderías; los ala436
HISTORIA DE ESPAÑA
rifes, que inspeccionaban las obras públicas y particulares; los
veladores ó guardas de noche (serenos), etc.
Además de la representación que el rey tenía á veces en el
concejo por medio del alcalde ú otro delegado, comunicábase
con aquél por medio de cartas y mensajeros, para participarle
hechos importantes de la política (paz ó guerra, casamientos,
nacimientos de infante, etc.) ó prevenirle que reuniese las milicias
para una campaña; y el concejo, á su vez, contestaba por
medio de mensajeros, bien á lo que el rey le decía, bien exponiéndole
peticiones y quejas. Los mensajeros solían también llevar
poderes para negociar en la corte asuntos que interesaban
al municipio.
290. Independencia municipal.—No obstante todas estas
relaciones con la corona, y las que derivaban del otorgamiento
de los fueros y de las reuniones de Cortes, los municipios obraban
con frecuencia—reflejando el espíritu cantonal ó localista
de su tiempo y la debilidad del poder central—con independencia
absoluta. Así como hemos visto que, á veces, los nobles se
lanzaban á hacer la guerra sin permiso del rey, ios concejos
también solían hacer lo propio, invadiendo los territorios musulmanes
por su cuenta. Igualmente luchaban á mano armada unos
contra otros, ó contra los señores vecinos, y á menudo con
mucha razón y motivo sobrado, por las vejaciones que de éstos
recibían. Para tales guerras y para efectos de la policía, como
la extinción de bandidos, etc., se unían varios concejos formando
una federación ó hermandad, como la de Escalona y Segovia,
la de Escalona y Avila, y la de Plasència y Avila, á fines del
siglo xn; las de Toledo y Talavera después He la minoridad de
Alfonso VIU; la de Segovia con Avila, Plasència y Escalona, en
1200, y otras. Para el régimen de ellas se formaban ordenanzas,
se nombraban alcaldes, se dictaban y ejecutaban sentencias, sin
contar para nada con el rey. Fernando III reconoció algunas
de estas hermandades, pero tuvo que prohibir otras que bajo el
pretexto de justicia cometían no pocos abusos. A veces, las
hermandades se constituyen ente concejos y nobles, con fines distintos.
El mismo espíritu de autarquía revelábase en el orden de la
legislación especial del concejo. De ordinario, la ley en que
TRIBUTOS CONCEJILtS 437
constaban escritos los derechos y privilegios de éste era el fuero,
que se daba al constituirse y se ampliaba ó reformaba en otras
ocasiones por la autoridad del rey, expresada particularmente
ó en concilios y Cortes. A veces, los municipios obtenían también
el derecho de formar por sí las reglas de su régimen interior,
como sucedió al parecer en Salamanca—cuyo llamado
fuero se cree sea una colección de ordenanzas hechas por el
concejo con autorización del rey,·—y en otros puntos (Caceres,
Zamora, Madrid) para materias determinadas de la administración
(ordenanzas de ganados, etc.) Pero á menudo no se contentaban
con esto, sino que, á escondidas del rey y con fraude, solían
inventar por sí ó ampliar sus fueros. Las cosas llegaron á
mayor extremo en municipios muy apartados del poder central,
ó en que la tradición de vida independiente se conservaba y aun
había sido reconocida por los reyes, como privilegio; puesto que
algunos concejos de la costa cantábrica (§ 300) sostuvieron
guerras con reyes extranjeros (el de Inglaterra, v. gr.) y ajustaron
tratados de paz como si fuesen completamente soberanos.
Esto, unido á los datos que acerca de los nobles conocemos,
da perfecta idea de la falta de unidad que tenía entonces el
poder político. La autonomía dio, no obstante, á los municipios
una grandeza no exenta de aspectos buenos y que brilló sobre
todo—mantenida por el régimen de democracia directa que suponía
la intervención y poder acentuados de la Asamblea,—
desde el siglo xn hasta bien entrada la época siguiente, en que
se marca la decadencia.
291. Tributos concejiles.—Los municipios no gozaban tan
sólo de libertades políticas ó administrativas, sino también de
ventajas y privilegios en el orden económico. Ya hemos visto
que los plebeyos eran casi los únicos que pagaban las contribuciones
al rey, puesto que los nobles estaban exentos de ellas,
excepto algunos ligeros tributos, y los eclesiásticos, tanto regulares
como seculares, se fueron eximiendo rápidamente de aquella
obligación. Las contribuciones ó tributos eran entonces
muchos en León y Castilla y de muy varia clase, teniendo unos
el carácter de tales contribuciones, otros el de indemnizaciones
por servicios que se dejaban de prestar y otros el de multas ó
compensaciones.
I 28
4 3 8 HISTORIA DE ESPAÑA
A los primeros pertenecían la goyosa ó tributo que pagaban
los casados cuando les nacía algún hijo; la luctuosa ó nuncio,
que consistía en la mejor cabeza de ganado ó la mejor alhaja de
las personas que fallecían, y que se entregaba al rey (1); el movido,
que se pagaba por el traslado de domicilio; el yantar ó cantidad
de víveres que se daba al rey y á su acompañamiento cuando
visitaba alguna villa; el conducho, colecha ó collelta, análogo al
yantar, pero más extenso, pues comprendía habitación, luz,
ropas, forraje, etc.; el censo ó capitación, que daban los libertos
y sus descendientes; el petition, contribución extraordinaria
que imponían los reyes con motivo de algún hecho importante
como casamiento ó nacimiento de un príncipe y otros análogos,
y que desde comienzos del siglo xm se hizo anual, llamándose
moneda, por la pieza en metálico que se pagaba; los servicios,
tributos ó donativos extraordinarios que las Corte? ó los pueblos
concedían á los reyes; la mañería, por la cual se entregaban
al rey los bienes de los que morían sin sucesión dentro de cierto
grado; la enüzia ó décima parte del precio de las casas ó heredadades
vendidas; el montdtico y herb ático, que se pagaban
respectivamente por el aprovechamiento de lefias y pastos de
los montes, ó por el de la hierba de los prados públicos; el pontdtico
ó pontadgo, por el pasaje de caminos ó puentes públicos; las
diezmas de mar, ó derechos de aduanas en los puertos; el portazgo,
ó derechos de carga y descarga, y otros.
A la segunda clase de tributos pertenecían: el fonsado ófonsadera,
indemnización que pagaban al rey los que no podían asistir
personalmente á la guerra; elpectum ó pecho, que se introdujo
en eí siglo xi y consistente en cuatro sueldos que pagaba cada
vecino de tierra de realengo, cuando el rey levantaba tropas
para la guerra; la anubda ó castellana, con que se rescataban los
trabajos de edificación, construcción ó reparación de castillos
y fortificaciones á que estaban obligados los plebeyos (como
peones) y los caballeros (como capataces); la facendera ó serna,
que se pagaba en conmutación de los trabajos agrícolas que se
debían al rey en ciertas ocasiones, y otros.
(i) Este tributo lo pagaban también los caballeros con un caballo, loriga ó cantidad de
dinero; y los clérigos, con una mula ó un vaso de plata.
HACIENDA MUNICIPAL 439
A la tercera clase pertenecía la multa llamada cabana ó caloña,
que habían de pagar todos los habitantes de una comarca
en que se cometía un crimen y no era habido el autor, por considerarlos
á todos como solidarios responsables. Estas multas se
graduaban según la gravedad del caso y la condición de la persona
ofendida. Generalmente, de las multas por delitos cobraba
una parte el rey, otra el consejo y otra el querellante.
Como se ve, los plebeyos libres no estaban menos agobiados
de tributos y servicios que los siervos patrocinados (§ 194)
dependientes de los señoríos. Era natural, pues, que los reyes
estableciesen, como uno de los mayores atractivos para la población
de las villas y fortalezas, exenciones de aquellas cargas
económicas. Así, en muchos fueros municipales se dispensa
gran parte de los tributos mencionados, ó se les reduce, como
elfonsado, á una vez por año; ó bien, y esto era lo niás común
(y lo fué siendo más de día en día), se sustituyen todos con uno
solo en dinero (moneda forera) ó en especie, que pagaban los
vecinos, á veces en cantidad no excesiva (dos sueldos en Logroño)
cada año, aparte del fonsado, que no se dispensaba, y de
los yantares, que se debían siempre al rey cuando visitaba la
villa ó ciudad.
292. Hacienda municipal.—Para la vida interior del municipio
y la satifacción de sus propias necesidades generales,
contaba la hacienda concejil, en primer lugar, con tributos que
pagaban los vecinos y multas de los mismos ingresadas en
la caja del concejo, á diferencia de los que se daban al rey;
con servicios personales de trabajo, que también eran obligatorios,
ora en el orden agrícola (cultivo de campos municipales),
ora en la construcción, reparación, etc., de caminos, murallas
y demás obras; y, finalmente, con tierras propias, cedidas
por elrey al fundar la villa ó dar el fuero, ó ganadas en la
guerra por el concejo, ó pertenecientes á éste por tradición de
la época visigoda ó romana y, también quizá, de tiempos anteriores.
Eran de dos clases estas tierras: unas, cultivadas por
todos los vecinos, como servicio ó carga concejil, y cuyo producto
ingresaba en las arcas municipales para ser gastado en
cosas de provecho común: caminos, murallas, castillos, puentes,
etc.; y otras, cuyos frutos aprovechaban directamente los
440 HISTORIA DE ESPANA
vecinos, y que unas veces permanecían indivisas y otras se distribuían
en lotes ó porciones cada año ó cada cinco, tres, etc.
Las primeras se llamaron de propios, y las segundas, comanales
ó de aprovechamiento común. Estas consistían en prados,
montes ó terrenos de labor, pero más principalmente en montes
y prados, de que aprovechaban los vecinos, según ciertas reglas,
los pastos, leñas y madera de construcción.
Ni los propios ni los comunales podían venderse, siendo
nula la venta que de ellos se hiciera; pero los primeros podían
arrendarse, en vez de ser cultivados directamente por el concejo.
Los pueblos tenían buen cuidado de deslindar y amojonar
estas tierras, procurando que se conservaran sin detrimento ni
variación los lindes, porque ellas constituían su primera y más
importante riqueza y la base del bienestar de los vecinos.
293. Organización de los señoríos.—La organización popular
del gobierno y administración locales no se limitó á los
concejos. En parte por la influencia y el ejemplo que éstos daban,
en parte por el crecimiento de la población libre y la
mezcla de elementos (muy heterogéneos) venidos de tierras extrañas,
se produjo en los habitantes de las villas y ciudades
señoriales, y especialmente en las de señorío eclesiástico, un
fuerte movimiento dirigido á recabar participación en el régimen
político y administrativo, paralelo con el de las clases
serviles para mejorar su condición civil. No pocas de las sublevaciones
á que hemos hecho referencia en un párrafo anterior,
se dirigieron á este fin ó tuvieron por motivo cuestiones relacionadas
con él. «La formación de centros populosos—dice un
autor—compuestos de individuos ligados estrechamente por la
comunidad de intereses; la conciencia cada vez mayor de esta
solidaridad; el crecimiento de su prosperidad y bienestar gracias
al desarrollo de la industria y el comercio, y la organización
de las milicias concejiles con sus poderosos contingentes
para rechazar los ataques de los normandos y de los moros,
despertaron en los habitantes de las poblaciones de señorío
eclesiástico legítimas aspiraciones de independencia y de libertad,
el afán por gobernarse á sí mismos como las poblaciones
que dependían directamente de la corona. Tenían la independencia
en el orden económico y quisieron también tenerla en
ORGANIZACIÓN DE LOS SEÑORÍOS 441
lo político... En las ciudades de señorío eclesiástico, como San*
tiago, Lugo, Orense, Tuy, Palència, Zamora y Sahagún, luchan
los burgueses, primero, por limitar la facultad del señor
de elegir á su arbitrio los magistrados municipales; más tarde,
por concentrar en el Concejo ó asamblea general de vecinos
tan preciosa atribución. Esfuérzanse por extender la competencia
de los funcionarios municipales á expensas de la ejercida
por los dependientes del señor, y en casi todas las ciudades
episcopales, como en Oviedo y León, además de las citadas
anteriormente, surgen conflictos de jurisdicción entre los jueces
civiles y los eclesiásticos...» Los reyes intervinieron con frecuencia
en estas luchas, aunque no con política constante, sino
circunstancial, favoreciendo unas veces á los señores y otras á
los subditos.
Pero los pueblos fueron haciendo su camino. Hasta fines del
siglo xii, hubo en Santiago, v. gr., únicamente jueces nombrados
por el obispo; pero en 1181 suenan ya jueces ó magistrados
populares, creyéndose que empezaron á ser elegidos hacia 1130,
con el nombre de justicias. En el fuero dado á Padrón en 1164
se mencionan también dos justicias de carácter popular.
El pueblo intervenía además, desde el año 1020, en ciertas
funciones administrativas, como eran fijar el precio de los comestibles
y el de los jornales cada año. A este efecto, reuníanse
los vecinos el primer día de cuaresma en asamblea (concilium);
pero como estas reuniones se hacían cada vez más difíciles por
el aumento de la población, se fué estableciendo la costumbre
de delegar sus funciones en una comisión de personas de reconocida
probidad y competencia, que se llamó concilio ó concejo.
No debe, sin embargo, confundirse este concejo con el análogo
de los municipios libres (§ 202). El concilio compostelano,
á que hemos hecho referencia, tenía funciones muy especiales y
limitadas, inferiores á las que supone al gobierno de la ciudad.
Correspondía éste á una junta ó concejo de optimates populi, de
personas distinguidas, nombrada por el obispo. Así duró, hasta
fines del siglo xn, aunque con bastantes alternativas; pues en
todos los movimientos y sublevaciones de los burgueses (como
en la de 1156) se formaban concejos revolucionarios, de elección
popular, reflejo de la aspiración de los compostelanos. Por
4 4 2 HISTORIA DE ESPAÑA
último, lograron establecer definitivamente el gobierno propio
entre los años 1173-1206. A comienzos, pues, del siglo xn
habían conquistado los burgueses de Santiago una organización
autónoma, como la de los municipios libres.
Esto por lo que toca á la ciudad. En el campo y en las villas
y aldeas del territorio era costumbre antigua, mantenida y sancionada
en documentos legales (Fueros de Don Diego Gelmírez:
1115), que todos los meses se reunieran en cada Arciprestazgo
de los que comprendía la diócesis, los presbíteros,
caballeros y campesinos, para que, «si alguno tiene que exponer
alguna queja ó algún agravio, se vea y se corrija por al Arcipreste
y demás discretos varones». Estas reuniones ó asambleas
se convirtieron con el tiempo en permanentes, con el carácter
de Cofradías. Aparte de los Arciprestazgos, constituían también
unidades políticas las parroquias, es decir, el territorio correspondiente
á una iglesia parroquial (§ 70), cuyos habitantes
eran convocados cuando convenía, celebrando también asambleas
como las de los Arciprestazgos: v. gr., en Taboadelo, en
Río Caldo y otras localidades en que esta costumbre aun persiste.
Hemos presentado el caso de Santiago sólo como ejemplo.
Cosa análoga fué produciéndose en las demás ciudades de señorío
eclesiástico y en las de señorío civil ó noble, cuyos moradores
obtuvieron, poco á poco, fueros y mejoras en su condición
política que les aproximó á la organización de los municipios
libres.
294. Organización judicial.—Con todo lo que antecede
queda explicada la respectiva situación y el juego normal de los
diferentes elementos políticos que en este período influyen en
los reinos de León y Castilla; y se pueden ya comprender dos
órdenes generales del gobierno cuya organización difiere mucho
de la actual: la justicia y el ejército. Comenzaremos por aquél.
El principio general, como sabemos, era que la justicia pertenecía
fundamentalmente al rey. En el concilio de León de 1020,
Alfonso V confirmó esta ley ordenando que en todas las ciudades
del reino hubiese jueces de nombramiento de la corona, para
que juzgasen los pleitos de todo el pueblo. En realidad, la jurisdicción
civil estaba encomendada-á los alcaldes de las villas ó
ORGANIZACIÓN JUDICIAL 443
jueces; la criminal, bien á funcionarios ó jueces mayores (que
se llamaban merinos ó adelantados), bien, en los concejos donde
ambas jurisdicciones correspondían á los magistrados populares
(§ 202), á éstos. Pero aun en tales casos correspondía al
rey la vigilancia y el castigo de tales jueces, si no administraban
bien justicia, y hasta el nombramiento de otros de fuera del
lugar, que se llamaban jueces de salario. Los funcionarios de la
justicia real no necesitaban de menos vigilancia y represión, por
lo común, como en general todos los empleados públicos, en
aquellos tiempos de constante anarquía. «Los sayones, ministros
y alguaciles cometían mil violencias en la exacción de las
caloñas (§ 291)0 multas pecuniarias, así como los merinos reales
en la de los pechos y tributos. Los jueces de las villas y
pueblos sentenciaban arbitrariamente y sin conocimiento de las
leyes». Los mismos reyes se quejan de estos desmanes, como
se ve por palabras de Fernando I y Alfonso VI, entre otros.
Este último hubo de anular un portazgo que se pagaba en el
puerto de Montevalcárcel, por los muchos desórdenes é injusticias
que se cometían, robando y molestando á los viajeros;
siendo de notar que uno de los motivos que inclinaron al rey á
tomar esta determinación, fué el interés de los viajeros franceses,
alemanes é italianos que entraban por aquel puerto; lo cual
prueba, de una parte, la importancia que ya tenían las relaciones
internacionales, y de otra, el influjo civilizador que éstas
representan.
El rey tenía la alzada de los pleitos (aunque no siempre se
hacía efectiva, por el desorden de los tiempos), el poder de avocar
á sí todos los asuntos y el conocimiento privativo ó especial
de ciertos delitos y cuestiones: hombre muerto á mansalva, mujer
forzado, quebrantamiento de iglesia, palacio ó camino, ruptura
de tregua, contienda civil entre nobles, causas de riepto ó
desafío, y otros así. Para administrar justicia en tales casos,
el rey daba audiencia pública rodeado de su tribunal, llamado
Cort, del cual formaban parte personas de la familia real, obispos,
condes, funcionarios de palacio, jefes de circunscripción
y, á veces, también infanzones. La Cort ó Curia podía ser ordinaria
ó extraordinaria, cuando el rey la convocaba especialmente
(Corte pregonada). En estas audiencias oía'el rey también á los
444 HISTORIA DE ESPAÑA
representantes ó enviados de los concejos (§ 290) y á todo vasallo
que hubiese de exponerle queja, pretensión ó petición de
justicia en un negocio administrativo. Hasta fines del siglo xn,
las funciones de la Cort parece que fueron meramente consultivas,
sin derecho de iniciativa ni voto decisivo. La sentencia
dependía exclusivamente de la voluntad del rey, cuyas órdenes
ejecutaba el Portero, cargo que sustituye, en el siglo xn, al de
sayón. En las mandationes ó condados, había juntas ó asambleas
judiciales que se reunían periódicamente y á la que debían asistir
los caballeros.
295. Penalidad.—A la rudeza de las costumbres y á la
misma intranquilidad y anarquía sociales, que pedían enérgica
represión en consonancia con la cultura de la época, respondía
la penalidad, verdaderamente feroz. Consistía ésta en mutilar
al delincuente, apedrearle, despeñarle, quemarle ó sepultarle
vivo, encadenarle hasta que muriese de hambre, cocerlo en calderas
y desollarlo, ahorcarlo, ahogarlo en el mar, etc.; habiéndose
inventado algunas de tales penas, como extraordinarias,
para reprimir el bandidaje que se desarrolló mucho en ciertos
momentos, por resultado de las discordias civiles y de la guerra,
v. gr., en tiempo de Alfonso IX.
Como medios de prueba seguían usándose el agua caliente,
el hierro ardiendo y el duelo judicial, admitido por el Concilio
de León de 1020; pero ya á fines del siglo xi eran mal mirados,
y los reyes (quizá por influencia de los cluniacenses) tendieron
á suprimirlos por vía de privilegio ó exención. Para lograr la
confesión de los delincuentes empleábase el tormento, sancionado
ya en el Fuero Juzgo, aunque sólo en causas graves y
previas ciertas formalidades de juicio, y cuidando que no se
produjera la muerte ni la pérdida de miembro importante del
atormentado.
En cambio de todos estos rigores, había á veces lenidades
extraordinarias para ciertos delitos. Tal sucedía con el homicidio,
que, penado en muchos fueros con pérdida de la vida, en
otros seguía atemperándose á la ley visigoda, que permitía el
arreglo pecuniario (composición, enmienda, caloña) entre la familia
del muerto y la del homicida, ó se fijaba simplemente un
precio para redimir el delito. Esta sustitución de la pena corEL
FUERO ECLESIÁSTICO 445
poral por la multa, es muy característica de la legislación
de aquella época. Así, el Fuero de León, fija una cantidad; el de
Logroño y Miranda, 500 sueldos, cifra que se repite en otros
fueros; el de Cuenca, 300; el de Sahagún, 100; el de Alcalá, 108;
y el de Salamanca dice que pague el homicida 100 maravedises
y salga desterrado, y, si no puede pagarlos, que se le ahorque.
Estos precios solían no ser uniformes, sino variar según la clase
social del ofendido; y, así, se pagaba más por el homicidio de
un noble que de un plebeyo; pero los privilegios forales fueron
concluyendo con estas diferencias. Es muy curiosa la prescripción
del Fuero de León, que señala la cifra insignificante de
nueve días para prescribir el delito de homicidio; de modo, que
si en ese plazo no era cogido el delincuente, quedaba libre de
pena, aunque no siempre de la venganza de los parientes de su
víctima, que solía ejercerse como entre los germanos. En algunos
fueros se observa la aplicación del principio del tallón.
Pero la Iglesia y los reyes trataron con insistencia de restringir
estas costumbres de la venganza privada (como se ve en los
Concilios de Coyanza y León y en fueros como el de Sepúlveda)
y de dulcificarlas, introduciendo, con la llamada «paz de
Dios» (acordada en Concilios eclesiásticos, como el de Santiago
de 1113 y el de Oviedo de 1115), compromisos obligatorios de
conservar la paz, respetar las personas y propiedades, perseguir
á los malhechores, etc., que aprobaron los reyes y se extendieron
por todo León y Castilla.
296. Dificultades de la administración de justicia.—El
fuero eclesiástico.—A pesar de las disposiciones de los reyes,
encaminadas á regularizar la administración de justicia y á hacer
efectiva la concentración de ese poder en su mano, y á pesar
de las leyes que ordenaban que la justicia fuese igual para
todos y que nadie pudiera ser preso, muerto ó embargado en
sus bienes sin ser oído y vencido en juicio según fuero, el espíritu
desordenado y anárquico de ¡a época, las pretensiones de
las clases sociales privilegiadas, y la misma arbitrariedad de los
funcionarios, ponían muchas dificultades á la buena marcha de
la administración en este orden.
Era frecuente que los ofendidos, ó acreedores, ó pleiteantes,
se tomasen la justicia por su mano, sobre todo si eran nobles,
446 HISTORIA DE ESPANA
ó cuando menos que procurasen asegurar el éxito pecuniario de
ella adelantándose á tomar prendas, ó sea á embargar por sí
bienes de la parte contraria dondequiera que los hallasen; lo
cual daba lugar á riñas y muertes.
Los mismos delincuentes hallaban refugio á menudo, bien
acogiéndose abusivamente á la inmunidad eclesiástica, como
hemos visto (§ 274), bien á lo que se llamaba derecho de asilo,
es decir, al que gozaban algunas iglesias y algunos monasterios
de que el juez no pudiese entrar á prender al que se
refugiaba en ellos, aunque viniera persiguiéndolo como delincuente
probado. Las personas principales solían también
ocultar en sus casas y sustraer á la acción de la justicia á muchos
criminales. Añadíase á esto el haber establecido la costumbre
de que en ciertos días del año, llamados' de indulgencia,
ó en algunas fiestas religiosas notables, se diese libertad á
un preso, aunque no hubiese sido juzgado todavía, ni extinguido
su condena; y, finalmente, de la facultad de perdonar que
tenían los reyes se hacía á menudo gran abuso, en virtud de
las influencias de los magnates y gentes que privaban en la
Corte. Se comprende que con todo esto anduviese de manera
muy irregular la justicia.
Por estos conflictos se originaron no pocos disturbios y se
embarazaba la administración de justicia, hasta que en el período
siguiente los sucesores de Fernando III fueron poniendo
remedio.
297. El ejército.—El servicio militar, como hemos visto
(§ 291), era en estos tiempos un deber general en todos los subditos
del rey, lo mismo nobles y eclesiásticos que plebeyos.
Sólo en muy pocos casos se dispensaba de él, y esto únicamente
tratándose de pueblos fuertes ó cercanos á la frontera, y
con la obligación de defenderse por sí en caso de ataque del
enemigo; es decir, que la exención era sólo para salir al campo.
Más absolutas eran las dispensas personales, que se hacían á
ciertos individuos, pero á cambio de un tributo ó indemnización
en dinero ó especie (fonsadera).
El ejército no se reunía sino ert tiempo de guerra. Cuando
ésta terminaba, los soldados volvían á sus casas y continuaban
ejerciendo su oficio ó industria, si eran plebeyos, ó se dedicaban
EL EJÉRCITO 447
al descanso, si eran nobles. Es decir, que no había, como hoy,
ejército permanente, sino más bien una milicia temporal, que
sólo era llamada en caso necesario, como las reservas actuales.
En tiempo de paz no solía haber sobre las armas más que algunas
tropas á sueldo que tenía el rey, ó gentes allegadas á
palacio (mesnaderos-donceles).
Llegado el momento de salir á combate, llamaba el rey y
acudían los señores nobles y eclesiásticos con sus vasallos,
siervos, etc., formando grupos (mesnadas) diferentes, mandadas
por el señor y mantenidas por él en ciertos casos, en que se
le llamaba señor de «pendón y caldera», por la bandera que
llevaba y la caldera en que se cocía el rancho ó comida de los
soldados. Cuando el noble era poderoso y tenía bajo su dependencia
á otros nobles inferiores ó caballeros, iba cada uno de
éstos acompañando á su superior con el número de soldados de
i pie (peones) ó montados que le cupiese reunir. Por otro lado,
venían las milicias de los concejos, con su alférez ó abanderado.
El fuero de cada población fijaba ya «el número de
ciudadanos que debía acudir á la milicia, sus oficios, obligaciones,
tiempos y circunstancias en que habían de salir á las expediciones
militares». No todos los vecinos iban, en efecto, al fonsado.
Estaban obligados, en primer término, los alcaldes, jueces
y cabezas de familia; pero éstos podían enviar, en lugar suyo
(según algunos fueros), á un hijo ó sobrino. Los jefes de las milicias
eran también jueces para las faltas y delitos que se cometieran
en la guerra y para el reparto del botín. En ias narraciones
de la batalla de Alarcos (1195), se mencionan ya las
milicias municipales. En la de las Navas de Tolosa estuvieron
presentes las de Soria, Almazán, Atienza, San Esteban de
Gormaz, Ayllón, Medinaceli, Cuenca, Medina, Valladolid, Toledo,
Avila, Segovia y otras.
El rey tenía ciertas obligaciones con los caballeros en punto
á pagar la soldada de los combatientes y repartir las tierras ó
riquezas ganadas, obligaciones que fijó claramente Alfonso X,
sucesor de Fernando III, como veremos en la época siguiente.
Aparte de las mesnadas señoriales y las milicias concejiles,
formaban con frecuencia parte del ejército, extranjeros, que
unas veces eran moros aliados, otras judíos, y también fran448
HISTORIA DE ESPAÑA
ceses, alemanes, italianos, etc., que venían, ya por afán de
guerrear y obtener algún lucro, ya por excitaciones del Papa,
que llamaba á Cruzada para auxiliar á los reyes españoles.
298. Las Órdenes militares.—Las necesidades de la guerra
de los cristianos con los musulmanes de Oriente (Palestina),
que por este tiempo se produjo, trajeron la creación de ciertas
milicias de carácter mixto, religioso y guerrero, formadas de
voluntarios, caballeros, nobles y frailes en su mayor parte,
de las cuales fué la primera la
llamada del Templo (1118), creada
para defender á los peregrinos
que iban á visitar los Santos Lugares
(Jerusalén, Belén, etc.). A
estas milicias se les llamó, dado
aquel carácter mixto á que hemos
hecho referencia, Ordenes militares,
organizándolas como las órdenes
monásticas, con voto de
castidad, hábito, voto de obediencia
al abad, vida en común, etc.
Las condiciones guerreras fueron,
no obstante, las principales
en las Ordenes, puesto que las
puramente religiosas sufrían excepciones
frecuentes. Así, no todos
los Templarios habían de ser
célibes, y en otras órdenes tampoco
se exigía este voto.
En España se crearon Ordenes
militares por las especiales
exigencias de la guerra, según hemos visto (§ 127). La primera
que se formó, con objeto de defender la plaza de Calatrava
contra los almohades, tomó el nombre de aquella población
(1 1 58). Poco después se creó otra, llamada de Santiago, por
dedicarse sus caballeros principalmente á proteger á los peregrinos
que iban á Compostela; en 1166 se organizó una tercera,
llamada de San Julián de Pereiro, que cambió este nombre
por el de Alcántara, á virtud de haberle cedido esta villa el
Fig. 88. - Templario. (Según dibujo de un
manuscrito de la Biblioteca Barberini.)
MODO DE HACER LA GUERRA . 449
rey Alfonso IX. Las tres obtuvieron la confirmación del Papa,
y en las tres era libre el voto de castidad, de modo que había
caballeros (freires) que eran religiosos profesos y otros que
eran seglares. Los religiosos vivían en comunidad, en conventos
ó casas de la Orden. Cada una era dirigida por un superior
llamado maestre, elegido por los mismos caballeros y confirmado,
dada su calidad de prelado, por el Papa, á cuya suprema
obediencia estaban sujetas las órdenes. Llegaron éstas á ser
muy poderosas por el número de sus miembros y las riquezas
que allegaron, tanto, que constituyeron alguna vez un peligro
para la corona, ó á lo menos un motivo de temor para ésta.
Aparte de las Ordenes españolas, se introdujeron en Castilla
otras de creación extranjera, como la citada del Templo, en
el reinado de Alfonso VII, la de San Juan de Jerusalén, etc.,
que alcanzaron aquí importancia; además de éstas, una fundada
en Palestina, pero por un noble español, el conde Rodrigo
(1180), para defensa de Tierra Santa. Llamábase de Montjoye,
y la confirmó el Papa Alejandro III dándole la regla del
Cister. Aunque tuvo de existencia tan sólo 7-t de siglo, alcanzó
á poseer grandes bienes en España y otros puntos. Al desaparecer,
sus propiedades pasaron á la orden de Calatrava.
Todas ellas acudían á la guerra, cuando el rey las llamaba,
con sus maestres, y formaban una de las partes más numerosas
é importantes del ejército. Los caballeros iban montados, constituyendo
una excelente caballería, y cada uno tenía por auxiliares
uno ó varios sirvientes de á pie, llamados escuderos.
299. Modo de hacer la guerra.—Las costumbres de la
guerra estaban en consonancia con la rudeza de los tiempos.
No se solía tener piedad ni misericordia del vencido. La mayor
parte de las expediciones militares hacíanse, más que para lograr
ventajas, para quitar medios á los enemigos y molestarlos
todo lo posible. Así, que, por lo regular, una ó dos veces cada
año entraban las tropas castellanas en tierra de moros (y lo
mismo hacían éstos siempre que podían) para robar los frutos,
saquear los pueblos, destruir los sembrados, viñas y olivares,
quemar casas y recoger ó matar rebaños. A las personas se las
mataba ó se las reducía á esclavitud, siendo, sobre todo, feroz
la persecución cuando se obtenía la victoria en una batalla.
450 HISTORIA DE ESPANA
Tales costumbres seguíanse incluso en las grandes expediciones
mandadas por los reyes y dirigidas en primer término á
conquistar alguna ciudad ó dar una batalla. También, cuando
ninguna de estas cosas era posible, los reyes se limitaban á
talar campos y recoger cautivos, como medio de intimidar y
de obtener tributos, según hizo varias veces Fernando 1
(§225). Este rigor en las luchas armadas—más grave por la
mucha frecuencia de éstas—se trató de calmarlo mediante
la llamada «Tregua de Dios», iniciada en el concilio franco de
Toulonges (1041) é introducida primeramente en Cataluña,
conforme á la cual en ciertos días de la semana—del miércoles
por la noche al lunes por la mañana—y en ciertos otros de
fiesta, se daba tregua á las guerras privadas. Para imponer esta
tregua se amenazó con penas eclesiásticas y multas, y en algunos
puntos se formaron tribunales ó asociaciones de la paz.
Cuanda se rendía una villa, solía hacerse mediante pacto
(capitulación) en que el vencedor se obligaba, por lo general, á
respetar las vidas y haciendas de los vencidos; pero ya hemos
visto que, á menudo, dejaban de cumplirse estas obligaciones
(§ 227).
Las tierras conquistadas y las casas y haciendas particulares
que dejaban vacantes los moros que huían, morían ó emigraban,
repartíanse entre los peones y caballeros que más se habían
hecho notar en la guerra, no olvidándose los reyes de hacer donativos
á las iglesias, conventos, órdenes militares, etc. Estos
repartimientos, como se llamaban, consignábanse en cuadernos,
de los que son célebres los relativos á Murcia y Sevilla, que aun
se conservan. Las riquezas muebles (dinero, alhajas, etc.) se
repartían también según ciertas reglas, tocando al rey una parte.
Las armas que principalmente se usaban eran, como en la época
anterior, el casco; la coraza, que cubría la parte superior del
cuerpo y se fabricaba de metal, acero, generalmente; la loriga,
armadura metálica más completa; los brazaletes, manoplas, etc.,
que defendían brazos, manos y demás; el escudo, reforzado con
barras de hierro, ó todo de metal, y que llevaba pintadas las
armas del caballero, ó su insignia especial (empresa), con leyenda
ó mote ó sin él. Los caballeros llevaban defendido el caballo
con piezas de hierro (loriga y armadura). Como armas ofensivas
MODO DE HACER LA GUERRA 45 I
Fig. 89. — Armas ofensivas y defensivas españolas de los siglos xi y xii.
452 HISTORIA DS ESPANA
usaban los combatientes la espada, la lanza (de caballería),
la pica, la ballesta para las flechas ó dardos, el puñal y el hacha.
Para el ataque de las ciudades muradas utilizábanse torres
de madera; arietes, como los de los romanos; máquinas
para arrojar piedras ó flechas, y otras. Los fosos se llenaban
con piedras ó haces de leña y hierba (faginas), ó se atravesaban
con puentes de madera. Para cubrirse en estos trabajos,
los soldados usaban una especie de casetas con ruedas cubiertas
de pieles fuertes, y con ellas se acercaban á los muros.
Gomo distintivos y medios de comunicación ó de excitación
del ardor bélico, usábanse ya en estos tiempos las banderas, las
bocinas ó trompetas, los tambores y otros instrumentos en cuya
introducción influyeron mucho los musulmanes, sobre todo los
almorávides y almohades. Cuando la toma de Sevilla, la bandera
real llevaba ya el escudo de León y Castilla como hoy lo
conocemos. Otras veces se ponían en las banderas imágenes de
santos ó de la Virgen, ó cruces. Los colores variaban mucho.
No se había llegado aún á fijar un color propiamente nacional.
300. La marina.—Hasta la primera mitad del siglo xii no
tuvieron los cristianos de esta parte de la Península, marina de
guerra. Para la pesca usaban barcos pequeños de remos, hasta
que Don Diego Gelmírez (§233) estableció en Iria un astillero,
haciendo venir de Genova un maestro constructor, llamado
Ogerio, que construyó, efectivamente, por los años de 1120, dos
galeras. Diez años después, hablan las crónicas de una escuadra
importante, que ayudó á Don Alfonso 1 de Aragón en el sitio
de Bayona; y á poco, los portugueses siguieron su ejemplo, formando
marina de guerra que en 1182 luchó ya con la de los
moros.
Los barcos que formaban en esta época la escuadra no eran
propiedad del rey ni del reino en conjunto. Pertenecían unos á
señores, como el arzobispo de Compostela, y otros á vecinos ó
corporaciones de las villas de mar en la costa cantábrica y en
la atlántica de Galicia. A lo que parece, sobre ellos se ejercía el
fonsado; y así como los señores y las villas de tierra adentro
enviaban soldados á la guerra cuando el rey los llamaba, los
que estaban en la costa y poseían barcos, los enviaban también,
y terminada la expedición los volvían á su puerto.
LA MARINA 453
Esto es lo que hizo Fernando 111 cuando trató de tomar á
Sevilla. Comisionó á un noble de Burgos, experimentado en
cosas navales, Ramón Bonifaz, para reunir el «fonsado de mar»,
que diríamos, en las villas del N.; es decir, para recoger el
mayor número posible de barcos por llamamiento real. Se prestaron
á ello los concejos marítimos, y reunió trece naos gruesas,
más cinco galeras que á expensas del rey se construyeron
en Santander. Con esta escuadra mixta (pues parte era de los
concejos y parte del rey) venció Bonifaz á la mahometana que
guardaba la entrada del Guadalquivir. Los concejos que asistieron
á esta guerra fueron: Santander, Laredo, Castro, San
Vicente de la Barquera, Santoña, Avilés, Irún y otros de las
Vascongadas y Galicia. En memoria de esta hazafia, el cabildo
catedral de Sevilla, que se creó después de la toma, grabó en
su sello un barco con una imagen de la Virgen. El rey premió
ú los marinos concediéndoles tierras en el repartimiento y privilegios,
de ¡os cuales fué uno considerarlos como agrupación
especial con alcalde propio que juzgase sus pleitos y diferencias
en lo marítimo. El sitio que ocuparon se llamó Gran Barrio,
t'ii la Parroquia mayor.
Fernando 111 no se contentó con esto, sino que organizó formalmente
la escuadra real, estableciendo un astillero en Sevilla
y nombrando jefe de la marina (almirante) á Bonifaz, con jurisdicción
sobre Jos marineros, cierto derecho en las mercancías
traídas por mar y otros privilegios. Por su parte, los concejos
cantábricos intervenían con sus naves, independientemente del
rey, en las guerras entre Francia é Inglaterra, ora apresando
buques de esta última nación (1254), ora auxiliando á los sitiados
de la Rochela, contra lo cual reclamó á Fernando III el rey
inglés Enrique III.
Después de la conquista de Sevilla fueron á poblar las costas
S. muchas gentes del N., las cuales constituyeron núcleo
de la marinería, estando obligados á servir en la escuadra los
vecinos de Cartagena (fuero de 124o), los de Sevilla (1251) y
otros. Con esto aumentó la navegación, el comercio y la importancia
marítima de Castilla. Bonifaz ganó, en 1251, nueva
victoria sobre los moros.
Los buques usados eran de varias clases: los llamados galeras
1 29
454 HISTORIA DE ESPAÑA
ó navios, propios para combate y que llevaban vela y remo, las
naos y carracas, de vela y de uno ó dos palos, y otros menores,
llamados galeotas, carracones, leños, cocas, etc.
301. La Iglesia.—La influencia de los cluniacenses en Castilla,
trajo, según va dicho, grandes reformas en la Iglesia. Un
monje cluniacense, Hildebrando, había llevado las ideas de su
Orden á Roma, y como cardenal y confidente de los Papas influyó
notablemente, haciendo que se dictasen decretos que
desligaban á la Iglesia de la dependencia en que estaba de los
emperadores de Alemania, y tendían á concluir con la simonía
y el nicolaísmo (§ 2 13). Elevado luego á la Santa Sede (con el
nombre de Gregorio VII), reunió un Concilio en Letrán (1074),
cuyas declaraciones fueron prohibir á todos los sacerdotes que
tuviesen esposa ó viviesen con mujeres; condenar á los que
vendían beneficios ó puestos eclesiásticos y negar á los reyes
el derecho de distribuir los obispados. Al mismo tiempo, se
procuraba estrechar las relaciones de las iglesias existentes
fuera de Italia con el Papa, y unificar el rito y la disciplina,
que variaban según las naciones. Los cluniacenses procuraron
lograr todo esto en España, y lograron gran parte de ello.
Los reyes castellanos seguían la tradición visigoda en punto
á sus relaciones con la Iglesia. No obstante los privilegios que
le concedían, la jurisdicción exenta que fueron otorgándole, etc.,
ejercían siempre sobre ella un poder superior, •especialmente
en cuanto al nombramiento de las altas jerarquías, organización
territorial y demás puntos análogos. Así, ellos eregían y restauraban
las sillas episcopales, elegían obispos y los deponían mediante
justa causa, reunían y confirmaban concilios y hasta juzgaban
causas eclesiásticas en alzada. Resultaba de aquí una
dependencia estrecha de la Iglesia para con los reyes: dependencia
atenuada por la piedad de éstos y por la cultura de muchos
eclesiásticos que gozaron de gran influencia en aquellos
tiempos; aparte del poder que representaban los que eran, juntamente,
jefes de señorío. El derecho del rey á elegir los obispos
se ejercía unas veces directamente, y otras indirectamente,
es decir, permitiendo que el cabildo ó el concilio hiciese la
elección y luego se pidiera la conformidad del rey, sin la cual
no valla aquélla. Una vez elegidos los obispos, ejercían dentro
LA DISCIPLINA Y EL RITO 455
de su diócesis jurisdicción independiente, aunque se comunica-,
ban con el Papa para los asuntos generales de la religión.
La influencia de los cluniacehses se mostró ya en este punto.
Merced ä ella comenzó á sentirse en España la autoridad del
Papa en cuanto á la elección de obispos y á la disciplina, obrando
los reyes de acuerdo con la curia romana en muchas cosas en
que hasta entonces se había prescindido de ella, y avocando
ésta á sí, en virtud de la política de centralización y uniformidad
de Gregorio VI í, derechos que antes tuvieron los reyes, obispos
y concilios provinciales. Sin embargo, los reyes no re
nunciaron por completo á su antigua intromisión cesarista en
las cuestiones interiores de la Iglesia, y sostuvieron el principio
de que, para que tuvieran efecto las determinaciones de la
Santa Sede en punto á la Iglesia de España, era preciso el consentimiento
y beneplácito reales. El resultado de las influencias
cluniacenses y de la nueva política papal inaugurada por Gregorio
VII, fué, por lo que toca á la misma Iglesia, estrechar la
relación y dependencia con la Santa Sede y establecer poco á
poco la unidad de gobierno en este orden, desligando los negocios
eclesiásticos del poder civil. El Papa tuvo desde entonces,
regularmente, legados ó representantes suyos en España, que
presidían los concilios generales ó intervenían en las cuestiones
de las iglesias; lo cual no quiere decir que antes de esta época
fueran nulas semejantes relaciones de la Santa Sede con los
obispos españoles, puesto que ya en el siglo x, como veremos,
hubo legados del Papa en Galicia para investigar el oficio gótico
y comunicarse con el prelado de Compostela.
302. La disciplina y el rito.—Como natural consecuencia,
las corrientes unificadoras de la orden de Cluny y de los Papas
que la representaban, trascendieron del gobierno de la Iglesia
general á la vida interna de cada iglesia particular y al culto.
Sobre lo primero, ó sea sobre la disciplina, no había por entonces
reglas generales que obligasen por igual á todos los eclesiásticos
cristianos, salvo en algunos puntos, y aun en ésos,
como el celibato, ya hemos visto que las. costumbres eran muy
contrarias y diversas. En lo demás, cada región ó cada obispo
habían ido proveyendo á las necesidades ó resolviendo las
cuestiones con criterio propio, produciéndose diferencias regio456
HISTORIA DE ESPANA
nales de disciplina. Así, por lo que se refiere al régimen de
vida de los eclesiásticos de las catedrales ó iglesias importantes,
lo general en León y Castilla era lo que se llamaba «canónica
goda», es decir, la vida en común á la manera de los Apóstoles
y sin más regla casi que el Evangelio, mientras en Galicia
se observaba una regla más estrecha que imponía vida monástica,
con dormitorio y refectorio comunes, silencio obligatorio
en todos los actos, lecturas piadosas durante la comida y otras
condiciones. La pobreza de las iglesias durante los primeros siglos
de la Edad Media favoreció esta disciplina. Los eclesiásticos
que vivían en común se llamaban canónigos y estaban bajo la
obediencia del obispo; pero bien pronto se rompió con esta
regla, puesto que en tiempo del obispo Gelmírez (§2 3 3) ya los
conónigos de Compostela vivían independientemente, cada cual
en su casa, y con gran lujo muchos, por cierto. La influencia
cluniacense y el ejemplo de su regla uniformaron la disciplina
y apretaron los lazos de dependencia entre los eclesiásticos y el
obispo, así como entre los monjes y el abad, por el voto de
obediencia absoluta. Desde entonces comenzaron á vivir según
una regla uniforme la mayoría de las iglesias cristianas.
Lo mismo sucedió con el rito, es decir, los rezos, cantos,
fórmulas, ceremonias, etc., de la iglesia, que en España se hacían
conforme á la liturgia llamada visigoda (§ 136) ó mozárabe,
por haberla conservado los mozárabes en las ciudades del califato,
lo mismo que los cristianos independientes en las del N.
Esta liturgia procedía de los primeros tiempos de la Iglesia y
se había completado y desarrollado (hasta llegar á la forma en
que hoyes conocida) bajo la dominación visigoda. En Roma
y en Francia se usaba entonces otro rito, llamado romano ó
francés, y ambos tenían igual valor canónico, habiendo sido el
mozárabe aprobado por varios Papas y Concilios. Pero las
ideas unitarias de Gregorio VII y los cluniacenses repugnaban
esta diversidad y trataron de imponer en Castilla, como en
todas partes, el rito romano; si bien debe notarse que los clu
niacenses tenían para su uso especial misal y breviario distintos
del romano. Un legado del Papa, llamado Hugo Cándido, fué el
que en 1064 comenzó las gestiones para que se aboliese el rito
mozárabe, informando al Papa que estaba aquél contaminado
LAS JURISDICCIONES 457
de herejía. Por de pronto, no obtuvo éxito en su deseo, porque
los obispos castellanos recurrieron al Papa Alejandro II,
y éste, habiendo examinado el rito, lo aprobó. En esta ocasión,
los obispos españoles presentaron al Papa los cuatro
libros que encerraban «en su tipo más perfecto, las fórmulas
principales de la antigua liturgia nacional», á saber, el Líber
Ordinum, el Líber Orationum, el Líber Míssalis y el Comíais (compuesto
por pasajes de la Biblia que se leían en alta voz en la
primera parte de la misa). Los cuatro nos son hoy conocidos.
No obstante la victoria conseguida por el rito mozárabe, Hugo
Cándido insistió años después en su propósito con Gregorio VII,
inclinándole á que pidiese al rey la abolición (1074). Alfonso
VI, á quien se dirigió el Papa, no opuso resistencia, influido
como estaba por los monjes de Cluny y por las ideas francesas
de su mujer; pero el clero español y el pueblo, acostumbrados
á su rito tradicional, repugnaron el cambio. Se remitió
la decisión á la prueba del duelo judicial, y venció el defensor
del rito mozárabe. Luego se hizo lo propio con la prueba del
fuego, echando en una hoguera los dos misales, gótico y romano,
y también, salió vencedor el primero. No obstante, el rey
siguió apoyando los deseos del Papa y se abolió al fin el rito
nacional para seguir el romano: nuevo elemento de uniformidad
en el régimen de la Iglesia, y de subordinación de todo el clero
á Roma. El rito mozárabe se conservó sólo (y se conserva aún)
como recuerdo, en una capilla de la catedral de Toledo y en
otra de Salamanca. Algunos historiadores creen que algo de lo
que cuentan las crónicas medioevales en punto á las vicisitudes
de la lucha entre ambos ritos, puede ser invención ó exageración
del arzobispo Don Rodrigo (§ 352).
303. Las jurisdicciones.—Establecióse merced á estos
cambios, con cierta uniformidad, (a jurisdicción eclesiástica.
Como superior jerárquico de todo el clero de cada obispado,
estaba el obispo, aunque bajo la inspección de los arzobispos ó
metropolitanos y de los legados del Papa, y en último término
con sumisión á éste, á cuyo tribunal ó curia se acudía para la
resolución definitiva de los asuntos. El obispo no tenía, sin embargo,
jurisdicción más que sobre los eclesiásticos seculares, ó
sea de las iglesias ordinarias, y la ejercía mediante los arci458
HISTORIA DE ESPANA
prestes, jefes de distritos dentro del obispado, y los curas párrocos.
Los monasterios, que en un principio estaban también
sujetos al obispo, gozaban ya á mediados de esta época de jurisdicción
exenta, en cuya virtud los monjes no eran juzgados
por el tribunal del obispo, ni obedecían las órdenes suyas, sino
las del abad, jefe supremo de cada orden, ó de prior, jefe de conventos
secundarios llamados prioratos ú obediencias; estableciéndose,
pues con esto, una diferencia entre el clero secular y
el regular, si bien uno como otro estaban sujetos en primer
término al Papa. Los monjes vivían en comunidad, que unas
veces era sencilla (de hombres solos ó de mujeres solas) y otras
doble, juntándose en un mismo monasterio (v. gr., el de Oña),
aunque con debida separación, dos comunidades, una de religiosos
y otra de religiosas, correspondiendo á la primera el gobierno
y dirección.
También las Ordenes militares fueron exentas. Reconocían
todas por superior al Papa, pero tenían jurisdicción privativa
ó independiente de los obispos: lo cual produjo, más de una
vez, cuestiones de competencia entre los maestres y los diocesanos.
La Iglesia imponía á los herejes penas eclesiásticas, tales
como la confiscación de bienes, privación de cargos, prisión y
excumunión ó lanzamiento de la comunidad cristiana. Esta última
pena, con el entredicho ó privación de los sacramentos, se
aplican aún á los señores y á los reyes, pues era doctrina de
Gregorio VII y otros Papas, que todo soberano debía ser rigurosamente
ortodoxo ó quedar privado de su autoridad. Pero no
obstante la tradición de la época (§ 122 y 139) en punto al
deber que tenía el Estado de castigar los delitos religiosos—tradición
renovada en el siglo xii por Concilios y Papas que exhortaron
en este sentido á los reyes,—la legislación de Castilla
no admitió tal principio hasta bien entrado el siglo xin.
304. Bienes de las iglesias y monasterios.—Favorecieron
los reyes á las iglesias y monasterios con grandes mercedes,
consistentes, no sólo en villas, montes, prados y demás propiedades
inmuebles que se conquistaban á los moros ó poseía de
antes de la corona (con lo cual se miraba también un poco á la
repoblación de los territorios conquistados), sino en recursos de
LAS ORDENfcS MENDICANTES 459
la hacienda pública, como diezmos, acuñación de moneda, etc.
As(, Alfonso VI concedió á la catedral de Toledo, juntamente
con varios lugares, la tercera parte de los diezmos del rey,
concesión que ampliaron en 1123 Doña Urraca y Alfonso Vil.
La misma Doña Urraca dio á la jglesia de Sigüenza el diezmo
de las rentas del portazgo, los quintos de las alcabalas de
Atienza y Medinaceli y otros derechos, y al monasterio de Sahagún
el de acuñar moneda. Alfonso VII favoreció con rentas
en Madrid, Buitrago, Alcalá y otros pueblos, á la iglesia toledana,
y Alfonso. VI11 dio grandes posesiones á la orden de Calatrava
en la Alcarria. Por su parte, las leyes protegieron de un
modo especial las propiedades eclesiástic*as, como se ve en disposiciones
de los concilios de León, Coyanza, Palència, Benavente,
etc.
Resultado de todas estas concesiones y de la inmunidad real,
cada vez más extendida (§ 274), fué que las iglesias y los monasterios
se enriquecieran mucho. La misma Orden de Cluny
y la del Cister, fundada con igual espíritu que aquélla y rival
suya, á fines del siglo xi habían degenerado por su lujo y ostentación.
Cluny dirigía en el siglo xn 2,000 conventos, y su
abad viajaba con una escolta de ochenta jinetes. Por el lado de
la pobreza y de la humildad parecía fracasada la obra de la
Iglesia; pero la idea renació bien pronto y produjo la creación
de nuevas Ordenes monásticas, cuyo voto principal era la pobreza.
305. Las Órdenes mendicantes.—Fueron éstas dos, en un
principio: la de los franciscanos, fundada por el italiano San. Francisco,
y la de los predicadores, fundada por el español Santo Domingo
de Guzmán, natural de Calaruega, villa del obispado de
Osma, donde nació en 1170, distinguiéndose pronto por su
saber y fervor religioso. Ambas Ordenes hacían voto de absoluta
pobreza, viviendo de limosna. Los franciscanos iban de dos en
dos, vestidos de peregrinos, con traje de lana burda con capucha
(de donde el nombre de capuchinos, dado á una clase de
ellos), pidiendo limosna y predicando el arrepentimiento y la
conversión. Los predicadores ó dominicos, cuya Orden se fundó
principalmente en vista de la herejía albigense (muy extendida
en el Mediodía de Francia y en Cataluña, sobre todo entre la
460 HISTORIA DE ESPAÑA
nobleza), se dedicaban en primer término á convertir á los- heréticos
é iban siempre a' pie y vestidos muy sencillamente. Se
distinguieron de los antiguos monjes, so sólo en esto, mas también
en que, en vez de estar encerrados en monasterios y alejados
del mundo, vivían en íntimo contacto con él, dirigiéndose
los franciscanos con preferencia al pueblo y los dominicos á las
clases altas. El Papa aprobó ambas Órdenes, permitiéndoles
predicar, confesar y enterrar, y ellos
influyeron mucho en afirmar la autoridad
de la Santa Sede. Se extendieron
rápidamente, de tal manera que en
1260 había ya 1,808 conventos de
franciscanos, yen 1277, 417 de dominicos.
En todas partes excitaron el
entusiasmo popular, agrupando á su
alrededor los fieles con mayor número
que las otras Órdenes ó el clero secular.
Santo Domingo fundó también la
Milicia de Jesucristo, llamada después
«Tercera Orden de penitencia ó Terciaria?,
especie de Orden de caballería
cuyos individuos se obligaban á lomar
las armas contra los herejes cuando
fuere necesario. Ya sabemos lo que
[••ig. 90.-Dominico. Santo Domingo influyó en la guerra de
(Según Heiyot.) ]o s albigenses. A él se debe, igualmente,
la institución del Rosario.
