Historia de España 1ª Parte

HISTORIA DE ESPAÑA Y DE LA CIVILIZACIÓN ESPAÑOLA

PRELIMINARES

I. Condiciones geográficas de España.—Constituye España una península situada en el extremo SO. de Europa,ligada al continente por un istmo de 450 kilómetros, y rodeada por dos mares: el Mediterráneo, al E. y S. (hasta el estrecho de Gibraltar), y el Atlántico, al S., O. y N.; tomando este último, en la costa septentrional, el nombre de Cantábrico.

Tiene con esto la Península límites perfectamente señalados, puesto que el único punto de unión con otras tierras (con Francia, por el istmo) lo constituye· una cadena de altísimas montañas (los Pirineos) que ofrecen pocos sitios de fácil penetración, de modo que casi la cierran y aislan de Europa.

Geográficamente, la Península constituye un todo, de los más exactamente diferenciados y caracterizados, aunque hoy día, desde el punto de vista político, existan en ella dos pueblos:

España y Portugal; por lo cual se señalan también los límites entrambos en las descripciones geográficas modernas. Pero conviene saber que por muchos siglos toda la Península tuvo una historia común, y que, aun después de haber Portugal llegado á constituir un reino independiente (hace ocho siglos), volvió á estar unido con España por algún tiempo, variando bastante sus límites. Ya veremos en cada época los que ha tenido, único modo de formar idea clara del valor de las divisiones políticas.

Por de pronto, lo que nos importa es considerar el aspecto geográfico dentro del cual se han ido determinando los diversos pueblos mediante cuya relación y enlace se hubo de constituir la España actual.

Tiene la Península la forma de un gran promontorio, cuya parte más alta corresponde al centro próximamente (meseta central: Castilla-Extremadura), desde el cual desciende en escalones el suelo hasta ios dos mares. La falda ó vertiente oriental (la que da al Mediterráneo) es la más corta, y por tanto la más rápida; la occidental, que da al Atlántico, es mayor y de más suave y graduado declive; de modo que España (mirando el conjunto desde la meseta central) se inclina hacia el Oeste,

tardando bastante en llegar al mar; mientras que por el otro lado, más estrecho, se precipita rápidamente en el Mediterráneo.

Nótase también una segunda inclinación, más suave y de relieve desigual, de N. á S., desde la base de los Pirineos cantábricos al Guadalquivir. Esta forma de la Península se halla interiormente modificada por el sistema montañoso, cuyas líneas generales contribuyen, sin embargo, á la disposición indicada.

Las dos cordilleras fundamentales de España son: la Pirenaica, al N., en dirección de E. á O., y la Ibérica, ó Celtibérica que, arrancando de aquélla, toma una dirección casi perpendicular (NO. á SE.) hasta que, ya cerca del Mediterráneo, por el límite de Andalucía, parece torcer al O., formando otra cordillera (la Penibética, que algunos autores consideran como independiente) de montañas altísimas, pero muy próximas al mar y que terminan en el cabo de Tarifa. Las dos líneas primeras forman como una gigantesca Τ cuyo palo vertical no fuese recto, sino tortuoso é irregular, pues no consiste propiamente en una sucesión de montañas, sino en una serie alternada de picos (como el Moncayo y el Javalambre) y de páramos y llanuras elevadas que los cortan; mientras que el horizontal

constituye, en parte, el límite con Francia y, en parte, corre tan junto al mar que deja sólo una zona estrecha donde, sin embargo, existen pueblos tan importantes como los vascos(Provincias Vascongadas), los cántabros (Santander) y los astures (Asturias), terminando luego en una expansión muy complicada que abraza las provincias gallegas y el N. de Portugal, y constituye una de las regiones más quebradas de España.

CONDICIONES GEOGRÁFICAS

Queda así dividida la Península en cuatro regiones: la del Norte ó cantábrica, entre los Pirineos españoles y el mar; la Oriental ó mediterránea, que arranca del nacimiento del Ebro y llega hasta el límite entre Andalucía y Murcia, comprendiendo, pues, todo Aragón, Cataluña, Valencia y Murcia, con parte de la Mancha; la del SE. formada por la zona de tierra que va desde la cordillera Penibética al Mediterráneo (provincias actuales de Almería, Málaga, parte de Granada y de Cádiz); y la Occidental, que coge todo el resto de España, desde el límite entre Asturias y Santander, al cabo de Tarifa y la costa atlántica; es decir, la mayor parte de la Península.

La distribución interior de esta región ó cuenca occidental es variada y muy importante también para la historia. Divídese en subcuencas, separadas por tres cordilleras principales, que son, de N. á S., la Carpetana ó Carpeto-Vetónica, «verdadera columna vertebral de la Península» que divide Castilla la Vieja de la Nueva y Extremadura, formando en Portugal la elevada sierra de la Estrella; la Oretana, que atraviesa las provincias de Cuenca, Toledo, Ciudad Real, Caceres y Badajoz, internándose también en Portugal; y la Mariánica, que forma el límite de Castilla y Extremadura con Andalucía y accidenta el S. del vecino reino. De aquí resultan cuatro grandes valles: uno entre el Pirineo y la Carpetana, que es el valle del Duero; otro entre la Carpetana y la Oretana, que lo es del Tajo; un tercero entre la Oretana y la Mariánica, por donde corre el Guadiana, y el último entre la Mariánica y la Penibética, que forma la cuenca del Guadalquivir. Además, del lado oriental

de la Ibérica se desprenden varios brazos que seccionan también la región Mediterránea en cuencas, de las cuales la mayor es la del Ebro, á cuyo lado S. 2del nudo de 2hacen casi infranqueable el paso entre Aragón y las demás comarcas del S. y E.

Debe considerarse también como un elemento primordial en la constitución de la Península, la parte que corresponde al centro del promontorio que en conjunto forma, ó sea, á las altas mesetas interiores que, elevándose mucho sobre los terrenos que las rodean, constituyen una región aislada y de difícil comunicación con las partes bajas cercanas al mar.

Miden estas mesetas una superficie de 238,000 km2, formando como un segmento circular que va desde el Ebro al Guadalquivir, siendo la parte más característica de ella la castellana (211,000 km2), que los geólogos consideran como «el núcleo permanente de la Península al través de las edades» y como una región «perfectamente aislada desde el doble punto de vista geológico y estratigráfico», ó sea de la formación del terreno y de la disposición de sus capas. Esta meseta queda dividida á su vez en dos, de alturas diferentes, por el escalón que forma la altísima cordillera Carpeto-Vetónica.

Finalmente, es un carácter de la Península española el amplio desarrollo y la regularidad de sus costas, que comprenden 4,100 kilómetros lineales, lo cual, comparado con la extensión del istmo que la une al continente, la acerca mucho á las condiciones de las islas. Las otras dos penínsulas del S. de Europa tienen: 6,785 kilómetros, Italia (con las islas), y más de 3,000, Grecia.

2. Consecuencias de estas condiciones.—De todos los caracteres geográficos indicados, se desprenden consecuencias importantes. En primer lugar, la división del terreno en secciones separadas por altas cordilleras, que favorecen el aislamiento y la formación de núcleos distintos de pobladores, y más principalmente la incomunicación del centro con los extremos, ó sea de la meseta central con las tierras próximas á los mares, y la estrechez de éstas. Es también España uno de los países más montuosos de Europa, lo cual da mucha irregularidad á su suelo y á la distribución en él de las aguas que, además, por la rápida inclinación de los declives del promontorio, producen ríos de gran corriente, menos fáciles de utilizar para el hombre, en los riegos y en la navegación, que los de Francia ó los de Inglaterra, más regulares y de menor carácter torrencial. Por la concurrencia de cordilleras y de mesetas elevadas, es España el segundo país de Europa en altura media de su terreno: la de Suiza es de 1,299 metros, la de España de 700, y la de los Balkanes, que inmediatamente le sigue, de 579; mientras que, según un geógrafo, las alturas absolutas arrojan 96,000 km2 que se elevan á más de 1,000 metros, 70,000 que varían de 1,000 á 500, y 218,000 inferiores á 500 metros. Igualmente la altura y la irregularidad influyen en la temperatura, muy variada—desde fríos excesivos que en algún año han llegado á más de 13o bajo cero, hasta calores como los de 40 y 48 grados,—pero en general muy tolerable.

Es, por último, otra consecuencia, la sequedad del clima en la mayor parte del territorio ó, por mejor decir, las alternativas muy irregulares de lluvia y sequía, que en la mayor parte de las localidades del C, E. y S. producen un término medio de agua lluviosa menor que el mínimum que de ordinario cae en las llanuras de Europa. Conocidas de todo el mundo son las tremendas sequías de Castilla, Andalucía y Valencia, cortadas á veces por lluvias torrenciales é inundaciones de graves

consecuencias. Las inundaciones tienen por causa principal la concentración de las lluvias y las nieves en localidades montañosas de corta extensión, que luego desahogan de golpe por los ríos en mayor cantidad de la que normalmente pueden éstos conducir; al paso que, como hemos visto, hay otras comarcas

(casi las 3/5 de la superficie peninsular) que no participan equitativamente de la distribución de humedad. Resultado necesario de esta desproporción y de la gran altura del terreno,es la pobreza agrícola de muchas localidades, ya conocida y señalada por los geógrafos romanos hace diez y nueve siglos, y que continúa, en lo principal, en los mismos sitios que ellos citan, como, v. gr., la región castellana y la Mancha.

No quiere esto decir que la Península española se halle totalmente desprovista de condiciones favorables para la vida del hombre, ni que las contrarias que hemos señalado sean tan acentuadas é irreductibles que originen dificultades insuperables y totalmente adversas.

Exceptúanse en primer término las regiones costeras, principalmente las mediterráneas del E. y S., tierras bajas feraces, en que florecen cultivos importantes únicos en Europa ó de mejor calidad que los análogos de otros países, como la vid, el olivo, el naranjo, el arroz y las frutas y hortalizas tempranas. La costa Norte, de poco valer agrícola en general, es muy favorable á la ganadería por los extensos prados naturales que sostiene una humedad constante y más que necesaria,caracterizándose en algunos puntos (Galicia y Asturias) por un clima muy templado, gracias á la corriente marítima de agua caliente llamada del Golfo, que toca en ellas; y, merced á esto también, en parte de Galicia, por una frondosidad exuberante. Debido á estas condiciones— y á otras que luego señalaremos—las costas han sido siempre en la Península lo más poblado, rico y de civilización adelantada, sobre todo en el S. y E., como ya advirtieron los citados geógrafos de la época romana. A estos elementos de producción natural se unen eñ mayor escala, y difundidos con más igualdad en todo el territorio, yacimientos innumerables de

minerales, desde los metales preciosos (oro, y en mayor cantidad plata) hasta los de uso más vulgar en las industrias: siendo en este punto coetánea con los primeros tiempos de su historia la fama de la Península española, fama que constituyó uno de los más poderosos medios de atracción de los pueblos extraños

Por otra parte, conviene no olvidar nunca que la acción del hombre puede modificar en gran medida las condiciones de la naturaleza, y que precisamente esta reacción contra el medio natural—que, aun en los casos más favorables, no rinde todos los beneficios de que es susceptible sino á cambio del esfuerzo humano—constituye el fondo esencial de la historia. Claro es que el esfuerzo ha de estar en razón directa de la facilidad que presentan para su explotación y acomodamiento á las necesidades humanas, el suelo y el clima, y que, por lo tanto, hay países que requieren mucha mayor energía que otros menos ingratos, como indudablemente lo son, comparados con el nuestro, no pocos de Europa. Pero si esta circunstancia puede explicar cierto retraso en el desenvolvimiento del pueblo menos favorecido, y aminora en algo la responsabilidad de él, puesto que lucha con mayores dificultades, le obliga en cambio moralmente á más esforzada y constante acción para vencer los obstáulos naturales que sé le oponen. Así, la primera y más importante cuestión social que el pueblo español tiene planteada en su historia, y hacia la cual debería haberse orientado su actividad ante todo, es la de modificar el medio físico en que vive, aplicando á esto la mayor parte de sus fuerzas y de su atención, como base de todo su desarrollo nacional. Así hicieron muchos pueblos que han brillado en la historia, á pesar de haberse establecido en regiones poco aptas naturalmente, á no mediar gran esfuerzo del hombre, para dar vida á naciones robustas.

Los habitantes de nuestra Península han podido contar, como base para el éxito —que en parte contrarresta las condiciones contrarias que hemos señalado,—la feracidad de algunas regiones, el abundante caudal de agua que en algunas épocas del año llevan los ríos y se pierde en el mar, el no menos grande de aguas subterráneas que hay en muchas localidades y la riqueza mineralógica del suelo, que tanto se presta á desarrollos industriales. Igualmente la gran amplitud de las costas ofrece campo á propósito para el cultivo de la navegación y del comercio marítimo, aunque no tanto como otras naciones de litoral más recortado. He aquí cómo la misma naturaleza ha señalado desde el primer momento la ley fundamental que, so pena de grandes males, había de guiar la acción de nuestro pueblo para organizarse y desenvolverse ampliamente. La comprobación del cumplimiento ó incumplimiento de esta ley 'necesaria, no es el menor frutoque ha de sacarse del estudio de la historia de España.

3. Población de España.—La Península española, no obstante su gran extensión (586,000 km2 en números redondos), ha estado siempre poco poblada. No pueden fijarse cifras exactas de población para tiempos anteriores al siglo xvni, porque los censos no se verificaban con la relativa perfección que alcanzan ahora, ni eran tan constantes y regulares, transcurriendo á veces siglos sin que se hiciera ninguno. Así, las cifras que se dan para el siglo XV oscilan, de 7.900,000 habitantes en la corona de Castilla (comprendiendo el reino de Granada) á9.680,191, Respecto del siglo XVI, indícanse sumas que varían de 4.500,000 (1541) ó, según otros datos posteriores, 6.990,262 (en Castilla, León, Vascongadas y Asturias), á 7.504,057 (en 1594). En el siglo XVII, si hubiéramos de dar fe á los números que traen algunos autores contemporáneos, la población bajó extraordinariamente, pues, según el cardenal Zapata, en Castilla había sólo (1619) tres millones de habitantes, y, según Don Antolín de la Serna, seis millones en toda España (§ 733). Del siglo XVIII se conocen ya estadísticas más seguras, que elevaban

la cifra de población (en los últimos años) á más de 10.000,000. Desde entonces ha seguido subiendo en proporción bastante acentuada, desde 11.000,000 en 1822, á 17.560,352 en 1887.

El acrecentamiento iguala al de Italia, y excede en mucho á Irlanda, Austria, Grecia, Francia y á veinte de los principales Estados alemanes. En la densidad, ó sea número de habitantes por km2, ocupa España el número 12 en la serie de naciones europeas, y en la cifra relativa de esa misma densidad, el número 7, después de las seis grandes potencias (Rusia, Alemania, Austria-Hungría, Francia, Inglaterra con Irlanda, é Italia). Pero, como se ve, el acrecentamiento es muy moderno (salvo algún caso contrario de decrecimiento regional, como en Andalucía tan poblada en los tiempos romanos y en los árabes), y durante la mayor parte de su historia—á pesar de varias invasiones de pueblos extraños,—la Península ha tenido muy escasa población.

4. Relaciones históricas de España.—A pesar de hallarse nuestra Península en el extremo occidental de Europa y casi aislada, ha mantenido siempre gran relación con los pueblos de otras regiones. Por el lado de los Pirineos ha sido la desembocadura natural de todos los grupos humanos emigrantes del N., cuya línea de emigración ha ido, por lo general, dirigida hacia el O.; por el lado del Atlántico ha estado expuesta á las correrías de otros grupos septentrionales que visitaban por mar las costas O. de Europa, á la vez que veía abierto ante sí, libremente, el camino de nuevos descubrimientos, que al cabo hizo, en América; por el S., la proximidad de Africa (no sólo por el estrecho—que fué antes istmo—de Gibraltar, sino por toda la costa de lo que ahora es Marruecos y parte de Argelia) la expone á las invasiones de los pueblos orientales y africanos que han seguido siempre la línea del litoral; y por el E., comunicándose con el Mediterráneo, ha estado muy presente á las miradas de todas las naciones costeras y navegantes, desde los fenicios y egipcios á los griegos y romanos. Por otra parte, la actividad de los habitantes de la Península, y los ideales de expansión que en distintas épocas alimentaron, les han hecho salir de sus límites y llevar unas veces la guerra, otras veces el comercio y los descubrimientos geográficos, á diversos puntos del globo, muy lejanos algunos; constituyendo así una doble corriente, de fuera á dentro y de dentro á fuera, en las relaciones internacionales. La orientación de este movimiento expansional ha sido diferente en las varias regiones de

la Península. Las orientales (y particularmente Cataluña) han tendido con gran fuerza á la extensión por el Mediterráneo y por las tierras situadas al N. del istmo pirenaico, con las cuaes tienen lazos estrechos de parentesco. Las septentrionales costeras señalan desde muy antiguo un impulso también septentrional,

á beneficio de la pesca y del comercio, que las liga con pueblos europeos distantes, como Inglaterra y los Países Bajos.

Fig. 2. Cráneos prognatas y ortognatas, según Tylor

La región central y occidental se ha significado muy tardíamente en este sentido: su expansión se verifica por la misma Península, y sólo desde fines del siglo XV salede los límites españoles para dirigirse con gran fuerza hacia el O. (América), y con menos ímpetu y constancia hacia el S. (Africa), poniéndose así en contacto con otros continentes y contribuyendo en gran manera á la población y civilización del americano. Por todas estas circunstancias, han sido varidísimas las relaciones de España con otros pueblos, y en su propio territorio se han mezclado elementos muy diferentes de población, convirtiéndolo en teatro de hechos altamente complejos. La narración de estos hechos, y por tanto de las vicisitudes por que han pasado las gentes que los produjeron, constituye la historia de España.

5. Razas y pueblos.—Estas mezclas de pueblos tienen importancia grande para determinar la formación y el carácter del tipo español, dado.que no todos los hombres son iguales, ni física ni espirítualmente. Atendiendo á las diferencias físicas, se distinguen dentro del género humano varias clases ó grupos que se llaman razas. Las razas se caracterizan por la forma de la cabeza ó cráneo, la cavidad de éste, el color de la piel y de los ojos, el aspecto, color y sección transversal descabello, la altura del cuerpo, la longitud de las extremidades (especialmente los brazos), y otras particularidades. En el cráneo hay que considerar lo que se llama ángulo facial, formado por dos líneas que, partiendo la una del orificio del oido y la otra del punto medio de la frente, se juntan en la base de los dientes incisivos medios superiores. Este ángulo varía naturalmente según que la mandíbula superiores saliente ó no.

Fig. 3. — Cráneos doiicocéfalo, mesaticéfalo y braquicéfalo.

Los cráneos que la tienen saliente (y por tanto un ángulo menos abierto ó más agudo) se llaman prognatas; y los que la tienen recta (con ángulo más abierto), ortognatas. Son ejemplos de estos dos tipos, el cráneo de un negro (fig. 2, d) y el de un europeo (fig. 2,f) Igualmente importa la figura general del cráneo mirado verticalmente.

Si es más largo que ancho, se llama doiicocéfalo; si aumenta la anchura, apareciendo como redondeado, braquicéfalo; y si ofrece un término medio, mesocéfalo ó mesaticéfalo (fig. 3).

Estas proporciones se miden también por el ángulo que forman dos líneas, una que de la base posterior va hasta la frente, y otra que la corta en forma de cruz. Apreciando como 100 la línea primera, este ángulo tiene en los neocaledonios (dolicocéíalos extremados), 70; en los europeos (mesocéfalos), 80; y en los samoyedos (braquicéfalos), 85. En cuanto á la cavidad ó cabida interior del cráneo, se mide llenándolo de perdigones ó emillas, que luego se cubican en un vaso graduado; y también varía en los diferentes pueblos.

El color de la piel tiene muchas variantes, como es sabido, distinguiéndose cuatro tipos fundamentales según unos autores (blanco, amarillo, negro y mixto), y cinco según otros (blanco[subdividido en enteramente blanco y moreno], negro, amarillo, cobrizo y moreno obscuro australiano); pero estas diferencias no son consideradas hoy día como muy importantes para la determinación de razas. En los ojos se aprecia el tamaño de su cavidad y el color del iris, aunque por ser éste variadísimo y hallarse el negro, que es el más común, en todas las razas, tampoco es señal muy segura. Lo mismo sucede en punto al cabello, negro ó rubio, crespo ó suave etc.; pero sí tiene importancia su sección ó corte, ya redondo, ya ovalado (hombre europeo) ó alargado (negro africano), porque es carácter que persiste en las

razas.

Por la altura del cuerpo, se diferencian mucho los hombres, puesto que hay pueblos, como los patagones, que llegan á 6 pies y 4 pulgadas, mientras que los bosjemanes del S. de Africa sólo tienen 4 pies y 6 pulgadas, y el europeo ocupa un término medio. Finalmente, considerando la extensión de los brazos, se ve que en los blancos, puestos de pie, no llegan los dedos más que á la mitad del muslo, mientras que en los negros bajan una ó dos pulgadas más, y aun suelen llegar á la rodilla.

Considerando todos estos caracteres—que en la realidad se combinan entre sí de varios modos, —se distinguen y caracterizan las razas humanas, cuya importancia capital para la historia consiste en que, según muchos naturalistas (y también según la opinión vulgar), sus diferencias físicas suponen diferencias espirituales en punto al desarrollo de la inteligencia, aptitud para el trabajo, predominio de éstas ó las otras cualidades morales, etc. Tales conclusiones no las aceptan todos los

sabios, afirmando algunos, como mayor concesión, que las diferencias intelectuales no pueden apreciarse sino comparando los tipos extremos de la serie de razas; mientras otros creen que no son esenciales y sí históricas, suponiendo que, sometidas á iguales condiciones de educación, todas las razas pueden llegar

á idénticos resultados en lo fundamental. Pero, aunque fuesen completamente exactas, perderían las> citadas mucho de su valor para nosotros desde el momento que en la historia no encontramos razas puras, es decir, que no se nos presentan los hombre agrupados según sus caracteres físicos y excluyéndose unos tipos á otros. Así, los pueblos que más han figurado en la historia, como los egipcios, los griegos, los romanos, etc., son producto de cruzamientos y mezclas, notándose en su competición diferentes tipos antropológicos, ó resultados mixtos, de caracteres nuevos. Los antropólogos creen que, cuanto más mezclado es un pueblo, tanto más fecundo y apto es para la civilización; y señalan también, como una circunstancia modificativa de las razas (dentro de ciertos límites), la influencia del medio natural —geográfico y climatológico—en que viven, y que puede variar mucho, por las emigraciones, v. gr. Pero es indudable que los grupos humanos constituidos históricamente en un territorio, cualesquiera que sea su composición antropológica, se han distinguido unos de otros por el carácter, la vocación, el género de actividad, las cualidades morales, las costumbres, etc., y en este sentido se dice que el pueblo francés es distinto del español ó del alemán, ó del italiano, notándose que estas diferencias persisten á través del tiempo, y aun se acentúan, á veces. Desde este punto de vista, importan las relaciones de unos pueblos con otros y sus influencias, aunque no pueda decirse que sean de razas, sino de grupos mezclados.

Otro hecho hay que distingue á los hombres notablemente, aunque no es del orden físico: el idioma. Atendiendo á él, se han solido clasificar los pueblos en grupos que se llaman familias de idiomas, y también razas. Generalmente son tres las familias que los autores consideran: aria (en que figuran casi todos los pueblos de Europa y los indos y persas de Asia), semita (asirios, hebreos, fenicios, árabes, etc.) y turania, mogola ó uraloaltáica (mogoles, fineses, húngaros, turcos, etc.), quedando aparte los pueblos que hablan lenguas de tipo muy diferente, como los chinos, birmanes y siameses. Esta clasificación no debe inducir á error, confundiéndola con la de las razas propiamente dichas, ó creyendo que cada raza habla exclusivamente una clase de idiomas. Por el contrario, en cada familia lingüistica se hallan confundidos pueblos y grupos de distintos caracteres físicos: así, en la aria hay dolicocéfalos ortognatas y braquicéfalos, rubios y morenos, etc., y en la uraloaltáica, braquicéfalos de varias clases, blancos y amarillos. La comunidad de idioma indica, en opinión de los sociólogos, una intimidad de vida y

de civilización mayor que la analogía ó identidad de los caracteres antropológicos ó de raza; siendo frecuente el hecho de haberse comunicado una lengua á grupos humanos que se distinguen desde el punto de vista de los caracteres físicos.

6. Razas y pueblos en España.—Aplicando todos estos datos á nuestra Península, hallamos que el pueblo español es mezclado, y que en diferentes tiempos de su historia ha recibido elementos antropológicos distintos. Aunque los estudios de este género son aún rudimentarios y no permiten afirmar en absoluto nada, parece resultar de ellos que la población española pertenece á un grupo europeo llamado mediterráneo, que difiere del central y del septentrional, pero que dentro de él se marcan dos tipos distintos: uno, dolicocéfalo moderado, moreno, ortognata, de cara ovalada, llamado libio-ibero y que principalmente se nota en las localidades de la cordillera cantábrica; y otro dolicocéfalo también y dolico-facial (cara alargada) con ojos obscuros, llamado semita ó siro-árabe, que aparece mezclado con el primero intensamente. Los vascos—tenidos como uno de los pueblos más antiguos de España—no se muestran como raza pura, habiéndose hallado en ellos hasta tres tipos ó elementos antropológicos. Nótanse también mezclas con un tipo braquicéfalo de origen celta (centro de Europa), en las costas levantinas, en la región Norte y en Portugal.

El grupo libio-ibero pudiera ser mezcla de una raza muy antigua (§ 10) dolicocéfala, morena y pequeña, de cabello negro, llamada de Cromagnon ó ibera, con otra venida de África y de parecidos caracteres. Correspondiendo á estos tiempos antiguos, hállanse también restos de una raza braquicéfala, grande, de ojos claros y cabello rubio (celta ó mongoloide), que por mezcla con la ibera dio (en opinión de algunos) el tipo vasco, menos dolicocéfalo que el ibero primitivo. En conjunto, parece predominar en España la dolicocefalia, más pronunciada en la región portuguesa y atenuada en el resto. Considerando los pueblos extraños que han invadido en el curso de la historia nuestra Península y han influido sobre nuestra civilización, hallamos que representan tipos diferentes: unos, dolicocéfalos ortognatas y

morenos (fenicios, cartagineses y judíos); otros quizá dolicocéfalos prognatas (númidas); otros, mesocéfalos y rubios (germanos), considerados en conjunto; aunque ninguno de estos pueblos pueda tenerse como de raza pura, sino mezclada ya, según ocurre con los romanos y los griegos que tanto influyeron en la Península y que son resultado, según se cree, de una combinación análoga á la española (libio-iberos con siro-árabes), más otros elementos braquicéfalos de pelo obscuro (celtas) y

dolicocéfalos rubios (teutones).

Desde el punto de vista de la civilización, cada uno de estos pueblos que han intervenido en nuestra historia, representa también caracteres é influencias muy distintas y variadas.

7. División de la historia da España.—Las primeras noticias seguras que tenemos de los pobladores españoles, provienen de gentes extrañas que visitaron en tiempos muy lejanos la Península, y se remontan al siglo vi antes de Jesucristo. De aquí se ha partido generalmente en el estudio de nuestra historia, comenzando á contar la primera Edad de ella, llamada, por ser la inicial, Antigua. Pero de tiempos seguramente anteriores al siglo mencionado, sabemos hoy que había hombres en España y que poseían cierta civilización, aunque de ellos no nos queden noticias directas, ni en escritos ni en tradiciones precisas, teniendo que deducirlas de los restos materiales (huesos humanos y objetos de industria) que dejaron. Estos tiempos deben en rigor incluirse en la Edad Antigua; mas, por la especialidad de su carácter, han solido formar con ellos los historiadores una Edad ó época distinta, llamada de un modo particular, como veremos (§ i ó).

La Edad Antigua, ya comience en el siglo vi ó antes, termina, según la opinión común y corriente, en el siglo ν de nuestra era, en que se verifica una gran invasión de pueblos del N. de Europa. Comienza entonces en la historia de España (y en la de Europa) una nueva Edad, llamada Media, que concluye para nosotros en 1492,año en que los Reyes Católicos consiguen arrojar de España á los musulmanes que habían dominado ocho siglos en gran parte de ella, fundando así la unidad política territorial.

Desde 1492 empieza á contarse una tercera edad, Moderna, que unos hacen llegar hasta nuestros días, y otros terminan á comienzos del siglo'XIX (en 1808), por creer que los caracteres que ofrece la vida nacional desdé entonces son enteramente distintos de los que ofreció hasta aquella fecha", en que una guerra con Francia (la guerra de la Independencia) y el cambio en el régimen político, varían mucho la dirección de la historia.

A esta nueva división llaman Edad Contemporánea.

Sin perder de vista estas divisiones tradicionales—fundadas en la indudable relación de nuestra historia con la general europea—y refiriéndonos á ellas en lo que cabe, adoptaremos en el presente libro otras más concretas que convienen mejor al desarrollo especial de nuestro pueblo y marcan con mayor precisión los distintos cambios que en él se han producido.

EDAD ANTIGUA

TIEMPOS PRIMITIVOS

8. Historia de la Tierra.—La Tierra no ha sido siempre como ahora es, de la misma forma, con los mismos mares y continentes, ni ha estado poblada con iguales plantas y animales que los que hoy vemos. Unos y otros han pasado por cambios distintos, que necesitaron muchísimo tiempo para producirse. El estudio de estos cambios forma una ciencia llamada Geología, que es como la Historia de la Tierra; y del mismo modo que en la historia de los hombres hay divisiones de Edades, la Geología ha establecido otras en la sucesión de las transformaciones por que ha pasado la Tierra.

Los tiempos más antiguos, cuando empezó la Tierra á formarse con partes sólidas y partes líquidas, se conocen con el nombre de arcaicos ó fundamentales, sin que en ellos aparezca todavía de un modo indudable ningún ser vivo, vegetal ó animal: es decir, que sólo existían minerales, sólidos (terrenos), líquidos (agua,s) ó gaseosos. Siguen á estos tiempos otros llamados primarios (era primaria ó paleozoica), en que ya se hallan plantas y animales, siendo éstos en su mayor parte marinos (crustáceos, moluscos y peces). No existían entonces los continentes que ahora conocemos (Europa, Asia, África, etc.), sino islas numerosas, pequeñas y poco elevadas. La temperatura era uniforme y templada.

La era secundaria ó mesozoica, que siguió á ésta, se caracteriza por la formación de continentes extensos, con nuevos tipos vegetales y animales, clima cálido, pero que va ya diferenciandose en las distintas regiones del globo y constituyendo las zonas de temperatura, i la vez que se acentúan las estaciones del año.

Por fin, surgen los continentes con la forma y la extensión, aproximadamente, que tienen en la actualidad y con clima muy templado, vegetación extraordinaria, fauna en que sobresalen grandes mamíferos y abundancia de lagos y volcanes. Todos estos cambios caracterizaron una nueva era, que se llama terciaria, neozóica ύ cenozoica.

No hay vestigios seguros de que el hombre viviera en estos tiempos, que duraron muchos miles de años. La Península española, cuyo macizo central (cordillera Carpeto-Vetónica) y parte del suelo* de Galicia, del Norte de Portugal, Extremadura y provincias de Córdoba y Sevilla, se formaron en la era arcaica, se va completando en la terciaria mediante el levantamiento de los Pirineos, que hasta entonces no existían. El Mediterráneo se comunicaba con el Atlántico por una depresión del valle del Guadalquivir, mientras que en el valle del Duero, en el del Ebro y en el de Castilla la Nueva, existían tres grandes lagos, unidos los dos primeros por el Norte de Burgos y La Rioja, y otros menores veíanse por la parte de Murcia, Valencia y Sevilla. Estos lagos fueron corriéndose hacia el O. y

desapareciendo, ya por evaporación, ya por desagüe en el mar, dejando las hondonadas, por donde vinieron á correr los ríos.

También á fines de esta era comienza á levantarse sobre el nivel del mar la costa de Levante.

Como se ve, en este tiempo, si España tiene ya fundamentalmente la configuración actual, todavía se advierten en ella notables diferencias en la distribución de los terrenos, comparándola con la que presenta hoy día.

Antes de acabar la era terciaria, se produjo un notable cambio de temperatura, mudándose el clima subtropical en fríos intensos (período glacial), que cubren casi toda Europa de hielos y originan multitud de accidentes, preparatorios de modificaciones en las formas continentales. Con esto se abre la era cuaternaria; y, pasado el período glacial, se restablece la normalidad de la temperatura, que adquiere condiciones análogas á las actuales. En esta era se encuentran ya indudables vestigios de que vivía el hombre.

9. Aparición del hombre.—Período arqueolitico en España.— La era cuaternaria (que algunos llaman del aluvión antiguo, reservando el nombre de aluvión moderno á la siguiente, en que se depositan las tierras actuales) ofrece varios períodos distintos,que importa señalar por relacionarse íntimamente con la

existencia del hombre.

Fig. 4. — Unión de España y África en los tiempos prehistóricos. (Según Bourguignat.)

El primero se llama paleolítico ó arqueo- Utico, es decir, de la «piedra antigua» y también de la «piedra tallada», porque, como veremos, el hombre de entonces fabricaba de piedra sus principales utensilios. Igualmente se le llama del mammuth, porque durante él predominó este animal gigantesco, parecido al elefante, dotado de grandes colmillos y cubierto de pelo, á la vez que otros carniceros desaparecidos más tarde, como el oso de las cavernas y una especie de rinoceronte.

En este período, España estaba unida al Africa por Marruecos, y á Italia por la continuidad de Argelia y Sicilia, que aun no era isla. El Mediterráneo actual hallábase dividido en dos inmensos lagos. La temperatura era desigual, fría en las alturas y caliente y poco variable en los valles. La fusión de los hielos del período gracial producía grandes ríos de mucha corriente, que arrastraban enormes cantidades de tierra de las montañas, rellenando las partes hondas, más profundas entonces que hoy día.

Aunque se han encontrado reatos humanos de este período, dúdase que representen la raza de los primeros tiempos del paleolítico y, por tanto, la verdaderamente primitiva. Pero, sea así, ó haya que retrotraer su existencia á momentos menos antiguos dentro del mismo período, es lo cierto que á él pertenece una raza que se llama de Neanderthal y de Canstadt, por haberse hallado sus restos principalmente en localidades alemanas que llevan esos nombres. No son enteramente iguales los cráneos de uno y otro punto, pero coinciden en los caracteres fundamentales, por lo cual se los incluye en un mismo grupo.

Según estos caracteres, los hombres de Neanderthal ó Canstadt eran bajos de cuerpo, pero robustos, de cabeza larga y estrecha, con la parte superior del cráneo aplanada, los huesos muy gruesos, los pómulos salientes y la parte superior de la boca también saliente (prognatismo). Parece que vivieron en casi toda Europa, desde la península Escandinava á Francia, llegando por el E. á Bohemia y por el O. á Inglaterra. Respecto de España, es todavía dudoso si hubo entonces representantes de esa misma raza, pues un cráneo incompleto hallado en Gibraltar, y que ofrece análogos caracteres que los de Neanderthal y Canstadt, aunque exagerados en parte, no es completamente seguro que sea de esta época.

Vivieron los hombres de entonces, primeramente, á orillas de los ríos, por la caza y pesca abundantes que les ofrecían, y más tarde empezaron á ocupar las cuevas ó cavernas que encontraban en sitios altos, para librarse de las inundaciones. Comían de lo que cazaban y pescaban, y probablemente también hierbas y frutas. Conocieron quizá el fuego, y no usaban vestido alguno, aunque sí adornos.

Los objetos de que se servían para las diversas operaciones de la vida, eran de piedra (de las clases llamadas cuarcita, silex ó pedernal, cuarzo de filón, jaspe, etc.), que tallaban á golpes.

Se han encontrado de varias clases, que parecen ser unas más antiguas que otras, y forman dos tipos denominados chellense ó cheleano y musteriense, aunque ambos suelen reunirlos bajo una misma denominación (amigdalóideo) los antropólogos españoles. El tipo más antiguo se distingue del otro en estar tallado ó retocado sólo por una cara, y quizá corresponde á la industria de esa raza primitiva anterior á la de Canstadt, que algunos suponen, pero de la cual no hay restos esqueléticos. Los objetos de silex hallados consisten

en una especie de hachas (no de guerra, probablemente) gruesas y toscas, sin mango unas, y otras dispuestas para tenerlo, terminadas á veces en punta por un extremo; en piedras también gruesas, erizadas de puntas; otras que parece eran arrojadizas(como las de honda); raspadores y sierras y una especie de perforadores de forma romboidal alargada y punta fina. Dúdase si el hombre de esta época usó el hueso.—Estaciones humanas de esta clase se han hallado en España en la pradera de San Isidro (al lado del Manzanares), en la cueva de Perneras (Murcia) y en otros sitios. La estación de San Isidro es importantísima, como representante del tipo arqueolítico primitivo, por sus hachas de silex sumamente características, y por la gran antigüedad (mayor que la de estaciones análogas de otros países) que revela la profundidad à que han sido hallados aquellos restos de la industria prehistórica.

Fig. 5.—Armas arqueolíticas.

No es la raza de Canstadt la única que aparece en Europa en el período arqueolítico. Existía también otra, de tipo diferente, braquicéfalo, llamada en general de Furfooz, aunque bajo este nombre se agrupan restos que difieren algo entre sí; pero de esta nueva raza no se han hallado vestigios seguros en nuestra Península (hasta ahora á lo menos), correspondientes á este período; aunque en tiempos algo posteriores parece que existió en localidades de Andalucía y de Portugal (§ 13).

10. La raza de Cromagnon. —Sí hay restos, en cambio, y

muy abundantes, de una tercera raza también paleolítica, llamada

de Cromagnon, posterior á la de Canstadt y cuya presencia

en Europa señala, para algunos antropólogos, un período

nuevo, de transición. Era esta raza alta y robusta, de cráneo

grande é irregular, alargado y estrecho (dolicocéfalo) pero aplanado

en la base, de frente ancha, recta y espaciosa, cara más

ancha que larga, nariz delgada y prominente y muy salido el

hueso de la barba. Difieren los antropólogos en punto al origen

de los hombres de Cromagnon y al camino que siguieron al

difundirse por Europa; pues mientras unos creen que entraron

por el S., viniendo del Africa, y venciendo á los de Canstadt

ocuparon á España, Francia y Bélgica, otros les suponen irradiando

desde la comarca francesa llamada Perigord, hacia Bélgica,

Holanda é Inglaterra por el N., y España é Italia por

el S., llegando hasta Argelia y las islas Canarias, donde hubo

de conservarse con gran pureza hasta el siglo xv. Pero, sea de

esto lo que quiera, lo que importa saber es que la raza de Cromagnon

vivió en nuestra Península, habiéndose hallado restos

de ella, ó de su industria, en muchas cuevas de diversas localidades,

como la de la Solana (Segovia), la de Serinyà (Gerona),

Santillana (Santander), la Lóbrega (Torrecilla de Cameros) y

otras de Granada, Málaga, Almería, Murcia, Alicante y Portugal

(casa de Moura).

La vida social de esta raza se caracteriza por formar probablemente

grandes grupos (tribus), habitar con preferencia en

cavernas, haber modificado la forma y hasta la materia de

los objetos que usa, y multiplicar el número y especie de ellos.

En el desarrollo de su civilización se distinguen, por lo

general, dos períodos, llamados de Solutré y de la Magdalena,

por las dos localidades francesas en que primeramente se

hallaron los restos industriales que les corresponden. El primero

se caracteriza por la mayor finura y elegancia de los

útiles, más largos, también, que en el período anterior. Aparece

LA RAZA DK CROMAGNON 41

una clase de lanzas de figura de hoja de laurel, con pedúnculo

ó apéndice que permite sujetarlas ó encajarlas en un mango, así

como puntas de dardo y de flecha, raspadores simples (por un

solo lado) y dobles, percutores, perforadores y astillas ú hojas

agudas en forma de cuchillos. El material que se usa para

fabricar estos utensilios no es ya sólo la piedra, sino también

el hueso y el asta de ciervo. Reveíanse en este período las

primeras manifestaciones artísticas, con grabados en piedra,

muy imperfectos.

El segundo período, magdaleniense ó del reno (que corresponde

al que llaman mesolítico algunos autores), es el más característico

de la industria de Cromagnon, y no faltan antropólogos

que lo creen anterior al de Solutré, ó de origen distinto.

Nótase en él gran adelanto en la construcción de armas y

útiles, dando gran desarrollo al material de hueso con preferencia

al de piedra (que parece decaer, exagerando el tipo

pequeño) y usando también el marfil y el asta, que en España

es de ciervo y no de reno, porque este animal (que da nombre

al período en Europa) no existió en nuestra Península, deteniéndose

en el Pirineo. Fabrica cuchillos con mango, y una

especie de espadas cortas con punta; flechas, raspadores, buriles,

taladros, arpones y agujas y otros objetos de uso desconocido,

así como adornos de conchas y piedras.

El hombre de esta época usaba quizá vestidos (dé pieles),

como parecen denotarlo las agujas encontradas; se adornaba

mucho con brazaletes, pendientes, collares, etc.; empleaba insignias,

representadas por una especie de bastones de mando

hechos de un cuerno de reno taladrado y adornado, y por diademas,

como la hallada en un cadáver de la gruta de Mentón.