306. Costumbres de los clérigos españoles.—A pesar de
la gran revolución que produjeron las reformas de Gregorio VII
y las Órdenes mendicantes, ciertos vicios ó corruptelas de la
vida del clero tardaron mucho en desarraigarse. De ellas fué el
nicolaismo, contra el cual se había pronunciado ya el concilio de
Letrán (§ 501)y que en León y Castilla estaba muy arraigado,
lo mismo que en Aragón. La mayoría de los clérigos vivían
maritalmente con mujeres y disponían en testamento á favor de
sus hijos, autorizados en esto por los fueros, que también consideraban
á tales hijos como herederos forzosos con preferencia
á los demás parientes (fueros de Molina, Plasència, Alcalá,
KL MATR1M( NIO 461
Fuentes y otros). Como en rigor, según la disciplina recibida
de antiguo en la Iglesia española (§ 70), los clérigos no podían
legítimamente casarse, se consideraban sus uniones como concubinatos,
y á sus mujeres se llamaba barraganas. Los prelados
celosos de la ley canónica y los Papas trataron diferentes veces
de remediar este abuso; y las reformas de los siglos xi y xn hicieron
redoblar las medidas en este sentido. Así,en 1228, reinando
Fernando III, se celebró en Valladolid un Concilio de todos
los prelados de León y Castilla, presidido por un legado del
Papa, y en él se estableció que fuesen excomulgadas las barraganas
de clérigos y se les negase sepultura en sagrado; que á los
sacerdotes que tenían barragana se les privase para siempre de
los beneficios que hubiesen, y que sus hijos no los heredasen,
como era permitido hasta entonces. No obstante estas penas, el
mal siguió por mucho tiempo, «casi con la misma publicidad y
generalidad», viéndose obligadas las autoridades eclesiásticas
y las civiles á nuevos mandamientos y castigos, como veremos
en el período siguiente. También hubo que reprimir algunos
desórdenes en comunidades de monjas.
En puntos á otros órdenes de la vida, lujo, obediencia, regularidad
de votos, etc., nuestro clero padecía de iguales males
que el clero de Europa en general, en virtud del espíritu anárquico,
de la ignorancia y grosería de los tiempos, aunque, como
siempre sucede, con no pocas excepciones de varones virtuosos
y de gran saber. Sabemos ya que la reforma cluniacense se
dirigió á remediar estos males; y aunque con sus doctrinas y el
ejemplo de algunos de sus hombres pudo influir en moralizar y
regularizar las costumbres del clero, muchos de los monjes de
aquella orden que vineron á España, unos por su ambición y
su sentido invasor en la esfera de las demás Órdenes y del clero
en general, y otros por relajación de vida, fueron piedra de escándalo
de la Iglesia española/Las Ordenes mendicantes, que
en un principio sostuvieron su austeridad sin debilitarla, contribuyeron
más al fin de reformar las costumbres del clero, de
conformidad con las ideas de los concilios y de los Papas.
307. El matrimonio.—Del estado anárquico y atrasado de
la sociedad participaban todas las instituciones. No hay una en
que no se encuentre, junto con gran diversidad de formas, que
4Ó2 HISTORIA DE ESPANA
variaban de región á región, manifestaciones poco conformes
con la moralidad de las costumbres ó, cuando menos, muy distantes
del orden y regularidad á que estamos acostumbrados
hoy día, si bien no pasen á menudo de la apariencia.
Siendo una de las necesidades de la Reconquista y del progreso
económico el aumento de la población, parecerá natural
que la opinión pública y las leyes protegieran las uniones matrimoniales
y persiguiesen, más ó menos directamente, el celibato
de los que no eran clérigos. Los célibes gozaban, según
muchos fueros, de menos derechos civiles y políticos que los
casados. A éstos, en cambio, les concedían privilegios, como
devengar mayor multa en caso de insultos á ellos dirigidos, excusarse
en el primer año de matrimonio, ó por muerte de su
mujer, de ir á la guerra y de pagar fonsado, etc. Pero la opinión
y las leyes tenían de la unión matrimonial un concepto más
amplio que el que ahora tenemos. Reconocían, en efecto, dos
formas de matrimonio: el de bendición, que se celebraba con todas
las solemnidades de derecho públicamente y ante la iglesia,
y el llamado ά yuras, que era un contrato juramentado, con
iguales obligaciones que el matrimonio de bendición, pero sin la
publicidad y las solemnidades de éste; es decir, sin ceremonia
religiosa, por puro acuerdo de las partes. La igualdad de efectos
de ambos matrimonios era tan grande, que en algún fuero
se establece la mediación del obispo para reconciliar á los casados
tanto de bendición como d yuras, en caso de rompimiento ó
separación de uno de los cónyuges. Las solemnidades esenciales
eran: los esponsales, contrato celebrado entre el novio y el
padre (ó, mejor dicho, los padres; pues en este punto era común
é igual "el derecho de marido y mujer) y en virtud del
cual adquiría aquél derecho á que le fuese entregada la potestad
sobre la esposa; y el casamiento, en que el padre verifica la
entrega. En nombre suyo comenzó á realizar esta ceremonia en
el siglo xm el sacerdote, que á su vez recibe de manos de
aquél, ó de los parientes, á la desposada. El nuevo marido daba
al padre un regalo en dinero ó especie, en señal de gratitud
por la potestad que se le confería.—Aparte de estas dos formas.
de unión, había una tercera, parecida al matrimonio d yuras
y llamada barraganla. Celebrábase ésta entre varón y mujersolteEL
DERECHO DE KAMILIA 463
ros, mediante contrato de amistad y compañía cuyas principales
condiciones eran la permanencia y la fidelidad, pero no se
consideraba como verdadero matrimonio. El varón que se enlazaba
en barraganía podía ser lego ó clérigo, según hemos visto,
pero fundamentalmente debía ser soltero. La costumbre extendió
estas uniones á los hombres casados, no obstante la prohibición
de muchos fueros; y la barraganía vino á ser así una
forma general de unión de los sexos muy frecuente en esta
época y que, cuando recaía en solteros legos, no sólo era tolerada,
sino que se consideraba en muchas localidades como decente
y decorosa, concediendo las leyes casi iguales derechos á las
bdgarranas que á las mujeres legítimas. Esta forma de unión puramente
contractual, y la del matrimonio à yuras, las consideran
algunos autores como imitaciones del matrimonio musulmán.
En cambio, se castigaba duramente el adulterio de la mujer,
así como ciertos vicios carnales, generalmente con la muerte;
siendo de notar que en alguna localidad, cuando menos, se
permitía al cónyuge inocente, una vez probado el adulterio,
que se pudiera casar con otra mujer, es decir, que se reconocía
el divorcio completo por esta causa, de conformidad con el
Fuero Juzgo. También estaba admitido por repudio (que usaban
frecuentemente los reyes y nobles), por malos tratos del marido
y otros hechos. La prostitución, aunque tolerada en parte, era
mal mirada, permitiendo los fueros que se injuriase y maltratase
á las mujeres pertenecientes á ella sin incurrir en multa, y arrojándolas
ignominiosamente de las villas y ciudades.
308. El derecho de familia.—El varón era el jefe de la familia,
y la mujer le quedaba sometida en todos órdenes, necesitando
licencia suya para celebrar contratos. El marido dotaba i
la esposa y ésta aportaba al matrimonio algunos bienes muebles,
alhajas, vestidos, lechos, etc., que se conocían con el nombre
de axuvar ó ajuar. La dote se llamaba también arras, y los
fueros fijaban unas veces su cuantía y otras dejaban en libertad
á las partes para determinarla. Los bienes adquiridos durante el
matrimonio se consideraban por mitad de uno y otro cónyuge
(gananciales), de modo que, al morir el marido, la mujer adquiría
una parte, y viceversa: diferenciándose en esto del Fuero
Juzgo, que establecía la división á prorrata de los bienes lleva4Ó4
HISTORIA DE ESPAÑA
dos por cada uno al matrimonio. En alguna región estuvo
vigente el fuero llamado de Bailío, según el cual todos los bienes
de los esposos son comunes. Los gananciales se reconocían,
es esta época, tanto á las mujeres de bendición como á las ά
yuras y aun á las barraganas. En algunos fueros se concede al
cónyuge superviviente el derecho de que, permaneciendo viudo
durante el resto de su vida, disfrute de todos los bienes matrimoniales,
sin que los parientes del muerto puedan reclamar
la división: á esto se llamaba ley de unidad. A falta de ella, le
concedía también la costumbre al sobreviviente cierta parte de
bienes muebles ó raíces, con tal que siguiese en viudedad ¿ luciera
vida casta si era mujer. Las que quisieran casar de nuevo,
no podían hacerlo hasta pasado un año.
Los hijos quedaban en la potestad del padre, al cual estaba
prohibido venderlos, darlos en rehenes, maltratarlos, herirlos,
etc., respondiendo, además, de las multas en que incurriesen
aquéllos, ya fuesen legítimos, ya de barragana. En cambio,
los hijos no poseían bienes propios mientras estaban bajo la
patria potestad, de la cual se salía mediante casamiento é indirectamente
por razón de edad. Muerto el padre, la madre
obtenía la potestad tutelar sobre los hijos, mientras no contrajese
nuevas nupcias.
Por regla general, los hijos heredan de los padres y tienen
preferencia los legítimos. Sin embargo, los ilegítimos podían en
ciertos casos (según disposición de algunos fueros) concurrir
á la herencia con los legítimos. Los que nacían de barraganía
de soltera con soltero, podían, según el fuero de Soria, recibir
la cuarta parte de los bienes del padre, aunque éste tuviera, en
la época de la donación ó testamento, otros hijos legítimos de
posterior matrimonio. Los hijos de barraganía de soltera con
casado llamábanse bastardos; y, según los fueros, si el padre era
hidalgo podía darles 500 sueldos y heredarlos, lo cual sucedía
también con los de padre pechero. Ya hemos visto que hasta
los hijos de clérigo heredaban. La parte de bienes que los
padres tenían obligación de dejar á los hijos llamábase legitima,
y por lo común era igual para todos, prohibiéndose las mejoras.
Los que morían sin hijos se llamaban mañeros, que vale tanto
como infecundos; y sus bienes, si eran siervos ó foreros, pasaLA
PARENTELA 465
ban al señor, por el derecho que se llamaba de mañerla: ley que
se observó en León y Castilla hasta principios del siglo xi y
que duró más en Asturias y Galicia. Los foreros ó pecheros de
realengo también estaban sujetos á la mañería; pero tanto en
éstos como en los de señorío, hubo muchos casos de exención ó
de limitación á cierta clase de bienes, variando mucho en este
punto los fueros. El rey Alfonso V derogó la mañería para los
nobles en el fuero de León, y de aquí pasó á otros sustituyéndose
con la libertad de testar. A pesar de esto, todavía
en el siglo xiv hubo en Asturias casos de mañería.
309. La parentela. —La estrecha relación existente entre
los esposos y entre padres é hijos, daba á la familia gran consistencia
orgánica, que se extendía á círculos mayores entre los
parientes. Así, aunque la ley autorizaba la emancipación por
casamiento, era muy frecuente, sobre todo en la población rural,
agricultora, que no se separasen los miembros de la familia,
sino que continuasen reunidos los hijos casados con los padres
y abuelos, formando grupos familiares que vivían en común y
seguían disfrutando de los bienes de la casa, sin dividirlos por
herencia. Estas comunidades, de cuya existencia sabemos particularmente
en Asturias y Galicia bajo diferentes formas y
nombres, no sólo contribuían á mantener los lazos de familia,
sino á conservar las propiedades sin romper su unidad, favoreciendo
con esto á la agricultura en aquellos tiempos en que
era tan necesaria la asociación de brazos; siendo de notar que
muchas veces la dirección de la camunidad, cuando la dejaba
el padre, recaía en el .hijo ó hija mayor.
A este sentimiento de solidaridad respondían en Castilla diversas
leyes y costumbres que, ora fijaban como propiedad permanente
no enajenable de la familia la casa, la era y el huerto,
ora daban preferencia á los parientes para adquirir los bienes
que se ponían en venta, ora disponían que á la muerte de uno
de los cónyuges, no teniendo hijos, volvieran sus bienes á los
ascendientes, es decir, á la familia de donde salieron. Con todo
lo cual, continuándose por ventura costumbres antiguas, proveía
la sociedad medioeval á la necesidad importante en aquellos
tiempos de mantener los lazos de solidaridad familiar y concentrar
los esfuerzos en el trabajo agrícola.
466 HISTORIA DE ESPANA
También en el derecho penal, allí donde persistían las formas
antiguas de la venganza ó de la composición privada, el parentesco
dejaba sentir su fuerza, ya considerando enemigo de todos
al que mató ú ofendió á un pariente, ya peleando en los
duelos judiciales, ya siendo testigos privilegiados, etc.
ARAGÓN
310. Clases sociales.—Apenas se dibuja con claridad para
el historiador el nuevo reino aragonés, aparecen en él más
señaladas y duras las diferencias sociales que en León y Castilla,
si bien debe notarse que no conocemos con tanto pormenor
aquéllas como éstas. La nobleza de Aragón ofrece caracteres
más feudales, jerarquía más cerrada y absoluta y más
despótico poder sobre las clases proletarias y serviles. Distinguíanse
en ella varios grados, siendo el primero el de los ricoshombres
de natura, que se consideraban descendientes de los
primeros conquistadores. Con ellos partía el rey las tierras
ganadas, dándoselas, ya vitaliciamente con obligación del servicio
militar (relación verdaderamente feudal, llamada honor),
ya en condiciones análogas á las semifeudales que hemos
visto en León y Castilla. Los honores se hicieron, con el tiempo,
hereditarios; y la organización feudal se acentuó después
de la unión con Cataluña, introduciéndose las reglas de
los Usatges ó consuetudines Barchinonae (§ 259). Seguían á los
ricos-hombres los caballeros, que recibían de aquéllos rentas ó
parte de los señoríos que adquirían, constituyéndose en vasallos
suyos. El rey tenía también especialmente sus caballeros,
que desde Jaime I se llaman mesnaderos y forman una nobleza
á veces tan poderosa como la primera, pero de categoría inferior.
Seguían á los caballeros los infanzones, que aquí son gentes
francas de tributos y con privilegio de no acudir á la guerra
con el rey sino en los casos de batalla campal y cerco de castillo,
en que iban á sueldo del rey, con pan para tres días: especie
de nobleza de fuero (como se ve en el de Belchite), análoga
á la que vimos en Castilla (Sepúlveda). Los ricos-hombres
habían de militar por su feudo, tres meses cada año. Don Jaime
1 creó un nuevo grado de nobleza en 380 caballeros de
l.OS EXTRANJEROS 467
Aragón y Cataluña, que habían asistido á la conquista del reino
de Valencia, y que se llamaron caballeros de conquista.
El clero gozaba de iguales ventajas sociales que hemos visto
en León y Castilla, sin que haya diferencias tan grandes que
merezcan ser notadas aquí. Poseía igualmente grandes propiedades
con vasallos y jurisdicción, constituyendo señoríos eclesiásticos.
La clase media libre se fué formando en los municipios
de análoga manera que en los territorios castellanos, pero con
menos importancia que en éstos, distinguiéndose en dos categorías:
los burgueses ó ciudadanos que ejercían profesiones liberales,
y los hombres de condición, artesanos, obreros, etc. En cuanto
á los siervos, colonos, etc. (conocidos, los primeros, con el nombre
de mezquinos hasta el siglo xn, y en el xm con los de casad,
collatii, peitarii, villani de parata, homines signi servitii), créese que
al principio gozaban de condición bastante favorable, pudiendo
los colonos libres cambiar á voluntad de domicilio; pero que
en el siglo xm se produjo marcada agravación en su dependencia
de los señores, alcanzando éstos una potestad absoluta
que llegaba hasta el derecho de matar á aquéllos de hambre,
sed ó frío. Así se consignó en las Cortes de Huesca de 1245,
primer documento en que consta esta miserable condición de
las clases populares. El movimiento emancipatorio tardó en
llegar y corresponde por completo al período siguiente. Los
eaclavos moros adscriptos á la gleba, llamábanse (aquí como
en Navarra y Cataluña) exaricos y se diferenciaban de los siervos
cristianos. Los más antiguos documentos hoy conocidos
que hablan de exaricos, son de los años de 1095 á 1247. Es
de notar que, mientras en Castilla la servidumbre á que se
sujeta á los moros es ordinariamente personal, en los demás
países á que ahora nos referimos, fué adscripticia. La sociedad
aragonesa era, en suma, más aristocrática y privilegiada, y sus
leyes más duras para las clases pobres que las de León y Castilla.
311. Los extranjeros.—Además de la población indígena
y cristiana, había en Aragón, de igual modo que en Castilla,
otros grupos importantes de gentes, como eran los judíos, los
mozárabes y los mudejares. Los judíos gozaron hasta comien468
HISTORIA DE ESPANA
zos del siglo X-HI de gran consideración social, y vivieron en íntima
relación con los cristianos, prestando iguales servicios á
la política y á la cultura que en Castilla y León. En algunas
ciudades aragonesas, los judíos formaron comunidades importantes,
como la de Tudela. Jaime I los protegió (á pesar de
que ya empezaba entonces á iniciarse la persecución religiosa
contra ellos), declarándolos clientes suyos; lo cual no obstó á
que el mismo rey favoreciese-los trabajos del clero católico para
procurar la conversión de los judíos y consintiese las controversias
públicas entre sacerdotes y rabinos, algunas de las cuales
presidió el propio Jaime I.
Los mozárabes habían ido aumentando á medida que avanzaba
la conquista. La protección concedida por Alfonso I á los
mozárabes andaluces, de los cuales dio tierras á 10,000, au'
mentó su número y su importancia, señalada muy especialmente
en orden al lenguaje y á la cultura. Estas gentes gozaron
á menudo, como en Castilla, de fuero especial.
Cosa análoga les ocurría á los mudejares, cuya existencia
empieza á fines del siglo xi y que llegaron á ser más numerosos
que en Castilla,, viéndose muy favorecidos por reyes como Alfonso
I, según se nota en los muchos fueros de esta región y
época, copiados é influyentes en los territorios castellanos(§281).
A pesar de que los concilios de Letrán, en 1179 y 1215,
habían prohibido que viviesen juntos los cristianos con los
moros y judíos, y exigían que los individuos de estas dos últimas
clases se distinguieran de aquéllos por la calidad y color
del vestido, con lo cual se iniciaban las medidas restrictivas, no
sólo la opinión general permitía el trato íntimo con los moros,
lo mismo que con los judíos (ni se comprende que fuera posible
otra cosa en gentes que habían de vivir lado á lado permanentemente),
sino que la legislación, como hemos apuntado, les
concedía, bien privilegios especiales, bien el mismo trato y
consideración legal que á los cristianos. Así, el fuero de Tudela
(1115? 1122?) les otorgaba que fueran juzgados por sus
propias autoridades, alcaldes y alguaciles; que conservasen
sus heredades y la mezquita (ésta sólo por un año); que no fuesen
obligados á ir á la guerra y que no les hiciera fuerza ningún
cristiano; el de Caiatayud (1120) les protegía contra los abusos
LOS EXTRANJEROS 469
que pudieran cometer con ellos los cristianos, castigando la
muerte dada á judíos y moros, concediendo á éstos que jurasen
según su religión, que tuviesen mercado franco para su comercio,
que cobrasen sus aljamas el precio de la sangre por homicidio
de los suyos, y, en fin, declaraba la igualdad de judíos,
moros y cristianos ante las leyes civiles y penales: cosa que
igualmente repiten, por lo que toca á la ley penal, el fuero de
Teruel (1176) y el de Daroca (1129), dado por Ramón Berenguer
después de casado con Doña Petronila, probando la importancia
que se concedía en la Edad Media á este orden del derecho,
por reflejarse en él las diferencias sociales. No tardaron
mucho, sin embargo, en iniciarse medidas restrictivas y de separación,
como la de obligar á los moros á que viviesen en los
barrios de las afueras de las ciudades, medida que se hizo general
á fines de este período.
Vivían los mudejares de Aragón, como los de Castilla, ora
en el campo, ora en las ciudades, libres unos, sometidos otros á
vasallaje de nobles ó de la Orden del Templo. Por virtud de la
laboriosidad de los moros y también, en parte, para eludir tributos,
era muy frecuente el hecho de que los nobles y los burgueses
dieran sus tierras en aparcería (exarico) á los mudejares,
que labraban y cultivaban, reservándose parte de los frutos. En
punto á tributos, pesaban sobre los mudejares de Aragón los de
costumbre, por capitación, homicidios y caloñas, hornos, molinos,
peaje, carnicerías, quinto y cuarto de los frutos de secano
y regadío, etc. Los que dependían de señores ó de órdenes militares
(como la del Hospital, en Zaragoza) pagaban también
tributos anuales.
A pesar de todas las libertades mencionadas, la condición
de los mudejares aragoneses era, en general, más humilde que
la de los castellanos, por considerarlos menos en sociedad y
ser mayores los pechos y servicios que sobre ellos cargaban,
no obstante privilegios como los de llamar públicamente á la
oración desde lo alto de las torres de las mezquitas, celebrar
sus fiestas religiosas populares y cumplir peregrinaciones y
romerías.
Esto aparte, el contacto entre musulmanes y aragoneses, en
toda esta época fué muy frecuente é intenso en el orden po-
1 30
470 HISTORIA DE ESPAÑA
lítico y social, como lo demuestran la cultura marcadamente arábiga
de los primeros reyes (Sancho Ramírez, Pedro I, que muy
fundadamente se cree no sabía escribir más que en árabe,
Alfonso I, etc.), y las muchas imitaciones del orden jurídico
musulmán que se hicieron en Aragón, como veremos.
312 Régimen político y administración pública.—La monarquía
aragonesa, nacida en 1035 con Ramiro I, aunque absoluta
en su forma, se diferenció bastante de la de León y
Castilla, merced á la organización feudal de la nobleza y á su
intervención en el gobierno. Ya hemos visto, en el relato de los
sucesos políticos, que el rey tenía que contar para todo con
los nobles, los cuales, además, obraban con frecuencia por
cuenta propia y con independencia absoluta. Las muchas guerras
que con ellos sostuvo Jaime 1 (§ 252) son buena prueba de
este poderío de la nobleza. Los ricos-hombres, no sólo tenían el
feudo de las poblaciones conquistadas, sino que ejercían en ellas
la jurisdicción completa (mero y mixto imperio), por medio de
alcaldes ó delegados que se llamaban zalmedinas en las ciudades,
y bayles en las villas; de modo que esta función no pertenecía
al rey tan por completo como en Castilla, á tal punto que
el Justicia (de que se hablará en seguida) no tenía facultades
para favorecer á los villanos de parada. Siendo los honores ó
beneficios militares irrevocables, salvo en caso de desobediencia
ó infidelidad al rey—caracteres propios del régimen
feudal—á diferencia de lo que pasaba en León y Castilla, resultaba
de hecho el monarca dependiente de los ricos-hombres
en cuanto al poder político. La corona tenía también, sin embargo,
sus jueces en los territorios de realengo. Los funcionarios
reales encargados del gobierno de los territorios que no
eran de señorío ó de la administración de justicia, se designan
con diferentes nombres. En poblaciones principales aparece
el zalmedina (Zaragoza, Huesca, Valencia...) análogo al zahebaxorta
musulmán, jefe de policía y juez criminal; en la corte del
rey, el alguacil real, cargo mixto de juez civil y criminal y de
ejecutor de las órdenes del Consejo real y del rey mismo; en
todas las ciudades, el mustaçaf ó edil, también copiado de los
musulmanes; los alcaldes de que se hablará luego, con muchos
otros cargos inferiores de sayones ó alguaciles, escribanos, etc.
LOS MUNICIPIOS Y UNIVERSIDADES 47!
Encargados especialmente de inspeccionar la ruptura de la
Paz de Dios aparecen los paciarios, nombre que también parece
haberse usado genéricamente para designar funcionarios judiciales
ó de policía, así como el de juntero y sobrejuntero. Entendían
en la percepción y custodia de las rentas públicas los
bayles reales.
Jaime 1 introdujo la costumbre de asociar al gobierno al primogénito
del rey, creando á este efecto un cargo político llamado
de gobernación ó procuración general, con jurisdicción propia.
A falta de primogénito, ó siendo éste menor de 14 años,
ayudaba al rey en la gobernación un lugarteniente general. Al
lado del monarca aparece también, confusamente en los primeros
tiempos, con más claridad á partir de Alfonso II, un funcionario
especial llamado el Justicia, especie de juez ú oficial real,
encargado de conocer de la violación de los privilegios y de las
quejas contra las demás autoridades, y cuyos caracteres fundamentales
asimilan algunos autores á los del juez de Las Injusticias
que tuvieron los musulmanes y que se multiplicó en los
reinos de taifas (§ 266). El Justicia dependía directamente del
rey. En tiempo de Jaime 1 esta autoridad comienza á sufrir
modificaciones que produjeron grandes resultados en la época
siguiente. Así, en las Cortes de Egea, de 1265, después de
intentar vanamente los nobles arrancar al rey el nombramiento
del Justicia, logran que se le reconozcan á éste, como privativas,
funciones que solía ejercer sólo por delegación, y entre
ellas la de entender en los pleitos que mediarían entre el rey
y los nobles, como juez medio; á cuyo derecho, acentuado más
tarde, se debe que algunos historiadores hayan visto en el Justicia
una especie de poder moderador. Ya veremos cómo se
desarrolló en España esta reforma. En punto al uso de las
pruebas vulgares y del duelo judicial, rigieron las mismas costumbres
que en León y Castilla, según se ve en los fueros,
marcándose especialmente la del hierro candente. (San Juan de
Peña, Alquézar, Santa Cristina...) Son curiosas las formalidades
del duelo que señala el fuero de Teruel (1176). En otros,
desde fines del siglo xi, se marca tendencia á abolirías.
313. Los municipios ó universidades.—Exceptuaban los
reyes del señorío nobiliario ó eclesiástico muchas plazas ó ciu472
HISTORIA DE ESPAÑA
dades importantes, á las que concedieron fueros ó privilegios con
el mismo fin que los de León y Castilla. Así se constituyeron
los municipios, llamados universidades, en que la clase media vivía
aumentando paulatinamente su poder hasta constituir una verdadera
fuerza política, opuesta á los nobles, como en Castilla,
y afecta por lo general á los reyes; siendo de notar que los del
Sur representaron siempre una tendencia más democrática y
realista que los del N., aristocráticos y feudales, frecuentemente
unidos á la nobleza. Ni unos ni otros se preocuparon de las
clases serviles.
El gobierno interior de los municipios era análogo al de los
castellanos. Una junta ó comisión de jurados, nombrada por
elección popular y á veces por la misma junta anterior, en la
renovación que se hacía cada año, cuidaba de los intereses de
la ciudad ó villa, formaba las ordenanzas y castigaba las infracciones
de éstas. Los alcaldes aparecen como jueces civiles, de
nombramiento popular en la mayoría de- los municipios; y á su
lado figuran en muchos fueros los judex ó jueces criminales y
de policía, generalmente de elección real. También se reconocía
á los vecinos gran intervención en los pleitos privados. En Zaragoza,
según el fuero ó privilegio concedido por Alfonso I
en Η 19, veinte ciudadanos elegidos por los demás eran los encargados
de hacer jurar el fuero y castigar los contrafueros ú
ofensas á la capital. El carácter de esta comisión era más bien
judicial que administrativo. Fuera de ella existían, para el gobierno
de la ciudad, dos clases de funcionarios: los jurados, elegidos
por parroquias, y los conselleres, auxiliares y consultores
de los jurados. La asamblea de éstos se llamaba capítol, y la de
aquéllos consello, siendo preciso, para que los acuerdos fuesen
ejecutivos, si se referían á materias graves, que los tomaran juntamente
el capítol y el consello. Existía, además, la asamblea popular
ó junta de vecinos, llamada concello, convocada por los Ju"
rados y Conselleros para deliberar sobre los asuntos de importancia
que éstos sometían á su consideración. Aunque la mayor
parte de estos datos se refieren á época posterior (siglo xv), en
que es conocida con certeza la organización municipal de Zaragoza,
parece probable que, con ligeras variantes en el número de
funcionarios y otros pormenores, fuesen iguales en el siglo xm.
LAS CORTES 473
Los municipios solían formar entre sí uniones, cuyo fin era
aumentar sus fuerzas y beneficios. Llamábanse comunidades, y
tomaban el nombre de la ciudad ó villa que hacía cabeza de la
unión. Anteriores al siglo xn existían ya las de Calatayud,
Daroca y Teruel, que tuvieron gran importancia en la historia
política de Aragón. Para formar una comunidad necesitábase
permiso del rey, sumisión á éste, igualdad de fuero y otras
condiciones. El carácter de ellas era principalmente militar y
fueron siempre muy adictas á la causa real. Cosa diferente
eran las hermandades, análogas á las de León y Castilla. Como
los concejos castellanos, las universidades tenían sus milicias.
314. Las Cortes.—Desde fines del siglo xi (1071) se reunían
asambleas generales en Aragón; pero las de aquellos
tiempos eran solamente junta de personas pertenecientes á la
nobleza y al clero. Hasta bien entrado el siglo xn (1163),
y según otros autores en 1274 (es decir, á fines del xin), no
tomó parte en estas asambleas el elemento popular, debido á
la escasa importancia que antes tuvieron los municipios. Desde
entonces, las Cortes aragonesas se compusieron de cuatro
brazos: el de los ricos-hombres ó alta nobleza, el de los caballeros,
el del clero y el de las universidades ó municipios.
No todos los nobles tenían derecho á figurar en Cortes, sino
los que llamaba el rey, según costumbre; ni tampoco asistían
todas las universidades, sino algunas, como en Castilla, estableciéndose
con el tiempo la costumbre de no llamar á ningún
pueblo que tuviese menos de 400 casas ó fuegos. A las Cortes
de 1163 (Zaragoza) acudieron sólo los procuradores de Huesca,
Jaca, Tarazona, Calatayud y Daroca. Las comunidades formaban
parte del brazo popular.
Convocaba el rey las Cortes y, según las leyes del reino,
debían ser llamadas cada cinco años, plazo que se extendió á
dos, posteriormente á esta época; pero los reyes no cumplieron
'siempre esta obligación. Las Cortes recibían el juramento
de los reyes en punto respetar los fueros; juraban á los herederos
de la corona; conocían de los greujes ó agravios de los particulares
y pueblos contra el rey ó sus oficiales; votaban los servicios
en gente ó en dinero que necesitaba el monarca, dando á
la prestación en moneda el nombre y carácter de socorro ó
474 HISTORIA DE ESPAÑA
préstamo (profierta); y hacían las leyes, de conformidad con el
rey. Para la adopción de acuerdos se necesitaba la unanimidad
de votos, siendo notable que las ciudades principales disponían
de varios, mientras que las inferiores sólo tenían uno. La
manera de celebración era análoga á la de las Cortes castellanas.
Cuando por muerte del rey y extinción de su línea reuníanse
Cortes para decidir sobre la sucesión, llamábase, á esta forma
extraordinaria, Parlamento. De esta clase fué la reunión de
Borja (i 134), en que los aragoneses eligieron rey á Ramiro
el Monje.
Cuando se verificó la unión de Aragón con Cataluña, no se
fundieron las Cortes de ambos Estados. Siguieron celebrándose
con independencia las de Aragón en Zaragoza ú otra ciudad,
las de Catuluña en Barcelona; y cuando se conquistó á Valencia,
las Cortes especiales de esta región se reunieron por sí
propias. No obtante, alguna vez se juntaron los tres Estados
en Cortes comunes, para decidir asuntos de interés general.
Estas Cortes se celebraban de ordinario en Monzón. Mientras
estaban cerradas las Cortes, funcionaba una Junta, nombrada
por ellas y llamada Diputación permanente, cuya misión era velar
sobre la observancia de las leyes y la inversión de fondos públicos.
315. Legislación.—La forma principal de la legislación, en
este período, es la de los fueros. Ya se dijo oportunamente lo
que cabía en punto al supuesto Fuero de Sobrarbe. Desde que
Aragón se constituyó independientemente y se extendieron
las conquistas, empezaron los reyes á dar fueros; y así se fué
formando un grupo de instituciones heterogéneas de derecho
político, civil, administrativo, etc. Los Fueros de Jaca (1064),
Huesca, Zaragoza (1119), Tudela, Teruel (1176), Alquézar
(1114), Daroca, Calatayud, Belchite y otros, son de este
tiempo, siendo de notar que la legislación castellana y navarra
de la época copió no poco de las leyes de Aragón. «Los castellanos,
navarros y otros—decía Alfonso I al confirmar el fuero
de Jaca en 1187—suelen ir á Jaca para instruirse en sus
fueros y trasladarlos á su país». Jaime I, siguiendo la corriente
general en su época, de uniformar la legislación (trabajo que
EL SISTEMA TRIBUTARIO 475
favorecía, además, el robustecimiento del poder real y la organización
administrativa, ideales del conquistador de Valencia), y
también para depurar los textos falseados que corrían, mandó
redactar una compilación del derecho contenido en los fueros
municipales. El encargo fué hecho al obispo Don Vidal de Canellas,
el cual compuso un libro conocido con el nombre de
Compilación de Camilas ύ de Huesca, en que se refleja el derecho
tradicional de Aragón, sin mezcla del canónico ni del romano,
cuyo estudio tenía ya en aquel país muchos cultivadores;
pero dando como fuentes supletorias el sentido natural y la
equidad, con lo cual abrió en rigor las puertas á la aplicación
de aquellos dos derechos. La colección ó compilación no
derogó los fueros particulares de cada ciudad ó villa. Se consideró,
simplemente, como la ley supletoria de ellos, aplicable
en las apelaciones que se hiciesen al rey. No contiene disposición
alguna de derecho político. Las de este orden fueron
añadidas posteriormente, en 1265, mediante la confirmación
que Don Jaime hizo, en Cortes de Eega, de varios privilegios
de la nobleza. Esta clase se opuso, en las cortes de Alcañiz de
1250 y 1251, á que se alegasen en los tribunales leyes romanas
y canónicas.
316. El sistema tributario.—Esencialmente, no se diferencia
Aragón de Castilla en punto á la naturaleza y distribución
de los tributos. La hacienda real, que era entonces la hacienda
pública, contaba con el quinto del botín de guerra, las caloñas
ó multas, la parte de tierras conquistadas que retenía el rey y
los tributos impuestos, ora á los moros vencidos, ora á los vasallos
cristianos. Entre los tributos especiales hallábanse los
llamados pecha y moraveti, análogos, según se cree, á los servicios
y á la moneda forera de Castilla. La pecha recayó, desde
el siglo xii, sobre los bienes raíces y muebles, en proporción
á su cuantía; el moraveti ó maravedí lo pagaban cada siete
años los vecinos que poseían 70 sueldos de hacienda. Había,
además, la cena, correspondiente al yantar de Castilla; la
sisa ó rebaja, en favor del erario, de cierta cantidad en los
pesos y medidas de mercancías de consumo; los tercios diezmos
ó parte que de los diezmos correspondía á la corona en virtud
de la división que Jaime I hizo, adjudicándolos por terceras
47Ó HISTORIA DE ESPANA
partes al clero, á las iglesias y la hacienda pública; las generalidades,
en que se comprendían varios impuestos indirectos,
como los de aduanas, estancos (v. gr., el de los naipes), imposiciones
sobre la sal, aguardiente, etc. La hacienda real se vio,
no obstante, en grandes apuros. Jaime I tuvo que pagar á su
sastre con un privilegio de exención de tributos; empeñó su botellería
y el servicio de mesa y comía á crédito; lo cual no
era óbice para que, en ocasiones solemnes, desplegase gran
fausto, producto de préstamos, y que fuese excesivamente
dadivoso.
En cuanto á los tributos señoriales, es decir, los exigidos por
los nobles que poseían señorío, á sus vasallos y siervos, eran
todavía más numerosos y vejatorios en Aragón que en Castilla,
debido á la organización feudal. Resulta con esto que las clases
bajas, tanto la de ciudadanos libres como la de siervos, estaban
muy sobrecargadas en la parte económica. Después de la
unión con Cataluña, algunos de los tributos que en este Estado
existían se extendieron á Aragón, según veremos en el período
siguiente.
317. Ejército y marina.—Formábase el ejército en Aragón
como en Castilla, merced á la concurrencia de las mesnadas señoriales
y las milicias concejiles, con las fuerzas que por sí podía
reunir el rey; y ya hemos visto (§ 253) que más de una vez los
reyes tropezaron con la negativa de los nobles y aun de algunas
ciudades para emprender una campaña. Jaime I puso mano en
ésta como en muchas otras cosas relativas ó la organización
política y administrativa, y con la institución de los mesnaderos
(§ 310) sentó las bases de un ejército propiamente real. La
conquista de Baleares y de Valencia túvolas que hacer todavía,
como sabemos, merced á auxilios particulares, en gran
parte, y con fuerzas muy heterogéneas.
Aragón no tuvo marina propia, como pueblo que no poseía
litoral. Su unión con Cataluña se la procuró, y desde entonces
todos los adelantos que la marina catalana había hecho son
utilizados por los reyes de Aragón. La influencia de este elemento
fué grande, no sólo en el éxito de las guerras (según
se ha visto), sino en la dirección de las conquistas, que el espíritu
mercantil y marinero de los catalanes empujó hacia el MeLA
IGLESIA 477
diterráneo, produciendo los dominios de Italia y las expediciones
análogas que llenan toda la época siguiente.
En punto á las armas, ofensivas y defensivas, no se diferenció
Aragón de los territorios castellanos. En el ejército de
Don Jaime figuraban los arietes, las balistas, las torres de madera
y demás máquinas que servían para el sitio y ataque de
las ciudades. Los almogáveres, ó tropas ligeras á sueldo de
Aragón, llevaban casco, escudo, cuchillo, lanza, azagaya (lanza
ligera), dos dardos, zurrón de piel y calzas y abarcas de cuero.
Muchos de los cargos y nombres del ejército se tomaron de los
musulmanes.
Los barcos de guerra eran de las varias clases que ya conocemos:
naves, galeras, etc., de construcción catalana ó italiana;
pintados de varios colores los cascos, con esculturas y dorados
en popa y proa y llenos los palos de banderolas, gallardetes,
etc., que á veces eran de seda. En las velas solían pintarse,
bien el escudo del señor dueño de la nave, bien una imagen
religiosa, y aun se tejían en oro y púrpura. Llevaban remeros
y combatientes. Los colores de la casa de Aragón eran ya por
entonces el rojo y amarillo, y se cree que de tiempo de Pedro II
data el uso del escudo ó sello con las cuatro barras. En el ejército,
además de la señera ó bandera del rey, llevaba cada cuerpo
pendones ó banderines.
Las órdenes militares extranjeras, como la del Templo, la del
Hospital, etc., que entraron muy pronto en Aragón y que
arraigaron en él tanto como ya vimos al hablar del testamento
de Alfonso I (§ 24o), concurrieron como en Castilla á la guerra,
siendo de no poco auxilio á los reyes; aunque en otro respecto,
por las muchas riquezas y el poderío adquiridos, fueran un peligro
político en Aragón mucho más que en Castilla. Tuvieron
los aragoneses, en este período, otras Ordenes nacionales, como
la de San Jorge de Aljama (creación de Pedro II) y la de la
Merced (fundada por San Pedro Nolasco, San Reimundo de
Peñafort y Jaime I); pero ninguna de éstas alcanzó la importancia
que tuvieron las citadas antes. La de Montesa es de
creación posterior.
318. La Iglesia. — En punto á organización, atribuciones,
etc., no se diferencia la Iglesia de Aragón de la de Castilla,
478 HISTORIA DE ESPAÑA
si no es en que se dejó sentir allí más pronto la influencia de
los cluniacenses y del Papado, aboliéndose el rito godo en 1071
y siendo más estrechas las relaciones del clero con la Santa
Sede. Las Ordenes mendicantes se desarrollaron también mucho,
y en especial la dominicana, por ser español Santo Domingo
y por la intervención que tuvo en la cruzada contra los
Albigenses. Según hemos visto, las creencias religiosas hallábanse
por entonces muy quebrantadas, especialmente en la región
catalana, contaminados muchos de los nobles, por sus
relaciones con los del S. de Francia, de la herejía albigense, ó
escépticos é indiferentes en religión. Contra semejante estado
del espíritu público lucharon, sobre todo, los dominicos, predicando
la conversión, y los franciscanos excitando los sentimientos
de fervor y piedad del pueblo.
La infeudación de Pedro II al Papa, coincidiendo con las
doctrinas de los cluniacenses, suscitó en las relaciones entre el
monarca y el Santo Padre un periodo de luchas, por extremarse
las pretensiones de Roma al dominio señorial de Aragón
y resistirse á reconocer este dominio la nobleza y el pueblo de
ambos Estados, el aragonés y el catalán, defensores de su independencia
política y sus privilegios. Ya veremos en el período
siguiente los resultados de esta lucha. Aragón fué el primer
Estado peninsular que expulsó, por ley dictada en 1197, á los
herejes, dándoles plazo de dos meses y condenando á la pena
de hoguera á los reacios.
319. La familia.—Existieron en Aragón iguales formas de
matrimonio que en Castilla, siendo la barraganía tan frecuente
en uno como en otro país. Los clérigos, por lo menos hasta el
siglo x, tenían mujer, considerada en las costumbres públicas
casi como esposa legítima (uxor). Lo característico de la región
aragonesa fué el gran desarrollo de la familia troncal ó comunista,
cuya organización reflejan los fueros, y en la que viven
junto todos los hijos bajo la dirección del padre, ó del consejo
de familia, ó uno de los miembros de ésta (generalmente el
hijo mayor). Los bienes de la casa permanecen indivisos entre
los padres y los hijos, y cuando uno de éstos se casa saliendo
de la familia, se le dota en dinero ó especie, pero no en tierras
(que jamás se fraccionan) y siempre con la condición de que, si
CLASES SOCIALES 479
muere sin hijos, la dote volverá á la casa. El consejo de familia
está muy desarrollado é interviene en la mayoría de los actos
que realizan los individuos. De la familia troncal formaban
también parte personas ajenas á ella, viudos ó célibes de avanzada
edad, por lo general pastores ó jornaleros afectos á la casa,
que son adoptados ó donados, mediante la incorporación de sus
ahorros al fondo familiar.
Bien se comprende que esta organización, cuya base es la
tierra, estaría grandemente trabada por las obligaciones del
vasallaje, en país tan feudal como Aragón; de lo que se deduce
que hubo de desarrollarse preferentemente en las tierras de
realengo y en las de los municipios con fuero, creando una clase
media rural poderosa por su riqueza y arraigo, que andando el
tiempo había de influir mucho en la vida social de Aragón.
Contra esta organización propia de la montaña, de la zona
pirenaica, comenzó á levantarse la concesión de libertad de testar,
que en 1307 lograron los nobles como privilegio, y en 1311
los plebeyos, en las Cortes de Daroca. Medíante ella, el padre,
considerado único dueño de los bienes familiares, podía dejarlos
á quien quisiera, y desheredar, por lo tanto, á todos sus hijos
en beneficio de uno solo. Ya veremos en la época siguiente las
consecuencias de este régimen nuevo. Son caracteres también
de la familia aragonesa, conservados hasta hoy, la dote de la mujer
al estilo romano, combinada con otra del marido (excreig),
ambas obligatorias; la hermandad ó comunidad, ó el usufructo
del viudo en forma parecida á la de los fueros castellanos (§ 308);
los gananciales divididos, ya por mitad, ya proporcionalmente,
y otras particularidades que no cabe mencionar aquí.
CATALUÑA
320. Clases sociales.—Desde Berenguer Ramón 1 (1018)
á Ramón Berenguer IV (1131) constituyó Estado aparte Cataluña
durante más de un siglo. En 1137 verificóse la unión con
el reino aragonés; pero esta unión, puramente personal de los
reyes y que, como veremos, ni aun en el orden político produjo
la igualdad de instituciones, no significó la anulación del carácter
y organización propia de la sociedad catalana. Las bases
48ο HISTORIA DE ESPANA
de ésta, por otra parte, concordaban mucho con las de la sociedad
aragonesa, según hemos visto (§ 208, 21 o), por lo arraigado
del régimen feudal y la mísera condición de las clases serviles.
La jerarquía feudal establecía los siguientes grados: condes,
vizcondes, valvasores y vasallos. Valvasores se llamaba á los que recibían
feudo y tenían cinco caballeros. Las tres primeras clases
eran nobles. A éstos se llamó genéricamente barones, nombre
que luego pasó á designar á los nobles de título inferior á vizconde.
La clase media ciudadana tenía en Cataluña un carácter especial,
distinto de la de Aragón: era comerciante y navegante,
y habitaba por esto las poblaciones de la costa, mientras en el
interior predominaban las clases serviles bajo la dependencia de
los señores, excepto en algunos centros, como Lérida y otros,
donde la había en corto número. La propiedad condal, tan importante
en la primera época, fué decayendo á medida que los
antiguos condados se reunían en el de Barcelona, perdiendo su
independencia; pues aunque con posterioridad á las respectivas
incorporaciones se volvieron á crear- algunos títulos de los
antiguos, fué por gracia especial del de Barcelona y con
sujeción á su poder. Los sucesores de los condes quedaron
como señores feudales, con gran parte de la jurisdicción privada,
constituyendo el núcleo de la nobleza territorial que oprimía
á los labradores, en unión de los primitivos señores alodiales
(§ 208), y se sublevaba contra los reyes. Las riquezas territoriales
de estos señores, su condición feudal y el gran número
de nobles inferiores (sometidos ó recomendados: emparats) y de
hombres libres ó vasallos patrocinados (homes de paratge) que
solían tener en sus tierras, les dieron gran fuerza en el Estado.
Los homes de paratge, cuya condición era intermedia entre los
siervos y los ciudadanos libres, desempeñaron andando el tiempo
gran papel social y político, convirtiéndose en una especie
de aristocracia económica ó agraria. Desde el siglo xii se nota
una tendencia marcada en los hombres libres á buscar la emparama
del conde de Barcelona, á cambio del pago de un censo;
y lo mismo hacen los vasallos de otros señores.
Las relaciones del vasallaje están claramente determinadas
en el código de los Usáticos. El señor daba tierras de su domiCLASES
SOCIALES 481
nio en feudo al vasallo, que se obligaba á prestarle fidelidad y
ciertos servicios. Son éstos, principalmente: el militar, consistente
en hacer host y cabalcadas (hueste y cabalgadas) cuando el
señor lo requiera, y el de dar potestad del castillo cuando el señor
la pida. Por costumbre, estos deberes no tenían otra garantía
que el juramento, prestado por el vasallo en el acto del
homenaje. La ley de los Usáticos añadió el pago de multas é
indemnizaciones en caso de faltar á ellos.
Los siervos (payeses) estaban sobrecargados de servicios y
tributos, tanto cómo los de Aragón, y tardaron igualmente mucho
en obtener su libertad. Consta, sin embargo, que ya en el
siglo xii podían redimirse ó emanciparse por dinero, y de aquí
que se añadiera á su nombre el de redimentia ó remana. Los
Usatges reconocen los tributos debidos: la intestia, ó derecho
sobre las herencias ab intestato; la exorquia ó xorquia, por la cual
recibe el señor tantos bienes del siervo que muere sin hijos
como hubiesen correspondido á éstos, caso de haberlos; la
cugusia, derecho á los bienes de la mujeres adúlteras; la arsina
ó derecho á cierta parte de bienes del siervo cuyo manso se incendiaba,
en castigo de descuido; y otros análogos á los que
ya vimos en Castilla. La desigualdad entre señores y vasallos
nótase, sobre todo, según la costumbre de la época, en el derecho
penal, siendo mayores y más graves las penas para los
segundos.
En un principio, a' la muerte del siervo tributario sus bienes
volvían al señor; pero luego se introdujo la costumbre de continuar
en el usufructo y cultivo de las tierras los descendientes
del concesionario, con lo cual quedaron los cultivadores tan
unidos al terruño, que se les vendía al mismo tiempo que éste,
como si futran parte de él. Había también esclavos personales,
hechos en la guerra y, por lo general, musulmanes. En Barcelona
existía un mercado de ellos.
Los mozárabes y mudejares tuvieron menos importancia
aquí que en otras regiones de la Península, á pesar de lo cual la
política que con los segundos se siguió fué tan liberal como en
Aragón, según testifica el fuero de Tortosa (1149) muy semejante
al de Tudela. Jaime 1 modificó poco la legislación, añadiéndole
sólo algunas disposiciones en parte restrictivas, como
482 HISTORIA DE ESPANA
la de obligarles á acudir á los sermones de predicadores cristianos
que fuesen á sus propias mezquitas con propósito de
catequizarlos (1242). Las aljamas de Barcelona, Lérida, Tortosa
y otras poblaciones eran poco importantes y se confundieron
con frecuencia con las de los judíos, arrastrando la suerte
de éstas cuando comenzaron las persecuciones en la época siguiente.
No se conoce bien la condición de los judíos en los primeros
tiempos. A juzgar por escrituras del siglo xi, estaban sujetos,
en favor del conde de Barcelona, á ciertos tributos parecidos
á los de los payeses, como el de herencia y el de confiscación
por adulterio. En una disposición del Concilio de Gerona de
1068 consta que podían comprar bienes de cristianos, pero obligándose
á pagar el diezmo que éstos debían á la Iglesia; y se
sabe también que en algunas localidades alcanzaron gran desarrollo,
siendo notables las agrupaciones de Barcelona y Gerona,
que estaban en relación con las del otro lado del Pirineo y
que, á la sombra de la legislación entonces protectora, alcanzaron
un período brillante en el orden económico y en el intelectual,
no sin que en tiempos de Jaime 1 empezaran ya contra
ellos las vejaciones populares y del Estado.
321. Organización política general.—Como Estado esencialmente
feudal, no tenía Cataluña un poder político unitario
como el del reino de Castilla. Los condes de Barcelona no ejercían
sobre los demás señores feudales de la antigua Marca
Hispánica otra soberanía que la procedente de la relación feudal,
con la prestación de homenaje, que en los Usatges se prescribe
sea por escrito; á lo cual se añadió, con el tiempo, la superioridad
que les dieron las conquistas en territorio musulmán y la
incorporación de otros dominios feudales, por enlaces de familia.
Eran en suma, los condes de Barcelona los señores más
poderosos é influyentes' de la Marca; pero como el poder de
hecho tiene tanta fuerza, y la unión de los antiguos condados
en una sola familia había rebustecido tanto al de Barcelona, la
influencia de éste (á pesar de algunas luchas) era decisiva, y lo
fué siendo cada vez más. En los Usatges aparecen ya como soberanos,
con los títulos de príncipes, postestades y condes.
El conde de Barcelona tenía como atribuciones de su poder
ORGANIZACIÓN POLÍTICA GENERAL 485
superior la.s siguientes: decretar leyes, mandar las tropas, dominio
eminente del suelo, otorgamiento de treguas, concesión
de nobleza, acuñación de moneda, percepción de tributos, administración
de justicia en los territorios propios é inspección
sobre la que administraban los condes feudales (potestades), para
que no se apartasen de las leyes generales de Cataluña; entendiendo,
por esto, de las apelaciones en causas criminales contra
los caballeros, etc.
Para el ejercicio de la justicia continuaron los antiguos tribunales,
llamados audiencias en el siglo xi y curias en el xn.
Componíanlos, como en la época anterior, diversas personas seglares
y eclesiásticas á título de vocales, y jueces (iudices) nombrados
por los condes y encargados de dar la sentencia, que
ejecutaban los condes. Los tribunales se reunían en palacios ó
iglesias, á las puertas de éstas y, alguna vez, al aire libre. El
procedimiento ordinario era el del Fuero Juzgo. Practicábanse
las pruebas vulgares en las formas mencionadas y en otras,
v. gr. la de albats ó párvulos muertos que se arrojaban al agua
como en la prueba del «agua fría». El duelo entre caballeros lo
decidían los tribunales, no los interesados.
Más tarde, parece que se dividió el territorio en distritos llamados
veguerías ó verguerias, cuyo jefe, nombrado por el conde
de Barcelona, se llamaba veguer. Inferiores y subordinados á
los vegueres eran los hay íes ó administradores. Conociéronse
también los pactaros. En punto á penas, abundan las pecuniarias
y se admitía el talión. Aplicables á las mujeres eran las de cortarles
la nariz, los labios, las orejas, los pechos, y quemarlas.
Al realizarse la unión de Aragón y Cataluña, no se produjo en
la organización política de ésta variación ninguna esencial. Los
reyes de Aragón fueron al propio tiempo condes de Barcelona,
y, por lo tanto, señores feudales de los demás condes, con las
mismas facultades que aquéllos tenían. Ya hemos visto que más
de una vez los reyes tuvieron que luchar para reprimir los alardes
de excesiva independencia que muchos nobles se permitían.
La unión permitió, sin embargo, que los reyes aragoneses
ejercieran también, en Cataluña, andando el tiempo, la influencia
unificadora de su ideal absoluto y centralizador, igualando
políticamente la organización de ambos países. Precisamente
4«4 HlSTORiA DE ESPANA
esta tendencia se significa también en Aragón á partir del
entronque con la rama catalana.
322. Los municipios.—Como en Castilla y en Aragón, á
medida que avanzaba la conquista de territorios musulmanes
iban formándose los municipios, es decir, las ciudades ó villas
libres de poder feudal, sometidas, en principio tan sólo, al Conde
de Barcelona (y luego al rey de Aragón). Las villas buscaban á
veces la protección ó emparama del conde de Barcelona para
sustraerse del poder feudal, y otras veces las amparaba espontáneamente
aquél, fomentando además la población y desarrollo
mediante fueros ó legislaciones privilegiadas, al calor
de las cuales se iban agrupando los hombres libres, los vasallos
que rompían el pacto con su señor, los mercaderes, las gentes
aventureras ó pobres venidas de otros países, los judíos, mozárabes
y mudejares, etc. Como era natural, los municipios se
forman principalmente, á partir del siglo xu, en la llamada Cataluña
uneva, es decir, en las tierras llanas y meridionales que
se iban ganando á los moros; de un lado, porque las tierras
altas eran todas feudales, y de otro, porque las recién conquistadas,
como fronterizas, requerían mayores esfuerzos y halagos
para atraer la población: halagos que representan los privilegios
de los fueros, que á veces conceden el perdón de delitos á los
que vinieren á poblar las ciudades y villas nuevas ó restauradas;
otras, eximen de tributos y también conceden á los habitantes
derechos feudales análogos á los que tenían los señoríos.
Así se fueron organizando los municipios de Agramunt, Tortosa,
Lérida, etc., en tiempo de Ramón Berenguer III y IV
y más tarde otros muchos. En ellos se constituyó la clase media,
trabajadora y comercial, que se dividió al cabo en tres
partes ó manos: la má major, constituida por los propietarios,
médicos, jurisconsultos y demás cultivadores de las profesiones
liberales, que se llamaban honrats; la md mitjana, formada
por los negociantes y grandes industriales, y la md menor, por
los tenderos, menestrales, artesanos, etc.
La organización política y administrativa de los municipios
fué muy varia, como en todas partes, según el carácter de la
época. La carta de población de Agramunt (in?), que puede
tomarse por modelo, concedía el pleno dominio libre de la villa
TRIBUTACIÓN GENERAL 485
y su territorio á los pobladores, con exención de todo usatge
señorial, la libertad de herencia y otros privilegios. Por regla
general, había en cada municipio una junta numerosa de vecinos
distinguidos llamados probi-homines ó pahers, y un consejo, nombrado
por éstos, cuyos miembros se llamaban cancelleros (como
en Zaragoza), paciaríi, cónsules, jurados y de otras maneras.
Jaime I confirmó y desarrolló en gran medida la organización
municipal, completando la de Barcelona que, por ser la capital,
por la gran afluencia de extranjeros y por sus relaciones comerciales,
tenía excepcional importancia y ejerció una verdadera
hegemonía sobre las demás poblaciones del condado. En virtud
de la reforma, hubo en Barcelona desde 1274, además de un
Veguero y un Bayle, cinco consejeros (concellm) nombrados
por la asamblea de probi-homines y que á su vez nombraban un
cuerpo de cien ciudadanos, de todas categorías, llamado Consell
de Cent, cuyos miembros se renovaban cada año, así como los
concellers. Estos se reunían los martes y sábados con el Veguero
y el Bayle, «para tratar y disponer todo lo más conveniente
á la utilidad pública». El Consell de Cent asistía á estas
reuniones cuando era convocado. El municipio barcelonés tuvo
la facultad de acuñar moneda y de nombrar funcionarios llamados
cónsules, encargados de representar en países extranjeros
á la ciudad y de velar por los intereses del comercio barcelonés.
El Consell tenía también jurisdicción mercantil, que delegaba en
dos cónsules de mar.
323. Tributación general.—Como en todos los países,
existieron en Cataluña durante esta época gran número de
tributos diferentes en nombre y condiciones. Llamábanse censos
en general á los que recaían sobre bienes raíces, y de ellos era la
tasca, tributo especial de los labradores, pagado en trigo y vino.
Por el tránsito de mercancías se pagaba la leuda ó lezda; por el
de animales ó musulmanes, el passaticum ó peaje; por derechos de
posada, las albergas, principalmente en especie. En los puertos,
fronteras y entradas de las ciudades se pagaba el derecho
de aduanas (telonio). Ramón Berenguer UI creó nuevos tributos
sobre las ventas del mercado. Los vasallos pagaban también
á su señor por el uso del horno señorial, el de la forja ó
herrería para afilar los aperos de labranza, etc. La cobranza de
1 31
486 HISTORIA DE ESPANA
los tributos solían arrendarla los condes y señores. Los musulmanes
sometidos en la guerra en calidad de tributarios, pagaban
lo que se llamaba parias, en dinero, por meses vencidos.
Ramón Berenguer I tuvo doce reyes moros que je tributaban
parias. Otros las daban al conde de Urgel y al de Cerdaña.
324. Las Cortes.—Se componían en Cataluña sólo de tres
elementos ó brazos: el elesiástico, el militar ó de la nobleza y
el real, de que formaban parte los municipios, enviando sus
síndicos. En 1218 asistieron ya éstos á las Cortes, en Vilafranca,
bajo la presidencia de Jaime 1. Su derecho se afirmó completamente
por la constitución de 1282, dada por Pedro III en las
Cortes de Barcelona. Como Zaragoza en Aragón, Barcelona
tenía en Cataluña cinco votos; y con esta preeminencia solía
ejercer mayor autoridad de la que convenía á los demás municipios,
que se quejaban de ello. Los catalanes siguieron celebrando
Cortes independientes después de su unión con Aragón,
y la forma de celebrarlas era análoga á la empleada en los
demás países. Como en Aragón, celebraban el juicio del greuges
ó agravis (§ 514), cuya reparación debía preceder al otorgamiento
de subsidios al rey. Si un solo diputado disentía y se retiraba
de las Cortes, éstas no podían seguir funcionando. La
lengua usada generalmente fue el catalán, ó el latín. Las leyes
votadas en Cortes á propuesta del rey se llamaban Constituciones;
las que se hacían á propuesta de uno ó más brazos y
aceptaba el rey, capítulos y actos de corte.
325. Legislación.—Se compuso, en este período, de dos
elementos principales: los fueros dados por los reyes y de que
ya hemos hablado, y las Constituciones y capítulos de Corte, á
partir de mediados del siglo xm. Pero el documento legislativo
más importante fué el código llamado de los Usdticos, dado por
Ramón Berenguer I con asistencia y asentimiento de los nobles
reunidos en asamblea con el conde de Barcelona (§ 259). Los
Usatges contienen disposiciones del orden civil, penal, político
y de procedimientos. En lo político, confirman la organización
feudal, aunque dejando entrever cierto sentido de unidad del
territorio; en punto á la organización social, reconocen las divisiones
de clase, se afirman los deberes de los vasallos con
sanción penal y se acentúa la esclavitud de los moros; en lo
LEGISLACIÓN 487
Fig. 91. —Una sesión de las Cortes de Lérida de 1242. (Según dibujo del siglo xv.
El rey que preside es Don Jaime el Conquistador.)
488 HISTORIA DE ESPANA
civil, establecen la libertad de testar y el derecho de intestia y
otros para el señor. Dictan leyes protectoras para los viajeros,
cualesquiera que sean su estado y religión, mandando que se les
haga justicia más pronto que á los de la tierra; pero mantienen
las diferencias de penas y multas por delitos según la clase social
del delincuente (principio común y característico de la
época), la pena del talión, los duelos judiciales, la prueba del
agua hirviendo, etc. Los Usaticos, en su mayor parte, no hicieron
más que reducir á escrito y compilar las costumbres jurídicas
de la Marca en aquella época, y llegaron por esto á ser de
observancia general (aunque, al parecer, en algunos condados
no rigieron nunca), sin perjuicio de los fueros particulares, del
Fuero Juzgo (que sigue aplicándose) y de las costumbres (i). La
compilación primitiva no ha llegado á nosotros. Luego fué modificada
y añadida. En los municipios libres se formaron cuadernos
de Ordenanzas ó Costumbres, distintos de los fueros y
que tienen, á veces, la categoría de códigos completos. A este
orden pertenecen las costumbres de Lérida, compiladas en
1229 por Guillermo Botet, y las de Tortosa, de fines de esta
época, que contienen leyes políticas, civiles, penales y marítimas.
Se refleja en éstas el derecho romano justiniáneo, que
por entonces volvía á estudiarse y propalarse y representan un
caso curiosísimo de independencia municipal; pues Tortosa, no
sólo tuvo este verdadero código, sino que, para lo no dispuesto
en él, aplicaba el derecho romano en vez del catalán, privilegio
que perdió en la época siguiente (1580). Las Cortes de 1243
habían logrado que se prohibiese la alegación de leyes romanas
mientras bastasen las costumbres y los Usatges, y en 12 51 los
nobles, acentuando más la reacción contra los romanistas, obtuvieron
del rey que hiciese la prohibición sin reservas, extendiéndola
al derecho canónico; pero en 1173 consta ya, sin
embargo, la aplicación general del derecho romano en Cataluña
como supletorio, y siguió aumentando su influencia. De
los costumbres generales de Cataluña hizo una compilación
privada el canónigo Pedro Albert, en tiempo de Jaime I.
(O A este elemento, que podríamos llamar nacional, de los Usa'ítcos, hay que añadir la
mucha parte que tomaron de una fuente extranjera, las Exceptions legam romanorum.
LA IGLESIA 489
326. Ejército y marina.—Ninguna novedad especial hay
que señalar en punto al ejército en Cataluña, sobre lo ya dicho
al tratar de Aragón. Nótase, sí, que á medida que avanza la reconquista
y se exacerban las luchas, se acude á organizar mejor
la parte militar, tanto en el ejército como en las fortificaciones,
sobre todo las de las fronteras con los musulmanes, guarnecidas
de castillos y torres que era necesario reparar á menudo
y aumentar para detener las incursiones del enemigo, contar
con puntos estratégicos para las operaciones y refugiarse los pobladores.
En la marina, Cataluña tuvo originalidad é iniciativa
propia. El carácter emprendedor de los catalanes, su condición
de pueblo litoral y sus relaciones con las gentes italianas más
próximas y adelantadas en la navegación (písanos y genoveses)
hicieron que bien pronto, según hemos visto (§ 215) en el
siglo ix, tuvieran los catalanes marina mercante y de guerra.
Ambas aumentaron mucho en tiempo de Ramón Berenguer III
(siglo xii) que dio especial impulso á una y otra, mediante la
supresión de tributos que antes pesaban sobre los buques mercantes,
celebración de tratados con los genoveses, y otras medidas
análogas. Se sabe de este conde que prestó al walí moro
de Lérida veinte galeras y otras tantas embarcaciones menores,
lo cual ya muestra que existía una poderosa armada.
El progreso continuó en tiempo de Ramón Berenguer IV, estableciendo
una escuadra de guerra permanente que frecuentó
los mares de Italia. Consta que en 1154 se construían ya galeras
en la playa de Barcelona y existía un arsenal. La organización
de la marina no era, sin embargo, uniforme, ni toda ella
dependía directamente del rey: ya hemos visto que á la conquista
de Mallorca acudieron naves pertenecientes á señores
feudales y á municipios. En esto seguía la marina la misma
condición que el ejército de la época.
327. La Iglesia.—Siguió Cataluña igual suerte que las
demás regiones de la Península en el orden de las costumbres
religiosas y de la organización de la Iglesia. Los condes de
Barcelona fueron tan devotos y protectores de iglesias y monasterios
como los reyes de León y Castilla; y no pocos obispos,
como el de Ausona y el de Gerona, y varios abades, llegaron
á constituir poderosas entidades políticas por sus riquezas,
49° HISTORIA DE ESPAÑA
la extensión de sus dominios y sus privilegios. El morir Ramón
Berenguer I existían, junto con las sedes importantes de Ausona
(Vieh), Gerona, Barcelona y otras, más de 26 monasterios de
importancia. Los clérigos de Gerona, Barcelona, Vich y otros
puntos, vivían en comunidad (canónica). Los cluniacenses extendieron
por Cataluña su influencia, hasta el punto de existir
abadías como la de Camprodon, que en el siglo xi dependía
directamente del monasterio francés de Moissac (Languedoc).
Los condes no se limitaron sólo á favorecer con concesiones á
las iglesias: atendieron también á las costumbres del clero y las
personas del orden religioso, procurando, en unión de algunos
prelados notables por su virtud y ciencia, fortalecer la disciplina
y mejorar la conducta, ora suprimiendo monasterios de
monjas poco recomendables por su decoro, ora favoreciendo la
reforma de la vida monástica. En este empeño les ayudó la iniciativa
poderosa de Gregorio VII, enviando legados á Cataluña
para la reunión de concilios que tratasen de la reforma del
clero.—Ocurrió entonces un hecho curioso, que retrata admirablemente
la condición feudal y anárquica del alto clero. Habiendo
intentado el legado del Papa, Amat, reunir un concilio
en Gerona, el arzobispo de Narbona (que, como sabemos, tenía
jurisdicción en Cataluña) promovió en aquella ciudad un tumulto
para impedir el concilio, cosa que consiguió, haciendo
huir al legado, que hubo de refugiarse en Besalú (1077), capital
del condado de su nombre. Allí se celebró una especie
de concilio con sólo los obispos de Agda, Elna y Carcasona y
algunos abades; pero no concurrió ningún prelado de ¡a parte
propiamente catalana.—Sin embargo, el estado del clero necesitaba
urgente reforma. Ocurrían hechos como el de haber
comprado en 100,000 sueldos el obispado de Narbona aquel
Guifredo que se opuso al concilio, y el de Urgell en otra gran
cantidad, para lo que se despojó á las iglesias hasta de sus
vasos sagrados. Al cabo, reunióse en Gerona un concilio (1078)
bajo la presidencia de Amat, en el cual se dictaron cánones contra
los eclesiásticos que se casaban ó mantenían públicamente
concubinas; contra los heredamientos de hijos de sacerdotes;
contra la costumbre que tenían éstos de ir armados, dejarse
crecer la barba y el cabello, ocultar la corona y vestir trajes
LA FAMILIA 49I
militares de colores; contra la simonía, etc. Con esto no se consiguió
desarraigar del todo las malas costumbres; pero algo se
remediaron. La influencia de la Santa Sede se dejó notar con
gran fuerza, así como la de las Órdenes militares (la del Templo,
principalmente), que arraigaron mucho en Cataluña, como
en Aragón. A fines de este período, los franciscanos y dominicos,
que se extendieron mucho por la región, influyeron no poco
en el orden religioso, según ya hemos apuntado. A los dominicos
(establecidos en Barcelona en 12 19), fué confiada la persecución
de herejes y el establecimiento del tribunal de la Inquisición,
con arreglo á las Bulas dadas en 1233 por Gregorio IX.
Ya antes, en 1119, un Concilio celebrado en Tortosa con asistencia
de prelados franceses y españoles, había exhortado á los
reyes para que aplicaran su poder á la restricción de la herejía.
En 1235 publicó el obispo de Tarragona la primera instrucción
de inquisidores redactada por San Raimundo de Peñafort, y
en un concilio celebrado en la propia villa en 1242 se terminó
de arreglar el orden de proceder en las causas contra herejes,
estableciendo que los que abjurasen debían ser reducidos á
prisión perpetua. Ya hemos visto que en 1197 el rey de Aragón
y conde de Barcelona, Pedro II, consignó en una ley la expulsión
de herejes y su castigo en hoguera. Los reos juzgados por
el tribunal eclesiástico y que no se convirtiesen eran entregados
al juez civil para que les impusiese castigo. Ya veremos en la
época siguiente cómo se desarrolla esta institución.
En cuanto al rito, cambióse en tiempo de Ramón Berenguer
I, como se había hecho en Aragón, por influencia de los
cluniacenses. Nótase, por ultimo, á partir del siglo xr, un aumento
notable en el fervor religioso que caracteriza con toda
claridad la guerra contra los musulmanes como guerra religiosa.
Acentuóse esto con el establecimiento de las Ordenes militares.
328. La familia.—La libertad de testar que concedió los
Usatges á los nobles no suponía la falta de cohesión entre
los miembros de la familia catalana. Predominó en el pueblo,
por el contrario, el tipo comunista, como en Aragón, con el fin
especial de mantener reunidos los bienes y constituir núcleos de
resistencia económica en aquellos tiempos tan azarosos. La
elección de jefe recaía, por lo general, después de los padres,
492 HISTORIA DE ESPAÑA
en el primogénito, á quien se dejaban todos los bienes hereditarios
ó la mayor parte (3/4). En Aragón, Vizcaya y Navarra se
modificó esta ley á comienzos del siglo xni mediante la libertad
de instituir heredero (y por lo tanto jefe de la familia) á cualquiera
de los hijos, para poder escoger el más capaz de llevar
adelante la casa. En Cataluña, por el contrario, prevaleció el
derecho de primogenitura modificando la legislación del Fuero
Juzgo, y de aquí procede la institución del hereu. El heredero
está obligado á «educar y asistir con todo lo necesario á la vida
humana» á los otros hermanos, mientras estén solteros y permanezcan
en la casa trabajando para ella; y, si se casan fuera, á
dotarles según el haber y poder de la misma, pero nunca en
tierras. Esta organización convenía principalmente á las familias
labradoras. En las poblaciones mercantiles, las necesidades del
comercio y el sentido individualista que lleva consigo, modificaron
con el tiempo esas costumbres; pero el hereu quedó como
institución genuinamente catalana á diferencia de la división de
bienes entre todos los hijos que regía en Castilla, y fué base
de prosperidad económica, no sólo por mantener indiviso el
patrimonio familiar que iba acumulándose, sino por la obligación
en que pone á los demás hijos de buscar en el trabajo
propio la satisfacción de sus necesidades. Continúan en el
siglo xi y xii las prescripciones del Fuero Juzgo en punto á la
dote del marido (arras), admitiéndose también una segunda donación
llamada esponsalicio. Las costumbres referentes á la familia
fueron concretándose en tiempos posteriores, con la influencia,
además, del derecho romano, hasta constituir una institución
con caracteres especiales que la distinguen de la castellana y,
en parte, también de la aragonesa.
BALEARES Y VALENCIA
329. Organización de los territorios baleáricos.—Habiéndose
realizado la conquista de las Baleares á fines de esta época,
el estudio de su organización corresponde más bien á la siguiente,
puesto que al principio no hizo más que esbozarse, estableciéndose
las condiciones que luego se desarrollaron. Jaime [
respetó, en cuanto al orden jurídico-legislativo, las antiguas
VALENCIA 493
costumbres del país, sin duda muy complejas por la diversidad
de población que debía existir allí: árabes, beréberes, mozárabes,
italianos y de otras procedencias. Esto aparte, concedió
diversos fueros con grandes franquicias y aplicó la legislación
de los Usatges, para ciertas materias, mas no para otras; librando
así al nuevo territorio de las cargas más graves del feudalismo
y de ciertas prácticas bárbaras como la prueba del combate,
haciendo alodial ó libre toda la propiedad, suprimiendo servicios
como el de cabalgada y tributos que impedían el comercio
y la contratación.
Como la mayoría de los habitantes era de moros, Jaime I
se mostró, por natural política, muy benigno con ellos para impedir
la despoblación. Así, no sólo les respetó sus leyes, sino
que encomendó el gobierno de algunas de sus agrupaciones ó
distritos, á bayles ó gobernadores moros. No debe olvidarse,
además, que en la conquista fué ayudado el propio Don Jaime
por caudillos de la morisma (§ 253). Las casas de Mallorca y
los campos fueron repartidos por el rey á diversos señores, al
obispo de Barcelona, á los Templarios, al pavorde de Tarragona
y á ciudades y villas que le auxiliaron..
Menorca fué sujeta á vasallaje del rey por tratado de 1232,
como.ya dijimos, y así continuó hasta 1287, manteniendo sus
jefes musulmanes (§ 402).
Ibiza fué conquistada en 1235 por el sacrista de Gerona,
Guillermo de Mongrí, asistido de otros caballeros.
330. Valencia.—Las clases sociales.—Sabido es que realizó
Jaime I la conquista de Valencia con caballeros y ciudadanos
de Aragón, Cataluña y Mallorca, aparte de algunos navarros.
Dado el carácter privilegiado y regional de las leyes de aquella
época, constituía esto una complejidad grande para la organización
del nuevo territorio. El rey siguió una política especialmente
favorable á sus intereses y al fortalecimiento del principio
monárquico. En el acostumbrado reparto de tierras procedió
como único señor, concediéndolas todas á título de pura donación
real y limitando las relaciones feudales acostumbradas
en Aragón. Así, aunque repartió algunos honores, creó en
cambio 380 feudos nuevos en otros tantos caballeros elevados
por gracia real, según vimos (§ 31 o), al primer grado de la no494
HISTORIA DE ESPANA
bleza, y la mayoría de las tierras las dio como francas (es decir,
como propiedades libres) á los demás auxiliares, sujetos á un
censo que bien pronto fué sustituido por el pleno dominio, sin
obligarles al pago de otros tributos que los reales y vecinales.
Con esto, se vino á formar una clase media propietaria muy
numerosa, que influyó no poco en la historia social de Valencia
más adelante.
La población cristiana era, sin embargo, poco importante con
relación á la musulmana, en el territorio del nuevo reino, que
por entonces no pasaba del Júcar. En la capital y en las villas
principales predominaron los cristianos (los catalanes, sobre
todo); pero en el campo, á causa de la rapidez con que se hizo
la conquista y 'el sinnúmero de capitulaciones, quedaron en su
mayor parte los moros. A muchos de éstos se les respetó en
sus haciendas, y á algunos se les repartieron tierras después de
la toma de la capital, con pago de I/s. Por fuero especial se
concedió en varias localidades que los moros nombrasen á sus
alfaquíes y alcaldes, que conservasen sus cementerios, mezquitas
y escuelas ó academias. En lo general, estaban sujetos al derecho
de peaje en pago de la protección que les aseguraba el rey
por medio de un funcionario representante suyo, llamado portant-
veu, que juzgaba los delitos graves de los moros vasallos de
la nobleza cristiana; y se les permitía el comercio, si bien se les
prohibía trasladarse de población, comer con cristianos, ser
enterrados en campos santos de éstos, etc. En los lugares
donde no había fuero especial, la ley común era que los oficiales
del rey juzgasen todas las causas de los moros. La guerra
que bien pronto se produjo entre los conquistadores y los moros
sometidos (§ 253), modificó bastante en la práctica esta
situación. Los judíos que también había en Valencia, parece
que fueron tratados con menos consideración, á juzgar por la
dureza con que se castigaba (pena de hoguera) las relaciones
sexuales de cristiano con judía.
331. Organización política.—Legislación.—Empezó Jaime
I por constituir un patrimonio real para no cargar con
muchos tributos á los valencianos, quedándose para sí la Albufera,
el terciodiezmo, salinas, hornos, molinos y otros bienes y
derechos. Luego, en vez de aplicar puramente las leyes de
CLOSES SOCIALES 495
Aragón, como pretendían muchos de los nobles, otorgó leyes
especiales, Fueros (furs) i Valencia, mediante consulta á una
junta ó consejo de eclesiásticos, nobles y ciudadanos. En ellos
se prohibió la amortización eclesiástica y la aplicación de las
Decretales y del derecho romano. Para el gobierno de la capital
nombraba el pueblo cuatro individuos llamados jurats ó
jurados, y un cuerpo consultivo de consejeros (consellers), plebeyos
todos. En las restantes ciudades había justicias, y como jefe
civil superior de los pueblos de realengo un bayle general. La
jurisdicción correspondía en su mayor parte al rey; pero los nobles
aragoneses lograron eximirse en parte, consiguiendo que en
sus tierras ú honores se aplicasen las leyes feudales de Aragón-
Valencia tuvo sus Cortes especiales desde 1283, compuestas,
como las de Cataluña, de 3 brazos: eclesiástico, militar y real ó
popular. Cada ciudad ó villa tenía un voto, y la capital (como
Barcelona) cinco. El rey era el supremo legislador, según ya lo
hizo notar Don Jaime en el proemio de los Fueros. Habiéndose
fijado texativamente en los Fueros los tributos, los reyes no
podían imponer otros sin acudir á las Cortes, y éstas, cuando los
concedían, era á titulo de donativo voluntario. Cada uno de
los brazos podía reunirse por sí, estando cerradas las Cortes:
llamábanse á estas juntas estamentos, y deliberaban para elevar
peticiones al rey. Había también su Diputación permanente, encargada
de la recaudación de los tributos, creada más tarde,
en la época siguiente (1376).
En 1240 dio Jaime I una carta municipal á Valencia, con el
título de Costums, indicando el propósito de extenderlo poco á
poco á todo el reino. En 1251 se reformó y se empezó á llamar
fuero. Luego hubo otros cambios y adiciones por privilegios
singulares. Existían aparte diversos fueros locales, resultado de
las capitulaciones de villas moras.
NAVARRA
332. Clases sociales.—A partir del siglo xi nos son conocidas,
aunque no con todo detalle, las condiciones de la vida
social en Navarra. Los nobles formaban una jerarquía de tres
grados, ricos-hombres, caballeros (nobles creados por el rey) é infat.
496 HISTORIA DE ESPANA
zones, ya de abarca, ya simples gentes francas ó exentas de
señorío, que no poseían la investidura de caballero y que aumentan
mucho á medida que los tiempos avanzan. Los ricos-hombres,
señores feudales, constituían la clase dominante. Gozaban de
potestad absoluta sobre sus tierras, no podían ser juzgados sino
por sus iguales, y disfrutaban en sus castillos del derecho de
asilo, además de estar exentos de tributos, etc. El orgullo
de estos nobles era tan grande, y la separación de clases tan
honda, que si una mujer noble casaba con villano, perdía su
nobleza. Los villanos, ó sea los plebeyos, siervos ó vasallos, no
obligaban á los hidalgos para el cumplimiento de promesas,
pero ellos estaban obligados siempre. Si un noble era acusado
de hurto por un plebeyo, quedaba absuelto si juraba no ser
cierto el hurto. Los siervos pagaban al señor, como en Castilla,
tributos y servicios de diferentes clases, según sus mayores ó
menores cargas; no podían abandonar el territorio de aquél sin
dejar otro hombre en su puesto y perder los bienes muebles,
por lo general; estaban forzados á ir á la guerra por todo el
tiempo que se les mandase, y si morían sin hijos pasaban sus
bienes al señor. Pero como los simples vasallos estaban también
ligados por servicios á los nobles, resultaba una serie de grados
en que se confundían unos y otros. De esclavos moros hay
testimonios que se remontan á los primeros tiempos.
El clero constituyó una clase social de gran importancia,
no sólo por la influencia ultramontana de los cluniacenses, sino
por ser muchos prelados y abades dueños de señoríos y grandes
propiedades. Señálase por sus derechos sobre los siervos
(collazos) el monasterio de Iranzu. La clase popular libre, origen
de la clase media, empezó á constituirse á comienzos de este
período en las villas realengas ó que dependían directamente del
rey; por lo cual, así como sucedía en punto á los municipios
castellanos, muchos labradores siervos se pasaban á la jurisdicción
real mejorando de posición, no obstante el peligro que
corrían caso de volver de nuevo al señorío de origen ó caer en
poder del señor. En el reinado de Sancho el Sabio obtuvieron
los villanos realengos el privilegio de poder reducir los varios
tributos que pagaban á uno solo por capitación ó encabezamiento
de todo el pueblo, y poco á poco fueron mejorando su
ORGANIZACIÓN POLÍTICA 497
condición, así éstos como los solariegos. Los habitantes libres
de las ciudades se llamaban ruanos, y constituyeron la base de la
clase media industrial y comerciante. Por la proximidad de
Navarra á Francia y ser paso para otras regiones de la Península,
abundó en ella la población de extranjeros. La condición
libre y los privilegios personales de éstos, influyeron no poco
en el desarrollo del derecho de los ciudadanos.
En cuanto á los mudejares, eran sólo importantes en Pamplona,
en Tudela (población de cuyo fuero, dado en época en
que estaban unidos Navarra y Aragón, ya tratamos), Cortes
y Fontellas; estas dos últimas villas tuvieron gran relación en
los siglos xiv y xv con la casa real. Gozaron los mudejares de
mercado franco con cristianos y judíos; de gran libertad religiosa;
del desempeño de cargos municipales; del mando de mesnadas
reales y aun de títulos de nobleza. Pagaban en cambio
multitud' de tributos, de uno de los cuales (el de mañería) se
libertó á los de Tudela en 1264, concediéndoles que pudiesen
dejar sus bienes, á falta de otro heredero, al pariente más cercano.
333. Organización política.—A partir de Sancho el Mayor,
la sucesión en el trono se hace de hecho hereditaria, admitiendo
á las hembras sin reserva alguna, como hemos visto en
la reseña anterior (§ 265). El rey ejercía el mando supremo del
ejército, la jurisdicción superior judicial y administrativa, el
poder legislativo, con ó sin las Cortes, y el derecho de acuñar
moneda. Estaba ligado por el juramento de guardar los fueros
y por la preponderancia de la alta nobleza feudal, que formaba
su consejo. Solía ceder á ésta la jurisdicción de causas poco
importantes, reservándose la suprema y los recursos; pero de
hecho, los ricos-hombres ejercían en sus señoríos una autoridad
casi absoluta.
Dividíase el territorio, para los efectos de la gobernación, en
distritos llamados merináades, y éstas en baylíos. Tanto los jefes
de las merindades (merinos) como los de baylíos (bayles), tenían
la potestad ejecutiva en punto á las sentencias que recaían sobre
plebeyos, la cobranza de tributos, etc. La administración
de justicia correspondía, en los pueblos, á funcionarios nombrados
por el rey y que se llamaban alcaldes de jurisdicción, y en
498 HISTORIA DE ESPANA
superior instancia á los llamados alcaldes mayores; pero sólo por
lo que se refería á villanos y ruanos. Los nobles eran juzgados
directamente por el rey y tres ricos-hombres ó infanzones.
El poder municipal tuvo escasa importancia en Navarra debido
al gran desarrollo de los teritorios señoriales y á las luchas
intestinas constantes que mantuvieron entre sí los municipios,
y aun, en cada uno, las diversas familias que pretendían
preponderar. Concertáronse, no obstante, hermandades para la
persecución de malhechores, como las que en algún tiempo
formaron los concejos de Castilla.
Las Cortes no alcanzaron por esto la representación política
que en los demás países peninsulares. Hasta fines del siglo xm
no las hubo, á juzgar por lo que hoy sabemos, y aun creen algunos
autores que las primeras se reunieron en el año 1300. Corresponde
de todos modos su florecimiento á.la época siguiente.
Antes de estas fechas parece que hubo en Navarra reuniones ó
juntas de nobles (como la de 1090) y otras en que figuraban
también representantes de las villas, del clero y francos; pero
esto ocurrió incidentalmente con motivo de sucesos graves y
extraordinarios, como en la elección de García Ramírez (1134:
§ 264) y en la minoridad de Teobaldo II. Créese que poco á
poco fué arraigando la costumbre de celebrar estas reuniones
con asistencia de elementos de las tres clases sociales, hasta que
quedaron constituidas regularmente las Cortes.
En el exterior, la política de Navarra, en toda esta época,
consiste puramente en defender su territorio de las ambiciones
de los reyes de Castilla y de Aragón, que aspiraban continuamente
á dominarlo. Las tierras más disputadas fueron las ribereñas
del Ebro, hasta que por el reparto convenido (§ 239)
quedaron divididas, tocando la mayor parte á los castellanos.
Navarra comprendía poco más que la actual provincia de
Pamplona.
334. Legislación.—Ofrece la legislación de Navarra en
este período el carácter de ser exclusivamente faral. Encabeza
la serie de fueros el de Estella, dado en 1090, y siguen otros
muchos, de los que son importantes el de Arguedas por sus muchos
privilegios, y los de Tafalla, Cáseda (notable por constituir
la villa en lugar de asilo, como Sepúlveda en Castilla), San SaINDUSTRIA
Y COMERCIO 499
turnino (Pamplona), Medinaceli, y otros. El de Logroño, dado
por el rey de Castilla Alfonso VI en 1095, se extendió á territorios
navarros y vascongados, como Vitoria (por Sancho el
sabio, en 1181), Azcoitia, Azpeitia, Cestona, Tolosa, Vergara,
Villarreal, etc. San Sebastián recibió fuero de Sancho el sabio,
en 1180, sobre el modelo de los de Jaca. Del de Tudela hemos
hablado ya. En todos ellos se establecen franquicias para atraer
población, y se legisla sobre el duelo judicial y demás pruebas
vulgares, ya aprobándolas (Tudela), ya restringiéndolas (Capa·
rroso). A los vecinos de Tudela se les concede el derecho de
tomarse por sí mismos justicia contra los que les hubiesen causado
agravio (tortum), de donde se dio á este privilegio el nombre
de tortum per tortum. La intervención de los vecinos en el
régimen y administración de las villas se nota igualmente, más
ó menos desarrollada, en estos fueros. La ciudad de Pamplona
tenía la especialidad de estar formada por tres barrios diferentes,
con fuero distinto y en pugna constante, que se trató de
resolver por concordias de los años 1213 y 1222, entre otras.
A los tiempos de Teobaldo 1 (1237) se atribuye la formación
de un Fuero general de Navarra. Lo más probable es que el
conocido con este nombre en tiempos posteriores no sea tan
antiguo (aunque muchos de sus elementos, v. gr. fazañas, presenten
caracteres arcaicos), y aun es muy verosímil que su primera
compilación sea obra puramente privada, no ley procedente
de los poderes públicos. Con arreglo á ella describiremos en la
época siguiente la organización familiar y las costumbres vecinales
de Navarra, muy curiosas en no pocos puntos.
3.—DESARROLLO MATERIAL É INTELECTUAL
Los ESTADOS MUSULMANES
335. Industria y comercio.— La destrucción del califato, le
fraccionamiento de los territorios musulmanes, las invasiones
de almorávides y almohades y, en fin, las conquistas de los cristianos
en los siglos xn y xui, fueron circunstancias que influyeron
desfavorablemente sobre la industria y el comercio de los
moros españoles. La decadencia no hubo, sin embargo, de ma500
HISTORIA DE ESPANA
nifestarse de golpe, ni aun fué continua, sino cortada por momentáneos
crecimientos de desarrollo, si no en todos, en parte
de los órdenes á que se refieren aquellas actividades.
El primer período de los reinos de Taifas fué, en conjunto,
favorable. Mientras duró el gobierno republicano de Córdoba,
se mantuvo el comercio con gran brío, merced á la seguridad
de que gozaba y al crecimiento de la población. Sevilla fué,
con el cadí y su hijo, un centro de gran actividad en todos
órdenes; en Granada el lujo de Badis había amontonado toda
especie de objetos de industria de gran valor, y Almería sostuvo,
en tiempo de Almotacín, fuerte marina mercante, que mantenía
con Oriente el tráfico de sederías y otros productos
españoles. Los almorávides, aunque al principio se mostraron
enemigos de todo progreso material, cedieron al cabo á los
alicientes de la civilización española, y dieron gran impulso,
sobre todo, á la arquitectura y artes industriales afines, haciendo
construir muchas mezquitas, fortalezas, palacios y casas de
recreo con jardines y juegos de agua. El rey Lobo celebró
tratados de carácter comercial con los genoveses; y lo mismo
hicieron Abenganía, reyezuelo de Mallorca y su hijo Ishac,
con las repúblicas de Genova y Pisa (i 149 1150-1181-1184).
Con los almohades renacieron la agricultura y las artes. En
las comarcas de Valencia y Sevilla cultivábase en gran escala
la caña de azúcar, y en esta última población, el olivo, habiendo
unas 100,000 prensas y cortijos para la obtención del aceite.
En Granada, se sabe que en el siglo xu se colectaba seda en
gran cantidad, lino, trigo, cebada, vino y aceite, siendo la vega
de aquella población modelo de espléndido cultivo. Seguían las
fábricas de armas mencionadas en la época anterior (§ 180), y
existían, además, otras de curtidos en Córdoba, de papel en
Játiva (usando ya comúnmente en el siglo xn el papel de trapo),
de cerámica en Sevilla, Mallorca, Valencia y otros puntos.
La tapicería, introducida por los árabes, tenía su foco principal
en la zona de Levante, siendo célebres las fábricas de Chinchilla
y Cuenca para los tapices de lana. La primera noticia de esta
industria hállase en un autor musulmán del siglo xn. En Jaén
explotaron los almohades minas de oro y plata. Por los puertos
de Almería, Valencia, Denia, Málaga y Sevilla, hacíase comercio
LAS CIENCIAS 50.I
activo con África, que era entonces país rico, y con el Oriente.
La conquista de muchas de estas ciudades y regiones por los cristianos
quebrantó, como era natural, las relaciones del comercio;
pero no pocas de las industrias existentes persistieron en manos
de los mismos moros convertidos en mudejares, y pasaron á ser
propias de los reinos de Castilla y Aragón. Los almohades dieron
también gran desarrollo á la arquitectura, como veremos
en el párrafo correspondiente, influyendo no poco en este
orden, sobre el arte cristiano.
336. Cultura.—A pesar del decaimiento político que los
musulmanes sufren en este periodo, en primer lugar por su
fraccionamiento en pequeños Estados, y luego por la sumisión
á los imperios africanos, la cultura en vez de decaer sube, á lo
menos en sus manifestaciones superiores, pues á este tiempo
corresponden los grandes escritores árabes, los de más nombradla
y que más influyeron en España y en Europa. Los reyes
de Taifas protegieron mucho á los literatos y filósofos, concediendo
á estos últimos libertad absoluta para decir y escribir
su pensamiento, aunque fuese heterodoxo, cosa que desagradaba
bastante al pueblo creyente y fanático; y aunque pudiera
creerse á los almorávides intolerantes y despreciadores de la
cultura, por haber prohibido la lectura de ciertos libros, mandado
quemar otros (como el de la Resurrección de las ciencias
religiosas del filósofo Algazalí) y ahuyentado á los poetas de la
corte, es lo cierto que el desarrollo de la literatura y de las
ciencias, en los siglos xn y xiu especialmente, llega á gran altura.
De este período es Averroes, el más célebre de los filósofos
árabes; y á él también corresponden los grandes escritores
judíos de la España musulmana, Avempace, Tofáil, Ben Gabirol,
etc., así como los más importantes poetas. Además, en
este tiempo (á partir de Alfonso VI y la toma de Toledo) se
inicia la verdadera influencia de las literaturas árabe y judía,
particularmente en lo científico, sobre los cristianos.
337. Las ciencias.—El principal servicio que los árabes
hicieron á la cultura general fué, como se ha dicho, transmitir
á Europa la ciencia griega, si no en su pureza, en los reflejos y
variantes que tuvo en sus últimos tiempos con las escuelas alejandrinas,
principalmente. Ya en el siglo x, según vimos, un fi!ó-
1 32
502 HISTORIA DE ESPAÑA
sofo de Córdoba, Aben-Mesarra, trajo libros de filosofía helénica,
que, aunque apócrifos, es decir, atribuidos falsamente á
autores de gran celebridad, como Aristóteles y Empédocles,
algo tenían del gran pensamiento de los griegos, é iniciaron—
junto con lo que, por su parte, hacían los judíos—la corriente
clásica ó pseudoclásica en la España musulmana.
El desarrollo de esta corriente se cumplió en los siglos xn y
xiii, atrayendo á España extranjeros de nota, como Gerardo de
Cremona, Miguel Escoto y otros, que aprendieron con los musulmanes
la ciencia helénica y la difundieron luego por Europa,
dando origen á un movimiento filosófioo que duró hasta el
Renacimiento en que, con el estudio directo de los textos griegos,
traídos de Constantinopla y Atenas, se rectificaron los
errores y falsedades de transmisión de los árabes.
Trazado en el período anterior el cuadro general de las instituciones
y costumbres relativas á la enseñanza (toda ella privada,
como sabemos), no hace falta repetir aquí los mismos
pormenores, puesto que continuaron las academias ó clases de
profesores particulares, dadas generalmente en las mezquitas y
sin intervención ninguna del Estado. Hasta el año 1065 no
apareció, en los territorios musulmanes de Oriente (en Bagdad)
la primera Universidad de carácter oficial; y aunque este ejemplo,
rápidamente extendido por el Asia Occidental y Egipto,
influyó pronto por intermedio de los normandos de Sicilia
en los países cristianos, incluso España, en los territorios musulmanes
de la Península no se llegó á crear una institución
análoga hasta fines del siglo xm, como veremos en la época
siguiente.
Las academias y enseñanzas particulares se multiplicaron en
la época de los reyes de Taifas, de una parte por la libertad
concedida á los filósofos y teólogos, y de otra, por la protección
especial que cada corte ó reyezuelo daban á los sabios. En las
mismas familias reales abundaban los hombres de ciencia,
como el emir de Badajoz Modáfar, y su hijo Ornar Almotauáquil.
Siguieron cultivándose las mismas ciencias que en
los siglos anteriores, predominando las naturales, la filosofía
y el derecho. En medicina se llega al más alto desarrollo, con
Abul-Kásim, de Zahra, el cirujano más célebre de la Edad
LA FILOSOFÍA 503
Media, Avenzoar, de Sevilla, y, más tarde, con Abu-Meruán,
conocido en los reinos cristianos por Abumerón. A la medicina
ayudaron mucho los estudios de química, muy adelantada
entre los árabes. En botánica floreció Aben-Albaithar, de Málaga,
gran coleccionador de minerales y plantas, autor de
un libro llamado Colección de medicamentos simples, en que da á
conocer más de 200 especies nuevas de vegetales, género de
estudio que desde los griegos no había vuelto á cultivarse en
el mundo europeo. En matemáticas adelantaron mucho los árabes,
no sólo por lo que toca á la ciencia pura, sino también en
sus aplicaciones, y más especialmente en la astronomía y astrologia,
continuando las observaciones· y la construcción de observatorios
especiales, de los cuales fué el más importante en
Europa, por entonces, el colocado en lo alto de la torre ó alminar
de Sevilla, llamado hoy Giralda, por el califa almohade
Yacub Almanzor (1196). Los estudios geográficos hallaron
grandes cultivadores en esta época, unos como teóricos y com
piladores, otros como viajeros. Tales Abu-Hámid Algarnathí,
el Granadino, que viajó por Oriente; Aben-Chobair de Valencia,
que recorrió la misma región; El Abdarí, valenciano, visitante
de Berbería, Egipto y Arabia; El Bekrí, de la familia
real de Huelva; y Aben-Said, de Granada, que describió la
Siria, Caldea y Arabia. En punto á jurisprudencia, el importante
movimiento de la escuela malequita y otras, iniciado en
tiempo del califato (§ 177), se continúa con porción de nombres
ilustres en los siglos xi á xm, los más cultivadores de aquella
misma escuela que, no obstante una fuerte reacción producida
en el período almohade, continuó siendo la dominante entre
los musulmanes españoles.
338. La filosofía. —Pero si en todas estas ciencias produjeron
los árabes obras de gran importancia, que se reflejaron
en la cultura europea, adelantándose en muchos puntos á los
pueblos cristianos, en ninguna fueron tan célebres, ni llegó á
ser mayor su influencia como en la filosofía, que, desde los últimos
tiempos del califato, había empezado á desarrollarse, ya
en la vía francamente heterodoxa, ya en las escuelas varias de
la ortodoxia alcoránica (§ 178). Los almorávides, aunque prohibieron
y quemaron una obra teológica del filósofo Algazel ó
504 HISTORIA DE 'ESPAÑA
Algazalí, no se opusieron en general al cultivo de la filosofía,
que en su tiempo contó con nombres ilustres, como los de
Abumohámed Abdalá, de Badajoz (que también fué gramático,
literato y filólogo), Abulabás Ahmed (Abenalarif), Abenbarrachán,
Abencasi, Abualí Asadafí y otros, que por cierto enseñaban
la doctrina de Algazalí no obstante la citada condenación;
á la vez que se formaban sectas de carácter místico, exaltadas
é intransigentes, como la de los sufíes y hermanos moridin ó
adeptos que se extendió mucho por Andalucía y Extremadura,
y que produjeron, al lado de muchos ascetas y predicadores
populares de ambos sexos, algunos filósofos de importancia
como Mohidín Abenarabí, de Murcia, de grandísima influencia
en la filosofía musulmana, discípulo en parte de otro sabio español,
Abenhazam, descendiente de cristianos, que floreció en
el siglo χι y se distinguió en muchos órdenes de las ciencias
y las letras, escribiendo, entre muchos más libros, uno sobre el
amor y otro sobre los heterodoxos musulmanes. Los almohades
protegieron á los filósofos y naturalistas, hasta que su tercer
califa reaccionó contra la libertad de pensamiento, persiguiéndolos
otra vez é iniciando la decadencia. Entretanto, brillaron
en los Estados musulmanes los más grandes filósofos, como
Averroes (1126-1198) de Córdoba, comentador y propagador
de Aristóteles y Platón, y por quien muchas ideas de estos
autores, especialmente del primero, llegaron, aunque desfiguradas,
á conocimiento de los pueblos europeos; tal sucedió en
punto á la doctrina literaria, difundida merced á una traducción,
hecha en 1256, del compendio ó paráfrasis que escribió
Averroes. Distinguióse también como médico y como matemático,
y su fama se extendió con sus libros por toda Europa.
En los últimos años de su vida fué preso por el califa
almohade y prohibidas sus doctrinas. Contemporáneo suyo,
y también muy célebre, fué el guadijeño Abubéquer Aben-
Tofail, autor de una novela filosófica titulada Haiben-Yokdán
(El viviente hijo del vigilante), en que desarrolla la doctrina del
método, reflejando las ideas de algunos griegos alejandrinos
que, á su vez? recordaban las de Platón, no sin desfigurarlas
bastante. Maestro de él fué Aben-Bacha, de Zaragoza (Avempace),
autor de un libro titulado El Régimen del Solitario, en que
LA FILOSOFÍA 505
retrata una especie de República ideal utópica, semejante á la de
Platón, reflejando también las ideas de la escuela alejandrina y
preparando el gran desarrollo filosófico del mismo Averroes.
AI lado de estas manifestaciones filosóficas del mundo propiamente
árabe, brillaban otras de los judíos habitantes en la
España musulmana, que no sólo dieron nombres ilustres á las
ciencias, sino que se adelantaron á los mismos árabes en la exposición
de las ideas neoplatónicas ó alejandrinas (§ 184). Descuella
en esta obra, en primer término, el original y profundo
poeta Salomón Ben-Gabirol (1021-1070), autor de un libro
filosófico llamado La Fuente de la vida (que influyó más en Europa
que entre sus correligionarios) y de varias poesías, también
filosóficas; y le siguen Abraham-ben-David ó Daud, de Toledo,
autor de muchas obras filosóficas y astronómicas, entre las que
descuella la titulada Emunah Ramah (Fe excelsa), escrita en
1161 y dirigida á concertar las doctrinas filosóficas con la religión
á propósito de varias cuestiones fundamentales como la
de la libertad; Juda-Levi, de Lucena, cuyo poema filosófico
del Cuzari se tradujo al castellano; Moisés-ben-Ezra (1070-
1139), polígrafo, propagandista de las ideas de los judíos españoles
en Italia, Francia é Inglaterra, por donde viajó; y otros
que, en virtud de las persecuciones de los almorávides y después
de la destrucción de Lucena (1146), se refugiaron en
Toledo y demás poblaciones cristianas, ó bien nacieron en ellas,
como Aben-Ezra, Daud y Levi, influyendo mucho en la cultura;
y, en fin, el gran Moisés-ben-Maimón, ó Maimónides, de
Córdoba (11391205), el mayor talento dialéctico y positivo
de los hebreos de España, de quien se dijo que «desde Moisés
á Moisés, no ha habido otro Moisés». Maimónides es el fundador
de la exegesis ó explicación racionalista de las doctrinas
judaicas, enemigo y crítico acerbo "del neoplatonismo, pero
muy influido por las ideas aristotélicas que contribuyó á esparcir
en Europa y las fantasías ideológicas anteriores. Su obra
principal titúlase Guia de los que andan perplejos acerca del recto
camino. Maimónides profesó exteriormente el mahometismo
obligado por las persecuciones de los almohades, y fué médico
de cámara de un hijo del célebre sultán Saladino, rector de un
colegio en Alejandría y príncipe (Nagid) de los judíos de Egipto.
5o6 HISTORIA DE ESPAÑA
A Maímónides se debe también la redacción del primer credo ó
profesión de fe de los principios obligatorios de la religión
judía, credo que luego fué aceptado oficialmente. Al lado de
estos nombres ilustres figuran todavía otros como Bahya ó
Bechai, autor de un tratado de filosofía moral (Deber de los corazones)
en que proclama la superioridad de la religión interior
sobre las prácticas exteriores; Issac Alfassi, natural de Fez, pero
que fijó en Lucena el centro de los estudios talmúdicos hasta
la destrucción de la comunidad. Debe notarse que, además de
los tratados de ciencias particulares, escribiéronse en esta época
y en los países musulmanes, muchas enciclopedias ó colecciones
de enseñanzas de todo género, al modo de las Etimologías de
San Isidoro y obras análogas de autores griegos.
339. La literatura.—No menos brillante que el desarrollo
de las ciencias fué el de la literatura entre los musulmanes españoles.
Cultiváronla, no sólo en la producción de obras imaginativas
(poesías, novelas, cuentos, etc., pero no teatro), sino
en las obras doctrinales (tratados de retórica y poética, de gramática,
en verso muchas veces, de crítica, de metrificación). De
las poesías se formaron muchas colecciones ó antologías, de las
que se conservan bastantes en la Biblioteca de El Escorial.
Entre los gramáticos y retóricos los hubo muy célebres, como
Ebn-Málik, de Jaén, cuyas obras gozaron de gran autoridad;
los ya citados Abu-Mohámed-Abdalá y Aben-Hazam, de Córdoba,
polígrafo eminente este último y el hombre más sabio y
más fecundo de su tiempo, pues escribió 400 volúmenes dedicados
á todo género de asuntos, y otros. Como poetas, descuellan
en primer lugar, en la poesía amorosa, el célebre
Motamid, rey de Sevilla y Córdoba, y su ministro Aben-Amar;
Almotacim, de Almería; lbn-Abdon, de Badajoz; Ornar Almotauáquil,
príncipe de Badajoz, gran Mecenas de literatos y poeta
armonioso; Aben-Jafacha, de Alcira; Ibn-Said, de Granada; Ibn-
Seidon ó Zaidún, llamado el Tíbulo andaluz; Ahmed-ben-Xohaid,
y las poetjsas Wallada y Racunía; y en la poesía elegiaca y
heroica, Ben-Wahbún, autor de una oda celebrando la victoria
de Zalaca; Abul-Beka, autor de un poema sobre la pérdida de
los territorios conquistados por Fernando III y Jaime 1; Abenalabar,
de otro sobre la pérdida de Valencia, poema que fué
LA LITERATURA 507
popular en España, y Ben-Abdún, de Evora, que escribió sobre
la desgracia de los reyes de Badajoz. También fueron célebres
Abenalarabí el sevillano, Abu-Abdallah el Thobní y otros. Pero
no sólo tuvieron los árabes poetas cultos, ó eruditos, sino también
poetas y poesía popular, cantores ambulantes, que en las
calles y plazas ó en los palacios y castillos, acompañados á
veces de juglaresas ó volatineras, entonaban con música canciones
y poesías de carácter heroico, fabuloso, amatorio ó satírico,
análogamente á los romancistas y primitivos trovadores y
juglares que en Castilla hubo. A parttir del siglo xm, estos cantores
y juglaresas figuran á menudo en las ciudades cristianas,
bien fuesen forasteros, bien mudejares de los muchos que había
y conservaban las costumbres moras. De estas canciones populares
formó un Diván ó colección, escribiéndolas en lengua vulgar,
un famoso poeta cordobés (de origen cristiano, según se
cree), Mohámmed-ben-Abdelmélic-ben-Cuzmán. Gran coleccionador
de divanes fué el poeta Almansur, que vivió algún tiempo
en Valencia. A esta literatura poética popular se unía, como
siempre entre los árabes, el cuento ó apólogo, género que influyó
más que ninguno en Castilla, como veremos en su lugar.
Las colecciones de estos cuentos y algunas novelas de tesis ó
pensamiento filosófico, forman el caudal de los musulmanes españoles
en este orden.
En géneros que intermedian entre lo científico y lo literario,
pero que más propiamente pertenecían á lo último en aquellas
épocas, como la historia, tuvieron los árabes durante el período
de los reinos de Taifas representantes ilustres, como Aben-
Hayyán, de Córdoba, el primero y más importante de los historiadores
musulmanes de España, el cual, entre otras obras,
escribió la Historia de su época (ΑΙ-Matin) en 6o tomos, de los
cuales se sirvieron todos los autores posteriores á él; el citado
Aben-Hazam, autor de una Historia de los Omeyyas y una colección
de genealogías; Alhomaidí, que compuso varias crónicas y
un Diccionario biográfico; Abu-Omar el Talamanquí, que empezó
una Biblioteca de historiadores españoles:, y el rey de Badajoz, Almudáfar,
autor de una enciclopedia en 6o volúmenes, de historia,
ti adiciones, ciencias, etc. Bajo los almorávides y los almohades
siguió cultivándose el género, si en decadencia por lo
5o8 HISTORIA DE ESPAÑA
que toca á sus condiciones artísticas y críticas, no en punto á
la imparcialidad, pues los historiadores se atrevieron á censurar
más de una vez á los emperadores y á sus ministros. Las formas
más cultivadas fueron la compilación, como la famosa de Alhicharí
y Said, que aprovechó luego el célebre Almaccari, y los
diccionarios biográficos, de que son modelo el llamado Assilah,
del cordobés Aben-Pascual y el de Abenaiabar, de Valencia,
«príncipe de los biógrafos españoles».
340. Los literatos judíos.—Frente á la· literatura musulmana
brilló la de los judíos residentes en el territorio mahometano,
con propia originalidad y grandeza. Así como en las ciencias
siguieron por punto general á sus dominadores, en la poesía y
en la novela, lo mismo que en la filosofía (§ 184), se diferencia,
ron mucho, inspirados como se hallaban por sus propios sentimientos
é ideas religiosas y patrióticas. Son pocos, por esto, los
poetas y novelistas judíos que imitan á los árabes. Sus poesías
son, por lo general, de carácter filosófico ó religioso, y por eso
se repiten en este orden casi los mismos nombres que en el capítulo
de la filosofía: Ben-Gabirol, cnyos cantos, «henchidos de
grandeza y ternura», todavía repiten sus compatriotas; Juda·
Levi, el más grande de todos, poeta amatorio en sus primeros
años, religioso luego y «renovador del sentimiento de la naturaleza
»; y Ben-Ezra, el primer lírico después de los dos mencionados.
Como novelistas^ tuvieron á Salomón-ben-Zakbel; al
toledano Alcharisi (1170-1230), llamado el Ovidio israelita,
comendador é imitador dé los relatos árabes llamados Sesiones
de Hariri; á Abraham-ben-Hasdai, autor de El hijo del Rey y el
Nasir, traducida hoy al alemán.
También tuvieron los judíos sus retóricos, gramáticos y críticos,
iniciados en el siglo χ por Menahem-ben-Saruk, según la
dirección de los gramáticos árabes, y por Rabí Jonás-ben-Ganach
(ó Abul-Gualid), de cuyos trabajos ha dicho Renan «que
sólo los más recientes de la filología moderna pueden aventajarlos
». El mismo Ben-Ezra escribió un tratado de Retórica y
Poética; y en algunas novelas de las citadas hállanse reglas de
composición y crítica de autores.
Los judíos crearon también una literatura riquísima de viajes,
en que lo que predomina es la fábula y la invención. Fueron
LAS ARTES 509
autores famosos en este género Benjamín de Tudela, autor de
una Peregrinación en que relata sus viajes por Italia, Grecia,
Palestina, Persia, Egipto y Sicilia, y Al-Haziri, ó Alcharisi, ya
citado entre los novelistas. Los poetas judíos comunicaron mu-
<:ho con los cristianos, y de ahí resultó, en la época siguiente
(siglo xiv), una influencia notable sobre la literatura castellana,
según veremos.
341. Las artes.—La época que ahora estudiamos es una
Fig. 92.—Puerta de Bisagra, en Toledo,
de las más obscuras en la historia de las artes musulmanas de
la Península, de un lado por los pocos monumentos (algunos
dudosos) que nos quedan, de otro por la inseguridad de sus
caracteres, y, en fin, por la falta de estudios especiales y detenidos
que aclaren, aun con los pocos datos existentes, el origen
y relaciones de esta época (en particular por lo que toca á la
arquitectura) con la anterior y la siguiente. Suele llamarse á los
¡tiempos que nos ocupan período ó época de transición, supo510
HISTORIA DE ESPAÑA
niendo que lo sean entre la arquitectura de los siglos vm-x y la
de los siglos xiv-xv; pero no faltan autores respetables que dudan
de la exactitud de aquella denominación, ya porque la transición
es un fenómeno constante y no de un momento dado en
la historia artística, ya porque en la arquitectura de estos siglos
(XI-XIII) se continúan los caracteres
fundamentales de la anterior,
aunque degenerados, menos definidos
y de ejecución más tosca é
incorrecta.