Dedicábase á la caza de los grandes mamíferos, de los que

comía el tuétano, extrayéndolo con una especie de cucharas ó

espátulas. En punto á habitación, es posible que comenzara á

construir tiendas ó cabanas; pero en general usaba todavía,

predominantemente, las cuevas naturales, que servían también

de cementerios ó enterramientos. Los cadáveres sepultábanse

juntamente con armas, utensilios y objetos de adorno, de donde

se ha deducido que los hombres de estos tiempos rendían culto

á los muertos, como se sabe de muchos pueblos de fecha pos42

HISTORIA DE ESPAÑA

terior y de los salvajes actuales. También del uso de amuletos

se ha deducido que profesaban alguna creencia religiosa; así

como de las insignias antes nombradas, el hecho de existir ya

diferencias de clase y jerarquía social ó política. Los puntos

reconocidos en España como pertenecientes al período magdaleniense,

ó que contienen objetos que corresponden á ese arte,

son: la cueva de Altamira (Santander), la de Serinyà y quizá la

del Mondúber (Valencia.)

II. Desarrollo de esta civilización en España.—El período

neolítico.—En las cavernas de España donde se han hallado

restos esqueléticos de la raza de Cromagnon, se advierten particularidades

que muestran un progreso grande en la cultura

de ella y señalan un período de transición hacia nueva edad,

caracterizada por el predominio de nuevos elementos de industria

y por el general perfeccionamiento de la vida. Así, en la

cueva de la Lóbrega, en la de la Mujer (Alhama) y en la del

Tesoro (Málaga), aparece ya la cerámica, representada por

cacharros de barro hechos á mano y endurecidos probablemente

al aire libre y con fuego por la parte interior. También se encuentran,

en las cuevas del tipo magdaleniense (cuya más genuïna

y elevada representación aquí corresponde á la cueva de

Altamira y á otras "varias recientemente descubiertas en la

misma provincia de Santander), muestras de pintura y grabado

en la roca, de un admirable aunque tosco realismo que reproduce

figuras de animales (toros ó bisontes, ciervos, caballos, etc.)

pintadas de ocre y de almazarrón, y signos lineales ó hemisféricos

que manifiestamente son de escritura: los primeros, análogos

á las pictografías prehistóricas de Egipto, y los segundos,

probablemente, á una forma de escritura antiquísima de que

ya se han hallado manifestaciones en muchos países y, dentro

de España, en varias localidades de Santander, Galicia, Càceres,

Badajoz, Almería, Alicante, Teruel, y en Portugal. Todos estos

hechos, que no aparecen en las estaciones de los primeros tiempos

paleolíticos, y que tanta novedad ofrecen, han llevado á pensar

á algunos arqueólogos y antropólogos en la distinción de un

nuevo período, de transición entre el paleolítico propiamente

dicho y la civilización más adelantada que le sigue, llamada

neolítica. A ese período de transición se le ha apellidado mesoEL

PERÍODO NEOLÍTICO 43

Utico, y á él pertenecerían la cueva de Altamira y las demás

que presentan caracteres análogos, algunos de los cuales creen

también otros arqueólogos que pueden ser obra de gentes sucesores

del pueblo paleolítico en la habitación de las cavernas, ó

de influencias extranjeras que ya se hubieron de producir sobre

aquéllas.

Pero lo que propiamente caracteriza el período neolítico es

una nueva manera de trabajar la piedra, pulimentándola (ó más

exactamente, martillándola y aguzándola, para perfeccionar su

forma) en vez de tallarla simplemente, al mismo tiempo que

las formas de las armas y objetos

van cambiando, y que se emplean

clases de piedras nuevas

(diorita, fibrolita, etc.) Así se

observa, v. gr., en los llamados

kiokenmodingos ó paraderos, grandes

montones de restos de cocina

y de habitación al aire libre,

como los hallados en Portugal.

Ayudan á la transformación las

variaciones climatológicas originadas

por la retirada de los

glaciares ó heleros y el aumento

de la temperatura, que obliga al reno, al mammuth y otros

animales, á emigrar del centro de Europa, quitando al hombre

una gran base de su sustento y de su arte é inaugurando la

era moderna (§ 9). Con esto, es uno de los caracteres de

la nueva civilización el renacimiento de la industria de la

piedra (que en gran parte se había sustituido, como se dijo en

el § 10, por el hueso, el marfil y el asta), pero ya, según se ha

notado antes, no tallada, sino pulimentada. No quiere esto

decir que acabe por completo la talla, sino que se usa también

el pulimento, desconocido en los tiempos genuinamente paleolíticos

y aplicado á nuevas formas de instrumentos, que difieren

también de los antiguos en tamaño. La simple talla, no sólo se

conserva, sino que se perfecciona mucho.

Los objetos que se fabrican ahora, conservan rasgos de los

del período anterior, como las puntas de flecha y las hojas con

Instrumentos de piedra pulimentada

44 HISTORIA DE ESPAÑA

empuñadura; mas aparecen otros nuevos, que lentamente van sustituyendo

á los antiguos, como hachas talladas en bisel, una especie

de azuelas ó azadas pequeñas, martillos, molinos y morteros:

usándose para estas fabricaciones, además del silex, otras

clases de piedra, como ya hemos dicho. En hueso y ámbar se

hacían brazales para proteger los brazos en la guerra, peines,

alfileres, agujas, leznas, ciseles, collares, botones en forma de

disco cónico y otros objetos.

Acentúanse, á medida que adelanta la civilización neolítica, los

ensayos de cerámica (cocida al sol ó en hogueras) en forma de

Fig. 7. - Ejemplar de cerámica de Argecilla: mesoh'tica? (Museo espt de antigüedades.)

vasos funerarios y de uso común con adornos, pulimentadores,

tinajas, una especie de lámparas, y discos agujereados que se ensartaban

con una fibra (fusaiolas); siendo de notar que los vasos

hallados en los Pirineos y en Portugal son superiores á los del

centro de Francia por la forma y por el decorado. Ejemplares

de esta cerámica se encuentran en cuevas y lugares de Almería,

Alicante, Murcia, Málaga, Granada, Guadalajara, etc.

A la vez aparecen las industrias textiles, como lo prueban

restos de vestidos encontrados en cuevas de la provincia de

Granada y otros puntos. El oro es ya conocido y empleado en

construir objetos, y siguen usándose para adornos las conchas,

caracoles, azabache y otros materiales.

El hombre de este período conocía la agricultura, de la cual

aprovechaba los cereales, como lo indican los morteros y moliEL

PERÍODO NEOLÍTICO 45

nos á brazo encontrados; conocía también la navegación, en

piraguas ó canoas hechas de un solo tronco ahuecado, y había

llegado á domesticar diversos animales, como el perro, la cabra,

el toro y el caballo.

Vivía unas veces en chozas, otras en islotes artificiales sobre

los ríos, ó en habitaciones construidas dentro de los lagos, sobre

pilares de madera. A estas habitaciones se les ha llamado

palafitos, no habiéndose hallado hasta la fecha ningún ejemplo

cierto de ellas en España, aunque se ha supuesto existieran en

algunas localidades, como Galicia, León, Huelva y Puig de

Malabella (Gerona). En su lugar, son frecuentes las viviendas

Fig. 8.—Reconstrucción de un palafito prehistórico.

trogloditas ó en cuevas (siguiendo la tradición anterior), á veces

en series ó pisos (Menorca, Bocairente, Madrid, etc.), y cuyas

paredes muestran pinturas, como en la cueva de la Mujer y la

de los Murciélagos (ambas de la provincia de Granada); y las

construcciones al descubierto de tierra y piedras (citanias, castros,

campos atrincherados...) Como consecuencia del gran desarrollo

de la industria, formáronse también centros de producción

ó talleres, es decir, sitios donde se fabricaban los útiles

é instrumentos de piedra, principalmente, y desde donde se

exportaban á todas partes. Ejemplo de ellos es el hallado en

Argecilla, provincia de Guadalajara. Resultado de la vida al

descubierto que va sustituyendo á la troglodita, y de la aglomeración

de los hombres en tribus, es el crecimiento de los

paraderos de que ya hemos hablado y que se encuentran en lugares

de Portugal, de León, etc.

46 HISTORIA DE ESPAÑA

12. Monumentos megàlíticos.—Pero lo más interesante

de este período son los monumentos funerarios. El hombre

neolítico enterraba á sus muertos utilizando para ello, unas

veces (como en el período anterior), las cuevas naturales ó las

fosas (Carmona, Ciempozuelos), y otras veces construyendo

verdaderos monumentos de varias clases: dólmenes, formados

por una ó varias losas grandes que descansan horizontalmente

sobre otras puestas de canto y constituyen así un techado,

á veces cubierto de tierra (en cuyo caso producen una eminencia

redondeada, que en Galicia, donde hay muchas, se llama

mamoa ó mambla); túmulos, parecidos á los dólmenes cubiertos,

pero formados sólo de piedras pequeñas y tierra mezcladas, no

por grandes losas; menhires, rocas de

grandes dimensiones, triangulares, cuadranglares

ó fusiformes, puestas en pie

y que indicaban un lugar de sepultura,

como los cromlechs ó círculos de piedras

erguidas, puestas á igual distancia unas

de otras. Tanto los menhires como los

cromlechs cambiaron luego de significado,

indicando otra clase de hechos diferentes

de los funerarios. Las enormes dimensiones

de estos monumentos han

•••K

«..rfCThh

Fig« 9. — Planta y corte de la tumba del Romeral.

MONUMENTOS MEGALÍT1COS 47

Fig, ίο.—Dolmen español, llamado del tío Cogullero.

dado lugar á que se les llamase megaliticos (de dos palabras

griegas: megas, grande, y lithos, piedra).

Los de España (centro de este arte, en opinión de algunos

arqueólogos) pueden distinguirse en dos grupos: uno, cuyos

ejemplares se hallan distribuidos por toda la Península y que

no difiere del que se

encuentra en el resto

de Europa; otro, especial

del S. de Andalucía

y de la región portuguesa,

llamado de

cúpula. El dolmen español

más importante

es el dolmen ó cueva

de Menga (Antequera),

cuya cámara ó estancia

está dividida en dos

naves por pilares que

sostienen el techo. Comparados los de cúpula con los primitivos

de Grecia (Micenas), hállanse analogías que hacen pensar

en una influencia venida de este último país, muy patente en

la tumba llamada del Romeral, también de Antequera, con

cúpula. Sin embargo, se ha hecho notar que el megalitismo

propiamente español difiere del oriental primitivo en que éste

usa el sillar labrado y aquél no; pero que la evolución del

español se produjo por influencias griegas, parece hoy indudable.

Los cadáveres están colocados, en las sepulturas neolíticas,

sentados y con objetos de uso común á su alrededor, tales como

hachas, cuchillos, copas ornamentadas, etc., lo cual hace suponer

que los hombres de esta época, como los de la anterior, creían

en una nueva vida, en la cual necesitaban los muertos de los

mismos útiles y armas que durante la existencia terrenal habían

usado. Esta circunstancia, y el esmero que ponían en los monumentos

funerarios, permiten afirmar la continuación del culto

de los muertos, al cual corresponden también, probablemente,

ciertas obras escultóricas que parecen ídolos y que se han

encontrado en los enterramientos. Otras veces, los cadáveres

48 HISTORIA DE ESPAÑA

se colocaban dentro de grandes tinajas de barro; y aun parece

que en ciertos puntos (v. gr., Almería) se practicaba la cremación,

especialmente en los muertos del sexo masculino.

13. Origen de la civilización neolítica;—La presencia de

tantos tipos nuevos en la industria, de progresos extraordinarios,

y aun de materias exóticas ó que se califican de tales, ha

hecho pensar á muchos antropólogos é historiadores que la

civilización neolítica es el resultado de la invasión de una

nueva raza en Europa (y en España, por tanto), que influye

sobre la de Cromagnon ó lucha con ella: ya sea esta nueva raza

la de Furfooz, de que antes hablamos (§ 9), ú otra cualquiera,

venida, como se supone, del Oriente. Es verdad que en España

aparecen tipos nuevos, mezclados con otros puros de Cromagnon,

en cuevas neolíticas como la de la Solana, ó acusando

formas mestizas resultado de cruzamientos, como tal vez el de

la cueva de la Vella y los de otras dos de Portugal (Carvalhal

y Montejunto), ó francamente distintos de aquéllos, como los

hallados en dólmenes de Andalucía, en diversos lugares de Alicante,

en el valle de Mena y en Portugal; pero no es seguro que

estos tipos aparezcan sino en los momentos en que la civilización

neolítica comienza á ser sustituida por otra nueva, la de

los metales, ni lo es tampoco que, aun refiriéndose á esta época

la inmigración, haya procedido del E. de Europa, creyendo

algunos antropólogos que más bien pudo venir de la Libia y

el Egipto, representando la raza africana de los Atlantes, que

hoy subsiste en los bereberes de la Argelia y Marruecos. Toda

conclusión en este punto es insegura todavía, aunque en muchos

monumentos españoles neolíticos se observen analogias(que

no se pueden explicar por simples coincidencias) con otros de

las islas de! mar Egeo y de la península griega del Peloponeso,

como hemos visto en las tumbas. La cuestión de la mezcla de

nueva raza es, sin embargo, distinta de la del origen de la industria

neolítica, que no es forzoso trajesen consigo los nuevos

pobladores, aunque hubiesen llegado al comienzo de este período

cpmo los antropólogos portugueses sostienen respecto

de una raza braquieéfala. Algunos especialistas en estos estudios

se inclinan á suponer que el tránsito de la piedra tallada

í la pulimentada es resultado de una evolución natural é indi%

CIVILIZACIÓN NEOLÍTICA 49

gena, sin necesidad de recurrir á la importación para explicarla

en lo que toca á nuestra Península, y aun que el período

neolítico puro no es sino «una fase transicional del salvajismo

paleolítico, como supervivencias á medio evolucionar, en contacto

de la civilización nueva» ó de los metales, traída por influencias

extrañas.

14. Progresos y fin de la civilización neolítica.—Todos los

elementos de civilización que caracterizan el llamado período

neolítico, van creciendo con el tiempo y llegan en su desarrollo

á un grado superior que, en sentir de algunos autores, señala un

período ó grado nuevo, constituyendo á la vez el tránsito de la

edad de piedra á la del

metal, que viene en seguida.

En este grado de

la cultura neolítica adviértese

un gran progreso

en los procedimientos

para trabajar la talla del

pederijal, con formas muy

notables de armas, como

son las flechas triangulares

sin pedúnculo encontradas

en el O. y S. de España, y un puñal de hueso hallado

en Aznaga (Badajoz). La piedra pulimentada decae, sustituida

(como diremos) por el uso del cobre.

El hombre de este período empieza á construir casas con pisos,

cuyos muros son de piedra cimentada con tierra y el techo

de cañas y ramaje cubierto de tierra. Sostienen además el edificio

grandes columnas ó poyos de madera. Cerca del río Andarax

(Almería) se ha descubierto una aldea cuyas casas estaban

construidas de aquel modo, hallándose defendida con fosos y

un puente que la cerraban, y con otras construcciones cercanas,

que constituyen un campo fortificado como el de Mola de Chert

(Castellón) y los que se llaman Castros en Galicia. Ya veremos

cómo este tipo de construcción y defensa de los pueblos se

prolonga hasta tiempos más cercanos. También se encuentran

murallas, de indudable tipo miceniano (v. gr., las más antiguas

de Tarragona, y otras en Gerona, Olèrdola y en el Castillo de

Fig. 11.—Plano del castro de San Julián de Recaré.

50 HISTORIA DE ESPAÑA

Ibros, en Jaén), formadas por bloques más ó menos tosca,

mente labrados.

Las necrópolis ó cementerios de estos pueblos tienen las

tumbas recordando la forma del dolmen: circulares, con una

especie de bóveda por techo, cuyo centro sostienen columnas

de madera ó de piedras (§ 1}). Algunas tumbas presentan una

galería de entrada (cosa frecuente en los dólmenes también), y

cámaras ó salas laterales. En las paredes se ven pinturas y relieves

(necrópolis del río Andarax y otras en Granada), encontrándose

asimismo túmulos, cromlechs y demás monumentos

megalíticos. De la misma clase son la citania descubierta en el

monte de San Román (Portugal) y la llamada Cava de Viriato

Fig. 12. - Piedra de una citania (F'ortnga!) con la swástica en el centro.

(Vizeu). Cada tumba contiene de i á ιοο cadáveres, al lado de

los cuales se ven útiles de piedra pulimentada (cuchillos de 35

centímetros y de 1 5). A veces, se encuentran huesos y telas

carbonizadas, lo cual hace pensar en si imperaba ya entonces

la costumbre general de quemar los cadáveres.

La cerámica de este período lleva ornamentación lineal, hecha

con los dedos y á uña, primero, luego con punzón, y más

tarde, otra más rica, quizá simbólica, de palmas, triángulos con

puntos y escenas silvestres. El grabado es en hueco relleno de

pasta blanca. Nuevos tipos más perfectos, presentan pinturas

en rojo, verde ó azul sobre tierra blanca. Se encuentran vasos en

forma de cáliz ó tulipán con ornamentación geométrica, quizá

exóticos (¿imitación de los etruscos y griegos?: en Setúbal,

Ciempozuelos, Talavera, Carmona, Ärgar), como también se

CIVILIZACIÓN NKOLÍTICA 5'

supone que los vasos de ornamentación rectilínea sean de origen

egipcio. Los hay de yeso, adornados de lineas grabadas y

pinturas rojas ó azul-verdosas, uno de cuyos ejemplares tiene

la forma de huevo de avestruz cortado, que parece revelar su

procedencia oriental. Al lado de este tipo, se hallan otros—los

de forma de cáliz ó tulipán con líneas en hueco, á veces rellenas

de pasta blanca—que parecen de origen occidental y abundan

muchísimo en la Península. Finalmente, se han descubierto

estatuítas groseras en alabastro, aragonito y marfil que, como

en el período anterior, se colocaban en las tumbas en proporción

del número de muertos, y otros objetos de uso tal vez religioso;

y figuras de bastones ó báculos y de cuerpos y rostros

humanos, trazadas geométricamente sobre pizarra. (Los mejores

ejemplares han sido hallados en tumbas de la región

portuguesa.)

Pero lo más característico de este último tiempo del neolítico—

y lo que lo convierte en verdadera transición á la edad

de los metales, según algunos autores—es que, al lado de los

objetos de piedra, marfil, hueso, etc., se encuentran otros de

cobre: hachas, tijeras, punzones, agujas y hojas de doble filo y

dentadas (Millares y Parazuelos de Murcia, en España; San

Román, en Portugal, etc.) No puede, sin embargo, afirmarse

esto con toda precisión; porque, si bien es verdad que

tales objetos se han hallado en las construcciones que menció,

namos antes, como éstas duraron bastante y fueron habitadas

por hombres de épocas posteriores, quizá de éstos provienen

los objetos de metal cuya introducción señala tiempos nuevos.

Antes del cobre es muy probable que conocieran los españoles

el plomo.

Como resumen de todo el período neolítico español en sus

dos grados, podemos decir que lo caracterizan tres cosas: la

religión de los muertos, con la creencia en una segunda vida

origen de las grandes construcciones sepulcrales; la condición

militar ó defensiva de las poblaciones, lo cual supone la guerra;

y las probables relaciones comerciales con otros pueblos, como

al parecer lo indican los talleres y la presencia de objetos

exóticos, hechos, incluso, de materias que en España no

existían.

52 HISTORIA DE ESPANA

15. Edad de los metales.— Se llama así porque en ella

usa principalmente el hombre, para fabricar sus instrumentos

de guerra y trabajo y los objetos artísticos, diferentes clases de

metal, abandonando la piedra, aunque no de golpe, sino poco

á poco. Según la clase del metal empleado, se distinguen tres

períodos:

a) Del cobre..—Aunque todavía no está enteramente averiguado

si hubo un tiempo en que el único metal que usó el hombre

fué el cobre, muchos autores sostienen que sí, y admiten,

por tanto, la sustantividad de este período. Ya hemos visto

que, en opinión de algunos, el cobre se usó en España en los

últimos tiempos del neolítico, puesto que objetos de este metal

aparecen en estaciones neolíticas y mezclados con otros

de piedra: de lo cual son un notable ejemplo las tumbas de

Carmona. Las últimas investigaciones parecen permitir la afirmación

de que (coincida ó no con los tiempos llamados neolíticos)

hay aquí un período en que se usa sólo el cobre, por

dificultades puramente regionales para llegar al bronce. Los

objetos de cobre copian las formas de los de piedra, trabajándose

á martillo y no por fusión. Caracterizan este período el

hacha de mango transversal y el torno de alfarería, para fabricar

la loza. Algún autor (Siret), cree que el cobre fué dado á

conocer á las poblaciones españolas por los fenicios.

b) Del bronce.—El bronce es un compuesto (aleación) de dos

metales: el cobre y ei estaño. Créese que lo trajeron á España

gentes extranjeras, de Asia (quizá del tronco celta: ¿siglo χι

ú xi?), á juzgar por la igualdad de la aleación y por ciertos signos

y figuras como la swástica ó cruz gammeada; aunque algunosi

autores opinan que pudo descubrirse en nuestra misma Península,

sin extrañas influencias.

Las ciudades y las sepulturas de este período conservan el

tipo del neolítico; pero al final se hacen más sencillos los enterramientos,

desapareciendo las cúpulas y columnas y usándose

ataúdes de piedra ó de barro (como en Argar), ó fosas poco

profundas, ó tumbas hechas de lajas de pizarra (Fuente.del

Alamo), y poniendo al lado del cadáver objetos preciosos y

alimentos. La cerámica se modifica, desapareciendo la adornada

de los tiempos neolíticos y siendo sustituida por otra de superEDAD

DE LOS METALES 5?

ficie negra y muy alisada y con pie, á veces. También la hay

de forma de huevo cortado y con reborde; y se advierte menos

complicación en los objetos de arte é industria. Las formas

principales de los instrumentos y armas son: el hacha ó celta,

primero igual á las de piedra y luego con talón, aletas, mango

hueco ó anillos; la hoz; el cuchillo, de adornos muy variados;

los puñales, de multitud de

formas, y las espadas, con puños

muy elegantes y llenos

de dibujos; cierta especie de

alabardas de cobre; las flechas

y lanzas; armaduras (corazas y

cascos) y jaeces para caballos;

y, finalmente, los adornos (brazaletes,

fíbulas, anillos, cinturones,

láminas en tubo ó hélice,

pendientes, diademas, etc.);

siendo de notar que las joyas

en oro, plata y cobre, que no

se ven en el neolítico, abundan

ahora. También son frecuentes

los collares de granos

de serpentina y hueso. La

ornamentación es geométrica

(círculos, medios círculos,

cruces).

La explotación de minerales

para la industria, y de la

plata especialmente, aparece

indudable en virtud de descubrimientos

de escorias, martillos de piedra (diorita) y cráneos,

hechos en minas de Almería, Córdoba, Huelva y Asturias; y

aun es probable que algunas de éstas (las del Aramo) fuesen ya

explotadas en época anterior, á juzgar por la presencia exclusiva

de instrumentos de piedra, y el tipo muy cercano al de Cromagnon

de los cráneos hallados. Las localidades españolas

reconocidas hoy día como centros de la civilización del bronce,

son muchas, en Andalucía, Portugal, Galicia y Castilla la Vieja.

— Armas españolas, de bronce.

54 HISTORIA DE ESPAÑA

Los hombres de este período siguen viviendo en aldeas (generalmente

fortificadas y construidas en sitios escarpados y escondidos),

en paraderos construidos sobre marismas de poca profundidad,

y también en cuevas artificiales cómo las que se ven hoy

mismo en algunos pueblos de Andalucía y Valencia (Torrente).

Adviértese claramente en las estaciones españolas de este

tiempo la mezcla de razas, si bien dominando un tipo braquicéfalo

y ortognata, que marca el elemento nuevo sobrepuesto al

dolicocéfalo antiguo neolítico de Cromagnon.

Al final de este período parece haber ocurrido grandes alteraciones

en la población. Las aldeas llevan (en la región andaluza)

trazas de haber sido, unas abandonadas, otras quemadas,

suponiendo algunos autores que hubo invasiones y guerras con

gentes extrañas, quizá por querer éstas apoderarse de las explotaciones

metalíferas.

Fig. [4. —Espada característica del período de hierro.

c) Del hierro.—Fué conocido este metal desde muy antiguo

(en Egipto, muy probablemente desde las primeras dinastías,

5,000 años antes de Jesucristo, y en Grecia, quizá desde el siglo

xv), y á España créese que lo trajeron gentes de Africa. Lo

indudable es que en este período (que propiamente entra ya en

los tiempos históricos) se observa en la civilización de los pobladores

peninsulares muchas y diversas influencias de pueblos

extraños ya conocidos (v. gr., fenicios, griegos y otros de la

Europa central), como en las espadas, en los escarabeos, cráteras,

ánforas, vasos de alabastro, huevos de avestruz pintados,

broches, figuras de animales grabadas en madera, urnas cinerarias

con pinturas, adornos de oro de tipo oriental, peines de

marfil, brazaletes ovales de bronce, cerámica de color claro

bien cocida y á veces adornada de bandas de pintura roja, perlas

en pasta esmaltadas y otros objetos encontrados en sepulcros de

diferentes regiones, entre ellos los notabilísimos de Carmona.

RESUMEN DE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS 55

Es de notar que los utensilios de hierro aparecen mezclados con

los de bronce y cobre, siendo muy abundantes en algunas regiones,

como la catalana, y en general toda la costa E. y las Baleares.

El uso simultáneo de metales ha llegado en algún caso

á darse en un mismo objeto, como la admirable (y única en

Europa) espada con empuñadura de bronce y hoja de hierro,

hallada en Galicia.

16. Resumen de estos tiempos. —Cómo deben entenderse.—

Todos estos períodos que llevamos estudiados, desde

el de la piedra tallada al del hierro, constituyen los que, en conjunto,

se llaman Tiempos prehistóricos. Etimológicamente considerada

esta denominación, es errónea y se presta á falsas interpretaciones,

pues significa «antes de la historia», como si pudiera

haber hechos del hombre que estuviesen efectivamente fuera ó

antes de lo histórico. No se ha querido, sin embargo, dar á la

palabra prehistórico este sentido, sino el de referirse á tiempos

en que no existían todavía testimonios literarios escritos (narración

histórica) de la vida de los pueblos, pudiendo utilizarse

tan sólo los restos materiales. Modernamente se ha pretendido

introducir una nueva denominación, la de protohistoria,

que unos aplican á los tiempos inmediatamente posteriores á

los prehistóricos, en que aun no hay más que tradiciones y

noticias vagas {tiempos tradicionales, dicen algunos), sin historia

escrita precisa, y otros á las épocas de la piedra y comienzo de

los metales (ó al período que va desde el neolítico á la invasión

romana), dejando la denominación de prehistoria para las

épocas ó eras geológicas anteriores á la aparición del hombre.

Si se conserva á lo prehistórico su originaria y más constante

significación, no puede, de todos modos, aplicarse sino á los

períodos arqueolítico, neolítico, y todo lo más el del cobre,

puesto que de los tiempos en que aparece el bronce hay ya

testimonios que los hacen entrar en la categoría de propiamente

históricos, según veremos en el capítulo inmediato.

Conviene ahora hacer otras dos observaciones en punto á

estos períodos. Es la primera que, si bien se llaman de la piedra

tallada, de la pulimentada, del cobre, etc., no quiere esto decir

que en cada uno se usara sólo el material indicado por su nombre,

sino que, como ya hemos visto, coexisten los antiguos con

56 HISTORIA DE ESPANA

los nuevos, de modo, v. gr., que continúa usándose la piedra aun

después de descubierto el bronce. La segunda es que, ni todos los

pueblos han atravesado sucesivamente aquellos períodos en el

mismo orden (en algunos, el hierro precede al bronce), ni en

todos ha sido simultáneo el uso de cada materia; y así, cuando

unos conocían ya el hierro, otros sólo empleaban el bronce y

otros la piedra, y es probable que algunos de los caracteres de

la civilización prehistórica española sean puramente locales y

no puedan generalizarse como si hubiesen existido en toda la

Península.

Debe tenerse en cuenta, además, la incertidumbre de mucho

de lo que hoy se sabe respecto de estos períodos. El estudio

del hombre prehistórico es muy reciente, y aun hay muchas

dudas y vacilaciones en no pocos puntos; pudiéndose presumir,

respecto de ciertas afirmaciones, que vengan á ser desmentidas

por futuros y muy posibles descubrimientos, puesto que restan

muchos lugares de España por explorar. Téngase, pues, todo

lo dicho como provisional, mientras nuevos estudios no lo

modifiquen.

Otra reserva hay que hacer por lo que toca á la cronología

de estas épocas primitivas. La idea de tiempo es muy necesaria

al hombre para comprender con claridad la sucesión de los

hechos históricos y la dependencia en que están los unos, como

efectos, de otros que son sus causas ó precedentes. Pero, en lo

que toca á los períodos primitivos de nuestra historia, no podemos

determinar cuándo empiezan ni cuánto duró cada uno. No

cabe, pues, indicar fecha alguna que nos ayude á concebir la

antigüedad de las primeras poblaciones españolas, ni el tiempo

que tardaron en pasar de la civilización paleolítica originaria á

la del hierro, que inicia las edades históricas. Como ejemplo de

una hipótesis, indicaremos que, en opinión de los investigadores

de la localidad de Argar, tan notable en objetos de metal y

particularmente de plata, la época á que corresponde esta civilización

se remonta próximamente á 2,000 años antes de la

Era cristiana. Un especialista moderno en estos estudios (Siret),

propone el siguiente ensayo de cronología: Edad de la piedra

pulimentada, desde una fecha desconocida al año 1700; período

del cobre con talla hermosa del sílex, 1700-1200 (supremacía

RESUMEN DE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS 57

de la influencia fenicia, con gran explotación de metales y difusión

de los monumentos funerarios, cúpulas y construcciones

megalíticas); período del 1200 al 1110, caracterizado por la

invasión de los celtas en Occidente y destrucción del imperio

fenicio en esta parte; período del bronce (los fenicios de Tiro se

establecen en Cádiz y los griegos llegan al Mediterráneo occidental,

mientras que los celtas dominan la mayor parte de la

Península: abandono de la arquitectura megalítica:, fundación

de numerosas acrópolis); período primero del hierro, del 800 al

600 (apogeo del comercio griego); período segundo, del 600

al 400 (preponderancia cartaginesa en el Occidente; preludios

de su extensión en la Península).

II

PRIMERAS POBLACIONES HISTÓRICAS

17. Primeras noticias históricas de España.—Provienen

de escritores extranjeros, no habiendo dejado los primitivos

españoles historias escritas que ilustren y completen los restos

materiales que de ellos nos quedan. Ya hemos visto cómo,

desde tiempos muy antiguos, se advierten (§ 14 y 15) relaciones

de pueblos extraños con los que habitaban entonces la península;

pero, faltando indicaciones concretas y fechas, nada se

puede determinar con exactitud. Es posible que hacia el siglo

xvii antes de Jesucristo,, como opina algún autor (§ 18),

existiesen ya relaciones militares, de guerra, entre los españoles

y los egipcios. Hasta el siglo xi, sin embargo, en que tradiciones

muy verosímiles hablan de la fundación de Cádiz por los

fenicios (§ 23), no cabe señalar cronología segura, siéndolo de

cada vez más, á partir de esa fecha. No obstante, hay que llegar

al siglo vi para encontrar los primeros textos que hablan de

España y los españoles. Son estos textos de autores griegos y

cartagineses, pero tan escasos y concisos, que apenas arrojan

luz sobre este asunto. De los siglos ν y iv hay también noticias

escritas, procedentes de historiadores y viajeros griegos, igualmente

poco explícitos. Más completos, pero más recientes, son

otros, autores del siglo 11 y del 1 antes de Jesucristo, y del 1 y

siguientes después de Jesucristo, que en parte fundan sus noticias

en escritos más antiguos no llegados á nosotros. Este

PRIMERAS NOTICIAS HISTÓRICAS 59

es el período más rico en testimonios referentes á la Península,

perteneciendo á él un historiador judío, Josefo (siglo i de

Jesucristo), cuya opinión, mal interpretada, ha sido seguida por

mucho tiempo. Finalmente, del siglo ív de nuestra Era es un

poema latino de cierto gobernador romano de Africa, llamado

Rufo Festo Avieno, que describe las costas de España sobre la

base de un viaje ó derrotero fenicio que se cree del siglo vi

(antes de Jesucristo), aunque luego fué traducido y modificado

por escritores griegos de los siglos ν y n (antes de Jesucristo).

Este poema, y la obra de un geógrafo griego del siglo i, llamado

Estrabón, son los textos más amplios que se refieren á nuestra

Península. También la Biblia, en diferentes libros del Antiguo

Testamento, menciona una localidad llamada Tarschich ó Tarns,

que muchos autores creen sea española (S. de Andalucía, región

del Guadalquivir, ó la de Murcia).

En todos estos textos se leen nombres muy variados de pueblos

y lugares españoles, aunque mezclados con leyendas y fábulas

difíciles de creer ó de interpretar. De todos ellos, el que

ha prevalecido, por suponer que representa el resumen ó conjunto

de todas las demás noticias, es el pasaje de un historiador

latino llamado Varrón (siglo i antes de Jesucristo), según el

cual España fué poblada ó conquistada sucesivamente por los

iberos, los persas, los fenicios, los celtas y los cartagineses. Los demás

nombres particulares que mencionan otros autores, no serían—

según esta opinión—más que subdivisiones locales, comprendidas

bajo las denominaciones generales de iberos, celtas y

quizá persas, si es que en este último nombre no hay error de

Varrón; resultando, al cabo, que los iberos fueron los más antiguos

pobladores, siguiéndoles los celtas, que luego, en parte, se

mezclaron con ellos, formando un pueblo mixto, llamado celtíbero;

siendo los fenicios y cartagineses colonizadores extranjeros

que no pueden contarse como pobladores fundamentales de

la Península, aunque sí dominadores en fecha muy anterior á la

venida segura de los celtas (§ 19). La noticia de Varrón, aunque

aceptada por lo general, suscita, sin embargo, muchas dudas.

Por de pronto, excluye á los griegos, colonizadores más antiguos

que los cartagineses; presenta graves dificultades en punto

á la interpretación del pueblo persa que cita, y deja sin re6ο

HISTORIA DE ESPANA

solver cuestiones importantes relacionadas con el nombre de

iberos y con el de celtíberos. Aceptando el primero—como generalmente

se acepta—á título de representación colectiva de la

más antigua población española de que tuvieron noticia los

autores del tiempo de Varrón y los que les sirvieron de fuentes,

ocurre en seguida preguntar quiénes eran estos iberos, de

dónde procedían, qué relación guardan con las razas paleolíticas,

neolíticas y de los metales que ya conocemos; en qué fecha ó

hacia qué tiempos próximamente llegaron á España y, por último,

cuáles restos de los que han llegado hasta nosotros se

les deben atribuir.

18, Conclusiones probables.—A ninguna de estas preguntas

puede hoy darse contestación definitiva. La opinión seguida

por muchos historiadores españoles antiguos, según la cual los

iberos ó hispanos eran las gentes de Tubal, hijo de Jafet, ó sus

descendientes, y que, por tanto, provienen inmediatamente del

pueblo hebreo, está fundada en un texto del historiador Josefo,

ya citado, texto de interpretación muy insegura, no habiéndosele

dado un valor plenamente afirmativo hasta tiempos muy

recientes y por un autor español del siglo xv (Alonso Tostado),

que no la apoya en nuevas razones. Los más cercanos comentaristas

de Josefo, como San Jerónimo, nada afirman en concreto.

Desechada esta opinión, los autores modernos divergen mucho

en punto al sitio de origen de los iberos, dirección que

llevaron para entrar en España y familia lingüística ó grupo

político á que pertenecieron; no faltando quienes los creen

autóctonos, es decir, nacidos en la Península, y no inmigrados

en ella. Del mismo nombre de iberos (que por primera vez suena

en un viajero griego del siglo vi antes de Jesucristo, llamado

Scilax) se duda si debe tomarse como expresivo de una raza ó

pueblo extenso, ó sólo de algunas tribus que vivían en las riberas

del río Ebro (Ibems), cuyo nombre utilizó Scilax para

designarlas.

En el estado actual de los estudios, la mayoría de los autores

parece inclinada á dar por más segura la procedencia asiática

más ó menos directa de los iberos, que llegaron á la Península

en tiempos inciertos dentro de los prehistóricos, pero con

PRIMERAS NOTICIAS HISTÓRICAS ÓI

posterioridad á otras razas de esas mismas Edades, dándolos

por afines ó de la mismaiamilia que los primitivos habitantes

de la Caldea y la Asiría, los llamados súmero acadios, cuyos

representantes actuales son los finlandeses y mogoles (uralo-altáicos).

Estos iberos entraron en España por el S., es decir, viniendo

por el litoral N. de África, donde dejaron grupos de

población, después, quizá, de haber intervenido en los orígenes

del pueblo egipcio. Restos de ellos serían los vascos actuales y

los bereberes de África, aunque hay autores que dudan de la

asimilación antropológica y lingüística de iberos, vascos y bereberes,

haciendo distintos á los primeros de los segundos, ó

bien reconociendo su comunidad de origen, pero separándolos

de los bereberes. Lo más seguro, por lo que toca al idioma,

parece ser la descendencia de los vascos respecto de los iberos

antiguos.

Las investigaciones más recientes y atrevidas suponen que

los iberos, extendidos por el N. de Africa, toda España (como

lo demuestran los nombres antiguos de localidades), el S. de

Francia, la parte septentrional de Italia, las islas de Córcega y

Sicilia y tal vez otros países, fundaron hacia el siglo xv, antes

de Jesucristo, un imperio ibero-líbico (libios se llaman los

habitantes del N. de África) que luchó por la preponderancia

en el Mediterráneo con los egipcios y los fenicios, tal vez en

connivencia con afines suyos del Asia Menor (los jetas ó hititas),

hasta que fué vencido y fraccionado hacia el siglo xa ú xi,

formándose entonces en España las primeras colonizaciones

fenicias. Los iberos quedaron dominando en el interior del país,

aunque divididos en pequeños Estados. En tiempo de Avieno,

todavía llegaban por el N. al río Lez, próximo á Montpeller,

donde confinaban con otro pueblo, el de los Ligures, antropológicamente

afín de ellos (dolicocéfalo, según parecen confirmarlo

los más recientes estudios) y que llegó á penetrar en

parte de España, mezclándose tal vez con los antiguos habitantes

en las provincias vascas y otras del N. y NO.

Como se ve, estas teorías ligan estrechamente la primitiva

historia de España con la de los pueblos asiáticos y africanos y

con la del N. de la Italia antigua. Nótanse, sin duda, como

hemos visto (párrafos 12 y 16), en tiempos inciertos y quizá

Ó2 HISTORIA DE ESPAÑA

muy antiguos, influencias de pueblos orientales, asiáticos y africanos,

en la población peninsular, y relaciones, al parecer muy

marcadas, de ésta con gentes primitivas de Grecia (¿pelasgos?)

y de Italia (tursos, etruscos, tirrenos). Pero lo que no cabevde

terminar hoy por hoy, y quizá nunca llegue á fijarse, es si tales

influencias y relaciones proceden realmente de una comunidad

de origen, de invasiones sucesivas más ó menos numerosas, ó de

simples colonizaciones y contactos de carácter comercial ó

Fig. 15.—Soldado y prisioneros shardanas y libios, según pintaras egipcias. (Representan,

probablemente, guerreros del imperio ibero-libio, en lucha con Egipto.)

guerrero, en tiempos anteriores á las primeras noticias de los

autores del siglo vi y siguientes que hemos citado. Posible es

que los persas que cita Varrón representen, con un ligero error

de historia política (persas por medos), alguno de esos elementos

orientales, ya que los medos (antecesores de los persas en el

dominio de gran parte del Asia Occidental) eran de la misma

familia súmero-acadia ó presemita á que se pretende reducir los

iberos. Un historiador francés, D'Arbois, cree que aquella palabra

se refiere á la dominación asiría y persa sobre Fenicia y

sus colonias, que se dejó sentir algún tiempo en España.

19. Los Celtas.—Mayores y más-exactas noticias se tienen

del otro pueblo que, en la época de los viajeros é historiadores

LOS CELTAS 6?

griegos y latinos, formaba parte principal de la población de la

Península.

Eran los celtas de precedencia asiática, pero de familia indogermánica

ó aria, distinta de la atribuida á los iberos. Habla de

ellos por primera vez el viajero griego Pyteas (siglo ív, antes

de Jesucristo), indicando su situación en el territorio occidental

de lo que hoy es Francia. Se extendieron ampliamente por

el C. y S. de Europa, constituyendo ya en el siglo m (antes de

Jesucristo) un vasto imperio que llegaba por el N. casi á los

límites de la Alemania actual, por el E. al Danubio y la Tracia,

por el O. al mar Atlántico (habiendo entrado también en las

islas Británicas) y alcanzaba por el S. toda la parte septentrional

de Italia. No se sabe con certeza cuándo penetraron en España,

y posible es que verificasen más de una invasión en distintas

épocas. Los autores vacilan en fijar como fecha de su única ó

principal entrada los comienzos del siglo ν ó el final del vi

(antes de Jesucristo) y también el ív; aparte la hipótesis de una

invasión muy anterior de un pueblo de tronco céltico más ó

menos seguro (§ 15 y 16). Como es lógico presumir, entraron por

los Pirineos, encontrando, á lo que parece, en unas partes, gran

resistencia de los iberos, y en otras no, bien por mayor dulzura

ó debilidad de las tribus, bien por no estar ocupada de antemano

la región. Resultado de estos movimientos y luchas, fué

un cambio grande en la composición y colocación de los habitantes

de España. Los autores antiguos (§ 17), posteriores en

su inmensa mayoría á la invasión céltica, distinguen á veces,

en las noticias que dan sobre España, las tribus que á su.entender

eran iberas, de las que eran celtas; y sobre la base de estas

indicaciones (no siempre seguras ni claras) y del estudio de los

nombres de poblaciones, ríos, etc., los historiadores modernos

han llegado á determinar, con mayor ó menor precisión, los sitios

que ocuparon respectivamente los dos pueblos en el territorio

de la Península. Aceptando estas presunciones, resultaría

que, una vez terminado el período de luchas, ó establecidos ya

los celtas en paz donde no encontraron oposición, quedó España

dividida de este modo: una parte (compuesta por las regiones

próximas al Pirineo, la zona E. del Mediterráneo y algo

de la del S.) habitada exclusivamente por iberos: quizá, por lo

64 HISTORIA DE ESPANA

que toca á las costas y regiones S. y E., después de haber expulsado

de ellas á los celtas que primeramente las ocuparon;

otra parte, formada por el NO. (Galicia) y Portugal, en que

dominaron los celtas; y una tercera, en que convivieron, se

mezclaron ó se confundieron íntimamente ambos elementos,

y que comprendía el centro y algo de las costas del N. y de

Andalucía, aunque predominando el ibero. A los pueblos resultantes

de estas mezclas les llamaron los autores antiguos, celtiberos,

señalando como residencia principal de ellos una región

(Celtiberia) de límites no muy seguros, que iba desde Alcázar

de San Juan hasta el Ebro, y desde Ocaña á Segorbe; pero

conviene advertir que esta aserción no es muy segura, dudándose

hoy que el nombre aquél designe realmente un pueblo

mixto de iberos y celtas. Para D'Arbois, resueltamente, los

celtíberos no son más que celtas: ya los más orientales (desde

el Ebro hasta el alto Tajo, Guadiana y Júcar y al SE. de

Madrid y hasta Segorbe), ya todos los celtas del centro de España,

que bajan hasta Andalucía y suben hasta Palència. Comprende

en la denominación á los Oretanos, Arevacos, Vacceos

y pueblos del otro lado (N. del Ebro).