Los monumentos en que se
encuentran restos ó partes de la
arquitectura de esta época son:
la Aljafería de Zaragoza, la Giralda
de Sevilla, el Alcázar de
esta última ciudad (algunos trozos),
la Puerta de Bisagra en
Toledo, las aljamas de Niebla y
Sevilla (restos) y algún otro. En
Córdoba se nota gran resistencia
en aceptar las modificaciones de
este tiempo cuya diferencia con
el antiguo estriba principalmente
en despojarse de las reminiscencias
visigóticas y clásicas del arte
del califato. Hay quien supone
que en él influyó, además, la arquitectura
propiamente africana,
que desde el siglo ix se estaba produciendo
(en Fez, Cairuán, etc.)
con bastante diferencia de la del
califato. Los almorávides fueron grandes edificadores: fundaron
la ciudad de Marruecos, que luego dio nombre al país; construyeron
grandes mezquitas y palacios en Fez y Cairuán. Los almohades
aun fueron más espléndidos, desarrollando gran lujo
en Fez, que llegó á ser bajo su imperio ciudad de 785 mezquitas
y capillas, 122 lavatorios para abluciones, 93 baños, 462
molinos, 89,236 casas, 3,074 fábricas, 86 tenerías, con 400
Fjg 9; —Fl alminar ó torre de La Giralda.
(Estado actual.)
LAS ARTES 5II
manufacturas de papel en Mequínez y en otras poblaciones. A
ellos se debe en España multitud de construcciones que hoy
ya no existen (mezquitas, puentes, acueductos, alcázares),
y entre las que restan, el citado alminar ó torre (Giralda)
de la mezquita de Sevilla, dirigida por un arquitecto árabesiciliano,
Abu-Alait. En lo alto de ella se puso un gran capitel,
y dícese que también un observatorio astronómico. De todos
modos, la arquitectura de
esta época es, en España,
menos importante que la de
la época anterior y la siguiente.
En punto á las demás artes
plásticas, se conservan
de esta época una arqueta de
comienzos del xi, de gusto
pérsico, labrada para una
esposa de Almotamid de Sevilla;
una llave del xm, que
se dice entregada i Fernando
III cuando la conquista
de Sevilla, y algunos objetos
de menos importancia.
De tapicería, muy cultivada
por los musulmanes, se
cita generalmente un ejemplar,
considerado como bandera
cogida á los musulmanes
en la batalla de las Navas,
aunque es dudoso.
Son muy notables por la belleza del grabado, la uniformidad
de peso y su abundancia (indicio de la gran prosperidad de esta
época), las monedas almorávides, que presentan, además, tipos
nuevos fraccionarios del dírhem (semidirhemes, cuartos, octavos
y dieciseisavos de dírhem), que antes no se conocían. Igual perfección
artística se nota en las inscripciones sepulcrales y sus
adornos. Los almohades introdujeron la novedad de acuñar la
moneda (particularmente la de plata) en forma cuadrada.
Fig. 94.—Handera árabe, comúnmente tenida
como procedente de la batalla de las Navas.
(Quizá es del siglo xiv, donada á las Huelgas
por Alfonso XI y no por Alfonso VIH,
á juzgar por la ornamentación del tejido.)
512 HISTORIA DE ESPANA
fin música, los árabes, aunque tomaron la teoría de los griegos,
parece ser que la completaron mediante el estudio físico
de los sonidos; pero los tratados que se conocen, y de que se
guardan ejemplares en El Escorial, no son españoles.
342. Costumbres.—Muy poco se puede decir respecto de
las costumbres musulmanas en esta época y las diferencias que
tuvieran con las de tiempos anteriores, por ser punto que se
halla aún sin estudiar. Como pormenor
característico, puede señalarse la recíproca
y fuerte influencia que se produjo
entre las costumbres moras y las cristianas.
El fundador del reino de Granada,
vasallo de Fernando III, Aben-
Alahmar, vestía á la usanza cristiana,
llevando iguales armas, capas de escarlata
y hasta arreos en el caballo que
los castellanos. FM Castilla, á su vex
(como veremos), las costumbres moras
se acentúan mucho.
CASTILLA
343. La agricultura. — Queda dicho,
al hablar de las clases sociales y
del régimen de la familia, lo substancial
en punto á la constitución jurídica de la
propiedad territorial, base de la industria
agrícola. Las conquistas de leoneses y castellanos, llevando
las fronteras al corazón de Andalucía é imponiendo la
sumisión y el vasallaje á los Estados musulmanes, trajeron
para el interior del país un estado de paz que no podía menos
de contribuirá la repoblación y al cultivo de los campos. La política
benévola para con los moros sometidos ayudó á este fin;
y aun cuando en el interior no faltaban guerras, promovidas
ora por los pretendientes al trono, ora por los nobles, especial,
mente en las minoridades de reyes; ni la seguridad personal
estaba garantida contra los abusos de los señores y los ataques
de bandidos, las disposiciones de los fueros, protectoras de la
.95. — Moneda almohade
de SevillaLA
AGRICULTURA 513
propiedad, el crecimiento de los municipios, la formación de
Hermandades, la emancipación de las clases serviles y el apego
de las familias á la tierra, mejoraron notablemente la situación,
creando garantías para el labrador.
Por lo general, las tierras labrantías eran las únicas que pertenecían
en derecho propio á los individuos ó á las familias.
Los montes, bosques, prados naturales y terrenos sin roturar,
correspondientes á los municipios, ó realengos, eran comunes,
es decir, de disfrute común para los vecinos (§ 292); pero también
se daba el caso de que las mismas tierras de labor fuesen
comunes, ya sorteándose todos los años en lotes entre los vecinos,
ya labrándose en común ó repartiéndose el fruto de las tareas
individuales entre todos los vecinos y copartícipes: forma
de propiedad ó disfrute muy frecuente en la zona que va de
Asturias á Extremadura, como lo era también en las regiones
pirenaicas de Navarra, Aragón y Cataluña. La legislación de
los fueros velaba por el mantenimiento de estas tierras comunes,
prohibiendo que nadie las acotase y redujese á cultivo los
montes, pastos, etc., de uso general para los vecinos, negando
desde luego tales utilidades á los que no gozasen de aquella
condición vecinal.
Fuera de esto, las leyes tendían á impulsar el interés individual
como medio seguro de que adelantasen la agricultura y
la repoblación, empleando los medios de uso general en aquellos
tiempos (§ 202), á saber: concediendo la propiedad de los
terrenos nuevamente roturados á quien los redujese á cultivo;
dispensando por un año á los colonos ó labradores de tributos
y servicio militar; garantizando la seguridad de las propiedades
particulares (viñas, prados, huertas, etc.) cercadas de tapia, seto
ó foso (acotadas), porque de no estar cerradas convenientemente
no se pagaba multa por entrar en ellas hombres ó ganados;
prohibiendo que se abriese senda ó se cazara en sembrado
ajeno; eximiendo de prenda los bueyes de labor, etc.
Esto no obstaba para que en las mismas tierras de particulares
se autorizaran ciertos usos comunes en determinadas épocas,
como sobre el barbecho y sobre los árboles una vez recogida
la cosecha, para utilizar los frutos olvidados. Los fueros y
ordenanzas dispusieron también á menudo (como se ha hecho
5'4 HISTORIA DE ESPAÑA
en casi todos los países, cuando se ha querido impulsar la
agricultura) que los dueños que no cultivasen los terrenos roturados
perdieran la propiedad y pasara ésta, bien al rey, bien
al municipio ó al común de vecinos.
La conquista de Toledo y luego la de otras comarcas de Extremadura
y Andalucía acrecentaron la agricultura castellana,
introduciendo el cultivo de árboles como el olivo, que hasta
entonces no se conocía en Castilla. Las tierras dedicadas al lino
eran muy abundantes. Algunos reyes, como Alfonso Vil, atendieron
directamente á la mejora agrícola, mandando plantar
vides y árboles. Igualmente se provee á la multiplicación de
las norias; pero no hay indicios de que se acometieran las
grandes obras hidráulicas, condición indispensable en la Península
para el progreso agrícola, ni aun que se pensase en ellas;
como tampoco en las de vialidad, tan importantes en la época
romana y tan necesarias para comunicar entre sí las diversas
regiones.
344. La ganadería.—Tuvo gran importancia en este período,
en primer término por la facilidad con que podían sustraerse
los ganados á los azares de la guerra y por ser tradicional
en nuestro país esta industria. Las especies más comunes
eran el buey, el caballo, el asno, la oveja, la cabra y el cerdo.
Los reyes protegieron la ganadería, á veces con detrimento de
la agricultura, no sin que los ganaderos, por su cuenta, aprovechasen
todas las libertades comunes, como la de entrar en
los rastrojos y barbechos, y abusasen en lo concerniente á la
entrada en viñas, huertas, etc. De aquí se suscitaron infinitas
cuestiones entre labradores y pastores, á las cuales procuraban
atender los fueros fijando los derechos respectivos, casos
en que procedía multa ó prenda á los ganados, etc.; pero la
guerra entre ambas industrias continuó durante toda la Edad
Media, favorable en la mayoría de los casos á la ganadería.
Los ganados solían pagar por el pasto en tierras realengas ó
municipales un derecho ó tributo llamado montazgo; el cual
derecho, aunque en principio correspondía al tesoro real, acostumbraron
los reyes concederlo en provecho de lös concejos
con respecto á los ganados forasteros.
La conservación del ganado se procuraba mucho: ora mulINDUSTRIAS
MANUFACTURERAS 5 I 5
tando á los que le hicieren daño (v. gr., arrancando las cerdas
de la cola), ora prohibiendo que se juntasen con las reses sanas
las enfermas de sarna, y con otras medidas así. En el ejercicio
de la ganadería repetíanse las formas mancomunadas de
la agricultura: bien por constituir los ganaderos asociaciones
para que las reses pastasen en común ó tuvieran pastores y
guardas comunes, bien por unirse todos los vecinos de un
pueblo con carácter semioficial ó administrativo, pues intervenía
el concejo, para efectos iguales, manteniendo entre todos al
pastor ó pastores, á las reses padres (que eran propiedad común),
etc.
345. Industrias manufactureras.—Fuera de algunos centros,
como Santiago—y tal vez éste el único—no parece que
existió en las comarcas de Galicia, León y Castilla hasta el siglo
xiu industria importante que representara fuente valiosa de
riqueza y comercio, excepción hecha de aquellas indispensables
para los usos de cada población, pero cuyos productos no
excedían de las necesidades de los vecinos. A lo menos, la
legislación no muestra preocuparse mucho de los industriales
antes de aquella fecha, si bien hay fueros como los de Salamanca,
Caceres, Cuenca, Molina y Plasència, que hablan de
herreros, carpinteros, cardadores, tejedores, pellejeros, plateros
y otros oficios, y algunos más importantes, como el dado
á San Sebastián en 1180 por el rey de Navarra (y confirmado
en 1202 por Alfonso VIII al aceptar la señoría de Guipúzcoa),
verdadero código de comercio en que se señala la exportación
á tierras extranjeras de vino, lana y hierro; si bien hay que suponer
estas materias de producción local, es decir, no propiamente
castellana, puesto que hasta comienzos del xm Guipúzcoa,
y mediados del xiv Álava, no pertenecieron á la soberanía de
Castilla.
Con respecto al siglo xm, hay ya datos que permiten afirmar,
no sólo la frecuencia de relaciones comerciales de los castellanos
del N. con Flandes y Alemania, sino la exportación efectiva
y frecuente de hierros, lanas, granos, cueros, cera, hilados,
azogue, sebo, vino, comino y anís de Castilla; aceite, miel y
frutas de Andalucía; cueros, lanas y vinos de Galicia; azúcar
y pasas de Málaga: exportación que fué aumentando cada día.
5i6 HISTORIA DE ESPAÑA
Y aunque es obvio presumir que semejante producción industrial
no se improvisó, y que por tanto su origen y el de su exportación
remontan á más lejana fecha, en el siglo xin es
cuando adquiere verdadera importancia", siendo ese siglo, en
este orden como en muchos otros, el inicial (aunque preparado
por los obscuros y constantes esfuerzos anteriores) de la grandeza
material de la Península.
En cuanto á Santiago, creció en esta época su importancia
industrial y su riqueza por la extraordinaria cantidad de peregrinos
y viajeros que concurrían á él, fomentando la prosperidad
material, refinando las costumbres y los gustos y haciendo
necesario el establecimiento de posadas, hospitales, comercios,
etc., en gran escala.
Sevilla, después de la conquista por Fernando III, revela ser
un centro industrial considerable, cuyo mayor desarrollo veremos
en la época siguiente. Las minas de Almadén se explotaban,
á lo que parece, en éste mismo tiempo.
Los industriales organizábanse en todas partes, como los de
Santiago (§ 204), en gremios ó corporaciones, que formaban
verdaderas entidades morales, con su casa común, caja, sello,
bandera, patrono religioso, de modo análogo á los antiguos
collegia romanos (§ 65). Creáronse á la sombra de los municipios
y favorecidos por la libertad y privilegios de éstos; pero
ya en el siglo xni, aumentando en número é importancia, recla^
.marón para sí de los reyes honores y franquicias especiales,
formando cuerpos sociales de verdadero peso en la vida de las
ciudades. El desarrollo de esta legislación particular (ordenanzas
de gremios) corresponde á tiempos posteriores. Dentro de
cada gremio se distinguían los aprendices, los oficiales y los maestros.
El aprendizaje duraba más ó menos años, según los casos,
y generalmente se pagaba un tanto por él al maestro. Con éste
vivían los oficiales, como si fueran individuos de su familia; y
aunque recibían jornal escaso, porque el desarrollo de la indus¿
tria no permitía otra cosa, tenían seguras, cuando menos, la
comida y la habitación: cosa posible en aquellas épocas, en que
la industria era casera, la producción corta y no se habían inventado
aún las máquinas de hoy día, que acumulan en una
fábrica cientos y miles de obreros. El oficial podía pasar á maesEL
COMERCIO 5>7
tro mediante un examen, y establecerse por su cuenta. Al obrero
se le exigía que llevase buena vida y costumbres; y cada gremio
nombraba, además, especie de inspectores (Alcaldes) para vigilas
los talleres y tiendas, no permitir que se vendiesen malos
productos, arreglar las diferencias entre los distintos oficios y
defenderlos en sus causas. Era también costumbre vivir agrupados
en barrios y calles ios industriales de cada gremio ú oficio:
de donde vienen los nombres de Plateros, Cerrajeros, Pelaires,
Sederos, etc., que aun conservan en muchas ciudades
ciertas calles.
No pocos de los industriales eran extranjeros, moros ó judíos,
dedicándose éstos especialmente á la orfebrería y oficios análogos.
Los mudejares representaron en todas partes un contingente
de importancia para la industria.
346. El Comercio.—Se comprende que con el progreso
industrial (manufacturero y agrícola) se desarrollase mucho el
comercio castellano, y ya hemos anticipado algo acerca de esto
en el párrafo anterior. Las dos regiones que parecen haber
tenido más tempranamente comercio con otros países fueron
la de Galicia y la cantábrica del O. (provincias Vascongadas).
De los marinos de ésta se sabe que en la época de las Cruzadas
mantenían ya relaciones comerciales con puertos del N. de
Europa y con otros de Inglaterra, exportando los productos
de Castilla, de Navarra y de Aragón que por aquella costa
tenían salida.
Los vinos españoles eran estimadísimos en Europa desde antiguo;
y á mediados del siglo xni (1254) ya celebraban contratos
aduaneros Flandes y Alemania acerca de los artículos
traídos de España.
Por el S., una vez conquistada Sevilla, no se hizo menos activo
comercio. Fernando III otorgó á los moradores del barrio
de Francos (comerciantes) libertad de comprar y vender sus
mercaderías, y favoreció la institución de lonjas de comercio,
con corredores de nombramiento real. Unido esto á la importancia
comercial que ya tenía Sevilla con los moros, hizo de
ella «ciudad—como dice la Crónica antigua de San Fernando
—á quien le entraban cada día por el río hasta los adarves naos
con mercaderías de todas las partes del mundo, de Tánger, de
' 33
5i8 HISTORIA DE ESPAÑA
Ceuta, de Túnez, de Bujía, de Alejandría, de Genova, de Pisa,
de Portugal, de Burdeos, de Bayona, de Sicilia, de Gascuña...
y de otras muchas partes de allende el mar de moros y cristianos
». La creación de una marina militar por Fernando III
(S 300) y e ' establecimiento de astilleros en Sevilla y otros
puntos contribuyó no poco á aumentar la marina mercante,
base de nuestro comercio exterior.
En punto al interior, todavía tropezaban los comerciantes
con la falta de seguridad personal en los caminos, los tributos
de pasaje, portazgo, barcaje, etc., que imponían el rey y los señores,
y los privilegios y monopolios de nobles y monasterios
(el de Sahagún, v. gr.: § 277). Los reyes se esforzaron por su
parte en corregir estos males, ora aboliendo algunos pechos,
ora procurando afirmar la seguridad de los caminos ayudados
por alguna Orden militar y por las hermandades de concejos, ó
abriendo mercados ó ferias en ciudades importantes. Consistían
las ferias y macados en señalar uno ó varios días al año ó al mes
para reunirse en determinadas poblaciones los comerciantes y
compradores de todos sitios, con objeto de facilitar las compras
y ventas: medida necesaria en aquellos tiempos en que las comunicaciones
eran difíciles y por tanto no había ocasión diaria
de proveerse de muchos productos, sobre todo de los extraños
á la localidad, y en que, además, era conveniente viajar en
grandes grupos para la defensa mutua, lo cual se conseguía
habiendo de ir muchos á un mismo sitio en época determinada.
Generalmente, se concedían privilegios y garantías extraordinarios
á los concurrentes á las ferias, otorgándolos, no sólo á
los cristianos, sino á los moros y judíos, según hemos visto.
Los alcaldes tenían encargo de velar muy especialmente por el
erden en estas ocasiones, que solían coincidir con la fiesta del
santo-patrono de la población, y constituían con esto un motivo
especial de animación y regocijo.
Un nuevo elemento vino á facilitar en este período las transacciones
mercantiles: la moneda. Sabemos ya que en los primeros
siglos no abundó él numerario en los reinos cristianos,
antes bien escaseaba, haciéndose muchas ventas por permuta
de especies. Con la extensión de las relaciones internacionales
y la venida de extranjeros, comenzó á correr la moneda en las
CULTURA 519
ferias y mercados y en los grandes centros de producción,
siendo en su mayoría extranjera: doblas moriscas, metcales,
florines, moneda merguliense, andegabiense y turonense, procedente
en gran parte de los tributos que pagaban los moros y
de los mercaderes francos, alemanes, etc. Moneda propia délos
reyes de León consta que la había en 1020; pero su desarrollo
corresponde al reinado de Alfonso VI, después de la toma de
Toledo: lleva una cruz equilátera y el monograma de Cristo y
estaba imitada de la de los almorávides, cuyo nombre llevan
las de oro Çmorabiti: moneda almorávid). En tiempo de Fernando
II de León y de Alfonso IX se acuñaron monedas de oro
(maravedises). Alfonso VIII, no sólo imitó el sistema de los
dinares almorávides,sino que los acuñó con leyenda ¿rabe,como
Fig. 96.—Dmar aifonsí fde Alfonso VIH, acuñado en Toledo.
Según Codera.
se ve en el dinar aifonsí de la era 1219 que reproducimos. Usábase
también el nombre de mizcales para la moneda de oro. Algún
tiempo después aparece el castillo en el reverso; y luego,
unidos Castilla y León, el castillo en un lado y el león en otro.
La acuñación era facultad especial del rey, que tenía su casa de
moneda; pero sabido es que se concedió por extraordinario á la
catedral de Compostela y á varios monasterios.
347. Cultura.—Hasta el siglo xi, la cultura de los pueblos
leonés y castellano debió ser muy escasa, no trascendiendo al
común de las gentes la influencia de los contados y pobres
centros que constituían las bibliotecas y escuelas de algunos
monasterios é iglesias. Desde el siglo xi, el crecimiento de !a
importancia política de los reinos cristianos, el desarrollo de las
relaciones con países extranjeros (Francia, Inglaterra, Italia) y
520 HISTORIA DE ESPAÑA
el mismo contacto, más íntimo que antes, con la civilización
árabe y mozárabe de los territorios del S., produjeron un
despertar vigoroso de la cultura, que se extendió á todos los
órdenes. Concurrieron á formarlo dos elementos principales: el
clasico, tradicional en España, mantenido entre los mozárabes
y en el clero, y el oriental, que en parte también era como una
restauración de la ciencia clásica, puesto que los árabes tan
sólo reflejaron, en la mayoría de sus obras, las ideas de los
griegos y de los neogriegos de Asia y Egipto. Solo lo que ya
existiera en España como reliquia de tiempos anteriores (§ 205),
el elemento latino se vio reforzado en gran manera por los
europeos que desde el siglo xi penetraron en gran número en
España asistieron al sitio de Toledo y habitaron en ésta y otras
poblaciones (§ 278) y en los monasterios cluniacenses. El elemento
oriental procedía de los mudejares, de los mismos mozárabes,
y en parte también de los italianos, franceses etc., que,
influidos por las ideas de la civilización musulmana en los
diversos contactos que ésta tuvo con Europa fuera de España,
traían á la Península, incorporadas á su cultura, muchas de estas
influencias, no sin haberles hecho sufrir alguna modificación. De
la fusión de ambos elementos nace la civilización española de los
siglos χι y xii, base del gran desarrollo alcanzado en el xiu,
sobre todo al final de este siglo. El afán de saber y de enseñar
nótase muy claramente en este período por todas partes y trasciende
al arte mismo, dando, v. gr., á la imaginería (figuras de
los códices, de los vidrios de las ventanas, de las puertas, frisos,
capiteles, etc.) un sentido simbólico y pedagógico, ó tendencioso,
como hoy se dice. Se concede gran valor á los libros,
como se desprende del hecho de dar por uno varias casas y
viñas (1044), de exponerlos al público en las iglesias, atados
con cadenas para que no los robasen, y de resguardarlos con
costosas encuademaciones de oro y plata: todo lo cual demuestra
también que eran escasas y caras las copias manuscritas,
únicas posibles entonces. En las catedrales y monasterios había,
no obstante, muchos ejemplares de obras latinas: de Salustio,
Horacio y Terencio, en la de León (siglo xu); de Ovidio, Virgilio
y otros varios, en Santa María de Nájera (siglo xm); de
Lucano, en Albelda (siglo xm); así como otras de San Isidoro
LAS UNIVERSIDADES 521
(Etimologías), de Alvaro (el Liber scinúllarum) y ejemplares del
Fuero Juzgo (el de León de 1058). El influjo de los extranjeros
de Francia é Italia nótase con gran fuerza desde la conquista
de Toledo. Alfonso VIH hizo venir á Palència profesores de
aquellos dos países, y muchos españoles iban á estudiar á
París, como el arzobispo Don Rodrigo (1170-1247), uno de
los más ilustres eruditos de la época (§ 352), notándose especial
predilección por las enseñanzas europeas contra el influjo
musulmán, no obstante la preponderancia de éste en otros
órdenes. Nace de aquí un gran movimiento de autores en los
siglos xi, xii y primera parte del xiu, pero con la particularidad
de que, no obstante venir en mucho el impulso de fuera,
España presenta en la producción literaria (sobre todo en historia)
una notable superioridad sobre Francia é Italia. Ya estudiaremos
este punto especial al tratar de los autores.
Los reyes y personajes importantes de este período contribuyeron
de un modo positivo al desarrollo de la cultura,
fundando bibliotecas en abadías, como Santa María la Real de
Nájera (1052); donando libros, como Gelmírez á la catedral
de Compostela, "y el arzobispo Jiménez de Rada (que los
poseía muy abundantes) á Nuestra Señora de Huerta; y creando,
en fin, las primeras Universidades, nuevo órgano de enseñanza
que vino á sustituir á las antiguas escuelas catedrales y
monacales del triviuin y quadriviutn. Como bibliotecas importantes,
ricas en códices, pueden mencionarse, entre otras, la de
San Isidoro, de León, y la de Uclés.
348. Las Universidades.—A mediados del siglo xi¡, sea
por influencia directa y única de los Colegios ó Universidades
árabes de Oriente, imitados en Sicilia, sea por satisfacción
espontánea de las necesidades de la época, que aprovechó
también el ejemplo de los musulmanes, aparecen en Italia y
Francia nuevos organismos de enseñanza llamados Universidades,
es decir, comunidades de profesores y discípulos, reunidos
en una población para dar y recibir respectivamente instrucción
en las diferentes ciencias que entonces se cultivaban, y de las
cuales eran preferentes el derecho romano, el canónico, la
teología y la fisolofía. Las gentes ávidas de saber acudían en
un principio, dada la carencia de centros de enseñanza y de
522 HISTORIA DE ESPAÑA
hombres que en todas partes proveyesen á ella, allí donde descollaba
alguno por su gran ciencia ó donde se reunían varios con
propósito de establecer cátedra; y seguían sin dificultad y con
entusiasmo á los maestros en los cambios de residencia que verificaban.
Así, los primeros núcleos de estudios se forman alrededor
de dos sabios medioevales, Irnerio (siglo xi-xu) en Italia,
y Abelardo (siglo xii) en París. Cuando los maestros fijaron la
residencia, ó se impuso ésta de por sí, merced á la mucha aglomeración
de alumnos, á la importancia de la ciudad, á la costumbre
de ir á ella ó facilidad de hacerlo y á otras causas
análogas, los estudios se fueron organizando, favorecidos por
los reyes y los Papas y adoptaron reglamentos y constituciones
para su regimen interior, formulados por los mismos maestros
y discípulos que crean el Estudio ó Universidad. Así nacieron
las de Bolonia y París, confirmada esta última y reconocida por
privilegio del rey francés Felipe Augusto en 1200.
Castilla no ofrecía por entonces el atractivo de un nombre
ilustre y de fama universal como Abelardo, y no pudo nacer
aquí, por este camino, ningún Estudio ó Uiversidad; antes
bien, como hemos visto, los castellanos acudían al extranjero.
Pero el ejemplo de París y Bolonia estimuló á los reyes y
personas notables; y Alfonso VIH, en 1212 ó 14, fundó en
Palència unos Estudios generales, trayendo para ello profesores
de Italia y Francia. Con esto, diferenciábase la institución de
Palència de las antes citadas, en ser de pura creación real
(primer establecimiento del Estado en la Península), no hija de
la voluntad de los discípulos y de la fama de los maestros;
pero tuvo vida efímera, pues duró sólo 31 años. Diferenciábase
también en no contener en su programa la enseñanza teológica
(que no figuró en nuestras Universidades hasta el siglo xv), tan
en boga en Francia. Poco después creó otra Universidad en
Salamanca Alfonso IX de León, con el mismo carácter civil y
público, es decir, de patronato real y sostenida con fondos del
Erario, sin intervención del Papa ni de ninguna entidad ó corporación:
motivo que produjo el resistirse durante mucho tiempo
nuestros reyes á la admisión de representantes del Papa en
las Universidades (Conservadores y Maestreescuelas), aunque
aceptaban y aun buscaban su apoyo para el fin de dar validez,
EL IDIOMA 525
á los estudios en todos los países de Europa (cosa que sólo por
bula del Papa se lograba), ó por obtener rentas del clero. Así
la Universidad de Salamanca fundada como hemos visto por
Alfonso IX hacia 1215, favorecida con privilegio de 1243
por Fernando III, obtuvo bula en 1255. El mismo rey estableció
en Valladolid unos estudios generales sobre la base de los
eclesiásticos que existían desde 1095 por creación de un noble,
el conde de Ansúrez, fundador de la Iglesia abacial. El rey
concedió 10,000 maravedises, y nombró profesores de Derecho
y otras materias.
Desde esta fecha, queda establecida la instrucción pública
superior en Castilla; pero como su gran desarrollo corresponde
á la segunda mitad del siglo xin y tiempos posteriores, en
la época siguiente estudiaremos su organización é influencia.
349. El idioma.—En el párrafo correspondiente del período
anterior indicamos ya cómo, no obstante seguir siendo idioma
oficial el latín, no sólo el pueblo, sino también las clases cultas
(según se ve por los documentos escritos), hablaban una lengua
en que las palabras latinas iban mezcladas con otras muchas de
nueva forma, base de los romances. Siguiéndose este cambio ó
evolución, á funes del siglo xi ya puede decirse que está constituido
el castellano ó romance de Castilla, lo mismo que el
gallego y demás variantes de las regiones occidentales y centrales
de la Península. Este hecho se produjo á la vez en todos
los territorios cristianos de esta parte, y principalmente, según
parece, en los sitios donde se conservaban menos los antiguos
idiomas indígenas. No fué, pues, el castellano una importación
de los guerreros gallegos y asturianos, que iban imponiéndola
á medida que avanzaban en su conquista, máxime cuando es
sabido que la producción del romance empezó ya en época visigoda
y en regiones del S. Algo influyeron en la constitución
del romance los mozárabes, comunicándole elementos del árabe,
no sólo en palabras, sino en giros y fórmulas enteras—que aparecen
en los documentos cristianos copiadas de aquel idioma—
introduciendo voces mixtas, alterando la escritura de nombres
y contribuyendo, por las modalidades de su propio dialecto es·
pecial, muy parecido ai castellano, á la determinación de los
dialectos regionales romances.
524 HISTORIA DE ESPANA
Los primeros documentos completamente romanceados proceden
de mediados del siglo xii, aunque ya a fines del xi (1088)
la escritura toledana era una mezcla de palabras latinas y vulgares.
El desarrollo de los romances era tan grande en el siglo xn,
que permitió la producción de obras literarias de importancia,
como veremos; y el progreso fué tan rápido, que ya á mediados
del xiii hicieron traducir al romance, Alfonso IX y Fernando III,
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Fig. 97,—Ejemplo de escritura toledana. (Según Muñoz y Rivero.;
el Forum Judiaun, que como sabemos regía en León y Castilla.
Según se dirá también en el párrafo siguiente, los dialectos romances
que se desarrollaron con preferencia en esta parte de
España fueron el castellano, el gallego y el leonés, estos dos
últimos sobre todo, hasta fin del siglo xm; pues no pocas copias
del Fuero Juzgo y algunos poemas de la época (el de Alexandre,
v. gr.) están escritos en leonés, al paso que gran parte de
la poesía lírica lo estaba en gallego. El castellano puro se impuso
más tarde. Los mozárabes siguieron empleando con gran
LA LITERATURA 525
persistencia el idioma árabe, en el cual redactan ios documentos
jurídicos privados, aunque mezclando con las palabras arábigas
muchos romances de forma definitiva.
Al mismo tiempo, la influencia francesa hizo cambiar el tipo
de letra toledana ó visigoda, que se usó hasta entonces (principalmente
en la sociedad mozárabe, aunque algo modificada) por
«1 de letra francesa, en que desde Alfonso VI se empieza á escribir,
aunque su difusión fué lenta, no llegando á dominar enteramente
hasta fines del siglo xu; á la vez que la introducción
del papel, comunicado por los árabes, daba á la copia de manuscritos
mayor facilidad y mayor baratura, coadyuvando á difundir
los libros. En éstos se extremaron el lujo y las bellezas caligráficas
y pictóricas, de que son ejemplo el Fuero Juzgo de San
Salvador de Chantada (1063), el Cronicón que regaló á San Martín
de Santiago Fernando I (¡135), y otros.
350. La literatura.—No cabría explicarse la literatura de
las regiones occidentales y centrales de España en este período,
sin tener en cuenta las influencias que la determinan y que son
tres principalmente: la de los mudejares, que recayó en especial
sobre la lírica y el baile populares; la de los provenzales, más
notable que la anterior, sobre la lengua y la poesía, y la francesa
propiamente dicha. La primera nótase, sobre todo, á partir
del siglo xm; la segunda tiene su núcleo en el reinado de Alfonso
VIII y se perpetúa durante mucho tiempo, y la tercera
déjase notar desde Alfonso VI. La literatura judía empieza á
influir más tarde. El cultivo de la poesía latina continuó, al comienzo
de esta época, principalmente en lo religioso, con los
himnos de la Iglesia, como los famosos de Grimaldo de Silos
(final del siglo xi), los de San Millán y de Ph. Oséense, el Gramático
(107Ó); y en lo heroico, como en el poema de \a toma
de Almería, el cantar latino del Cid, etc. Mas, por bajo de esta
literatura erudita, que también se manifestaba en prosa—en
Crónicas como la latina de Alfonso VII, —comenzó muy temprano
en León y Castilla (sobre todo en esta última) una poesía popular
de carácter épico, consistente en canciones (llamadas de
gesta, cantares de los juglares, ó simplemente cantares) dedicadas
á narrar y enaltecer las glorias y proezas de los guerreros cristianos.
El núcleo de estos cantares parece haber sido (en los si526
HISTORIA DE ESPAÑA
glos xii y xiii) Burgos, la antigua capital de Castilla, creyéndose
que algunos de los poemas de la época (el del Cid, v. gr.) son
refundición de cantares populares anteriores. No se han conservado
más que algunos de éstos embebidos en la prosa de obras
posteriores, como la Crónica general (§ 532). Es dato curioso el
de que, probablemente, muchos de estos cantares expresan la
oposición, tantas veces revelada en la historia política, entre
Castilla (cuna de ellos) y León, reveladora á su vez de la rivalidad
étnica entre el elemento gallego y el castellano. El origen,
no obstante, de esta literatura es francés. Trajéronla consigo los
caballeros y cluniacenses venidos en gran número en el siglo xi
con sus cantores (trovadores y juglares) y cuentistas. El primer
trovador, Marcabrú, es del tiempo de Alfonso VII (1126-57), y
uno de los más célebres, Vidal de Besalú, figura en la corte de
Alfonso VIII. A menudo estos cantores (en que había, como es
natural, sus clases y grados más ó menos humildes) iban de
pueblo en pueblo y de castillo en castilo, recitando versos al
compás de intsrumentos de cuerda. Ellos fueron los propagadores
y los autores, en muchos casos, de este género de poesía,
en la cual influyó desde muy temprano, como es natural, la
francesa de igual carácter, cuyas obras principales estaban divulgadas
desde el siglo xi en España, y eran muy gustadas de
los caballeros y monjes franceses ó afrancesados de las cortes
de Alfonso VI, Dofla Urraca y Alfonso VII; mas parece que
esta influencia se ejerció únicamente sobre la forma y no sobre
el espíritu y cualidades esenciales de la poesía castellana, pues
los asuntos de ésta, aunque son con frecuencia imitación de los
franceses, muestran en su mayoría un profundo sentido nacional,
incluso de protesta contra el elemento extranjero; y los metros,
aunque revelan en algunas de sus formas la influencia de
los franceses (más perfectos entonces), se separan bastante
de ellos y concluyen por adoptar el tipo octosílabo (en versos
partidos, de diez y seis sílabas) que es el genuinamente nacional,
dejando el francés alejandrino (de catorce) á la poesía erudita.
A la vez, parece que hubo cierta influencia española en la literatura
francesa, desde el siglo xi.
De la poesía heroica castellana no han llegado á nosotros los
cantares populares primitivos, pero sí poemas de mayor artificio
LA LITCRATURA 527
y extensión, de asunto caballeresco, á los que se llamaba entonces
romances, y así llama al suyo el autor del Poema del Cid. La
aplicación de este nombre á las composiciones cortas (cantares)
no consta hasta el siglo xv. Conocemos hoy dos obras principales
conservadas, pero no completas, en su forma primitiva ó
en una muy aproximada á ella: tales son el Poema del Cid
ó Gesta del mío Cid y la Crónica de sus mocedades, ó cantar de
gesta de Rodrigo. Ambos, como indica su título, relatan hechos
de la vida del Cid, mezclando la leyenda con la historia (§ 229),
pero reflejando intenciones políticas seguramente poco conformes
á la realidad de la época en que vivió el Cid y al carácter
de los actos de su vida. El Poema parece ser de mediados del
siglo xii, y es menos legendario y falso que el Cantar de Rodrigo,
de fecha posterior probablemente, y refundido en el siglo
xiv. De otros cantares de gesta sólo conocemos resúmenes
en prosa asonantada, conservados en la Crónica general de
tiempo de Alfonso X. La influencia francesa revélase con gran
fuerza en varios otros poemas del siglo xm, de asunto religioso
ó moral, Vida de Santa María Egipciaca, El Libro de los tres Reis
d'Orient, la Disputación del alma y el cuerpo y el Debate entre el
agua y el vino, versiones de obras francesas hechas con gran
servilismo.
Corresponde también á este período la primera muestra castellana
de poesía dramática, el Misterio de los Reyes Magos (fines
del siglo xii ?)-, obra de poeta erudito, arreglo de otra latina
francesa y notable por la variedad de sus metros, que inicia la
tendencia polimétrica característica de nuestro teatro.
La forma de éste en la primera mitad de la Edad Media, perdida
la tradición clásica (en parte continuada en la época visigoda)
se amoldaba al carácter y 'tendencias de las corrientes literarias
y sociales, manifestándose en dos géneros: el religioso
y el popular. El primero estaba ligado á las grandes festividades
de la Iglesia, y en especial á la de Navidad, con cuyo motivo se
celebraban en los templos representaciones (misterios) de asuntos
de historia sagrada en que tomaban parte los canónigos, monaguillos
y el pueblo, con música y baile. A este género, que los
cluniacenceses desarrollaron mucho, pertenece el citado poema
de los Reyes Magos. El segundo género, consistente en represen528
HISTORIA DE ESPAÑA
taciones muy rudimentarias, que hacían los juglares en las calles
y en los castillos, tenía asunto profano y generalmente satírico y
de gran libertad de expresión, del cual no nos quedan muestras
correspondientes á este período. Ambos géneros no estaban radicalmente
separados, pues también en las iglesias se celebraban
á veces farsas burlescas, más profanas que religiosas, el día de
Inocentes, por ejemplo; y sin duda la libertad de lenguaje y maneras
debió contaminar al teatro litúrgico, puesto que á mediados
del siglo xiii (y comienzos del siguiente período) hubo que
dictar disposiciones legales para corregir las «muchas villanías
y desaposturas» indignas de la casa del Señor que se cometían.
El porvenir del teatro nacional estaba, sin embargo, en el género
juglaresco, y ya veremos cómo se desarrolla en los siglos
posteriores.
351. El mester de clerecía y la influencia provenzal.—
Con el siglo xni comienza en Castilla una nueva escuela poética,
muy diferente y aun contraria de la popular y heroica de
gesta, con la cual coexistió, pero sin confundirse: la escuela
llamada de mester de clerecía, erudita, pulcra, nacida en los monasterios
y en las Universidades ó Estudios generales, especial
de la clase que le dio origen y ligada á la influencia francesa.
Caracterízase por los asuntos, generalmente religiosos, la cultura
escolástica de que alardea, cierta madurez y corrección de
las formas exteriores, conseguidas á fuerza de artificio, y una
riqueza mayor de diccionario que la poesía juglaresca. El poeta
que la representa de modo más brillante en este período es
Gonzalo de Berceo, clérigo, nacido probablemente á fines del
siglo xii y que vivió hasta bien entrado el xin. Se conocen diez
obras suyas (entre ellas tres himnos), todas de carácter religioso,
en que expresa una dulzura grande de sentimiento. Sus
asuntos son más bien legendarios que místicos, y como inspiración
sus mejores versos hállanse en la Vida de Santo Domingo
de Silos, la de Santa Oria y el Duelo de la Virgen. El metro
usado por Berceo es el de catorce sílabas (auaderna vía), formando
cada copla de cuatro versos de rima igual, diferenciándose
en esto de los poemas anteriores cuyo metro es de nueve
sílabas, á partir de la Vida de Santa María Egipciaca. De
nueve sílabas es también un poema, Razón feita de amor, de
EL MESTER DE CLERECÍA 529
autor no seguro, notable por su delicadeza y sentimiento y
educado seguramente en modelos extranjeros.
Contemporáneos de Berceo fueron el autor desconocido del
Libro de Apolonio, que narra la leyenda bizantina del rey de
Tiro é introduce en España la novela griega de amor y aventuras,
tomándola de fuentes extrañas, latinas ó francesas; el del
Poema de Alexandre (Juan Lorenzo de Segura, clérigo, según
algunos autores; según otros, el mismo Berceo), voluminosa
obra de gran aliento, primera tentativa en nuestra lengua de
epopeya clásica y gran alarde de erudición enciclopédica. Su
asunto es la vida de Alejandro Magno, pero mezclada con leyendas
y cuadros de costumbres medioevales que hoy resultan
de gran interés. El autor se apoyó en fuentes latinas y francesas,
pero es original en los detalles. Un poco posterior á éste es
otro poema de clerecía, escrito probablemente por un monje de
Arlanza, con todos los caracteres de obra erudita en el género
del Libro de Apolonio, pero muy análogo, por el asunto y por
cierto tono épico que adopta, á los cantares de gesta juglarescos.
Refiérese este poema al conde Fernán González y es una narración
de los hechos legendarios del famoso conde castellano, narración
hecha indudablemente sobre tradiciones y documentos de
origen popular y notable por el ímpetu bélico, el ardiente amor
patrio á Castilla, no menos que por la erudición bíblica y los
propósitos moralistas que á cada paso revela. Es por todo esto el
Fernán González como punto de unión entre las dos escuelas, no
sin daño de la juglaresca, pues á él se debe en gran parte, sin
duda, la pérdida de las primitivas gestas del conde, obscurecidas
por esta refundición erudita. Manifestación más pura del
mester de clerecía es una relación en verso, de autor desconocido
y fecha incierta, conocida con los nombres de Poema ó Historia
de Júsuf ó de José. Tiene esta obra la particularidad de estar
escrita en idioma castellano, pero con caracteres árabes, forma
literaria propia de los mudejares, que se llama aljamia y que,
como veremos, tuvo otras manifestaciones importantes. El
asunto de este Poema es la conocida historia bíblica de José y
Putifar.
Al propio tiempo que se desarrollaba el mester de clerecía, empezaba
á influir en España otra escuela poética extranjera:
53° HISTORIA DE ESPAÑA
la de los trovadores provenzales, ó sea de las regiones del
Mediodía de Francia, Aquitania y Tolosa. Distingüese esta escuela
por ser esencialmente lírica y erótica, cantora del amor,
de la mujer, de la cortesía y caballerosidad, bastante fría y
desprsocupada en materia de fe, puramente erudita, ingeniosa
y correcta. Por la relación estrecha que había entre Aragón,
Cataluña y aquellas regiones (§ 247), influyó la poesía provenzal
primeramente en estos países, siendo el primer trovador español
Alfonso II de Aragón. De aquí pasó su influencia á Castilla,
donde se hubo de señalar mucho en la lengua y en la
literatura lírica en los siglos xn y xin; á la vez que por Galicia
se introducía también directamente, dando origen á una escuela
especial (galaicoportuguesa) de poetas líricos, que florece en los
siglos xiii y xiv y empezó á formarse á fines del χι, en aquel período
en que Galicia desempeñó importante papel político en la
historia de España, llevando la supremacía en los reinos unidos
de León y Castilla (§ 231-33) y procurando—por la gran fama
del santuario de Compostela, que atraía innumerables peregrinos—
la comunicación con el resto del mundo europeo y la difusión
en la Península de la ciencia escolástica y romanista y de
las formas nuevas de poesía. La escuela gallega tuvo de original
el unir á la corriente genuinamente erudita de la forma proven/.
al, otra popular, imitada por los trovadores (á ejemplo de
lo que hacían los juglares) de los propios cantares populares de la
región, cuyo origen se desconoce hoy, pero se sospecha sea
céltico. Esta poesía lírica, «de rara ingenuidad y belleza»,
como dice un crítico, llenó los siglos xm y xiv siguiendo la
preponderancia de la total escuela galaica que se impone en
Castilla, haciendo que los más de los poetas escriban en gallego
y llegando á una perfección que la propia poesía castellana
no alcanzó hasta el siglo xv. Expresa esta poesía principalmente
conceptos de amor y escenas de vida rural y marítima.
Abundan también en ella las composiciones satíricas
y licenciosas.
La influencia de los provenzales se acentuó más aún cuando,
triunfante la cruzada de Simón de Montfort contra los albigenses
y perseguida la nobleza provenzal, los trovadores se
desparramaron por la Península, acudiendo á las cortes de los
1.» UTKRATURA HISTÓRICA Y CIENTÍFICA 53 I
reyes y promoviendo el desarrollo literario de que nos ocuparemos
en el período siguiente.
353. La literatura histórica y científica.—Ya hemos hecho
antes alguna indicación acerca de la gran importancia que adquirió
en este período la literatura histórica, sobrepujando á
la de otros países europeos, no obstante las influencias extranjeras
de que en parte deriva. Las crónicas del siglo xn, de
Pelayo de Oviedo, el Silense, la.de Alfonso VII, la Historia
compostelana y otras, escritas en latín ó en romance, expresan
un adelanto literario notable en el modo de componer la historia,
reflejando alguna de ellas, como la Compostelana, la influencia
francesa de los cluniacenses. Los dos principales cultivadores
del género son el arzobispo de Toledo Don Rodrigo Jiménez
de Rada y el obispo de Tuy Don Lucas. Don Rodrigo era natural
de Puente la Reina (Navarra), donde nació en 1170. Estudió,
como ya sabemos, en París, y de vuelta en España fué elegido
obispo de Osuna primero, y arzobispo de Toledo después
(1208). La obra de Don Rodrigo consistió en ordenar y concertar
la antigua literatura histórica (de los cronicones), sometiendo
á sistema la narración y adornándola de aquellas excelencias
eruditas y literarias que su cultura clásica le permitía ampliamente.
Es, con esto, el fundador de la historia patria, sin que
deba entenderse que sus libros encierran todas las cualidades
exigidas á los de su género, ni aun que se hallan exentos de leyendas,
errores y faltas de crítica. Escribió Don Rodrigo en
latín un Breviario de la Historia Católica, la Historia de los Ostrogodos,
Hunos, Vándalos y Suevos, otra de los árabes y la Historia
Gothica, su libro más importante, que comprende hasta la
muerte de Alfonso VIII y que el propio autor tradujo al romance.
Don Lucas de Tuy le es inferior en sus escritos, no obstante
que, como Don Rodrigo, estudió en el extanjero, viajando
por Italia, Palestina y otros lugares orientales. Sus libros,
el de las Crónicas (Ckronicon mundi, terminado en 12 56) y la
Vida de San Isidoro adolecen de graves defectos de método y
critica, siendo el primero pura compilación poco escrupulosa
de crónicas antiguas. Fueron, no obstante, muy populares, y
á fines del siglo xiu se habían traducido ya al romance. Tanto
552 HISTORIA DE ESPAÑA
uno como otro, pero especialmente Don Rodrigo, ejercieron
notable influjo sobre la literatura castellana
En otros órdenes más científicos, no ofrece grandes nombres
Castilla de los siglos xi al xm. Los estudiosos, ó dependían de
la ciencia árabe ó de la europea, que brillaba en París y Bolonia.
Así, los dos escritores más conocidos del siglo xii, Gundisalvo
y Juan Hispalense, son principalmente traductores, «intérpretes
de todo el saber filosófico de los orientales», y pertenecen
á una escuela ó núcleo de traductores de libros árabes que
empieza en el reinado de Alfonso VI y llega á su apogeo en el
de Alfonso Vil (i 150 á 1150), el cual acogió en su corte á los
rabinos expulsados por los almohades (§ 270), que trajeron consigo
no pocas influencias árabes y jugaron gran papel en las
traducciones. No quiere esto decir que no se hicieran antes
versiones de la literatura arábiga; pero eran pocas y reducidas
á libros de matemáticas, medicina y otras ciencias concretas.
La escuela de Toledo, por el contrario, traduce principalmente
libros de filosofía, y hace de esto un empeño especial; y tales
traducciones, que se esparcieron bien pronto por Europa, atrajeron
en primer término á muchos sabios, admirados de aquellas
doctrinas en que se reflejaban (aunque imperfectamente)
ideas de autores griegos no conocidos aún directamente en
Europa; sabios que hicieron por cuenta propia ó mandaron
traducir (á judíos y mudejares) nuevos libros. De estos extranjeros
fueron los ingleses Roberto de Retines, arcediano, y Daniel
de Morlay; Hermán el Dàlmata; Hermán el Alemán; Gerardo
de Cremona, célebre erudito italiano, y el famoso filósofo
Miguel Scoto (principios del xm. Así se tradujeron las
obras de Avicena, Algazalí, Avicebrón, Tolomeo, Abubeker,
Abul Cásim, Averroes, Alpetrochi y otros. De los dos principales
traductores españoles ya nombrados (protegidos por el
arzobispo Don Rodrigo, que debió ser entusiasta de este movimiento
científico, y á quien dedican ellos las traducciones),
Gundisalvo, educado en la escuela de Ben Gabirol, era arcediano
de Segovia y vertió al latín las obras de aquél, ayudado
por Juan Hispalense ó de Sevilla, judío converso conocedor del
árabe, que le iba dictando en romance la versión. Gundisalvo fué
autor también de un tratado original De processione mundi, que
LA AFQÜlTcCTURA ROMÁNICA 533
reproduce las ideas de la Fuente de la vida. Juan Hispalense,
contemporáneo de Alfonso VII, se distinguió como matemático,
siendo el primer escritor de álgebra en latín, y traduciendo libros
de física, astronomía, astrologia, etc. Al cabo, estas traducciones,
y los viajes de sabios extranjeros, hubieron de producir
una influencia grave, en sentido panteísta, de la filosofía oriental
sobre la europea de Amalarico y otros autores.
Al final de este período, en el reinado de Fernando III, se
inicia un movimiento de literatura política moral en romance,
reflejo también (y aun muchas veces traducción) de fuentes
musulmanas y orientales, al cual pertenecen obras como el
Libro de los doce sabios, las-Flores de Philosophia, el Libro de los
buenos proverbios, Poridat de Paridades y los de cuentos ó apólogos
titulados Kalila y Dina y Sendebar.
353. La arquitectura románica.—Hemos visto ya (§ 207)
el camino decadente que la arquitectura clásica, modificada por
los visigodos, tomó en los reinos cristianos durante los primeros
siglos. Desde el xi, esta evolución adquiere caracteres especiales
que la determinan en un género propio (llamado por los
autores románico, y también, con error, bizantino), sin dejar de
ser en el fondo una transformación de la arquitectura clásica,
que ocupa, respecto de ésta—como dice un autor,—el mismo
lugar que las lenguas romances respecto del latín. La misma
heterogeneidad de elementos que se notan en el romance, nótase
en la arquitectura cristiana de los siglos χι y xn. Se conservan
unas veces las proporciones clásicas, la planta rectangular
latina y otros recuerdos de lo romano; pero, á menudo, se
les sustituye con plantas de diversa forma, ábsides redondeados
por fuera, arcos de varios tipos (medio punto, lobulados,
peraltados, siguiendo en esto la variedadad que ya usaban los
árabes), cúpulas sobre pechinas ó sobre trompas, diversidad de
capiteles acusando influencias bizantinas, germanas, italianas,
árabes y francesas, ya locales, ya generales, sobre un elemento
ó varios de la construcción ó decoración. Créese que la invasión
y establecimiento de los normandos en Europa, fué una
de las principales causas de las novedades que presenta la arquitectura
de estos tiempos, debiéndose á ellos la introducción,
no sólo de motivos, sino de maneras de tratar la ornamentación
1 34
5 34 HISTORIA DE LSPANA
derivadas del arte, escandinavo y muy diferentes de las que
usaban los pueblos del S.
i I . . | • :;.0
Fig. 98.—Plano antiguo de la catedral de Santiago. (Según Villaarail.)
La zona principal del románico español estuvo al N. del
Tajo, señalándose el castellano-leonés, es decir, el de las regiones
del C. y O. (á diferencia del aragonés catalán), por un
predominio de formas robustas, proporciones pesadas y ornaLA
ARQUITECTURA ROMÁNICA 55 J
mentación muy tosca y profusa. Dentro de estas condiciones
generales se observa gran variedad. Tomando por tipo las iglesias,
que son el edificio principal en aquellos siglos, las hay de
una nave y un solo ábside, como muchas de Asturias y la de la
Fig- 99. —Un ángulo del claustro románico de Santillana del Mar
Magdalena, de Zamora; de tres naves, siendo la central doble
ancha que las laterales y varios ábsides, como Santiago de Galicia
(el más hermoso monumento de España); de cúpulas sobre
pechinas, al modo bizantino, pero por influencia directa
del románico francés del Perigord, traído por los cluniacenses,
como la Catedral Vieja de Salamanca, la de Zamora y la Cole536
HISTORIA DE tSPAÑA
giata de Toro; de plantas octogonales y circulares (llamadas éstas
de Templarios), como la Vera-Cruz, de Segovia, y San
Marcos, de Salamanca, etc. Es frecuente que las iglesias de estos
tiempos tengan atrios adheridos, como los de Segovia;
claustros, como el
famoso de Santillana
del Mar y el de
las Huelgas de Burgos;
torres prismáticas
y sin composición
con el resto del
edificio, como en
Valladolid, Segovia,
Oviedo y León, ó
de ladrillo y forma
piramidal, como en
Sahagún; y triforios,
ó sea galerías en lo
alto de las naves
laterales, como en
Santiago y Lugo.
La manera de cubrir
las iglesias tiene
una importancia
grande, porque de
ella derivan muchas
de las modificaciones
que caracterizan
el nuevo tipo arquitectónico.
En los
primeros siglos se
habían conservado los techos de madera, como en las basílicas;
pero, según ya dijimos, las invasiones de los normandos
y las guerras continuas demostraron con evidencia el peligro
que en esto había, dado que era muy fácil incendiar las
iglesias. Entonces se pensó en cubrir de otro modo: con bóvedas,
como los romanos y los árabes las habían usado, adelantándose
en esto algunas localidades españolas (§ 207). Genera-
(ñ(r!\
F¡g. 100·—Torre de San Lorenzo, en Sahagún.
LA AR"yJlTECTURA ROMÁNICA 537
lizada la novedad, se originó en seguida la necesidad de modificar
los muros, que si antes, para sostener techos de madera, no
era preciso que tuviesen mucha fortaleza, ahora que sufrían
grave peso con la bóveda debían aumentar en espesor y disminuir
los huecos en ellos (ventanas). Se usaron varias formas de
bóveda: la de cañón seguido ó semicircular, más fácil de construir,
pero muy pesada; la bóveda por arista, que resulta de la intersección
de dos semicilindros, más difícil, pero más ligera, y la
Fig. 101.—Capiteles románicos de la portada de San Pedro de Villanueva.
cupular. Par sostener las bóvedas agrandaron los pilares ó columnas,
que afectan dos formas: cruciforme y cilindrica, ó una
y otra, alternadas, con arcos de varios tipos; y todavía, para
mayor fuerza, se aplicaron por el exterior los contrafuertes ó
pilares adosados al muro. Los capiteles de las columnas son
variadisimos en un mismo templo, y aun en una misma parte
de éste (el claustro, v. gr.), ya imitando los clásicos, ya adornándose
con el lazo rúnico ó con motivos de flora (hoja de cardo,
etc.) tratada con carácter oriental, en planos, á bisel, y con figuras
humanas ó de animales extrañamente desfiguradas ó fantaseadas,
elemento quizá septentrional ó escandinavo. Al exterior,
538 HISTORIA DE ESPAÑA
presentan las iglesias lujo de decoración en las portaaas, multiplicando
las archivoltas (es decir, la curva ó parte interna de la
bóveda en que se abre la puerta y que contiene varios arcos)
sobre columnitas delgadas, y ornamentándolas, ya con figuras
de hombres y animales,
ya con motivos
de follaje. En
el tímpano de las
puertas, y sobre el
capitel de las columnitas,
se ponen
estatuas de piedra,
que á veces forman
composiciones historie
o-religiosas.
Lo mismo hacen
en las ventanas. El
tipo más hermoso
de portada es el
llamado Pórtico de
la Gloria, de Santiago,
si bien se
muestra ya influido
por las formas góticas
que florecen
en el xm (§ 361).
Ejemplos de románico
más puro son
las portadas del
brazo S. de la misma
catedral de Santiago
y la de San
Isidoro, de León. Las ventanas adornábanse con vidrios que
llevaban figuras de colores. Por bajo de los aleros salen las
piedras (canes) que sustituyen á los modillones clásicos de las
cubiertas y que se decoran también con figuras.
Aparte de la influencia francesa que ya hemos detallado, y de
la bizantina, también indicada, la árabe se nota especialmente
Fig. 102.—Un trozo del pórtico de la Gloria en la iglesia
de Santiago de Compostela.
LA ARQUITECTURA GÓTICA 539
en la construcción de cúpulas, como la de la Sala capitular
de la catedral vieja de Salamanca, la de San Millán, de Córdoba,
y otras muchas; y en los arcos lobulados, como en San
Isidoro, de León.
La arquitectura románica militar y civil, menos importante
que la religiosa, ha dejado no obstante en Castilla algunos mo-
Fig. 103.1—Galería del palacio de Carracedo, de fotografía. (Estado actual.)
numentos de interés, como el Palacio de Carracedo (provincia
de León) y las murallas de Avila. En Carracedo son de notar
la bóveda cupular de tipo lombardo; las pinturas sobre madera
de la cámara llamada de Doña Sancha (probablemente mudejares)
y las losas perforadas de las ventanas, que recuerdan
las de algunas iglesias más antiguas: v. gr. San Miguel de
Lino (§ 207).
354. La arquitectura gótica.— El gran impulso que representa
la arquitectura románica no se inmovilizó en las formas
fundamentales de ésta, sino que siguió el proceso de su
540 HISTORIA DE ESPAÑA
desarrollo, determinando especialmente^ de entre los muchos y
heterogéneos elementos que la componen, algunos que habían
de traer consigo un nuevo tipo arquitectural, característico de
una época entera. Así, en monumentos originariamente románicos
como la catedral de Santiago y otros (citados antes), se
advierten ya formas que difieren de las propiamente románicas,
sin dejar de ser una excepción dentro del género: como en las
cubiertas; en las pilas (v. gr. las de ladrillo de Sahagún, las de
Sandoval, Gradefes y otras), que modificando su planta cruciforme
inician nuevos arcos transversales que se traducen en
cambios de la bóveda; en los arcos (apuntados en vez de lobulados,
de medio punto, etc.); en la escultura de las portadas y
otros particulares; á tal punto, que los autores señalan todos
estos edificios, en que hay signos desarrollados de un arte
nuevo, con el apelativo «de transición», como si en el continuo
mudar de las formas del arte no fuera todo pura y constante
transición. Poco á poco estos elementos heterogéneos del
puro estilo románico van adquiriendo más importancia, sobreponiéndose
á los que antes eran principales, ó extremando la
evolución de éstos, y al fin crean un nuevo tipo arquitectónico:
el llamado gótico, que comienza á florecer en el siglo
xin. Caracterizan este tipo: el arco apuntado ú ojival, á
diferencia del de medio punto que es esencial en la construcción
románica como elemento constructivo, si bien el ojival no
lo es, propiamente, en el gótico; la bóveda por arista empleada
con nueva significación relativamente á la bóveda, y á la cual se
subordina toda la construcción, elevando los arcos, acentuando
el uso de transversales y modificando para esto la pila de que
arrancan, en el sentido ya iniciado en Sahagún (§ 553); el contrafuerte,
desarrollado de una manera grandiosa, menos grueso
que antes, pero no adosado á los muros, sino independiente y
unido á ellos por arcos que transmiten todo el empuje de la bóveda
(originando lo que se llama arbotante ó botarel), y rematado
por torrecillas muy adornadas (pináculos). Por consecuencia de
todo esto, se produce la mayor elevación de las naves; el desarrollo
de la ventanería en mayor grado que en la iglesia románica,
puesto que, no siendo ya los muros quienes reciben el peso
de la bóveda, se les puede alargar y perforar impunemente; el
LA ARQUITECTURA GÓTICA 541
cambio de cubiertas (agudas) cuya tapa exterior afecta en los
muros formas angulares (gabletes), origen de los hastiales que
luego coronan las portadas, y la transformación del ábside,
que de circular se convierte en poligonal. Al mismo tiempo, se
aumenta la decoración, tanto de los pórticos como de las ventanas,
de las canales de agua, de los capiteles, etc., dando por
Fig. 104.—Sección transversal de la catedral de Toledo para que se vea la armazón
de contrafuertes y arbotantes en una iglesia gótica.
resultado edificios de gran elevación, ligereza y profusión ornamental.
Las torres adquieren gran desarrollo y van unidas al
edificio. La ornamentación es naturalista, de flora local fina
(hojas de hiedra, de encina, etc.) que más tarde se cambia por
otra de hojas carnosas y de malla (crochets), con gran desarrollo
de la imaginería en pórticos y ventanales. La planta es de una
ó varias naves, con crucero que corta la nave principal y que
va tendiendo á bajar hacia el centro de la iglesia (buscando la
cruz griega), para dejar sitio al coro, que se coloca ante el ábside
central, en cuyos muros, y los de los demás ábsides (cuando
542 HISTORIA DE ESPANA
hay varios, tres ó cinco), se abren capillas aprovechando el
hueco entre los contrafuertes.
Como se ha visto, los elementos de la arquitectura gótica
existían ya iniciados en la románica. Muchos de ellos también,
como la ojiva, la bóveda por arista y la de crucería (que señala
sus nervios ó arcos al exterior: braguetones ó baquetones),
usábanse con anterioridad en otros pueblos, como el persa
y árabe, de los que, tal vez, hubieron de ser tomados en
parte. Pero en la producción del arte gótico, que desarrolla
todos esos elementos y les da una importancia de que carecían
antes, influyeron causas sociales, sin las que no cabe explicárselo.
Fueron estas causas el aumento de la población
en las ciudades, el crecimiento de la importancia de éstas, de la
clase media y del clero secular, en oposición al regular; la necesidad,
por tanto, de agrandar las iglesias, cubriendo grandes
espacios, junto con la vanidad, natural en las nuevas fuerzas
sociales, de construir grandes monumentos. Las iglesias góticas
son, conforme á estas causas, obra completamente social,
colectiva, debida al concurso espontáneo de todas las fuerzas
sociales y en especial la burguesa; en lo que estriba su poesía
y alta representación histórica. En las catedrales trabaja todo
el pueblo, en medio de cantos y alegría; y en ellas se reúnen
los burgueses, no sólo para las ceremonias del culto, sino para
tratar de los intereses mundanos, y en ellos tienen asiento los
cabildos, cuya importancia en todos órdenes es manifiesta.
A fines del siglo xu empieza también la costumbre de enterrar
los muertos en las iglesias, generalmente en los claustros.
Antes, los cementerios estaban situados alrededor ó á la cabeza
de la iglesia, y así continuaron por mucho tiempo en las aldeas y
pueblos escasos. La construcción de cementerios aislados, cerca
de las grandes poblaciones, se inicia también en este tiempo.
355. Edificios góticos en España.—Señálanse tres períodos
en la arquitectura gótica. El primero, que ocupa el siglo xui
(único que ahora nos interesa), se caracteriza por su sobriedad
y robustez, sobre todo en las regiones del C. y O. Los monumentos
principales son: la catedral de Toledo, la más genuinamente
española; la de León, muy influida por el gótico
francés, construida por un maestro educado en la escuela del
EDIFICIOS GÓT.COS 54?
Fig. ίο;. — Plano de la catedral de Toledo·.
544 HISTORIA DE ESPAÑA
EDIFICIOS GÓTICOS 545
ducado de Francia y superior á muchos de sus modelos en ligereza,
esbeltez y armonía de proporciones en el interior, y más
sencilla y elegante de ornatos, debido á falta de recursos; la de
Cuenca, con espléndido triforio, y otras varias.
La arquitectura gótica no es sólo notable en monumentos
religiosos: lo es también en los militares y civiles. En los primeros,
el tipo fundamental es el castillo, que antes del siglo xi1
era de pobre construcción, de madera por lo general. A la ma"
dera sustituye por completo la piedra (á fines del siglo χ los hay
ya en Francia), y á la vez se amplía su área y se desarrollan los
elementos defensivos. Al terminar el siglo xn, el castillo—feudal,
real ó municipal—adquiere todo su esplendor. Lo rodea a'
exterior un foso, con empalizada, detrás del cual se eleva un
espeso muro flanqueado de trecho en trecho por torreones
redondos ó cuadrados y con la cima coronada de almenas, desde
donde disparan los arqueros. Completan !a defensa: construcciones
salientes, primero de madera (siglo xm), más tarde de
piedra, cuyo piso está lleno de hendiduras (matacanes) desde las
cuales los soldados pueden arrojar grandes proyectiles sobre los
que intenten escalar el muro ó atacar su base; las puertas, protegidas
por torres, por defensas exteriores (barbacanas) y por
puentes que se pueden ir levantando pieza á pieza. Se construyen
también desde el xn, para evitar lo débil de un recinto
extenso, fortificaciones avanzadas y sueltas que completan la
defensa.
En el interior hay dos cuerpos de edificios: el de los artesanos,
con los almacenes, etc., y el de los señores y sus soldados,
separados por un muro; y en uno de los lados, aislada por
un foso, una torre alta, que se llama del Homenaje y que puede
servir de último refugio en el asalto.. En las ciudades señoriales,
el castillo ó habitación del señor, que domina todas las
demás fortificaciones, está defendido y aislado también por la
parte interior ó que da á la ciudad, en previsión de sublevaciones
de los vasallos. Los conventos y palacios episcopales copian
el mismo sistema de defensas, con torres, murallas, etc. Estas
últimas (que ya vimos cómo se construían en el período visigodo),
lo mismo en las ciudades señoriales que en las libres
rodean el casco de la población, á veces en doble línea separada
546 HISTORIA DE ESPAÑA
por un foso. Son de piedra al exterior, rellenas de tierra ó
piedra machacada, y guarnecidas de trecho en trecho (como las
murallas exteriores de los castillos ó residencias señoriales) de
torres, cilindricas ó cuadradas, con puertas defendidas, etc. Los
puentes, cuando los hay, están también defendidos á su entrada
por torres y puertas.
Juntamente con la militar se desarrolla la arquitectura civil,
en mucho mayor grado que en el período anterior. Las poblaciones
siguen siendo de calles estrechas y tortuosas, pero el
caserío comienza á ser importante. Las corporaciones y muchos
particulares construyen edificios cómodos y de elegante aspecto.
Los concejos crean la Casa de la villa, con grandes salones
para las juntas, y, desde fines del xn, la atalaya ó torre
donde se cuelgan las campanas (que antes se colgaron en las
puertas de la ciudad), á cuyo son se reúnen los ciudananos y
las milicias.
En España queda muy poco del gótico del siglo que nos
ocupa: el lienzo del E. ó parte antigua del Alcázar de Toledo;
la Torre de Don Fadrique, en Sevilla, y portadas de casas en
Segovia. Las grandes construcciones civiles y militares son- de
los siglos xiv y xv.
356. La arquitectura mudejar.—Juntamente con el románico
y gótico, empieza á señalarse en España un nuevo
género de arte, especial de nuestra patria, debido á los mudejares.
En el fondo, es una combinación de elementos árabes
con los cristianos, de estructuras en general góticas, pero
simplificadas; los ábsides semicirculares; la ojiva túmida ó sea
compuesta de un arco de herradura que termina apuntado
(árabe, dicen otros). La cubierta vuelve á ser de madera, aunque
empleando en ella los grandes progresos de riqueza y ornamentación
de la época.
Al exterior, se caracteriza por dejar al descubierto el ladrillo,
base de la construcción, que le da un aspecto especial y un
tono rojo uniforme; por las arquerías ciegas, es decir, arcos
rellenos ó tapiados y el uso de parteluces, á veces, de barro
esmaltado. Centros de este arte fueron Sevilla, Córdoba, León,
Burgos, Guadalajara, Toledo y otras poblaciones, en cada una
de las cuales el mudejarismo toma modalidades diferentes que
LAS DEMÁS ARTES 547
Constituyen tipos locales distintos. A este arte, y como monumento
del siglo xiii ó del xn, pertenece la hermosa sinagoga
de Santa María la Blanca, en Toledo; aunque sin atreverse
los arqueólogos á dar sentencia definitiva en punto á la fijación
cronológica del edificio. La Puerta del Sol, de Toledo, edificio
también mudejar, es del xm ó xiv. Veremos el desarrollo de lo
mudejar en los siglos posteriores.
Fig. 107. — Santa María la Blanca (Toledo).
357. Las demás artes.—Tres son las que principalmente
descuellan en el período románico y en el comienzo del gótico:
la escultura, la pintura sobre vidrio ó pergamino (de libros)
y la orfebrería. La escultura renace juntamente con la arquitectura,
uniendo su desarrollo al de ésta. Empléase para decorar
los tímpanos, archivoltas y capiteles de los edificios románicos,
y los artistas imitan, ora las formas de las miniaturas, marfiles
y orfebrería bizantinas, ora las de los sarcófagos cristianos de
los primeros siglos. En los primeros tiempos, las figuras son
groseras, mal proporcionadas, torpes ó rígidas; pero poco á
548 HISTORIA DE ESPANA
poco, aplicándose á la imitación del natural, va perfeccionándose
y comunicando vida á sus creaciones. Francia, donde más pron-
Fig, 108.—Puerta del Sol en Toledo.
to adquiere propio valor este arte, influye notablemente en
España. En el gótico alcanza mayor importancia todavía la
escultura, pero siempre como elemento secundario de la arquiLAS
DEMÁS ARTES 549
tectura. Las portadas, los capiteles, los pináculos, se llenan de
figuras y composiciones de historia sagrada ó alegóricas, ora en
bajo relieves, ora en verdaderas
estatuas exentas en que se nota
ya un adelanto enorme. Acentúase
la verdad de los tipos y de
los movimientos, la expresión
de las figuras adecuada al personaje
ó á la situación, y hasta en
el desnudo se llega á grandes
aciertos, revelando el estudio del
natural y quizá influencias clásicas.
Hay sobre todo en ellos
gran vida y una riqueza de formas
que se nota especialmente
en las figuras extravagantes de
las canales de agua (gárgolas),
tan espléndidas á veces. Los dos
tímpanos de Santiago y Toledo,
un relieve en mármol de Saha
gún y las estatuas del xm de la
catedral de León bastarán para
dar idea de este arte en su primer
periodo en Castilla y Galicia.
Los sepulcros no se decoran
en esta época con bustos yacentes,
como más tarde ocurrió-
Llevan, á lo sumo, relieves de
figuras (v. gr., el de Alfonso VIH
y el de Doña Berenguela, madre
de Fernando III, ambos en el
Monasterio de las Huelgas). Algunos
sepulcros (Huelgas, Zamora,
Avila) tienen baldaquino,
aunque en esta época no son abundantes los de este tipo.
Forma especial é importante de la escultura, desligada de la
construcción, son las imágenes de los altares (de la Virgen
especialmente), labradas, por lo general, en madera y cubier-
1 35
IO9.
del
—Estatua del siglo xm,
catedral de León.
Í50 HISTORIA DE ESPAÑA
tas de hojas de plata. Tiénense por importación francesa las más
de ellas, y el recubrimiento créese que es de época posterior.
Como ejemplos, véanse la Virgen de Santa María la Blanca,
la de San Fernando, que es de marfil, y Nuestra Señora de la
Majestad, de Astorga. En los caminos (encrucijadas) y á la entrada
de las poblaciones, solían colocarse cruces sobre columnas,
que se adornan con toda la profusión
del decorado gótico y
constituyen á veces preciosas
obras de escultura.
La pintura tiene escaso desarrolle
en estos siglos, en los
tipos que más se prestan á la
composición: la pintura sobre
muro (al fresco) y la de tabla ó
lienzo, aunque no dejaba de haber
algunas iglesias románicas
cuyos muros ostentaban pinturas
(v. gr., como ejemplar notable,
San Isidoro de León: bóveda
del Panteón de los Reyes), y
en las góticas no es raro ver también
composiciones policromas,
que se extienden á las molduras
y capiteles. En cambio, alcanza
gran importancia la pintura ornamental
de los manuscritos (letras
ornadas, orlas, miniaturas)
y la de los vidrios, en que se representan figuras aisladas ó
composiciones policromas, cuyo progreso va creciendo desde el
siglo x, hasta producir las espléndidas vidrieras de catedrales
de los siglos xui y xiv. Las primitivas son de vidrios pequeños
que recuerdan el mosaico, con figuras también pequeñas, de
ángeles y santos, encerradas en marcos geométricos y que no
ocupan más de dos paneles. Luego aumenta el tamaño del vidrio
y de las figuras. También los esmaltes de barro son importantes,
no sólo e,n la forma de los azulejos, sino en la de composiciones
de figuras humanas, usadas en objetos de lujo y de uso ordina-
Fig. 110.—Virgen de marfil,
San Fernando.
LAS DEMÁS ARTES 55 1
rio. Todas estas pinturas tienen (como ya advertimos) marcado
carácter simbólico. Su gran desarrollo en España es de la
Fig. 111.—Página de un antifonario leonés del siglo X!.
segunda mitad del siglo xin, en que estudiaremos estos puntos.
Sirvan de ejemplo, en cuanto á miniaturas y pinturas de libros:
Fig. 112.—Letra pintada del códice leonés de San Martino (siglo xiu)
los varios códices llamados Beatos (Exposición del Apocalipsis)
de los siglos χ, xi y xn; el Libro de los Testamentos de Oviedo
(§ 270), según algunos autores; los antifonarios (siglo χι),
552 HISTORIA DE ESPANA
la Biblia y el Libro de los Testamentos (siglo xn) de León; ¡a
Biblia de Avila (xn); las obras de San Martino, también de
León (XIII); el Psalterio de la biblioteca de Medinaceli (xn),
el Tumbo de Celanova, y otros. En todos ellos se advierte influjo
francés, y la ejecución es cada vez más perfecta.
La orfebrería es notable, aunque debe notarse que se conservan
pocas piezas de los siglos xi á xm. Reviste el mismo
Fig. i! 5.—Pinturas y escritura de una Biblia leonesa del siglo xn.
carácter simbólico que la pintura, y reproduce formas bizantinas,
árabes y románicas ó góticas en la ornamentación (lazos,
animales fantásticos, figuras humanas, etc.). Entre las obras de
este arte que se conservan en España, figuran algunos cálices
de oro y piedras preciosas (como uno de Santiago, que se dice
del xm), la corona de Fernando III el Santo, una cruz procesional
con las figuras de Adán, Cristo, la Virgen, San Juan y
los Evangelistas, románica; la urna de Santa Eulalia (siglo χι),
que se conserva en Oviedo, y la mesa del altar (llamada vulgarmente
arca de las reliquias) de la Cámara Santa de Oviedo, proLAS
DEMAS ARTES 55 5
Fig. 114.—Cruz románica de Fernando I.
554 HISTORIA DE fcSPANA
bablemente también del χι, etc. De tipo gótico, las obras prin
cipales pertenecen al siglo xiv.
De otras artes (talla en marfil, objetos de vidrio) queda apenas
nada que pueda servir para formar idea suficiente de su
desarrollo y caracteres. Mencionaremos algunos de los objetos
que pertenecieron á San Fernando: una taza, una Virgen de
marfil (ya citada) y la espada. En el museo arqueológico existe
hoy una hermosa cruz de marfil del siglo xi, llamada de Don
Fernando, que antes perteneció á San Isidoro de León, de
Fig. ι15—Relieves del Arca de las Reliquias, de Oviedo.
donde también es una arqueta con placas de marfil. Penalmente,
en Oviedo se conserva un díptico de esta misma materia, atribuïble
al siglo xii ó comienzos del xin. Los tipos predominantes
en los objetos de esta clase son: el oriental (como en la
época anterior) y el italiano (veneciano) en punto á los vasos
especialmente.
358. El mobiliario.—Los muebles son fuertes, pesados,
macizos, muy sobrios de decoración, y sin tallas en el período
románico. Los adornos, cuando los hay, son de asunto religioso,
guerrero ó cinegético, muy convencional en la composición y
naturalista en los pormenores, ó de tipo vegetal y geométrico
(hojas, lazos, ajedrezados). Las camas eran objeto de puro lujo.
Generalmente se dormía sobre arcones ó bancos, con ó sin
jergón, y en el suelo. Los señores y gentes ricas solían tener
camas de madera ó bronce, con respaldo en un lado y un cabeEL
MOBILIARIO 555
cero muy alto, sobre el que se apoyaba gran cantidad de
almohadones, de modo que las personas venían á quedar más
bien sentadas que acostadas.
Para asiento usábanse taburetes, sillas de tijera sin respaldo,
y otras con él ó con brazos (sillones) que se reservaban para el
señor de la casa, cubriéndolas de tapices. Los tronos de los reyes
y obispos eran sillones de esta clase, colocados sobre un
estrado y con dosel ó cortinaje, costumbre bizantina.
Siguen estas formas en lo esencial durante el siglo xii y comienzos
del xni, aunque mejoradas, con mayor lujo y en mayor
número, porque la mayor estabilidad y seguridad de la vida y
el crecimiento del bienestar económico aumentan y enriquecen
el mobiliario de las casas. Los artesanos y obreros suelen tener
ya una cama, una mesa, dos sillas y un cofre ó arca. En la construcción
de los muebles se emplea el torno y se les decora con
pinturas, molduras, taraceas é incrustaciones, y con clavos y herrajes,
necesarios, además, por no estar generalmente ensambladas
las maderas. Las camas, estrechas, aunque hubiesen de
servir para dos personas, son ricas y llevan colchones de telas
de lujo bordadas y galoneadas, sábanas, cobertores y pieles.
Los asientos siguen siendo, en su mayor número, bajos y sin
respaldo (taburetes, escaños, escabeles), quedando las sillas y
sillones para las gentes de distinción. El dosel de los tronos
toma casi la forma actual, y delante de las sillas y sillones se
colocan taburetes para apoyar los pies, con objeto de resguardarlos
del frío del pavimento, desnudo casi siempre y embaldosado
con losas ó ladrillos. Al lado de estas formas antiguas se
desarrolla el banco ó asiento para varias personas, de varios
tipos: con y sin pies, con y sin respaldo, etc., y con los asientos
señalados (si eran para personas de distinción) por brazos ó tabiques.
De aquí se derivaron las sillerías de coro, de que se
conserva un ejemplar leonés (coro de Gradefes). Las mesas para
comer eran de varias formas y pies de tijera, sin que se usasen
IOS platos individuales ni los tenedores. Para escribir había una
especie de pupitres colocados sobre pies, y, para guardar las
ropas, arcas, cofres y más raramente armarios, ya en forma de
alacenas abiertas en la pared, ya sueltos, de madera con herrajes,
cerrojos, etc., y pies. Para guardar los cuerpos de los santos
556 HISTORIA DE ESPAÑA
empleábanse en las iglesias arcas, al principio de madera, grandes,
y desde el siglo xii de metal macizo, más pequeñas. Las
reliquias (trozos del cuerpo, vestidos, etc.) de los santos seguían
guardándose en relicarios ó cajitas de marfil, metal ó maderas
preciosas, esculpidas, incrustadas, esmaltadas, pintadas, etc.,
é influidas ya por el arte árabe, de las que son ejemplos la
arquilla de San Millán de la Cogolla, de madera con chapas
de plata, piedras y cristal y 22 placas de marfil, y la esmaltada,
con cabezas en relieve, de San Isidoro de León. Ya
en el siglo xi, los relicarios empiezan á adoptar otras formas,
como la de torre (p. ej., el de Conques), la de linterna y también
las de los objetos que contenían (v. gr. cabezas, si habían
de encerrar cráneos: catedrales de Avila y Toledo; brazos,
manos, etc.)
Los tabernáculos para guardar la Eucaristía tenían forma de
torres ó tiendas de telas preciosas y eran portátiles. Finalmente,
empieza á desarrollarse el uso de los retablos (que hasta el
siglo χ no se conocían), aunque portátiles, consistentes en grandes
planchas de metal (de oro muchas veces, como los frontales)
con figuras, y combinados á veces con relicarios; ó de madera
pintada, en las iglesias pobres.
359. Costumbres.—La casa y la mujer.—Desde el siglo χι,
el tipo de vida—merced al mayor bienestar económico, á la tranquilidad
de que se goza en las cada vez más extensas regiones
no fronterizas, á cubierto de la guerra exterior, y al influjo de
las ciudades que se desarrollan mucho,—cambia rápidamente.
Mejoradas las condiciones de las casas, provistas todas, por lo
común, de hogar (aunque no siempre de chimenea, por lo cual
el humo, cuya única salida eran la puerta y ventanas, aun sin
vidrios en el siglo xn, llenaba las habitaciones), se hizo vida
más constante en ellas, aumentando la intimidad doméstica y
dando paso á la influencia de los sentimientos y costumbres de
la mujer, que forzosamente habían de dulcificar las del hombre
y reflejarse en el adorno y cuidado de la casa. Siendo éstas de
madera en su mayor parte, según hemos visto, ocurrían frecuentes
incendios, especialmente por la noche; para evitar los cuales
se fué introduciendo en el siglo xu, como regla de policía urbana,
la disposición de mandar apagar el fuego en todas las
COSTUMBRES 557
casas á una hora dada (toque de oraciones ό el de ánimas, que
se llamó, por esto, cubre fuego en algunas partes).
No iba, sin embargo, paralela con el lujo y confort que empezó
á desarrollarse en las habitaciones y mobiliario, la pulcritud
de las costumbres relacionadas con las personas. Los vestidos
solían llevarse puestos, sin mudarlos ni lavarlos, hasta que
quedaban inútiles. Desconocíase el uso del tenedor, y no era
frecuente el de los platos individuales, ni el de los manteles;
los huesos y restos de la comida quedaban sobre la mesa ó tirados
en el suelo, y las abluciones caseras de toda especie eran
cosa rara. Por fortuna, á esto remediaba en parte la costumbre
de los baños públicos, que se fué extendiendo en las ciudades
y reglamentándose en los Fueros, que establecían días y horas
para las mujeres con separación de las de los hombres, y reglas
para tomar el baño. Los establecimientos de este género
solían ser de propiedad del concejo.
La principal ocupación del hombre era la guerra, ó bien la
industria (casera) y el comercio; todo lo cual, unido á las juntas
ó asambleas para el régimen de la ciudad, daba á su vida cierto
carácter público, aunque menor que en la época romana (§ 86).
La mujer, por el contrario, vivía retirada, mucho más siendo
soltera. Llevaban éstas el cabello tendido (por lo cual se llamaban
comúnmente mancebas en cabellos), para distinguirse de las
casadas, que lo recogían bajo de una toca que cubría la cabeza
y cuello, cuidando también, unas y otras, de no llevar vestidos
escotados ni que mostrasen los brazos. La conquista de Toledo
y las relaciones con príncipes extranjeros del rey Don Alfonso
VI introdujeron en Castilla no pocas modas extranjeras,
á más de las árabes, como la cota atrevida ó túnica talar, cerrada
al cuello y á la muñeca, con ceñidor, la gansapa ó abrigo encapillado,
la escarcela ó bolsita de cuero que se llevaba colgando
de un lado (propia de labradores y peregrinos y traída á Europa
por los cruzados). Predominaron en Castilla las sayas, las
túnicas con pieles (pellotes) y largas mangas, los briales y los
corpinos de pieles (pellizas), durante el siglo xi. En el xu siguen
los briales bordados, mostrando la túnica con mangas, ora estrechas,
ora anchas y colgantes; túnicas de lienzo fino, rizadas
sobre todo en la pechera, y otras ropas y adornos de lujo. En
558 HISTORIA DE ESPANA
el siglo xiii aparecen nuevos tipos más sencillos y de mejor
gusto y armonía; pero en la segunda mitad de él se desarrolla
gran lujo. Las viudas, por obligación que consignan algunos
Fueros, llevaban manto ó velo negros, y debían acudir en determinados
días á la iglesia para «hacer duelo» sobre la sepultura
del difunto marido; estándoles prohibido presentarse con
frecuencia en público, ni aun en los tribunales de justicia. No
se les impedía por esto volver á casarse, con tal que fuera después
de un año.
De las mujeres mozárabes de Toledo (siglo xn) se sabe que
usaban enaguas, chinelas, mitras pequeñas ó rodetes en la cabeza,
mantos de colores que les llegaban á los pies, jubones de
seda y el pelo rizado.
El recato femenino se sancionaba con castigos que protegían
alas mujeres contra los insultos ó agravios; Considerábase grave
delito forzar á una mujer y aun cogerle con violencia el cabello;
á las viudas se les otorgan exenciones de pechos (fonsado, pesada...)
y los mismos honores y privilegios de que gozaron sus
maridos, y en el gobierno de la familia ya hemos visto que tenía
la madre gran participación (§ 307 y 308).
No ha de creerse por esto que en el trato diario gozase la
mujer, de parte del hombre, una consideración elevada, ni aun
igual á la de los mismos hombres, siendo absolutamente falso
el espíritu de galantería, que se ha supuesto característico de
estas épocas. La literatura castellana refleja tan sólo, de una
manera sobria, la ternura doméstica, común á todos los tiempos
y compatible con un concepto de inferioridad respecto de la mujer;
pues si ésta logra en Castilla ser reina ó representar un
señorío, y aun, mezclándose á los azares de la guerra, realiza
heroicidades como las de Doña Μ encía López de Haro, que
con sus doncellas defendió contra los moros la fortaleza ó castillo
de Martos, en ausencia de su marido Don Alvaro Pérez
de Castro, no solía la opinión pública considerar de propio
valor la acción de las mujeres sin auxilio de varón; como ocurrió
en el caso de Doña Urraca (§ 231). Es de notar, sin embargo,
que en la reunión de concilios y en el otorgamiento de
fueros y privilegios por los reyes y nobles, siempre figuran,
con los presidentes ú otorgantes, sus mujeres respectivas. Varios
COSTUMBRES DE LOS HuMBR S 559
documentos medioevales muestran también la intervención de
éstas en asuntos diferentes de gobernación y mando, como es
el caso, v. gr., de Doña Milia, madre de Don Andrés de Castro,
conde de Lemos (1242), la cual en ausencia de su hijo
medió en las contiendas existentes entre monasterios de la
localidad, y á la que el rey Don Fernando III no le quitó
el condado cuando quedó viuda y en menor edad su hijo, como
era usual hacerlo, para que lo rigiese varón apto y de condiciones
guerreras.
360. Costumbres de los hombres.—Continúa la costumbre
visigoda de llevar los hombres largo el cabello y la barba, á diferencia
de los clérigos, que usaban corona abierta y barba raída,
como ya el Concilio de Coyanza (siglo xi) se lo había prescrito.
La barba larga considerábase de tal modo signo de dignidad,
que uno de los mayores insultos era tirar de ella (mesar la
barba), ó cortarla, castigándose esto en los Fueros. Concedíase
gran fuerza á ¡a promesa jurada, cuya expresión simbólica era
el apretón de manos con que se cerraban los tratos generalmente:
costumbre ya antigua y que ha subsistido durante mucho
tiempo.
Los trajes de los seglares eran de formas que en parte imitaban
las de los árabes, usándose los colores vivos, las túnicas
largas (cota ó manto), las capillas, bonetes, etc., siguiendo la
misma evolución que en el traje mujeril. Las capas con pieles,
los ropones orientales (para la gente rica), las camisas y túnicas
finas (alcandora), las calzas y medias calzas, la aljaba morisca,
reducida á media túnica, siempre policromas, se usaron mucho
en el siglo xn. En la primera mitad del xm se simplifican los
trajes. Los soldados, como ya dijimos (§ 299), llevaban casco
ó yelmo y cota de malla (tejido de alambre ó de escamas de
acero, que cubría el cuerpo) y sobre ella una vesta ó toga.
Desde el siglo xm se hizo general la costumbre de llevar espada
los vecinos de las villa i, como consecuencia, en parte, de la
especie de hidalguía que en general les reconocían los fueros,
sobre todo á los que pudieran mantener caballo (§ 273), y, en
parte, del mismo orgullo de los florecientes municipios, cuya
tendencia era hombrearse con los nobles.
Los clérigos llevaban todavía vestidos iguales á los de los
560 HISTORIA DE ESPANA
hombres civiles, pero de un solo color. Para los oficios usábanse
ropas como las de hoy día. Los canónigos de Compostela
vestían traje talar y birrretes negros para Cuaresma, y los
abades un birrete cónico.
361. Fiestas y costumbres militares.—Seguía el uso del
duelo para dirimir los pleitos y ofensas, no obstante los esfuerzos
de los reyes para suprimirlo, sustituyéndolo por la función
de los tribunales de justicia.
Fig. 116.—Guerreros españoles de los siglos xi y x'u, según miniaturas de un códice
y un sello de la época.
Las diversiones principales eran las que procuraban los juglares,
titiriteros, etc., y los bailes y músicas populares con ocasión
de las ferias, mercados, peregrinaciones ó romerías, y los
ejercicios de armas y caballos, no conociéndose el teatro (si no
es en la forma ya explicada en el párrafo de la literatura) ni
el circo. Las bodas celebrábanse grandemente. Con motivo de
ellas, los caballeros ejecutaban diferentes juegos peleando unos
contra otros ó disputándose en certamen de agilidad ó destreza
en el tiro de lanza, ballesta, etc., un premio. De aquí
nacieron los torneos, ó sea desafíos de fuerza á caballo ó á pie,
en que sin haber intención de hacerse daño, ocurrían can frecuencia
heridas graves y muertes. Para prevenir desgracias estaFIESTAS
Y COSTUMBRES MILITARES 56 1
blecían los fueros que estos ejercicios se ejecutasen fuera de la
población, en el coso ó sitio destinado á los espectáculos públicos,
ó en las calles y plazas, con ciertas limitaciones (Fuero de
Soria). Sujetándose á tales reglas, no se consideraban delito las
heridas ó muertes que sin malicia ocurrieran entre los combatientes.
Los mismos
juegos de armas ejecutábanse
con motivo de
fiestas concejiles, venida
del rey ó la reina,
matrimonio real y otros
hechos análogos. La influencia
francesa, traída
principalmente por los
caballeros de aquel país,
cuya concurrencia á las
conquistas del siglo xi
ya vimos, acrecentó
esta afición á los torneos,
implantando por
primera vez en España
las costumbres de la caballería
feudal cosmopolita,
cuya profesión
esencial es la de las armas,
y cuyo ideal estriba
en el valor indomable,
la lealtad en todas
las relaciones de la
vida, y la dignidad, por
la cual no puede el caballero
permitir que
nadie dude de su condición, de su palabra, de su valentía, etc.,
ni menos que se le infiera injuria ó golpe, sin vengar el honor
ofendido. Este sentimiento del honor, exagerado y en contradicción
muchas veces con la conducta real del caballero, constituye
durante siglos la característica de las personas de condición, reflejándose
en la literatura, como veremos. Es también propio
117.—Un rey, según miniatura del Libro de los
Testamentos de León (siglo xn).
5Ó2 HISTORIA DE ESPAÑA
de la caballería que no se obtenga por nacimiento, sino mediante
la ceremonia de «armarse caballero», después de haberse
ejercitado en las artes militares el
candidato. En el período de aprendizaje,
el noble se llama escudero
(S 273) y está al servicio de otro
noble ya armado. Para pasar á caballero
tiene que recibir solemnemente
las armas con ceremonias especiales.
Muchas veces el escudero vive apartado
de su familia, en casa de otro
noble ó del rey, criado y alimentado
(nutrido) por. éstos; se llaman entonces
escudero de criazón, ó simplemente
criado. Esta costumbre de criar en la
casa real y en las de los grandes hijos
de otras familias (no siempre nobles),
estuvo muy extendida en España, y
creó fuertes lazos de dependencia
y vasallaje. El rey tenía constantemente
en criazón muchos hijos é
hijas de los señores principales. También
los prelados solían criar á los
que se dedicaban á la Iglesia.
Volviendo á las fiestas, notaremos
que en algunas partes se formaban
también, con motivo de las bodas,
cabalgatas, montando á caballo en
dos grupos: uno de las mujeres y
otro de los hombres, que recorrían
la población después de haber ido á
la iglesia, y terminaban en el coso
para presenciar los juegos. Los excesos
y desórdenes que se-cometían con
ocasión de estas cabalgadas motivaron la adopción de restricciones,
mandando que sólo cabalgasen la novia y su madrina. Lo
mismo hubo que hacer respecto de las rondallas y serenatas que
daba la gente del pueblo, en coros de hombres y mujeres, con
Fig. 118. — Un obispo, según
miniatura de un códice leonés
del siglo xni. Códice de San
Martino. (San Isidoro.)
FUSTAS Y COSTUMBRES MILITARES 563
panderetas, sonajas é instrumentos músicos diferentes, mandando
que no se tuviesen estas diversiones sino en los barrios respectivos
de cada coro, ó en la casa de los novios. En ésta se daba un
gran banquete, con mesa abierta para todo el pueblo. Cruzábanse
regalos entre los padres y parientes de los novios y los vecinos
convidados, originándose de aquí escándalos que la ley tuvo
que reprimir estableciendo limitaciones á las liberalidades de
momento, de que luego se arrepentían muchos. A los juegos
de armas se unían los de pelota, tejuelo, dados, ajedrez y damas,
que es sabido se conocían ya en el siglo xm. La caza seguía
siendo ejercicio muy general, ya á caballo, ya a pie, con halcones
y otras aves de presa (cetrería) y en otras formas.
En punto á costumbres militares, además de lo dicho en
el § 299, es curioso advertir que á los ejércitos acompañaban
clérigos y religiosos que en el momento del combate excitaban
á los soldados levantando en alto crucifijos y presentándoles
Evangelios abiertos: cosa que ocurría de un modo análogo en
las huestes musulmanas, como se sabe con referencia á la batalla
de Azagala ó Zalaca. Los campamentos formaban verdaderos
pueblos, ordenadas las tiendas en calles y plazas y ocupando
sitios diferentes los traperos, cambiadores de moneda, especieros,
boticarios, carniceros, etc., lo cual da idea de la impedimenta
quellevaban consigo los ejércitos, necesaria, por otra parte,
para su manutención y arreglo. Téngase en cuenta, no obstante,
que la descripción mencionada se refiere al campamento formado
para el sitio de Sevilla y que no era lo mismo entonces
(ni aun ahora) sitiar una ciudad, que realizar una cabalgada ó
correría, cosa la más frecuente. Los sitios, por lo abundante y
sólido de las fortificaciones y la falta de instrumentos de guerra
que combatiesen á distancia (como los cañones que algún tiempo
después empezaron á usarse), duraban muchos años y exigían
una organización especial.
Habiendo mencionado los años, es ocasión de decir que en
España se contaba entonces por la Era española, usada por San
Isidoro y que comienza 38 años antes de la de Cristo, y no por
ésta; siendo necesario, pues, reducir los años de la primera á los
de la segunda, que hoy rige, pero que tardó en ser adoptada.
Los musulmanes contaban el tiempo (y siguen contándolo hoy)
564 HISTORIA DE ESPANA
á partir del día siguiente á la llamada Hègira ó huida de Maho.
ma de la Meca á Medina, el 15 de Julio del año 622 de J. C.
El año musulmán, que consta de 12 meses lunares, .no coincide
con el cristiano, el cual le excede en 11 días.
Conócense ya de este período establecimientos de beneficencia
pública ó caridad, con la fundación de hospitales y maleterías
en Burgos (Alfonso VI y Vil) y otros sitios. Sábese
de uno especial para peregrinos, con 112 camas, que creó
Fig. 119.—Campamento español P. Según miniatura de un manuscrito del siglo xm
existente en el Escorial. (Crónica troyana.)
Alfonso VIII (í 180). La gran extensión que las epidemias de
lepra tuvieron en España, como en toda Europa, hizo fundar
lazaretos y hospitales particulares para los atacados de esta
enfermedad terrible, que se prolongó durante siglos. También
fueron frecuentes las invasiones de la peste de Levante (¿peste
bubónica?), de la cual hablan los libros de medicina de entonces.
ARAGÓN Y CATALUÑA
362. Agricultura é industrias.—Igual impulso de progreso
que en León y Castilla, nótase en Aragón y Cataluña, á partir
AGRICULTURA É INDUSTRIAS 565
del siglo xi, en lo que atañe á la agricultura y á las industrias.
Los datos referentes al comercio que con países del N. de
Europa se hacía desde nuestros puertos cantábricos (§ 346)
acusan una producción notable de vinos y otras materias procedentes
de la agricultura de Aragón. Los fueros y las ordenanzas
demuestran el crecimiento del cultivo, la existencia de tierras
comunes en los pueblos, las garantías otorgadas á los labradores
y la existencia de aquel mismo núcleo de comunidades de familia
que representan el arraigo de la población en el terruño y
son base de la prosperidad agrícola. En Aragón empezó á cosecharse
aceite antes que en Castilla, á juzgar por un privilegio
de 1093 referente á la campiña de Huesca; y de la producción de
trigo se sabe también que era importante y servía para alimentar
á Cataluña, así como la de arroz y azafrán, que á mediados
del xiii se exportaban á Pfandes. Sin embargo, la tierra
aragonesa era en general pobre, y esta inferioridad económica
se perpetuó hasta siglos después, como veremos con testimonios
de las mismas Cortes.
También florecieron allí industrias, y en primer término la pecuaria,
con análogos privilegios que en Castilla é iguales luchas
con la agricultura. En Cataluña debió ser importante, á juzgar
por los legados que figuran en testamentos de diversos condes
del siglo xi. De la ganadería derivaban el arte de adobar pieles
y la fabricación de paños de lana. El primero debió llegar á
gran desarrollo ya en el siglo xii, pues consta, que en 1137
existía en Zaragoza una calle llamada de la Pellicería. El arte
de la lana tenía su centro en Albarracín, cuyos pelaires suenan
ya en 1200, con ordenanzas sobre fabricación de paños de
color. Había también fábricas, á mediados del xm (1249), en
Jaca, Huesca y otros puntos. De· esta época es igualmente la
explotación de las minas de plata de los montes de Benasque.
En Valencia, hijuela de Aragón, eran muy florecientes la agricultura
(merced, sobre todo, al sistema de riegos tan extendido
por la vega) y las industrias, especialmente las que traían procedencia
árabe, por la gran cantidad de mudejares que habían
quedado. Lo mismo pasaba en Mallorca. Así se cuentan ya en
el siglo xm gran número de fábricas de paños de lana y algodón
en Valencia, otras de papel, cordobanes, sedas, objetos de
1 36
566 HISTORIA DE ESPANA
latón y de cerámica, en especial la de reflejos dorados, que se
fabricaba también en Calatayud y Mallorca y alcanzó gran
celebridad. La influencia del elemento musulmán en las industrias
aragonesas es muy señalada en estos tiempos, no sólo en
las mencionadas, sino en otras muchas, como la misma del
adobo de pieles y la orfebrería, según se verá oportunamente.
En Cataluña, cuya situación marítima impulsaba más á la
navegación y al comercio, y cuyo suelo se presta poco para
algunos cultivos agrícolas, como el del trigo, la agricultura
fué menos importante que otras industrias. Se sabe, no obstante,
que el cultivo de la vid extendíase, á mediados del siglo
xii, por casi toda Cataluña. Generalmente hacían las plantaciones
labradores pobres, que recibían tierras en precario (ó sea
gratuitamente, pero con facultad en el dueño de revocar en
cualquier momento la donación), dividiendo luego.los frutos
por mitad ó recogiendo para sí el señor de la tierra la cuarta
parte. La costumbre solía canservar por siete años este contrato,
y, al final de ellos, las tierras cultivadas se dividían por
mitad, formándose así lentamente una clase de pequeños propietarios
rurales. Las demás tierras se daban en enfiteusis, con
pago de la curta parte de todos los frutos anualmente. Las
casas de labranza se llamaban mansos, de donde mas y masía.
En punto á industrias, el desarrollo fué rápido, movido por el
ejemplo de las repúblicas italianas vecinas. Según datos del
siglo xm, fabricaban los catalanes en Gerona, Lérida, Vich y
sobre todo en Barcelona, objetos de hierro labrado, madera
(incluso toneles para el vino), cueros, pieles, vidrios, jarcia y cordelería
de cáñamo y esparto, salazones, tejidos de lino, algodón,
lana y seda. En el siglo xi consta la existencia de muchos
obradores ó talleres organizados en Barcelona y sus arrabales.
En el xn había ya muchos batanes, fábricas de curtidos, forjas,
herrerías, etc. Y que estas industrias debían ser importantes
(amén de las artísticas como las de orfebreria, pintura y cerámica,
principalmente explotadas por judíos y mudejares) se deja
notar en lo extendido del comercio, según veremos en seguida.
A los artesanos llamábaseles ministerialis, de donde el nombre
de menestral, no exclusivo de Cataluña. Tanto aquí como
en Aragón, formaban ya en el siglo xm—y quizá antes—gremios
COMERCIO, MARINA, MONEDA 567
de igual carácter y organización que ¡os gallegos y castellanos.
El primer documento catalán que habla de oficios corporados
es del año !20o.
363. Comercio, marina, moneda.—En este punto, la región
catalana vencía á la aragonesa, como era natural que así fuese.
Los aragoneses, alejados de las costas, habían de acudir, bien á
los puertos del Cantábrico (como lo hacían desde el siglo xii, por
lo menos), bien á los de Cataluña. Aun así, era numerosa la
exportación para Flandes, Alemania é Inglaterra, por el Norte,
aparte de la que se hacía interiormente á Castilla, Navarra, etc.
Los fueros aragoneses reflejan esto, con disposiciones favorables,
estableciendo mercados, garantizando la seguridad de
los mercaderes, la legalidad de los pesos y medidas y demás
condiciones del tráfico. Claro es que éste no fué igual en todo
el período que ahora nos ocupa. Empezó á lograr prosperidad
después de la toma de Zaragoza, y fué extendiéndose á partir
de aquí, merced á las nuevas conquistas. El Ebro se utilizaba
para el transporte de mercancías; y no es dudoso que con
Francia también se hiciera gran comercio.
El de Cataluña, ya hemos visto que era importante en el siglo
ix. Forzosamente debió ir aumentando, pues en el xn se
tienen ya muchos testimonios de su gran extensión.
Los Usdticos contienen disposiciones encaminadas á proteger
á los mercaderes que iban y venían por mar y tierra. El puerto
de Barcelona, abierto á todas las naciones, era muy visitado por
mercaderes griegos, písanos, genoveses, sicilianos, sirios, francos
y de otros países que traían los objetos de la industria y de
la agricultura extranjera, influyendo noblemente en Cataluña.
El principal comercio se hacía con Italia, desde la época de
Ramón Berenguer III, que visitó, como sabemos, Pisa y Genova,
é impulsó mucho el crecimiento de la marina. Los tratados
comerciales con písanos y genoveses se repiten con frecuencia,
interviniendo mucho en Cataluña los elementos italianos, que
también en Castilla lograron ventajas, como el privilegio de comercio
en Sevilla que á los genoveses dio Fernando III (1254).
En 1265 obtienen la exclusiva en el territorio catalán. Las relaciones
del tráfico extendíanse hasta Berbería y Egipto, y
desde comienzos del xm á las llamadas escalas de Levante (Pa568
HISTORIA DE ESPANA
lestina, Siria, etc.), en competencia con los italianos para traer
á Europa los productos de Oriente (especiería, perfumes, telas...)
Bien se comprende que esto había de traer aparejado un
gran desarrollo de la marina mercante, al paso que la de guerra
(según hemos visto) se aumentaba precisamente para proteger
á aquélla contra los piratas y los enemigos. El movimiento comercial
fué aún más impulsado por Jaime 1, merced á sus conquistas,
por una parte, á las tarifas de aduanas y ordenanzas
de policía náutica y mercantil que publicó (1258) y al establecimiento
de representantes de comercio (cónsules) en diferentes
puntos del extranjero, para proteger é impulsar los intereses de
los comerciantes catalanes. Con el mismo objeto se establecieron
en los puertos principales de nuestra costa Consulados de
mar; como el de Valencia, que fundó poco después Pedro III.
Verosímilmente los catalanes regían también sus relaciones
marítimas por leyes consuetudinarias, bien de común observancia
en el Mediterráneo, bien nacidas de iniciativa regional. Con
estas costumbres se formó al cabo un Código ó compilación
llamado Libro del Consulado de mar, cuya fecha no se conoce de
fijo, poniéndola unos en mediados del siglo xm, otros más tarde
y algunos antes. Del propio siglo xm son de cierto las costumbres
de Tortosa, que también encierran una compilación de
derecho mercantil. Sea lo que fuere de la respectiva procedencia
de ambos Códigos .y de su antigüedad exacta, los dos son
prueba del gran desarrollo marítimo que en este tiempo había
alcanzado Cataluña, y sólo á este título importa aquí señalarlos;
así como es indudable, conocido el carácter consuetudinario
de sus disposiciones, que si no llegaron á escribirse hasta
mediados, ó fines del siglo xm, ó más tarde, muchas de ellas
se ejecutaban con anterioridad y pueden servir para formar
concepto de los usos marítimos de la época.
En punto al comercio interior, dan testimonio de su importancia
el establecimiento frecuente de mercados y ferias, cuya
concesión correspondía al conde de Barcelona (quien solía
hacer donación de este derecho), la protección especial concedida
á los que concurrían á ellos y la importancia de los tributos
que por las ventas se cobraban.
Todo este desarrollo comercial suponía gran abundancia de
MOVIMIENTO INTELECTUAL 569
Fig. 120.—Moneda jaquesa, según Heiss.
numerario. Lo hubo, en efecto, con acuñaciones particulares en
Aragón y Cataluña, aunque no tanto como pedían á menudo las
necesidades de la guerra; por lo cual los reyes más de una vez
alteraron el valor y ley de la moneda, acuñándola de menos
valor real que el nominal,
contra lo que protestaron
las Cortes. La moneda principal
de los aragoneses era
la llamada jaquesa.
Los catalanes tenían moneda
propia desde el siglo ix,
en que la acuñó ya de oro
y plata Barcelona (§215).
Gerona y Vich también la emitieron desde el siglo x, lo
mismo que los condes de Ampurias, cuya serie es muy interesante,
Besalú y Agramunt. Generalmente llevan las monedas
catalanas el escudo y la cruz. Los tipos en circulación
eran muy varios, por la moneda extranjera que se recibía,
y cuyo pase llegó á restringirse en algún punto, como en
Vich, cuyo obispo Pedro
prohibió en 1174
que se comprase ó vendiese
con otra moneda
que la acuñada por él.
Los Usatges hablan de
falsificadores de moneda,
á quienes se aplican
penas severas.
364. Movimiento intelectual.—Ya hemos visto que, ni aun
en los siglos de mayor decaimiento intelectual de Europa, se
había apagado por completo en Cataluña la tradición científica
y literaria, aunque reducida á un escaso número. Los documentos
de los siglos xi y xn mencionan diferentes individuos dedicados
á la enseñanza en general ó á la de la gramática, y que,
al parecer, se sostenían con los productos de esta profesión.
En tiempos de Ramón Berenguer III se inicia un movimiento
literario análogo al de Toledo, con la traducción de obras de
astronomía y matemáticas de Albategui, Teodosio, Tolomeo,
Fig. n i . — Moneda del obispado de Vich.
570 HISTORIA DE ESPAÑA
Assofar (discípulo de Moslema), Ibrahim el Fesari y otros
autores musulmanes ó transmitidos por éstos. Figuran como
traductores un judío, Abraham Savasorda, y el italiano Platón
de Tivoli. También parece que se escribieron obras originales de
las mismas ciencias. En otro orden de estudios se puede citar
al maestro Renallo, del siglo xi, autor de una colección de
leyes eclesiásticas, una historia del martirio de Santa Eulalia y
un libro de Corpore divino. Igualmente acusan cierto desarrollo
literario las bibliotecas cuyos inventarios conocemos hoy, de
diferentes monasterios (Ripoll, San Cucufate, San Benet, Cardona,
etc.) y catedrales (Vich, Gerona, Tarragona...), así como la
abundancia de copistas y el precio que alcanzaban los manuscritos.
La cultura fué creciendo en la misma progresión que en
Castilla, siendo el centro principal de ella, en el siglo xin, Lérida.
En Aragón lo era Zaragoza, donde el clero continuaba
los Estadios de origen romano, establecidos desde el siglo xn
en el mismo sitio que ocupó luego la Universidad.
Jaime I, siguiendo la corriente general, fundó en Lérida un
Estudio general ó Universidad, en que se enseñaba el derecho
canónico, el civil (romano) y las artes liberales (gramática y
filosofía), y otro en Valencia, anejo á la catedral; mientras que
la escuela de Medicina de Montpeller—ciudad perteneciente
entonces á la soberanía aragonesa-catalana—brillaba como la
más notable de su tiempo.
Estas fundaciones, y, sobre todo, el trato frecuente de los
catalanes con Francia é Italia, donde, como sabemos, florecían
en alto grado por entonces los estudios á que acudían los de
acá, produjeron en la mitad segunda del siglo xm un gran movimiento
intelectual que dio insignes representantes á la ciencia
europea. De ellos es el más importante Raimundo Lulio, nacido
en 1232 en Palma de Mallorca, asiduo de la corte de Jaime I,
filósofo, místico, poeta, autor de muchos libros que adquirieron
gran celebridad en su tiempo é influyeron en la ciencia europea.
Raimundo Lulio es, ante todo (no obstante lo mucho que tomó,
para su doctrina, de fuentes musulmanas, y particularmente del
lógico Algazel y de Mohidín: § 338) filósofo cristiano: su doctrina,
como ha dicho Menéndez y Pelayo, «es la teodicea popular,
la escolástica en la lengua del vulgo, saliendo de las
LA LITERATURA 57'
cátedras para difundirse por los caminos y por las plazas, la
metafísica realista é identificada con la lógica, el imperio del
símbolo, la cabala cristiana, que predicaba á las multitudes
aquel aventurero de la idea y caballero andante de la filosofía,
asceta y trovador, novelista y misionero, en quien toda concepción
del entendimiento se calentó con el fuego de la pasión
y se vistió y coloró con las imágenes y los matices de la fantasía
». Representa la protesta contra Averroes y su panteísmo.