De las noticias que traen los autores antiguos, resulta también

que los principales pueblos ó naciones que después de la

invasión celta había en España, eran: los Galaicos ó gallegos,

que ocupaban el territorio indicado por su nombre; los Astures,

habitantes en Asturias; los Cántabros, divididos en nueve grupos,

en la Cantabria, ó sea el litoral comprendido entre la ría

de Villaviciosa y Castro-Urdiales; los Autrigones, Varados y Vascones,

en los países correspondientes á las actuales provincias

Vascongadas, Navarra y parte de Aragón, hacia" Huesca; desde

aquí, por toda Cataluña hacia el mar, los Ilergacones, Bargusios,

Laietanos, Suesetanos, Cerretanos é Indigetes; en Valencia y parte

de Castellón y Zaragoza, los Edetanos; en Alicante y Murcia,

los Contéstanos; los Turdetanos, el S. de Extremadura y el O. de

Andalucía; los Túrdulos, el C. y E. de la misma; los Lusitanos,

«la más poderosa de las naciones ibéricas», según dice un autor

griego, en casi todo Portugal y algo de Extremadura; los Vacceos,

en parte de Castilla la Vieja; los Celtiberos, en parte de la

Nueva y de Aragón; los Vetones, en la región entre el Duero

IBEROS Y CELTAS 65

y el Guadiana, y en especial Extremadura, Salamanca y Avila;

los Cárpetenos, en Toledo y parte de Madrid y Guadalajara;

y los Oretanos, en la región de Ciudad Real.

20. Cómo vivían los iberos y celtas.—Con la invasión de

los celtas, la población de la Península quedó formada por dos

elementos distintos, en el supuesto de que los iberos constituyeran

efectivamente una raza, nación ó grupo unitario. Si poseyéramos

hoy datos bastantes de los tiempos anteriores á esa

invasión, podríamos quizá reconstruir el cuadro de la vida social

de los iberos, á diferencia de las instituciones y costumbres que

trajeron los celtas; y así sería de desear, puesto que desde la

entrada de los iberos en España á la de los celtas, transcurrieron

algunos siglos, quizá muchos, si, como hoy se cree, aquéllos

forman una de las razas prehistóricas de la Península; en cuyo

caso, no poco podría determinarse de su civilización anterior al

contacto de los celtas (y anterior, también, lo mismo que posterior,

á las primeras colonizaciones orientales (§ 24), que

preceden á la invasión, propiamente céltica), sobre la base

de los restos arqueológicos de aquellos tiempos primitivos.

Mas, como repetidamente hemos advertido, las noticias históricas

anteriores á la fecha probable de la entrada de los celtas

son escasas, particularmente en lo que se refiere á la civilización

y manera de vivix los pueblos españoles que no cabe

deducir de los puros restos monumentales; y las posteriores

que pueden servirnos para aquel objeto, no sólo se refieren

á tiempos en que debieron haberse producido ya grandes influencias

entre las tribus iberas y celtas, aun en los sitios

en que no se mezclaron íntimamente, sino que son, también,

posteriores á otras conquistas extranjeras que ya estudiaremos

(§ 24, 26, 27 y 34), como la fenicia, la griega, la cartaginesa y

la romana, y es muy posible que reflejen en mucha parte una

modificación del estado primitivo mediante el influjo de tanto

elemento nuevo. Aun en ios casos en que los autores antiguos

expresamente califican de indígenas y originales éstas ó las otras

costumbres, no es fácil discernir cuáles sean propiamente iberas

y cuáles celtas, ya que, como hemos visto, existen no pocas vaguedades

en la determinación del origen de muchas tribus. Por

Otra parte, en los grados primitivos de la civilización, se pare66

HISTORIA DE ESPAÑA

cen bastante unos pueblos á otros, y se advierten en ellos instituciones

y maneras de vivir análogas, sin que hayan sido transmitidas

de unos á otros; y es posible que algo de esto ocurra

con varias que, conocidas hoy claramente como propias de los

celtas (por el estudio de este pueblo en otras comarcas que

habitó fuera de España), aparecen en nuestra Península. Sólo,

pues, en muy contados casos será posible indicar ciertamente el

carácter indígena puro, ibero ó celta, de los datos que hoy

poseemos en cuanto á la organización social de las poblaciones

españolas, datos que, en su inmensa mayoría, proceden de autores

del siglo ii (antes de Jesucristo), y de siglos más modernos

y, por tanto, aun en los pasajes en que se apoyan en escritores

más antiguos, sospechosos de alteración ó de inseguridad en

el tiempo á que se refieren; aunque sí podrían determinarse

otros caracteres de vida, puramente ibéricos (si la teoría de la

condición prehistórica de esta raza se afirma), con ayuda, según

hemos dicho, de los restos arqueológicos paleolíticos y neolíticos.

Para ello, basta recordar lo consignado en los párrafos

correspondientes. Pero ahora nos referimos á los tiempos históricos

en que se hallan ya muy mezclados, repetimos, los datos

ibéricos y los célticos.

De todos modos, para formarnos idea clara de la organización

de aquellos pueblos, posterior al siglo v, debemos comenzar por

no figurarnos que vivían unidos, constituyendo una nación que

abrazaba toda la Península y sujetos á un poder único. Por el

contrario, cada pueblo ó tribu de los que mencionan los autores

antiguos (§ 19), era independiente de los otros, y por la

dificultad de las comunicaciones y el aislamiento á que tendían

los grupos humanos en aquellos tiempos, apenas se comunicaban

entre sí, á no ser los más próximos y por motivos de comercio

ó guerra; para lo cual solían formar federaciones, que comprendían

muchas tribus. Así, los Lusitanos eran una federación compuesta

de unos treinta pueblos ó tribus; los Gallegos, otra de

cuarenta, etc.

Eiste mismo aislamiento y división producía, naturalmente,

diferencias en la civilización, según las regiones; y así hay que

tenerlo constantemente en cuenta para no confundir las cosas.

Por ello, aunque la inmensa mayoría de los españoles vivía en

ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA 67

pequeñas aldeas, ó diseminados por el campo, había localidades

en que este tipo de población era más acentuado que en otras,

donde existían en mayor número ciudades, ó sea aglomeraciones

urbanas. Ejemplo de lo primero eran los Celtici que habitaban

la mitad inferior de Portugal, y los Galaicos y Astures; y de lo

segundo, los Turdetanos.

21. Organización social y política.—El grupo que formaba

la base común de organización social entre los españoles, como

entre muchos pueblos antiguos, se llama gentilidad (gentilitas en

los autores latinos) y estaba constituido por varias familias emparentadas

entre sí, ó que reconocían un tronco común. Cada

gentilidad constituíase como un todo independiente, que se

regía á sí propio mediante una asamblea (y quizá, por un jefe ó

patriarca superior), que podía tomar acuerdos obligatorios para

todos los gentiles, pactar con otras gentilidades, juzgar y castigar

á sus miembros, etc. Tenían su religión y sus dioses particulares,

y probablemente habitaba cada gentilidad una aldea,

con nombre especial. Podían formar parte de ellas personas

extrañas, acogidas ó adoptadas, y respecto de las cuales se

fingía el parentesco ó se establecía un lazo de dependencia

llamado clientela.

Las familias que constituían la gentilidad, originábanse mediante

el matrimonio, que, por lo común, era monógamo, ó de

un solo hombre con una sola mujer, aunque en algunas tribus

parece que había costumbre de casarse con varias mujeres. Las

ceremonias religiosas y fiestas con que se celebraba, diferían según

las localidades, siendo también frecuente la obligación de

casarse entre sí los individuos de una misma gentilidad, ó, por

el contrario, la de ir á buscar mujer fuera de aquella á que pertenecía

el hombre. El jefe de familia era, por lo general, el padre,

aunque en algunas regiones, como la de los Cántabros, se

cree lo era la madre, ó, por lo menos, que la mujer tenía una

intervención grande en el gobierno familiar, ó una consideración

especial en la casa. En estos pueblos, y en los Lusitanos,

el marido dotaba á la mujer.

La reunión de varias gentilidades formaba un grupo más

amplio llamado tribu (gens, populus en los autores latinos), de

carácter preferentemente político, con su capital ó ciudad forti68

HISTORIA DE ESPANA

ficada que era el centro de todas las aldeas y caseríos desparramados

por el territorio, su jefe hereditario ó electivo y una

ó dos asambleas deliberantes. En los pueblos donde existían

dos, nótase su diferente carácter por el nombre que les dan los

historiadores latinos: Senatus ó Senado á una, y Concilium á

otra; la primera, aristocrática y formada probablemente por los

cabezas de las gentilidades ó personas ricas y de consideración,

y la segunda por elementos populares. La forma monárquica

del gobierno existía ya en tiempos antiquísimos (siglo vm

ó vil, antes de Jesucristo) en algunas tribus, como las de Tarteso

ó territorio gaditano. A veces, el mando supremo se dividía

entre dos personas, quizá encargándose una de la parte civil y

de la militar la otra. Finalmente, las tribus se unían entre sí,

aunque temporalmente y por motivos de defensa común, en

federaciones, que adoptaban un nombre propio y se regían

mediante un rey ó jefe y una Asamblea federal.

22. Las clases sociales.—Dentro de todos estos grupos

existían diferencias sociales. Unos hombres eran libres y otros

siervos ó esclavos. Los libres se dividían en aristócratas y plebeyos,

siendo los primeros, como más ricos y fuertes, protectores

directos muchas veces de los segundos, que por esta

protección, y por la dependencia económica en que respecto de

aquéllos se hallaban, vivían realmente sujetos y obligados á

ciertos servicios. Suponen algunos autores que la aristocracia

residía principalmente en las ciudades, y la plebe en el campo,

explicándose así la dependencia política, que parece efectivamente

haber existido, de las aldeas respecto de las capitales-

Una de las formas de relación entre ambas clases era la clientela,

de que ya hemos hablado, á que se acogían los débiles y

escasos de fortuna. Especie de ella parece ser el agermanamiento

ó pacto mediante el cual varios guerreros prometían seguir incondicionalmente

á un jefe, obligándose á defenderlo y á no

sobrevivirle, haciéndose matar ó matándose ellos mismos si

aquél perdía la vida en la guerra. Esta costumbre subsistió por

mucho tiempo en España.

Los siervos eran hombres, ya nacionales, ya extranjeros, que

dependían absolutamente de otros, como una cosa, hallándose

privados de los derechos y de la consideración de personas. Los

RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 69

había públicos, de propiedad del Estado ó de las ciudades, y

privados, dedicándolos sus señores al cultivo del campo, al

trabajo de las minas, al servicio doméstico, á la industria, á

funciones administrativas inferiores, etc. Su condición debía

ser tan triste como la de todos los siervos de la antigüedad,

aunque quizá hubo una clase de ellos, dedicada exclusivamente

á la agricultura, que gozó de libertad relativa.

Por lo dicho en punto á la diferencia de clases, se deduce

que existía la propiedad privada en gran escala, es decir, que

los individuos podían amontonar riquezas libremente, excluyendo

de su disfrute á los demás y disponiendo de ellas sin trabas.

Hay, sin embargo, ejemplos de otras formas de propiedad-

Entre los Vacceos (que habitaban el territorio de Palència), la

tierra laborable pertenecía en común á la tribu, distribuyéndose

anualmente en lotes por familias y gentilidades, sin que éstas

pudieran tampoco apropiarse los frutos obtenidos, puesto que

las cosechas se ponían en común una vez recogidas, para distribuirse,

probablemente, en cantidades proporcionadas á las necesidades

de cada casa. Aunque los autores antiguos no mencionan

otro caso de comunidad en pueblos españoles, es muy

verosímil, á juzgar por lo que en épocas posteriores y aun hoy

mismo se advierte, que la forma comunal estuviese muy extendida,

no sólo en las tierras labrantías, sino también, y quizá con

mayor amplitud, en los prados, montes y bosques.

La sociedad ejercía igualmente su acción sobre los individuos

castigando los delitos con penas á veces terribles, como la lapidación

ó apedreamiento y el despeñamiento (entre los Lusitanos).

La justicia era administrada por los jefes de familia en

parte, y de un modo más general por los jefes de tribu y las

Asambleas; pero á veces los pleitos y acusaciones se resolvían

por un desafío á mano armada, dando la razón al que vencía:

costumbre que parece característica de las tribus celtas.

23. Religión, cultura y costumbres.—Aunque ya hemos

dicho que cada gentilidad, y también cada tribu, tenían sus

dioses, y, por tanto, éstos habían de ser muchos en número,

hubo algunos más importantes y generales que otros, residiendo

esta cualidad probablemente en los de las federaciones ó en los

de tribus extensas é influyentes sobre las inmediatas. Tales pa70

HISTORIA DE ESPAÑA

recen ser los llamados Neton y Baudvaeto, dioses de la guerra.

Endovélico, Yun ó Junovis, dios superior, y la diosa Ataecina,

Los había regionales, como las Matres de Clunia, el Dios Sol de

Badalona; y especiales de una clase ú oficio, como los llamados

Lugoves, patronos de los zapateros. A todos ellos dedicaban

fiestas, con danzas y coros. Parece que adoraban también á la

luna; y de los Lusitanos se sabe que hacían sacrificios á los

dioses inmolando animales y hombres (prisioneros), cuyas entrañas

examinaban para deducir augurios de los movimientos

de ellas.

En punto á cultura, diferían mucho los distintos pueblos.

Los había muy adelantados, como los Turdetanos y Túrdulos

(es decir, los que habitaban la Andalucía), que habían dado

gran desarrollo á la agricultura, á la industria y al comercio, y

hacían gran ostentación de riqueza. Eran, además, reputados

por muy sabios ó cultos: tenían literatura propia, historias ó

anales, poemas y leyes en verso, que decían contar 6,ooo años

de antigüedad. Todo esto se ha perdido, así como las obras

literarias de otros pueblos iberos. Como es natural, eran los

citados de costumbres dulces y muy comunicativos.

En cambio, había otros, como los Gallegos, Astures y Cántabros,

semisalvajes, de costumbres rudas y feroces, pobres y

sobrios, pero duros y fuertes. Los Lusitanos vivían en perpetua

guerra, atacando y saqueando las poblaciones. Los Celtíberos

eran de costumbres análogas, pero recibían bien á los extranjeros,

agasajándolos mucho. Por lo general, en el interior de la

Península el atraso era mayor y no se conocía la moneda. En

cambio, la gente de las costas, lo mismo del S. que del E. (en

gran parte, por la mucha comunicación con extranjeros), poseía

regular cultura y buen carácter.

De la lengua de los iberos y celtíberos se sabe poco. No nos

han dejado obras literarias, pero sí inscripciones, ó sean letreros

grabados en monedas, piedras y metales, sin que haya todavía

logrado dominarse la traducción de lo escrito. La forma de las

letras iberas difiere bastante (fig. 16) de la que tiene nuestro

alfabeto actual y de otros más antiguos, y se asemeja á la del

fenicio y griego primitivo, pero más al primero, del que parece

derivar, no sin haber sufrido luego modificaciones.

Fig.. 16.— Piedra con inscripción de letras

ibéricas, hallada en Peñalba de Castro.

(Según Hübner.)

RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 71

Las artes plásticas ibéricas fueron un producto del genio

peninsular fecundado por todas

las influencias extranjeras

ya referidas y, singularmente,

por la fenicia y la griega. Por

esto se las ve' impregnadas de

greco-orientalismo. El foco

principal de su producción

parece hallarse en el SE., con

ramificaciones en otras regiones.

En el orden arquitectural,

están representadas (hasta

hoy) por una parte de las murallas llamadas ciclópeas de Tarragona

(la primera reconstrucción de ellas, diferente de la romana);

los restos de construcciones recientemente hallados en

Numancia; el recinto

de Berruecos

(Teruel); trozos de

capiteles, molduras

y otros objetos

encontrados en el

Cerro de los Santos,

en el Llano de

la Consolación y

en Elche. Los arqueólogos

actuales

han prescindido ya

de atribuir á los

iberos históricos

los taloyotes y navetas

de las Baleares,

construcciones ciclópeas

que más

bien deben tenerse

por prehistóricas,

ya de influencia

miceniana, ante-

Fig. 17.—Murallas y pfterta ciclópea de Tarragona. ΠΟΓ á la fenicia, ya

7^ HISTORIA DE ESPANA

obra de pueblos extraños. Su similitud con las murallas neolíticas

(§ 16), es patente en ciertas cosas.

Mucho más importante es la escultura, de completa imitación,

aunque muy feliz en no pocos casos. Ejemplos salientes

de ella son: varias de las esculturas en piedra halladas en el

Cerro de los Santos; el esfinge ó toro con cara humana, de

Fig. 18. -Escultura ibérica hallada en Elche. (Musco del Louvre.)

Balazote; el toro y el león de Bocairente; las esfinges aladas

de Sax y, sobre todo, una admirable cabeza de mujer encontrada

en Elche y que posee hoy el Museo del Louvre. Igualmente

han aparecido, en gran número, fibulas é idolillos de

tipos muy variados (caldeo-asirios, griegos, ibéricos puros, etc.)

Las estatuas de toros y jabalíes (¿emblemas célticos?), que

se encuentran con abundancia en Castilla (toros de Guisando

y esculturas análogas) y las de guerreros lusitanos y gallegos

RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 73

—á veces, con inscripciones ibéricas,—aunque pertenecen al

mismo arte, son probablemente de época posterior; algunos,

de tiempos de la dominación romana (§ 85). También llevan

impresa influencia griega los sables de hierro, de tipo muy

antiguo, hallados en algunas comarcas de Espafla, como Almedinilla

(Córdoba). La orfebrería ibérica cuenta ya con varias

piezas importantes: una diadema de oro hallada en Jávea

y seis fragmentos de otra ú otras proce- __

dentes de Asturias ó de Extremadura,

que se hallan en el Museo del Louvre.

Finalmente, la cerámica ofrece hermosos

ejemplares pintados y con dibujos lineales

y de figuras de animales, también de influencia

griega, miceniana según opinan

los arqueólogos. Son abundantes también

las lápidas sepulcrales y las aras con adornos

grabados.

Los Castros y recintos fortificados que ya

vimos en los tiempos prehistóricos, continuaron

sirviendo de habitación y defensa

á los iberos, y se perpetúan hasta

épocas posteriores.

En punto á usos y costumbres, sabemos

que en las tribus del N. y NO. los hombres

vestían de negro, con capas de lana

ó piel de cabra, y las mujeres de colores

vivos. Las armas defensivas eran un escudo

pequeño, cóncavo al exterior, corazas

de lino y de malla, casco de tres cimeras, de cuero; y las

ofensivas, lanzas y puñales ó cuchillos. Estos mismos pueblos

se alimentaban con pan de harina de bellotas, bebían una

especie de cerveza ó sidra, usaban la manteca en vez del

aceite, y para comer hacíanlo sentados en bancos de piedra

arrimados al muro. Celebraban bailes de parejas (hombre y

mujer) y juegos gimnásticos de pugilato y carrera.

Los Celtíberos vivían mejor, comiendo principalmente carnes,

en mesas elegantes y limpias. Vestían sayos de lana de color

negro, y todos los meses, en la época del plenilunio, se

β Ε i

' BGD$

;. 19-—Cipo ó sepulcro

ibérico, de Barcelona.

("Según Hiibner.)

74 HISTORIA DE ESPANA

reunían las familias á las puertas de las casas, para danzar en

honor de un dios sin nombre (tal vez la luna) á quien adoraban,

según dicen los autores latinos. En la guerra usaban escudos,

unas veces grandes, otras pequeños, botines con correas que

subían enlazadas por las piernas, cascos de bronce con sobrecimera

encarnada, espadas de dos filos y puñales de un palmo

delargos. Generalmente, en cada caballo montaban dos hombres,

apeándose uno al empezar el combate.

Fig. 20. — Dos fragmentos de la diadema ó plancha de oro guardada en el Museo

del Louvre, y que representa guerreros españoles, á caballo y á pie, con el

tocado característico de los Lusitanos. (Según Cartailhac.)

Los Lusitanos se untaban el cuerpo con aceite y esencias,

se bañaban en agua fría, dormían en el duro suelo y se dejaban

crecer el cabello como las mujeres, usando una especie de mitra

sobre la frente cuando entraban en batalla. Para beber usaban

vasos de cera, y para calentarse una especie de braseros de

piedra. Llevaban escudos, cascos, lanzas y espadas cortas con

punta, como los celtíberos, y manejaban el arco para arrojar

saetas.

Entre los Bastetanos, las mujeres bailaban con los hombres

cogiéndose de las manos, y usaban generalmente trajes de color

RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 75

obscuro y sayos, con los que se envolvían para dormir sobre

camas de esparto ó junquillo.

Como notas comunes del carácter de los españoles, señalan

los autores antiguos la resistencia física, el valor heroico, el

amor á la libertad, la indisciplina y la fidelidad llevada hasta

la muerte.

·*

Ill

COLONIZACIONES FENICIA Y GRIEGA

24. Los Fenicios.—El primer pueblo de quien puede asegurarse,

por testimonios literarios, que estableció relaciones de

comercio y colonias en España, fué el pueblo fenicio. Procedía

éste de Siria, en cuya costa O., á orillas del Mediterráneo, se

había establecido, según se cree, hacia mediados del tercer

milenio antes de Jesucristo, fundando una nación importante,

especie de confederación de varias ciudades (Tiro, Sidón,

Arados, Biblos...) que en el siglo xx extendía ya su actividad

comercial y marítima por Egipto y las islas del mar Jónico.

No puede determinarse con precisión en qué época arribaron

por primera vez á España. Autores hay que creen notar su

presencia en los últimos tiempos del período neolítico, durante

los cuales ocuparían el SE. de España, que abandonaron después

para fijarse en el SO. hacia fines del siglo xn (§ 16). Un

geógrafo antiguo (siglo i antes de Jesucristo), que consultó

muchas fuentes históricas anteriores á él, dice que los fenicios

eran poseedores del país de Tarteso (Andalucía Occidental)

mucho antes de Homero (quien, según se cree, pertenece al

siglo x), y que de ellos proceden todas las noticias que de España

tuvieron y propalaron los autores griegos. No debe, pues, tenerse

por inverosímil la tradición de que hacia el siglo xi antes

de Jesucristo conquistaron á Cádiz, llamada entonces Agadir4

Ocuparon luego los fenicios diversos puntos de las costas del S.,

LOS FENICIOS 77

del Ε. y del O., llegando á Galicia y otras regiones, donde

fundaron pesquerías y beneficiaron los metales. En el siglo vin

y en el vn es seguro que hicieron viajes de exploración por las

costas, cuyos relatos ó derroteros se llaman periplos.

25. Relaciones entre los fenicios y los habitantes de

España. — Buscaban principalmente los fenicios la explotación

de las minas y el comercio, aprovechando los productos

naturales de cada país; y no se contentaban con hacer piraterías

y viajes para apoderarse de hombres y cosas ó cambiar

productos, sino que se fijaban en la localidad, estableciendo

á modo de factorías ó almacenes, bien al lado de las

poblaciones indígenas, cuando las había, bien fundando ellos

ciudades. Buscaban para esto, con preferencia, las islas cercanas

á la costa ó promontorios fáciles de defender y con

puerto natural, donde edificaban sus almacenes, un fuerte

y un santuario para los dioses. Cuando estas poblaciones ó factorías

eran de fundación oficial, dependían políticamente de

la metrópoli, como, v. gr., depende de España, en la actualidad,

Río de Oro; pero aun en los casos frecuentes en que procedían

de la iniciativa particular de poderosas casas comerciales, relacionábanse

con la madre patria mediante el vínculo religioso,

significado por la concurrencia de delegados á las fiestas anuales

del templo principal de Tiro y el pago de una contribución

religiosa. Las factorías ó colonias fenicias más importantes de

nuestra Península créese que eran: Erythia (Sancti Petri),

Melkarteia (Algeciras), Malaka (Málaga), Sexi (Jate), Abdera

(Adra), Hispalis (Sevilla), la citada Cádiz, Ibiza (Aibusos), y

otras, como Ituci, Olontigi y Alba, que no se sabe bien dónde

estaban. Muy á menudo, estos nombres no significan fundación

de nuevas ciudades, sino establecimientos en otras ya existentes,

á las cuales apellidaban los fenicios quizá limitándose á traducir

á su lengua el nombre que anteriormente llevaban. A la península

en general la llamaron Span ó Spania, que quiere decir

oculto, ó país escondido y remoto.

No se limitaron los fenicios á ocupar las costas· Se internaron

en España, sobre todo en la región del S. (Andalucía

y Murcia); y, merced al comercio unas veces, á la fuerza otras, y

en especial á la superioridad de su cultura, llegaron á dominar

78 HISTORIA DE ESPAÑA

sobre los iberos, á los cuales quizá comunicaron su lengua,

probablemente su escritura, industria y artes. La importancia de

esta influencia, aunque muy discutida, nótase no sólo en los

monumentos y objetos artísticos é industriales encontrados, en

que se revela el carácter fenicio, sino en los mismos nombres de

la región que principalmente ocuparon. Así se llamó, á los pueblos

situados entre Málaga y Adra, bástalo-fenicios, y un autor

griego, que escribió poco antes de la era cristiana, califica de

fenicias á las poblaciones de Turdetania.

Resultado del gran desarrollo que obtuvieron las colonias

fenicias en España, fué que alcanzaran cierta independencia

política y administrativa respecto de la metrópoli. El centro, y

como la capital de ellas en los tiempos históricos, era Cádiz,

y el régimen de gobierno fué análogo al que tenían los fenicios

del Asia. Trajeron también su religión, con sus dioses nacionales,

Baal-Hammón, Astarté, la diosa de Sidón, y Baal-Melkarte

ó Hércules, de Tiro. A este último dedicaron un gran

templo en Cádiz, donde celebraban grandes fiestas. De este

hecho se hace derivar el nombre de columnas de Melkart ó de

Hércules, dado en la antigüedad á las rocas del estrecho de Gibraltar.

Al principio hicieron los fenicios el comercio por medio de

permuta, es decir, cambiando cosas por cosas. Luego introdujeron

en España ¡a moneda, acuñándola en muchas de sus

colonias.

No se crea por esto que los españoles aceptaron en todas

sus partes sumisamente la dominación fenicia. Es muy seguro

que hubo luchas para imponerla, quedando latente en no pocos

sitios el deseo de librarse de ella, á lo cual contribuyeron quizá

abusos de los dominadores en sus relaciones con la población

indígena.

26. Restos de la colonización fenicia.—Puestos en comunicación

los fenicios, mediante su activo comercio por tierra y

por mar, con los pueblos de Asia, África y Europa, servían de

propagadores y porteadores de la industria y el arte de todos

ellos. Fueron así los introductores en España de elementos de

civilización asiática y egipcia, á lo cual tal vez hubieron también

de contribuir los numerosos extranjeros que acudían á las

LOS FENICIOS 79

colonias fenicias ó formaban parte de ellas. Vestigios de estas

influencias, así como de las industrias y arte propios del pueblo

de Sidón y Tiro, se hallan en los objetos de cerámica y metal

encontrados en distintas partes de Andalucía (vasos de barro

pintados y de alabastro, ídolos, estatuas funerarias, etc.); en

los peines y placas de marfil con figuras grabadas, que se han

hallado en Carmona; en los huevos de avestruz pintados, perlas

artificiales, ámbar, Iignio y perfumes,

que abundan en los enterramientos; en

los vestigios de laboreo de minas, salinas

y fábricas de salazón que en diversos

puntos del S., O. y NO., se notan; y,

no muy seguramente, en obras de arte

estatuario como las descubiertas en

Yecla. Como monumentos reconocidamente

fenicios, sólo existen en España

la hermosa sepultura de Cádiz, encontrada

no hace mucho; las de Málaga,

con los objetos de adorno que en ellas

aparecieron; los hipogeos y pozos sepulcrales

de Cádiz y quizá también los

objetos de tipo oriental que se encuentran

en los sepulcros neolíticos, y aun

algunos de los monumentos de tipo

miceniano (§ 12). Del grandioso templo

á Melkart y sus fabulosas columnas de

oro y plata de tres metros y medio de

altura, que mencionan los antiguos,

nada ha quedado.

27. Fin de la dominación fenicia. —Los fenicios de la

metrópoli, que desde tiempos muy antiguos (siglo xvm?) eran

tributarios de Egipto, se vieron atacados hacia el vm por los

reyes de Asiría y Caldea, quienes, después de repetidas luchas,

acabaron por apoderarse de Tiro (año 573), anulando la independencia

de las ciudades fenicias y contribuyendo á disminuir

su influencia política y comercial en el Mediterráneo. Como

resultado de este cambio político, las colonias españolas quedaron

nominalmente dependientes de los vencedores y les pagaron

Fig. - Sepulcro marmóreo

encontrado en Cádiz.

8ο HISTORIA DE ESPANA

tributo; pero esta dependencia se rompió al poco tiempo, y aquéllas

continuaron su vida normal, roto ya todo lazo con la antigua

metrópoli, aunque, como parece natural, sufriendo las

consecuencias del quebrantamiento que en la gran confederación

fenicia del Mediterráneo se había producido.

Este quebrantamiento se remedió, sin embargo, en gran

parte, merced á la intervención política y comercial de una

nueva colonia fenicia, establecida en la costa N. de Africa

y heredera del poderío de Tiro. Llamábase Cartago; y, fundada

probablemente á comienzos del siglo ix (814?), ya en el vn

era una ciudad importantísima, que ejercía cierta especie de

preponderancia sobre las demás colonias hermanas de Occidente.

Creció esta influencia en el siglo vi, combinándose con

la caída de la metrópoli, cuyo lugar ocupa Cartago; y es natural

que recayese también sobre las poblaciones de España, con

las que establecieron los cartagineses activas relaciones comerciales,

que se revelan en el viaje de circunnavegación, hecho

en aquel tiempo por un general llamado Himilcon. Mucho

antes, según se cree, habíanse apoderado de la isla de Ibiza.

Parecerá, pues, muy natural que, al promoverse en el mismo

siglo vi guerras violentas entre los fenicios de Cádiz y las tribus

indígenas cercanas, según dice un historiador antiguo, y

viéndose en peligro los colonizadores, llamaran en auxilio suyo

á los compatriotas que representaban ya en el Occidente del

Mediterráneo el poder político más fuerte y más afín. Con este

carácter de auxiliares de los fenicios gaditanos entran tropas

cartaginesas en España y luchan con los indígenas, consagrando

así, en el terreno de la fuerza, la hegemonía comercial

y la influencia política que ya tenía Cartago y que se convirtió

pronto en dominación completa (§ 31). En el fondo, sin

embargo, por la comunidad de origen de los colonos españoles

y los cartagineses, no se puede decir que terminó, sino que

continuó desarrollándose en España, aunque con algunas modificaciones,

la acción del pueblo y de la civilización de Fenicia.

28. Los griegos en España.—Desde antiquísima fecha los

fenicios habían tenido que luchar en su expansión por el Mediterráneo,

y particularmente por las islas del mar Egeo, con

otro pueblo también procedente de Asia, el pueblo griego. CoLOS

GRIEGOS 8l

nocíase bajo este nombre un conjunto de Estados ó grupos de

población que ocupaban las costas del Asia Menor, por encima

del territorio fenicio, las islas del mar Egeo, y los países que

hoy forman la Grecia y la Turquía europea. Aunque todos estos

Estados se hallaban unidos por muchos<lazos comunes de raza,

lengua, religión, etc., eran políticamente independientes unos

de otros, como las ciudades fenicias (§ 2 3). Dedicábanse también

los griegos al comercio, no sólo por tierra, sino por mar, haciendo

largas expediciones y colonizando otros países; pero durante

mucho tiempo se vieron detenidos por los fenicios, remontándose

á los aflos de 1500 á 1100 antes de Jesucristo, según

opinan hoy los historiadores, la primera lucha armada entre

ambos rivales. El decaimiento del poder fenicio desde el siglo

viu, en que es atacado por los reyes asiáticos (§ 26), favoreció

el progreso colonial de los griegos, que en el siglo siguiente se

establecieron en Sicilia y otros puntos, y en el vi sustituyeron

en gran parte á los fenicios en el comercio de Egipto; pero todavía

á mediados de este siglo los comerciantes de Tiro y Sidón

eran dueños de casi todo el Egeo y el mar Negro.

La expansión griega llegó á España en época que no se

puede fijar con exactitud, aunque, según el testimonio de un

historiador griego, la primera noticia que tuvieron de nuestra

Península data del año ó30 antes de Jesucristo, en que una

nave de Samos llegó, arrojada por los vientos, al territorio de

Tartesio, iniciando las relaciones comerciales con los indígenas.

También los focenses, «primeros griegos que hicieron largos

viajes por mar», como dice el mismo historiador antes citado,

comerciaron en Tarteso, trabando gran amistad con el rey de

esta región, al cual llaman Arganthonio. Todo hace pensar que

hubo un período de meras visitas mercantiles de los griegos á

las costas de España, antes de que comenzaran á establecerse

en ellas y fundaran colonias. Se cree que la primera establecida

en territorio peninsular lo fué en la costa NE., cerca del

Pirineo, por los griegos Rodios (ó de la isla de Rodas), que

le dieron el nombre de Rhode (Rosas ?)·, pero este hecho no

es seguro. Más exactas noticias se tienen de la colonización de

los focenses, que, después de sus viajes á Tarteso, y tomando

muy probablemente por base la ciudad de Masalia (Marsella),

82 HISTORIA DE ESPAÑA

fundada ó conquistada por ellos hacia el siglo vn, se fueron

corriendo por la costa y predominaron en todo el litoral mediterráneo

del E., absorbiendo quizá establecimientos anteriores

de otros pueblos griegos. El principal de los focenses fué

Emporion (que quiere decir mercado), situado donde luego

Castellón de Ampurias (provincia de Gerona), y más abajo

Hemeroscopion, frente á las Baleares en tierra de Valencia

Artemision ó Dianium (Denia) y Alonai. No consiguieron esto

los griegos sino á costa de luchas cruentas con los fenicios

establecidos de antes y con los cartagineses, que, dueños de

las Baleares, seguían en el Occidente del Mediterráneo la

contienda antigua que en el Oriente habían sostenido los dos

pueblos navegantes. A pesar de esta oposición—manifiesta, no

sólo en batallas navales que se dieron, sino también en un

tratado antiquísimo por el cual se obligaban los de Marsella

á no pasar del cabo de la Nao, dejando lo demás á los fenicios,—

los focenses avanzaron por la costa S., fundando en

ella una colonia llamada Mainake ó Maenace, que luego destruyeron

los cartagineses, estableciéndose también en otros

puntos de Andalucía y llegando á Portugal, Galicia y Asturias,

donde han quedado muchos vestigios (aunque no completamente

seguros) de su influencia. Pero la región griega de España

más conocida y de que nos quedan noticias más completas

es la del Este. A la totalidad del territorio español que dominaron

llamaron los griegos Hesperia é Iberia.

29. Organización de las colonias griegas.—Las primitivas

colonias griegas eran, en su mayor parte, empresas de

carácter particular, dirigidas y pagadas por casas de comercio

importantes. La ciudad de donde partían, suministraba tan sólo

el fuego sagrado y un funcionario religioso que practicase

las ceremonias de la fundación, indispensables entonces y análogas

á la bendición con que hoy suelen inaugurarse algunas

obras públicas y privadas. La colonia permanecía independiente,

aunque mostraba ciertas deferencias naturales hacia la metrópoli.

No estaba obligada á obedecerla en lo político, ni á proporcionarle

especiales ventajas comerciales, y á veces llegaba á

separarse de ella por completo y aun á sostener luchas por diferencias

de intereses. Lo general, no obstante, era mantener reíaLOS

GRIEGOS 83

ciones continuas, sobre todo religiosas, con el país de origen,

enviando, como las colonias fenicias, comisiones ó peregrinaciones

con ocasión de las grandes fiestas de la metrópoli* Más

tarde, las colonias (sobre todo las de Atenas) tuvieron carácter

oficial ó público y militar, dependiendo más estrechamente de

la ciudad fundadora.

Un ejemplo muy curioso del proceso de colonización griega

en España, lo tenemos en Emporion. En un principio, los griegos

se establecieron, en una isla (Paleopolis: ciudad antigua);

luego, en la costa, no lejos de la ciudad indígena que allí existía,

pero dejando un espacio libre entre ambas; más tarde, adelantando

la intimidad de relaciones, avanzó el establecimiento

Fig. 22. — Moneda griega de Emporion.

griego acercándose á la población española, y llegó á formar con

ella una ciudad doble, cuyas dos mitades estaban separadas por

una muralla con puertas; y, finalmente, se fundieron en una sola.

La división existía aún en el siglo 11 antes de Jesucristo. Durante

el día, las puertas estaban abiertas y se comunicaban

ambos grupos, aunque los griegos no se atrevían á salir sino en

gran número. Por la noche se cerraban, ejerciendo especial vigilancia

para evitar una sorpresa.

Penetraron los griegos, en muchos puntos de la Península,

más allá de las costas, estableciéndose en localidades del interior;

y aun en los lugares donde no lo hacían así, celebraban

alianzas con las tribus indígenas de tierra adentro, con la mira

de extender las relaciones comerciales.

30. Influencia de la civilización griega sobre los españoles.—

Por la extención de sus colonias y empresas mercantiles,

y por la superioridad de su cultura, influyeron mucho los colo84

HISTORIA DE ESPANA

nizadores griegos en los indígenas peninsulares, como puede

juzgarse de los escasos testimonios positivos que nos quedan.

Las primeras acuñaciones de moneda que se hicieron en

España (en Emporion y Rhode), fueron del tipo griego foceo y

llegaron á circular por gran parte de Europa, demostrando la

gran extensión del comercio emporitano. Entre estas monedas

se hallan algunas (omonoias) que muestran los tipos y nombres

unidos de Masalia (centro de la colonización focea, como sabemos)

y de dos ciudades indígenas, Ilerda y Sagunto, lo cual

Fig. 23.—Vaso emporitano y orla, según Loewenstein.

muestra que existía alianza entre aquélla y éstas. Otras hay cuya

leyenda está escrita, no en griego, sino en letras de un alfabeto

indígena. Luego se adoptó el sistema púnico-sículo traído por

los cartagineses. Contribuyeron los griegos también á difundir

la agricultura, introduciendo ó propagando el cultivo de la viña

y del olivo. En arquitectura, trajeron los tipos de su país; mas,

por desgracia, no se ha conservado ningún monumento propiamente

griego en España, aunque sí reminiscencias de su arte

en otros de época posterior. De escultura quedan pocos restos

(algunos bronces y varias esculturas de mármol), aunque tal

vez deba verse influencia griega en las estatuas del Cerro de

los Santos y en el busto de Elche, hallado hace poco. En AmLOS

GRIEGOS «5

purias ha aparecido también un hermoso mosaico de tipo griego.

En punto á las artes industriales, lo que principalmente quedó

de ellos fué la cerámica, como lo muestra la gran abundancia de

vasos con pinturas y dibujos, cuyo ejemplo más notable son los

barros emporitanos con figuras en rojo *ó negro y adornos-

También se han encontrado en Emporion vasos de vidrio y

ánforas de tipo foceo. Los barros saguntinos, que se han solido

creer griegos, son de época posterior y de origen italiano.

Como expresiones de la influencia griega en la cultura intelectual,

pueden citarse probablemente la introducción del teatro,

y con toda seguridad el establecimiento de escuelas ó academias,

como la de Asclepiades en Andalucía. De los griegos han

quedado también algunas inscripciones halladas en diversas

localidades de la Península, incluso las del Norte.

1 6

IV

LA DOMINACIÓN CARTAGINESA

31. Los cartagineses en España.—Como hemos dicho ya

(§ 27), la intervención armada de los cartagineses se convirtió

pronto en dominación, absorbiendo á las antiguas colonias fenicias

de España y obligándolas á depender directamente de Cartago.

Apoyada esta ciudad en los nuevos dominios, continuó

sus luchas con los griegos colonizadores del Mediterráneo, y

principalmente contra Marsella, aliándose con un pueblo italiano

(los etruscos ó tirrenos), que por entonces era poderoso

y que combatía también la expansión griega por el Occidente

de Europa. En estas luchas, destruyeron algunas colonias foceas,

como la de Mainake en la costa S.; pero no lograron desarraigar

de la Península á los griegos, que, sobre todo en el

Este, continuaron ocupando extensos territorios y difundiendo

su comercio.

Para asegurar su -dominación, implantaron los cartagineses

en España el régimen que usaban en Africa, más militar y

opresor que el de los fenicios. Pusieron guarniciones en las ciudades

principales; trajeron colonos y trabajadores de la Libia,

y sujetaron fuertemente á muchas tribus españolas con tributos

en dinero y servicios. Explotaron activamente las minas

riquísimas de plata del Sur, y quizá también las de otras regiones,

unas en favor de importantes casas de comercio de Cartago,

y otras en provecho del erario público; y continuaron en gran

LOS CARTAGINESES 87

escala el tráfico de mercaderías. Cartago era entonces el centro

de todo el comercio occidental y meridional, comunicándose

con los países del S. y E. de Africa y por medio de éstos con

los asiáticos.

32. Conquista general de España.—Por aquel entonces,

así como antes se disputaron el dominio del Mediterráneo y su

comercio los ibero-libios de un lado y los egipcios y fenicios

de otro, y luego los fenicios y los griegos, había, como hemos

visto, tres pueblos que deseaban lo mismo: los griegos, ya en

decadencia, especialmente en el O.; los cartagineses, que eran

poderosísimos, y los etruscos. Pero en el siglo viu hubo de

iniciarse en Italia un nuevo poder político, el de los romanos,

que sobre la base de la ciudad de Roma comenzó á fundar un

Estado, bastante poderoso ya en el siglo ív, que absorbió el de

los tirrenos y se extendió por la parte central y algo de la meridional

de aquella península. Por el S. lindaba con posesiones

de los griegos y de los cartagineses, que ocupaban parte de

Sicilia.

Era natural que surgieran rivalidades entre romanos y cartagineses.

Los romanos, poseídos de gran ambición política, veían

en Cartago un rival temible para sus planes de engrandecimiento.

Durante mucho tiempo, sin embargo, mantuviéronse en

paz, celebrando tratados de comercio y dividiéndose en parte

el dominio del Mediterráneo; pero al cabo estalló la guerra en

Sicilia, en la cual venció Roma arrojando de la isla á los cartagineses.

Esta primera guerra, en que tomaron parte tropas

españolas, sobre todo de las Baleares, aliadas de los cartagineses,

y que terminó en el año 242, se llamó púnica (del nombre

peno ó pheno de los fenicios·—phenicios), lo mismo que las

siguientes que hubo entre Roma y Cartago.

La victoria de los romanos dolió mucho á los verdaderos

patriotas cartagineses, sobre todo á los militares. Era de éstos

el más renombrado Amílcar, general que fué en la guerra de

Sicilia, el cual comprendió que se hacía indispensable, de un

lado, compensar con nuevas conquistas la pérdida de Sicilia, y

de otro, allegar fuerzas para tomar el desquite contra Roma.

Con esta idea, después de haber sido nombrado general en jefe

del ejército cartagihés de Africa, con atribuciones grandes é

88 HISTORIA DE ESPANA

independencia del gobierno de Cartago, desembarcó de pronto

en España (año 2 56) y comenzó á conquistar nuevos territorios.

No logró la conquista sin lucha; porque, si bien obtuvo alianzas

con algunos pueblos españoles, otros le opusieron gran resistencia,

y entre ellos los Turdetanos (ó Celtas) acaudillados por

un jefe que se llamaba Istolacio, y los Lusitanos por otro llamado

Indortes. A uno y á otro venció Amílcar, el cual se condujo

bien con la mayoría de los vencidos prisioneros, pero hizo crucificar

á los jefes. No terminó con esto la guerra. Otro grupo

de españoles, los de Elice (población que no se sabe á punto fijo

á cuál de las modernas corresponde), se levantó contra los cartagineses.

Cuéntase que un jefe ibero llamado Orisson, fingió

unirse á Amílcar en contra de los de Elice, pero con propósito

de hacerle traición. Los españoles usaron de una estratagema.

Pusieron al frente de ellos todos los carros ó carretas de que

disponían, con toros y bueyes uncidos; untaron las astas de éstos

(ó los carros) con betún, y les pegaron fuego; con lo cual, despavoridos

y furiosos los animales, comenzaron á correr acometiendo

á los cartagineses y dispersándolos. Aprovechando esta

circunstancia, volvióse Orisson contra Amílcar y contribuyó á

su derrota. El propio general cartaginés dícese que murió en

esta batalla.

33. El imperio de los Barcas.—La conquista militar de la

Península estaba, sin embargo, empezada sólidamente. Amílcar

no sólo venció á muchos pueblos, sino que aumentó el ejército

é hizo construir algunos fuertes, entre ellos uno muy poderoso

que se conoce con el nombre griego de Acra-Leuka (Penis -

cola ?). Se ha dicho también que fundó á Barcelona, sin que

parezca ser cierto; leyéndose en un autor antiguo que esta ciudad

es de procedencia fenicia, afirmación que tampoco se halla

comprobada.

Sustituyó á Amílcar en el mando del ejército su yerno Asdrúbal

Barca, que era jefe de la escuadra, el cual continuó la

guerra y venció á Orisson. Logrado un período de paz, Asdrúbal

aplicó una política dulce y conciliadora en sus relaciones

con los españoles. Estableció alianzas, fomentó los casamientos

entre sus soldados y mujeres iberas, y él propio casó con una

princesa española. Hizo, en una palabra, todo lo posible para

LA CUESTIÓN DE SAGUNTO 89

halagar á los indígenas, y echó así los cimientos de un gran

imperio. Su capital fué Cartago Nova (Cartagena), que fundó

ó amplió sobre la base de una ciudad anterior (Mastia), haciendo

en ella grandes obras militares y civiles (el puerto, el

templo de Melkart, almacenes, etc.), y construyendo para sí un

magnífico palacio, de gran lujo.

La situación especial que los generales del ejército tenían

entonces, siendo en cierta manera independientes del gobierno

de Cartago, les daba gran libertad y casi la condición de

soberanos. El gobierno cartaginés dejó que Amílcar y Asdrúbal

realizasen la conquista dé España, sin preocuparse del fin

que podrían llevar, y contentándose con las ganancias que obtenían

la hacienda y el comercio. Los Barcas, aprovechando esta

libertad, vivían como reyes en su imperio español. Asdrúbal

fué asesinado próximamente á los 16 años de tener el mando.

Sucedió á Asdrúbal, en el mando del ejército, Aníbal, hijo

de Amílcar, heredero de las grandes condiciones militares de

su familia y de los planes políticos de su padre. Era Aníbal un

mozo cuando fué elegido (26 ó 29 años), pero ya probado

en la guerra, sufrido, valiente, de notable talento natural, de

grandes miras, muy amante del predominio de su pueblo y, por

tanto, enemigo declarado de Roma. Confiado en su fuerza,

después de haber organizado bien el ejército en el cual formaban

muchos españoles, y de haber asegurado su poder en la

Península mediante una expedición por las Castillas—en que

venció á los Vacceos, Olcades y Carpetanos, tomó á Salamanca

y otras poblaciones y estableció varios fuertes—buscó un pretexto

para romper con los romanos.

34. La cuestión de Sagunto.—Los romanos, como enemigos

de los cartagineses, tendían naturalmente á proteger á los

griegos y sus colonias del Mediterráneo, contra quienes aquéllos

luchaban de continuo. Con las colonias marsellesas de España

siguieron igual sistema, celebrando tratados de alianza

con ellas y especialmente con Emporion. Los autores romanos

pretenden que también se celebró tratado con una ciudad

situada más al S., llamada Sagunto, considerándola como colonia

fundada por los griegos de Zacinto ó Zakyntos. Pero

esta es una opinión puesta hoy muy en duda, creyéndose más

9o HISTORIA DE ESPAÑA

bien que Sagunto era una población indígena ó quizá fundada,

ó colonizada, por gentes venidas de Italia.

Tocante á España, los romanos habían celebrado con los

cartagineses, antes de esta época, un tratado (año 348), en que

se fijaban como límites para las correrías de los primeros la

región de Mastia (Cartagena). Dúdase si este tratado fué reproducción

de otro anterior que se cree celebraron los griegos de

Marsella con los fenicios, según se dijo; los límites coinciden en

parte. No se sabe si en él se mencionaba á Sagunto como población

aliada de los romanos y que debían respetar los cartagineses.

Más tarde, en tiempo de las campañas de Asdrúbal, se celebró

otro tratado (226), en el cual se obligó el general cartaginés

á no pasar del Ebro, más bien para no intervenir en la lucha

que entonces sostenían los romanos con los celtas, que para

fijar, como límite de sus conquistas, aquel río. En este tratado

se consignó el respeto que los cartagineses habían de guardar

á las colonias griegas aliadas con Roma; pero tampoco se sabe

si se mencionaba en él á Sagunto, aunque los autores romanos

colocan en esta época (223) la fecha de los tratados con esta

ciudad y Emporioñ. No obstante, hoy día creen muchos historiadores

que la alianza con Sagunto fué muy posterior al tratado

con Asdrúbal.

El hecho es que, teniendo Sagunto cuestiones con algunos

pueblos comarcanos aliados de los cartagineses, Aníbal intervino,

dando la razón á sus aliados. Protestaron los saguntinos

de la decisión, y Aníbal, tomando por ofensa este acto, atacó á

Sagunto. En algún historiador antiguo romano se cita el hecho

de tumultos ocurridos en la ciudad, en los cuales intervinieron

los romanos como arbitros, dando la muerte á varios vecinos

principales, y señalando así un elemento nuevo de complejidad

en el caso de Sagunto, que quizá influyera en la intervención de

Aníbal. Sea de esto lo que fuere, los romanos, así que tuvieron

noticia del ataque (219 antes de Jesucristo), lo consideraron

como una violación del tratado hecho con Asdrúbal, y enviaron

una embajada á Aníbal para que desistiese de molestar á un

aliado de Roma. Aníbal siguió sitiando á Sagunto, que era entonces

una de las ciudades más poderosas del litoral de Levante,

ENTRADA DE LOS ROMANOS 9>

habiéndose elevado rápidamente á este poder por su comercio

de tierra y de mar y por el aumento de la población. Los romanos,

en vez de enviar un ejército para defender á su aliada, se

contentaron con dirigir nuevos embajadores á Cartago. La cuestión

no debía estar muy clara, porque el senado cartaginés discutió

si Sagunto se hallaba ó no comprendida en los tratados, y

hasta negó eficacia al del aflo 226, no atreviéndose á desautorizar

á Aníbal, aunque algunos amigos de la paz así lo pedían.

Probablemente, lo que en este caso hicieron los romanos

(y lo que pretendían que se aceptase) fué interpretar extensamente

una cláusula general, aplicándola á todos los aliados de

ambas partes; por el contrario, los cartagineses sostenían que

sólo debían considerarse comprendidos en el tratado los pueblos

nombrados expresamente. Mientras se discutía así la cuestión

diplomática, entregados los saguntinos á sus propias fuerzas,

se defendieron heroicamente, prefiriendo morir antes que aceptar

las condiciones de rendición que fijó Aníbal. Este asaltó

la ciudad y, á pesar de que los saguntinos trataron de perecer

todos y de quemar sus riquezas, cogió muchos prisioneros, que

distribuyó entre sus soldados, y gran botín de dinero, vestidos

y muebles, parte del cual envió á Cartago. Esta victoria, y el

amor propio de los cartagineses herido por la altivez de un

embajador de los romanos, hicieron que, aceptando lo hecho

por su general, se decidiesen á la guerra con Roma (año 2 18).

35. Entrada de los romanos en España.—Entretanto,

Aníbal, cuyo pensamiento (no sospechado por nadie entonces)

era ir á Italia por tierra, atacando á los romanos en su propio

suelo, reorganizó y aumentó el ejército, envió á Cartago refuerzos

en los cuales iban muchos españoles, y emprendió la marcha

en dirección á Italia con 100,000 infantes, 12,000 jinetes, 40

elefantes y gran número de máquinas de guerra y de bagajes

de conducción para las provisiones. Pasó el Ebro y tuvo que

detenerse á luchar con varias tribus españolas y con las colonias

griegas, que se le opusieron en el camino. Las venció, y,

dejando en la parte que hoy es Cataluña un ejército defensivo,

traspuso los Pirineos.

Los romanos descuidaron mucho la guerra en un principio.

Sin sospechar que el propósito de Aníbal fuese ir á Italia, no

92 HISTORIA D£ ESPANA

pensaron que lo conveniente era detenerle el paso en la propia

España, enviando allí un ejército que sirviese, además, de apoyo

á los aliados de Roma. Cuando lo hicieron así, ya Aníbal estaba

en el S. de Francia. No obstante, el general romano Cneo Escipión

desembarcó con un ejército en Emporion y, después de

procurarse alianzas con los indígenas, atacó al general cartaginés

dejado en Cataluña por Aníbal, venciéndolo (año 218) y destruyendo

luego la escuadra. Con estas ventajas, pasó el Ebro,

y, en unión de su hermano Publio Escipión, general también

que vino con nuevas tropas, llega hasta Sagunto y vence á As,

drúbal, obteniendo otras victorias en la Turdetanía.

No se conocen bien las vicisitudes de esta guerra, en que los

soldados romanos pusieron el pie por primera vez en España;

pero sí la conducta que siguieron en ella los españoles, los cuales

se dividieron, ayudando unos á los cartagineses, y otros á los

romanos. Al cabo, Asdrúbal, que había ido á Cartago y vuelto

con nuevas tropas, entre ellas muchas africanas al mando de su

rey Massinisa, venció á los dos Escipiones, que murieron (211).

El ejército romano se rehizo, no obstante, bajo la dirección de

un oficial llamado C. Marcio, al cual se unió más tarde otro

general, Claudio Nerón, que logró derrotar á Asdrúbal, pero

sin obtener ventajas decisivas, por lo que fné destituido de su

cargo.

36. Publio Cornelio Escipión—Fin de la dominación cartaginesa

en España.—Mientras tanto, Aníbal había derrotado

diferentes veces á los romanos en Italia, por lo cual todos los

esfuerzos del gobierno de Roma se dirigían á reparar las derrotas

sufridas y librarse del general cartaginés. Para la guerra

de España no encontraban general, hasta que se presentó Publio

Cornelio Escipión, hijo de uno de los Escipiones muertos

en la Península, y, aunque su categoría y su edad no eran

para ser jefe del ejército, lo nombraron, en parte por consideración

á las mencionadas circunstancias de familia. Escipión

vino á España, y, con más fortuna y arrojo que pericia militar,

no sólo derrotó diferentes veces á sus enemigos, sino que se

apoderó desde luego, auxiliado por barcos indígenas, de la

principal ciudad militar que aquí tenían los cartagineses (Cartagena),

donde encontró gran cantidad de provisiones, armas y

EFECTOS DE LA DOMINACIÓN CARTAGINESA 95

dinero. Para congraciarse con los españoles, prometió á los

prisioneros que tenían allí los cartagineses devolverles la libertad

así que terminara la guerra, y cuéntase que además devolvió

una joven indígena de gran hermosura que le había sido

ofrecida como sierva y que estaba para casarse con un príncipe

celtíbero llamado Alucio. Esta conducta le procuró la alianza

de muchos españoles, entre ellos Indíbil y Mandonio, jefes de

los Ilérgetes. Cádiz se rindió por traición de los africanos

aliados de Cartago (año 206), y las demás plazas cartaginesas

ó aliadas de los cartagineses fueron cayendo en poder de las

tropas romanas, algunas no sin heroica resistencia, al igual de

Sagunto, como Astapa (Estepa la Vieja, en la provincia de Córdoba),

Cástulo, Illiturgi y Ossigi.

Resultado de todas estas victorias, fué que los cartagineses

abandonaran la Península, concluyendo así su dominación (año

206), que duró unos cuatro siglos, sustituyéndolos los romanos.

La guerra con éstos siguió en Africa hasta la destrucción de

Cartago, años después (146). Las Baleares se sostuvieron

en poder de un general cartaginés por bastante tiempo, pirateando.

37. Efectos de la dominación cartaginesa.—Organización

de las colonias españolas.—Los cartagineses respetaron

las leyes é instituciones de las antiguas colonias fenicias, así

como las de los pueblos indígenas, contentándose con que reconociesen

la supremacía del pueblo cartaginés y con que dieran

auxilios en hombres y dinero: tocante á lo cual, como hemos

dicho, solían ser rigurosos.

En las ciudades propiamente cartaginesas, el gobierno era

igual ó parecido al de la metrópoli. Había jefes ó gobernadores

en número de dos, llamados suffetes, una Asamblea ó Senado

de aristócratas y otra del pueblo, y delegados de la capital que

acompañaban al general del ejército, con el nombre de gerusiastas,

especie de vigilantes ó inspectores del Gobierno central.

El objeto principal de los cartagineses era el comercio y,

como consecuencia, lo más respetado por ellos, la riqueza. Los

ricos, los, grandes mercaderes, fueron los que dominaron hasta

los tiempos de Aníbal, en que logró cierta superioridad el partido

popular.

94 HISTORIA DE ESPANA

Cartagena, que era el tipo de las colonias en España, fué el

centro comercial desde que se fundó. Teniendo cerca las riquísimas

minas de plata que explotaban los cartagineses, se constituyó

en un gran mercado adonde acudían los barcos extranjeros

para comprar productos españoles, y los indígenas para,

proveerse de las mercaderías que llegaban por mar. Allí afluía

la producción de la plata y se establecieron fábricas de acuñación

de moneda, así

como otras de salazón,

muy importantes,

sostenidas quizá

por las pesquerías del

S. y O. de España y

de la costa africana.

Los Barcidas hicieron

de Cartagena una ciudad

rica, rodeándola

de magnífica muralla

y construyendo grandes

edificios.

Cádiz (Agadir) é

Ibiza (Ebusus), fueron

también dos importantes

centros comerciales

en aquella

época, acuñando moneda

según el tipo

cartaginés y con leyenda

fenicia. En este orden influyeron notablemente los cartagineses

en España, siendo los principales propagadores de la

moneda, lo cual da idea de la extensión é importancia de su

comercio. Los Barcas batieron en el siglo πι algunas de tipo

completamente nuevo, que llevan figuras de dioses (Ceres y

Hércules), de caballos, palmeras y elefantes, proas de barcos

y cabezas de reyes con nombres, representando quizá aliados

de aquellos generales.

El alfabeto cartaginés se extendió mucho por España, así

como su religión, y en especial el culto de ciertas divinidades.

Monedas cartaginesas de Málaga y Ebusus.

EFECTOS DE LA DOMINACIÓN CARTAGINESA 95

En punto á las artes, no nos quedan monumentos de importancia,

salvo algunas necrópolis (v. gr. la de Baria-Villaricos),

pero sí algunos restos y las figuras de las monedas; debiendo

tenerse en cuenta que la mayoría de los objetos de carácter

fenicio que se hallan en la Península (§ 26) son, sin duda, de la

época cartaginesa. Se sabe que en este tiempo se construyeron

palacios, templos y carreteras. A los cartagineses se atribuye

la introducción en España de la cerámica de color claro, bien

cocida y á veces adornada con bandas de pintura roja, que se

ha mencionado antes (§ 15); de las sepulturas de incineración

en cavidades, ó en urnas de arcilla roja ó amarilla clara, monocromas,

con bandas de color y adornos de estilo geométrico,

flores, y figuras animales y humanas; de los sables ondulados

que se encuentran en algunas sepulturas y que se cree tomaron

los cartagineses de los griegos, quienes los usaban en el

siglo v; y, dudosamente, de los vasos de tipo griego ó italogriego

de figuras en rojo (siglos ιν-ιιι) que se hallan en los enterramientos

de la época.

El resultado de sus relaciones con los españoles, especialmente

á causa de los muchos colonos africanos que trajeron,

fué cambiar en parte las costumbres y el tipo de la población

en Andalucía; derivando de su influencia particularmente el

persistir aún siglos después, como hemos dicho (§ 25), el aspecto

fenicio de muchas localidades. En las monedas persistió también,

por mucho tiempo, la leyenda púnica.

Desde el punto de vista de la raza, conviene advertir que,

tanto los fenicios como los cartagineses de ellos derivados,

aunque hablaban un idioma semita, no eran antropológica ni

históricamente de la raza de los semitas puros (hebreos, árabes),

sino, muy probablemente, de la presemita, tal vez congénere

con la de los primitivos iberos; y á este mismo carácter

debieron corresponder los elementos africanos (bereberes, númidas)

que con ellos entraron.

ν

LA DOMINACIÓN ROMANA

Al principio, no pensaron los romanos en organizar intensamente

la conquista de España. Pero tenían que afirmar lo ganado,

cuando menos; y para esto, aun después de expulsados

los cartagineses, hallaron serios obstáculos. Las tribus indígenas

del E. y del S., es decir, las más civilizadas, por su mucho

contacto con las colonias extranjeras, se sometieron con bastante

facilidad; pero las del C, del N. y del O. opusieron, por

el contrario, gran resistencia. Por esto, la guerra comienza

apenas entran en la Península los romanos, y puede· decirse que

no acaba hasta tres siglos después. Sin embargo, cabe distinguir

en todo este largo tiempo dos períodos diferentes: el

primero, propiamente de conquista, que termina por dominar

los romanos en casi todas las regiones de España; y el segundo,

de organización, en el cual no se conquistan tierras

nuevas, pero hay que apaciguar diferentes sublevaciones de los

indígenas.

i.—CONQUISTA MILITAR DE ESPAÑA

38. La conquista. —Primeras luchas.—Estando todavía

Esciprón en Cartagena, antes de apoderarse de Cádiz, dos jefes

indígenas que habían sido aliados de los cartagineses atacaron

á los romanos. Llamábanse estos jefes Indíbil y Mandonio y

CONQUISTA MILITAR 97

dirigían mucha gente de distintas tribus. Después de luchas

sangrientas, fueron vencidos; pero á poco, habiendo salido Escipión

de España, se alzaron de nuevo, hasta que los generales

romanos, en una batalla, consiguieron matar á Indíbil y coger

prisionero á Mandonio, que fué degollado.

No se consiguió con esto la paz. La misma desunión é independencia

que existía en las tribus, era causa de que continuamente

guerreasen, ahora unas, luego otras; de modo que el

vencer á las de un territorio no era garantía de que las demás

quedasen sometidas; y aun las mismas vencidas una vez, alzábanse

de nuevo. Semejante continuidad en la lucha era muy

fatigosa para los romanos. Además, la manera de guerrear de

los españoles, en grupos pequeños, con sorpresas continuas,

valiéndose de los accidentes del terreno (muy conocido de ellos

y poco de los romanos), haciendo, en fin, lo que se ha llamado

más tarde «guerra de guerrillas», desconcertaba mucho á las

tropas invasoras, que peleaban en grandes masas, con armas

pesadas y gran impedimenta. Para sostener esta lucha, los

generales romanos tuvieron que ampliar los años de servicio;

y en vez de licenciar á los soldados cuando era costumbre,

retenerlos por más tiempo para no quedarse sin tropas. Lo

cual, unido al carácter implacable que tenía la guerra y á la

valentía salvaje de los indígenas, hizo que el servicio en el ejército

de España fuese tan temido en Roma como lo fué, v. gr.,

para nosotros, durante muchos años, el de Ultramar. Los soldados

romanos se resistían á venir á la Península; y así hubo de

crearse la leyenda del miedo á España, que, alimentada por mumuchas

victorias de los indígenas, influyó grandemente en la

duración de la guerra.

Al poco tiempo de vencidos y muertos Indíbil y Mandonio,

se levantan en armas varias tribus juntas, del C. y del O. sobre

todo (197 antes de Jesucristo).

Lo formidable de esta sublevación obligó á que viniese, para

ponerse al frente de las tropas, un general romano de gran

renombre, Marco Porció Catón; el cual, no sin gran esfuerzo,

venció al cabo. La sublevación retoñó en seguida, al saber los

indígenas que Catón se iba de España; pero éste los vence otra

vez, apoderándose de muchas fortalezas, mandando destruir

98 HISTORIA DE ESPANA

las murallas y torres de muchos pueblos, vendiendo como esclavos

á los prisioneros de guerra é imponiendo fuertes contribuciones.

Ni aun con esto cesó la lucha, sino que los generales

que siguieron á Catón hubieron de continuarla, especialmente

con los Lusitanos y con una federación de varias tribus del C.

(Carpetanos, Vacceos, Vetones y Celtíberos), á quienes vencen,

después de grandes pérdidas.

39. Tiberio Graco.—Primeros ensayos de organización.

—Hasta aquí, la conquista de España se había hecho militarmente,

es decir, por medio de la fuerza, aterrando á los indígenas,

cuando se les vencía, con las crueldades atroces que la

guerra llevaba entonces consigo. Al cabo vino un gobernador

romano que inauguró un nuevo procedimiento, más humano y

de resultados mejores. Llamábase Tiberio Graco y comenzó á

mandar en España en el año 179 antes de Jesucristo. Tiberio

Graco sometió muchos pueblos sublevados, pero supo tratar á

los vencidos con dulzura, por lo cual afirmó notablemente la

dominación. Concedió tierras bajo el patronato de los romanos

á muchos indígenas, inclinándolos á las tareas de la paz; estableció

numerosas relaciones de clientela en la forma que ya hemos

visto usaban entre sí los españoles, y concertó con tribus

celtíberas tratados de alianza, en los cuales se comprometierou

aquéllas á no levantar nuevos fuertes, á pagar tributos y á dar

soldados auxiliares al ejército romano. Merced á este procedimiento,

se gozó de paz por varios años, sin más que alguna

expedición de poca importancia contra diversos pueblos de

Celtíberos y Lusitanos.

Los muchos aliados y amigos que de este modo se procuró

Roma, llegaron á reconocer en grado sumo la autoridad de ésta,

al punto de acudir á la metrópoli en asuntos de justicia. El

motivo de esto fué que los gobernadores abusaban mucho de su

poder, imponiendo contribuciones desmedidas, saqueando á los

pueblos y ejerciendo actos arbitrarios. Los indígenas de algunas

localidades llegaron á enviar embajadores suyos á Roma, para

denunciar tales abusos y pedir que se refrenaran; pero no consiguieron

gran cosa, á pesar de que en la metrópoli hubo personas

de categoría que noblemente defendieron la causa de los

españoles.

PRIMERA GUERRA DE NUMANCIA 99

40. Estado general de España.—La falta de organización

de los indígenas les era muy desfavorable. Las tribus y los grupos

pequeños de tribus peleaban independientemente, salvo

algún caso de federaciones temporales. Su guerra, además, no

era continua: á intervalos, la dejaban, volviendo á sus hogares,

quizá para cuidar sus cosechas y atender á las labores del campo,

como hoy hacen las kabilas africanas. En vez de presentar una

fuerza compacta enfrente de los invasores,

carecían de todo sentido de unidad, ó

á lo menos no dieron muestras de tenerlo.

Parte de ellos ayudaba á los romanos, y

otra parte, según hemos visto, se había sometido

en seguida. El diferente grado de

civilización que tenían, las distintas costumbres

y la dificultad de comunicaciones,

eran causas de este diverso modo de proceder

y de aquella desunión.

Los romanos, en cambio, eran un pueblo

organizado y fuerte; de cultura superior

que ofrecía muchas ventajas, y empeñados,

cada día más, en dominar la Península. Sin

embargo, hasta el momento á que nos referimos,

sólo contaban para su obra con dos

elementos propiamente suyos: los soldados

del ejército que mandaban los generalesgobernadores,

y los trabajadores de las

minas, que empezaron i explotar desde

luego, como habían hecho antes los fenicios y cartagineses

veremos cómo, poco á poco, van ampliando su esfera de acción.

41. Primera guerra de Numancia.—En el año 152 se produce

nueva sublevación que empiezan los Lusitanos con su jefe

llamado Púnicos, el cual obtiene algunas victorias. Inmediatamente

se le unen las tribus de Vetones, y juntos consiguen tales

ventajas, que llegan casi á las orillas del mar en el territorio

ocupado por los romanos. Muerto Púnicos, le sucede otro jefe

llamado (según los romanos) Caesarus, el cual sigue venciendo.

La sublevación se extiende cada día más; y como muestra de la

división que reinaba entre los españoles, se ve á los Lusitanos

25.—Soldado romano

de tiempo de la República,

según Hottenroth.

Ya

100 HISTORIA DE ESPAÑA

de la orilla izquierda del Tajo atacar á los Célticos del S. de

Portugal, que eran subditos de los romanos.

Mientras tanto, surge también la guerra en otro punto de la

Península. Los habitantes de un pueblo español llamado Segeda,

quisieron reedificar parte de sus murallas. Los romanos se

opusieron á esto, diciendo que lo prohibían los tratados de

Tiberio Graco, á lo cual contestaron los de Segeda que estos

tratados se referían á la construcción de nuevas fortificaciones,

pero no á la recomposición de las que ya existían. Los romanos,

sin embargo, mantuvieron su oposición, y á la vez pidieron

tributos á los de Segeda. Irritados éstos, se sublevaron con

varias tribus de Arevacos, y, poniendo á su frente á un jefe llamado

Caro, obtuvieron la victoria; pero, muerto Caro, tuvieron

que retirarse á una plaza fuerte situada á orillas del Duero,

cerca del origen de este río, más arriba de Soria y llamada

Numancia, que quizá era la capital de toda la región. Los generales

romanos atacaron á Numancia, mas fueron vencidos, llegando

los españoles á tomar la plaza de Ocilis, que era de los

romanos y donde éstos tenían un almacén militar.

Como se ve, los romanos iban llevando la peor parte en

esta guerra. Un nuevo general, Marco C. Marcelo, logró recobrar

á Ocilis y hacer una paz provisional. Para ratificarla, los

Arevacos enviaron diputados ó embajadores á Roma, mientras

Marcelo seguía la guerra contra los Vetones y Lusitanos, venciéndolos.

E! gobierno romano no quiso aceptar la paz; y,

vueltos á España los embajadores (año 151), se reanudó la lucha

con Numancia. Sin embargo, el general Marcelo, viéndose en

malas condiciones, concertó un nuevo tratado; pero su sucesor,

llamado Lúculo, no se conformó con él y atacó desde luego á

los Vacceos, saqueando la población de Cauca. Los españoles

se retiraron á las plazas fuertes, llevándose todas las provisiones,

lo cvual colocó en apurado trance á las tropas romanas.

Lúculo tuvo que retirarse; y, no fiándose de él los habitantes

de uno de los pueblos sitiados, llamado Intercatia, convinieron

las condiciones de paz con un subalterno (tribuno militar ó

legado) cuyo nombre era Escipión Emiliano.

42. Sigue la sublevación de los Lusitanos. —Mientras

tanto, seguía la guerra con los Lusitanos, quienes vencieron al

SUBLEVACIÓN DE LOS LUSITANOS ΙΟΙ

general S. Sulpicio Galba, que mandaba las tropas romanas de

este lado. Galba se unió luego con el otro general, Lúculo, y

ambos atacaron de nuevo á los Lusitanos. Para vencerlos, usó

Galba de un gran engaño. Fingió' acomodarse á una paz; dejó

que los indígenas volviesen á sus faenas del campo y se establecieran

de nuevo en la llanura, abandonando sus refugios de

la montaña; les garantizó también el disfrute tranquilo de sus

tierras, y cuando los halló indefensos, cayó sobre ellos, acuchillándolos

sin piedad. La circunstancia de conceder tierras á

estos indígenas, con otras análogas, han hecho pensar á algunos

historiadores que se trataba en este caso, no de una sublevación

general de Lusitanos, sino tan sólo de los siervos cultivadores

de las tierras (§ 22), mientras que los señores ó propietarios

ayudaban á los romanos.

Sea de esto lo que quiera, la conducta atroz del general Galba

había de irritar á los españoles. Así que, en vez de apaciguarse

la lucha, se encendió con nuevos bríos. Al frente de

los Lusitanos se puso entonces un jefe llamado Viriato, hombre

de excepcionales condiciones guerreras, que había sido pastor,

según dicen los autores romanos, pero que llegó á tener una

personalidad grande. Durante varios años (ocho ó nueve) guerreó,

obteniendo señaladas y sucesivas victorias contra muchos

generales romanos, no obstante algunas pequeñas derrotas, de

que se rehacía pronto. Resultado de esto fué que á Viriato se le

reconociera como jefe en la Lusitania, en el país de los Carpetanos,

de que se apoderó, y en el de los Vacceos y Arevacos, confederados

con él. Las tropas romanas le temían; y hubiera

consolidado su independencia y la de gran parte del territorio

español, á no ser por la conducta desleal del gobierno romano

y algunas torpezas militares que Viriato cometió en sus últimos

años.

Hasta entonces, Viriato había conseguido vencer. El último

general á quien venció, Q. Fabio M. Serviliano Emilio, ajustó

con él un-tratado de paz, reconociendo su independencia. Pero

el gobierno romano hizo en esta ocasión como había hecho

siempre cuando no le convenía mantener la palabra dada por

sus generales en momentos de apuro: desaprobó el tratado

hecho por Serviliano, y envió otro jefe, Quinto Servilio Cepión,

1 7

102 HISTORIA DE ESPAÑA

el cual obtuvo algunas victorias parciales, ayudadas por la

imprevisión y las vacilaciones de Viriato. Trató éste de concertar

una paz conveniente, y envió embajadores suyos, á los cuales

ganó Gepión, comprometiéndolos á que asesinasen á Viriato,

como así lo hicieron mientras dormía. De este modo traidor

acabó por entonces la guerra de los Lusitanos; pues, si bien

las tropas de Viriato siguieron peleando por algún tiempo al

mando de otro jefe, éste fué derrotado, y Cepión pudo desarmar

á los Lusitanos y obligarles á que viviesen en tierras que

les señaló.

43. Nuevas guerras con Numancia y con los Gallegos y

Astures. — Ya hemos visto que se había reanudado la guerra

con Numancia. Preciso es advertir que, cuando se habla de esta

población, no se entiende que ella sola sostuviese la guerra con

los romanos. Numancia era entonces la plaza fuerte principal

de una confederación, en la cual entraban muchos pueblos; y

había también otras fortalezas, como las de Cauca é Intercatia,

que se han citado antes. El general romano Q. Pompeyo Rufo

exigió á los numantinos que entregasen á varios fugitivos de otras

tribus (del ejército de Viriato, según se supone) y que dejasen

las armas, y no aviniéndose á ello, los atacó; pero fué vencido

por el jefe indígena Megara. Pompeyo atacó entonces á otras

poblaciones, como Termancia y Malia; pero al cabo, desconcertado

por las constantes arremetidas de los españoles, firmó con

ellos un tratado de paz. Sucedió con éste como con el anterior.

No lo aceptó el gobierno de Roma, y el mismo Pompeyo

se atrevió á negar que lo hubiese concertado. Siguió, pues, la

guerra, y los numantinos y sus confederados (entre los cuales

se contaba entonces á los Cántabros, Vacceos, Lusones y otros)

vencieron á varios generales, convirtiéndose en terror de las

tropas romanas, que se desmoralizaron, negándose á veces á

luchar. El campo dé guerra comprendía no sólo los alrededores

de Numancia, sino otras muchas tierras, y por el N. hasta más

arriba de Palència. A la vez, otros generales romanos peleaban

en la región de los Astures y Gallegos, que oponían gran resistencia

á los invasores.

Desmoralizadas las tropas romanas, acobardado el gobierno

de la metrópoli, siendo el nombre de Numancia terror de los

NUEVAS GUERRAS CON NUMANCIA 10}

romanos (como se la llamó) hicieron éstos el último esfuerzo

enviando á España á su mejor general, Escipión Emiliano.

Acudió éste en primer lugar á la reorganización del ejército,

infundiéndole ánimos y acostumbrándolo á las fatigas, y trajo

para su ayuda tropas africanas al mando del rey Yugurta,

(como también había hecho Asdrúbal en su tiempo), reuniendo

en total 40,000 hombres. Escipión, en vez de aceptar batalla

con los numantinos, tomó el sistema de cercarlos con murallas,

de modo que no pudiesen comunicarse con los pueblos de

alrededor, ni recibir víveres y refuerzos. Con igual objeto interceptó

el río, para que no pudiesen entrar ni salir á nado,

como hacían. A los aliados de fuera dominó poco á poco, de

manera que los numantinos se encontraron solos y además

privados de alimentación y hasta de agua. A pesar de esto, algunos

muy valientes (Retógenes se llamaba uno), consiguieron

atravesar de noche el campo de los romanos para pedir ayuda

á pueblos vecinos. Las gentes de Lucia se lo prometieron, pero

Escipión las venció antes de que pudieran realizar su propósito,

cortando la mano derecha, según se dice, á 400 jóvenes.

Acosados por el hambre y demás molestias del sitio, los numantinos

llegaron á pedir la paz; pero, siendo demasiado duras

las condiciones que impuso Escipión, decidieron incendiar la

ciudad, pelear hasta morir unos y matarse otros, como así lo

hicieron; el general romano se apoderó tan sólo de un montón

de ruinas y de cadáveres. Así terminó la guerra de Numancia

(fecha incierta: del 134 al 132 a. de J. C), tras de la cual los

vencedores ocuparon muchos territorios de la Península, castigando

á los diferentes pueblos que habían luchado.

Semejante triunfo parece que, mantuvo la paz por algunos

años, durante los cuales Roma fué ensanchando su dominación,

apoderándose también de las Baleares (123), que hasta entonces

habían sido nido de piratas, quizá de procedencia cartaginesa

ó africana, restos del ejército que Magón llevó al huir de

Cádiz. Muy luego renováronse las hostilidades, produciéndose,

hasta el año 94, diversas guerras con los Lusitanos y Celtíberos,

en las cuales fueron sitiadas y tomadas poblaciones que ya figuraron

en guerras anteriores, como Termes ó Termancia, Colenda,

Cástulo y Jaén. Por entohces, invadieron la Península

104 HISTORIA DE ESPANA

unos pueblos barbaros venidos del lado de Alemania y llamados

Cimbros, que saquearon el N. de España durante tres

años; pero el general romano Fulvio, auxiliado por tribus

celtíberas, los derrotó, obligándoles á que se volviesen otra vez

por los Pirineos, dejando libre á España (112 a 100).

44. Guerra de Sertorio.—Los romanos se habían gobernado

hasta entonces por un sistema republicano, cuyo poder

superior era el Senado ó asamblea de patricios, en combinación

con diversos magistrados ó autoridades llamados cónsules,

pretores, tribunos, etc. Por este tiempo, comenzó á alterarse

semejante organización, merced á las ambiciones de algunos generales,

que querían hacerse dueños del poder exclusivamente.

Al fin lo consiguió, mediante la fuerza, un general llamado

Syla (ó Sulla) que tomó el nombre de dictador, con el cual se

conoce desde entonces el gobierno absoluto de origen militar.

Los excesos á que se entregó Syla y el descontento producido

por muchas de las leyes que dictó, promovieron varias guerras

civiles. Una de éstas tuvo por campo nuestra Península.

La dirigió Sertorio, general romano enemigo de Syla, que

para no ser muerto tuvo que huir de Italia. Al principio no

pudo sostenerse en España, por ser escaso su ejército, y marchó

al Africa; volviendo después de larga serie de peripecias

y aventuras, y logrando sublevar á muchas tribus indígenas

(año 80), con cuyo auxilio venció diferentes veces á los generales

enemigos.

Con esto, se creó Sertorio aquí una posición política independiente.

Era como un rey, que dominaba la mayor parte de

la Península. Para consolidar su situación, organizó en España

el gobierno, creando, á imitación de Roma, un Senado y las

autoridades de pretores, tribunos y otros. El territorio de la

Península lo dividió en dos provincias, llamada una (la del O.)

Lusitania,. con capital en Ebora (hoy Evora.—Portugal) y la

otra Celtiberia, con capital en Osea (Huesca). No se crea por

esto que Sertorio pensase en hacer autónoma á España y

crear en ella un reino ó república para sí. No participaba él de

los ideales indígenas de independencia. Su espíritu era totalmente

romano, y su aspiración final cobrar fuerzas en España

para luego dominar en Roma; y á este propósito trató de esta

GUERRA DE SERTORIO 105

blecer inteligencias políticas en la Galia meridional (S. de Francia)

y en los Alpes. Conforme á esto, sus preferencias iban

siempre del lado de sus compatriotas. El senado que creó en España

y los cargos de autoridad, no eran desempeñados por indinas,

sino por romanos. La verdadera y beneficiosa influencia que

produjo su dominación fué contribuir á extender la cultura,

pero desde el punto de vista romano; es decir, que los indígenas

fuesen adoptando la ciencia, las costumbres, el derecho, etc., de

Roma, á lo cual ayudaron instituciones como las escuelas que

creó en Osea, en las cuales enseñaban maestros griegos y latinos

y á las que concurrían hijos de las familias principales españolas.

45. Fin de la guerra.—Mantúvose la fortuna de Sertorio

algunos años. En 77 vino á España, á unírsele con bastantes

soldados (14,000, se dice), un oficial romano, Perpenna,

que en Italia había luchado también contra Syla. Pero, á la vez,

el Senado envió á España un nuevo general, de gran nombradla,

llamado Pompeyo. Sertorio trató de impedir que el ejército de

éste se uniese con el que ya estaba en la Península al mando

del general Mételo; pero no lo consiguió, siendo vencido cerca

de Sagunto. La guerra siguió con muy varia fortuna, victorioso

unas veces Sertorio, y derrotado otras, él ó sus oficiales.

Sertorio buscó la alianza de un rey asiático, llamado Mitrídates,

enemigo de Roma, el cual le ofreció buques y dinero. Pero

por la distancia que había de España al país de Mitrídates, y por

otras circunstancias, no pudo ser muy eficaz el auxilio de aquél.