Sus obras principales, Arte magna, Árbol de la ciencia, Contemplaciones
magnas, aparte las especiales de Retórica y otras así,
constituyen un sistema general de la ciencia cuyo fundamento
es la idea de que, no obstante tener cada materia sus principios
particulares, «el entendimiento busca una sola ciencia general,
aplicable á todas, con principios generalísimos, en los cuales
esté contenido el principio de las ciencias particulares, como
está contenido lo particular en lo universal». Raimundo Lulio,
cuya vida científica se extiende por los comienzos de la época
siguiente, terminó predicando la fe cristiana en Africa, después
de profesar en la Orden de San Francisco, y murió apedreado
por las turbas en Bujía (1515). Compañero y en parte maestro
suyo fué Arnaldo de Vilanova (Villanueva), nacido en las cercanías
de Montpeller en 1240, educado en las escuelas árabes
de Córdoba y médico famoso en aquella ciudad. En la corte de
Don Jaime I brillaron también su confesor San Raimundo
de Pefiafort, profesor de la Universidad de Bolonia, autor de
la primera Suma de moral y compilador (por orden del Papa
Gregorio IX) de una Colección de Decretales ó constituciones
pontificias (libro V del Corpus juris canonici); el obispo Don Vidal
de Canellas, representante de la clase, ya entonces importante,
de los jurisconsultos (legistas), cultivadores del Derecho
romano y partidarios del poder real absoluto; San Pedro Nolasco,
ayo del rey y fundador, con San Raimundo, de la Orden
de la Merced (1218), dedicada á redimir cautivos del poder de
los musulmanes, y otros más. De este tiempo es también Raimundo
Martí (1230?-128o?), autor del Pugío Fidei, libro de
controversia con los judíos, que gozó de gran celebridad y que
puede suponerse escrito entre 1250 y 1260.
365. La literatura.—Si, á pesar del glorioso nombre de
572 HISTORIA DE ESPrtNA
Raimundo Lulio, no se puede decir que el cultivo de las ciencias
adquiriese en Aragón ni en Cataluña un desarrollo importante,
si lo alcanzó, en cambio, el de la literatura, por influencia
de la escuela provenzal, que arraigó más pronto en estas regio
nes que en Castilla, ya por la proximidad del foco, ya por la
condición común del idioma popular. En efecto, al paso que en
las regiones del N. y C. de la Península iban determinándose
los romances castellano y gallego, en parte de Aragón se
formaba una variante importante (aragonés), y en Cataluña y
localidades adyacentes por el O. y N. otra, muy diferente (catalán),
que en las comarcas del SE. de Francia correspondía al
provenzal ó lemosín. A medida que se estrecharon políticamente
las relaciones entre Cataluña y los condados franceses, la influencia
del idioma provenzal fué creciendo. Limitado al principio
al uso vulgar (pues tanto las disposiciones oficiales como los
documentos jurídicos y la literatura en prosa se escribían en
latín), alcanzó en el siglo xu consideración de lengua literaria,
aunque sólo para la poesía, traída por los trovadores provenzales.
El provenzal-catalán se hizo de moda, lo mismo que la
poesía erótica y convencional de aquéllos; pero la prosa siguió
escribiéndose en latín hasta los tiempos de Jaime I, en que se
produce un movimiento vigoroso y fecundo en favor de la lengua
popular, como signo de la nacionalidad privativa, comenzándose
á escribir entonces en catalán los libros de Historia y
hasta los de Filosofía. Raimundo Lulio escribió sus obras en
catalán (probablemente todas, ó casi todas, aunque luego las
tradujo al latín), siendo éste el primer idioma romance de Europa
en que se habló de asuntos filosóficos, así como el castellano,
lo fué para los de ciencias físicas y matemáticas. Las
mismas leyes (fueros, etc.) se redactan ya en romance, á pesar
de lo cual los Usáticos tardaron aún más de un siglo en traducirse
del latín.
Aun cuando, por la fuerza que cada día iba adquiriendo el
idioma vulgar de la región mediterránea, es de presumir que
simultáneamente se produjeran muestras de poesía en lengua
d'oc (como se llamaba) tanto en Provenza como en Cataluña, el
foco de la escuela poética fué aquella región. Los trovadores no
usaban propiamente el idioma vulgar, tal como lo hablaba el
LA LITERATURA 575
pueblo, sino otro de iguales caracteres, pero más refinado, y en
que las formas propiamente provenzaíes predominaban. Las
composiciones, de diferentes géneros, metrificación y composición
(canciones, serventesios, albadas, etc.), rimadas siempre, se
cantaban generalmente al son de un instrumento de música
(laúd, mandolina, etc.); y aunque abordaban todos los asuntos,
predominaba en ellas el tema del amor, entendido de una manera
especial, artificiosa y enfermiza, mezcla de sensualismo mal
encubierto y adoración platónica á un ser bello y perfecto, adoración
compatible con la más rigurosa fidelidad matrimonial, á
lo menos en teoría. Por esto era permitido que las damascon
consentimiento de sus esposos, aceptasen, no sólo las decía,
raciones de los poetas, sino una especie de relación amorosa
con ellos. No era, pues, la poesía provenzal más que la expresión
de un cierto esplritualismo hijo de la cultura de su región
y de las costumbres refinadas, galantes, cortesanas, de
aquella numerosa nobleza feudal, cada uno de cuyos castillos
parecía una corte donde se desarrollaban todo el lujo y elegancia
de la época. No extrañará con esto que los mismos nobles fuesen
los primeros cultivadores de la poesía. Al difundirse ésta
en España, sucede lo propio. El primer trovador español es
Alfonso II de Aragón (i 162-1196), y le siguen Ramón Berenguer
III y IV, Pedro II y Jaime I, acompañados de otros poetas,
unos de origen provenzal, venidos á España (sobre todo,
en tiempo de Pedro II), y otros indígenas, como Guillermo
Ameller, Nat de Mons, Arnaldo Plagues, Hugo de Mataplana,
Guillermo de Berguedam, Mosén Jaume Febrer, Serveri de
Gerona y el propio Raimundo Lulio, contemporáneos y cortesanos
de Don Jaime. Esta poesía siguió desarrollándose en la
segunda mitad del xm y produjo en el xiv una escuela propiamente
catalana, de que hablaremos oportunamente.
De las obras en prosa, el género más importante de la época
es la historia, y en él descuella en primer término la Crónica ó
Comentari que el rey Jaime I escribió para relatar las vicisitudes
de su reinado. El estilo de la Crónica, conciso, pintoresco y
claro, hace de ella un monumento de gran importancia para
la literatura catalana. El ejemplo del rey fué seguido, en años
posteriores, por otros que levantaron á gran altura el género
574 HISTORIA DE ESPANA
histórico. A Don Jaime se le debe también un libro moral (Lo
Llibre de la Saviesa), colección de proverbios y sentencias de
sabios, entre los cuales figuran algunos filósofos clásicos. En el
siglo xiv adquiere, como veremos, extraordinaria importancia
este género didáctico de literatura, análogo al que hemos notado
en Castilla, en tiempo de Fernando III (§ 352).
En punto al romance aragonés, créese, con grandes visos de
verosimilitud, que llegó á tener importancia literaria, introduciéndose
en los poemas de algunos trovadores franceses.
366. Arte.—Estudiados en párrafos anteriores los caracteres
generales de la arquitectura y demás artes plásticas durante
este período, poco es lo que podemos añadir con referencia especial
á Cataluña y Aragón.
La diferencia entre el románico castellano y el de la región
de Levante consiste en ser éste más ligero y de proporciones
más esbeltas, quizá por influjo italiano, señalándose, entre otras
particularidades, la construcción de las bóvedas sobre trompas,
á la manera lombarda. De esta época son las iglesias de Vich
y Gerona (consagradas en 1038) y la de Barcelona, todas tres
desaparecidas por construcciones posteriores. Entre los monumentos
que subsisten, importa señalar la catedral de Lérida y
la de Tarragona (ambas del xm y con elementos ya góticos), la
iglesia de Poblet, las cúpulas de San Pedro de las Puellas
(Barcelona) y San Pedro de los Galligáns (Gerona); las portadas
del Palau (en la catedral de Valencia), la del claustro (en la de
Barcelona) y los claustros de Gerona, Tarragona, Poblet, Ripoll,
San Juan de la Peña, San Pedro el Viejo (Huesca), y otros, casi
todos de transición.
Como tipo esencial deben señalarse las iglesias de Templarios
abundantes en Cataluña y Aragón (siglos xn y xm) y notables
por sus muros robustos, sobriedad de adornos, archivoltas
y cubiertas de madera á dos vertientes ó bóveda de cañón. A
este género pertenecen la de San Juan de Vilafranca, la de
Santa Margarita, cerca de Martorell, y la iglesia-castillo de Marmellá,
que conserva curiosas pinturas murales y lienzos de
muralla.
En lo gótico (primer período) adviértese también alguna
diferencia entre los monumentos de Levante y los castellanoARTE
575
leoneses. El gótico catalán, muy influido por el italiano, se
aparta de las condiciones fundamentales de aquel arte, y no
llegó á encarnar su verdadero espíritu. Como tipo de esta
época, puede señalarse la iglesia de San Félix, de Gerona.
Tanto en los edificios románicos como en los ojivales, la esta-
Fig. 122.—Ábside románico de la cátedra! de Tarragona.
tuaria ocupó tan señalado puesto como en las regiones de la
corona castellana, siendo un rico ejemplar de su desarrollo
la portada del monasterio de Ripoll, en el tipo románico.
La arquitectura mudejar ha dejado en Aragón, sobre todo,
hermosos ejemplares, pero no del xm, sino de siglos posteriores.
En punto á arquitectura civil y militar, los grandes monumentos
que nos restan son también de época posterior.
576 HISTORIA DE ESPAÑA
De las artes menores se conservan: un trono episcopal (§ 207)
W^Ww
Pig. 123.—Puerta del monasterio de Ripoll.
de mármol blanco, en la catedral de Gerona; un tapiz del xi ó
del xii, en la misma localidad y tal vez de industria catalana;
ARTE 577
varios retablos (algunos de los cuales se emplearon después
como frontales) de madera pintada, un arca de San Cucufate
del Vallés, del xui, con forro de plata dorada con relieves, que
representan escenas de la vida del Santo; un relicario mudejar
procedente del monasterio de Piedra (hoy en la Academia de
la Historia) y muestras de la cerámica mallorquina que se guardan
en el museo de Cluny. Hasta 1809 existió también en la
catedral de Gerona un frontal riquísimo de plata y oro, con
Fig. 124. —Arca de reliquias del siglo xitl, del monasterio de San Cucufate del Valles.
(De madera con bajos relieves sobredorados.)
relieves y piedras preciosas (siglo xu), que se llevaron los franceses
cuando la guerra de la Independencia.
La pintura en los códices se manifiesta como en las regiones
del Oeste y Centro, debiendo citarse, entre los códices notables,
el Fuero Juzgo de Cardona (1012), el Psalterio de Vich (siglo
xi), el libro de Astrologia de Barcelona (1154) y el de los
Feudos, colección de privilegios mandada formar por Alfonso II
y que se guarda en el Archivo de la Corona de Aragón.
En cuanto á los trajes, se sabet por un documento catalán
del siglo xf, que en este tiempo el pueblo llevaba camisa, calzas,
bragas (calzones), gonela (túnica) y capa. El clero continúa
usando vestiduras de colores, como los seglares, puesto que el
578 HISTORIA DE ESPANA
arzobispo de Tarragona les prohibe (i 129) llevarlas, así como
sobregoneles abiertos, zapatos de punta, capas de colores bordadas
en seda y con cordones de oro, ceñidores de sirgo y otras
prendas. El traje canónico constaba de túnica, sobrepelliz, capa
y birrete. Para el culto empezaron á usarse en el xn cotas de
color, abiertas por los lados. Los obispos las llevaban de lujo.
Algunas monjas nobles usaban túnicas de púrpura adornadas de
pieles (cuyo uso continúa siendo frecuente), capas violetas,
tocas transparentes y botines con piedras preciosas: todo lo
cuál demuestra la falta de uniformidad y disciplina de aquellos
tiempos. Las Ordenes militares, que al principio se habían distinguido
por la sencillez de sus trajes (el de guerra, con sayales
y mantos, blancos ó negros, y cruz ó distintivo de la Orden),
desplegaron también gran lujo.
En el siglo xin (primer período), siguiendo la moda de sencillez
que imperó por entonces, usaban todas las clases sociales
túnica reducida, sayal ceñido de manga justa y poco adorno y
calza larga que se une á las bragas. Las mujeres llevaron
túnica larga y desceñida; y las ricas añaden cota ajustada,
brial cisado por ambos lados y manto y capa. A la cabeza un
casquete ó cofia de tela con ligaduras debajo de la barba, que
alcanzó gran favor. Andando el siglo, debió mudarse esta primitiva
sencillez en hábitos de lujo, puesto que las Crónicas al
hacer la descripción de los trajes militares revelan gran esplendidez,
y el propio Jaime I (que personalmente era bastante
desordenado y fastuoso, á pesar de sus apuros pecuniarios)
hubo de legislar en 1234 contra el exceso en el vestir, prohi
biendo las ropas acuchilladas, listadas ó trepadas, y el oro,
plata ú oropel en ellas. En esta prohibición posible es que influyeran
las órdenes mendicantes.
367. Costumbres.—Pocas particularidades conocemos de
las costumbres generales aragonesas y catalanas en esta época.
Algunas van ya señaladas en otros párrafos, como la de defender,
en duelo, según las leyes de la caballería, el honor de
las mujeres. El aumento progresivo de cultura y especialmente
las predicaciones de algunos Papas y de los frailes de las nuevas
órdenes del xii, fueron dulcificando las relaciones sociales.
Para evitar las constantes luchas entre los nobles y de país á
COSTUMBRES 579
país, se introdujo entonces la Tregua de Dios (§ 299). En 1033
los nobles catalanes formaron en Vich una Paz y Tregua por
cierto tiempo, obligándose todos á no mover guerra ni tomar
venganza en el período que se fijó. Esta corriente contra el
abuso dé la fuerza se reforzó en el siglo xn y á comienzos
del xni por influjo de las órdenes mendicantes y del movimiento
antifeudal que acompañó á las guerras religiosas de
tiempo de Pedro II. Así se dio el caso de que un obispo
de Gerona excomulgase á los propios Templarios sólo porque
éstos ayudaban al conde de Ampurias en sus luchas con los
obispos gerundenses, y que en 1225 se desenterrase., á título
de reparación, á tres magnates excomulgados, uno de ellos de
tanta nombradla cuanto que fué de los primeros caudillos de la
batalla de las Navas.
La vida doméstica revela costumbres especiales. Hacíanse,
por lo general, tres comidas: almuerzo, comida propiamente
dicha (dinar) y cena (sopar). Como manjares más comunes usaban,
las personas pudientes, el cerdo y las gallinas, según se deduce
de las cuentas del conde Ramón Berenguer II. En la mesa
de Doña Petronila, reina de Aragón y mujer de Ramón Berenguer
IV, figuraban, como platos de vigilia, huevos, quesos, cebollas
y pan, y como alimentos ordinarios, carne de cerdo, capones,
pollos, etc. La irregularidad de la vida civil y de las cosechas y
el comercio producía á veces—como en toda Europa—grandes
carestías y hambres, complicadas con epidemias horrorosas. El
bienestar fué aumentando con el tiempo y complicándose con
el lujo, que también se significó en la mesa, como se ve en las
citadas leyes restrictivas de Jaime 1 (1234), que prohiben el uso
al día de más de dos clases de carne, aparte las saladas y secas
y la caza, estableciendo para ésta que no pudiese prepararse
sino de un solo modo. Los bailes y recepciones acompañados
de banquetes se conocieron de antiguo, y á ellos debieron juntarse
pronto los juegos, cantares y farsas de juglares, bufones,
etc. Jaime 1 llevó también á este orden la regulación de las
costumbres, prohibiendo que nadie, excepto el rey y los magnates,
pudieran sostener juglar ó juglaresa; que quien no fuera
caballero ó ballestero se sentase á la mesa de dama ó señor,
como tampoco los cómicos y cantores, y recomendando que las
58ο HISTORIA DE ESPAÑA
mujeres nobles evitasen compartir su mesa ó cama con juglaresas,
tanto como darles besos. Aparte de los juglares, mantenían
los reyes bufones, como el llamado Pondo, de Alfonso I.
Para los viajeros había hospicios, sostenidos por legados
piadosos y dedicados principalmente á los pobres y peregrinos,
paradas, mesones ó posadas, en que se pagaba, y alfondechs ó
fondas especiales para los comerciantes. También abundaban
los baños públicos, respecto de los cuales las primeras noticias
oficiales que poseemos pertenecen precisamente á los países
aragoneses y navarros, consignándose en fueros desde Alfonso I
y en escrituras, la creación y donación de establecimientos de
esta clase. En el siglo xm eran muy frecuentes en las poblaciones
de Aragón y Cataluña, estableciéndose á veces competencias,
como, v. gr., en Tortosa, entre el de los Templarios y el
del ciudadano Pedro Jorda'nez.
La seguridad de los caminos, protegida por numerosas leyes,
se confiaba, á veces, á funcionarios especiales. Había también
guías para los viajeros.
El placer de la caza, tan general en aquellos tiempos, se
ejercitaba en diferentes formas, como en Castilla. De la cetrería
se sabe era muy usada por los caballeros y gentes ricas de Aragón
y Cataluña. Los torneos gozaban en estas comarcas tanto
favor como en Castilla, marcando el desarrollo de las costumbres
caballerescas, que tuvieron otra manifestación singular en
el abuso de los escudos nobiliarios, emblemas y blasones, á que
todo el mundo aspiraba.
NAVARRA
368. Apenas nada especial puede decirse de este reino en
punto á los temas que corresponden á este capítulo. Teniendo
en cuenta la mucha influencia que Francia ejerció sobre este
país, algo de la vida navarra pudiera deducirse del estudio de
la francesa, especialmente á partir del siglo xn. Esta influencia
es clara en las artes, tanto en la arquitectura (palacio de Este
lia, catedral de Tudela) como en las artes menores, v. gr. la
arquilla de Pamplona, siglo xi, y el evangelario de Roncesvalles,
del xm, que servía para el juramento de los reyes y tiene
NAVARRA 581
tapas de oro y plata, con figuras á cincel. También lo fué en la
literatura, señalándose la corte de Teobaldo IV como uno de
los principales centros de la poesía trovadoresca.
En punto al comercio, sabemos que lo hacía activo por los
puertos del Cantábrico, exportando varios productos, como sargas,
cordobanes, badanas y lonas para velas de naves, vinos y
hierro; lo cual supone la existencia de industrias en el país.
1 37
Cuafta époea
Bl fin de la Reconquista y el comienzo
de la unidad nacional (siglos Xin«XV)
369. Caracteres generales.—Después de la muerte de
Fernando III y de Jaime I, se paraliza la reconquista de España.
Aragón y Cataluña, en virtud de los tratados hechos, no encuentran
ya dónde extenderse en la Península sin tropezar con
fronteras castellanas, y dirigen su actividad política hacia comarcas
extranjeras con las que, de antiguo, el genio comercial
de los catalanes mantenía relaciones. Desde fin del siglo xm
al xv, se cumple la expansión mediterra'nea de aragoneses y catalanes,
que lleva su poderío á gran parte de Italia y al imperio
bizantino. Por su parte, León y Castilla, no obstante quedar
aún gran extensión de terreno en Andalucía bajo el poder musulmán
(desde Cádiz á Granada, con toda la costa), detienen el
gran impulso conquistador de Alfonso VI y VII y de Fernando
III y se contentan con algunas expediciones fragmentarias
de más brillantez que éxito positivo, ó con ejercer una influencia
política sobre la dinastía Nasrida ó Nazarita de Cranada
(§ 224), pero sin conseguir que se modifique de un modo
importante la línea fronteriza de los Estados musulmanes, que
sigue siendo esencialmente la misma hasta que, á fines del xiv,
los Reyes Católicos dan el paso definitivo en la Reconquista.
Durante todo este período absorben toda la actividad de los
ALFONSO Χ 585
castellanos los problemas internos políticos y sociales, á saber:
de un lado, la lucha entre la nobleza y la monarquía y la crisis
formidable por que atraviesa la segunda en sus deseos de fundar
un poder unitario y absoluto frente á la anarquía señorial y
concejil dominante; y de otro, el cambio que se produce lentamente
en la vida, desde el tipo señorial al burgués, base de la
moderna. Las cuestiones personales que se suscitan durante
todo este tiempo entre individuos de la familia real ó entre
favoritos de los reyes y los nobles (aparte del fondo humano y
de todas épocas que hay en ellas), no son sino la expresión de
aquella lucha, ó bien de ella se amparan para el logro de sus
respectivos deseos.' Por eso la guerra entre Don Alfonso X y
su hijo Don Sancho tiene un valor representativo muy superior
al de una mera disensión doméstica fundada en motivos de
egoísmo; de igual modo que la figura de Don Alvaro de Luna
y sus peleas continuas con los nobles significan algo más que
una pura disputa por el poder.
La terminación, juntamente, de estas luchas y de la reconquista,
es la obra de los Reyes Católicos, que cierran así la Edad
Media, á la vez que fundan la Monarquía moderna y la unidad
política y territorial de España, en los límites posibles entonces.
Son, de este modo, el eslabón que une dos Edades, pero más
inmediato á la nueva.
I.—HISTORIA POLÍTICA EXTERNA
LEÓN Y CASTILLA
370. Alfonso X.—Guerra con los moros.—Sucedió á Fernando
III, en 1252, su primogénito Alfonso, cuyo reinado no
ofrece en el orden político más que dos hechos importantes:
uno correspondiente á la lucha interna, que se estudiará en lugar
oportuno, entr.e las aspiraciones de la monarquía (perfectamente
representadas por Alfonso) y las licencias anárquicas de
los nobles, y otro las aspiraciones al trono imperial de Alemania,
que á poco si realizan el sueño acariciado por otros reyes
castellanos (§ 236) de traer á España el centro del Imperio
europeo; como al cabo ocurrió en parte, tres siglos después,
con Carlos V.
584 HISTORIA DE ESPANA
Estos dos hechos llenan la historia externa de Alfonso X
con múltiples y variadas manifestaciones que se enlazan entre
sí, aumentada su complejidad con un nuevo elemento perso·
nalísimo, que no fué la menor entre las causas de las desdichas
que amargaron la vida del rey é hicieron infructífera en gran
parte, por entonces, su obra política, á saber: la indecisión de
su espíritu en punto al nombramiento de sucesor á la corona y
sus debilidades y pugnas con su segundo hijo Sancho. Con todo
esto, quedaron obscurecidas las prendas militares del rey y
abandonado en rigor el pensamiento de proseguir activamente
la Reconquista, á cuya obra había contribuido siendo infante
Alfonso X, con su participación en las conquistas de Murcia y
Sevilla. Hubo, no obstante, guerra con los moros en varias ocasiones.
La primera, por iniciativa del propio Alfonso, que, prosiguiendo
el pensamiento de su padre, concertó una expedición
ó cruzada al Africa, fracasada por desavenencias de los reyes de
Portugal y Navarra, pero á la cual prestaron su aprobación
los Papas Inocencio IV y Alejandro IV (1254-55). Aprovechando
las fuerzas reunidas (entre ellas una fuerte escuadra preparada
en las costas del Norte), y ayudado por el rey moro de
Granada, su vasallo, atacó Don Alfonso á Cádiz (14 de Septiembre
de 1642), apoderándose por sorpresa de la ciudad y de
la isla, con gran botín; con lo cual hizo desaparecer uno de los
importantes centros de corsarios, que llegaban á molestar á la
plaza de Sevilla. Al año siguiente se tomó á Cartagena, donde
se habían sublevado los moros, y el rey aseguró el dominio de
ambos lados construyendo castillos y favoreciendo el establecimiento
en Cádiz, Rota, Sanlúcar y Puerto de Santa María
(por él fundado), de población cristiana, en especial marineros
cántabros. Poco después ganó la" villa de Niebla (en cuyo sitio
se habla por primera vez en España del uso de la pólvora y de
la artillería por los moros) y otros varios pueblos del Algarbe
(aun en poder de musulmanes). A esto se redujo la acción militar
directa de Don Alfonso. Porque, si bien se reprodujo la
guerra, fué en esta segunda ocasión por iniciativa de los mismos
musulmanes, y sobre todo del rey de Cranada, que se sublevó
de concierto con los de Jerez y lugares inmediatos y los
de Murcia, y con socorro del de Marruecos. Don Alfonso, apoLA
ASPIRACIÓN AL IMPERIO 585
yado por Jaime I de Aragón, sostuvo la guerra por la parte de
Jerez, en Granada y en Murcia, y logró reconquistar la primera
de las plazas citadas, dominar á los otros pueblos y castillos sublevados
y obligar á rendición al de Granada y los suyos. La
guerra continuó, no obstante, aprovechando Alfonso X desavenencias
entre el rey granadino y varios walíes ó gobernadores
suyos (de Málaga, Guadix y Comares) y el rey de Granada,
el descontento de varios nobles castellanos, que le ayudaron
en la rebelión; hasta que, muerto Ben-Alhamar, y convenidos
entre sí Don Alfonso y sus nobles, se firmaron paces (1272).
371. La aspiración al Imperio.—La idea capital de la Reconquista
quedó obscurecida, según dijimos, por otras aspiraciones
políticas del rey. Las dos menos importantes, pero más
inmediatas, se refirieron á Navarra y á Gascuña. Las pretensiones
de los reyes de Castilla al dominio de Navarra sabemos
que se habían demostrado repetidamente en tiempos anteriores,
siendo frecuentes las luchas, en especial por el territorio de la
Rioja. Sucedió en esto la muerte del rey navarro Teobaldo I
(1253), recayendo la corona en su hijo, de 15 años de edad,
Teobaldo II. Aprovechó las circunstancia Alfonso para tratar
de invadir la Navarra, cuya regente (la reina viuda Doña Margarita)
se había acogido, en previsión, al apoyo de Jaime I. La
guerra no estalló, gracias á la mediación de prelados y nobles,
que lograron se ajustase una tregua.
El ducado de Gascuña, incorporando de derecho á Castilla
(por haber entrado en dote de la mujer de Alfonso VIII), se empeñó
por entonces en guerra con los ingleses y pidió el auxilio
de Alfonso X, que lo concedió, con ánimo de consolidar su do
minio; pero también este intento quedó baldío, por haberse
allanado el rey á las proposiciones de paz del de Inglaterra,
y pactado el casamiento de su hermana con el príncipe inglés
Eduardo, con renuncia, por parte de Don Alfonso, de todos
sus derechos y las de sus descendientes al ducado de Gascuña
(1254): con lo que quedaron separadas las dos porciones del
país vasco (aquende y allende el Bidasoa) y se dio margen á
rivalidades mercantiles entre ellas, como veremos.
Ambos fracasos quedaron obscurecidos por la nueva y más
importante empresa del Imperio. Vacante éste, teniendo dere586
HISTORIA DS ESPANA.
cho á él Alfonso, por causa de su madre (de la casa ducal de
Suabia) y siendo su fama de hombre sabio general en Europa,
muchos de los electores imperiales le nombraron emperador en
1257. Tomó Don Alfonso á gran empeño este asunto—de indu-
Fig. 125.—Dibujos tomados'de miniaturas antiguas que representan á Don Alfonso X
acompañado de un obispo y de un mensajero.
manes la elección de Alfonso, apoyando err· su lugar á un hermano
del rey de Inglaterra, y al morir éste (en 1271) al conde
Rodolfo de Hapsburgo. Si Don Alfonso no hubiese tenido en
contra primeramente la resistencia pasiva de los Papas Urbano
IV y Clemente IV y luego la formal oposición de Gregorio X,
que apyó al de Hapsburgo, y si, además, las frecuentes sublevaciones
de nobles castellanos, las guerras promovidas por el rey
de Granada y la poca simpatía con que en general veíase aquí
LAS LUCHAS INTERIORES 587
el negocio de Alemania no le hubieran retenido años y años
en la Península, sin poder, ni atreverse, á verificar el viaje para
tomar posesión del Imperio—como á ello le instaban sus partidarios
de allá;—hubiera sido indudablemente muy otro el resultado
de esta empresa. Pero todas estas circunstancias le
perjudicaron grandemente. Inútil fué ya que, enojado el rey
por la oposición de Gregorio X y aprovechando un período de
calma que hubo en Castilla, decidiese el viaje, enviando á Marsella
una fuerte escuadra y pasando él mismo á Francia para
tratar con el Papa.
No consiguió vencer la resistencia de éste; antes bien, llegó
Gregorio X, en vista de que Alfonso insistía en sus pretensiones,
promovía guerra en Italia y usaba el título ó insignias de
emperador, á amenazarle con la excomunión. Fracasó con todo
esto la empresa del Imperio, que fué nuevo motivo para el descontento
del pueblo castellano y, en primer lugar, de los nobles.
372. Las luchas interiores.—Tan desgraciado como en
las empresas exteriores fué Don Alfonso en las de política interior.
Partidario de la forma absoluta de la monarquía contra
la anarquía señorial, influido por el derecho romano, cuyo estudio
tenía ya gran fuerza en toda Europa, y por sus aficiones
á todo género de cultura, que le creaban ideales poco compatibles
con el carácter de las luchas políticas, tuvo desde el primer
instante enfrente de sí á aquella aristocracia señorial,
levantisca, orgullosa, poco escrupulosa de conducta, pronta á
la sublevación y resueltamente enemiga, por egoísmo, no por
conveniencia general', de los actos de autoridad del monarca.
A estas causas se unieron otras dos de mayor apariencia,
aunque menos fundamentales: la pobreza del erario publico,
muy gastado en las guerras anteriores, que obligó á medidas
radicales, pero desacertadas (si bien muy comunes entonces en
todo el mundo), y el carácter desprendido, liberal y algo fastuoso
del rey. No hay para qué decir si estas dos circunstancias
—de las que mayor impresión causan en las muchedumbres—
serían aprovechadas por los enemigos de las ideas políticas de
Don Alfonso. Éste, además, aunque valiente y arrojado en los
combates, era débil de voluntad, y, como débil, terco unas
588 HISTORIA DE ESPAÑA
veces, indeciso y variable otras: lo cual le perjudicó mucho en
la resolución de conflictos interiores y aun domésticos.
Comenzó el rey por rebajar el tributo que pagaba el soberano
moro de Granada; y al propio tiempo hizo alterar el valor
de la moneda, mandándola acuñar de más baja ley que la antigua,
lo cual trastornaba grandemente el comercio. Ante las
muchas reclamaciones de los castellanos (análogas á las de los
catalanes con Don Jaime), dio tasa para las mercancías, remedio
que no consiguió su fin, por lo cual suspendió sus efectos
para volverlos á aplicar poco después, ordenando nueva alteración
de la moneda que agravó más y más el conflicto económico
y el descontento de la población. Y como al propio tiempo el
rey—sin cuidarse de estos apuros pecuniarios—aumentaba los
sueldos de los criados y cortesanos de su palacio, gastaba un
dineral en las bodas de su primogénito Fernando de la Cerda
(llamado así por un pelo largo que le nació en el pecho) con
Doña Blanca, hija de Luis IX de Francia, bodas celebradas en
Burgos con asistencia de reyes, príncipes y señores de toda
Europa, y hacía regalos como el enorme de 10,000 marcos de
plata para rescatar de la usura al hijo del emperador de Constantinople,
sobrino suyo (amén de lo que suponían los gastos de
la elección de Alemania) las quejas generales iban en aumento
día por día.
A la vez que estos desaciertos del orden económico, ejercía
Don Alfonso actos de autoridad política poco discretos en su
aspecto nacional y reveladores de la conciencia que tenía del
poder absoluto de la Corona. Fueron éstos: la cesión del Algarbe
al rey de Portugal, el levantamiento del feudo que debía
éste á Castilla, y la renuncia de los derechos al ducado de Gascuña
(§371). Los nobles castellanos consideraron estos actos
principalmente como abusos de autoridad y síntomas de absolutismo
en el rey; y con aquella deplorable facilidad que tenían
para sublevarse, lo hicieron varias veces, dirigidos por el infante
Don Enrique, por Don Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya
y otros señores, ora desnaturalizándose y ofreciendo sus servicios
á los reyes de Aragón y Navarra, ora ayudando á los moros
de Granada, ó formando liga con unos y otros y aun con los
musulmanes de Marruecos, sin que valiesen las concesiones
MUERTE DE ALFONSO Χ 589
•extraordinarias de mercedes que les hizo el rey en las Cortes
de Burgos de 1271, ni los castigos terribles que á menudo imponía,
de que son testimonio el hecho de haber mandado quemar
vivo, algún tiempo después, á Don Simón Ruiz de Haro y
hecho estrangular al infante Don Fadrique. Al cabo, ocurrida
la muerte de Alhamar de Granada, se consiguió un período de
paz relativa.
373. La cuestión dinástica.—Muerte de Alfonso X.—En
semejante estado hallábanse las cosas, y ausente Don Alfonso
de España, cuando ocurrieron sucesos militares gravísimos, originarios
de una nueva cuestión de política interior. Los moros
de Granada, deseosos de desquitarse de pasados reveses, concertaron
el auxilio de los Benimerines, que habían sucedido á
los almohades en el dominio del Africa del Norte, y éstos desembarcaron
en Tarifa con fuerte ejército. Acudieron los soldados
castellanos, y la .suerte les fué contraria en dos batallas
consecutivas. En la primera murió el general de la frontera,
Don Ñuño González de Lara, con otros nobles; en la segunda
pereció el infante Don Sancho, hijo de Jaime I y arzobispo de
Toledo, y gracias al arrojo del señor de Vizcaya pudo recobrarse
la insignia del Arzobispo y efectuar una retirada ventajosa.
En esto, el primogénito del rey, Don Fernando, que se
disponía á salir á campaña con nuevas fuerzas, enfermó gravemente
y murió en Ciudad Real (1275), dejando dos hijos, al
mayor de los cuales, según la ley establecida por el propio Don
Alfonso, correspondía la herencia de la Corona. La ambición
del segundo hijo del rey, Don Sancho, se manifestó en esta
ocasión produciendo nuevo conflicto. Apenas supo la muerte
de su hermano, se apresuró á concertarse con los nobles desafectos
al rey para que le apoyasen en su pretensión de ser el
heredero de la Corona, pretextando que la costumbre antigua
•era que lo fuese el pariente más cercano, y además que su sobrino,
el hijo mayor de Don Fernando el de la Cerda, era de
muy corta edad. Don Sancho no dejó de apoyar sus razones
con ofrecimientos de grandes mercedes á los nobles. Con este
apoyo logró que á su vuelta de Francia, Don Alfonso, contradiciendo
no sin violencia interior el orden que previamente
había establecido, hiciese jurar por heredero á Don Sancho,
590 HISTORIA DE ESPAÑA
perjudicando á los infantes de la Cerda. Huyeron éstos á
Aragón con su madre, pero no lograron apoyo de sus derechos;
antes bien Don Sancho alcanzó del rey aragonés que
tuviese encerrados en la fortaleza de Játiva á los infantes, para
que no promoviesen guerra, hasta que, apretado Don Alfonso
por el rey de Francia, Felipe III, tío de los de la Cerda, se
contradijo nuevamente, concertando la formación de un nuevo
reino en el territorio de Jaén, desmembrándolo de Castilla,
(pero bajo feudo de ésta) para el mayor de los infantes. El resto
de los reinos lo dejó á Don Sancho. Pero á éste no acomodó
semejante partición; y, persistiendo en ella Don Alfonso, se produjo
la guerra entre padre é hijo (1281). Tuvo ésta varias vicisitudes,
llegando los partidarios de Don Sancho, que lo eran
casi todos los nobles—los cuales hallaban así ocasión de manifestar
su odio al rey y de mantener su independencia y sus privilegios—
á reunir Cortes en Valladolid (1282), en las cuales
nada menos que fué depuesto del trono Don Alfonso; al paso
que éste llegó á buscar el auxilio del rey de Marruecos y empeñarle
la corona real por un préstamo de όο,οοο doblas de
oro. Al principio tuvo Don Sancho en favor suyo, como hemos
dicho, á casi toda la nobleza, al clero y á la mayoría de los
concejos; pero al cabo empezaron las deserciones, pasándose al
campo de Don Alfonso muchos nobles y pueblos, é interviniendo
el Papa, que puso en entredicho á Don Sancho y los
suyos, si bien éstos hicieron bien poco caso de la autoridad
del Papa. En tal estado de la lucha enfermó Don Alfonso y
murió á poco en Sevilla (1284). En su último testamento desheredaba
á Don Sancho, daba el trono de Castilla al hijo mayor
de Don Fernando de la Cerda, y formaba dos nuevos reinos:
el de Sevilla y Badajoz para el infante Don Juan, y el de Murcia
para Don Jaime.
374. Sancho IV.—Siguen las luchas políticas.—Aunque
el precedente de deber Don Sancho el principal apoyo de su
causa á muchos nobles pudiera hacer presumir que su reinado
había de ser de gran calma en punto á las luchas entre los señores
y la corona, no fué así, porque semejante lucha no era
circunstancial ni meramente fundada en el carácter ó en los
desaciertos de un rey, sino que respondía á la fundamental é
SANCHO IV 59'
interna oposición entre las pretensiones políticas de ambos poderes.
Ni los nobles habían de estar contentos sino con el completo
logro de su independencia jurisdiccional, ni los reyes
podían consentir el capricho y arbitrariedad constante de aquéllos.
Además, las cuestiones domésticas, en la casa Real—merced
al testamento de Don Alfonso y al carácter turbulento de
infantes como Don Juan, hermano de Don Sancho—estaban en
pie, y de ellas vinieron no pocos conflictos.
Don Sancho, sin respetar la última voluntad de su padre, se
alzó como rey y fué reconocido por la mayoría de los pueblos
y nobles; pero otros, acatando el testamento, apoyaron al primogénito
de la Cerda, al paso que el infante Don Juan, cuyo
nuevo reino de Sevilla y Badajoz no quiso admitir Don Sancho,
se sublevaba con varios nobles, entre ellos el tantas veces
citado Don Lope de Haro, antes muy amigo y parcial del rey.
Acudió éste á los temperamentos enérgicos, de represión sanguinaria.
Hizo matar al de Haro, encarcelar á Don Juan, pasar
á cuchillo á 4,000 parciales de la Cerda, en Badajoz, castigar
de igual modo i 400 en Talavera y ejercer otras justicias análogas
en Avila y Toledo. Ni aun así logró cortar de raíz las sublevaciones.
El infante Don Juan, perdonado por el rey, volvió
á rebelarse, buscando apoyo en los Benimerines de Marruecos.
Entonces ocurrió el heroico hecho de Guzmán el Bueno, gobernador
de Tarifa, plaza que sitiaba el infante con tropas
moras. Amenazó éste á Guzmán con matarle un hijo de corta
edad que tenía en su poder, si no entregaba la fortaleza.
Guzmán despreció la amenaza, prefiriendo ser leal al rey y entregando
su propio cuchillo para que la cumpliese el infante:
rasgo de salvaje heroicidad, admirable en un tiempo en que
tan quebradiza era la fe política. Don Juan correspondió á él
de una manera brutal, haciendo degollar al nifio al pie de las
mismas murallas; pero Tarifa no se rindió. Con esto quedaron
desbaratados los planes del infante y al propio tiempo los del
rey de Marruecos, á quien ya antes había vencido Don Sancho
por tierra y por mar, deshaciéndole la escuadra que tenía preparada
en Tánger para hacer desembarco en España, y librando
por entonces del peligro que tan grave fué en tiempos de Alfonso
X por la alianza entre los moros africanos y granadinos.
592 HISTORIA DE ESPANA
Murió Don Sancho en 1295, y los contemporáneos le dieron
el sobrenombre de El Bravo, por su arrojo en la guerra y su
tesón en las diferentes luchas que hubo de sostener.
375. Nueva anarquía.—Doña María de Molina y Fernando
IV.—Dejó Sancho IV un hijo de nueve años, habido de
su mujer Doña María de Molina y llamado Fernando; y aunque
fué éste proclamado rey en Toledo por numerosa representación
de los tres brazos políticos de León y Castilla, levantáronse
inmediatamente muchas parcialidades que le disputaron
el trono ó dificultaron el gobierno, produciendo durante catorce
años una espantosa anarquía. Volvió á sus pretensiones
ei infante Don Juan, y á las suyas el mayor de los la Cerda,
uno y otro apoyados por el rey de Portugal, el de Aragón
y el de Francia, que, como señor de Navarra, quería aprovechar
la ocasión de tan grandes turbulencias para ensanchar
los límites de sus dominios. El infante Don Enrique, personaje
ambicioso y dominado por la avaricia, no obstante haber alcanzado
desde el primer momento la regencia á que aspiraba durante
la minoridad del rey, se alió más de una vez con los enemigos
de éste, ó no se opuso á ellos con la energía que era
debida, procurando en primer término para sí y concertándose
con los moros de Granada para venderles la plaza de Tarifa y
no hacerles la guerra. Muchos nobles, valiéndose del estado del
país, mostraron su condición mezquina y bulliciosa, ora levantándose
contra el rey y variando á cada paso de partido; ora
traicionándole, ó defendiéndole tibiamente, ora pidiendo en
pago de su lealtad nuevas mercedes sin cuya concesión se tornaban
en enemigos; al paso que las ciudades, engañadas ó atraídas
por el infante Don Juan, por los la Cerda y otros, negaban
también con frecuencia la obediencia á Fernando IV y le cerraban
las puertas cuando iba á ellas, como sucedió con Valladolid,
Salamanca y Segovia. Hubo noble, como Don Fernando Ruiz
de Castro, que se ofreció al rey con su gente á cambio de obtener
en juro de heredad el castillo de Monforte de Lemus, y
así que obtuvo la donación abandonó el ejército volviéndose á
sus tierras. Llegó ocasión en que Don Fernando IV (ó, por mejor
decir, sus fieles) sostenía guerra con el rey de Portugal, el
de Aragón (apoderado del reino de Murcia), el de Francia, que
DOÑA MARÍA DE MOLINA Y FERNANDO IV 593
amenazaba por Navarra, el infante Don Juan, dueño de León, y
los moros de Granada, sin que pudiera fiar mucho en la constancia
de los que estaban á su lado, empezando por el citado
Don Enrique. En medio de tanto peligro, la reina viuda, tutora
de su hijo y gobernadora ó regente i la vez de Don Enrique,
no perdió el ánimo ni la serenidad. Procuró irse atrayendo á
las ciudades con donaciones ó promesas de fueros y privilegios,
con su política dulce y el prestigio enorme de su palabra y de
su presencia; desarmar á los nobles sublevados, ya haciéndoles
concesiones, ya interesándolos por otros medios; apartar de la
alianza con los rebeldes al rey de Portugal, no obstante las
continuas infidelidades de éste, que sólo procuraba ir ganando
villas para sí; evitar que Don Enrique vendiese la villa de Tarifa;
aplacar al rey de Aragón y sostener sin descanso la lucha,
pidiendo y logrando subsidios de las Cortes y en especial de
los Concejos, vendiendo sus propias joyas y sacrificándose
de continuo. Así pudo llegarse á la mayoría de edad del rey
(1303), declarada á los 16 años; y aunque no cesaron por completo
las guerras, rebeliones parciales y conflictos con Aragón,
la más grave dificultad estaba vencida, habiendo logrado que
Don Juan prestase obediencia al rey y el de Portugal se aplacase.
Don Fernando, dando oídas á sus favoritos de entonces,
antes enemigos suyos (el infante Don Juan entre ellos), se mostró
ingrato con su madre, pidiéndole cuentas de la inversión
de los fondos públicos y tomando graves determinaciones políticas
sin su consejo y contra su parecer. De éstas fué el arreglo
con el rey de Aragón, que señaló como límite de ambos
Estados por la parte de Murcia, el Segura, quedando para
Castilla la capital y todo el lado derecho, en lo cual perdía
Don Fernando, si bien terminaba la guerra. A la vez se consiguió
calmar á Don Alonso de la Cerda, concediéndole muchas
villas y lugares.
Entonces pensó el rey en guerrear con los moros, y lo hizo
así aliado con el de Aragón, que dio naves y soldados, atacando
á Almería, Gibraltar y Algeciras; pero sólo se logró entonces
conquistar la segunda de estas plazas, firmándose paz
con los moros á condición de la entrega de las villas de Quesada
y Bezmar, con sus castillos y 50,000 doblas. Apenas ter594
HISTORIA DE ESPAÑA
minada esta guerra, el infante Don Juan, siempre artero, promovió
dos nuevas rebeliones, que hizo fracasar Doña María,
celosa del bienestar de su hijo no obstante la ingratitud y apartamiento
de éste.
De nuevo pensó Don Fernando el ir contra los moros, apeteciendo,
sobre todo, la plaza de Algeciras. Mandó armar una
gran escuadra, al paso que sus tropas cercaban Alcaudete; pero
cuando se dirigía hacia allá, cayó enfermo y murió.
Respecto de esta muerte corrió una leyenda de la cual procede
el apelativo de El Emplazado, dado á Fernando IV. Cuéntase
que éste hizo despeñar en Martos á dos hermanos llamados
Carvajal, por creerlos autores del asesinato de un noble favorito
suyo, no obstante protestar ellos de su inocencia; y que,
habiéndole emplazado ante el tribunal de Dios por la injusticia
que cometía, en el término de treinta días, al cumplirse éste
hallóse al rey muerto en su cama. No hay testimonio verídico
que certifique ni aun de la pura existencia de los hechos que se
mencionan en esta leyenda.
376. Alfonso XI.—Nueva minoridad anárquica. —Dejó
Fernando IV un hijo de apenas un año de edad, llamado Alfonso;
y como las causas que habían engendrado las turbulencias
de pasadas minoridades subsistían aún, se repitieron aquéllas,
primero por cuestión de la regencia, que apetecían muchos,
hasta que fueron nombrados en Cortes cuatro regentes: los infantes
Don Pedro y Don Juan, tíos del rey; la madre de éste
y su abuela, la ilustre Doña María de Molina, cuya prudencia y
sagacidad política salvaron al nieto de graves peligros, confiándolo
á los caballeros de Avila y luego á los de Valladolid,
que le permanecieron fieles. Habiendo muerto los cuatro regentes,
la lucha se renovó por causa de la tutoría, ejercida por
los infantes Don Juan Manuel y Don Juan el Tuerto (es decir,
el contrahecho, hijo del que sitió á Tarifa en tiempo de Don
Sancho IV). Los caballeros de Valladolid, que tenían en guarda
al rey, lo declararon de mayor edad apenas hubo cumplido los
catorce años (1325); y tales habían sido los trastornos sufridos
por el país hasta entonces, que el rey halló «el reino muy despoblado
», según dice la Crónica, porque «todos los ricos-hombres
vivían de robos y de tomas que hacían en la tierra; y, adeIMPORTANCIA
DEL REINADO DE ALFONSO XI 595
más, los tutores echaban muchos pechos desaforados; y por
estas razones vino gran mermamiento de las villas del reino».
Don Alfonso, no pudiendo cortar los abusos y las sublevaciones
por los medios ordinarios, acudió al muy admitido entonces
del .engaño, único posible en aquella época de continua traición
y de espíritu anárquico: llamó á su palacio, bajo pretexto de
avenencia, al infante Don Juan, y como hicieron en casos ana
logos su padre y su abuelo, lo mandó matar. Realizó lo mismo
con otros revoltosos, y esto intimidó á los restantes, incluso á
Don Juan Manuel, sometiéndose todos á Don Alfonso.
377. Invasión africana.—Apenas conjurados los peligros
de la anarquía, estalló otro de diferente género, pero también
muy grave. Los moros de Granada, que aprovechándose
del estado interior de Castilla no cesaban de hostilizar la
frontera—tanto que en la minoridad de Alfonso XI murieron
en la guerra con ellos los infantes Don Pedro y Don Juan,—
buscaron de nuevo la alianza de los Benimerines africanos, y
éstos desembarcaron en la Península con gran ejército, apoderándose
de la plaza de Gibraltar. La escuadra castellana fué
derrotada por dos veces, y, si bien cerca de Lebrija el ejército
español alcanzó victoria sobre el de los africanos, la situación
era, en conjunto, de las más apuradas. Uniéronse entonces los
reyes de Castilla, Aragón y Portugal, y marcharon juntos en
socorro de Tarifa, sitiada por benimerines y granadinos. A orillas
del río Salado dióse una gran batalla, favorable á los cristianos,
y cuyo resultado fué que huyera el rey de Granada y los
Benemerines se volviesen al África, sin intentar de nuevo desembarcos,
aunque conservaron en Andalucía algunas plazas,
como Ronda. Alfonso XI atacó en seguida la'plaza de Álgeciras,
tomándola con auxilio de la escuadra, y trató también de
recuperar la de Gibraltar; pero habiéndose desarrollado durante
el sitio una epidemia de las que tan frecuentemente se presentaban
entonces en los ejércitos—merced á la falta de aseo, de
alimentación, etc.,—el rey enfermó gravemente, y al cabo murió
(1350).
378. Importancia del reinado de Alfonso XI.—Excepción
hecha de la batalla del Salado, parece, á juzgar por los acontecimientos
externos que van narrados, no haber sido el reinado
59Ó HISTORIA DE ESPANA
de Alfonso XI más importante (incluso en lo político) que el de
sus dos inmediatos predecesores. No fué así, realmente. La
gran labor de Alfonso XI, una vez vencidas las turbulencias de
su minoridad, fué la organización política y administrativa del
país, continuando el pensamiento y la obra de su bisabuelo
Alfonso X con mejor fortuna que éste y en un grado muy extenso,
según explicaremos en su lugar oportuno. Y aun cuando
no logró el nuevo rey extirpar la raíz de la anarquía, que renació
en reinados posteriores poniendo en grave peligro á Castilla,
echó los cimientos de la obra jurídica que había de permitir
futuros progresos.
Su política externa logró también la definitiva incorporación
de Álava á Castilla (1332), mediante la condición de respetar
los Fueros ó leyes privativas de aquella comarca.
379- Don Pedro I.—La nobleza, la familia Real y los bastardos.—
Alfonso XI dejó al morir un hijo legítimo y varios
bastardos, habidos éstos en su relaciones con una dama de
Sevilla llamada Doña Leonor de Guzmán, favorita del rey durante
veinte años; no sin que la esposa de Don Alfonso y el padre
de ella, que lo era el rey de Portugal, promoviesen graves disgustos
que á poco si llegan á la guerra entre Portugal y Castilla.
Los bastardos eran cinco: Don Enrique, Don Fadrique,
Don Fernando, Don Tello y Don Juan, poseedores de señoríos
é investidos de títulos y honores, como el de Conde de Trastamara
el primero, y Maestre de la Orden de Santiago el segundo.
La sola circunstancia de existir esta división de linajes en la
familia real, era ya, cuando menos, condición de posibilidad
para grandes luchas. Y así ocurrió, en efecto. La reina madre,
apenas enterrado su esposo, halló ocasión propicia para vengarse
de su rival Doña Leonor, é hizo que Don Pedro la mandase
prender. Semejante venganza había de producir la natural
reacción en los hijos de Doña Leonor y en los que favorecieron
las relaciones de ésta en vida de Don Alfonso XI.
Ya la propia Doña Leonor y sus hijos y parciales se habían
adelantado á los sucesos, refugiándose (cuando aun no había
recibido sepultura el rey difunto, y como recelando y preparándose
á resistir) en diferentes castillos y plazas fuertes·
DON PEDRO I 597
De todos ellos, era el bastardo Don Enrique—juntamente
con su pariente Don Pedro Ponce de León, alcaide de Algeciras—
quien más aire de ofendido parecía tener, aunque sin demostrar
intento de rebelión, como en la corte se temía; tanto,
que pronto se formalizó una reconciliación- entre él y Don
Pedro, volviendo también á la gracia del rey los deudos de
aquél; y por el pronto, aunque se prendió, como hemos visto,
á Doña Leonor, sus hijos mostráronse sumisos y aun recibían
mercedes de Don Pedro. Duró esta paz bien poco: por una
imprudencia de Doña Leonor, acrecieron los rigores contra
ella, y aun parece que se trató de prender á Don Enrique,
pues éste huyó con algunos amigos á Asturias, donde tenía
grandes posesiones y riquezas.
Por su parte, los nobles, amigos ó no de los bastardos, seguían
ofreciendo grave motivo de intranquilidad, ora por sus
ambiciones, ora por su descontento de ver que el rey favorecía
sobre todos á un noble de origen portugués, Don Juan Alfonso
de Alburquerque, su favorito y consejero principal, según hemos
dicho; aparte de proseguir en la anárquica costumbre de
tomarse la justicia por su mano y de atropellar al débil siempre
que les convenía. Lo mismo sucedía con los prelados y señores
eclesiásticos. Así, en el mismo primer año de su reinado, tuvo
Don Pedro que amonestar al obispo de Plasència por haber
atropellado con fuerza de armas al prior é iglesia de Guadalupe,
produciendo ó tolerando muchos desafueros y apoderándose de
bienes del templo. Una grave enfermedad que sobrevino á
Don Pedro hizo resaltar aún más este peligro; pues, creyendo
que moriría, empezaron los nobles á disputar por la sucesión,
apoyando unos (por no tener hijos Don Pedro) á Don Fernando
de Aragón, marqués de Tortosa, sobrino de Alfonso XI, y otros
á Don Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya, descendiente
de los la Cerda y hombre poderosísimo. Adviértase que nadie
pensó por entonces en invocar la candidatura de los bastardos,
ni éstos hicieron gestión alguna en este sentido. Todo terminó
con sanar el rey, y morir á poco Don Juan Núnez de Lara;
pero, como ocurriese casi en seguida el asesinato de Doña Leonor,
ordenado por la reina viuda (no se sabe si mediando consentimiento
de Don Pedro, que era entonces casi un niño, pero
i 38
598 HISTORIA DE ESPAÑA
seguramente con la complicidad del favorito de éste Don Juan
Alfonso de Alburquerque) volvieron á señalarse causas de próximos
y graves disturbios, aunque por de pronto y aparentemente
los bastardos, excepto Don Enrique, se sometieron
ahogando su pena.
380. Luchas con la nobleza y con los bastardos.—Ni los
nobles de aquellos tiempos eran materia dispuesta para la tranquilidad
y sumisión, ni Don Pedro hombre que les aguantara
osadías ni turbulencias. Antes bien, su natural rígido é impetuoso
le llevaba á la represión inmediata y enérgica, en la
forma cruel que habían ejercitado ya su padre y abuelo. Con
esto, no tardaron en producirse choques. Fué el primero con
Garcilaso de la Vega, noble de Burgos, y algunos ciudadanos
de esta población, que habían promovido revueltas y muerto á
un oficial recaudador del rey. Garcilaso era, además, hombre
altanero, partidario del de Lara y enemigo de Alburquerque.