Las relaciones de Sertorio con los indígenas y con sus mismos

partidarios, sufrieron modificación desfavorable. Los indígenas

comenzaron á flaquear en el favor que hasta entonces

habían concedido á Sertorio, bien porque les cansase á muchos

la guerra, bien porque el carácter puramente romano de ésta y

el poco caso que aquél hacía de los españoles les desagradase,

como era natural. Sertorio, al verse desamparado por algunos

jefes españoles, dícese que trató duramente á varios alumnos

iudígenas de las escuelas de Huesca, vendiéndolos como esclavos,

lo cual había de producirle grandes enemistades. Por otra

parte, los generales romanos pusieron á precio la cabeza de

Sertorio, en vista de no poder lograr una victoria definitiva; y

ιο6 HISTORIA DE ESPAÑA

entre los mismos romanos partidarios de éste, había algunos

descontentos y ambiciosos, uno de ellos el mismo Perpenna.

Sertorio empezó á recelar de todos y se confió especialmente

á una guardia de españoles, juramentados en la forma que,

como ya hemos visto (§ 22), usaban á menudo. Nada de esto

le valió, y fué asesinado (a. 72) en un banquete por varios conjurados

de su ejército. Perpenna, que tomó el mando, fué á

poco vencido por Pompeyo, y muerto; después de lo cual, todavía

siguió la guerra con gran resistencia de muchas poblaciones

como Osma, Calahorra y Cauca, que fueron unas asoladas

y otras incendiadas. Pompeyo logró al cabo dominar todo

el país sujeto antes á Sertorio; y, en muestra de sus victorias,

levantó en uno de los montes del Pirineo un trofeo (que hoy

ya no existe) en el cual decía haber sujetado á 1S8 pueblos

desde los Alpes al estrecho gaditano.

Desde las victorias de Pompeyo (año 71) hasta el año 61, es

decir, durante diez años, no parece que ocurrió nada notable,

militarmente, en España. En 61, vino de general Cayo Julio

César (que luego, como veremos, fué emperador en Roma), y

éste tuvo que luchar con los Lusitanos y los Gallegos. A varias

tribus de los primeros venció, haciéndoles bajar de las montañas

y que poblasen la llanura, donde eran menos de temer. En Galicia

se apoderó de Brigantium (Coruña). Poco después, en el

año 59, habiendo estallado una sublevación de los indígenas en

las Galias, muchos españoles Cántabros, Várdulos y Vascones

marcharon á auxiliarlos, teniendo allí que guerrear con César y

sus oficiales, que al cabo los vencieron, mientras que en España

otro genera!, Q. Mételo Nepos, luchaba con los Vacceos.

46. Nueva guerra civil romana.—Continuando el sistema

iniciado por Syla, César, Pompeyo y otros generales habían

querido ser dictadores. Para no destrozarse mutuamente, convinieron

tres de ellos (los dos nombrados y otro que se llamaba

Craso) en formar una liga, repartiéndose el poder en los

muchos territorios que tenían entonces los romanos (año 60).

A esto se llamó triunvirato (es decir, tres viri ó varones). Pero,

habiendo muerto en 5 3 Craso, los otros dos generales—que se

miraban desde un principio con envidia—quisieron cada uno

para sí el poder, y al fin riñeron. Pompeyo, que estaba en

NUEVA GUERRA CIVIL ROMANA 107

Roma, logró que el Senado destituyese á César del cargo de

general de las Galias; pero César, que ya antes se había acostumbrado

á prescindir dej Senado y á no hacer sino lo que le

convenía, desobedeció la orden, y con su ejército entró en Italia,

apoderándose de ella en dos meses y haciendo huir á Pompeyo.

Así comenzó la nueva guerra civil (año 49).

En España tenía Pompeyo tres jefes amigos, con gran número

de soldados. Contra ellos se dirigió César; 'y, habiendo

encontrado en Lérida á dos de,ellos (Afranio y Petreyo), los

venció, merced á su gran tacto y habilidad militar. El tercer

general amigo de Pompeyo, llamado Varrón, se encerró en Cádiz,

pero tuvo que capitular. César quedó

dueño de España; y, dejando aquí

á un oficial con tropas (48), volvió á

Roma, habiendo sido elegido dictador.

De Roma pasó á Tesalia, donde venció

á Pompeyo, y luego á África, donde

también derrotó á los partidarios de

aquél, cuyos hijos continuaron la guerra,

apoderándose de las Baleares y pasando

á España, en cuyo territorio Fig.26._Ei emperador Augusencontraron

muchos partidarios. César 10 según una moneda espatuvo

que volver á España, y, tras varios llol;i'

encuentros en que le auxiliaron algunos

indígenas, dio una batalla en Munda (cerca de Ronda, en la

falda de la sierra de Tolox), logrando victoria completa, aunque

á grande costa. Dícese que murieron más de 30,000 hombres

de ambos ejércitos. Con esto, quedó terminado lo principal de

la guerra; pero aun tuvo que luchar César para apoderarse de

Córdoba y otras ciudades, logrando matar á uno de los hijos

de Pompeyo llamado Cneo (año 45). El otro, llamado Sexto,

se refugió en las Baleares, desde do.nde siguió luchando como

pirata, entrando alguna vez en la Península-, hasta que años después,

vencido por mar, murió en Grecia(año 35). Mientras tanto,

César ejercía en Roma el poder de dictador de un modo tan omnímodo,

que era como un rey, hasta que en 15 de marzo de 44

fué asesinado. Después de su muerte se formó un nuevo triunvirato

entre Octavio, sobrino de César, y otros dos generales,

ιο8 HISTORIA DE ESPAÑA

Antonio y Lépido (43). Pero también se rompió esta ali

logrando la victoria

Octavio, que

en el año 30 quedó

dueño único

de Roma, asumiendo

todos los

cargos de autoridad

y recibiendo

el nombre de augusto.

Con esto,

el antiguo régimen

de gobierno

se cambia en el

nuevo, que se

llamó imperial.

47. Guerras

en España.-Au

gusto tuvo que

luchar no poco

con los indígenas

para asentar en

firme su dominación

en España.

Antes de quedar

dueño de Roma,

habíanse originado

en la Península

disturbios men

ced á la rivalidad

de dos jefes africanos,

Boceo y

Bogud, que habían

venido aquí

con ocasión de la

guerra civil romana;

por donde

se ve la interven

INVASIONES DE MOROS Y DE FRANCOS 109

ción constante que han tenido en nuestra historia antigua militar

los elementos africanos. A Bogud, que se hizo partidario de

Antonio, el enemigo de Augusto, ayudaron los Cerretanos ó

habitantes de la Cerdaña (N. de Cataluña), hasta que un general

romano, Domicio, los venció dando término á esta guerra.

Augusto combatió igualmente con los Cántabros y los Astures,

que hicieron entonces un último y desesperado esfuerzo. La

guerra duró cinco años y costó muchas batallas. El mismo

emperador se puso al frente de las tropas, mientras

uno de sus generales, Agripa, atacaba por

mar. Vencidos, al fin, los dos pueblos, fueron

crucificados los jóvenes indígenas más valientes,

vendidos como esclavos y diseminados por

España los demás y cambiadas de sitio muchas

poblaciones, apartándolas sobre todo de

los montes, que eran el mejor refugio de los

guerrilleros. Pero ni esto bastó; porque á los

dos años, habiéndose escapado, con muerte de

sus señores, muchos de los indígenas esclavos,

volvieron á su país y encendieron la guerra de

nuevo. El general Agripa logró al cabo vencer

también esta rebelión, pero no sin que le costara

gran trabajo y muchas pérdidas.

Con esto quedó terminada la conquista militar

de España por los romanos. Lo cual no

quiere dedir que reinase paz completa en la

Península, puesto que aun se produjeron algunos

levantamientos de tribus indígenas (Astures

y Lusitanos) aunque de escasa importancia;

de modo, que no dificultaron mucho la obra de organización, á

que se dedicaron, en gran escala, los emperadores. Los sucesos

militares que ofrecen más interés en esta época, hasta el fin de

la dominación-romana, provienen de invasiones extranjeras.

48. Invasiones de moros y de francos.—Ya hemos visto

la relación constante que los pueblos del N. de África tuvieron

con nuestra Península. Era por entonces aquella región (des

pues de la caída de Cartago) un centro militar importante,

cuyas tribus, unas veces lucharon contra los romanos, otras les

Fig. 28. - Guerrero

español gallego,

según una estatua

del siglo i de J.C.

Ι ΙΟ HISTORIA DE ESPANA

sirvieron de ayuda (como en la guerra de Numancia) ó intervinieron

en las contiendas civiles (como en tiempo de Pompeyo).

No estaban absolutamente desprovistas de cultura; y sus reyes

en frecuente trato con los romanos, participaban en gran

medida de la civilización de éstos.

Con tales precedentes, no extrañará que aquellas tribus intentasen

diferentes veces entrar en España, como los cartagineses

lo habían hecho antes. Por mar pirateaban todo lo posible, y los

romanos tuvieron que combatirlas. En nuestras costas hubo que

colocar tropas especiales y fortificaciones destinadas á rechazar

á los piratas africanos; hasta que en el siglo n d. J. C, por los

años de 170 á 180, gran número de moros entraron por Andalucía,

llegando hasta Antequera y sosteniendo combates con las

tropas romanas, que, al fin, los rechazaron. Un siglo después,

próximamente, otras tribus que venían del N. por la parte de

Francia, los Francos, invadieron á España llegando hasta Tarragona

y Lérida y dominando en la región NE. de la Península

durante algunos años, hasta que un emperador romano, Postumo,

los venció.

2.—ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y ADMINISTRATIVA

49. Primeras medidas de organización.—Se comprende

que mientras duró ia conquista militar—y sobre todo, en los

primeros tiempos, hasta después de la guerra de Numancia,—

ios romanos, no muy seguros de su dominación, atendiesen más

bien á afianzarla que á organizar el país. Por eso las grandes

reformas gubernativas son posteriores á las victorias de Augusto.

Sin embargo, antes de esto, las mismas necesidades de la

conquista obligaron á tomar algunas medidas importantes, ya

para el ejército, ya para el régimen de los terrenos dominados.

El núcleo de la influencia romana estaba en el ejército. El

jefe de éste era, á la vez, gobernador de las posesiones romanas

en España, y recibía diferentes nombres según los honores ó

grados que tenía en Roma. En la época de la República, los

gobernadores se llamaron procónsules y pretores (desde el 197),

generalmente.

PROCEDIMIENTO DE DOMINACIÓN I I I

El territorio quedó indiviso por algún tiempo (aunque de

hecho se solían distinguir dos grandes regiones militares, mandadas

por dos generales-gobernadores), hasta que en el año 197

(a. de J. C.) se dividió en dos provincias administrativamente

independientes. Se llamaron Citerior la una, y Ulterior la otra,

tomando como punto de partida el Ebro: Citerior (del lado de

acá) era la más próxima á Roma, y Ulterior (del lado de allá) la

más lejana. No se ha de entender por esto que fuera el río Ebro

la frontera entre ambas provincias, de modo que la Citerior

comprendiese los territorios del N., ó sea de la orilla izquierda,

y la Ulterior los del S. (orilla derecha). La verdadera línea

partía del río Duero y bajaba á encontrar la ciudad de Cástulo

(Cazlona), en Andalucía; por tanto, más bien que paralela, era

perpendicular al Ebro. Todo el territorio que quedaba al E. de

esta línea formaba la provincia Citerior, cuya primera capital

fué Cartagena, y luego Tarragona. Los territorios del O. formaban

la Ulterior, comprendiendo, pues, aquélla, la mayor

parte de España.

Esta división vino á confirmarse en el año 112—después de

la destrucción de Numancia—mediante la primera ley de organización

administrativa (lex ó formula provinciae) que para España

dictó, según costumbre de los romanos, una comisión de senadores.

En la misma ley (que no ha llegado hasta nosotros) se

fijaron las divisiones de distritos, las atribuciones del gobernador,

etc.

50. Procedimiento de dominación.—No fiaban los romanos

exclusivamente á las armas el establecimiento de su dominio

en España. De un lado, procuraban introducir elementos de

su país en la población de la Península, ora por medio de los

trabajadores que traían para la explotación de las minas, ora por

los soldados á quienes, después de licenciados, daban tierras ó

permitían fundar ciudades, y también mediante los hijos que nacían

de los matrimonios entre romanos é indígenas,de los cuales

se fundó una colonia en Carteya. De otro lado, los romanos hacían

por atraerse á los españoles, tratando de distinta manera á

los que se sometían sin lucha y á los que guerreaban más ó menos.

Así, á unas poblaciones las sujetaban al poder político del

gobernador y al pago de fuertes tributos y se llamaban estipen1

12 HISTORIA DE ESPANA

diarias; á otras se las eximía de este pago (inmunes), y á otras,

en fin, se las declaraba enteramente independientes y se les daba

el derecho de acuñar moneda, debiendo tan sólo ayudar á Roma

con tropas, barcos ó marineros (Ubres y federadas ó confederadas).

Llamaban federadas á las que obtenían esta condición por un

tratado y libres á las que la lograban por una ley. Se ve, pues,

que, en los primeros tiempos, los romanos no obligaron ä todos

los indígenas á regirse por las leyes políticas de Roma y á obedecer

á las autoridades romanas. Respetaron también las leyes

civiles; y así los pleitos referentes á españoles los decidía el

gobernador con arreglo á las leyes de la localidad y, á veces,

con ayuda de asesores y jueces indígenas.

Pero cuando hallaban gran resistencia á su dominación,

empleaban también, y muy duramente, medios de fuerza, ya

alterando las divisiones políticas y territoriales de las tribus

indígenas, ya trasladando á puntos lejanos grupos enteros de

población, ó impidiendo que se concentrasen los españoles,

destruyendo ciudades y exterminando á los habitantes.

Donde los romanos implantaban su régimen nacional y sus

costumbres de todo género, era en las ciudades fundadas ó pobladas

por ellos. Eran éstas de varias clases. Las colonias, que

se constituían principalmente con soldados veteranos ó con

gentes del pueblo venidas de Italia, á quienes se distribuían

tierras y que se llamaban liberae cuando estaban exentas de la

jurisdicción del gobernador; los municipios, cuyos habitantes

tenían iguales derechos que los de Roma, aunque no fuesen de

origen romano; las ciudades castrenses, que se formaban alrededor

de los campamentos de tropas y á veces se convertían en

colonias; los distritos mineros, que tenían su ley especial; las ciudades

latinas, que gozaban de igual derecho que los habitantes

del territorio italiano llamado Latió, el ma's inmediato á Roma,

y las ciudades de derecho itálico, equiparadas á las de Italia en

ia exención de impuestos y otros privilegios (i). De esta manera

(i) Para entender bien estas divisiones, hay que saber que los habitantes de Roma (ciudadanos

romanos) eran considerados ..dentro de las leyes romanas, como privilegiados, gozando

de la plenitud de los derechos civiles y políticos. A medida que Roma conquistaba

territorios en Italia, iba concediendo á los pueblos dominados algunos de los derechos propios

de los ciudadanos romanos, nunca todos; de manera que, según tenían más 6 menos,

LA ROMANIZACIÓN DE I.A PENINSULA I I 3

iban introduciendo en España habitantes de origen romano ó

italiano, y, juntamente con ellos, sus leyes y su régimen político

y civil, que, por ser más perfecto que el indígena en muchos

puntos, y por ese atractivo que los pueblos más civilizados

ejercen siempre sobre los menos civilizados, fueron imitándolo

poco á poco los españoles, especialmente los de ciertas regiones;

basta que más adelante los emperadores modificaron tal estado

de cosas (§ 6o).

51. La romanización de la Península.—No obstante todo

este conjunto de medios que empleaban los conquistadores, la

romanización de España caminó muy despacio en la primera

época.

La región que más pronto y con mayor facilidad recibió la

influencia romana y se amoldó á la civilización nueva, fué la del

S. (región andaluza), precisamente la más pacífica, la que había

tenido más contacto con las colonizaciones extranjeras antiguas,

y la más culta, según vimos. Además, los romanos fundaron en

ella mayor número de ciudades que en las otras regiones. Por

todo esto, ya á fines del siglo i las ciudades importantes ofrecían

casi por completo el tipo romano, y en los pueblos pequeños,

desde el siglo n, se pierden los caracteres indígenas en las construcciones

y manera de vivir.

Como una prolongación de este centro romanizado era el S.

de Portugal, donde la cultura romana arraigó también pronto,

habiendo fundado, antes de la época de la guerra cantábrica y

asturiana, cinco colonias. Algo más tardó en romanizarse la

región del E., á excepción de las grandes poblaciones como

Cartagena, Sagunto y Tarragona, donde los romanos tenían

guarnición y ciudadanos. El trabajo de asimilación no se hizo

activamente hasta César.

En cuanto á las regiones del C. y N., ya hemos visto, por

las muchas guerras que sostuvieron hasta Augusto, lo refracasí

era la importancia jurídica de estos pueblos, estableciéndose, pues, una jerarquía ó gradación,

desde los rumanos, que los tenían todos, á los habitantes de las provincias, que, por

seguir rigiéndose conforme i sus leyes especiales, no tenían ninguno de los derechos de

la ley romana. Así, no podían casarse con las ceremonias de los romanos, ni comerciar como

ellos en la forma y con las garantías legales de Roma, ni votar en las elecciones, etc.Los

latinos eran los que más se aproximaban á los romanos.

"4 HISTORIA DE ESPANA

tarias que eran á los romanos. Continuaron, pues, hasta esta

época (y algunas hasta mucho más tarde) con sus leyes, costumbres,

lengua, organización familiar y política, etc., fuera de

los centros de población romana que se fundaron en ellas.

En general, la romanización fué más activa en los habitantes

de ciudades (especialmente de las situadas en la dirección de

los grandes caminos ó carreteras) que en los del campo; y en

punto á muchos elementos de la civilización, aun en las ciudades

tardó en producirse, ó no se produjo sino muy imperfectamente,

puesto que el idioma indígena siguió usándose en casi

toda la Península, incluso en poblaciones romanizadas como las

federadas del S., que acuñaban moneda; y lo mismo sucedió

con la religión y muchas costumbres, particularmente las jurídicas,

cuya subsistencia aun reconocían las leyes en el siglo ν

y en el vi.

Las islas Baleares, que habían pasado por el dominio de

griegos, fenicios y cartagineses, conquistadas al cabo definitivamente

por los romanos, fueron asimilándose la civilización

de éstos; pero no figuraron como provincia de España hasta

más tarde. Las antiguas colonias fenicias, y particularmente

las griegas y aliadas de los romanos, conservaron su organización

tradicional. Sagunto fué reedificada y prosperó mucho

bajo la dominación de Roma.

52. Reformas de los emperadores.—Los emperadores romanos,

desde Augusto, consumaron la asimilación de la Península.

No todos ellos, sin embargo, tienen importancia para

nuestra historia. Hubo algunos que se interesaron por España,

hicieron reformas en su administración ó la embellecieron con

obras públicas, siendo, la mayoría de éstos, españoles de nacimiento.

Sólo, pues, en ellos hemos de ocuparnos, porque son

los únicos que importa citar en la historia de España, aparte de

otros que reflejaron en la Península la crueldad de su conducta.

Hasta el tiempo de Augusto ya hemos visto que España estaba

dividida en dos provincias. Augusto (ó quizá su sucesor,

Tiberio) formó con parte de la Ulterior otra provincia llamada

Lusitania, que comprendía Portugal y Extremadura; y como

por la distinta conducta de las regiones requerían éstas diferente

goDÍerno,más ó menos militar, se estableció luego que dos

GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS "5

délas provincias quedasen bajo la dirección inmediata del emperador,

el cual nombró gobernadores militares con el nombre

de legados, y que la otra dependiese del Senado romano, con

carácter más civil. Los nombres antiguos cambiaron, llamándose

la Citerior, Tarraconense, y la parte de la Ulterior que quedó

separada de la Lusitania, Bética. Esta, como más pacífica, fué la

que dependió del Senado. Hasta muchos años después, en el

216, continuó esta división. En aquel año, el emperador que

regía, llamado Antonino Caracalla, creó nueva provincia con la

parte de Galicia y Asturias; de modo que fueron ya cuatro las

provincias de España. Otro emperador,

llamado Diocleciano, también del siglo

ni, hizo una división general de ios

dominios romanos, distribuyéndolos en

grandes regiones llamadas prefecturas,

éstas en otras más pequeñas (diócesis)

y las diócesis en provincias. España formaba

una diócesis dentro de la prefectura

de las Galias, y se dividió interiormente

en cinco provincias, creando ¡a

Cartaginense (con la parte S. de la Tarraconense)

y añadiendo al gobierno

de la Península las Baleares (provincia

Baleárica) y parte del N. de Africa

(provincia Mauritania Tingitana).

La división de las provincias entre el emperador y el Senado

desapareció, y ya todos los gobernadores fueron de nombramiento

imperial, llamándose legados, presidentes ó rectores. El

gobernador general de la diócesis de España se llamó vicario.

53. Gobierno de las provincias en la primera època imperial.—

El gobernador de la provincia, aunque autoridad suprema,

no érala única. En las provincias del emperador (mientras

existió esta clase), por ser aquél de carácter principalmente

militar, tenía como auxiliares legados y otros funcionarios de

carácter más determinadamente civil y judicial, de los cuales

había varios en cada provincia. Al territorio donde cada uno de

éstos ejercía sus funciones, se llamaba diócesis, nombre que sirvió

luego á Diocleciano para aplicarlo á todo el territorio español,

g. 29.—Insignias del Vicario

de la Diócesis española. (Las

figuras representan las divisiones

provinciales de España.)

116 HISTORIA DE ESPANA

y también á los obispos cristianos para la demarcación de sus

diócesis eclesiásticas, que, como veremos, empezaron por coincidir

con las de los legados llamados jurídicos.

Como el gobernador asumía todos los poderes, civiles y militares,

él era quien fallaba los asuntos ó pleitos, tanto de los

indígenas como de los romanos; mas para esto se ayudaba de

un cuerpo consultivo formado por ciudadanos romanos, los más

importantes de cada provincia, quienes se reunían, periódicamente,

en determinadas poblaciones; y de jueces, que unas veces

eran romanos y otras indígenas. Las reuniones de aquel cuerpo

consultivo se llamaban conventus,y de aquí el nombre de conventos

jurídicos que tomaron después los lugares donde se administraba

justicia, cada uno de los cuales formó como la capital de un distrito,

análogo, v. gr., á los partidos judiciales de nuestros días.

Además había en cada provincia Asambleas de carácter popular

y representativo. Se crearon en primer término para la

celebración de las fiestas religiosas dedicadas al Emperador,

pero tuvieron también atribuciones políticas y administrativas,

entre las cuales la más importante era la de fiscalizar ó juzgar

los actos del gobernador, pudiendo acusarle, enviar delegados á

Roma con este objetó y hasta procesarle. Eran, pues, una salvaguardia

de loe derechos de los gobernados. Las formaban diputados

que nombraban las ciudades de cada provincia, y se

reunían todos los años.

54. Legislación general.—No obstante su.poder absoluto,

los gobernadores no podían, legalmente, proceder de un modo

arbitrario. Habían de sujetarse al derecho, y, por tanto, debían

tener en cuenta, no sólo las leyes generales de Roma, sino lo

que se llamó el yus gentium, ó sea el derecho que se aplicaba á

los extranjeros en sus relaciones con los ciudadanos romanos,

y las mismas leyes y costumbres indígenas. Además, como

muchas de las ciudades de las provincias, ó habían sido fundadas

por una ley especial ó tenían reconocidos en tratados de paz

y alianza ciertos privilegios (como las españolas libres y federadas),

también había de respetar el gobernador la organización

y facultades de ellas.

Por su parte, él publicaba, al empezar el ejercicio de su cargo,

una especie de programa de los principios y reglas á que se

EJERCITO PROVINCIAL 117

sujetaría en su gobierno; y á esto, que formaba la ley especial

de cada provincia mientras duraba el gobernador que la había

dado, llamábase edicto provincial. Para casos particulares daba el

gobernador otros edictos y decretos. Más tarde hicieron lo mismo

los emperadores, de quienes han llegado hasta nosotros bastantes

disposiciones referentes á España en el orden político, administrativo,

penal y civil. El texto de las leyes se grababa en

planchas de cobre ó bronce.

Como se ve, el gobernador estaba sujeto por muchas trabas

ó condiciones legales. A pesar de ello, abusaba á menudo de su

poder, particularmente en los asuntos de Hacienda; pero los

habitantes de las provincias, reconociendo su derecho, no dejaban

de protestar, ya por medio de las Asambleas provinciales,

ya, por lo que toca en particular á los indígenas, enviando

delegados á Roma y hasta levantándose en armas, como hicieron

los de la Bética contra su gobernador Vibio Sereno y

los de la Tarraconense contra Lucio Pisón; obteniendo los

primeros que el Senado desterrase al gobernador.

55. Ejército provincial. — En un principio, los romanos

no admitieron en el ejército más que ciudadanos. El servicio

militar era una función ciudadana, de carácter obligatorio. Pero

con el tiempo fueron recibiendo soldados que no eran ciudadanos

y formando con ellos una clase especial constituida por

las tropas reclutadas en las provincias. Los cuerpos de ejéroito

se llamaban en esta época legiones, cuyo contingente varió

mucho, siendo en el siglo 1 de unos 5,000 ó ó,000 hombree,

contando la cabal·lería. La infantería dividíase en grupos de

500 (cohortes), y éstos en manípulos (100) y en centurias (60 ó 30).

El signo distintivo de cada legión era el águila, que constituía

su bandera. Las tropas de no ciudadanos se llamaban

auxilia ó auxiliares, y 9e dividían en alas, sin número fijo de hombres.

Andando el tiempo, esta diferenoia entre una y otra clase

de tropas desapareció, formando indistintamente en las legiones

ciudadanos romanos y provinciales. Los indígenas españoles

dieron gran contingente á los auxilia, siendo reclutados por los

gobernadores, hasta que, por último, desapareciendo el privilegio

antiguo, las legiones vinieron á formarse de toda clase de

tropas. Entonces hubo legiones especiales de españoles, que no

1 8

i iS HISTORIA DE ESPANA

sólo estuvieron de guarnición en España, sino que guerrearon

en otros territorios romanos. El tiempo de servicio era de 2.0

afios en las legiones ó 25 y 25 en los auxilia; y el haber del

legionario, unos 978 reales anuales.

Como hemos visto, en los primeros tiempos fué el ejército la

base principal de la influencia romana. Los puntos donde residían

las legiones, bien fuesen ciudades, bien campamentos,

tenían gran importancia, por la población

que en ellos se aglomeraba, el gran

consumo que hacían y por tanto el comercio

á que daban lugar. Así que, á

menudo, los campamentos que alcanzaban

cierta estabilidad se convertían en

ciudades, como sucedió á León, asiento,

por muchos años, de una legión llamada

VII Gemina, creada con reclutas españoles

en el siglo 1; y desde luego, las

poblaciones principales eran las que tenían

guarnición, como Cartagena, Tarragona,

Córdoba, Denia, etc. Además,

con los soldados cumplidos (veteranos)

se solían fundar ciudades (colonias), á

cuyas fundaciones dieron gran impulso

César y Augusto; constituyendo así núcleos

de población civil adicta á los

Fig. 50.-Legionario romano. rornanos, que contribuyeron mucho á

la romanización de la Península.

En tiempo de paz, los soldados se ocupaban en la construcción

de obras públicas, y á ellos se deben, principalmente, las

carreteras de España, de que luego hablaremos.

Las legiones y auxilia formaban el ejército regular. Pero además

se autorizó en tiempo del imperio la formación de· tropas

irregulares, que eran las milicias provinciales y municipales, constituidas

por los paisanos de las poblaciones, en casos extraordinarios.

56. La Hacienda provincial.—Las provincias romanas pagaban

inpuestos φ contribución á la metrópoli. Los conceptos

de pago eran diferentes, habiendo muchas clases de contribuGOBIERNO

LOCAL "9

ciones, algunas de ellas subsistentes hoy día, como la que se

pagaba por la propiedad territorial.

Establecieron también los romanos aduanas, que constituían

un nuevo ingreso; y además el gobierno se apoderó de muchas

de las minas que había en España, de las cuales sacaba gran

riqueza. Las que pertenecían á ciudades ó particulares pagaban

un impuesto.

Los jefes de la Hacienda provincial se llamaban auestores

ó procaradores y racionales. Lo general en tiempo del imperio,

era que, tanto las Aduanas como el cobro de los impuestos, se

arrendasen á compañías ó particulares, como hoy se hace, v. gr.,

con las cédulas personales, ó ios consumos.

57. Gobierno local. —Lo que hemos dicho en los últimos

párrafos se refiere al gobierno general de las provincias. Veamos

ahora cómo estaba organizado el gobierno local, es decir,

el de las ciudades y pueblos de diversa categoría.

Sabemos ya la diferencia existente entre ciudades indígenas

y ciudades romanas. De aquéllas, excepción hecha de las estipendiarías,

las demás eran independientes en su régimen político

y administrativo, de modo que seguían regidas por sus

leyes y costumbres peculiares. Pero de toda esta parte de la

población, que tenía que ser numerosa, por ser indígena, nada

podemos decir. Se ignora cómo tenían organizado su gobierno

(salvo lo que se ha dicho en el párrafo 21) y también las modificaciones

que hubo de producir en ellas el contacto con los

romanos. Seguramente, estas modificaciones serían más ó menos

grandes según el contacto fuese mayor ó menor y más ó

menos intensa la romanización; siendo muy probable que las

más de las poblaciones indígenas adoptasen, al fin, el sistema

romano.

De éste conocemos bien los pormenores; y aunque las ciudades

romanas de las provincias eran de varias clases, y cada

una tenía su ley especial, conformaban en lo más importante,

constituyendo un sistema común de gobierno que se conoce

con el nombre de régimen municipal, aunque se refiere, no sólo

á los municipios propiamente dichos, sino también á las colonias,

que no diferían esencialmente de aquéllos en la organización.

120 HISTORIA DE ESPANA

58. Régimen municipal.—Lo conocemos, por lo que respecta

particularmente á España, merced al hallazgo de algunas

de las leyes ú ordenanzas especiales dadas en tiempo de los

emperadores á las ciudades de Osuna, Málaga y Salpensa

(cerca de Utrera), la primera de ellas colonia romana fundada

por César, y por otros documentos jurídicos emanados de las

autoridades municipales. Los habitantes de las ciudades romanas

se dividían en tres clases, como hoy día: vecinos (aves),

domiciliados (íncolas) y transeúntes (hospites y adventores). Los

primeros eran los únicos que tenían originariamente derecho á

ejercer cargos públicos. Los segundos llegaron con el tiempo

á tener igual derecho, y unos y otros pagaban las cargas municipales,

que consistían en contribuciones y en servicios personales

y reales, como el militar, el de correos y otros.

Para el mejor régimen y sujeción de los indígenas, las ciudades

romanas solían tener incorporadas ó anexionadas otras

ciudades españolas vecinas; y los habitantes de éstas eran considerados

como íncolas de aquélla.

Juntos unos y otros, formaban el pueblo, que para las funciones

políticas y administrativas de la ciudad constituía una

Asamblea popular distribuida en secciones de diferente grado,

llamadas tribus, curias ó centurias. Esta Asamblea tuvo por

objeto principal, durante muchos años, la elección de las autoridades

superiores ó magistrados, para lo cual se verificaban

votaciones en forma análoga á la que hoy usamos para la elección

de concejales: con mesas electorales, urna, irterventores,

escrutadores, etc. La Asamblea, además, deliberaba acerca de

los intereses generales de la ciudad, tomando acuerdos que

tenían el carácter de leyes.

Los funcionarios ó autoridades que elegían las asambleas

eran cuatro. Dos de ellos llevaban el nombre de dunviros (duumviros)

y eran los principales, como si dijéramos los alcaldes mayores;

y los otros dos se llamaban ediles. Los dunviros presidían

las Asambleas, administraban justicia y organizaban y mandaban

las milicias municipales. Los ediles tenían á su cargo la policía

urbana en todos sus géneros, y el orden público en los espectáculos.

Había además otros funcionarios como los cuestores ó

administradores y tesoreros del municipio; y personal subalRÉGIMEN

MUNICIPAL 121

terno análogo al de hoy día, como los lictores (parecidos á nuestros

maceros), los escribas ó escribanos, los pregoneros, etc.

Para la formación del censo, de las listas electorales, arrendamientos

de las propiedades de la ciudad y otros fines semejantes,

estaban los llamados quinquenales, elegidos también por el

pueblo.

Todas estas autoridades estaban obligadas á responder civilmente

de su gestión, y para ello se les exigía fianza. Era

además costumbre que, al tomar posesión del cargo, diesen

cierta cantidad de dinero para espectáculos ó construcción de

edificios públicos.

Ν V NM Ν ICÍK Ε Ι VI SSMS FRj T-j*jDl C N T M V Í U ^ A N

WS IN IECT 10 FSTQ.I TQ-WfE ISPS fKCER ELI CETOVIN

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Fig. 31,—Fragmento de la Ley municipal de Osuna, grabada en bronce.

Los dunviros y ediles tenían á su lado, como cuerpo consultivo

y activo, un Consejo municipal (curia) de diverso número

de individuos, según las ciudades, y elegido por aquéllos.

Los miembros del Consejo se llamaban decuriones y entendían

en multitud de asuntos del orden religioso, político, económico,

judicial, militar, etc., en suma, todas las cuestiones importantes

para la ciudad, siendo sus decisiones obligatorias para

los magistrados; de modo que, en rigor, ellos eran los legisladores

del municipio.

Finalmente, las ciudades solían nombrar una especie de diputados

representantes, gestores de negocios ó protectores, á

los cuales encargaban la defensa de sus intereses cerca del poder

central, en Roma. Se llamaban patronos y eran siempre

122 HISTORIA DE ESPANA

personas influyentes y ricas que vivían en la metrópoli. Las

aldeas ó distritos rurales (vici, castellà, pagus), administrativamente

dependientes de las ciudades (oppidum), tenían, sin embargo,

personalidad para ciertos actos de interés local y el derecho

de formar asambleas de vecinos (fora, concilidbula).

59. Hacienda municipal é instituciones que mantenía.—

Las ciudades tenían su presupuesto, que unas veces formaban

y aprobaban los magistrados, y otras veces el gobernador de

la provincia. Los principales capítulos de gastos eran la construcción

y reparación de edificios y caminos públicos, pago de

tributos al Estado, dotación de maestros de escuela y médicos

municipales, sueldo de los empleados, etc. Para subvenir á

estos gastos, contaban las ciudades con las contribuciones que

pagaban los vecinos é íncolas, las multas que se imponían á

funcionarios y particulares, las fundaciones ó mandas que se

dejaban á veces con un fin benéfico (v. gr., asilos) y también con

las propiedades de la ciudad, consistentes en tierras de labor

dehesas y bosques, lagos y minas, todas las cuales se arrendaban.

Entre éstas propiedades, había algunas que eran de disfrute

común y gratuito para los vecinos, quienes enviaban allí á

pastar á sus ganados ó sacaban leña, como todavía se hace hoy

en muchos pueblos de Europa, incluso España. Estas tierras no

se podían vender.

60. La unificación jurídica.—Los emperadores romanos

impulsaron mucho la igualdad de los derechos civiles y políticos

entre todos los habitantes del imperio. Ya hemos visto las diferencias

que había entre ciudadanos romanos, latinos, extranjeros,

etc. Estas diferencias fueron borrándose, con lo cual se

adelantaba la asimilación de los pueblos conquistados, que, al

ver como se les concedían derechos que consideraban superiores,

se mostraban más amigos y agradecidos á Roma. La primera

modificación la introdujo un emperador del siglo i, llamado

Vespasiano, el cual se interesó mucho por España, según veremos.

Concedió á todas las provincias el derecho latino, es decir,

el goce de iguales derechos (en su relación con Roma) que

los ciudadanos latinos; de modo, que todos los que ocupaban

un grado inferior subieron con esto en consideración jurídica.

Más de un siglo después, otro emperador ya citado, Antonino

LA ÉPOCA DE ORO 12J

Garacalla, dio un nuevo paso, concediendo el derecho de ciudadanía

(ó sea de igualdad con los ciudadanos romanos) á todos

los subditos del imperio. Sin embargo, esta concesión no borró

todas las diferencias, porque continuaron subsistiendo en gran

parte las antiguas entre ciudadanos y no ciudadanos, latinos y

peregrinos ó extranjeros; ni suprimió tampoco las distintas

categorías de ciudades. La influencia del trabajo unificador

que los emperadores citados y otros (como Adriano, Septimio

Severo. Alejandro Severo y Diocleciano) emprendieron, tuvo

por consecuencia, sobre todo, extender el derecho romano é ir

infiltrando sus reglas y principios en las poblaciones indígenas

conquistadas.

61. La época de oro de España.—Con este régimen que

llevamos expuesto y el gran derarrollo que tomó la romanización,

vivió la Península muchos aflos creciendo en importancia

política, comercial y económica. Tuvo la suerte, en primer término,

de que muchos emperadores se interesasen por el florecimiento

de estas provincias, impulsando en ellas la construcción

de obras públicas, favoreciendo el comercio y la cultura general.

De éstos fueron, en primer termino, Vespasiano, Tito y

Nerva, todos del siglo i. La protección de Vespasiano la agradecieron

muchas riudades españolas tomando el nombre de

Flavias, que era el de la familia del emperador; y á Tito se le

llamó amoi y delicias del género humano, para significar la bondad

y rectitud de su carácter y conducta.

Después de la muerte de Nerva, comienza otra serie de emperadores,

todavía más favorable á España, puesto que muchos

de ellos fueron españoles ó descendientes de españoles. Tales

son Trajano, natural de Itálica (cerca de Sevilla); Adriano,

oriundo de la misma ciudad; Marco Aurelio y Teodosio; con

otros que, sin tener aquella cualidad, fueron buenos gobernantes,

como Alejandro Severo y Diocleciano. Los emperadores españoles,

sobre todo, se interesaron por su patria en iguales términos

que Vespasiano y los demás citados antes. Adriano visitó

largamente la Península, convocando las Asambleas provinciales

y. enterándose de las necesidades de los pueblos, y Alejandro

Severo cuidó mucho de que las provincias tuvieran buenos

gobernadores, consultando al pueblo sobre los nombramientos.

124 HISTORIA DE ESPANA

62. Decadencia del imperio romano y de las provincias.

—Con varías causas graves de disolución luchaba el imperio

romano. Era una el desconcierto político, originado por las luchas

entre los que pretendían ser emperadores y el despotismo

de muchos de ellos, como Tiberio, Nerón y otros, cuyo nombre

ha quedado célebre por los crímenes atroces que cometieron.

El ejército, de quien los ambiciosos acostumbraban á valerse,

provocando sublevaciones y algaradas, llegó á ser un poderoso

elemento en la gobernación del Estado, ayudando á la desorganización

y desprestigio de éste, puesto que llegó el caso de

que los soldados ofrecieran el imperio á quien diese más por él.

Por otra parte, las costumbres públicas y privadas se habían

pervertido mucho. Los romanos y los pueblos romanizados,

con la grandeza adquirida, se acostumbraron al lujo, á la molicie,

se hicieron egoístas, olvidaron los antiguos sentimientos

patrióticos y militares y perdieron con esto la fuerza inmensa

que en la época de las grandes conquistas tuvieron. Los gobernadores

de las provincias, siguiendo el ejemplo general, abusaron

de su poder con frecuencia, robando y maltratando á sus

gobernados; no obstante que, á menudo, los pueblos se quejaban

al emperador, obteniendo alguna vez justicia, como hubo

de suceder con un gobernador de España en tiempo del emperador

Domiciano. La administración local ó de las ciudades se

fué también corrompiendo y perdiendo los pueblos en libertad

y en pureza de costumbres.

Como si no bastasen todas estas causas, que ya en los primeros

tiempos del imperio (siglos i y n) empezaron á influir,

desde el siglo ui se une á ellas un peligro muy grave del orden

internacional.

Los romanos habían extendido su poder no sólo por la Europa

meridional, sino por toda la central, comprendiendo el

territorio moderno de Francia, Bélgica, parte de Holanda,

Suiza, Alemania del Sur, Austria, Hungría, algo de Rusia, é

Inglaterra; pero más allá de sus fronteras vivían muchos pueblos,

que los romanos designaban con el nombre general de

Barbaros, y con los cuales tuvieron que luchar muchas veces,

ya para conquistarles terreno, ya para rechazar sus ataques

é invasiones, como hemos dicho en punto á los Cimbrios,

DECADENCIA DEL IMPERIO ROMANO I 25

126 HISTORIA DE ESPAÑA

Francos, etc. A partir del siglo πι, estos pueblos menudean sus

ataques, amenazando con destruir el imperio; y los romanos

se vieron obligados á dedicar gran parte de sus fuerzas á rechazarlos

y defenderse de ellos. Muchas veces, no pudiendo

hacerlo por las armas, hubieron de entrar en tratos con los

Bárbaros, cederles territorios del imperio y alistarlos en el

ejército romano, confiando, incluso, la defensa de las fronteras

ó límites del N., á las tribus aliadas, para que detuviesen á las

que seguían siendo enemigas.

Esta situación, siendo cada día más débil el imperio, era muy

grave y había de terminar por la pérdida total del poderío

romano.

No faltaron emperadores, en el siglo m y después, que trataran

de reanimar el poder de Roma, procurando reformar el

gobierno y luchando con los Bárbaros. De éstos fué uno de los

principales Diocleciano (año 292), el cual reorganizó la división

política y administrativa de los dominios romanos (§ 52) y modificó

el régimen del ejército, desapareciendo desde entonces

los nombres de legión, auxilia, etc., que hemos visto antes, y viniendo

á quedar formado el núcleo de las tropas con extranjeros

ó Bárbaros. Años después, otro emperador, español de nacimiento,

llamado Teodosio (j8o 395) hizo un nuevo esfuerzo,

guerreando ventajosamente contra varios pueblos bárbaros, procurando

robustecer el imperio y moralizar la administración;

pero todos estos esfuerzos fueron inútiles. El imperio hubo de

ir poco á poco cediendo sus territorios á los invasores y así

ocurrió con España, que, según veremos, cayó en poder de uno

de aquellos pueblos, el de los Godos.

63. Ultimas reformas.—Ya hemos dicho que la desorganización

del gobierno provincial y local iba cada día en aumento.

Las Asambleas populares cesaron de elegir á los magistrados ó

autoridades municipales, siendo la curia misma, con el gobernador,

quien por sí los nombraba, quitándoles también muchas

de sus antiguas atribuciones judiciales, adminiitrativas y económicas.

Con objeto de tener seguro el pago de los tributos, los

emperadores hicieron responsables de ello á las autoridades,

que habían de pagar con sus bienes si el vecindario faltaba; y

como por esta razón empezaron muchos á excusarse de ser nomULTIMAS

REFORMAS 127

brados para aquellos cargos, se mandó que fuesen obligatorios

y luego hereditarios, de modo que pasaban de padres á hijos

forzosamente. De este modo se arruinaban ias familias ricas ó

meramente acomodadas, se esclavizaba á las personas y se hacía

odiosa la administración municipal. La tiranía llegó al colmo

cuando, para evitar el único medio de salvación que quedaba á

la riqueza particular— el de vender las propiedades para que no

cayesen en manos de la administración,—se prohibió que nadie

pudiese hacerlo sin permiso del gobernador, con otras limitaciones

tan insufribles como ésta.

La situación de los vecinos de las ciudades llegó á ser tan

triste, que muchos, para librarse de aquellas cargas, se hicieron

voluntariamente siervos; pero aun así no se libraron, puesto

que los emperadores dispusieron que, aun siendo siervos, no se

eximiesen de ser miembros de la curia. En fin, las cosas llegaron,

en el siglo ív, hasta el punto de enviar á las corporaciones

municipales, como si fuesen cárceles ó presidios, á los condenados

por ciertos delitos.

Se comprende bien, con esto, que los habitantes de las ciudades

estuviesen descontentos, descuidaran la administración de

los intereses comunes y deseasen librarse de aquellas imposiciones

odiosas. Algunos emperadores quisieron remediar la

situación. Valentiniano I (siglo iv) creó un funcionario especial

llamado «defensor de la ciudad» (defensor civitatis), cuyo

objeto era fiscalizar los actos de los gobernadores y autoridades,

de los recaudadores de contribuciones, etc.; defender los

derechos de los ciudadanos y, sobre todo, de los pobres, y administrar

justicia. Su elección fué popular unas veces, y otras

hecha por los obispos y el clero cristianos, que ya entonces,

como veremos en seguida, tenían gran importancia. Otros emperadores

quisieron renovar el espíritu regional, convocando de

nuevo las Asambleas provinciales, animándolas y haciéndoles

ver el peligro de la invasión de los Bárbaros. Pero las provincias

estaban cansadas de tantoisufrir, los ánimos decaídos, la

desorganización demasiado adelantada para detenerse, y los

remedios de Valentiniano y otros produjeron escasos efectos.

128 HISTORIA DE ESPAÑA

3.—ORGANIZACIÓN Y VIDA SOCIAL

64. Clases sociales.—Ya hemos visto las diferentes clases

sociales que existían entre los indígenas

españoles. Los romanos vinieron á confirmarlas

en parte, creando luego otras nuevas.

En primer lugar, distinguían los hombres

en dos grandes clases: esclavos y Ubres.

Los esclavos eran, generalmente, ó prisioneros

de guerra, ó extranjeros vendidos

(incluso negros de África, que ya fueron

usados entonces como esclavos); pero también

lo podían ser ciudadanos, que perdían

con ello su condición. Estos esclavos—que

eran á modo de criados forzosos, sujetos

en un todo á su amo, á quien se reconoció

hasta el derecho de

vida ó muerte sobre

ellos—no tenían con

su señor otra relación

que la personal de

servirle y obedecerle.

Los esclavos romanos

podían ser declarados

libres, y formaban entonces

una clase superior,

pero no igual á

la de los hombres que

no habían estado nunca en esclavitud. Entre

los libres, la jerarquía contaba varios grados,

que fueron modificándose con el tiempo.

Fudamentalmente, estaban de un lado los

aristócratas ó patricios, y de otro el pueblo

(plebs); luego vinieron las diferencias de

que ya hemos hablado, entre ciudadanos,

latinos, extranjeros, etc., cada uno de cuyos grupos tenía diversa

consideración social. En las ciudades, los magistrados y

Fig. 55.— Tipo de esclavo

romano, según relieve del

sepulcro llamado de los

Escipiones.

34·—Noble romano.

LAS CLASES SOCIALES Y LAS CORPORACIONES 129

miembros de la curia formaban las clases privilegiadas y superiores.

Luego seguían los propietarios ricos y los comerciantes

que no pertenecían al gobierno local; detrás de éstos,

los artifices, es decir, los que desempeñaban profesiones de las

que llamaban los romanos liberales (pintores, arquitectos, cinceladores,

médicos, etc.), y detrás aun los obreros, es decir, los

que ejercían profesiones manuales ó no liberales.

65. Corporaciones y sociedades.—Los obreros (y aun algunos

de otras clases, como los comerciantes) solían formar

sociedades ó corporaciones llamadas collegia y corpora, en las

cuales se agrupaban todos los de un mismo oficio ó empleo,

pudiendo figurar en ellas también los esclavos.

La creación de estas sociedades fué enteramente libre en un

principio, pero necesitaban, para fundarse, permiso de la autoridad,

que ejercía también sobre ellas cierta inspección. Tenían

las corporaciones domicilio social ó local propio, un patrono ó

dios tutelar, caja ó tesoro formado por las cuotas que pagaban

los asociados y por los bienes muebles é inmuebles de la corporación,

y celebraban fiestas religiosas y banquetes. En España

se sabe que hubo muchas corporaciones de éstas, como la de

comerciantes de aceite en Andalucía, la de broncistas en Itálica,

la de carpinteros en Córdoba, la de vendedores de pescado

en Cartagena, la de albañiles en Tarragona y Barcelona, la

de zapateros en Osma y la de bomberos contra incendios, de

Tarragona y Sevilla.

Análogamente á éstas se formaron otras de carácter benéfico

ó recreativo, como las llamadas collegia faneraticía, cuyo principal

objeto era procurar sepultura gratuita á los asociados; los

collegia juvenum, especie de casinos; y otras para fines religiosos,

como nuestras cofradías.

66. Las clases sociales y las corporaciones en el siglo

IV.—La decadencia de la organización política del imperio

y el despotismo de los emperadores se reflejó en el estado social.

Disminuyeron mucho las fuentes de riqueza; la clase media

acomodada de las ciudades fué desapareciendo por virtud de la

sujeción de sus bienes á la curia, y las clases pobres sufrían de

miseria, hasta el punto de sublevarse alguna vez, como hicieron

á fines del siglo m los labradores galos llamados Bagaudas.

I JO HISTORIA DE ESPAÑA

Los documentos del siglo iv, que fué el último de la dominación

romana en el Occidente de Europa, nos dan á conocer

el estado de las clases sociales, que había variado mucho, en

general, empeorando. El grado inferior continuaban formándolo

los esclavos,.cuya condición era algo mejor, porque se les trataba

con más consideración y dulzura, ó, á lo menos, las leyes

les protegían más. Seguían, como antes, las clases de artesanos,

artífices, comerciantes, propietarios territoriales (possessores) y

nobles, cuyo elemento principal eran los altos funcionarios políticos

y administrativos. Los artesanos habían perdido en libertad,

porque se les sujetó al oficio impidiéndoles salir de él

y haciéndolo hereditario, de modo que el hijo de un carpintero

no podía ser más que carpintero. Las corporaciones se hicieron

obligatorias, y el Estado hizo pesar sobre ellas su despotismo.

Además de estas clases, había ido formándose una tercera,

llamada de los colonos, constituida por labradores cultivadores

de tierra ajena, es decir, de otro dueño, los cuales eran libres

jurídicamente (ó sea, no eran esclavos), pero no podían abandonar

la tierra cultivada.

Este régimen establecía una desigualdad grande, no sólo de

posición eeonómica y de consideración social, sino también de

derechos y de responsabilidades. Sobre las clases inferiores cargaban

los tributos en dinero y en especie, los servicios personales,

el militar; y hasta las penas que se les imponían en caso

de delito eran más graves que las aplicadas á los ricos y nobles.

Estos no sufrían nunca castigos corporales; en vez de ir ellos al

ejército,enviaban hombres pagados,y sólo estaban sujetos á una

clase de contribución. La confusión entre las diferentes clases

era castigada severamente, hasta el punto de asimilar á un

sacrilegio la simple usurpación, aunque fuese por ignorancia,

de uno de los títulos de nobleza. Sobre toda esta organización,

cuya base era la desigualdad y el privilegio, pesaba el poder

absorbente y absoluto del emperador, que intervenía en todo

y destruía las fuerzas vivas del país y las iniciativas de los individuos.

67. Las instituciones sociales.—Aunque, como hemos

visto, el gobierno romano no pretendía suprimir el derecho y

LAS INSTITUCIONES SOCIALES '31

la organización de los pueblos que dominaba (y aun en lo político

dejaba gran libertad), era imposible que en las relaciones

entre romanos é indígenas, y aun por el simple ejemplo de lo

que aquéllos hacían y practicaban, dejasen de influir las formas

jurídico-sociales de Roma. Influyeron, en efecto, principalmente

sobre la familia y Impropiedad.

En punto á la familia, ya hemos dicho que la organización indígena

era favorable á mantener la unión entre todos los parientes,

en especial los más cercanos, viviendo juntos, manteniendo

comunes los bienes y sucediendo en ellos de padres á hijos naturalmente,

sin que el padre pudiera disponer de aquéllos. Los

romanos, que habían tenido en un principio una organización

análoga, la fueron perdiendo, desligando unos de otros ios

miembros de la familia, concediendo que cada cual tuviese bienes

particulares y autorizando al padre ó jefe de aquélla para

disponer, á su muerte, con toda libertad, de lo que poseía, en

la forma de testamento. Todas estas cosas, que eran novedades

para muchos de los indígenas de España, influyeron sobre ellos,

aflojando los lazos familiares y extendiendo la libertad de disponer

de los bienes por testamento, con otras modificaciones

análogas.

En punto á ia propiedad en general, los romanos eran muy

individualistas, es decir, creían que cada persona debía tener su

propiedad particular, y miraban con malos ojos que hubiese,

v. gr., tierras que eran comunes á muchas personas, es decir, de

las cuales fuesen propietarios á la vez varios individuos, disfrutando

todos de ellas, como sucedía en las tierras de las familias.

En este sentido modificaron las costumbres de los indígenas,

contribuyendo á destruir las comunidades de propiedad de todas

clases. Sin embargo, los romanos introdujeron formas parecidas

con las propiedades vinculadas y amortizadas, es decir, sujetas

á una familia ó á una corporación, sin que pudiese venderlas

ninguno de los que las disfrutaban: como los fideicomisos y las

fundaciones religiosas y de beneficencia. Más adelante, al hablar del

comercio, veremos otros ejemplos de la influencia romana. Interesante

es también, en el respecto social, la institución del

pacto llamado de hospitalidad, mediante el que se ligaban por

mutuos deberes de protección y auxilios individuos con ciudaI

}2 HISTORIA DE ESPANA

des ó familias, ciudades con ciudades y familias con familias,

de diferentes tribus ó Estados.

68. La religión.—El paganismo romano.—Los romanos,

como todos los pueblos que habían invadido á España, trajeron

su religión, que organizaron en las ciudades dominadas, pero

respetando la de los indígenas. En general, los romanos eran

muy tolerantes y aun indiferentes en este punto; y aunque

tenían sus dioses nacionales—Júpiter, el principal de ellos;

Marte, el de la guerra; Mercurio, el del comercio; Ceres, diosa

de la Agricultura; Diana, diosa celeste; Plutón, dios de los infiernos,

etc.,—y además dioses especiales de las familias (lares

y penates), admitían con facilidad en su Iglesia (Panteón) los

dioses de otros pueblos, ó bien reducían ó equiparaban éstos á

los suyos. Así hicieron en España. Porque una de las diosas

indígenas, Ataecina, se parecía en sus atributos á otra romana

llamada Proserpina, hicieron de las dos una, y lo mismo pasó

con Magnón y Marte,etc. Aparte de esto,tanto las tribus propiamente

indígenas como los restos de población griega, fenicia y

cartaginesa (africana) que aquí quedaron, siguieron con su religión,

ó, mejor dicho, con sus religiones especiales. Esto ocurrió

principalmente en las regiones del N. y del O., como Galicia,

Asturias, región superior del Duero, etc. Como en otras partes

del mundo romano se produjo en España la invasión de muchos

cultos extraños, de procedencia asiática y africana.

Los romanos tenían, para el servicio de sus iglesias ó templos,

sacerdotes que eran considerados como empleados ó funcionarios

del gobierno. Estos sacerdotes, de diferentes clases y

nombres, formaban corporaciones ó colegios, que elegían por

sí mismos su personal, nombraban su presidente y eran sostenidos

por el Estado. En las colonias, la elección de los sacerdotes

municipales la hacía el pueblo en los comicios.

Los sacerdotes principales eran los llamados Pontífices y

Augures, encargados de formar el calendario, perseguir los delitos

religiosos, intervenir en los matrimonios, en la adopción

y en los testamentos, en la propiedad de las sepulturas, etc. Los

Augures cuidaban especialmente de consultar la opinión ó voluntad

de los dioses, examinando ciertos fenómenos en que

creían se revelaba aquélla: como el vuelo de los pájaros sagraEL

CRISTIANISMO '33

dos, los relámpagos, etc., género de creencias que también

tenían los indígenas (§ 2 3).

Aparte de los cultos generales, había uno especial que era el

del Emperador, confundido con otro más antiguo, el de la ciudad

de Roma considerada como diosa. Para este culto tan original,

y que en el fondo constituía una muestra del servilisme

político que halagaba al Emperador con el título de dios, se

levantaron varios templos en España (en Tarragona y otras

poblaciones). Sus sacerdotes se llamaban seviros augustales y

llegaron á formar una clase privilegiada, aunque poco numerosa.

69. El Cristianismo.—Las persecuciones.—Sabemos ya

que Jesucristo nació siendo emperador Augusto. La predicación

del cristianismo procede, pues, de los primeros tiempos del imperio.

En España se cree que lo predicaron san Pablo y varios

discípulos suyos, en forma que ya en el siglo 11, y sobre todo en

el ni, había en la Península numerosas comunidades cristianas,

dándose el caso de que en las provincias más romanizadas,

esto es, en las más cultas, arraigase mejor la nueva religión. El

espíritu de caridad, de amor y concordia entre los hombres que

respira la doctrina de Jesús, y la ardiente fe de los primeros

adeptos de ella,, hicieron que se extendiera muy de prisa por

todos los territorios que dominaban los romanos. Pero halló

gran oposición en los elementos oficiales, sobre todo en algunos

emperadores que lo persiguieron más que como doctrina

ilícita, como crimen de lesa majestad, por negarse los cristianos

á rendir culto á los dioses paganos y al emperador. Desde el

siglo 1 al iv, el cristianismo, aunque con intervalos de paz, en

que se le toleró, fué perseguido y castigados duramente sus

adeptos, que sufrían todo género de martirios antes que abjurar.

Los emperadores que más se opusieron al cristianismo, haciendo

derramar mucha sangre, fueron Nerón (s. i), Domiciano (s. 1),

Trajano (quien, á pesar de sus grandes cualidades como emperador,

hubo de ceder á la fuerza de la opinión general, muy

contraría entonces á los cristianos), Decio y Diocleciano. La

persecución verificada en tiempo de este último fué la más

sangrienta, muriendo á consecuencia de ella muchos cristianos,

elevados á santos, como san Vicente, en Valencia, santa Eula-

1 9

•34 HISTORIA DE ESPAÑA

lia, en Mérida, san Severo, en Barcelona, santa Leocadia, en

Toledo, santa Engracia y los Innumerables Mártires, en Zaragoza.

La persecución terminó en 311, es decir, á comienzos

del siglo iv, gracias á un Edicto de tolerancia dado por el emperador

Galerio y en el cual se reconocía á la Iglesia cristiana

la condición de sociedad lícita. Un año después, en 312, otro

emperador, Constantino, que se hizo célebre precisamente por

su conducta con los cristianos, dio una ley ó Constitución fechada

en la ciudad de Milán, en que mandó «no inquietar», es

decir, no perseguir á aquéllos; y algún tiempo después dio otra

por la cual se igualó en derechos al cristianismo con la religión

antigua, declarándose libre el ejercicio del culto y ordenándose

devolver á la Iglesia y á las corporaciones cristianas

los bienes que se les había confiscado.

70. Organización de la Iglesia cristiana.—A medida que

se iba extendiendo el cristianismo, se iba organizando. Los

cristianos se dividían en clérigos y legos, y los clérigos en tres

grados ú órdenes: Obispos, Presbíteros y Diáconos. Los Obispos

eran los jefes superiores de la comunidad cristiana, nombrados

primero por los Apóstoles y sus sucesores inmediatos, y

luego por el clero de la ciudad respectiva, con aprobación del

pueblo, es decir, de todos los fieles cristianos y de los otros

obispos. En España, los obispados fueron constituyéndose sobre

la base de las antiguas diócesis ó distritos de los legados jurídicos

de Roma, al paso que las circunscripciones rurales inferiores

se constituían como parroquias, con un presbítero. Para ser

clérigo se necesitaban ciertos requisitos de edad, ciencia y

virtud, pero no era en los primeros tiempos condición indispensable

el celibato; de modo, que se podía ser casado y sacerdote,

aunque no casarse, después de ordenados, los Obispos y

Presbíteros.

A la sombra de la tolerancia de que en varios períodos gozó

el Cristianismo en la misma época de las persecuciones (del

siglo 1 al iv), fué desarrollándose esta organización de la Iglesia,

á medida que aumentaban los fieles.

Desde la Constitución de Constantino, la organización fué

más fácil. Rápidamente el Cristianismo fué tomando el carácter

de religión privilegiada y oficial, y por esto mismo dependiente

EL CRISTIANISMO '35

en gran medida de los emperadores, que intervenían en los

asuntos interiores de la Iglesia, tomaban parte en los Concilios

y dictaban leyes reglamentando cosas de religión. En virtud de

éstas, se autorizó, v. gr., á la Iglesia para recibir herencias y

legados de los particulares, se preceptuó la observancia del

domingo y se abolieron el suplicio de la cruz (muy en boga en

Roma) en recuerdo de haberlo padecido Jesucristo,*y las luchas

de los gladiadores.

Los clérigos empezaron á gozar de privilegios personales y

de atribuciones de derecho. Así, se les eximió de los cargos

municipales, de pagar las contribuciones extraordinarias y las

del comercio, los que se dedicaban á él; hasta que otro emperador,

Valentiniano III, prohibió que los clérigos fuesen comerciantes,

y dispuso también que pagasen las contribuciones, tanto

ellos como los bienes de las igíesias. Procedían estos bienes de

dos fuentes: las limosnas que daban los fieles para sostener al

clero, y los legados y propiedades que recibían las iglesias consideradas

como sociedades. El Estado no daba sueldo á los

sacerdotes cristianos.

En materia de derecho, se otorgó á éstos que diesen fe de

las manumisiones, ó actos de conceder libertad á un esclavo que

se verificasen á su presencia; se reconoció á los obispos el carácter

de jueces para los asuntos que se sometiesen á su fallo,

bien por las dos partes litigantes, bien por una sola, aunque la

otra se opusiese: disposiciones que quedaron en suspenso algunos

años, hasta que volvieron á tener vigor en tiempo del

emperador Mayoriano. Los obispos fueron, además, siempre,

jueces de los clérigos, é intervinieron en el gobierno de las

ciudades merced á la elección del defensor civitatis.

Para el arreglo interior de la Iglesia, los clérigos solían reunirse

en Asambleas llamadas concilios, que unas veces comprendían

á los de sólo un obispado, y otras á los de varios. En

España, los celebrados durante este tiempo fueron el de Iliberis

(año 306), el de Zaragoza (380) y el I de Toledo (400). En el

de Iliberis (Elvira) se votó en favor del celibato del clero, decisión

que influyó mucho en el Occidente de Europa, y se prohibió

el casamiento de cristianos con gentiles, herejes ó judíos.

El de Toledo fué muy importante, porque en él se unificó la

• jó HISTORIA DE ESPAÑA

doctrina de las comuniones cristianas de España, adoptando la

que había proclamado como católica ó universal el concilio general

de Nicea presidido por un obispo español, Osio de

Córdoba (cuyos consejos escuchaba con respeto sin igual

Constantino) y celebrado en aquella población del Asia Menor,

con asistencia de obispos dé todo el mundo cristiano. Por esta

época había también en la Península monasterios, ó sea casas

de monjes que vivían en comunidad con un jefe.

Las iglesias de España gozaban de independencia en punto

á su régimen y gobierno; pero reconocían, como todo el orbe

cristiano, la supremacía del obispo de Roma (Papa), la cual

fué aumentando poco á poco, ayudando á ello los emperadores,

como Valentiniano ill que mandó no se pudiera intentar nada

en el orden eclesiástico sin la aprobación de la Iglesia de Roma.

Los obispos españoles acudieron con frecuencia á ella, bien para

consultar cuestiones de fe, ó disciplina, bien para apelar de actos

realizados por otros obispos. España dio á fines del siglo iv

su primer Papa á la cristiandad. Fué san Dámaso (m. en 384),

notable como escritor y epigrafista.

71. Las herejías. — En los Concilios, sobre todo en los

generales, en que se reunían los obispos de casi todo el orbe

cristiano, iba fijándose la doctrina de la Iglesia en puntos de

fe y disciplina, sobre la base de las palabras del Evangelio y

de los Apóstoles, y á medida que era necesario por las circunstancias,

el crecimiento de los fieles, la organización del clero y

otros particulares. De esta doctrina común, que la autoridad del

Papa fué extendiendo sobre todas las comuniones cristianas,

disintieron, por diferentes causas, algunos clérigos, incluso obispos,

y á estos disentimientos de parecer se llamó herejías. De éstas

hubo varias en España en los siglos iv y v. Las dos más principales

fueron la de Prisciliano y la de los llamados libelaticos.

Nació esta última á consecuencia de las durísimas persecuciones

que los cristianos sufrían. Para librarse de ellas y no

padecer el martirio, consideraron algunos que era lícito fingir

que ya no se era cristiano, sino que se adoraba á los dioses del

paganismo; y, para acreditarlo así, hacíanse dar por las autoridades

romanas un certificado (libelo, de donde el nombre de

libelático) que, naturalmente, envolvía una falsedad. SostuvieLAS

HEREJÍAS 137

ron esta doctrina principalmente los obispos españoles Basflides,

de Astorga, y Marcial, de Mérida. A ella se opusieron otros

obispos más celosos y ardientes en la fe, que consideraron

indigna y cobarde aquella superchería. Al cabo, Basílides y

Marcial fueron depuestos de su cargo y se condenó su doctrina.

La herejía de Prisciliano fué más importante y duró mucho

tiempo, más de tres siglos. Era Prisciliano natural de Galicia

y muy apegado á las creencias religiosas indígenas, de origen

celta. Influido sobre todo por ellas, comenzó á predicar una

interpretación especial del Cristianismo, que difería mucho de

la doctrina recibida por los Concilios y Papas. No creía en el

misterio de la Trinidad; opinaba que el mundo había sido creado

por el demonio, el cual lo tiene bajo su poder; que el alma es

parte de la substancia divina, y el cuerpo depende completamente

de las estrellas; que esta vida es un castigo, porque sólo

bajan á ella, á encarnarse en los cuerpos, las almas que han pecado.

Negaba la resurrección de la Carne y el valor del Antiguo

Testamento. Defendía la transmigración de las almas, la evocación

de los muertos y otras ideas tomadas de los cultos indígenas,

probablemente. Por último, en vez de consagrar en la

misa con vino, lo hacía con uva y con leche, y admitía que

todos los fieles pudieran celebrar las ceremonias religiosas,

aunque no fuesen clérigos.

Esta doctrina se extendió rápidamente por España, sobre

todo por Galicia, Lusitania y Bética, contando con el apoyo de

algunos obispos. A Prisciliano lo hicieron, también, obispo

de Avila. Contra él protestaron otros prelados españoles, y para

condenar sus ideas se reunió el Concilio de Zaragoza (380).

Prisciliano y los'suyos acudieron al emperador, que, como hemos

dicho, intervenía mucho en los asuntos de la Iglesia. El

emperador medió en la cuestión, aprobando unas veces, desaprobando

otras á los priscilianistas. Con su ayuda, éstos llegaron

á dominar algún tiempo en España, persiguiendo á los

obispos ortodoxos; hasta que, al fin, un emperador sentenció

en contra de ellos é hizo matar á Prisciliano y á sus principales

amigos.

No por esto concluyó la herejía, sino que se levantó más

ι38 HISTORIA BE ESPANA

fuerte, sobre todo en Galicia; y, aunque en el Concilio 1 de

Toledo (año 400) abjuraron muchos priscilianistas, siguió durante

cerca de dos siglos. A fines del vi parece que quedaban

ya pocos afectos á la mencionada herejía.

Aparte de estas luchas interiores, la Iglesia tuvo que combatir

y condenar constantemente, no sólo la religión romana, que

subsistía, sino también las diversas religiones indígenas de las

provincias, que durante mucho tiempo continuaron influyendo,

sobre todo en las gentes del campo, bajo la forma de lo que se

llamaban supersticiones.

4.—INDUSTRIA Y COMERCIO

72. Estado económico de España.—Movimiento industrial.—

La diferencia de condición que tenían y tienen las distintas

regiones de la Península, áridas unas y sin riego, feraces

otras y con agua, había creado desde un principio, según notamos,

situaciones muy varias en punto á la condición económica

de ellas. Existían, por tanto, regiones muy ricas, como

la del S., en que la agricultura y las muchas industrias adquirieron

notable desarrollo; y otras, como las del G. y N.,

pobres y con escaso valor agrícola é industrial.

La dominación romana atenuó estas diferencias, extendiendo

la civilización por toda la Península; pero, como era natural,

produjo mayor efecto en las comarcas que estaban más preparadas.

Según el testimonio de los escritores de aquella época, la

Bética, y especialmente los terrenos que median entre el Guadiana

y el Guadalquivir y las orillas de éste, eran muy fértiles.

En' ellos, y en las demás comarcas agrícolas, se cultivaba con

especialidad el trigo, la vid y el olivo. España era una de las

regiones que enviaban trigo á Roma; el aceite, sobre todo el de

Andalucía, era muy estimado y se producía en gran escala; y

en punto al vino, aunque hubo época en que parece se prohibió

en España plantar nuevas vides (para no hacer concurrencia

á los vinos italianos), se derogó luego esta prohibición, y los mismos

romanos introdujeron variedades especiales, como la vid

de Falerno, que da un vino todavía hoy célebre. De los vinos

propiamente españoles tenían gran fama en Roma el llamado

TNDUSTRIA Y COMERCIO '39

Gaditanum (probablemente el de la región Jerez), el Lacetanum

(quizá el del Priorato), el de las Baleares, y otros.

El pastoreo, ó sea la industria pecuaria, no era menos importante.

Los ganados, sobre todo los de la Bética, y en especial

los lanares, eran muy apreciados. Con su lana se hacían tejidos

riquísimos, que con los de lino y otras materias tenían gran

fama, distinguiéndose los de Salacia (Alcacer do Sal), los de la

costa catalana y los de las Baleares. Con el esparto seguían

haciéndose muchos objetos y desarrollándose esta industria,

sobre todo, en la región SE., donde hoy continúa (provincias

de Alicante y Murcia).

Las industrias marítimas fueron muy importantes. Muchos

pescados de España eran preferidos en Roma á k)s de otros

países, y las fábricas de salazón, que ya vimos en tiempo de los

fenicios, manteníanse en gran prosperidad.

Producíanse también cera-miel, grano de kermes, sal fósil y

otras muchas cosas; pero la principal y más rica producción

era la de metales. Los romanos explotaron grandemente las

minas de plata y plomo de Cartagena y Almería, las de plata,

oro, cinabrio, etc., del N. y O. de Andalucía (Almadén, etc.), las

de cobre y otras materias de Huelva, las de estaño de Galicia

y N. de Portugal. Las minas de Cartagena dícese que en el

siglo ii antes de J. C. ocupaban á 40,000 trabajadores. Estas

minas, como ya vimos, eran unas del Estado y otras de particulares

ó corporaciones. El Estado parece que se reservó siempre

las de oro.

73. El Comercio.—Vías de comunicación.—Resultado de

este desarrollo agrícola é industrial había de ser un gran movimiento

en el comercio, continuador del que Gades, Cartagena

y otras grandes poblaciones españolas habían tenido en tiempos

anteriores. El comercio se hacía especialmente con Italia,

Galia y África, de donde venían por las caravanas productos

muy apreciados.

Los romanos procuraban favorecerlo, aunque á veces tomaban

medidas proteccionistas en favor de Italia, como cuando

restringieron en la Península el cultivo de la vid. Había además

muchas industrias estancadas, que los emperadores se habían

reservado para su provecho particular, como la tintura de púr140

HISTORIA DE ESPANA

pura, el tejido de sedas y otras, y establecieron los derechos

de aduanas. Aparte de esto, los romanos cultivaron los medios

auxiliares del comercio.

De ellos eran principalísimos los caminos, con todos sus

consiguientes de puentes, calzadas, etc. Claro es que cuando

vinieron los romanos á España había ya vías importantes de

comunicación. Los soldados romanos no siguieron en un principio

otras vías que las abiertas por los indígenas y los anteriores

colonizadores, de las cuales algunas parece que atravesaban

casi toda España. Por motivos militares, en primer término, los

romanos desarrollaron mucho la red de caminos, construyendo,

especialmente en la época de los emperadores, muchas grandes

carreteras que cruzaban en diferentes sentidos toda la Península

y pusieron en comunicación las diferentes regiones. De

estas carreteras ó vías (que aun en parte se aprovechan) eran

las principales: una (la más antigua) que, partiendo del extremo

oriental de los Pirineos, seguía por muy cerca de la costa hacia

el S., hasta Cartagena, y de allí iba á Cádiz por el S. de Andalucía;

otra, que conducía de Lérida á Salamanca; otra, de

Zaragoza á Mérida, por Calatayud, Alcalá y Toledo; tres de Mérida

á Lisboa; varias de Braga i Astorga, etc. Además de estas

grandes vías, que en su mayor parte construían los soldados,

había caminos municipales, de que cuidaban los ediles. De los

puentes que se construyeron en las vías, algunos han quedado

célebres por lo hermoso de su construcción, y aun se conservan

en todo ó parte.

Esto por lo que toca á la comunicación terrestre. La marítima

y fluvial era muy importante. En la primera, aparte de los buques

romanos, contaba España con buena marina mercante.

Los buques turdetanos, los de mayor tonelaje en el Mediterrá

neo, hacían el comercio con Italia principalmente. Algunos de

los ríos eran navegables: el Betis (Guadalquivir), con grandes

navios hasta Hispalis (Sevilla) y con pequeños y lanchas,

hasta Córdoba. El Guadiana no permitía la entrada de barcos

de mucho porte. Los puertos principales eran los del S. (Gades,

Salacia, Cartagena, Malaca), del E. y del NO. (Coruña, etc).

Para la seguridad de la navegación se establecieron faros, como

el del Betis, en la desembocadura de este río, el de la Coruña y

INDUSTRIA Y COMERCIO 141

otros. Además, como los piratas de África y de las Baleares solían

apresar los barcos mercantes, y aun desembarcar en las costas,

los romanos les hicieron guerra más de una vez, y tenían en

las costas (como ya dijimos) tropas especiales para rechazarlos.

74. Otros medios favorecedores

del comercio.—Aparte de la comunicación,

necesitaba el comercio del medio

más inmediato para los cambios,

que es la moneda. Ya hemos visto que

se conocía en España antes de los romanos.

Estos la desarrollaron mucho,

de un lado, permitiendo que siguieran

acuñándola algunas poblaciones indígenas

que antes ya lo hacían y que, en

efecto, la acuñaron con letras ó leyenda

ibérica y fenicia (varias de Turdetania,

Portugal (Salada) y Sagunto),

y de otro, estableciendo centros de acuñación romana ó asi.

milándose las de dominaciones anteriores. Con el tipo romano

de peso, división, etc., que iba extendiéndose á medida que

avanzaba la conquista, acuñaron Sagunto, Tarragona, Celsa,

Osea, Ilerda y otras varias poblaciones. Estos privilegios acabaron

en tiempo del emperador Caligula (siglo 1), que prohibió

se acuñase en España.

Fig. 36.—Monedas romanas de Huesca y Tarragona.

Otro medio que hubiese favorecido mucho al comercio

era el correo, caso de organizarse como hoy día, en que

sirve para la comunicación rápida de todos los ciudadanos.

Pero el servicio de correos, que estableció Augusto en los dominios

de Roma, tenía un objeto puramente oficial. No se servían

de él más que los emperadores, las autoridades y algunas

142 HISTORIA DE ESPANA

escasísimas personas privilegiadas. Los gastos eran sostenidos

por el pueblo, especialmente el de las provincias, que había de

suministrar caballos para los carteros ó correos y prestar otros

servicios muy onerosos. El emperador Adriano (siglo 11) organizó

el correo como institución pública, extendiéndolo á todo

el Imperio y ordenando que contribuyese á sostenerlo Italia

con las provincias.

5.—CULTURA INTELECTUAL Y ARTÍSTICA.—VIDA PRIVADA

75. Cultura científica.—Los romanos atendieron principalmente

al desarrollo de dos órdenes de la vida: el político y

militar, por su carácter conquistador y dominador, y el jurídico

ó del derecho, especialmente en el aspecto civil: derecho de las

personas, de la familia, de la propiedad, de las obligaciones ó

contratos. En esto llegaron á alcanzar un gran desarrollo y una

perfección superior á la de otros pueblos: así es que influye/on

notablemente en todos los territorios que dominaron, en los

cuales, no obstante subsistir por mucho tiempo las formas peculiares

indígenas, acabaron por sobreponerse las ideas jurídicas

romanas. La legislación posterior al imperio romano

conservó esta influencia, y, á pesar de haber intervenido en

la historia de España (y de Europa) otros elementos distintos,

puede decirse que la inmensa mayoría de las leyes y de

las instituciones jurídicas han obedecido principalmente al espíritu

del derecho romano, que llegó á llamarse la razón escrita

para encarecer su perfección. La misma Iglesia cristiana, no

obstante representar ideas diferentes, en gran parte, de las

que tenían los romanos, adoptó el derecho de ellos y aun favoreció

su difusión por el mundo. De esta manera, no sólo el

orden político, sino todos los órdenes civiles que hemos citado,

acaban por regirse á tenor de las. ideas romanas.

Pero la cultura de los dominadores no se limitó al derecho y

su ciencia. La tuvieron también en otros ramos del saber, como

la filosofía, la geografía, las matemáticas, la medicina; aunque en

todos ellos no hicieron más que copiar á los griegos, no produciendo

en realidad ningún filosofo ni científico con originalidad

propia y de verdadera importancia. Dentro de este carácter

INSTRUCCIÓN PUBLICA '43

general, uno de los principales entre los filósofos fué el cordobés

L. A. Séneca, cuyas Epístolas morales, escritas en el

siglo i, alcanzan una gran elevación de ideas y parecen influidas

por el cristianismo, entonces naciente en Roma. Llevados de su

espíritu práctico, lo que más llamó la atención de los romanos

no fué la ciencia pura, sino las aplicaciones de ésta á las necesidades

de la vida, condición que tal vez se transmitió en gran

medida á los españoles. El servicio mayor que en este orden

produjeron en la Península fué el de divulgar la ciencia del

mundo antiguo; y, así, al través de ellos principalmente, influyeron

sobre nosotros, durante varios siglos, los filósofos y científicos

griegos, alguno de los cuales dejó sentir su efecto largamente

sobre la cultura española. En materias de agricultura y

agrimensura—estas últimas impulsadas por los grandes trabajos

geográficos y estadísticos que se emprendieron en tiempo de

Augusto—dio España dos buenos tratadistas, ambos de la Bética:

Columela, autor de una Agricultura, y Pomponio Mela,

que escribió de Corografía. De otro escritor que se dedicó también

á estudios científicos, históricos y filosóficos, llamado Cayo

Julio Higino (á quien Augusto nombró director de la Biblioteca

Palatina), se duda si realmente nació en Valencia.

76. Instrucción pública.—Para difundir su cultura, organizaron

los romanos un sistema de instrucción ó enseñanza

pública. Constaba de tres grados: la escuela primaria (¡chola,

ludus literarias); lo que llamaríamos establecimientos de segunda

enseñanza (artes, vel disciplinae überaus) y las escuelas prácticas

ó profesionales.

A la escuela primaria asistían los niños desde la edad de seis

á siete años, sin distinción de sexos. Los maestros se llamaban

gramatistas ó literatures, y aplicaban los castigos corporales en

la forma tradicional que ha durado casi hasta nuestros días.

Ya hemos visto que los municipios sostenían escuelas de este

género.

En las liberales ó de segundo grado, frecuentadas desde los

doce á los catorce años, se estudiaban dos grupos de asignaturas:

el primero llamado trívium, que comprendía la Gramática,

la Retórica y la Dialéctica, y el otro quadrivium, que

abarcaba la Aritmética, Geometría, Música y Astronomía. En

144 HISTORIA DE ESPANA

Espafia hubo escuelas de este género, en Córdoba, Sagunto,

Cádiz y otras ciudades. En Cartagena parece que existió una

de siervos y libertinos.

Los estudios profesionales ó prácticos, que se hacían en las

mismas escuelas liberales, referíanse á la Oratoria, la Filosofía,

la Medicina, la Arquitectura y la Jurisprudencia. La primera

materia y la última eran las más favorecidas, como veremos

luego. En punto á la Jurisprudenciales decir, el Derecho),

las escuelas especialmente dedicadas á ella llamábanse jus publice

docentiam, ó sea, enseñanza pública del derecho, y no se

sabe si hubo de ellas en España ó no. Cuando menos, no

Fig, 37. ^Pintura de Pompeya, que representa una escena de escuela romana.

(Según Rich.)

parece que produjo la Península ningún gran jurisconsulto.

Terminaban los estudios á los 2 1 años.

Los profesores eran de dos clases: unos, nombrados por las

curias, y tenían, por tanto, el carácter de oficiales; y otros que,

sin nombramiento ni retribución del municipio, abrían cátedra

pública (auditorium), unas veces gratuita, otras exigiendo retribución

á los alumnos. Los primeros tenían sueldo fijo en

metálico y además recibían raciones de víveres; pero con frecuencia

les faltaba una cosa y otra, porque las curias se retrasaban

bastante en el pago. Así es que vivían en gran pobreza,

«hasta debiendo en la tahona el pan que comen», como dice

un autor de entonces.

Además de éstos, había maestros privados, que unas veces

LA LITERATURA '45

regentaban colegios, y otras daban lecciones á domicilio. Las

gentes ricas acostumbraban á tener también maestros especiales

para sus hijos. Eran, por lo general, esclavos ó libertos distinguidos

y de cultura, y se llamaban paedagogus.

Los romanos concedieron también gran parte en la enseñanza

á los ejercicios físicos ó gimnásticos, que eran de muchas

clases.

77. La Literatura.—Como hemos visto, los romanos daban

gran entrada en sus estudios á las materias literarias. No se

puede decir, sin embargo, que llegasen á ser, en esta materia,

originales y superiores. La cultura literaria, como la científica,

la tomaron de los griegos; y sus poetas, sus oradores, sus autores

dramáticos, no hicieron sino imitar á los de Grecia y

aun traducirlos y copiarlos, sin conseguir más que, en raros casos,

igualarles. De todos los géneros literarios, la Oratoria, la

Poesía y la Historia fueron los más cultivados. En los dos primeros

influyeron mucho ¡os españoles, especialmente los cordobeses,

que llegaron á formar escuela y á imponer su gusto y

manera de hablar en Roma. A esta escuela pertenecieron Marco

Porció Latrón, Junio Gallion, Marco A. Séneca, Lucio A. Séneca,

Turrino Clodio, Víctor Estatorio y otros, todos los cuales,

y en especial los Sénecas, se caracterizan por el tono grandilocuente,

florido y algo hinchado de sus discursos. Cádiz

produjo también dos buenos oradores, los Balbos(tío y sobrino),

y Calahorra al principal retórico romano, Quintiliano, profesor

y autor de un tratado que influyó mucho en la enseñanza, no

sólo de la época romana, sino también de épocas posteriores,

hasta nuestros días.

En poesía no cotribuyó menos España al esplendor de la

literatura, distinguiéndose V. Marcial, de Calatayud, como satírico;

Marco A. Lucano, de Córdoba, como épico, y otros de

menos importancia. A L. A. Séneca, el filósofo, se le atribuyen

varias tragedias cuyo texto ha llegado á nosotros y que contienen

bellezas indudables. Los literatos españoles llegaron á

ejercer una verdadera tiranía en Roma, dominando el gusto

público y transmitiendo su énfasis, su originalidad algo rara

y la libertad de las reglas retóricas á que propendían.

El hecho de semejante florecimiento latino en España mués146

HISTORIA DE ESPAÑA

tra bien que el latín había arraigado mucho en la Península, á

lo menos en ciertas regiones y ciudades. El pueblo de éstas lo

hablaba como lengua propia; y, aunque el idioma ó los varios

idiomas indígenas continuaron cultivándose y usándose incluso

en las monedas, no nos han quedado de ellos obras literarias.

El latín fué bastardeándose al contacto con el habla popular y

por influjo de las deformaciones que las clases incultas producen

siempre en el lenguaje. Por esto se distinguía, como una

forma inferior é impura, ei latín de los campos, llamado rústico,

del de las ciudades.