Algunas imprudencias suyas motivaron su prisión y muerte,
así como la de tres burgueses, huyendo muchos otros por
miedo del rey. Poco después otro noble, Don Alfonso Fernández
Coronel, señor de Aguilar, se rebeló abiertamente contra
el rey (aunque so color de enemistad y temor de ser maltratado
por Alburquerque), buscando alianza con otros nobles y con los
moros de Granada y Africa. Don Pedro sitió á Aguilar, la
tomó é hizo matar á Coronel y á los principales caballeros que
le apoyaban, declarando realenga la villa para siempre.
Por su parteólos bastardos empezaron á promover disturbios,
aunque siempre con la bandera de ir contra el favorito
Alburquerque. Así, Don Tello saqueó á los feriantes de Burgos
que iban á Alcalá, huyendo después á Aragón, mientras Don
Enrique amotinaba á los de Asturias. Don Pedro le atacó en
Gijón, y al cabo, habiéndose apoderado de la mujer del bastardo
y pidiendo éste la paz, se la concedió otorgándole la devolución
que pedía de todos los lugares, castillos y tierras
embargados por el rey y pertenecientes al propio Don Enrique,
á su esposa y á la difunta Doña Leonor. Como se ve, Don
Pedro se mostraba muy condescendiente con su hermano,
buscando antes la tranquilidad del país que la venganza particular,
no obstante los agravios recibidos.
LA LIGA CONTRA LOS PADILLA Y CONTRA EL REY 599
381. Don Pedro, Doña Blanca de Borbón y Doña María
de Padilla. — En 1353 casó Don Pedro con Doña Blanca de
Borbón, de la familia real de Francia, casamiento negociado
por Alburquerque y la reina madre. Pero, con anterioridad,
Don Pedro había entrado en relaciones (favorecidas por el propio
Alburquerque) con una hermosa dama de buena familia, llamada
Doña María de Padilla; y tan vivo fué desde luego su
amor por ella, que por todas partes iba con Doña María, dando
sin rebozo pública muestra de aquellos amores, como ya hiciera
su padre Alfonso XI respecto de Doña Leonor. Tan ciego
estaba, que, aproximándose la ocasión de la boda con Doña
Blanca, tuvo Alburquerque que ir á arrancarle de brazos de
Doña María; pero Don Pedro, más atraído, á lo que parece, por
su concubina que por su legítima mujer, concibió y realizó el
indiscreto propósito de abandonar á ésta, fugándose de palacio
á los tres días de casado, para ir á reunirse con la Padilla. Semejante
hecho promovió en Valladolid, donde estaba la corte,
gran alboroto. Muchos nobles, entre ellos los bastardos, fuéronse
á buscar al rey adhiriéndose á su conducta, por pensar
que mediante ella se mermaba el poder de Alburquerque; otros
la desaprobaron, retirándose á sus posesiones, como el gallego
Don Fernando de Castro. Alburquerque, receloso del rey, se
refugió primero en Valladolid y luego en los Carvajales, cerca
de la frontera portuguesa, seguido de otros como el maestre de
Calatrava, que se acogió á sus tierras. Don Pedro, persistiendo
en sus propósitos y extremándolos, entregado por completo
á Doña María y á los parientes de ésta, que eran ahora
los favoritos, hizo trasladar en condición de presa á Doña
Blanca á la fortaleza de Arévalo y cambió todo el personal de
la corte, al paso que tenía recelosos á muchos nobles por haber
intentado matar alevosamente á varios de ellos, salvados gracias
á Doña María. El que no se salvó fué el maestre de Calatrava,
amigo del de Alburquerque, á quien el rey atrajo á Almagro
con promesas de seguridad, haciéndole luego prender, despojándole
del Maestrazgo y dejando sin castigo al nuevo Maestre
Don Diego García de Padilla que hizo asesinar al preso.
382. La liga contra los Padilla y contra el rey.—Poco
después declaró el rey la guerra á Alburquerque, teniéndolo
6oo HISTORIA Da ESPAÑA
por rebelde; y el antiguo favorito contestó á ella conviniéndose
con los bastardos Dem Enrique y Don Fadrique para realizar
un levantamiento que arrancase la corona á Don Pedro y
la pusiese en cabeza de un hijo del rey de Portugal, nieto de
Sancho IV; el cual, si aceptó en un principio, rechazó luego la
candidatura por recomendación de su padre.
Intervino en esto el Papa (tal vez á instancias de los caballeros
franceses que acompañaron á Doña Blanca y que se volvieron
á su país airados por la conducta de Don Pedro) para
procurar que el rey volviese á unirse con su esposa legítima;
pero Don Pedro, no sólo desoyó las amonestaciones del Pontífice,
sino que concertó y celebró matrimonio con Doña Juana
de Castro, viuda de noble linaje, alegando que el contraído con
Doña Blanca era nulo, y hallando sin gran dificultad dos obispos
(el de Salamanca y el de Ávila) que, por temor ó por ambición,
declararon esa nulidad. Pero el rey, al día siguiente de
su casamiento, abandonó á Doña Juana, como había hecho con
Doña Blanca, no sin que el Papa censurase duramente este
hecho, mandara formar proceso canónico contra los dos mencionados
obispos y amenazase con la excomunión al rey.
Entretanto, la sublevación de Alburquerque y los bastardos
tomaba fuerza, habiéndose unido á ello« el noble gallego Don
Fernando de Castro y otros muchos. El pueblo de Toledo, á
donde el rey había hecho trasladar á Doña Blanca, condolido
de la triste situación de ésta se sublevó igualmente, arrastrando
con su ejemplo á otras poblaciones; al paso que se apartaban
del rey no pocos señores y hasta los mismos infantes de Aragón,
que en un principio le ayudaron. Todos pedían que dejase
á la Padilla y cesara el favor de que gozaban los parientes
de ésta; designio en que (mezclada con sentimientos de piedad
hacia la reina Doña Blanca, sólo verdaderos en algunos) iba, al
fin y al cabo, una pura lucha por la privanza del rey. Después
de varios sucesos é intentos de avenencia que hicieron los nobles
sublevados, insistiendo en su pretensión y protestando á
la vez de su respeto al monarca—no obstante haber muerto entonces
Alburquerque y haberse atribuido su muerte á envenenamiento
mandado por Don Pedro,—decidieron aquéllos, animados
por la propia madre del rey, tomar una resolución enérgica;
PRIMERA Y SEGUNDA GUERRA CON ARAGÓN 6oi
y fué requerir al monarca para que acudiese á conferenciar con
ellos en Toro, y, una vez que Don Pedro llegó á la cita, le prendieron,
repartiéndose las principales dignidades de palacio y
arreglando el gobierno del reino á su gusto, sin contar con el rey
y aun vejándole no poco, y sin guardarle los respetos debidos, no
permitiéndole ni siquiera hablar con las personas que él deseaba.
Pero al cabo produjéronse entre los mismos sublevados desavenencias,
aprovechándolas las cuales logró Don Pedro escapar de
Toro con algunos de ellos. Este hecho causó gran consternación
entre los rebeldes, que se desbandaron. Don Pedro reunió tropas
y acometió á los que aun resistían, entre los que eran principales
los dos bastardos Don Enrique y Don Fadrique, quienes,
en venganza de una derrota sufrida en la sierra de Ávila, retrocedieron
á Toledo y allí incendiaron y saquearon brutalmente
la judería, degollando á muchísimos habitantes de ella.
Don Pedro llegó tras ellos y recobró á Toledo y luego á
Toro, castigando con la muerte en uno y otro punto, y con terrible
crueldad, á multitud de rebeldes, algunos de ellos á los
pies de la misma reina madre, quien maldijo á Don Pedro; á
pesar de lo cual, éste la perdonó. El resultado de todo esto fué
que, aterrorizados los rebeldes, terminase la lucha, refugiándose
Don Enrique en Francia, sometiéndose Don Fadrique y Don
Tello y retirándose á Portugal la reina madre, la cual murió á
poco, en 1357, no sin que se corriese la voz de que su mismo
padre la había hecho matar para concluir con el escándalo que
parece daba aquélla con su conducta poco recatada.
383. Primera y segunda guerra con Aragón.—Nuevas
crueldades de Don Pedro.—Quedó por el pronto pacificada
interiormente Castilla; pero no tardó eii producirse nueva guerra
exterior con Aragón. La causa ocasional de ella fué que
una escuadrilla de buques catalanes se apoderó en aguas castellanas,
y á presencia misma del rey, de dos naves italianas—á
pretexto de haber guerra entre Aragón y Genova—menospreciando
groseramente el ruego que Don Pedro hizo al jefe de
aquélla para que abandonase la presa; pero las verdaderas é íntimas
causas de la lucha residían en anteriores y repetidos
agravios entre ambos reyes y en el carácter violento de ambos,
poco leal también el de Aragón. La guerra duró poco por en6θ2
HISTORIA DE ESPAÑA
tonces, ajustándose una tregua por un año (i 357). Don Enrique
el bastardo y otros nobles castellanos que estaban con él en
Francia, ayudaron al de Aragón.
Los recelos entre ambos monarcas seguían en pie, no obstante;
y al paso que Pedro de Aragón buscaba por todas partes
auxiliares y aliados para la futura lucha, Pedro de Castilla,
desconfiando de los que le rodeaban y temiendo traiciones ó
castigando otras antiguas, prosiguió con sus crueles matanzas,
de que fueron víctimas ahora: el bastardo Don Fadrique, por
creerlo en tratos con su hermano el de Trastamara; su primo
el infante Don Juan, que deseaba el señorío de Vizcaya, y
muchos señores y caballeros de Córdoba, Salamanca y otros
puntos.
La muerte de Don Fadrique encolerizó tanto á su hermano,
que continuaba en Aragón, que sin respetar la tregua entró en
tierras de Castilla, al paso que el infante Don Fernando—hermano
del Don Juan asesinado por el rey—atacaba por el lado
de Murcia. Don Pedro hizo grandes preparativos para llevar la
guerra por mar, auxiliándose con galeras del rey de Portugal y
el de Granada. Intervino el Papa, deseoso de que se concertase
la paz; pero halló grandes dificultades en el de Aragón, no
obstante que el de Castilla se allanaba bastante. Irritóse Don
Pedro con la mala fe de su enemigo, y nuevamente vino á expresar
su ira con muertes de personas principales, como su tía
Doña Leonor, madre del infante Don Fernando; Doña Juana
de Lara, mujer de Don Tello, y la hermana de ésta, Doña Isabel.
A estas muertes siguieron las de dos hermanos bastardos
del rey, hijos de Doña Leonor de Guzmán: Don Juan y Don
Pedro. La guerra se siguió por tierra y por mar, con diferentes
vicisitudes, no sin que sufriese Don Pedro traiciones de parte
de alcaides y caballeros suyos, por lo cual hizo dar muerte á
varios. Al cabo, una derrota sufrida en Nájera por el bastardo
Don Enrique hizo posibles las negociaciones de paz, acogidas
ahora por el rey de Aragón; pero no llegaron á realizarse, continuando
la guerra hasta Mayo de 1361, en que terminó por
convenio, interviniendo un legado del Papa. Don Enrique y
su gente se retiraron á Francia. Poco después de esto ocurrió
la muerte de la reina legítima Doña Blanca, según se cree por
LAS COMPAÑÍAS BLANCAS 603
mandato de Don Pedro, y la de Dofia María de Padilla, ésta
última, dolorosamente sentida por el rey.
384. Guerra con los moros.—El rey Bermejo.—Nueva
guerra con Aragón.—Aprovechando turbulencias ocurridas
en Granada, cuyo trono había usurpado un reyezuelo llamado
Abu-Said ö el Bermejo, comenzó Don Pedro á guerrear con
los moros, unido al rey destronado Mohámed V, con quien, en
pago del auxilio, estipuló ventajas materiales. La guerra duró
poco, presentándose á Don Pedro el propio Abu-Said y confiándose
á él; pero Don Pedro, aunque lo acogió al principio benévolamente,
lo despojó en seguida de sus riquezas y lo mató por
su propia mano, en venganza de haber Abu-Said años antes
ayudado al rey de Aragón. Contra éste, cuya mala fe era
constante, á pesar de que aparentaba querer ayudar al de Castilla,
rompió nuevamente hostilidades Don Pedro. Apenas estalló
la guerra, el infante Don Enrique acudió de nuevo á la
alianza con el de Aragón, firmando ambos un convenio (1363)
en que por primera vez se muestra el de Trastamara como pretendiente
á la Corona de Castilla; y aunque llegó á concertarse
paz muy pronto entre los dos reyes, no fué ésta duradera, y
el de Aragón se convino nuevamente con el bastardo para
ayudarle en la conquista, mediante la entrega, cuando esto se
consiguiese, del reino de Murcia y de varias plazas importantes
cercanas á la frontera con Aragón. La guerra siguió, especialmente
por la parte de Valencia y Murcia, buscando Don Enrique
y el de Aragón alianzas con que aumentar sus fuerzas.
385. Las Compañías blancas.—Victorias de Don Enrique.—
De estos auxiliares fueron las célebres Compañías blancas
ó mesnadas de aventureros que á la sazón infestaban la Francia
y con las cuales había combatido Don Enrique. Concertáronse
con ellas el de Trastamara y el rey de Aragón, y ayudaron
á su propósito de que vinieran á España, el propio rey de
Francia y el Papa (residentes en Avifión), quienes deseaban quitarse
de encima tan incómodos huéspedes, á tal punto que el
mismo Papa les dio cien mil florines en oro. El de Aragón, por
su parte, les dio otros cien mil, y además el derecho de todo el
pillaje ó botín que hallasen en Espafla, á condición de que no
habían de combatir lugar ni fortaleza alguna pertenecientes á
6o4 HISTORIA DE ESPAÑA
aquel monarca. A pesar de este pacto, y de los grandes honores
que el rey de Aragón hizo al jefe de las Compañías, dándole
también el título de conde de Borja, los aventureros cometieron
grandes tropelías, robos, muertes é incendios en Barbastre
y otros pueblos de Aragón. Formaban las Compañías
gentes de todas procedencias (alemanes, gascones, españoles,
ingleses, etc.), aventureros acostumbrados á la guerra, pero
con poca disciplina. Dirigíalas Beltran Duguesclín (caballero
francés que antes había combatido contra ellas en Francia),
junto con varios señores importantes, franceses é ingleses. A
Don Enrique acompañaban también varios nobles castellanos y
aragoneses, y con ellos, habiendo tomado á Calahorra, se hizo
proclamar rey de Castilla en 16 de Marzo de 1366.
Como si este hecho hubiese sido prenda de victoria, Don
Enrique ganó sucesivamente á Burgos (donde se coronó), Toledo
y Sevilla. Don Pedro tuvo que huir á Galicia, y de allí á
Bayona de Francia. Don Enrique se apresuró á despedir á las
Compañías, aunque quedaron algunas, con Beltrán y otros caudillos.
386. Nuevas alianzas de Don Pedro.—Derrota de Don
Enrique.—Nlontiel.—Don Pedro buscó y halló en tan apurado
trance el auxilio de los ingleses y del rey de Navarra, siéndole
preciso acudir á este apoyo en fuerzas extranjeras, porque la
mayoría de los nobles (si se exceptúan algunos de Galicia) y
la masa del pueblo, ó se habían declarado por Don Enrique, ó
se habían sometido á él después de la victoria. Don Pedro no
consiguió aquellas alianzas graciosamente: hubo de prometer
la cesión de Guipúzcoa, Álava, Logroño, Fitero, Calahorra y
Alfaro al rey de Navarra y la de Bermeo, Lequeitio, Bilbao,
tierra de Castrourdiaíes, y otros muchos castillos, territorios,
villas y aldeas. De las fuerzas auxiliares, sin embargo, sólo
pudo contar luego con las de los ingleses, cuyo príncipe de
Gales ó heredero de la Corona, vino personalmente á dirigir
la lucha. En cuanto al rey de Navarra, no cumplió los pactos.
La campaña fué, al principio, favorable á Don Enrique; pero
á poco sufrió una terrible derrota en los campos de Nájera,
que le obligó á huir á Francia. Don Pedro, á pesar de la protección
caballerosa que el príncipe de Gales quiso dar á los
ENRIQUE II 605
prisioneros, mató á varios de éstos y se empeñó en que le fueran
entregados otros, cosa que disgustó mucho al inglés. Don
Pedro no por esto dejó de ordenar muertes en Toledo, en
Córdoba y en Sevilla. Disgustado cada vez más con ello el
príncipe de Gales (y también por no pagar Don Pedro á sus
soldados ni ponerle en posesión de las villas prometidas) se
volvió á Francia, á tiempo que muchas poblaciones de Castilla
se sublevaban contra Don Pedro, y Don Enrique entraba nuevamente
en España para proseguir la lucha, reuniendo en favor
suyo los votos de la mayoría; y es de notar que por entonces
apeló el bastardo al recurso (muy repetido en la historia)
de dar color religioso á la guerra, acusando á su hermano de
hereje por haber buscado alianza con los moros de Granada.
Don Enrique fué nuevamente afortunado en su campaña, que
terminó bien pronto con derrota de Don Pedro en los llanos
de Montiel. Refugióse el rey en el castillo, donde lo sitió Don
Enrique. Buscando la salida, propuso aquél á Duguesclín que
se la facilitase, y éste se negó al pronto, por no ser infiel á su
señor; pero luego, por instigación del bastardo, fingió ceder y
atrajo á su tienda á Don Pedro y varios caballeros leales, quedando
todos prisioneros. Sobrevino entonces Don Enrique, el
cual acometió á su hermano; y trabándose la lucha cuerpo á
cuerpo, si bien cayó aquél debajo, ayudado luego por el vizconde
de Rocaberti ó algún otro parcial, logró sobreponerse
y mató á Don Pedro (23 de marzo de 1369). Así terminó la
guerra civil y el reinado de Pedro I, llamado el Justiciero y el
Cruel.
387. Enrique II.—Luchas en el interior y en el exterior.
—Aunque con la muerte de Don Pedro la mayoría de los nobles
y de la población castellana se sometió al bastardo, quedaron
todavía fieles á la memoria del rey legítimo Carmona,
Ciudad Rodrigo, Zamora, Molina y otros lugares, que se
sublevaron contra aquél, á la vez que el de Aragón alegaba
pretensiones á ciertas villas y el de Portugal entraba en Galicia
como defensor de las hijas de Don Pedro. Don Enrique luchó
contra el de Portugal en primer término, logrando ventajas
por parte de tierra, si bien la escuadra portuguesa asoló las
costas andaluzas. Rindió luego á Zamora y Carmona, y, fal6o6
HISTORIA DE ESPAÑA
tando á lo pactado en la rendición, hizo matar al alcaide de
esta última plaza, Martín López de Córdoba, guardador de dos
hijas de Don Pedro, que fueron puestas en prisión.
Aunque de momento se vio obligado á pactar la paz el rey
de Portugal, pronto la rompió nuevamente, y Don Enrique
tuvo que luchar otra vez con él, con el de Navarra y con los
rebeldes de Galicia, á la vez que, para ayudar á su amigo
el. rey de Francia, enviaba á las costas de la Guyana una
escuadra que derrotó á la de los ingleses, con prisión del almirante
de éstos, conde de Pembroke. No hubo de guiar á Don
Enrique en esta guerra solamente el deseo de ayudar al rey de
Francia en sus luchas con los ingleses. También le movía el
propio interés, puesto que los príncipes ingleses eran ya, por
entonces, un peligro para el nuevo rey de Castilla. Procedía
este peligro de haber casado dos de los hijos del rey de Inglaterra,
el duque de Lancaster y el de York, con dos hijas de
Don Pedro I y Doña María de Padilla, llamadas Doña Constanza
y Doña Isabel. El duque de Lancaster, apoyado en esta
unión, y con el beneplácito de su padre Eduardo III, que fué
amigo de Don Pedro, alegó derechos á la corona de Castilla y
se tituló rey de ella en unión con su mujer, Doña Constanza.
En este sentido declaró la guerra á Don Enrique, quien, como
hemos visto, llevó ventaja al principio en la batalla naval mencionada
y en otra posterior. Poco después, obtenía nuevos
triunfos contra el rey de Portugal, llegando á sitiar á Lisboa y
obligándole á pedir la paz; con lo cual pudo dirigirse contra el
rey de Navarra (logrando igualmente reducirlo á buena amistad)
y luego contra el duque de Lancaster, que amenazaba invadir á
Castilla. Don Enrique pasó el Bidasoa y llegó á sitiar, aunque
sin éxito, á Bayona; y poco después afirmaba su alianza con
los reyes de Aragón y Navarra, mediante el casamiento del
infante de Castilla, Don Juan, con una hija de Don Pedro de
Aragón, y el del infante Don Carlos de Navarra con una hija
de Don Enrique. En el mismo año, habiéndose pactado tregua
por mediación del Papa entre los reyes de Francia y de Inglaterra,
se hizo extensiva á Castilla por un año (2 de Agosto
de 1375). Con esto, y lá paz renovada en igual época con los
moros de Granada, comenzó un período de paz que Don EnALIANZA
CON LA CASA DE INGLATERRA 607
rique aprovechó para ir añanzando su dinastía, templando pasados
odios y allegándose amistades, mediante concesión de
privilegios y mercedes, incluso á sus enemigos anteriores.
Todavía se suscitó nueva guerra, si bien de escasa duración,
con el rey de Navarra; y á poco de firmar las paces, murió en
Santo Domingo de la Calzada (Mayo de 1379).
388. Don Juan I.—Guerra con Portugal.—Aljubarrota.—
Sucedió á Don Enrique en el trono su hijo legítimo Don Juan,
quien continuó desde luego la política de su padre, renovando
la alianza con Francia, reuniendo Cortes, otorgando mercedes
y mejorando la legislación. Inicióse nueva guerra con Portugal;
pero, habiendo logrado ventajas en ella Don Juan, se ajustaron
en breve paces, concertándose el matrimonio de la infanta portuguesa
Doña Beatriz con un hijo del rey de Castilla; y habiendo
quedado éste viudo á poco, casó con Doña Beatriz en
vez de su hijo, bajo condición de què, si el rey de Portugal fallecía
sin sucesión masculina, pasaría su corona á Doña Beatriz.
Parecía con esto bien preparada la unión de los dos reinos
occidentales de la Península; pero el amor á su independencia
que tenía el pueblo portugués (en especial la nobleza) y su
animosidad contra los castellanos, hicieron fracasar el intento,
pues en lugar de reconocer lo pactado por su rey difunto, se
sublevó, nombrando rey al Maestre de la Orden de Avis (fundada
á mediados del siglo xn), que tomó el nombre de Juan I.
El rey de Castilla entró en Portugal y puso sitio i Lisboa,
pero tuvo que retirarse por haberse desarrollado gran epidemia
en el ejército. Una nueva invasión produjo la batalla de Aljubarrota,
en que fueron derrotadas las armas de Castilla é imposibilitada
la unión de las dos coronas.
389. Alianza con la Casa de Inglaterra. —Legitimación
de la rama bastarda.—Renovó en esto sus pretensiones el
duque de Lancaster, y ayudado por el rey de Portugal entró
en Galicia y se apoderó de varias poblaciones. Don Juan, en vez
de empeñarse en una guerra de problemáticos resultados, concertó
alianza con el de Lancaster, realizándose el casamiento
de una hija de éste y de Doña Constanza (nieta, por tanto, de
Don Pedro I) con el infante Don Enrique, hijo de Don Juan y
heredero de la Corona. Tomaron los nuevos esposos el título
6o8 HISTORIA DE ESPANA
de Príncipes de Asturias, que desde entonces usan los herederos
del trono.- De este modo se unieron las ramas de los dos
hermanos enemigos, Don Pedro y Don Enrique, legitimándose
la dinastía bastarda. Ocurrió esto el año 1388, y en el mismo
murió prematuramente Don Juan de la caída de un caballo.
390. Nuevas luchas con la nobleza.—La cuestión del Papado.—
El nuevo rey, Enrique III, era de menor edad cuando
murió su padre, y la situación del reino no se ofrecía como la
más á propósito para que la minoría fuese tranquila, sino antes
bien para que se renovasen los tumultos de las de Fernando IV
y otros reyes (§ 575). De una parte, la nobleza—que había cobrado
nuevos bríos al calor de las luchas civiles de Don Pedro
y Don Enrique y de las desmedidas mercedes de éste—mostraba
de nuevo su natural anárquico y ambicioso; de otra, las
cuestiones sociales se habían complicado especialmente en lo
que se refería á los judíos; muy protegidos antes, según sabemos,
perseguidos ahora (no siempre por motivos que tengan
honrada explicación) y maltratados á cada paso por los mismos
infantes (los hermanos bastardos de Don Pedro) y por el pueblo.
Resultado de estos dos grupos de causas, fué que la minoridad
de Enrique III abundase en trastornos. Los regentes
atendieron más bien á su provecho personal que al del reino;
los nobles, divididos en bandos, peleaban entre sí, como el
conde de Niebla y los Ponces en Sevilla, ensangrentando las
ciudades; las matanzas de judíos se sucedían desde 1391, que
empezaron en gran escala en Sevilla, en todas las villas andaluzas
y en Castilla; la desorganización era, en fin, general y grave.
El rey, que no obstante ser débil de complexión (por lo que
se le conoce con el dictado de El Doliente) tenía gran fuerza
de ánimo, apenas se declaró de mayor edad á los 14 años se
apresuró á remediar los males producidos por los regentes y la
nobleza, revocando muchas mercedes desmedidas hechas por
aquéllos en daño del Real Patrimonio, obligando á que fuesen
restituidas rentas y posesiones usurpadas y castigando las banderías
de nobles. Cuéntase, como suceso (más ó menos real)
que pinta gráficamente los abusos de los palaciegos, que un día,
al pedir el rey la comida en Burgos, le fué contestado que no
había nada con qué hacerla ni quien lo fiase, advirtiéndole al
GUERRA CON PORTUGAL Y LOS MOROS Ó09
propio tiempo que aquella misma noche celebraban gran banquete
en casa del arzobispo de Toledo, Don Pedro Tenorio,
varios magnates de los que más habían usurpado rentas de la
Corona. El rey empeñó aquella noche su gabán para comer, y
luego, disfrazado de sirviente, presenció la comida de los nobles.
AI día siguiente los llamó á su cámara y preguntó al
arzobispo cuántos reyes había conocido en Castilla. «Tres,
contestó el prelado. — Pues yo, dijo el rey, con ser más mozo,
he conocido más de veinte, y desde hoy no ha de haber más
que yo». Hizo entonces salir i su guardia y al verdugo y amenazó
á los magnates con quitarles la vida si no restituían al
punto las rentas reales.
391. Guerra con Portugal y los moros. —Relaciones diplomáticas.—
Las Canarias. —Renovóse la guerra con Portugal,
cuyas tropas se apoderaron, sin previa declaración de
guerra, de Badajoz; pero Don Enrique recobró la plaza (1397).
Atendiendo á la necesidad que había de poner coto á las expediciones
de piratas musulmanes, que desde Africa caían constantemente,
asolándolas, sobre las costas españolas, el rey
mandó organizar una expedición marítima contra Tetuán. La
escuadra española forzó la barra del río Martín y destruyó la
ciudad africana (1400), refugio de piratas.
Atendió igualmente Don Enrique á las relaciones diplomáticas;
y por ser entonces soberano poderosísimo y célebre en
Europa el emperador del Mogol y rey de Persia, Tamerlán—
y probablemente también por importar mucho las relaciones
comerciales con Oriente, — Don Enrique envió una embajada
de dos nobles castellanos y luego otra, de que se escribió,
como veremos, una relación muy interesante. Tamerlán acogió
muy bien á los delegados del rey de Castilla, y envió á su vez
una embajada.
El Cisma de Occidente, que afligía á la Iglesia Católica por
entonces, preocupaba, como era natural, á nuestros reyes. Ya
Enrique II había adoptado una actitud neutral, mandando que
se retuviesen las rentas pontificias hasta que hubiese Papa legítimo
y reconocido por todos. Bajo Juan I, la Iglesia española
se había adherido á la causa de Clemente VII, que residía en
Aviñón, contra Urbano VII, que estaba en Roma. Enrique III,
6ι o HISTORIA DE ESPANA
deseando terminar estas cuestiones, se apartó de la obediencia
de Benedicto XIII, sucesor de Clemente VII (no obstante ser
español: el llamado antipapa Luna), por estar contra él la corte
de Roma.
Todavía hubiera llevado la guerra Don Enrique contra los
moros de Granada, á no haber muerto prematuramente (1406).
Don Enrique protegió también la conquista y colonización
de las islas Canarias, que, si bien conocidas (y aun disputadas
desde tiempo de Alfonso XI), no estaban formalmente en posesión
de ningún Estado europeo. En 1402 empezaron la conquista
Rubín de Bracamonte y su primo Juan de Bethencourt,
que juró fidelidad al rey de Castilla; pero luego las cosas tomaron
otro rumbo, según veremos.
392. Minoridad de Don Juan II. —Aun no tenía dos años
cumplidos el heredero de Don Enrique, cuando éste murió.
Parecía lógico que sobreviniera nueva minoridad tumultuosa.
No fué así, gracias á las relevantes condiciones personales del
regente, cuyo cargo recayó ahora en un tío del rey, llamado
Don Fernando. No faltaron al regente sugestiones para que se
amparase del trono, desposeyendo á su sobrino; pero él rechazó
noblemente tales propuestas, y tuvo energía y habilidad bastante
para sortear las dificultades que la misma reina madre
oponía á su gestión, y para sujetar las ambiciones y banderías
de los nobles. Para distraer las fuerzas de éstos y reprimir á
la vez las audacias de los moros — que ya en los últimos días
de Enrique III habían derrotado al Maestre de Santiago—llevó
Don Fernando la guerra contra el reino de Granada, consiguiendo
conquistar la importante plaza de Antequera (1410),
de donde vino al regente el nombre de Don Fernando de Antequera.
Desgraciadamente, no dirigió éste los negocios del reino
durante toda la minoridad de su sobrino. En 1412 fué llamado,
por elección cuyos trámites se estudian en otro lugar (§ 412),
al trono de Aragón, y la regencia pasó entonces á la reina madre
Doña Catalina, cuyo mal influjo no tuvo por fortuna mucho
tiempo para ejercerse, pues murió meses después. Las Cortes
declararon la mayor edad del rey, que contaba ya catorce años.
393. Don Alvaro de Luna.—Luchas con la nobleza.—Era
el rey Don Juan hombre muy entregado á las aficiones literaDON
ALVARO DE LUNA 6ιι
rias, á las diversiones y espectáculos de la caballería y débil é
indeciso de voluntad: con esto, poco apto ni gustoso para el
gobierno de su Estado. Era lógico, pues, que lo confiase á persona
cuya voluntad le dominara y á quien profesase cariño.
Estas condiciones se reunían en un sobrino del arzobispo de
Toledo (Don Pedro de Luna) llamado Don Alvaro, que, llevado
de muy joven á la corte, se había criado casi al lado del
rey. Tan larga relación en edad temprana, el ser Don Alvaro
también amante y cultivador de las letras, y estar dotado de
superiores condiciones de carácter é inteligencia, diéronle gran
ascendiente sobre Don Juan. Este favoritismo exclusivo no
podía tolerarlo la ambiciosa y turbulenta nobleza, contra cuyas
maquinaciones era, también, fuerte obstáculo la energía de Don
Alvaro. Formáronse partidos contra él, acaudillados por dos
primos del rey, Don Juan y Don Enrique, á la vez, enemigos
entre sí. Don Enrique logró apoderarse del rey y tenerlo en su
poder algún tiempo; pero lograron fugarse el rey y Don Alvaro
y deshacerse de los dos caudillos rivales, por haber casado Don
Juan con la heredera del trono de Navarra y Don Enrique con
una hermana del rey. Aun desprovistos de estos jefes, los nobles
continuaron intrigando contra Don Alvaro y constituyeron
una coalición formidable, atemorizado por la cual el rey consintió
en desterrar de la corte á Don Alvaro. El destierro duró
poco tiempo, porque Don Juan no sabía pasarse sin su favorito,
ni hallaba persona que con ventaja le reemplazara.
Se repitió esta escena varias veces, ora cediese Don Juan al
temor de los nobles, ora á su amor por Don Alvaro, el cual,
en los períodos de favor que gozaba, emprendió por dos veces
la guerra contra los moros, logrando en la primera una gran
victoria llamada de la Higueruela (cerca de Granada), y en la
segunda conquistar algunas plazas; pero estos éxitos fueron
perdidos, porque las discordias civiles creaban serias dificultades
interiores y preocupaban ante todo. Al cabo, los nobles, á
quienes apoyaba el príncipe de Asturias (cuyo favorito Don
Pedro Téllez Girón, maestre de Calatrava, era cabeza de los
enemigos de Don Alvaro), se presentaron en franca rebelión,
y fué forzoso que acudiese á castigarla el rey. Dióse batalla en
Olmedo, en la cual fueron enteramente derrotados aquéllos
6 l 2 HISTORIA DE ESPAÑA
ENRIQUE IV 613
(1445); pareciendo con esto que quedaba asegurada la privanza
del de Luna. En todas_ estas contiendas, á partir de 1439,
figuró, al lado de Pon Alvaro, un aventurero español, Rodrigo
de Villandrando, que había hecho famoso y terrible su nombre
en Francia, como jefe de bandas mercenarias que, según los
hábitos de la época, combatían á menudo en provecho propio.
Villandrando, llamado por Don Alvaro,
entró en España en la fecha referida, co η
tres ó cuatro mil hombres. Tomó á Roa,
prestó grandes servicios al rey y asistió á
la batalla de Olmedo. Ya antes había intervenido
en las contiendas del rey de
Castilla con el de Aragón. Villandrando
fué conde de Ribadeo.
La fortuna del privado de Don Juan 11
cambió por la intervención de un nuevo
elemento que el propio Don Alvaro trajo
sin sospechar que había de ser su mortal
enemigo. Fué éste la segunda mujer de
Don Juan, Doña Isabel, infanta de Portugal,
á cuya voluntad se doblegó bien pronto
la débil del rey. Doña Isabel se declaró
enemiga del favorito y trabajó todo lo posible
para derrocarlo, ayudando á la obra
j , ,, r· · ·, \ c r\ FlS· 127.—Don Alvaro de
de los nobles. Consiguió, al fin, que Don Luna, segú„ ,a estatlia
Juan diese orden de prender á Don Al- de su sepulcro.
varo, el cual, si se resistió en un principio,
cedió en cuanto le presentaron una cédula del rey en
que éste le aseguraba el respeto á la persona. No se cumplió
esta promesa. Doce letrados del Consejo Real, enemigos de
Don Alvaro, le formaron causa y le juzgaron (no hallando otros
motivos más serios) como culpable de haber dado hechizos al
rey á fin de dominar su voluntad, con otros insignificantes
cargos en virtud de los cuales fué condenado á muerte. La
sentencia se ejecutó en Valladolid (1453). El rey murió poco
después.
394. Enrique IV.—Nuevas luchas con la nobleza.—Sucedió
en el trono á Juan II su hijo mayor, Enrique IV (1454),
1 39
6i4 HISTORIA DE ESPANA
el cual inauguró su reinado haciendo la guerra á los moros.
Las tropas castellanas llegaron por un lado hasta los muros de
Granada, y por otro se apoderaron de Gibraltar; pero el rey,
influido por ideas humanitarias muy opuestas á la realidad de
los tiempos y á las urgencias del Estado, hizo inútiles estas
victorias,· esquivando encuentros decisivos por temor de que
fuesen muy cruentos. La nobleza, tan mal preparada por.hechos
anteriores á respetar la persona del monarca, halló en esto motivo
para malquerer y despreciar á Enrique IV. Poco después
surgió nueva ocasión de renovar antiguas luchas. Don Enrique,
no logrando sucesión de su primer matrimonio con Doña Blanca
de Navarra, se divorció de ella y casó en segundas nupcias con
Doña Juana, infanta de Portugal. Durante seis años fué también
estéril esta unión, y la voz pública atribuía la culpa á defecto orgánico
del rey, que por esto comenzó á ser conocido con el nombre
de El Impotente. Al cabo de los seis años, dio á luz la reina
una niña, que se llamó Juana,como su madre. La opinión vulgar,
y muchos nobles especialmente, mantuvieron la opinión de que
la princesa nacida no era hija del rey, sino del favorito de éste
y de Doña Juana, llamado Don Beltrán de la Cueva, á quien se
suponía amante de la reina. La especie era imposible de probar,
y lo cierto es que el propio Don Beltrán la desmintió con sus
actos, peleando años después en contra de la misma á quien se
suponía hija suya. Las Cortes juraron por sucesora del trono á
la princesa Doña Juana, comúnmente llamada, en virtud de la
suposición de su origen, La Beltraneja, y también la reconocieron
los dos hermanos del rey Don Enrique, ¡os infantes Don
Alfonso y Doña Isabel.
No se conformaron con esto muchos de los nobles, bien porque
realmente creyesen en el ilegítimo origen de Doña Juana,
bien porque hicieran de esto arma contra el favorito, cuyo
encumbramiento les molestaba, como años antes el de Don Alvaro.
Lo cierto es que formaron una Liga, cuyo objeto era
apoderarse de la persona del rey—como había sucedido tantas
veces ya en Castilla,—y matar á Don Beltrán. Fracasó el plan,
los nobles conjurados se declararon entonces en franca rebelión,
exigiendo por medio de carta de muy insolentes tonos que se
revocase el reconocimiento de Doña Juana como heredera de la
LA LUCHA POLÍTICA 6,5
corona, por no ser hija legítima del rey, con otras pretensiones
de carácter político. Don Enriquecen vez de hacer frente á tan
injuriosa y grave pretensión, se atemorizó ante la actitud de
la Liga, pidió acomodamiento y firmó al cabo la declaración
de heredero á favor de su hermano Don Alfonso, destituyendo
así á Doña Juana y asintiendo tácitamente á su deshonra. El
infante Don Alfonso, á pesar de haber reconocido antes á Dofia
Juana, no tuvo ahora escrúpulo en aceptar el nombramiento en
provecho propio.
395. La lucha política.—Destronamiento de Don Enrique.—
Olmedo.—Aparentemente, la lucha entre el rey y la nobleza
no tenía otro fundamento que la ilegitimidad supuesta de
Doña Juana. En el fondo era más grave, pues confinuaba la
oposición fundamental entre el principio unitario y ordenador
del Estado, representado por el monarca, y el principio anárquico
y perturbador de los señores. Las pretensiones de ellos,
según veremos en el lugar oportuno, eran esencialmente políticas,
imponiendo reformas en la legislación que aumentasen los
privilegios de la nobleza. El mismo Enrique IV lo comprendió
así. Desde un principio trató de crear una nueva nobleza—
como ya hicieron en parte otros reyes—que contrarrestara el
poder de la antigua, por deber al monarca su origen inmediato.
Por desgracia, carecía Don Enrique de condiciones de carácter
para sostener su derecho, y el propio prestigio de la dignidad
real hallábase muy quebrantado á causa de los pasados disturbios
y flaquezas, de que habían salido gananciosos los nobles.
Comprendió el rey, á poco de haber cedido á los de la Liga,
la gravedad que esto entrañaba, y trató de remediarlo (como
hacen, por lo común, los espíritus débiles, cuando pasado el
momento de peligro advierten las consecuencias de su debilidad)
desdiciéndose de ello. Declaró, pues, nulo lo pactado;
pero, Como era lógico, dado el estado de las c"osas, los nobles
no sufrieron esta anulación de su triunfo. La lucha se acentuó
con mayores caracteres políticos. Extremábanse las pretensiones:
se discutía abiertamente la autoridad real. Muchos sacerdotes
(obispos entre ellos) predicaban el derecho de deponer
al rey malo, mientras otros defendían la obediencia pasiva al
monarca. Al fin, los nobles dieron el último paso. Reunidos en
6ι6 HISTORIA DE ESPANA
Avila con el infante Don Alfonso, proclamaron á éste rey y depusieron
á Enrique IV, cuya efigie, colocada sobre un tablado,
fué sucesivamente despojada de los atributos reales, y al cabo
arrojada al suelo.
Semejante desprecio á la persona del rey produjo inmediata
reacción en favor de Enrique IV. Muchas ciudades acudieron
á la defensa de éste; y aunque Don Enrique dilató el venir á
las manos, tratando de negociar arreglos con el marqués de
Villena, jefe de los sublevados y antes favorito del rey, al fin
se dio una batalla en les campos de Olmedo, en que vencieron
las tropas reales (1467).
La guerra continuó, sin embargo, apoderándose los rebeldes
de Segovia, donde estaba la infanta Isabel. La repentina muerte
del infante Don Alfonso, candidato de los nobles (quizá envenenado),
paralizó momentáneamente la obra de la sublevación;
pues, aunque le fué ofrecida la corona á la infanta Isabel, ésta
se negó á admitirla mientras viviera su hermano Don Enrique,
si bien la reclamaba, una vez muerto, por no reconocer la legitimidad
de la Beltraneja.
396. Tratado de Guisando.—Doña Isabel y Don Enrique.—
Sobre la base de esta declaración de Doña Isabel, los
nobles propusieron al rey volver á su obediencia si reconocía
á la infanta como heredera del trono. Se avino á ello Don Enrique;
y reunidos ambos hermanos en el monasterio de Jerónimos
situado en el campo de Guisando, firmóse un tratado en
aquel sentido, por el cual nuevamente confesaba el rey el adulterio
de su esposa. Protestó ésta, como era natural, atacada
juntamente en su honra y en el derecho de su hija, creándose
grave conflicto para Don Enrique. Terminó éste por el rompimiento
del tratado de Guisando, que hizo el rey (1470), en
mucha parte enojado por haber Doña Isabel rechazado el matrimonio
que su hermano le proponía con el rey de Portugal,
y haberse casado con él infante Don Fernando de Aragón
(1469). Todavía mediaron intentos de reconciliación, que no
cuajaron; muriendo en 1474 Don Enrique sin haber resuelto
de una manera decisiva la cuestión de sucesión á la corona:
si bien el último acto positivo de su vida fué la mencionada
revocación del tratado de Guisando y el reconocimiento de
LOS HIJOS DE JAIME I 617
Doña Juana como heredera. Con esto, quedaba planteada la
guerra civil.
397. Guerra civil.—Reconocimiento definitivo de Doña
Isabel.—Apenas muerto Don Enrique, fué proclamada reina
en Segovia Doña Isabel; pero muchos nobles—entre ellos algunos,
como el arzobispo de Toledo, que antes figuraba en el
partido de la infanta—creyeron ilegítima la proclamación y se
levantaron en defensa del derecho de Doña Juana, reconocida
por su padre. Buscóse el apoyo del rey de Portugal, prometiéndole
en matrimonio á Doña Juana, y encendióse la guerra
con ayuda de muchas ciudades que se declararon en favor de
la hija de Don Enrique, no sin que ésta tratara antes de resolver
la cuestión por el arbitraje de una Junta magna de los tres
brazos de Cortes. La lucha fué, sin embargo, ventajosa para
Doña Isabel, cuyos combatientes vencieron en dos importantes
batallas, la de Toro y la de Albuera. El rey de Portugal desistió
de sus pretensiones, y se ajustó á poco 0479) u n tratado de
paz, mediante el que se reconocía por reina á Doña Isabel.
Aunque se concertó igualmente el matrimonio de Doña Juana
con el infante Don Alfonso, niño de pocos años á la sazón, la
hija de Enrique IV prefirió entrar en un convento.
Así terminó la cuestión dinástica y comenzó el reinado legítimo
de Isabel I.
ARAGÓN, CATALUÑA Y VALENCIA
398. Los hijos de Jaime I.—Sabemos ya que Don Jaime
dividió sus reinos al morir, dejando el de Aragón (con Cataluña
y Valencia) á Pedro, tercero de este nombre, y Baleares
á Jaime. De este reparto nació la vida independiente de las
islas durante bastantes años, aunque no se rompieron por completo
los lazos entre Mallorca y la Península, según veremos. Si
por este lado no parece muy sensata la política de Don Jaime
—puesto que lo que más importaba en aquellos tiempos era
concentrar el poder,—debe alabarse su solicitud en procurar
mayor engrandecimiento al reino, casando á Don Pedro con
Constanza, hija del rey de Sicilia, Manfredo. De este matrimonio
derivan los derechos de los reyes de Aragón á parte de
6ι8 HISTORIA DE ESPAÑA
Italia, derechos que tanta influencia ejercieron en la política
militar por muchos años. Con esto, oponía también Don Jaime
una fuerte alianza á la constituida por el matrimonio de la
condesa de Provenza (tierra tan estrechamente ligada á Cataluña,
como hemos visto) con Carlos de Anjou, de la Casa Real
francesa.
399. Política interior de Pedro III.—El primer acto del
nuevo rey fué, al coronarse, afirmar se independencia respecto
del Papa, negando así, conforme á la tendencia dominante en
el pueblo y en la política real, el valor de aquel vasallaje concedido
por Pedro II. Su declaración hace constar que no recibía
la corona del obispo de Zaragoza, porque así fuera necesario,
ni por la Iglesia Romana, ni contra ella.
Apenas coronado, tuvo Pedro III que atender á la lucha
constante contra la nobleza. El primer motivo lo ofreció la discutida
sucesión al condado de Urgel. El rey, que ya se había
señalado siendo infante por su rencor contra los nobles, combatió
al pretendiente Armengol X, si bien esta guerra duró poco,
terminándola un convenio por el cual se declaraba aquél feudatario
de Pedro III. La lucha renació bien pronto por otro lado.
La nobleza catalana se confederó toda contra el rey (1280), no
se sabe á punto fijo por qué causa concreta. El rey sitió á los
sublevados en la villa de Balaguer, ayudado por soldados de
las milicias municipales. En Balaguer había 300 nobles, y al
frente de ellos el conde de Foix. Al cabo, los sitiados, viendo
que el pueblo no los secundaba, se rindieron; y el rey, aunque
tuvo en prisión desde luego á los jefes principales, los soltó bien
pronto, mediante pacto de feudo é indemnización de daños causados.
Por este tiempo, el hermano del rey, Jaime, á quien su
padre dejó el Rosellón y Mallorca, firmó (1278) el reconocimiento
de recibir sus Estados en feudo de Pedro III, á quien
transmitía, para él y sus sucesores, el dominio directo. Esta
declaración no fué bien recibida por los subditos de Jaime, y él
mismo protestó contra ella años después, diciendo que la había
firmado por miedo. Por su parte, Pedro III establecía relaciones
amistosas con Castilla y con Portugal, casando con el rey
portugués Dionis á la infanta Isabel de Aragón, que luego fué
Santa Isabel. La guerra con los moros de Valencia, que seguía
POLÍTICA EXTERIOR 619
empeñada á la muerte de Don Jaime I, como sabemos, la terminó
Don Pedro expulsando á muchos de aquéllos del reino
valenciano.
400. Política exterior.—Túnez.—Sicilia.—Don Jaime I
había sido aliado de El-Mostansir, rey moro de Túnez, el cual
pagaba tributo al de Aragón. Al morir El-Mostansir, fué usurpado
el trono por uno de sus hijos, á quien no correspondía, y
Pedro 111 aprovechó la ocasión para intervenir en la política
tunecina. Envió para esto una expedición (1280) al mando de
un marino siciliano, Coral ó Conrado de Llansa; y el resultado
de ella fué establecer el protectorado de Aragón sobre Túnez,
con el derecho de cobrar un tributo y la mitad de la contribución
sobre el vino, de tener en la capital un alcalde (caballero
aragonés ó catalán) para los cristianos, y cónsules catalanes en
Bugía y Túnez, y que aquél llevase la bandera de las cuatro
barras á la cual había de rendirse iguales honores que á la del
país. Este notable triunfo diplomático, mediante el cual se afirmaba
la influencia aragonesa en Africa, fué el precedente lógico
de nuevos sucesos que tuvieron por teatro el reino de Sicilia.
Comprendía éste la isla así llamada y parte del territorio de
Ñapóles; y, aunque en poder de los hijos del emperador alemán,
Federico III, era disputada su posesión por la Santa Sede, cuya
lucha en Italia contra el poderío de los emperadores alemanes
duró, como es sabido, largo tiempo. Buscando el Papa una manera
de reivindicar el derecho que creía tener á los territorios
sicilianos, los ofreció á Carlos de Anjou (§ 398), á condición
de que los rescatara del poder de los alemanes y se declarara
luego feudatario del Papa. Aceptó Carlos, se dirigió contra el
regente de Sicilia, Manfredo, y logró vencerlo y matarlo. Igual
suerte cupo al sobrino de Manfredo, Conradino, á quien correspondía
propiamente la corona. Vencido en una batalla, fué
luego decapitado (1268). Estos sucesos habían de mover justamente
los sentimientos de Pedro III, casado, según hemos visto
(S 598), con una hija de Manfredo. No se sabe hoy todavía
con certeza si desde entonces comenzó ya el rey de Aragón á
preparar la conquista de Sicilia, ni si se entendió desde luego
con los sicilianos, descontentos, por la usurpación de Carlos
de Anjou, que suponía el triunfo del partido papal y también
6 20 HISTORIA DE ESPAÑA
por su gobierno tira'nico, que el propio Papa Clemente IV
censuró enérgicamente. Los que creen que hubo inteligencias
entre ellos, ó, cuando menos, ánimo preconcebido en Pedro III
de disputar á Carlos (y por tanto al Papa) el dominio de
Sicilia, suponen que la misma expedición á Túnez (hecha
en 1280, años después de la muerte de Conradino), era ya
un primer paso para la guerra, dada la proximidad de Túnez
á la isla. Sea lo que fuere de esto, un año después, en 1281, se
hicieron poderosos armamentos en Aragón, reuniendo en la
desembocadura del Ebro una escuadra de 140 buques y un
ejército de 15,000 hombres. El rey de Francia, alarmado, envió
embajadores para conocer la intención que guiaba á Pedro III,
el cual contestó evasivamente; si bien lo ostensible era realizar
una expedición á Constantina, en África, cuyo gobernador había
pedido el auxilio del rey de Aragón, contra el sultán. La
escuadra se hizo en efecto á la mar con las tropas (1282) y se
dirigió á la villa de Alcoyll, en la costa berberisca, de la cual
se apoderó el ejército aragonés, fortificándose en ella y sosteniendo
durante algún tiempo la guerra con los naturales del
país. Estando así, llegó una embajada de sicilianos—que poco
antes se habían sublevado contra el rey Carlos, en las famosas
Vísperas Sicilianas (31 de Marzo de 1282)—pidiendo el apoyo
de Pedro III. Aceptó éste, creyéndose con derecho, por parte de
su mujer, al trono de Sicilia, y se dispuso á pasar á ¡a isla.
Las condiciones eran inmejorables, ya obedeciesen ó no á cálculo
premeditado. Hallábase el rey de Aragón á poca distancia
de Sicilia y con ejército y armada de gran poder. En Agosto
del propio año, 1282, desembarcó Pedro III en Trápani.
401. Conquista de Sicilia.—Guerra con Francia y desavenencias
con el Papa.—Costó poco al rey de Aragón apoderarse
de Sicilia. Carlos de Anjou se refugió en la Península,
al otro lado de Mesina. Siguiéronse varios combates navales y
terrestres, favorables á las armas aragonesas. En Febrero
de 1283, Pedro III era dueño de toda la costa de Calabria.
Carlos cíe Anjou, desesperado por estas derrotas, acudió al medio
(tan usado entonces) del duelo, retando al de Aragón. Aceptó
éste y se fijó como sitio Burdeos, y como día, el 1.0 de Junio
de 1283. Llegada la época de verificarse el desafío, supo Don
CONQUISTA DE SICILIA 621
Pedro que el rey de Francia, en connivencia con el de Inglaterra,
cuya era la plaza de Burdeos, le preparaba asechanza,
habiendo reunido tropas para hacerle prisionero con los caballeros
que llevase. Para evitar este peligro, y cumplir además
su palabra, Don Pedro se dirigió disfrazado á Burdeos, se cercioró
allí de la trama urdida contra él y de que el gobernador
no garantizaba la seguridad del rey de Aragón y sus acompañantes,
y, dándose entonces á conocer en el mismo campo del
duelo, hizo levantar acta de haber estado en él y marchó inmediatamente,
llegando al fin á Tarazona no sin grave riesgo de
ser cogido por los partidarios del rey de Francia. Continuaba
mientras tanto la guerra en Italia, ion gran fortuna para Aragón,
cuyo almirante, Roger de Lauria, que alcanzó gran notoriedad,
consiguió derrotar á la escuadra enemiga en Malta y en
Ñapóles, cogiendo prisionero al hijo de Carlos de Anjou, Carlos
el Cojo (Junio de 1284). Nuevos peligros amenazaban á Aragón.
El Papa, que no podía perdonar á Pedro III la conquista del
reino de Sicilia, y que sostenía, además, las pretensiones originadas
por la cesión de Pedro II, declaró á aquél privado de sus
Estados, relevando á sus subditos del juramento de fidelidad, y
los concedió á Carlos de Valois, hijo segundo del rey de Francia
(Mayo de 1284). En Enero de 1285 moría Carlos de Anjou,
dejando sin jefe la guerra de Italia (por estar prisionero su hijo),
y poco después los franceses invadían Cataluña. A esta invasión
había dado carácter de Cruzada el Papa.
Hallaron los invasores apoyo en el rey de Rosellón y Mallorca,
Don Jaime (hermano de Pedro III, según es sabido),
aunque algunas plazas fuertes resistieron, como Salses y Coplliure,
defendiendo la causa de Aragón y Cataluña. Don Pedro,
por su parte, no hallaba completa unanimidad en sus
reinos para la defensa. Algunos nobles y eclesiásticos, y varios
pueblos del Ampurdán, ó se apartaron de la causa del rey ó
pusieron dificultades para ir á su defensa. Los franceses penetraron
en el Ampurdán por un paso del Pirineo mal guardado,
y en poco tiempo se apoderaron de casi todo el país, coronándose
rey, en el castillo de Ller, Carlos de Valois que sitió
luego á Gerona. Resistió ésta valientemente, dando tiempo á
que llegase la armada de Roger de Lauria, llamada por Don
Ó22 HISTORIA DE ESPAÑA
Pedro, y a' que, por falta de alimentación y exceso de gente,
se desarrollase en el ejército francés una epidemia que causó
muchas víctimas. Dióse una batalla naval, en que salieron vencedoras
las armas de Aragón, si bien la victoria quedó manchada
con graves crueldades ejercidas sobre los prisioneros heridos.
Inutilizados así los socorros por mar del ejército francés y
enfermo el propio rey Felipe, comenzó la retirada, funesta para
los invasores. El ejército aragonés-catalán, apostado en el puerto
pirenaico de Panissars, dejó pasar libremente tan só'lo al rey de
Francia, pero cayó sobre el resto de las tropas haciendo gran
carnicería. Siguió la guerra en Rosellón, y con ella los motivos
de enemistad entre Aragón y Francia, manteniendo Don Pedro
como prisionero al infante francés Carlos el Cojo. Poco después
murió Don Pedro (11 de Noviembre de 1285), mientras se
dirigía contra Mallorca, al mando de su hijo, una expedición.