78. Literatura hispanocristiana.—Representando el Cristianismo

un fondo nuevo de ideas, había de producir forzosamente

una literatura original y distinta de !a de los autores

paganos. Lo más importante que España ofrece de los siglos 11

al ív son los poetas Juvenco y Prudencio, cantores de los triunfos

del Cristianismo y de los martirios de los cristianos. Sus

poesías, rudas en la forma, respiran un entusiasmo y energía

altamente hermosos. También tuvo buenos oradores la Iglesia.

Las herejías dieron origen á una gran producción literaria por

los muchos escritos que de una y otra parte se cruzaban defendiendo

las respectivas doctrinas. Prisciliano dícese que fué

notable orador.

79. Industrias literarias.—Los libros que usaban los romanos

eran todos manuscritos, lo cual obligaba á la existencia

de un oficio ó industria muy importante: la de copista ó copiador

(librarius). De las obras que adquirían fama, se hacían numerosas

copias que se vendían en las librerías (tabemae), dispuestas

de una manera análoga á las de hoy. Se escribía sobre

tablitas recubiertas de cera (códices), sobre una especie de papel

hecho con las hojas de una planta llamada papyrus, y sobre pergamino.

El papel se escribía por una sola cara y luego se juntaban

las hojas por uno de sus lados formando una tira larga,

que se guardaba enrollada, á menudo sobre un eje de madera;

y de aquí el nombre de volumen. Para leer se iba desenvolviendo

el volumen de izquierda á derecha, con objeto de ir descubriendo

las páginas necesarias. Las hojas de pergamino, que no

podían enrollarse, se cosían unas á otras como en nuestros

libros actuales, formando el tomo (tomus), al cual se ponían

LAS ARTES, LA ARQUITECTURA 147

cubiertas de madera forradas de púrpura ó pergamino. Andando

el tiempo, se llamó líber (libro) á la obra formada por un solo

volumen ó tomo; y codex á la que comprendía varios. La afición

á la lectura era grande, y, además de las bibliotecas públicas

del Estado, las personas ricas tenían sus bibliotecas particulares.

La literatura oficial—leyes, decretos, sentencias, etc., y la

relativa á los enterramientos, monumentos y edificios públicos

—se grababa en planchas de metal ó en piedra (inscripciones).

En España se han encontrado, como hemos dicho, algunas

leyes especiales de ciudades (Osuna, Málaga, etc.) grabadas en

bronce.

80. Las Artes.—La Arquitectura.—Tampoco en bellas

artes son los romanos más que discípulos de otros pueblos, cuyo

sentido se apropian, haciendo combinaciones varias que llegan

á producir cierta originalidad. Esto se ve especialmente en la

arquitectura, arte que por su condición y fines prácticos fué el

que los romanos cultivaron más. Copiaron de su vecino el pueblo

etrusco dos elementos arquitectónicos esenciales: la bóveda

y el arco, ó arcada, con lo cual dieron á sus edificios un aspecto

diferente del que tenían los de los griegos, que no conocieron

más que el techo plano (horizontal ó en ángulo) y la columna

sin arco. Los romanos desarrollaron aquellos elementos de una

manera extraordinaria, construyendo grandes edificios con bóvedas

inmensas. Más tarde, en el siglo n antes de J. C, conquistada

la Grecia, reciben el influjo de este arte, y de él toman

especialmente los elementos decorativos que mezclan y recargan,

adornando la parte superior de las columnas (capitel) de

una manera nueva (capitel compuesto).

Aparte de esto, lo característico de la arquitectura romana

es la fuerza y grandeza que respira. La construcción de grandes

bóvedas y arcos, obligaba á levantar también grandes muros

que sirvieran de sostén, muy espesos y resistentes. Así lo hacían,

empleando para ello la piedra labrada como revestimiento exterior,

y las piedras informes, los guijarros, los ladrillos, para

el cuerpo interior, que va sujeto y afirmado mediante una especie

de argamasa ó mortero compacto de grandísima duración.

Debido á esta fortaleza, los edificios y monumentos romanos

han resistido tanto y se conservan hoy día muchos.

148 HISTORIA DE ESPAÑA

81. Monumentos romanos en España.—Los monumentos

más característicos de los romanos no son los de carácter religioso

(templos) ó militar (murallas), sino los que corresponden

á la vida civil, y especialmente las basilicas (edificios rodeados

de pórticos y dedicados á la administración de justicia y al

comercio), los anfiteatros, los circos, los acueductos, las casas de

baños (termas), los puentes y los arcos de triunfo, que participan

de un doble carácter,

político y militar. Añádanse

á esto las grandes

construcciones de

caminos, de que ya

hemos hablado.

En España hubo, indudablemente,

monumentos

de todas estas

clases; pero sólo de

algunas se han conservado

ejemplares. Corresponden

todos á la

época del Imperio, cuyos

dos primeros siglos

son precisamente

los de mayor florecimiento

de la arquitectura

romana; presentando

la particularidad de que los monumentos del E. y S. de

la Península muestran diferencias notables con los del N. y C,

sin duda por haber influido en aquéllos la manera de construir

de los romanos orientales (los territorios conquistados al E. de

Europa: la Turquía europea y la Grecia de hoy), que modificaba

algunos elementos decorativos y constructivos. Los más

importantes monumentos son:

MURALLAS.—Quizá las de Tarragona, construidas sobre planta

antigua ibera ó ibero-griega; la parte ciclópea de Sagunto; algo

de las de León y Lugo (las torres?); las de Ronda la Vieja, y

otras.

TEMPLOS.—Se sabe poco de los templos españoles, aunque

Fig. 38.—Restos de las murallas romanas de Lugo.

MONUMENTOS ROMANOS •49

son muchos los restos que quedan de ellos. En Tarragona hubo

uno dedicado á Roma y Augusto; en Barcelona otro dedicado

Kig. 39. — Templo de Marte, en Mérida. (Estado actual, con adiciones modernas.)

á Hércules; otro en Mérida á Marte, y otros en Sagunto, Talavera,

Hispalis, Evora, etc.

ANFITEATROS, TEATROS, CIRCOS.—Lugares de recreo para las

representaciones teatrales, las luchas de fieras, de hombres con

1 10

I 5 0 HISTORIA DE ESPAÑA

fieras (incluso toros) y de

hombres entre sí (gladiadores).

Hubo circos en Tarragona,

Sagunto, Mérida y Toledo;

teatros en Tarragona, Sagunto,

Mérida, Cabeza del Griego

(Segóbriga), Lisboa, Ronda;

anfiteatros como el de Itálica;

y en Mérida también, lo que

se llamaba naumaquia, es decir,

un circo cuya pista se

llenaba de agua para celebrar

regatas y batallas marítimas.

ACUEDUCTOS.—Una de las

obras más sorprendentes de

los romanos, destinadas, como

lo dice su nombre, á llevar

agua á las ciudades. El más

notable de los de España, y

Fig. 40.—Gladiadores, según un bajo relieve, aun de los del mundo, es el

Fig. 41. —Restos del teatro romano de Sagunto. (La gradería es aún muy visible.)

MONUMENTOS ROMANOS I?"'

PUENTES.—Los construían sobre arcos y solían decorarlos

con estatuas y otros adornos á la entrada y salida ó en medio

El más característico es el de Alcántara. Los puentes los pagaba

unas veces el Estado romano, otras las ciudades vecinas.

ARCOS TRIUNFALES.—Dedicados á conmemorar las victorias

de los generales y emperadores. Iban adornados con relieves,

inscripciones y estatuas. Análogos á éstos se levantaban otros

dedicados á personas notables, unas veces en el interior de las

poblaciones (calles, plazas, mercados) y otras en los caminos

Fig. 42. — Puente romano de Alcántara.

(puentes, carreteras). De éstos quedan en España el de Bará

(Tarragona), dedicado á un general; el de Caparra, el de Martorell,

el de Cabanes y otros.

SÉPULCSOS, NECRÓPOLIS. —Los romanos quemaban á sus

muertos y encerraban las cenizas y huesos en urnas. Estas urnas

se depositaban luego en los cementerios ó necrópolis (ciudad

de los muertos), que eran de muchas clases: unos tajados en roca

viva, con galerías y nichos, como el de los Pompeyos en Baena,

el de Osuna, el de Carmona, etc.; otros en cuevas ó edificios

abovedados, llamados, por la forma y colocación de los nichos,

palomares ó columbarios. Las personas ricas levantaban para

su enterramiento grandes construcciones, de que son ejemplo

152 HISTORIA DE ESPANA

en España el de Tarragona, llamado vulgarmente sepulcro de

los Escipiones, pero que parece es de una mujer llamada Cornelia;

el de los Antonios, en Sagunto; el de L. E. Lupo, en

Fabara (Aragón) y otros. Los romanos ponían en sus sepulcros

lápidas con inscripciones dedicadas al muerto. De éstas se han

encontrado muchísimas.

Fig. 45. —Arco romano de Bará (estado actual).

BAÑOS.—Los romanos eran muy aficionados al bario, sobre

todo, de agua caliente, y para tomarlo construían grandes edificios

lujosos, con muchas salas, piscinas, etc., que llamaban

termas. En España no se ha conservado ninguno de éstos, pero

se sabe que existieron en muchas poblaciones, porque los romanos

introdujeron aquí esa costumbre higiénica. Además, usaban

de las aguas minerales del país; y para tomarlas cómodaMONUMENTOS

ROMANOS 155

mente construyeron establecimientos balnearios, como los de

hoy día. En España, muy rica en aquella clase de aguas, hubo

muchos; y de ellos viene el nombre de Caldas que llevan algunos

pueblos. Además, estas aguas se exportaban para que las

bebiesen los que no podían ir á los baños.

Fig. 44. — Sepulcro ílamado erróneamente de los Escípiones.

ESTATUAS, MOSAICOS Y OTRAS OBRAS.— Los romanos fueron

muy aficionados á levantar estatuas á sus dioses y á sus emperadores,

generales, magistrados, etc. En España hubo muchas

en todas las poblaciones. De las religiosas es notable la cabeza

de la diosa Roma, hallada en Itálica. En tamaño pequeño abundaban

mucho, especialmente las de dioses (sigilla) en mármol,

I 54 HISTORIA DE ESPAÑA

bronce, oro, etc., importadas de Italia. El pueblo las usaba dft

barro.

En pintura es muy poco lo que se ha encontrado en España.

Los romanos acostumbraban á pintar al fresco las paredes de

sus habitaciones, las fachadas, el interior de las cuevas sepulcrales.

De estas últimas quedan las de Carmona y otras. Cuadros

en tabla ó metal, no se ha encontrado ninguno.

Fig. 45.—Bajo relieve de una taza de plata, hallada cerca de Castro-Urdiales,

y que representa á la ninfa de Umeri y escenas referentes al uso de aguas

medicinales. (Según Hübner.)

En su lugar hay muchos mosaicos, hechos con piezas pequeñas

y figurando composiciones pictóricas de carácter religioso,

humano ó decorativo. Con ellos adornaban los pisos de los edificios

públicos y particulares. En España son innumerables los

encontrados, y algunos muy hermosos con figuras y adornos.

82. industrias artísticas. —Se desarrollaron en España

especialmente, las que respondían á necesidades esenciales de la

vida, como la cerámica ó producción de objetos de barro. De

INDUSTRIAS ARTÍSTICAS '55

éstos fueron célebres los llamados barros saguntinos, que comprenden

las diferentes clases de vasos que se usaban entonces.

Su tipo es imitación del que tenían los alfareros de Arezzo,

importante población italiana en este orden de industria. Aquí

se fabricaron en Tarragona, especialmente, según se cree; pero

muchos eran importados de Italia. Llevaban adornos en bajo

Fig. 4Ó.—Bustos romanos hallados en España.

relieve y pinturas de grecas, guirnaldas, amorcillos, deidades,

juegos de circo, procesiones y animales, sobre fondo rojo, amarillo

con vetas rojas (jaspeado), blanquecino y ceniciento.

Hubo también en España fábricas de cántaros y tinajas (ánforas),

de varios tamaños y de estatuítas (santos) de barro. Las

lámparas que se usaban entonces, de barro cocido, para aceite

y con relieves, parece que eran fabricadas fuera de la Península

y traídas aquí.

En punto á la moneda, que llevaba dibujos notables, véase

I 56 HISTORIA DE ESPAÑA

que se dijo antes. En obras de metales se han encontrado

vasos y tazas de

plata, armas de

bronce y un disco

de plata que

representa al

emperador Teodosio.

83. Monumentos

cristianos.-

El Cristianismo,

que traía ideas y

necesidades nuevas,

era natural

que necesitase

edificios y monumentos

de carácter

diferente á

los de los paganos.

Las persecuciones

sufridas

en los cuatro siglos

primeros no

consintieron que

los cristianos dieran

por entonces

gran desarrollo

exterior á los

lugares que les

pertenecían. Reuníanse

generalmente

en las casas

particulares,

en los oratorios

privados de los

fieles ricos, y en

los cementerios

ó panteones de

MONUMENTOS CRISTIANOS 1 57

éstos,que fueron la base y principio de los cementerios cristianos.

Fig. 48.—Barros saguntinos, según Lnmiares.

Fig. 49.—Disco de Teodosio.

En éstos no se guardaban las cenizas como en los cementerios

romanos, después de quemar el cadáver; sino que se enterraba

ι58 HISTORIA DE ESPAÑA

el cuerpo entero en unas cavidades abiertas en la pared en forma

de nichos. El crecimiento del número de fieles obligó á extender

mucho estos cementerios, abriendo galerías ó cuevas por

bajo de tierra, hasta el punto de constituir como una población

subterránea, con calles y plazoletas. A estos lugares se llamó

catacumbas. Las más célebres son las de Roma, que ocupaban

una extensión inmensa. En España las hubo también. En ellas

construyeron los cristianos capillas ó altares, donde se decía la

Fig. ;o.—Catacumbas cristianas.—Disposición de las sepulturas.

misa, especialmente en las épocas de persecución. Al exterior

también levantaron algunas capillas.

Las sepulturas, colocadas como se ve en el grabado, solían

tener una lápida de mármol ó piedra, con inscripción sencilla*

y pinturas ó relieves, que adornaban los muros. Los pintores

cristianos imitaren á los paganos; pero introdujeron también

elementos y figuras nuevas, simbólicas, ó sea que representaban

cosas de la religión. Las más frecuentes son la de Cristo

en forma de un pastor que lleva un cordero (el Buen pastor),

ó el cordero solo; la paloma, que significa el alma; el pez, que

representaba el anagrama del nombre de Cristo y que se impriMONUMENTOS

CRISTIANOS I 59

mía también sobre las lamparitas sepulcrales de barro y otros

objetos. El distintivo que solían llevar los cristianos era un

Fig. 51.—El Buen pastor. Pintura simbó- Fig, 52.—Lámpara cristiana, con el pez

lica cristiana de los primeros siglos. simbólico.

Fig. 5> —Sarcófago cristiano de mármol, del siglo iv. (Museo de antigüedades

de Barcelona.)

pececito de barro, marfil, etc., á manera de escapulario. También

llevaban medallas con figuras de santos ó alegorías. La

decoración fué aumentando y enriqueciéndose con el tiempo y

ofreciendo caracteres muy distintos de la pagana. Los sepulι6ο

HISTORIA DE ESPANA

cros cristianos de fines de esta época llegaron á ser de belleza

y riqueza artísticas notables.

84. Las iglesias.—De las primeras capillas cristianas no

han quedado restos apreciables. Cuando Constantino aceptó la

religión cristiana como religión protegida, empezaron á levantarse

las primeras iglesias llamadas basílicas. En su construcción

imitaban i las basílicas paganas, pero añadiendo elementos

nuevos tomados de las catacumbas y de los edificios romanos

privados. La entrada tenía la forma de un pórtico; luego venía

un patio (atrium) con pórticos á los cuatro lados; luego un vestíbulo

ó sala, y en seguida la iglesia, dividida en tres partes ó

naves, por medio de columnas. La nave de la derecha la ocupaban

los hombres; la de la izquierda las mujeres, y la del centro

el clero. En el fondo estaba el altar. El techo era plano,

con tejado, á veces, de doble vertiente. Las paredes estaban

adornadas con pinturas y mosaicos. Otro tipo, más modesto,

que parece haberse empleado en algunas regiones españolas,

como Asturias, es el de la iglesia de una sola nave, con bóveda

baja, obscura y división por canceles entre el pueblo y los sacerdotes.

En los tiempos posteriores veremos el desarrollo de

este arte.

85. Los monumentos indígenas.—A pesar de lo intenso de

la romanización, gran parte de la cultura y del tipo de vida

propio de las poblaciones indígenas se mantuvo con pleno carácter

en diferentes territorios de la Península. Obsérvase así,

especialmente, en los monumentos ya religiosos, ya de género

distinto, que siguieron, construyendo los españoles y que fácilmente

se distinguen de los romanos. La mayoría de los que hoy

se conservan pertenecen á la época de la dominación romana

y llenan el vacío de monumentos de tiempo anterior (§ 23).

Tales son, entre otros, los sepulcrales hallados en el C. y N.

de la Península, y que consisten en estatuas como las muy características

de guerreros, encontradas en Galicia y Portugal,

y las de cuadrúpedos (toros, jabalíes, cerdos y caballos) ya citadas

(§ 23), de que son muestra los célebres toros de Guisando

y que, á juzgar por las inscripciones que algunas conservan,

eran, en efecto, monumentos funerarios y no de otra clase

como se ha creído. También los hay en forma de cipos ó pedesLA

VIDV PRIVADA 1ÒI

tales, con bajos relieves que diferían según la localidad, y

tajados en la roca, con pinturas en la parte exterior é inscripciones.

De carácter religioso son los ídolos de bronce representando

figuras humanas, hallados en bastante número y que

se distinguen bien de los de origen romano (§ 81).

86. La vida privada.—Los

romanos introducen en España,

con mayor amplitud que lo habían

hecho los colonizadores anteriores,

el tipo de las ciudades,

de los grandes centros de población,

propio de las civilizaciones

adelantadas. Los indígenas,

por el Contrario, Sabemos que F'S- H.-Figurüla de caballo, análoga s

, j. , las de toros y jabalíes de Guisando y

vivían preferentemente en eí otros puntos, con inscripción ibérica.

campo, como población rural, (Según Hübner.;

desparramada en aldeas y caseríos,

aunque también tuviesen ciudades, fortalezas y puntos de reunión,

que les servían, en especial, para los casos de guerra. Los

que se romanizaron ó aficionaron á las costumbres de los romanos,

afluyeron á las ciudades ó fueron agrupándose en pueblos

é imitando la construcción romana.

En la ciudad, los hombres vivían fuera de su casa, en la calle,

la mayor parte del día. El centro de reunión era la plaza pública

(forum), rodeada por los edificios principales, la Basílica,

el templo, los mercados; y en ella se celebraban las fiestas, se

ventilaban los asuntos judiciales, se arreglaban los negocios de

comercio, se reunían las secciones electorales ó curias, etc. Por

la tarde, lo general era encontrarse en los establecimientos de

baños (termas), cuya apertura anunciaban diariamente las campanas.

Las mujeres y los esclavos dirigían los asuntos y trabajos

interiores de las casas; pero las mujeres podían salir á la calle,

ir á los baños, á los teatros, etc.

Las casas, que en un principio habían sido una cabana sencilla,

rectangular, se convirtieron, andando el tiempo, en edificios que

unas veces tenían sólo planta baja, y otras (especialmente en

Roma y las grandes ciudades) varios pisos para alquilar. Las de

sólo planta baja, no tenían fachada como las actuales; por fuera

IÓ2 HISTORIA DE ESPAÑA

ofrecían á la vista los muros pelados y la puerta de entrada,

ó bien, á derecha é izquierda de ésta, tiendas sin comunicación

con el interior. En éste, la habitación principal es el atrio, pieza

rectangular rodeada de pórticos y con una claraboya en el

techo; en ella se reciben las visitas de los clientes, y se guardan

las imágenes de los antepasados. Detrás vienen el despacho del

amo de la casa y los comedores, y en último término las habitaciones

privadas de la familia, alcobas, capilla de los dioses

Fig 55. — Interior de una casa romana.

domésticos, etc. La luz viene siempre del interior. Esta manera

de construir se generalizó en España, principalmente en

las regiones del S. y E., y en los pueblos de las carreteras. Las

calles eran estrechas y tortuosas; pero, en cambio, las plazas

solían ser grandiosas, sobre todo en tiempo del Imperio, adornadas

con estatuas, arcos, etc.

Los romanos gustaban del campo, y los ricos solían tener casas

de recreo (w'/fcj) en medio de sus propiedades cultivadas

por los esclavos y colonos. En los campos de la Bética eran

muy frecuentes las villas. En algunos sitios, como el N., las caCOSTUMBRES

GENERALES 163

sas sufrieron alguna modificación por motivo del clima, añadiéndoles

hornos ó chimeneas para calentar las habitaciones.

TRAJES.—El traje de los romanos consistía, para los hombres,

en una especie de camisa de lana blanca, con ó sin mangas, ceñida

á la cintura (túnica), que se usaba sola dentro de la casa.

Para salir se ponían encima una especie de capa de lana blanca

(toga), propia de los ciudadanos romanos. La de los emperadores

era roja, de púrpura. Los pobres, esclavos, viajeros, llevaban

sobre la túnica una capa sin mangas, de paño fuerte, que

se abotonaba por delante. Los soldados adoptaron el sayo corto,

de paño, que usaban los españoles y otros pueblos de las

provincias. (Véanse las páginas 73 y 74.)

Las mujeres vestían parecidamente á los hombres: la camisa,

la stola ó bata, larga hasta los pies y ceñida á la cintura, y la

Dalla ó túnica larga para salir á la calle.

Estos trajes se extendieron mucho en España. A los pueblos

que aceptaron la moda romana les llamaron togados y fueron

los más en nuestra Península, especialmente entre los ricos y

los esclavos.

87. Costumbres generales.—Mucho de ellas se ha mencionado

en los párrafos anteriores. Fué, en rigor, lo que quedó

más vivo de la civilización indígena. Bien entrado el imperio,

los autores romanos señalan en los indígenas no pocas costumbres

originales, que se separan de las de los romanos. Estos

implantan las suyas especialmente en las grandes ciudades: en

ellas arraigan las fiestas del circo y el teatro, diversiones públicas

á que se aficionaron mucho los españoles Respecto de

ellas se encontrarán todos los datos necesarios en las historias

generales de Roma. En punto á los indígenas, pueden aplicarse

á este tiempo casi todo lo dicho en los párrafos 20 á 23, que

procede, como es sabido, de fuentes romanas. Otras costumbres

características, cuya huella se encuentra en los monumentos

(§ 86), no han sido aún suficientemente estudiadas para que

se las pueda describir con seguridad.

•H·

EDAD MEDIA

ppimepa époea.-L·a dominación visigoda

I.—HISTORIA POLÍTICA EXTERNA

88. Los Bárbaros.—Ya hemos visto, en párrafos anteriores,

las luchas que principalmente desde el siglo πι tuvieron que

sostener los romanos contra la multitud de pueblos que ellos

llamaban Bárbaros y que constantemente invadían ó amenazaban

las fronteras N. del Imperio, más allá de las cuales vivían. Los

romanos designaron también á estos pueblos con el nombre común

de Germanos (y al país ocupado por ellos, al N. del Rhin

y del Danubio, con el de Germania), que en idioma celta (es

decir, de los habitantes de las Galias) significa «vecinos», porque

lo eran, en parte, de los Celtas. Ellos, sin embargo, no

constituían una nación única, sino que estaban divididos en

grupos independientes, que, á su vez, comprendían otras agrupaciones

menores, también independientes en el orden político.

Así, el grupo llamado de los Godos comprendía, además

de los Godos propiamente dichos, á otros muchos pueblos

como los Vándalos, Gépidos, Hérulos, Rugos, etc.

Las primeras noticias que hay de estas gentes proceden de

un navegante griego, Pyteas, que en el siglo iv antes de J. C.

visitó, al parecer, las costas del Báltico. Desde entonces, hasta

I II

ι66 HISTORIA DE ESPAÑA

la época á que ahora nos referimos, se habían producido en

ellas muchos cambios, tanto en los sitios que cada grupo ocupaba,

como en sus costumbres. Al principio vivían errantes,

ocupándose en la caza y el pastoreo, sin habitaciones fijas.

Luego se fueron estableciendo permanentemente, formando

aldeas ó pequeños pueblos, cuyas casas eran tiendas de campaña

ó carros, y dedicáronse á la agricultura. Por último, el

trato frecuente con los romanos les fué

civilizando, y hacia fines del siglo i empezaron

á construir verdaderas poblaciones,

con casas de ladrillo rodeadas de una

pequeña huerta, habitando una familia en

cada casa.

Los Germanos eran, por lo general, de

elevada estatura, robustos y rubios. Los

hombres se dedicaban preferentemente á

la guerra y la caza, dejando á las mujeres

y á los siervos el cultivo de los campos.

Llevaban largo el cabello, teniendo esto

como símbolo del hombre libre;

y vestían ligeramente, consistiendo

su prenda principal en un

manto de lana fuerte sujeto al

hombro; el calzado era de cueTo

y de lana las medias. Las mujeres

usaban túnica de lino sin mangas,

que dejaba descubierta la parte superior del pecho; y tanto

ellas como los hombres, gustaban adornarse con joyas de piedras

preciosas, metales y vidrio. Las armas de los guerreros

eran, en los primeros tiempos de sus relaciones con Roma,

hachas, martillos, cuchillos y espadas de piedra, ó de madera

endurecida al fuego, rara vez de metal, y para defensa se cubrían

con casco, coraza y escudo de madera. (Testimonio de

Tácito: siglo i de J.)

Respetaban y estimaban mucho á la mujer, á quien creían

investida de la facultad de prever lo futuro. La familia era

para ellos el centro social, y la agrupación de familias procedentes

de un mismo tronco (linaje) formaba una entidad polí-

Wfi''

--Tipo de germano, según

relieve antiguo.

LOS BÁRBAROS I 67

tica independiente, que los autores latinos llaman cintas, ó nación.

En unas naciones había rey, que elegían los hombres

libres reunidos en asamblea ó junta; y en otras era ésta misma

quien gobernaba, nombrando á los funcionarios públicos que

convenia.

Las expediciones guerreras de invasión ó avance las hacía

toda la nación en masa, hombres y mujeres, que viajaban en

grandes carros, los cuales les servían á veces de fortaleza. De

modo, que sus invasiones no eran sólo las de un ejército, sino

que representaban la emigración de todo un pueblo.

Fig. 57. — Carro germano, según relieve de un sarcófago del siglo III.

En punto á religión, adoraban á varios dioses personificación

de fuerzas naturales, y las ceremonias de su culto parecíanse en

muchas cosas á las de los iberos españoles. Pero bien pronto,

en especial los Germanos que vinieron á España, se convirtieron

al cristianismo.

89. Primeros germanos que entran en España.—De todos

los pueblos germánicos, sólo algunos tienen relación directa

con la historia de España, siendo los primeros los Suevos, Vándalos

y Alanos.

Los Suevos habían querido desde muy remota fecha entrar

en las Galias, y por esto lucharon ya con César, que los venció;

los Vándalos también sostuvieron guerras con los romanos

ι68 HISTORIA DE ESPANA

desde fines del siglo ii, hasta que á principios del ν emigran,

de los territorios de Hungría que ocupaban, hacia el Rhin, en

compañía con los Alanos; poco después, en el camino, se

les unió un grupo de Suevos. Todos juntos atravesaron el

Rhin, no sin luchar con los Francos, que ocupaban las orillas,

y entrando en las Galias las devastaron por espacio de tres

años, intentando también penetrar en España; pero dos jefes

españoles de la familia de Teodosio, llamados Dídimo y Veraniano,

al frente de un ejército de colonos y siervos—al decir

de un historiador contemporáneo,—consiguieron rechazarlos

esta vez. Continuaron entonces recorriendo la parte S. de las

Galias, hasta que las tropas de un general romano sublevado

contra el emperador les facilitaron la entrada en España

(año 409).

90. Efectos de la invasión.—He aquí cómo describe la

invasión de Suevos, Vándalos (1) y Alanos un escritor español

(Idacio) que la presenció y cuyos escritos se conservan: «Los

Bárbaros que habían penetrado en España lo llevan todo á sangre

y fuego: la peste, por su parte, no hacía menores destrozos...

El hambre llegó á tal extremo, que se vio á los hombres alimentarse

con carne humana, sirviendo á las mismas madres de alimento

el cuerpo de sus hijos, muertos y preparados por ellas.

Las fieras, acostumbradas á cebarse en los cadáveres hacinados

por el hambre, la guerra y las enfermedades, que hacían estrago

aún en los hombres más vigorosos, iban acabando lentamente

con el género humano... Desoladas las provincias españolas

por este cúmulo de plagas, y convertidos los Bárbaros á

deseos de paz por la misericordia divina, se repartieron por

suerte el territorio provincial. Los Vándalos y los Suevos ocupan

á Galicia, situada en la extremidad del Océano, los Alanos

la Lusitania y Cartaginense, y los Vándalos llamados Silingos,

la Bética.»

No se crea por esto que los Bárbaros citados ocuparon toda

España, ni aun toda la extensión de las provincias que menciona

el escritor á quien acabamos de copiar. Quedaron gran-

(1) Algunos autores mencionan también á los Silingos, pero éstos no eran más que una

subdivisión de los Vándalos.

LOS GODOS 169

des extensiones de terreno en poder de los hispano romanos, y

especialmente muchas ciudades fuertes y castillos, donde se

refugió la población para defenderse. En conjunto, España

siguió dependiendo de los emperadores romanos, que tenían

aquí tropas y que lucharon contra los Bárbaros invasores durante

algún tiempo, como veremos. No obstante; la debilidad

del Imperio, que carecía de fuerzas suficientes para acudir á

todos los puntos amenazados por las invasiones germánicas,

y el descuido en que hubo de quedar la administración de las

provincias por atender más á las urgencias de la guerra y á

las contiendas políticas de los aspirantes al trono en Roma, hicieron

que en España, como en otras regiones, se aflojasen los

lazos con la metrópoli y se crearan núcleos semi-independientes,

dirigidos por los nobles y grandes propietarios hispano-romanos,

y quizá también por algunos de la antigua nobleza indígena.

Tal era la situación de España cuando empieza á intervenir

en su historia otro pueblo germánico procedente de la nación

de los Godos.

91. Los Godos.—Constituían un pueblo numeroso que, en

un principio de su estancia en Europa, se supone habitó la Escandinavia

y parte de la Prusia actual, dividido en dos grupos,

situados respectivamente á orillas opuestas del mar Báltico;

de donde les vendrían los nombres de Visigodos (Godos del

Oeste) y Ostrogodos (Godos del Este): derivación no aceptada

por todos los autores. Desde allí emigraron, á comienzos

del siglo 11; y adelantándose á tierras de los romanos, comenzó

la lucha con éstos, en la parte N. del Mar Negro, en

Asia Menor y en Macedonia. Al cabo, consiguieron que se les

concediese en propiedad un extenso territorio al N. del Danubio,

entre este río y el Theiss, donde se colocaron en el año 270,

tomando la región el nombre de Gotia. Las relaciones con los

romanos, á pesar de esta concesión, no fueron siempre cordiales

en adelante; unas veces, los Godos tenían el carácter de

aliados y auxiliares, y otras veces luchaban contra las tropas del

Imperio. Hacia fines del siglo iv, empujados por otro pueblo

bárbaro, los Hunos, lograron pasar el Danubio muchas tribus

visigodas y ocupar terrenos de la orilla derecha, que les concedió

el emperador de Constantinople, no sólo para que se esta170

HISTORIA DE ESPAÑA

bleciesen, sino también para que defendieran la rrontera. A pesar

de esto, nuevamente se produjeron luchas entre Godos y

romanos, de las cuales resultó que aquéllos se apoderasen en

pleno dominio de todas las provincias del N., hasta el Danubio.

Durante este tiempo, la civilización de los Godos experimentó

grandes variaciones. Su continuo roce con los romanos les hizo

aficionarse á la cultura de éstos, de la cual tomaron mucho,

dulcificando y mejorando en parte sus primitivas costumbres.

De estas influencias, la mayor y más trascendental fué el cambio

de religión. Los Godos se hicieron cristianos, contribuyendo

especialmente á ello las predicaciones

de un hombre eminente

que ejerció gran influjo

sobre su pueblo.

92. Ulfilas.—Parte de los

Godos pertenecía ya á la religión

cristiana á principios del

siglo iv, puesto que en el Concilio

de Nicea figura un obispo

de ellos (año 525). Foco después

aparece Ulfilas, descenl1

—^¿Λ'-' ^'e n t e ^e u n a fam'l'a cristiana

.Jeßii^-.^..- ~j=^^rJ¡&\ ¿ei As¡a Menor, el cual evan-

Fig. 58. -Piedra con inscripción en 'runas Sc l i z ó especialmente á los Viel

escritura germana antigua. SlgodoS de la Mesia, DaCÍa y

Tracia, imponiéndose por su

gran talento y cultura y siendo elegido obispo hacia el año 348.

Ulfilas intervino en las luchas políticas que dividían á los Visigodos,

y acrecentó así su influencia. A la vez trabajó para desarrollar

la cultura de aquel pueblo, traduciendo la Biblia á la

lengua goda, y modificó (adoptando caracteres griegos) la escritura

germánica, llamada rúnica, de la voz «runa» con que se

designaba á las letras y que literalmente significa, según se cree,

«secreto ó misterio»; con lo cual parece indicarse el supersticioso

terror con que miraban los Godos el arte de escribir,

teniéndolo como especie de virtud milagrosa. Merced á los

trabajos de Ulfilas, el idioma godo sufrió algunas variaciones,

ganando en dulzura y majestad.

LOS VISIGODOS •y

No paró aquí la influencia de Ulfilas, sino que tuvo más trascendentales

efectos en materia religiosa. Las predicaciones hechas

por él en un principio habían sido de carácter ortodoxo,

conforme con el dogma de Nicea (§ 70); pero á fines del siglo ív

intervino Ulfilas con el emperador de Constantinopla para que

dejase pasar el Danubio á los Visigodos, á quienes empujaban

y atacaban los Hunos; y, siendo una de las condiciones que el

emperador impuso, la conversión al arrianismo de los Bárbaros,

Ufilas se dejó vencer, aconsejó la conversión á los Visigodos y

éstos se hicieron arríanos.

El arrianismo era una secta cristiana herética, que negaba la

consustancialidad del Verbo con el Padre, el misterio de la Trinidad

y otros dogmas de la Iglesia de Roma. La influencia de

este cambio sobre la historia de los Visigodos fué muy grande,

según veremos.

93. Los Visigodos en las provincias romanas.—De los

dos grandes grupos del pueblo godo, el que más pronto se civilizó

y se mezcló con los romanos fué el Visigodo. En el tiempo

durante el cual vivieron ambos en ¡a orilla izquierda del Danubio,

los Ostrogodos formaron un reino único bastante poderoso,

aunque sólo de su grupo, pues los Visigodos continuaron divididos

en pequeños Estados, gobernados unos por reyes y otros

por jueces. Cuando los Hunos atacaron la Gotia, los Ostrogodos

se les sometieron, y los Visigodos, como hemos visto, pasaron

á tiesras romanas del otro lado del Danubio. Desde entonces

empieza á formarse en ellos cierta unidad política, determinada

por los propósitos conquistadores que se desarrollaron en aquel

pueblo. Movidos por ellos, los Visigodos, guiados por uno de

sus jefes, gran general, llamado Alarico, guerrearon primero

contra los romanos de Oriente y luego contra los de Occidente,

invadiendo la Italia por tres veces y apoderándose en la última

de Roma (24 Agosto, 410). A poco murió Alarico y le sucedió

en el mando de los Visigodos otro jefe llamado Ataúlfo,

el cual, aunque en un principio tuvo el plan de destruir por

completo el imperio romano y fundar uno gótico, convencido

de lo difícil de esta empresa evacuó la península italiana y se

dirigió á las Galias. Desde allí intervino en las luchas de los

aspirantesal imperio romano,tomando el partido del emperador

172 HISTORIA DE ESPANA

Honorio, que, al fin, venció á sus rivales y con el cual firmó

Ataúlfo un tratado en cuya virtud aquél autorizó á los Visigodos

para permanecer en las Galias bajo la dependencia del Imperio

y á título de aliados ó auxiliares. Ataúlfo se obligó á devolver á

Gala Placidia, hermana del emperador, que hizo prisionera

Alarico al entrar en Roma y con la cual se casó luego.

94. Los Visigodos en España.—El establecimiento de los

Visigodos en las Galias fué el principio de su organización como

reino y Estado permanentes. Ataúlfo contribuyó mucho á este

fin, siendo el verdadero fundador del poder político de los Visigodos.

El pueblo todo, además, se dejó influir rápidamente por

la civilización romana, con la que estaba en contacto continuo,

no sólo por las relaciones con los emperadores, sino también

por la mezcla con la población romana del S. de las Galias.

Ataúlfo, sin negar ostensiblemente su dependencia del Imperio,

comenzó la conquista definitiva del territorio, apoderándose

de Narbona, Tolosa y Burdeos, poblaciones importantes que le

dieron la posesión de todo el S., ó sea de las regiones que se

llamaban Galia Narbonense y Aquitania.

El emperador Honorio trató entonces de expulsar á los Visigodos,

sin conseguirlo; y Ataúlfo, privado de recursos por mar,

cuyas costas tenían los romanos, é impulsado, bien por la falta

de subsistencias (que los romanos habían dejado de enviar, no

obstante hallarse obligados á ello por el tratado), bien por la

acción militar del conde Constancio, que le arrojó de Narbona,

se decide á penetrar en España, atravesando los Pirineos orientales

y apoderándose de Barcelona, después de luchar con los

Vándalos. Así entran por primera vez en la Península los Visigodos

(año 414), cinco años después que los Suevos, Vándalos

y Alanos.

95. Los Visigodos como aliados del Imperio.—Ataúlfo

gozó poco tiempo de sus conquistas. Su afición á las costumbres

romanas y el propósito que parece tuvo de imponerlas á

su pueblo, rechazando las genuinamente góticas, disgustaron

á los Visigodos; y á este disgusto se debió, quizá, el asesinato

de Ataúlfo cometido en Barcelona, en 416. Le sucedió en la jefatura

Sigerico, partidario de la tradición goda contra las influencias

romanas; pero su carácter cruel hizo que le destronaran

GUERRAS EN ESPAÑA '73

pronto, eligiendo en su lugar á Valia, uno de los reyes que más

significan en la historia de los Visigodos, continuador de la política

romanizante de Ataúlfo, aunque con reservas y transacciones

que éste no supo realizar.

Valia restablece las relaciones políticas con el Imperio. Honorio

negoció con él los términos de una avenencia, obligándose

á facilitarle medios de subsistencia para el pueblo y concediéndole

el territorio de las Galias que había conquistado

Ataúlfo; con lo cual, ya tuvieron los Visigodos un título ó fundamento

jurídico de su dominación. En cambio, ellos se comprometieron

á guerrear contra los Suevos y demás germanos

que ocupaban á España, para reconquistar la Península en provecho

del Imperio y como aliados de éste. Valia renunció á la

posesión de Barcelona y otras poblaciones españolas de que se

había apoderado Ataúlfo, y se estableció en la Aquitania, tomando

por capital á Tolosa (de Francia), que siguió siéndolo

del reino visigodo hasta principios del siglo vi. De modo,, que

el territorio visigodo en este tiempo era puramente ultra-pirenaico,

francés, que diríamos ahora, sin comprender nada de

España (1). La intervención en ésta de los Visigodos fué por

entonces sólo á título de aliados de Roma; condición que mantuvieron

hasta el año 456, en que empiezan á declararse independientes

del Imperio, obrando por cuenta propia.

96. Guerras en España. —Valia, de conformidad con el

tratado hecho con Honorio, comenzó á pelear contra los Suevos,

Vándalos y Alanos. Resultado de estas luchas fué el vencimiento

de los Alanos, con muerte de su rey Atax, y el de los

Vándalos Silingos que ocupaban la Bética, cuyo monarca, hecho

prisionero (año 417), envió Valia á Honorio como trofeo de guerra.

Los Alanos, no pudiendo sostener su independencia, hubieron

de fundirse con los Vándalos de Galicia bajo la jefatura

del rey de éstos, Gunderico. De esta manera, gran parte de la

Península volvió á reconocer el dominio del Imperio.

Poco después surgió guerra entre los Suevos y los Vándalos,

(1) En las Galias llegó á comprender íntegramente la primera Narbonense, las dos Aquitanias

y la Novempopulania, y en parte la tercera üonense, la Vienense, la segunda Narbonense

y los Alpes marítimos, es decir, el S, y Centro O. de Francia.

>71· HISTORIA OS ESPANA

únicos pueblos germánicos que quedaban en España con poder

político. Llevaron la mejor ventaja los primeros, de tal modo

que los Vándalos hubieran sido destruidos por completo, á no

mediar en la contienda los más elevados representantes de la

Administración romana en la Península, el conde Asterio y el

subvicario Maurocelo. En virtud del arreglo que se hizo, los

Vándalos abandonaron los territorios del NO. que ocupaban, y

se trasladaron á la Bética, donde estuvieron antes los Silingos

(420).

97. Teodoredo.—Un año antes, en 419, murió Valia y fué

elegido rey de los Visigodos Teodoredo, quien trabajó por consolidar

la dominación en las Galias y por asegurar el porvenir

de su pueblo contra la veleidad de los emperadores. Siguió al

principio en buena relación con éstos, ayudándolos en nueva

guerra contra los Vándalos de España (año 422), relación que

se rompió momentáneamente por haber Teodoredo intervenido

en la lucha entablada entre el emperador Valentiniano III y un

general romano (Juan) que quería usurpar el trono. Teodoredo

aprovechó la coyuntura para apoderarse de varias ciudades

del SE. de las Galias, pero tuvo á poco que renunciar á estas

conquistas, que habían despertado el recelo de los romanos.