Declaró el rey antes de morir, que devolvía al Papa el reino
de Sicilia.
402. Alfonso III.—Cuestiones internacionales.—Esta declaración
de Pedro III no tuvo eficacia alguna. Ninguno de sus
hijos pensó en abandonar el nuevo reino de Italia, á cuyo
frente quedó el segundogénito Jaime, mientras el primogénito
Alfonso ceñía la corona de Aragón-Catalufia, reteniendo también
la posesión de Mallorca hasta 1295, en que fué devuelta á
Jaime II después de ratificado el pacto de infeudación y homenaje.
En Italia seguían luchando las armas aragonesas-catalanas
y las francesas, si bien con la independencia que daba ahora á
Sicilia su constitución en reino aparte del aragonés. Facilitó esto
á Don Alfonso III la transacción de sus diferencias con Francia,
á lo cual apremiaban otras naciones de Europa, en especial
Inglaterra. Pactóse al fin, en 1288, una paz (de Campfranch)
cuyas principales condiciones en punto á Aragón eran: la revocación
de la investidura del reino hecha por el Papa á favor de
Carlos de Anjouj'ei reconocimiento del señorío sobre Mallorca
y el Rosellón; la libertad del prisionero Carlos el Cojo mediante
indemnizaciones y nuevos rehenes, y la posesión de Sicilia para
Don Jaime. Puesto en libertad Carlos, ni el rey de Francia ni
el Papa cumplieron lo pactado, renovándose las amenazas de
guerra por parte de aquél en connivencia con el destronado
CUESTIONES INTERIORES 623
monarca mallorquín Don Jaime, al paso que en Sicilia seguía
la lucha. Una nueva paz, concertada en Tarascón (1291), terminó
el conflicto, pero con gran pérdida para los derechos
aragoneses; porque, si bien el Papa revocó la donación hecha á
Garlos de Valois, fué á condición de que Don Alfonso pagase
el censo de Pedro II con todos sus atrasos. Don Alfonso se
comprometía á pedir á su hermano la devolución de Sicilia, ó á
pelear contra él si no la cumpliese. Este mismo rey conquistó,
en Enero de 1286, la isla de Menorca, acabando con la soberanía
nominal y el puro vasallaje que hasta entonces tuvo (§ 329).
403. Cuestiones interiores.—El Privilegio de la Unión.—
Las guerras y los peligros exteriores á que había estado sometido
el reino de Aragón durante tantos años, no consiguieron
desvanecer, ante el interés común, la lucha interna constante
entre la nobleza y el rey. Recuérdense los trastornos que hubo
de reprimer en los primeros años Pedro III; recuérdese que durante
la misma invasión francesa se vio abandonado y traicionado
por varios nobles. Sólo la energía indomable del gran
rey había podido afrontar y vencer tales dificultades. Ahora,
con Alfonso III, de menos temple y condiciones que su padre
y abrumado por tantas complicaciones de carácter internacional,
demasiado graves para su genio, el peligro era mayor y
podía temerse que se doblegara la corona á las pretensiones
señoriales; como así ocurrió, en efecto.
La Unión de nobles aragoneses que en reinados anteriores
había pretendido imponerse al rey, insistió ahora en sus propósitos.
Tomó como pretexto de disgusto, según parece, el hecho
de que Don Alfonso comenzara á titularse rey antes de jurar
las leyes y fueros. Cumplido este requisito en Cortes, los nobles
exigieron el reconocimiento de nuevos privilegios que aumentaban
su poder. No quiso concederlos por el pronto Don Alfonso;
pero los nobles persistieron en su actitud, requiriéndole
para que volviese á Aragón, amenazándole con disturbios si no
concedía los privilegios pedidos, conspirando para entregar el
reino á Carlos de Valois y procediendo como verdaderos soberanos,
pues llegaron incluso á enviar embajadores á otros Estados
de Europa. El rey adoptó, en un principio,"temperamentos
enérgicos, condenando á muerte á varios de los revoltosos; pero,
624 HISTORIA DE ESPANA
no logrando con esto sino exacerbar el conflicto, necesitando
de la paz interior para afrontar las dificultades gravísimas del
exterior y careciendo de energía para imponerse, hubo de ceder
á la Unión, otorgándole el Privilegio de este nombre (1287), en
que el rey se obligaba á no matar ni mandar matar á ningún
noble ni procurador, y reconocía al Justicia como juez medio,
con otras limitaciones que rebajaban la autoridad real. De este
modo Alfonso III dejaba comprometida la suerte de la Corona
en el interior, como la había comprometido en el exterior con
la paz de Tarascón.
404. Jaime II.—Terminación de la lucha con el Papa y
con Francia.—Por una de esas combinaciones tan frecuentes
en la vida, fuente de todo lo imprevisto, murió Alfonso III sin
hijos y vino á sucederle su hermano Jaime, el rey de Sicilia,
contra el cual se había comprometido á combatir aquél. Don
Jaime se coronó rey de Aragón y Cataluña; pero, no obstante
el tratado de Tarascón, lejos de desamparar la isla, dejó allí á
su hijo Fadrique, como soberano. Renovóse con esto la guerra
entre Aragón y Francia, pero duró bien poco. Don Jaime era
favorable á la paz, y á ella empujaba también el Papa Bonifacio
VIII. Se firmó al cabo en Aguani (5 de Junio de 1295), en
condiciones tan vergonzosas como el tratado de Tarascón. Renunció
el rey á sus derechos sobre Sicilia; y como fuera de recelar
que ni los sicilianos ni el propio Don Fadrique se avendrían
á esto, comprometióse el rey á luchar con su hijo para devolver
la isla al Papa. Este, por su parte, anuló todas las sentencias de
excomunión que pesaban sobre los reyes aragoneses, y la Casa
de Francia renunció á todos sus pretendidos derechos. Poco después
logró Don Jaime que la Iglesia le cediese el derecho á las
islas de Córcega y Cerdeña (1297) en compensación de la de
Sicilia, pero como feudatario de la Santa Sede y pagando á ésta
un censo; siendo preciso, además, que conquistase por su cuenta
las dichas islas. Por último, se pactó y celebró el matrimonio
de Don Jaime con Dofla Blanca de Anjou, hija del_rey francés.
Todo esto no hizo sino transportar la guerra á otra parte,
más grave aún. El temido conflicto con Sicilia estalló al punto.
Los sicilianos, viéndose desamparados por el rey de Aragón, se
declararon independientes y eligieron por nuevo rey á Don FaSUCESOS
EN LA PENÍNSULA 625
drique. Entonces comenzó una larga guerra entre padre é hijo,
con varia fortuna; hasta que, cansados todos de la lucha, teme
rosos los de Anjou de nuevas complicaciones, por haber roto la
alianza con ellos el Papa, se llegó á un convenio de paz(i 302)
por el cual se reconocía rey de Sicilia á Don Fadrique, casándose
éste con Doña Leonor, hija de Carlos de Anjou, y comprometiéndose
á que la corona siciliana no pasase á sus hijos, sino
á su suegro, el cual le daría una compensación. A pesar de esto,
Sicilia continuó por muchos años en poder de la familia real
aragonesa.
405. Sucesos en la Península.—Conquista de Cerdeña.—
Aparte de las complicaciones que el asunto de Sicilia trajo,
tenía Don Jaime otras preocupaciones de orden político en la
Península. Eran éstas las desavenencias con Castilla por causa
de la guerra de sucesión promovida á la muerte de Don Alfonso
X entre Don Sancho y los infantes de la Cerda, refugiados
en Aragón (§ 381). Don Jaime luchó por la parte de Murcia,
y al cabo obtuvo el reconocimiento de propiedad en todo
el norte de esta región. Poco después, lograba que el rey de
Francia le devolviese el valle de Aran, que detentaba aquél
hacía años, y á la vez realizaba nuevas alianzas matrimoniales,
casando á su hija Isabel con el duque de Austria, luego emperador,
Federico el Hermoso (casamiento de grandes consecuencias
diplomáticas en la lucha con el Papado); á su hijo
segundo, Alfonso, con una sobrina del conde de Urge], cuyos
Estados heredó, y casándose él propio, por muerte de la reina
Blanca de Anjou, con María, hija del rey de Chipre. Las adquisiciones
territoriales de la casa real se redondearon años después
por nuevos casamientos y herencias, siendo nombrado rey de
Mallorca un nieto de Don Jaime, y recayendo los condados
de Ribagorza y Ampurias en su hijo Pedro. La isla de Cerdeña,
cedida por el Papa, según hemos visto, fué conquistada
en 1325-24 por el infante heredero Don Alfonso, no sin que
hubiera que luchar mucho contra los písanos que la poseían.
En la tradicional contienda política interior, Jaime II logró
feduçir en parte los privilegios de la nobleza, y en especial las
prerrogativas alcanzadas por el Justicia Mayor en tiempo de
Pedro III y que cedían en beneficio de aquélla.
626 HISTORIA DE ESPANA
40S. La expedición de catalanes y aragoneses á Oriente.
—El ducado de Atenas.—La terminación de la guerra de Sicilia
fué causa de un suceso glorioso dentro de las costumbres
militares y aventureras de la época, suceso conocido en la historia
con el título que encabeza estas líneas. La falta de ejércitos
regulares, pagados normalmente por los Estados, como
hoy ocurre, daba origen á que, terminada una guerra al calor
de la cual se acumulaban en determinada región miles de
hombres, quedaran muchos de éstos sin ocupación, constituyendo—
sobre todo si no eran del país, como sucedía á menudo—
un verdadero peligro para la seguridad del territorio en
que se hallaban. De estas tropas inactivas se formaban con frecuencia
bandas de salteadores ó de conquistadores, que peleaban
por su cuenta ó vendiéndose al mejor postor. Con estos
antecedentes, se comprenderá que todo el mundo tratase de
sacudir semejante plaga, facilitándole la salida para otros territorios,
como ya vimos que hicieran respecto de las Compañías
blancas, el Papa y el rey francés (§ 385) en época próxima á la
que nos ocupa.
El rey de Sicilia, Don Fadrique, trató también de librarse de
los soldados aventureros que en gran número habían quedado
en la isla, después de la paz de 1302. Para ello sugirió i uno
de los jefes, llamado Roger de Flor, que acudiera en auxilio
del emperador de Constantinopla, Andrónico, en grave apuro
entonces por los ataques de los turcos, que se habían apoderado
de todas las posesiones bizantinas del Asia. Aceptó la idea Roger,
y acudió á Constantinopla con 1,50o hombres de á caballo,
4,000 almogávares y ι,οοο peones, embarcados en 36 buques
que prestó Don Fadrique (1303). El emperador concedió en
seguida á Roger el título de Megaduque, y le casó con una hija
del rey de Bulgaria.
La campaña contra los turcos comenzó en breve, consiguiendo
grandes victorias en el Asia Menor Roger y sus compañeros.
La noticia de estos triunfos y de los honores concedidos
al jefe de la expedición, atrajo nuevos aventureros
catalanes, aragoneses y navarros, que realizaron dos expediciones
más, mandadas por Berenguer de Rocafort y Berenguer
de Entenza. El emperador, en recompensa del buen éxito de
ALFONSO IV EL BENIGNO 627
la campaña, que le libraba por el pronto de los turcos, dio á
Roger el elevado título de César, transmitiendo á Entenza el de
Megaduquc, cediéndoles además toda la Anatolia (parte asiática
del Imperio) con sus islas, para que la repartiesen entre los
caballeros de la expedición (i 305).
Tanto favor, aunque merecido, excitó la envidia de los cortesanos
griegos, y, con ellos, del príncipe heredero Miguel. De
esta envidia nació el complot merced al cual fueron asesinados
traidoramente en un banquete Roger y muchos de sus oficiales,
con 1,300 hombres que le acompañaban. Esta matanza se repitió
en la ciudad de Galípoli, donde estaba otro grupo de catalanes
y aragoneses, y en Constantinopla, donde había otro con
el almirante Fernando de Ahones. Quedaron con esto las tropas
de Roger reducidas á unos 3,300 hombres y 200 caballos;
pero en lugar de acobardarse estos sobrevivientes, se encendieron
en ánimos de venganza—célebre en la historia con el
nombre de Venganza catalana—y atacaron á los griegos, derrotándolos
varias veces, saqueando é incendiando muchas poblaciones.
Rivalidades sobrevenidas entre los varios jefes—á los
cuales se vino á unir por algún tiempo el infante de Sicilia,
Fernando, investido por el rey de la suprema autoridad—inuti
lizaron políticamente estos triunfos y dieron nuevo giro á la
expedición.
Llamados por el duque de Atenas para que lo libertasen de
enemigos que le atacaban, fueron allá catalanes y aragoneses,
con algunos turcos auxiliares. Sacaron al duque del peligro en
que estaba; pero la traición de éste, que intentó hacer con ellos
lo que el emperador había he"cho antes, íes impelió á tomar por
la fuerza la capital y ponerse bajo el dominio y protección del
rey de Sicilia. El rey Don Fadrique aprovechó la ocasión y envió
como soberano á su segundo hijo Manfredo, con el cual se fundó
el Ducado catalán-aragonés de Atenas, que duró desde 1326
á 1387 ú 88, constituyendo una extraña y gloriosa terminación
de las proezas de aquellas compañías de aventureros salidas en
1303 de Sicilia y con las cuales paseó triunfante por primera
vez en Asia y en Grecia, la bandera de Aragón y Cataluña.
407. Alfonso IV el Benigno.—A la muerte de Jaime II,
ocurrida en 1327, le sucedió su hijo Alfonso, durante cuyo rei628
HISTORIA DE ESPAÑA
nado ningún hecho notable hubo de ocurrir. La guerra contra
Pisa y Genova por la posesión de la Cerdeña, continuó por
tierra y mar, sin consecuencias importantes. El rey, casado
dos veces, intentó dividir su reino para favorecer al infante
Don Fernando, hijo del segundo matrimonio. Creó con este
motivo un marquesado, llamado de Tortosa por comprender
esta población además de extensos territorios del reino de Valencia
(desde Castellón hasta Albarracín, Alicante y Orihuela);
pero, habiéndose opuesto á esta medida la opinión pública,
especialmente de los valencianos—que repugnaban la desmenbración
y el recaer bajo el dominio de un príncipe de origen
castellano (la madre de Don Fernando era Doña Leonor, hermana
de Alfonso XI) siendo así que, como país fronterizo, Valencia
estaba en pugna frecuente con Castilla, —obligaron al rey
á desistir de su empeño, á que le movía la reina. Esta continuó
haciendo política en favor de sus hijos y en contra del primogénito
y heredero de la corona, Don Pedro; mas, dotado éste de
singular energía, que se reveló desde los primeros años, ganó
bien pronto la simpatía popular. Doña Leonor, al ver que se
aproximaba la muerte de su marido Don Jaime, huyó á Castilla
con sus hijos, por miedo de que el nuevo rey tomase represalias
de las persecuciones sufridas.
408. Pedro IV.—Guerra con los moros.—Reincorporación
de Mallorca y Rosellón.—En 1335 comenzó á reinar el
infante Don Pedro, cuarto de este nombre, muy parecido en
carácter á su contemporáneo castellano Pedro I: enérgico, traicionero
y cruel como éste, aunque menos áspero de forma y
más hipócrita y guardador de las" apariencias, por lo que se le
dio el mote de Ει Ceremonioso, cualidades todas que estaban
en el ambiente de su siglo inmoral, pero que servían admirablemente
á los fines políticos que tanto el uno como el otro de
ambos monarcas perseguían. Pedro IV fué más afortunado que
Pedro I; y en la lucha capital con la nobleza, venció, según
veremos, evitando para en lo sucesivo tan lamentables ocurrencias
como las de los reinados de Enrique III, Juan I y Enrique
IV de Castilla.
Los primeros años de Pedro IV los llenan la guerra con los
moros y la guerra con Mallorca para conseguir la anexión. La
LUCHAS ¡NTERIORES CON LA UNIÓN 629
primera se hizo en la Península, en unión con Alfonso XI de
Castilla, para rechazar la invasión de los Benimerines, dando
por resultado la gran victoria del Salado (§ 377). La segunda
fué provocada por Don Pedro en su ambición de dominar sobre
las Baleares, reintegrando la unidad del Estado aragonés,
rota par el testamento de Jaime I. Aprovechó el rey las pretensiones
de Francia á la plaza de Montpeller, que pertenecía al
de Mallorca, para apurar á éste con un capítulo de agravios,
como señor feudal que era de él, en vez de ayudarlo, según
aquél pedía. El mallorquín Jaime III acudió á Barcelona (1342)
sometiéndose al proceso; pero como no convenía la sumisión
á Don Pedro, fingió éste que el de Mallorca había conspirado
contra su vida, y lo acusó de alta traición, secuestrando también
á la esposa de Don Jaime. Rompióse con esto la amistad y vasallaje
entre ambos monarcas, y el de Aragón se dirigió á conquistar
la isla de Mallorca (1343), lo cual consiguió fácilmente.
En seguida se dirigió contra el Rosellón, y también obtuvo
victoria, obligando á someterse á Don Jaime y obteniendo así el
dominio de este territorio. Don Pedro prometió en Cortes no
separar jamás del Estado aragonés los territorios reincorporados:
Rosellón. y Baleares (29 de Marzo de 1844). Jaime III murió
años después (1349) en una desgraciada expedición que hizo
á Mallorca con ánimo de recuperar su reino. Un hijo de este rey,
Jaime IV, renovó afios después los intentos de recobrar el Rosellón,
y luchó aliado con Pedro I de Castilla; pero nada pudo
conseguir, y falleció en 1375, no se sabe si de muerte natural
ó envenenado por Pedro IV.
409. Luchas interiores con la Unión.—Revocación del
Privilegio.—Continuaba latente, como sabemos, la enemiga
entre la Corona y la nobleza, secundada esta última en sus pretensiones
anárquicas por algunas ciudades. El menor pretexto
había de hacer estallar nuevamente la lucha. Ese pretexto lo
dio el rey desposeyendo á su hermano Jaime, Procurador general
del reino y presunto heredero de él (por no tener Don
Pedro hijos varones), de estos títulos, para hacer jurar heredera
á la infanta Constanza. Llevaron muy á mal la medida
los nobles de Aragón y de Valencia (donde residía Don Jaime),
unos y otros, como dice un historiador, «muy susceptibles y
1 40
630 HISTORIA DE ESPANA
propensos á oponerse á la voluntad del rey». El desposeído
Don Jaime se dirigió á Aragón y formó nuevamente la Unión
de nobles y ciudades á que había tenido que someterse, años
antes, Alfonso III. También tuvo Pedro IV que someterse en
un principio, cediendo en las Cortes de Zaragoza de 1347 á las
pretensiones de los nobles y devolviendo á Don Jaime el cargo
de Procurador general.
La lucha no estaba terminada con esto, sino que, al contrario,
empezaba realmente entonces. Un hombre como Don Pedro no
podía darse por vencido á las primeras de cambio. Aprovechando
tal vez la muerte de Don Jaime, ocurrida en 19 de Noviembre
de .1347, es decir, al poco tiempo de celebradas las
Cortes de Zaragoza—muerte atribuida por la voz pública al
rey y de que éste procuró sincerarse,—se dirigió Don Pedro
hacia Valencia, con ánimo de castigar á los unionistas de esta
parte. No le fueron bien los sucesos al principio/Amotinado el
pueblo, retuvo al rey casi prisionero por algún tiempo, haciéndole
sufrir imposiciones é insultos depresivos para la dignidad
real. Al cabo, pudo escapar (en Junio de 1348) merced á la peste
que se declaró en Valencia y al movimiento de tropas leales que
se produjo en Cataluña para libertarlo. Con ellas atacó el rey
resueltamente á los unionistas de Aragón en Epila, causándoles
tremenda derrota, después de la cual entró en Zaragoza, castigando
con la muerte á muchos revoltosos y aboliendo el Privilegio
de la Unión. Cuéntase que rasgó el pergamino en que
se hallaba escrito, con su propio puñal, y con tanta furia, que se
hirió en la mano. De este hecho le vino á Don Pedro el sobrenombre
de En Pere del Punyalet. Vencidos en Aragón los unionistas,
pronto lo fueron en Valencia, donde el rey se vengó
mandando matar, como en Zaragoza, á muchos de los comprometidos
en aquella causa, y sujetándolos á terribles suplicios,
de los cuales fué uno el hacerles beber á varios el metal fundido
de la campana con la que se convocaba á las juntas de la
Unión.
Choca ciertamente ver en esta lucha unidos la nobleza y el
pueblo, así como la gran extensión que alcanzó el movimiento
unionista. Semejantes circunstancias han hecho pensar á algunos
que el programa de la Unión contenía algo más que los
SEÑORÍO DEL DUCADO DE ATENAS 63 I
deseos de una anarquía, feudal independencia y superioridad
de los nobles, ó que, á lo menos, se juntaban con él, á estas pretensiones
egoístas, la defensa de las libertades.municipales (en
cierta manera feudales también, según hemos notado: § 202),
amenazadas por el sentido centralizador y absoluto que cada
día más iba encarnando en los reyes. No tenemos hasta ahora
datos para decidir la cuestión, aunque pueda decirse qué el
efecto fué acentuar la tendencia absoluta de la monarquía. Por
otra parte, los privilegios de la nobleza como clase, y los de
las Universidades, continuaron por muchísimos años los mismos,
sin alteración substancial, á pesar de irse fortaleciendo el
principio unitario de la monarquía; porque Don Pedro no abolió
los privilegios generales del reino, limitándose á suprimir
los de la Unión, á reprimir las exageradísimas pretensiones de
la nobleza (que ya estudiaremos) y á modificar algo las atribuciones
del Justicia Mayor, como veremos en lugar oportuno;
siendo circunstancia también importante la de haber permanecido
Cataluña (donde había nobles y municipios como en todas
partes) no ya indiferente, sino inclinada á favor del rey en esta
lucha.
410. Guerras exteriores, en Cerdeña y con Castilla.—
Señorío del ducado de Atenas.—Terminadas las cuestiones
interiores, atendió el rey á las de-la política exterior. La isla
de Cerdeña era teatro de frecuentes sublevaciones, promovidas
por la república de Genova. Para cortar de raíz el mal,
declaró Pedro IV la guerra á los genoveses y se alió con los
eternos enemigos de éstos, los venecianos. Dos batallas navales,
favorables á las armas de Aragón, no fueron suficientes
para pacificar la isla. Don Pedro tuvo que ir personalmente á
ella (1354) con fuerte ejército, y, aunque se apoderó de importantes
poblaciones, aun continuaron por algún tiempo los desórdenes
locales. Pero ya entonces preocupaba al rey otro
asunto de importancia: la guerra con Pedro I de Castilla, que
duró, como sabemos, muchos años, con varias peripecias y fluctuaciones
en el ánimo siempre artero y desleal del de Aragón.
Con la victoria de Don Enrique de Trastasnara, aliado de Pedro
IV, logró éste ventajas, enlazándose además con la rama
bastarda de Castilla mediante el casamiento de la infanta Doña
632 HISTORIA DE ESPAÑA
Leonor con el infante castellano Don Juan, hecho importante,
porque de él derivan los derechos de la dinastía que poco después
entró á reinar en Aragón (§ 412). Don Pedro trabajó
también para lograr que la Corona siciliana viniese de nuevo
á la familia troncal, y celebró un tratado de comercio con el
sultán de Babilonia.
En 1381 una embajada de caballeros y ciudadanos del ducado
de Atenas, que hasta entonces había dependido de Sicilia,
vino á ofrecer á Don Pedro el señorío de aquellos territorios
conquistados por catalanes y aragoneses. Aceptó Don Pedro,
concediendo á Atenas los privilegios de la ciudad de Barcelona,
con lo cual la influencia directa del reino de Aragón viene
á extenderse hasta los más lejanos confines orientales del Mediterráneo.
Los últimos años del rey viéronse amargados por disensiones
de familia y por un desgraciado intento de subyugar á los vasallos
del campo de Tarragona, que dependían del obispo. Murió
Pedro IV abandonado de su mujer y sus hijos en Enero
de 1387.
411. Juan I y Martín I.—Los dos reinados inmediatamente
posteriores al de Pedro IV no tienen apenas importancia en
lo que respecta á la historia política externa, si se exceptúa el
haber ocurrido en el primero la pérdida del ducado de Atenas
y el de Neopatria. Nuevas expediciones á Cerdeña, breves
luchas con el conde de Armagnac y el de Foix, que alegaban
pretensiones á la corona, y una sublevación de los sicilianos
que hubo que reducir por la fuerza de las armas, son los hechos
más salientes en el orden militar. Más importancia que ellos
tiene la reincorporación, ya prevista por Pedro IV, de la isla
de Sicilia á la corona aragonesa, en la persona de Don Martín,
rey de aquélla, y luego (por muerte prematura de su padre
Juan I: 1396) rey también de Aragón. Lo más interesante de
estos reinados es la historia interna, especialmente en lo que
toca á las clases sociales y á las costumbres, puntos que veremos
en su lugar correspondiente. En 1410 murió Don Martín sin
sucesión, y con esto se planteó la cuestión dinástica, que los
aragoneses y catalanes resolvieron de una manera especial
pacíficamente.
TÉRMINOS DE LA CUESTIÓN DINÁSTICA 633
412. Términos de la cuestión dinástica.—El compromiso
de Caspe.—Varios eran los pretendientes á la Corona, alegando
todos ellos parentesco con el difunto rey Don Martín. Los
más importantes, por más próximos, eran el infante de Castilla
Don Fernando de Antequera, hijo de una hermana de Don
Martín (Dofta Leonor), y el conde de Urgel Don Jaime, hijo de
un primo de Don Martín y sobrino segundo de Pedro IV. Contaba
el primero con el apoyo del Papa Benedicto XIII, aragonés
(el antipapa Luna), del elemento eclesiástico y popular,
de gran parte de Aragón, de varios nobles con el Justicia y de
la influencia política de su patria castellana. Don Jaime, que era
Lugarteniente del reino por nombramiento de Don Martín, tenía
á favor suyo las simpatías de la masa en Cataluña, Valencia ~y
parte de Aragón (por ser Don Jaime coterráneo y no extranjero
como Don Fernando), además del apoyo decidido de algunas
familias nobles, como la de los Lunas.
Durante dos años (1410 á 1412) estuvo sin decidir la cuestión,
no sin graves desórdenes causados por las luchas entre
varias familias nobles, que unían sus rivalidades con la cuestión
dinástica, y por la invasión del territorio aragonés que hizo Don
Fernando de Antequera, en reclamación de sus derechos. Aragón,
Cataluña y Valencia gobernábanse entretanto por sus Diputaciones,
emanadas de las Cortes, según sabemos (§ 314, 324
y 331), en unión con otros altos funcionarios. El Parlamento
catalán tomó la iniciativa de reunirse, convocado por el gobernador
de la región, para tratar del asunto palpitante (31 Agosto,
1410), y ante él fueron presentándose, para alegar sus derechos,
los procuradores de los pretendientes á la Corona. Al
cabo se obtuvo (15 Febrero, 1412) de los representantes de
Aragón y de Valencia el acuerdo de nombrar una comisión
mixta, que examinase y decidiese la cuestión del mejor derecho
á la Corona. El nombramiento lo hizo por sí solo el Parlamento
catalán, excluyendo la representación de Mallorca y de Sicilia
y Cerdeña, no obstante ser territorios del reino. Los
comisionados fueron nueve, tres por cada región (Aragón, Cataluña
y Valencia), siendo de ellos, cinco eclesiásticos y cuatro
jurisconsultos. Entre los primeros figuraba el célebre predicador
y santo valenciano Fray Vicente Ferrer. Con los antece654
HISTORIA DE ESPAÑA
dentes ya expuestos, era lógico suponer que la mayoría de los
comisionados—caso aparte de la justicia del caso—habrían de
inclinarse hacia la candidatura de Don Fernando: los eclesiásticos,
por natural influencia del Papa y de la mayoría de su
clase, y los jurisconsultos (y con ellos también, en este punto,
los eclesiásticos), por considerar el problema de la elección
como un puro caso de derecho civil, ó sea de derecho hereditario,
en vez de considerarlo como un problema político en que,
antes que á los grados de parentesco, había que atender á las circunstancias
del candidato en relación con las tradiciones y simpatías
del pueblo. No dejarían también de influir en la elección
las condiciones personales de Don Fernando, cuya nobleza en
el desempeño del cargo de regente en Castilla y cuyos triunfos
militares le habían dado gran fama, eco de la cual fué el
arzobispo de Tarragona.
Lo cierto es que, reunidos los comisionados en la villa de
Caspe, después de varios días de deliberación publicaron la
sentencia (25 de Junio de 1312) por la cual se reconocía el mejor
derecho á Don Fernando de Antequera, quien lo tenía, efectivamente,
por la línea femenina y como más próximo al rey
difunto; aunque el conde de Urgel le aventajase en ser descendiente
directo del tronco común por sola línea masculina, según
sabemos.
La sentencia fué recibida con júbilo en Aragón, pero no con
tanta unanimidad en Valencia y Cataluña, aunque abundan los
testimonios aprobatorios de ambas regiones. Repugnaban, sin
embargo, á mucha gente, en esta última, según se deduce de
documentos contemporáneos, la calidad de extranjero de Don
Fernando, el supuesto -odio de los castellanos á los catalanes y
la diferencia de costumbres políticas, entendiendo ser más liberales
las de Cataluña.
413. Guerra dinástica.—A poco de entrar en Aragón el
nuevo rey Don Fernando, se alzó en armas el conde de Urgel,
rebelándose contra la sentencia de Caspe. Ayudaban á Don
Jaime algunas familias nobles, de las que ya habían luchado
durante el interregno, y le eran simpáticos no pocos elementos
del país, disgustados por haber traído Don Fernando tropas
castellanas y séquito de cortesanos de su país, á quienes conceEL
PAPADO 635
día honores y cargos. Por su parte, el de Urgel se auxiliaba con
soldados gascones é ingleses. Trabada la lucha, bien pronto
consiguió el rey la ventaja, acorralando al de Urgel en la villa
de Balaguer y promoviendo la deserción en las filas enemigas
mediante el ofrecimiento del perdón á los que se sometiesen·
Rindióse el conde, perdonándole Don Fernando la vida ,y encerrándole
en un castillo, aunque con libertad de recibir visitas,
tener criados, etc. Con la condesa procedió el rey con poca
cortesía y justicia, privándola de sus bienes «contra derecho
común y de la tierra» y tratándola con desprecio, no obstante
haber reconocido su inocencia.
A pesar de las indicadas simpatías de los catalanes por Don
Jaime, tanto el pueblo como la nobleza vieron con indiferente
tranquilidad la derrota del de Urgel, de lo cual se queja un
partidario de Don Jaime en documento de la época. El pretendiente
murió en 1433, de muerte natural y no asesinado, como
se ha supuesto.
414. El Papado.—Cuestiones interiores.—Terminadaestacuestión,
se suscitó otra que llevaba en sí la posibilidad de graves
complicaciones internacionales. El Cisma de la Iglesia continuaba,
hasta el punto de existir por entonces tres Papas, cada
uno de los cuales considerábase como legítimo. El emperador
de Alemania, deseoso de poner término á esta situación, trabajó
para obtener la renuncia de los tres Pontífices, dejando vacante
la Santa Sede para que un Concilio general convocado en
Constanza eligiese un solo Papa. Dos de aquéllos (Juan XXII
y Gregorio XII) cedieron á los deseos del emperador; pero el
tercero, que lo era el aragonés Don Pedro de Luna, Benedicto
XIII, se negó en absoluto, considerándose como legítimo
Papa. Don Fernando, que le debía en gran parte la corona,
trató de apoyarlo; pero, estrechado por la opinión de los demás
monarcas europeos, habiendo el propio emperador venido á
Perpiñán para conferenciar con Don Fernando acerca de este
punto, no tuvo el rey otro remedio que desamparar á Benedicto
XIII y negarle obediencia (1415). Ni aun así cedió el de
Luna, sino que, reuniendo los pocos parciales que le quedaban,
se encerró en la fortaleza de Peníscola y allí se mantuvo, titulándose
Papa, hasta su muerte (1423).
656 HISTOR'A DE ESPAÑA
Hallábase ya el rey por entonces muy quebrantado de salud.
Nuevos disgustos que le produjeron sus ideas y procedimientos
políticos aceleraron su muerte. De ellos fué el más sonado el
ocurrido en Barcelona, donde el rey se negó á pagar un tributo
ó vectigal, especie de derecho de consumos, que los fueros municipales
imponían á todos, desde el rey al último ciudadano.
Alegaba Don Fernando que la voluntad y la persona del rey no
podían estar sujetas á leyes de sus subditos; pero el Concejo
barcelonés se mantuvo fuerte en su derecho y envió al rey una
comisión, presidida por el conceller segundo Juan Fivaller, para
representarle la necesidad de que respetase los fueros, por estar
dispuesta la ciudad á sostenerlos á todo trance. Don Fernando
hubo de ceder, si bien mediante una trasacción que pusiese á
salvo el decoro del monarca: á saber, que el tributo lo pagase
el Consejo Real.
Poco después de este suceso, en 2 de Abril de 1416, murió
el rey.
415. Guerra de Italia.—Incorporación de Ñapóles á la
corona de Aragón.—Sucedió á Don Fernando su hijo Alfonso
V, llamado el Sabio y también el Magnánimo, cuyo reinado se
pasó casi todo en guerra exterior merced á la cual, y á las
conquistas que fueron su consecuencia, el rey vivió la mayor
parte del tiempo fuera de la Península y en Italia.
La causa ocasional de la guerra fué el hecho de haber prohijado
la reina de Ñapóles, Juana, y aceptado por defensor suyo
y heredero, á Don Alfonso, con ánimo de que la amparase contra
Luis de Anjou, que pretendía apoderarse del reino italiano.
Aceptó Don Alfonso, á quien esto daba ocasión de proseguir
la política aragonesa de engrandecimiento en Italia; pero la
consecuencia fué renovar las antiguas luchas entre la Casa de
Aragón y la francesa. Tuvo el rey que batallar, no sólo con las
tropas del pretendiente francés y de varios príncipes italianos
que le ayudaban, mas también con la deslealtad de la reina
Juana, que tan pronto revocaba su donación como se acogía de
nuevo á Don Alfonso. La suerte fué favorable á éste en un
principio, apoderándose de Ñapóles y entrando en Marsella.
Muerta Doña Juana en 1434, se renovó la guerra con desgracia
para el de Aragón, que fué vencido y hecho prisionero en
EL PRINCIPE DE VIANA 637
la batalla naval de Ponza (1435); pero, libertado á los dos años,
siguió combatiendo, y en 1442 se apoderó de nuevo de Ñapóles.,
consiguiendo dominar todo el territorio en 1443 y establecer
su corte en la capital. Desde entonces se dedicó á conseguir la
paz en Italia, concertándose con el Papa, haciendo jurar heredero
del reino de Ñapóles á su hijo bastardo Fernando y obteniendo
en 1447, por herencia, el ducado de Milán. Con esto, el
poder de Aragón fué grandísimo en Italia. La corte de Alfonso
V, ilustrada por los muchos sabios y literatos que las
aficiones cultas del rey atraían, era una de las más brillantes de
Europa, como veremos en su lugar.
Todavía sostuvo Don Alfonso nueva guerra en los últimos
años de su reinado con la república de Genova, con gran lustre
para su gloria militar; é intervino también, aunque brevemente,
en los sucesos de Castilla en tiempo de Juan II; pero todas
estas guerras, si por una parte engrandecían los dominios aragoneses,
perjudicaban por otra á la gobernación de la Península,
que él tenía abandonada en manos de sus hermanos y de la
reina. Más de una vez pidieron al rey las Cortes que volviese,
afligido como estaba el reino por las guerras intestinas de los
bandos políticos y las ambiciones y despotismos de los infantes;
pero Don Alfonso permaneció en Italia y aun pensó en ir más
lejos, proyectando una expedición á Constantinopla que habían
conquistado por entonces los turcos (1453)- En 1458 murió el
rey, dejando los Estados de Ñapóles á su hijo bastardo Fernando,
y los de España, Sicilia y Cerdeña á su hermano Juan,
á la sazón rey de Navarra.
416. Estado de la política interior. — El príncipe de
Viana.—No era nada pacífica la situación de los reinos peninsulares
á la muerte de Don Alfonso. Su hermano Don Juan, rey
de Navarra por su matrimonio con la reina Doña Blanca (§ 420),
y casado en segundas nupcias con Doña Juana Enríquez, estaba
en lucha con el legítimo heredero del trono, su hijastro
Don Carlos, príncipe de Viana, á quien trataba de despojar de
su derecho. La muerte de Don Alfonso, á cuyo arbitraje había
recurrido últimamente Don Carlos, dejó á éste en peor situación,
puesto que, á la vez, crecía el poder de su padrastro, convertido
en rey de Aragón, Cataluña, Valencia y Sicilia. En tan
6?8 HISTORIA DE ESPAÑA
crítica situación, halló el príncipe apoyo en los catalanes, que
lo acogieron con gran entusiasmo y pidieron á Don Juan que lo
declarase heredero del trono. Negándose á ello el rey, estalló
la guerra civil no sólo en Cataluña, sino también en Aragón y
Navarra. Atemorizado Don Juan, dio libertad al príncipe, á quien
tenía prisionero (1461), y Don Carlos entró triunfalmente en
Barcelona. Terminó la guerra por entonces mediante la concordia
de Vilafranca (21 de Junio de 1461) celebrada entre los catalanes
y Don Juan, mediante la cual reconocía éste todos los
actos de aquéllos, se comprometía á enmendar su conducta respecto
de su hijastro, lo hacía jurar Primogénito y se obligaba
á no entrar en territorio catalán, donde gobernaría Don Carlos
como lugarteniente. Pero de repente, á los pocos meses (en
Septiembre del mismo año) enfermó el príncipe y murió. La
voz pública hubo de atribuir esta muerte á envenenamiento,
señalando como autora á la madrastra Doña Juana Enríquez.
Esta circunstancia, y las intrigas de la reina en contra de la
Diputación, alma de la causa de Viana, promovieron nuevamente
la guerra.
417. Guerra civil.—Propósitos de independencia en Cataluña.—
Comenzaron las hostilidades mandando ahorcarla
Diputación á varios oficiales reales y miembros del Consejo
municipal, acusados de complicación en la trama urdida por la
reina, y marchando en seguida el ejército de aquélla á sitiar la villa
de Gerona, donde se hallaba Doña Juana con algunos nobles,
en su mayoría del Ampurdán y el Rosellón. No pudo ser tomada
Gerona, y el ejército de la Diputación tuvo que levantar
el sitio, obligado, también, por la más apremiante necesidad de
oponerse á la invasión de las tropas que de Francia, de Gascuña,
de Aragón y Castilla venían sobre Cataluña. En tan crítico
momento, la Diputación, lejos de flaquear, dio el último
paso en su fundada desavenencia con los reyes, rompiendo con
ellos el pacto de fidelidad y declarándolos, á ellos y á todos sus
acompañantes, enemigos del Estado y expulsados de Cataluña
(11 de Junio de 1462). Comenzó entonces una larga serie de
tentativas por parte de los catalanes para hallar un nuevo señor
que les dirigiera y apoyara en la lucha contra Don Juan, no
sin que se pensara también en organizarse como República, á
GUERRA CIVIL 639
la manera de las italianas. Sucesivamente eligieron conde de
Barcelona á Enrique IV de Castilla, gran enemigo del de Aragón,
al condestable Don Pedro de Portugal y á Renato de
Anjou, rey de Sicilia y conde de Provenza. El primero renunció
á poco de haber sido nombrado; el segundo murió prematuramente,
después de haber reinado dos afios y medio.
La acción militar del tercero, dirigida por su hijo Juan, duque
de Lorena, y afortunada en un
principio, tuvo imprevisto final con
la muerte (por veneno) del caudillo
(16 de Diciembre de 1470); lo cual,
unido á lo largo y penoso de la guerra
(que duraba ya doce afios) y á la misma
situación personal del rey Don
Juan, que había quedado viudo, ciego
y solo — por residir en Castilla su primogénito,
después de su casamiento
con la infanta Isabel (§ 396),—inclinaron
el ánimo de unos y otros á la paz.
Siguiéronse pronto pérdidas de plazas
importantes, como Gerona, cuyo obispo
era muy realista, San Feliu de Guíxols,
La Bisbal, Figueras, Castelló, y
por último, la entrega de Barcelona.
El mismo Don Juan escribió al Consejo
de Ciento una carta amistosa, ofreciendo
entrar en pactos honrosos. Celebráronse
éstos, dando al olvido todo lo pasado y jurando el rey
nuevamente los fueros y privilegios (1472).
Terminada así la guerra civil, quedó como rastro de ella otra
contra el rey de Francia, á quien Don Juan, indiscretamente,
había concedido el Roselíón en premio de su apoyo. Duró la
guerra varios afios, empeñadas ahora todas las fuerzas de Aragón
y Cataluña en reconquistar aquél territorio, á la vez que
luchaban también en Cerdefia contra, los nobles rebeldes, venciéndolos.
Antes de que terminara la campaña del Roselíón,
murió Don Juan (19 de Enero de 1479). Años antes (13 de
Diciembre de 1475) habían sido nombrados reyes de Castilla
Fig. 128. — Don Juan II de
Aragón, según su estatua.
640 HISTORIA DE ESPAÑA.
y León Doña Isabel y su marido Don Fernando, primogénito
de Don Juan. Con esto se produjo la unión política personal de
los dos grandes reinos peninsulares.
MALLORCA
418. Historia política externa. —Creado el reino de Mallorca
en 1262, por el testamento de Jaime 1 (§ 256), con el
Rosellón y la Cerdeña, pero bajo el señorío feudal de los reyes
de Aragón, duró tan sólo hasta 1344 y en continuas luchas con
éstos, hasta que Pedro IV se apoderó del reino definitivamente.
De 1262 á 1344, hubo en Mallorca tres reyes: Jaime II,
Sancho I y Jaime III. El hijo de éste, Jaime (IV), siguió titulándose
rey, á pesar de la anexión hecha por Pedro IV, pero no
lo fué propiamente de hecho (§ 408). La historia externa de
estos reinados, cuyas principales vicisitudes consisten en sus
relaciones con Aragón, queda hecha en los párrafos relativos á
este reino. En la interna es notable el reinado de Jaime II,
como veremos en el lugar oportuno.
NAVARRA
419. Casa de Francia y Casa de Evreux.— De 1285a 1328
fué Navarra provincia francesa. Recobró su independencia política
por muerte, sin sucesión, del rey francés Carlos (IV de
Francia y I de Navarra), siendo nombrada reina una sobrina
suya, Juana II, casada con Felipe de Evreux. Dio esta línea dos
reyes más: Carlos II y Carlos III. A Carlos II lo conoce la
historia con el dictado de el Malo, por su tiranía en ia gobernación
del reino y su deslealtad en las relaciones exteriores,
como digno contemporáneo de Pedro I de Castilla y Pedro IV
de Aragón. Conocida nos es ya su intervención en las guerras
entre Pedro I de Castilla y sus hermanos bastardos, y las traiciones
que le señalaron (§ 386). No obstante, Carlos II era—
como sus citados contemporáneos — hombre de iniciativa y de
idea en punto á la gobernación del reino. A él ce debió, según
hemos de ver, una nueva organización administrativa de Navarra
y la creación de un alto tribunal (Cámara de Comptos)
CASA DE ARAGON 641
encargado de dirigir la Hacienda. Su hijo Carlos III, llamado
el Noble —con cuyo apelativo se caracteriza su diferencia moral
respecto de su padre,—se mantuvo en paz con los monarcas
vecinos y atendió á la mejora interior del reino.
420. Casa de Aragón.—La guerra de sucesión.—Heredó
á Carlos III su hija Doña Blanca I, casada primeramente con
Don Martín de Sicilia y luego, en segundas nupcias, con el infante
de Aragón, Don Juan, hijo de Fernando I. Tomó Don
Juan el título de rey juntamente con su esposa; pero durante
los primeros años, en vez de atender á su reino, se ocupó en
intervenir en las guerras civiles de Castilla, favoreciendo á los
enemigos de Don Alvaro de Luna (§ 393) y en acompañar á su
hermano Alfonso V de Aragón á la guerra de Italia.
Habiendo muerto en 1441 Doña Blanca, dejó en el testamento
por heredero á su hijo Don Carlos, príncipe de Viana, si
bien con la condición de que no tomase el título de rey mientras
viviera su padre. Don Carlos quedó gobernando el reino
con el cargo de Lugarteniente, mientras Don Juan seguía fuera
de Navarra, desatendiendo los intereses de esta región.
Las segundas nupcias contraídas por Don Juan, sin dar parte
de ello á su hijo, agravaron las tirantes relaciones que entre
ambos existían. El rompimiento vino con ocasión de la paz hecha
por Don Carlos con los castellanos y que desaprobaron
Don Juan y su mujer. Enviada ésta á Navarra para que gobernase
junto con el principe, agriáronse aún más las relaciones
entre ellos, á lo cual contribuyó mucho el carácter altivo de la
reina .y su impertinente conducta con Don Carlos. Como de
continuo sucedía en estos tiempos, mezclóse á la cuestión la
rivalidad de dos familias nobles navarras, los Agramont y los
Beamont, llevada cada cual, por lógica consecuencia de sus
luchas, á militar en opuesto bando y levantar bandera diferente.
Los Agramont defendían al rey, y los de Beamont al príncipe.
Habiendo estallado la guerra, conforme dijimos (§ 416), los
partidarios de Don Juan se llamaron en todas partes beamonteses,
y agramonteses los de Don Carlos.
Muerto este último, ocupó su sitio como heredera legítima
su hermana Doña Blanca, designada para ello en el testamento
de su madre (caso de que muriera sin sucesión el príncipe)
Ó42 HISTORIA DS ESPAÑA
y en el del propio Don Carlos. Pero Don Juan hizo infructuoso
el nombramiento mandando aprisionar á Doña Blanca, la cual
murió á poco, envenenada, según se cree, por su hermanastra
Doña Leonor.
421. Últimos reyes de Navarra.—A la muerte de Don
Juan heredó el trono de Navarra Doña Leonor, casada con el
conde de Foix, con lo cual comienza una nueva dinastía extranjera
(1479), de escasa importancia. Francisco de Foix y su hermana
Catalina (1481) fueron sus dos únicos reyes. En 1512,
según veremos, fué conquistada la parte española de Navarra
por el rey de Aragón Fernando II, y termina así la historia independiente,
de esta región. Al otro lado del Pirineo quedó
otra parte de Navarra (la llamada francesa), sobre la cual aun
reinó algún tiempo la casa de Foix.
PROVINCIAS VASCONGADAS
422. Historia externa hasta la incorporación ä Castilla.
—La historia de las Provincias Vascongadas es más importante
y valiosa en su parte interna que en la externa, por hallarse
ésta ligada casi siempre á la de los Estados fronterizos, Navarra
y Castilla, que se disputaron el dominio, y subordinada á la
de ellos excepto en algunas relaciones internacionales con
Francia é Inglaterra, en que, por el sistema cantonal de los
tiempos, tuvieron verdadera personalidad política algunas villas
vascongadas, hermanadas, á lo que parece, con otras de la
costa perteneciente á Castilla (Santander), Asturias y Galicia,
que también en este caso hacían de cabeza (§ 300). Repetidamente
hemos visto cuan indomable fué el espíritu de independencia
de los vascos en la época romana y la visigoda, y cómo
obligaron á campañas frecuentes para su sujeción. Discuten los
autores si la invasión musulmana llegó á pesar en las provincias
vascas como en el resto de la Península, inclinándose los
más á contestar negativamente, de acuerdo con la crónica del
arzobispo Don Rodrigo. En ellas, y particularmente en la más
interna, Álava, se refugiaron muchas gentes de otras regiones
peninsulares (v. gr., León), que huían de la invasión musulmana;
pero aun allí tuvieron que sufrir diferentes incursiones de
PROVINCIAS VASCONGADAS 643
las tropas musulmanas, contra las cuales se defendieron los naturales
apoyados en castillos ó fuertes fronterizos, como el de
Pancorbo. Iniciada la organización del núcleo cristiano de Asturias,
aparece Álava en dependencia ó relación muy íntima
con éste, así como Vizcaya, quizá cómo pertenecientes al ducado
de Cantabria, que, según las crónicas, regía Alfonso I. Sea
lo que fuere de la intensidad y alcance (no bien conocidos) de
esa dependencia en los primeros tiempos, aparecen en los siglos
viu, ix y χ condes de Álava que á veces lo son también
de Castilla (como de Fernán González afirman escrituras de la
época); hasta que, por la división que hizo de sus Estados el rey
de Navarra Sancho el Grande, quedó Álava incorporada á este
reino bajo el mando de García, por lo cual recibió fueros de
los reyes navarros (§334). En tiempo de Alfonso VIII, volvió
á pertenecer á Castilla después de conquistada Vitoria (1200),
gobernándose, bajo la soberanía de reyes castellanos, por una
asamblea ó corporación de nobles y eclesiásticos llamada Cofradía
de Amaga, que figura ya en documentos del siglo xm,
representando la acción del poder central condes y más tarde
los adelantados mayores de Castilla. En 1332, reinando Alfonso
XI, la misma Cofradía pactó con este rey el reconocimiento
pleno de su señorío, incorporándose totalmente á la Corona,
aunque con reconocimiento de los fueros y libertades del país,
como era uso entonces.
Vizcaya aparece también, en los primeros siglos de la Reconquista
relacionada con Navarra como condado protegido,
más ó menos independiente, y luego con Castilla, adquiriendo
celebridad la dinastía ó familia de sus condes de Haro, hasta
que definitivamente se incorporó á la corona castellana en
1370, por herencia de Doña Juana Manuel, mujer del rey
Don Enrique III, en el reinado de su hijo Don Juan. Para el
gobierno interior tuvo Vizcaya Juntas ó Asambleas análogas á
la de Álava, y cuyas funciones estudiaremos en lugar oportuno.
La historia de Guipúzcoa es muy semejante—en lo que de
ella se conoce—á la de las otras dos provincias, apareciendo
en documentos del siglo xi gobernada por condes bajo la soberanía
de Navarra y luego de Castilla (ya en tiempo de Alfonso
VI); siguiéndose otros cambios (el fuero de San Sebastián
644 HISTORIA DE ESPAÑA
lo da, en 1180, un rey navarro: § 334) hasta que en 1200, reinando
Alfonso VIII, el conquistador de Vitoria, los guipuzcoanos
se sometieron al señorío de este monarca entregándole la
tierra, «especialmente—como dice una crónica—las villas de
San Sebastián, Fuenterrabía y la fortaleza y castillo de Velvaga,
que es en el valle de Oyarzún», con otras por el lado de
Álava y Vizcaya. Desde entonces Guipúzcoa confunde por completo
su historia externa con la de Castilla.
Los ESTADOS MOROS
423. Situación general.—Políticamente, tiene escasa importancia
la historia de los moros españoles desde la fundación
del reino de Granada (1258) y las conquistas de Sevilla, Valencia
y Murcia. Así como antes del siglo xm son ellos el centro
de la vida política peninsular, al cual está sometido en gran
parte el desarrollo de los Estados cristianos, desde las grandes
conquistas de Fernando III y Jaime I, quedan reducidos á un
mero accidente, molesto alguna vez, para los cristianos, pero
del cual pueden éstos prescindir y prescinden á menudo, como
enemigo poco temible y tolerable. Precisamente á esta consideración
debió en gran parte el reino de Granada vivir tantos
años sin ser absorbido por los potentes reinos de Castilla y de
Aragón.
No quiere esto decir que fuese insignificante la extensión territorial
de aquél, ni su población. Comprendía, desde el Norte
de Sierra Nevada hasta Gibraltar, toda la tierra andaluza de la
costa, con puertos tan importantes como Almería, Málaga y Algeciras;
y, con muy escasas variantes, conservó estos límites al
través de varias alternativas, perdiendo y recobrando sucesivamente
á Gibraltar, Algeciras y otros puntos. Hubo momentos
en que constituyó serio peligro, por el auxilio que hallaron los
moros de Granada en los Estados africanos (el de Fez, de
los Merínidas ó Benimerines; el de Tremecen, de los Benizeyan),
que habían sustituido el Imperio almohade. Ya viraos
(§ 377) cómo llamó en apoyo suyo el rey de Granada á los
Benimerines de Africa. Pero, vencidos los invasores en la batalla
del Salado (1340) y habiendo también decaído la fuerza
LOS ESTADOS MOROS 645
política de los moros africanos, reducidos los españoles á sus
propios elementos, volvieron á su situación defensiva, favorecida
por el olvido de los propósitos conquistadores en los reyes
cristianos.
424. Relación con los reinos cristianos y estado interior.—
De 1340 á fines del siglo xv, la historia política de reino
de Granada se reduce, en sus relaciones con el de Castilla, á
intervenir en las luchas interiores (dinásticas ó de otro género)
de éste, ó á pedir su auxilio para que intervenga en las suyas
propias, como hemos visto que ocurrió con Abu-Said en tiempo
de Don Pedro I, aprovechando estas circunstancias para obtener
ventajas ó para realizar expediciones de corta duración y
escaso fruto. Breves episodios, que renovaban las antiguas
guerras sistemáticas, fueron las invasiones de Juan II y Enrique
IV, cuyos resultados principales, la victoria de Higueruela
y latoma de Gibraltar, quedaron infructuosos, como sabemos
(§ 393), en su propósito de acabar con la dominación
mora, si bien produjeron la pesesión de algunas plazas importantes,
como Jimena, Huesear, Huelma y otras, recobradas en
parte por el rey Mohámed IX en 1447. Aunque las disensiones
interiores eran muchísimas en el reino de Granada y frecuentes
los destronamientos y las sublevaciones, y, por la intervención
en ellas de los reyes castellanos, muchos de los granadinos
se declararon vasallos suyos, las talas y correrías por territorio
cristiano ocurrían con frecuencia, causando grandes daños
en la agricultura y en la población fronteriza; y así continuaron
hasta que definitivamente fué conquistada Granada (1492).
Pero si en estas vicisitudes no parece traslucirse la existencia
de un Estado de gran vitalidad interior, demuestran que sí
lo era socialmente—á pesar de su inferioridad política relativamente
á los cristianos—los hechos referentes á su prosperidad
social y á su civilización, como veremos en lugar oportuno.
Conviene saber, para explicarse esto, que, después de las conquistas
de Sevilla, Murcia y Valencia, la población—árabes,
africanos, renegados, etc.—se concentró en el núcleo de Granada,
llevando allí el esfuerzo de sus brazos y las producciones
de su actividad. De Valencia dícese que vinieron 50,000 moros
y 300,000 de Sevilla, Jerez y Cádiz; y, aunque se descuente de
estas cifras la consiguiente exageración (puesto que, además,
se sabe de muchos que emigraron al Africa, figurando en las
Cortes de Tremecen y otras), es indudable que hubo inmigraciones
importantes que produjeron una condensación de fuerzas
favorables al progresó interior.