Vuelto á la alianza con éstos, guerreó nuevamente (247) contra

los Vándalos, que dos años antes habían desembarcado en las

Baleares, destruido á Cartagena y Sevilla, y pirateado en la

Mauritania. A la sazón había muerto el rey vándalo Gunderico

y le sucedía Gaiserico, hombre de ánimo esforzado y de gran

alcance político. El cual, como viese que sería más ventajoso

para su pueblo establecerse en el N. de África (Mauritania),

donde la desunión de los generales romanos y las frecuentes

acometidas de los Moros hacían poco temible la resistencia de

las tropas imperiales, se trasladó allá con todos sus subditos,

que, incluyendo las mujeres y niños, no excedían de 80,000

(año 429).

Quedaban sólo en España los Suevos, quienes poco á poco

ensanchaban sus dominios del NO., conquistando las plazas

fuertes que aun conservaban allí los hispano-romanos (430).

A pesar de varias gestiones hechas para obtener la paz, los

Suevos siguieron saqueando las regiones de Galicia habitadas

LA MONARQUÍA SUEVA '75

por aquéllos, hasta que en 438 los derrota el general romano

Andevoto.

Teodoredo no desaprovechaba, entretanto, ocasión para lograr

ventajas. De sus atrevimientos resultó guerra con el Imperio,

cuyos generales atacaron con fortuna las posesiones visigodas

de las Galias. Al cabo se hizo la paz, y los Visigodos volvieron

á ser auxiliares de los romanos en nueva lucha con los Suevos

(44o), aunque esto duró poco, porque Teodoredo abandonó el

partido romano y se alió con Suevos y Vándalos, casándose

el rey de los primeros con una hija de Teodoredo, y con otra el

de los Vándalos.

La presencia de un enemigo común, los Hunos, que ya habían

amenazado á los Godos en el Danubio, y que ahora se presentaban

en las Galias al mando.de un famosísimo jefe llamado

Atila, hizo que Visigodos y Romanos (éstos mandados por el

general Aetio) volvieran á unirse. Juntos ambos 'ejércitos con

otra porción de pueblos auxiliares (Borgofiones, Francos, Sajones,

etc.), presentaron la batalla á Atila, á quien ayudaban

diferentes grupos germánicos, y lograron vencerlo en las inmediaciones

de Chálons-sur-Marne (Campos Cataláunicos).

Teodoredo, que luchó valientemente, fué muerto en esta batalla

(451).

Elegido rey un hijo de Teodoredo llamado Turismundo, reinó

sólo tres años, siendo asesinado por sus hermanos Teodorico y

Alarico ó Federico, sin que nos sean conocidas las causas de

este crimen. Teodorico ocupó el trono y conservó al principio

la alianza con los Romanos, en cuyo nombre guerreó contra

los Bagaudas (§ 66) que infestaban entonces la Tarraconense,

venciéndolos por completo.

Poco después intervino en el nombramiento de emperador,

apoyando á un alto personaje romano llamado Avito, con quien

estaba en relaciones diplomáticas, y así alcanzó Teodorico

gran influencia en la corte de Roma.

98. La monarquía sueva.—Mientras tranto, los Suevos

iban extendiendo su dominio en la Península. Se apoderaron de

Mérida y Sevilla, uniendo á su reino la Bética y la Cartaginense.

Las tropas romanas, reducidas entonces á la provincia Tarraconense,

intentaron con el auxilio de los Visigodos recobrar

176 HISTORIA DE ESPAÑA

aquellas dos; pero fueron derrotadas por el rey suevo Rechila

(446). El sucesor de éste, Requiario, siguió la campaña victoriosamente,

invadiendo la España Citerior, entrando en Vasconia,

asolando la región de Zaragoza en unión con los Bagaudas,

y apoderándose de Lérida. Sin más que un pequeño intervalo

de paz, continuó la lucha invadiendo de nuevo Requiario la

Cartaginense y la Tarraconense. Entonces, Teodorico, que se

había mantenido en buena relación con el rey de los Suevos,

rompió con él por no haberle atendido en sus recomendaciones

para que no atacase á los romanos. Teodorico venció (456),

obligando á huir á Requiario, á quien hizo luego prisionero en

Oporto. Los Visigodos se condujeron cruelmente con los habitantes

de raza romana, generalmente odiados por los pueblos

germánicos. Redujeron á esclavitud á muchas personas, sin

excluir los sacerdotes, saquearon las iglesias, destruyeron los

altares y cometieron mil horrores más.

A pesar de la derrota de Requiario, no terminó el poder político

de los Suevos. El mismo Teodorico consintió, aceptando

la mediación de los obispos católicos, que se reconstituyese la

monarquía sueva en Galicia bajo el mando de un rey llamado

Frauta.

99. Nuevas guerras con el Imperio y con los Suevos.—

Teodorico siguió la guerra en España sin dejarse de llamar

aliado de los romanos, pero en rigor haciéndola en provecho

propio, colocando en los puntos principales tropas godas y

saqueando frecuentemente ciudades que pertenecían al Imperio.

En 456 (el mismo año de ser vencidos los Suevos), Avito, el

emperador apoyado por Teodorico, fué destronado y muerto.

El rey visigodo se puso frente al sucesor, Mayoriano, y se dirigió

á las Galias con parte del ejército, dejando en España otras

tropas y los Borgoftones auxiliares, que invadieron el territorio

de Astorga y Palència portándose cruelmente con los vencidos.

Los hispanoromanos sólo consiguieron detener á los Visigodos

en el campo atrincherado de Coyanza; pero los generales de

Teodorico se corrieron á otros puntos de la Península, asolando

muchas comarcas, hasta la Bética (458), mientras diferentes

grupos de Suevos saqueaban Lusitania y Galicia.

Teodorico fué menos afortunado en las Galias y tuvo queajusLA

CONQUISTA DE ESPAÑA 177

tar paz con el emperador Mayoriano (459), el cual vino á España

y preparó aquí una expedición contra los Vándalos africanos.

Resultado de esta paz fué que los Visigodos volvieran á

combatir á los Suevos, derrotándolos varias veces. En esta

campaña, las tropas visigodas estuvieron mandadas por generales

romanos. A poco, Teodorico se vuelve contra el emperador

y, á pesar de haber sido derrotado en una batalla, se

apodera de varias poblaciones de las Galias; luego, llamado por

los hispano-romanos de Galicia, que no podían sufrir el yugo

cruel de los Suevos, convertidos al arrianismo, guerrea contra

éstos nuevamente, hasta que muere asesinado por su hermano

Eurico en 467.

Teodorico fué el rey que más hizo por extender el poder político

de los Visigodos. No sólo ensanchó los dominios de las

Galias, sino que fué el primero (después de Ataúlfo) que conquistó

territorios para sí en España, obrando con independencia

del Imperio, con el cual rompe decididamente. Fué hombre de

gran talento político, cuidadoso del gobierno, «sobrio en la palabra,

lento en el acuerdo, pronto en la ejecución», como dice

un contemporáneo; y, á pesar de ser arriano, respetó á la Iglesia

católica, reconociendo la jurisdicción del Papa sobre los Obispos

del territorio visigodo.

100. Eurico.—La conquista de España.—Los proyectos

políticos de Teodorico hallaron una circunstancia favorable para

cumplirse al subir al trono su sucesor; pues á poco de este hecho,

ocurrió la disolución del imperio romano de Occidente,

dominado ya enteramente por los Bárbaros. Un año antes de

desaparecer por completo el Imperio, siendo sustituido en Italia

por un reino germano, Eurico, solicitado por el emperador

Nepos, firmó con éste un tratado (año 475) en que se reconocía

definitivamente la independencia del reino godo y se le cedía la

Auvernia, hasta entonces romana. En 476, destronado el último

emperador (Augústulo), Eurico queda, desligado de la alianza y

se apodera en nombre propio y para el reino visigodo de muchos

territorios de las Galias y de España, que hasta entonces

reconocían la soberanía romana. En esta empresa le apoyaron

varios magnates romanos de las Galias.

La conquista de la Península la comenzó Eurico en 468,

178 HISTORIA DE ESPANA

cuando, por la derrota del ejército romano en Italia, no era de

temer que viniesen de allá socorros. Empezó la campaña por la

Lusitania, apoderándose de Mérida, Lisboa y Coimbra; mas

Lisboa fué, á poco, entregada por un traidor á los Suevos.

En 476, aliado con los Ostrogodos, conquistó varias regiones

del N., por el lado de los Pirineos. Los nobles hispanoromanos

levantaron un ejército, con sus siervos y partidarios, para oponerse

á Eurico; pero éste los venció, dominando con ello la

Tarraconense.

No debe creerse que, mediante estas conquistas, llegaran á

dominar los Visigodos en todo el ámbito de la Península ibérica.

Aunque no pueda precisarse con exactitud el territorio que ocuparon,

parece lo más seguro que les pertenecieran la antigua Tarraconense

(excepto, tal vez, lo más montuoso de la Vasconia),

casi toda la Cartaginense y varios territorios de la Bética y la

Lusitania. El resto de esta última y la Galecia pertenecían á los

Suevos, salvo algunas comarcas montañosas que vivieron independientes

de todo poder durante muchos años. Es más que

probable que en casi todas las antiguas provincias españolas

existieran pequeños núcleos de este carácter, dirigidos por

miembros de la nobleza hispanoromana, ó quizá de la indígena,

los cuales, desaparecido el poder de Roma, tendieron á crear

centros de resistencia contra los invasores germanos. Unicamente

las Baleares siguieron reconociendo el dominio imperial,

no obstante la invasión que de los Vándalos sufrieron.

En las Galias, Eurico se apoderó de la Provenza y de casi

todo el SO., llegando por el N. hasta el Loire; y además guerreó

con ventaja contra los Francos que pretendían invadir el

territorio visigodo, y contra los Sajones (también de origen germánico)

que pirateaban en las costas.

101. Poderío y política de Eurico.—Con todas estas victorias

y con el gran talento político de Eurico, fué entonces el

reino visigodo el más poderoso é influyente de Europa. A su

corte, unas veces residente en Tolosa, otras en Burdeos ó Arles,

acudían embajadores de diversos monarcas, incluso los del

imperio romano de Oriente, solicitando alianza, y representaciones

de muchos pueblos germánicos: Francos, Sajones,

Hérulos, Borgoñones y Ostrogodos.

LOS FRANCOS 179

Eurico se ocupó mucho en el gobierno interior de su reino,

regulando las relaciones-jurídicas y haciendo codificar, es decir,

reduciendo á forma de leyes escritas, agrupadas metódicamente,

¡as antiguas costumbres de derecho de los Visigodos.

De este código de Eurico conocemos hoy, en opinión de algunos

autores, varios fragmentos contenidos en un manuscrito

que perteneció al convento de San Germán de los Prados;

pero otros autores rechazan esta atribución, y afirman que los

fragmentos citados pertenecen al tiempo

de Recaredo. Los provinciales romanos se

regían por sus leyes de origen también romano,

aunque á veces adoptaban algunas

normas de sus dominadores visigodos. Eurico

dio puestos de alta importancia en la

administración á personas procedentes de

la raza romana; con los obispos y clero

católicos tuvo instantes de intolerancia y

persecución,aunque no fué ésta sangrienta

ni muy larga, y parece que tuvo origen en

el desvío de los prelados hacia Eurico durante

la guerra contra los imperiales de

las Galias (470 al 472) y en el fanatismo

arriano de Eurico.

102. Los Francos.—A la muerte de

Eurico, en 485, fué elegido rey su hijo

Alarico. Tenía por entonces el reino visigodo

sus fronteras N. y E. de las Galias

con tres reinos diferentes. Al NO. con los Fig ;9._jefe franco. (Res-

Francos, pueblo germánico con quien ya time™ moderna.)

luchó Eurico; al NE. con un territorio

romano, independiente bajo el gobierno de Siagrio, y al E. con

los Borgoñones, pueblo germánico también, como los Francos.

De éstos era el jefe ó rey más importante, Clodoveo (481),

cuya capital, Tournay, estaba situada al extremo N. de las

Galias, en territorio que hoy es belga. Ciodoveo era ambicioso

de poder político, yempezó por atacar, en 486, el reino de

Siagrio, á quien venció, huyendo el rey romano á refugiarse

en Tolosa, al lado de Alarico. El cual, instado por Clodoveo,

18ο HISTORIA DE ESPAÑA

le entregó á Siagrio, á quien mató el rey franco; y con esto se

apoderó Clodoveo de todo el N. de las Galias, poniendo su

frontera S. en el río Loire y su capital en Soissons, un poco

al N. de París. Poco después invade también el reino de los

Borgofiones.y derrota á uno de sus reyes, que hubo de refugiarse

en Avifión, plaza fuerte del S. de aquel reino.

Los designios de Clodoveo iban más allá; se dirigían á apoderarse

del reino visigodo de las Galias, que ocupaba todavía

la mayor parte de estas regiones. Para ello tuvo un buen pretexto

en las cuestiones religiosas.

ΙΘ3. Visigodos y Francos.—En 496, Clodoveo se había

convertido al Cristianismo, haciéndose católico, hecho que tuvo

gran resonancia. Con ello se atrajo la simpatía de la población

romana y el apoyo del clero. Por el contrario, tanto los fieles

como los sacerdotes de los países dominados por los Visigodos

estaban muy descontentos de Alarico, que era arriano y un

tanto fanático; aunque, por otra parte, se había interesado polla

suerte de los vencidos, codificando su legislación romana en

un libro que se llamó Breviario ó Código de Alarico (año 506).

Predominó, no obstante, aquella oposición de carácter religioso.

Por ella los católicos de toda la Galia dirigieron sus ojos á

Clodoveo, esperando que los redimiese del poder de los arrianos;

y algunos empezaron á conspirar en favor de aquél.

Semejante situación no era la más á propósito para disminuir

asperezas. Alarico, aumentada su animosidad contra los católicos

con los recelos de peligros políticos, desterró á varios prelados

sobre quienes recaían sospechas de estar en tratos con

los Francos; siendo de ellos el obispo de Arles y el de Rodez,

expulsado este último por los mismos habitantes de la ciudad.

Clodoveo se aprovechó de estas circunstancias, y dando á la

guerra el carácter de guerra de religión—para lo cual contaba

con el ardor de Ja fe nueva de su pueblo,—atacó á Alarico.

Este se preparó militarmente de un modo.extraordinario. Empezó

por cejar en su persecución á los católicos, procurando,

por el contrario, halagar á los prelados y á los nobles galo-romanos,

y llamó á las armas á todos los hombres hábiles para

empuñarlas, sin distinción de razas. Los Galo-romanos acudieron

al llamamiento en gran número, batiéndose valientemente

REGENCIA DE TEODORICO l8l

contra los Francos al mando de Apolinar, hijo del obispo Sidonio

Apolinar.

Los Francos fueron vencedores en esta guerra. Venció Clodoveo

en la batalla de Vouglé, cerca de Poitiers, y se apoderó

luego de diferentes poblaciones del E. de los Visigodos y de

otras del O., como Burdeos, Angulema y Tolosa (508). El resultado

fué quedar reducidas las posesiones de los Visigodos

en las Gallas á lo que se llamó Septimania (parte del SE. de la

Francia actual) con capitalidad en Narbona.

104. Intervención de los Ostrogodos. — Durando aún la

guerra, en 507, murió Alarico, y fué proclamado rey su hijo

natural Gesaleico, contra el derecho del legítimo Amalarico.

Este fué amparado por su abuelo Teodorico, rey de los Ostrogodos

que dominaban en Italia; el cual se dirigió con sus ejércitos

contra Gesaleico y contra los Francos. A todos vencieron

los generales Ostrogodos, obligando á retirarse á los Francos y

á los Borgoñones, que también habían atacado los territorios

visigodos, y recobrando para Amalarico el SE. de las Galias,

que había perdido Gesaleico, y las comarcas de España. Gesaleico

murió al cabo en la guerra (511) y entró á reinar Amalarico

bajo la tutela de su abuelo, hasta 526, en que murió este

último.

Las posesiones de los Visigodos en las Galias quedaron limitadas

á una porción del SE. (Septimania) y algo más (Rodez, etc.),

quedándose con otra porción de este mismo lado (Provenza) los

Ostrogodos.

105. Regencia de Teodorico.—La regencia de Teodorico,

el rey de los Ostrogodos, no sólo tuvo el efecto militar de detener

á los Francos y conservar parte de los territorios visigodos

de las Galias, sino que se extendió á la misma organización

del gobierno, muy relajada en los últimos años por efecto de

las guerras continuadas y de la lucha civil entre Amalarico y

Gesaleico.

Las posesiones visigodas en España estaban regentadas por

gobernadores, encargados de la recaudación del impuesto territorial

que pagaba la población sometida, y de otras funciones

jurídicas y políticas. De estos gobernadores, delegados del regente,

hubo en tiempo de Teodorico unas veces dos, y otras uno

1 12

I 82 HISTORIA DE ESPAÑA

solo para todos los territorios visigodos. El regente reivindicó

también para la corona la exclusiva de acuñar moneda, favoreció

la suerte de los colonos pobres y dictó leyes para reprimir la

frecuencia é impunidad de los homicidios. Con la Iglesia católica

fué tolerante, permitiendo la celebración de varios concilios:

el de Tarragona (516), el de Gerona (517) y los de Lérida

y Valencia (524). En 526 murió Teodorico, y su pupilo y nieto

comenzó á reinar libremente.

106. Amalarico y Teudis.—Los Francos seguían siendo un

peligro grave para los Visigodos, especialmente por lo que se

refería á las posesiones de las Galias. Amalarico trató de conjurarlo

estableciendo relaciones estrechas con los reyes de

aquel pueblo, logrando, al fin, casarse con una hija de Godoveo,

la princesa Clotilde. Pero, habiendo maltratado duramente

el rey visigodo á su esposa, para obligarla á que se hiciese,

como él; arriana, Clotilde pidió auxilio á sus hermanos, y uno

de éstos, Childeberto (cuya corte estaba en París por entonces),

declaró la guerra á Amalarico y lo derrotó en una batalla cerca

de Narbona. Los mismos soldados visigodos mataron al rey

después de su derrota (531).

La situación era difícil para los Visigodos. Encontrábanse en

el mismo peligro que á la muerte de Alarico y sin contar ahora

con el auxilio de un monarca tan poderoso como Teodorico,

que antes los había salvado. Hubieron, pues, de buscar un hombre

de especiales condiciones para hacer frente á la gravedad

de las circunstancias, y lo hallaron en un antiguo virrey ó gobernador

de tiempo de Teodorico, llamado Teudis, avecindado

y casado en la Península con una española riquísima, cuyos

clientes y colonos, al decir de un escritor contemporáneo, pasaban

de 2,000. Fué elegido rey Teudis según los procedimientos

y formas legales; y procedió desde luego á guerrear contra

los Francos, que en 5 31 habían llegado á la Cantabria, en 5 3 2

se anexionaron un pequeño territorio de la Narbonense, y en 5 3 3

se apoderaron de Pamplona y pusieron sitio á Zaragoza. Resistió

valientemente esta ciudad, y los Francos hubieron de retirarse

perseguidos por dos ejércitos visigodos, uno de los cuales,

mandado por el mismo Teudis, les causó grandes pérdidas; en

virtud de estas derrotas, cesaron de inquietar con nuevos ataLOS

· BIZANTINOS 183

ques. En el mismo año 5 3 3 emprendió Teudis una expedición

al África, con intento de conquistar algo en ella. Pertenecía

entonces esta región al Imperio de Oriente ó de Bizancio, que

la había tomado á los Vándalos. Las tropas de Teudis se apoderaron

de Ceuta, pero la recobraron los Bizantinos, malográndose

la expedición.

Teudis, siguiendo la política organizadora de Teodorico, procuró

moralizar y ordenar la administración pública. Consérvase

una ley suya (hallada en un manuscrito del código de Alarico,

existente en la catedral de León) dirigida á impedir las estafas

de que eran víctimas los litigantes por parte de los jueces y

funcionarios subalternos de los tribunales de justicia.

En 548 murió Teudis en Sevilla, asesinado por uno que se

fingía loco. Le sucedió el general Teudiselo, de cuyo breve

reinado nada se sabe, si no es que llevó durante él vida muy escandalosa,

por lo cual era generalmente odiado. Fué asesinado

en Octubre de 549.

107. Agila.—Los Bizantinos en España.—Sucedió en el

trono Agila, el cual, para redondear la dominación de España

hizo la guerra á los habitantes de la Bética, que aun se conservaban

independientes de los Visigodos bajo la dirección de los

nobles hispano-romanos que, desde los tiempos de Mayoriano

(§ 99)) y a u n más desde la desaparición del imperio de Occidente,

eran los que mantenían la tradición del gobierno imperial. Agila

fué derrotado cerca de Córdoba; y esta derrota, así como su conducta

tiránica y su hostilidad contra los católicos, que formaban

la masa de la población española, las aprovechó en favor suyo

un noble visigodo que ambicionaba la corona. Atanagildo, que

así se llamaba el pretendiente, no creyendo bastantes las fuerzas

de que disponía para derrotar á Agila, pidió auxilio al emperador

de Oriente, que lo era á la sazón el gran Justiniano, y

éste le envió un fuerte ejército al mando de uno de sus mejores

generales (554).

Aprovechando la coyuntura, y á título de aliados, los Bizantinos

se apoderaron de las poblaciones más importantes de las

costas mediterráneas E. y S.; y, peleando con los secuaces de

Atanagildo contra Agila, derrotaron á éste cerca de Sevilla.

Agila se retiró á Mérida, donde los suyos le asesinaron. Con

184 HISTORIA DE ESPANA

esto quedó por rey Atanagildo, el cual tuvo que tolerar, por el

momento, que los Bizantinos ocupasen gran parte de la España

orientaly meridional.

108. Atanagildo.—La guerra contra los Bizantinos.—

Bien pronto tuvo que cambiar de actitud el nuevo rey. Los Bizantinos,

traspasando los límites del tratado—que según se cree

les concedía parte de la Bética y de las regiones meridionales

y orientales de la Cartaginense,—comenzaron á querer enseñorearse

de nuevos territorios, apoyados en esto por la masa de

población hispano-romana, en quien la condición de imperiales

(recuerdo de la antigua Roma) y la de católicos que tenían los

Bizantinos, despertaban gran simpatía.

Los Bizantinos ocupaban toda la extensión de tierra que va

desde la desembocadura del Guadalquivir á la del Júcar, y desde

el mará las sierras de Gibalbín, Ronda, Antequera y Loja, el picacho

de Beleta (ó Veleta), los montes de Jaén, Segura y Alcaraz,

el puerto de Almansa y los territorios de Villena, Monóvar

y Villajoyosa. Ante este peligro, Atanagildo declaró la guerra á

los Bizantinos; y duró ésta trece años, con varia fortuna. En

este tiempo tuvo, además, Atanagildo que luchar con los Francos,

que amenazaban los territorios de las Galias, y con los

Vascos, indómitos y atrevidos.

Atanagildo siguió una política muy prudente. Fué dulce con

los católicos, quitando así esa fuerza á los Bizantinos; y fijando

su capital en Toledo, engrandeció esta ciudad, que alcanzó fama

europea. Respetado y querido de todos, murió Atanagildo en

567. Hasta la primavera de 568 hubo interregno, sin que se

conozca la causa de él. Terminó con la elección de Liuva, hermano

del rey anterior y duque ó gobernador de Aquitania, el

cual, á poco de haber entrado á reinar, dividió la gobernación

de los Estados visigodos con su hermano Liuvigildo, duque de

Toledo, encargando á éste los territorios de España y quedando

él al frente de los de la Galia.

109. Situación política de España.—Como ya hemos dicho

repetidas veces, hallábase la Península repartida entre diferentes

dominadores. Subsistía, ocupando la región NO. y CO., el

reino suevo, todavía poderoso, no obstante las graves derrotas

de afios anteriores; los Bizantinos poseían la Bética y parte de

LIUVIGILDO, REY ÚNICO iS5

la Cartaginense; y además vivían como independientes, dirigidas

por principillos y señores (en su mayoría, de la nobleza his·

p'ano-romana) las regiones de Oviedo, León, Palència, Zamora,

Ciudad Rodrigo y otras, á más de las ocupadas por los Vascos.

Leovigildo (ó Liuvigildo) tuvo desde luego la aspiración de

reducir toda la Península al poder visigodo. Considerándose rey

con todas sus atribuciones, quiso rodearse de toda la pompa

exterior que pudiese ayudar á su prestigio y al buen resultado

de sus proyectos, y adoptó el ceremonial de los emperadores de

Constantinopla, acuñando moneda de oro conmemorativa de su

elección, en que aparece con traje regio. Dando muestras de

gran tacto político, ajustó paces con las fuerzas bizantinas y

las hizo servir á sus propósitos, fingiendo sumisión y acatamiento

al emperador.

Importaba, en primer lugar, detener á los Suevos, que pretendían

ensanchar sus fronteras, apoyados en las regiones independientes

de Asturias, León y Extremadura. Liuvigildo les

hizo la guerra logrando ganar á Zamora, Palència y León, pero

no á Astorga, que hubo de resistirse tenazmente, en favor de los

Suevos.

Al año siguiente, el rey dirige su ejército al S., contra los

mismos Bizantinos de que parecía tan amigo, y les gana, en la

región llamada Bastania malagueña, á Córdoba y Asidona (Medina-

Sidonia), después de tres afios de lucha. En el entretanto,

los Suevos habían invadido comarcas independientes de Extremadura,

pretendiendo extender por aquí su frontera.

110. Liuvigildo, rey único.—Desórdenes interiores—En

esta situación, ocurre la muerte de Liuva (573), y Liuvigildo

queda rey de todos los países visigodos. Nombró al instante,

['86 HISTORIA DE ESPANA

según se cree, gobernadores de Narbona y Toledo á sus dos

hijos, Hermenegildo y Recaredo, y siguió adelante sus conquistas.

La primera región que ganó, con intención de contrarrestar

el avance de los Suevos, fué la llamada Sabaria, al N. de Portugal,

habitada por gentes astures, independientes, según parece.

Las cuestiones de política interior detuvieron estas campañas.

Bien fuese porque (según costumbre que acreditan autores contemporáneos)

hiciese matar Liuvigildo á varios nobles que pudieran

ser un peligro para su corona ó para la sucesión en ella

de sus hijos; bien porque, sin este motivo egoísta y personal,

tratase el rey de reducir el poderío de la nobleza (y quizá no sólo

de la visigoda, sino también de la hispano-romana é indígena),

perjudicial, en todo caso, para la paz interior y la robustez del

trono, lo cierto es que los nobles, en pugna con el rey, movieron

diferentes sublevaciones y motines, primero entre los Cántabros,

luego entre los Cordobeses y Astures y en Toledo y

Elvora (Aebura Carpetana), los cueles movimientos aprovecharon,

por su parte, los Bizantinos y los Suevos. Liuvigildo no

se doblegó por esto. Acudió á todas partes: venció á los Cántabros,

tomó entre otras poblaciones á Amaya y á Saldaña y

sofocó los motines de Toledo y Elvora, tomando terribles venganzas

contra los instigadores.

III. Nuevas conquistas.—Apaciguado interiormente el

país, siguió Liuvigildo su propósito conquistador, ganando varios

reinecillos independientes que existían en territorio gallego

(país de Orense: Montes Aregenses) y en Andalucía (país de los

Óretanos, Bastetanos y Deitanos: Monte Oróspeda).

La conquista de esta última región despertó el recelo de los

Bizantinos, que para contrarrestar las ventajas de Liuvigildo

suscitaron rebeliones en varias ciudades de la costa levantina,

de la Galia y del interior de España (v. gr., Zaragoza). El rey,

ayudado especialmente por su hijo Recaredo, venció todas estas

sublevaciones, castigando cruelmente á los comprometidos en

ellas y entrando victorioso en Narbona, Zaragoza, Leiva, Rosas,

Tarragona y Valencia. Siguió á estas luchas un período de

paz que comienza en el año 578 y que llenaron sucesos de política

interior de que trataremos luego especialmente. Como punto

L\ GUERRA CIVIL .87

de apoyo de las nuevas conquistas, fundóse entonces en lo

que se llama ahora Alcarria una ciudad fuerte, que en honor

de Recaredo se llamó Recópolis y de la que no queda apenas

vestigio.

Hacia el año 580 reanudáronse las campañas, dirigidas ahora

contra los Vascones sublevados. Ocupaban éstos una región

comprendida entre el río Oyarzún y el cabo Higuer en el

Océano, por el N., hasta Canfrac, Jaca y el Gallego; y por el S.,

desde Cervera del río Alhama hasta la confluencia del Gallego,

y el Ebro, con poblaciones tan importantes como Pamplona,

Egea, Calahorra, Cascante, Alagón, Jaca y otras, con más los

territorios comprendidos desde Bilbao y el Nervión hasta San

Sebastián, y desde el mar hasta Miranda de Ebro. Liuvigildo

emprendió en 581 la campaña contra ellos, logrando ocupar

gran parte de la Vasconia, apoderándose de Egessa y fundando

como fuerte militar avazando la ciudad de Victoriaco (Vitoria)

112. La guerra civil.—Liuvigildo y Hermenegildo.—En

el año 579, Hermenegildo casó con Ingunza, hija de un rey

franco, sobrina de Liuvigildo y católica de religión. Suscitáronse

al punto desavenencias en Palacio entre la nueva princesa

y la mujer de Liuvigildo, Goisuintha, muy apegada á la religión

nacional, de los Visigodos, como su marido, quien no dejaba,

sobre todo en los territorios conquistados, de molestar y perseguir

á los católicos.

Las desavenencias entre suegra y nuera, por pretender

aquélla que ésta se convirtiese al arrianismo, hicieron que Liuvigildo,

quizá para evitar disturbios, enviase á Hermenegildo

á Sevilla, como gobernador de la Bética.

Allí, por los ruegos de su esposa y la influencia de San

Leandro, obispó de Sevilla, convirtióse Hermenegildo, que era

arriano como toda su familia, á la religión católica. Este hecho

promovió un levantamiento de partidarios católicos, numerosos

en la Bética, los cuales aclamaron por su jefe á Hermenegildo en

algunas ciudades y puntos fuertes, no sin que respetables miembros

del clero desaprobasen esta rebeldía. Hermenegildo cometió

el desacierto de aceptar estos ofrecimientos y declararse en

rebelión contra su padre. Liuvigildo, con gran prudencia, comenzó

por enviar emisarios i su hijo para que se le sometiese,

188 HISTORIA DE ESPANA

y dio orden á sus duques y condes para que se limitasen á guardar

la defensiva, conteniendo al clero con objeto de asegurar su

neutralidad. Mientras Hermenegildo procuraba aumentar sus

parciales, halagando los sentimientos de la masa indígena y conviniéndose

con los Bizantinos, Liuvigildo trató de discurrir una

fórmula que conciliarà á católicos y arríanos, y para ello convocó

en Toledo (año 580) un sínodo ó reunión de los obispos

visigodos; pero la fórmula, aunque logró contener á algunos,

convirténdolos al arrianismo (entre ellos al obispo de Zaragoza),

no satisfizo á la mayoría; y entonces, convencido el rey de que

era preciso acudir á otros medios, comenzó la persecución, especialmente

contra los católicos influyentes en las grandes poblaciones

y los partidarios de la guerra, es decir, contra los que

podían ser elementos coadyuvantes en la sublevación iniciada.

Esta persecución fué sangrienta en muchos casos, pero rara vez

con el alto clero.

En el entretanto, Hermenegildo había obtenido á su favor la

aclamación de poblaciones tan importantes como Mérida, Caceres

y otras; y aunque luego se envió contra él al duque Aión,

éste fué derrotado por dos veces. Hermenegildo acuñó moneda

conmemorativa de estas victorias.

En 582 se decidió Liuvigildo á proceder directamente contra

su hijo, y empezó por apoderarse de Càceres y Mérida, no sin

esfuerzo. Logrando luego que los Bizantinos abandonasen la

causa de Hermenegildo, se dirige contra Sevilla (583) y la sitia,

asaltándola al cabo de dos años. Hermenegildo, que no estaba

en su capital en el momento del asalto, habiendo salido en busca

de refuerzos, se acogió á la ciudad de Córdoba. Cuando llegó

para sitiarla el ejército real, Hermenegildo se humilló á su padre,

el cual le acogió muy bien al pronto, concluyendo por desterrarle

á Valencia, exonerado de todos sus cargos, y con un

solo criado. Poco después, y sin que se conozca el motivo (tal

vez proyectos de fuga), le hizo trasladar á Tarragona, bajo la

guarda del duque Sisberto, quien le encerró en un calabozo,

instándole repetidas veces para que abjurase. Resistiéndose á

ello Hermenegildo, fué muerto, según se dice, por el mismo

Sisberto; no sabiéndose ciertamente si obró éste mediante instrucciones

del rey, ó excediéndose de ellas, ni qué hiciera Liu·

EL CATOLICISMO, RELIGION OFICIAL 189

vigildo al tener conocimiento del hecho. La presunción más

fundada hace inocente al padre de la muerte del hijo. Así terminó,

en 585 (es decir, después de seis años), la guerra civil,

cuyas causas fueron, juntamente, la diferencia de religión entre

los habitantes de la Península y la ambición imprudente de

Hermenegildo.

113. Destrucción del reino suevo. —Ultimas campañas

de Liuvigildo.—Los Suevos habían ayudado en un principio á

Hermenegildo. Liuvigildo logró apartarlos de esta alianza y

mantuvo paz con ellos durante algunos años; pero habiéndose

alzado como rey, en 584, un usurpador, llamado Andeca, Liuvigildo

aprovechó la ocasión, invadió el territorio suevo, y con

gran rapidez, asombro de los enemigos, se apoderó de todo él

mediante dos gloriosas batallas, apresando al usurpador y convirtiendo

el reino en provincia gótica (585). De este modo redondeó

su dominación en la Península. No quedaban fuera de

su poder sino dos estrechas fajas de terreno, la una al S. de

Portugal y O. de Andalucía, y la otra en la región ca'rtaginense,

que pertenecían aún á los Bizantinos. La conquista de este último

rincón extranjero no la logró Liuvigildo, que murió en

586, mientras sus tropas guerreaban en Septimania contra los

Francos invasores de aquel territorio. Liuvigildo no fué sólo

un rey conquistador, sino también organizador, como veremos

(§ 116).

114. Recaredo.—E! catolicismo, religión oficial.—Suce

dio en el trono á Liuvigildo, su hijo Recaredo. Resultado de

la guerra civil pasada, tenía el nuevo rey ante sí un problema

de política interior de cuya gravedad había podido convencerse

por experiencia propia. Por ser muy apremiante, y por haber

quedado cumplida en su parte principal la conquista de España,

atendió Recaredo á él en primer término.

El hecho era que existía una fundamental divergencia en la

población de España. La mayor parte de los nobles y del pueblo

visigodo seguía fiel á su religión nacional, arriana; pero la masa

de los hispano-romanos, formidable por su número, por la

riqueza y poder de su aristocracia y por su cultura, profesaba

el catolicismo y representaba un peligro serio, ó cuando menos

un obstáculo invencible para la tranquila posesión de España

1 ÇK> HISTORIA DE ESPAÑA

y para la unificación de la raza dominada con la dominadora.

Recaredo, que tenía altas condiciones de rey organizador,

comprendió, sin duda, lo que faltaba que hacer para fundamentar

sólidamente la obra de Liuvigildo; y movido por esta razón

de Estado, y juntamente por las predicaciones de San Leandro

y el ejemplo de su hermano Hermenegildo, se determinó desde

luego á cambiar el estado de cosas.

Comenzó por cesar en las persecuciones contra los católicos;

autorizó luego una reunión de obispos de ambas religiones para

que discutiesen libremente sus dogmas, mostrando al final de

ella su preferencia personal por el católico, y, por fin, hizo públicamente,

en un concilio celebrado en Toledo (πι de este

nombre: año 587 ó 589), su conversión, acompañado de su

mujer y servidores, y de muchos nobles visigodos, que imitaron

su ejemplo. Con este acto cesó de ser el arrianismo religión

oficial del Estado visigodo, aunque continuó profesándola parte

del pueblo y del clero y no pocos nobles. Los Suevos que, primeramente

católicos (desde 448), se habían hecho arríanos por

influjo de los reyes godos en 465, volvieron á la Iglesia católica

algunos años antes, en 550.

115. Resistencia del partido arriano.—Como era natural,

el peligro de alteración del orden público se volvió de este lado.

Los elementos visigodos que permanecieron fieles al arrianismo

trataron de contrarrestar el golpe dado por Recaredo á la religión

tradicional, y promovieron varias conspiraciones, y sublevaciones,

ora con fuerzas propias, dirigidas por obispos de sus

creencias (uno de ellos, llamado Uldila), y aun por la reina

viuda Goisuintha, ora valiéndose de los Francos, que volvieron

á invadir la Septimania. Recaredo venció á los Francos y sujetó

las sublevaciones, castigando á los promotores de ellas con el

destierro ó con la muerte y haciendo quemar muchos libros

arríanos. Pero no por esto desapareció la división de los partidos

religiosos: aunque las ventajas estaban del lado del partido

católico, siguió luchando contra él, hasta el fin de la dominación

visigoda, el arriano, que por esto es de presumir contara

con bastantes fuerzas, y que aprovechó no pocas veces otras

de carácter puramente político, como la de los nobles descontentos

de la preponderancia del monarca.

SUCESORES DE RECAREDO 19I

116. Medidas organizadoras de Recaredo.—Aparte de las

guerras mencionadas y otra posterior con los Vascos, que, rechazados

al otro lado de los Pirineos por Liuvigildo, querían

entrar de nuevo en sus territorios peninsulares, no empleó Recaredo

sus energías en la política belicosa. Con el emperador

bizantino celebró un tratado, reconociéndole la posesión de las

plazas del S. y E. que le quedaban en España, y comprometiéndose

aquél á no intentar nuevas conquistas.

En cambio, acudió Recaredo á organizar interiormente su

Estado. Realizada la concordia con la población hispano-romana,

que era la más importante, convenía ir limando las asperezas

existentes entre aquélla y la visigoda y preparar su fusión

más cumplida. Liuvigildo lo había intentado ya en el orden

jurídico, mediante leyes que no. han llegado hasta nosotros

pero de cuyo sentido conciliador testimonian escritores de la

época. Según se cree, Recaredo siguió este impulso, reformando

varias leyes visigodas en el sentido de regular la relaciones

entre ambas razas, sobre todo en lo tocante á la propiedad de

la tierra (§ 130), y de reconocer ciertos derechos al clero católico.

Algunos autores creen que el manuscrito de San Germán

de los Prados (§ ¡01) contiene los restos fragmentarios del

código hecho en tiempo de Recaredo.

El fin que perseguía Recaredo no se logró entonces, como

era natural. La separación de razas duró hasta muchos años

después, no obstante los esfuerzos de varios reyes, yendo en

aumento la influencia de la romana, incluso en las costumbres.

Recaredo embelleció varias poblaciones con monumentos

importantes, de los que no es seguro se conserven restos.

117. Sucesores de Recaredo.—Siguen á Recaredo tres

reyes de escasa importancia personal, pero cuyo modo de sucederse

patentiza el estado de turbación en que aun se hallaba el

Estado. En efecto, Liuva II, hijo de Recaredo y continuador de

la política católica, es destronado por Witerico, jefe del partido

arriano, el cual trata de quitar al catolicismo su puesto de religión

oficial, representando, pues, la reacción del elemento visigodo

contra el romano; pero éste, á poco, se sobrepuso de nuevo,

destronando á Witerico y colocando en su lugar á Gundemaro.

La política guerrera de Liuvigildo renace con otros dos

192 HISTORIA DE ESPANA

reyes: Sisebuto y Suintila. Ya Gundemaro había luchado contra

los Bizantinos, aunque sin gran resultado. Sisebuto, atento

á redondear la dominación en la Península, les conquistó la

provincia oriental, que comprendía desde Gibraltar hasta el

Suero (Júcar), dejándoles sólo la provincia occidental (desde

el Estrecho al Algarbe), que años después les ganó Suintila, realizándose

así la conquista definitiva de España. A excepción de

algunas regiones pequeñas del N. (Países vascos, Pirineos aragoneses),

y quizá alguna otra en lugares montañosos, dominan

con esto los Visigodos en toda la Península, consiguiendo la

unidad política del territorio, igual que los romanos, después

de más de dos siglos de lucha. Los Bizantinos no intentaron

recuperar los territorios perdidos. Sólo un cronista anónimo

de la época (el llamado por algunos autores, Pacense) dice que

en tiempo de Egica y Witiza (§ 122 y 123) trataron aquéllos

de apoderarse de algunas plazas españolas del S., siendo rechazados

por un conde llamado Teodomiro. Suintila guerreó

también contra los Vascos, venciéndolos y edificando, como

base militar de conservación de sus victorias, el fuerte de

Oligitum (según algunos, la moderna Olite).

118. Política interior.—Hasta los tiempos de Recaredo,

los judíos, que en gran número vivían en España desde el

tiempo del emperador Adriano, gozaron de una consideración

social distinguida: se casaban con mujeres cristianas, ejercían

cargos públicos (incluso el de comes) é intervenían por tanto en

la administración pública. Desde Recaredo cambió su suerte,

perdiendo muchas libertades, hasta que Sisebuto les obligó á

bautizarse so pena de expulsión. La necesidad de salvar sus

intereses y vidas, hizo que muchos de ellos se dejaran bautizar,

aunque sin verdadera fe, y los demás fueron muy perseguidos,

salvándose sólo con la fuga de España. Tal conducta del rey fué

desaprobada por ilustres personajes del clero católico, entre

ellos San Isidro. Ya veremos que la cuestión judía tuvo largas

consecuencias y muchas vicisitudes durante la dominación visigoda.

Suintila abordó otro problema más grave aún. Liuvigildo y

otros reyes habían tratado de fortalecer el principio monárquico,

sujetando las ambiciones y tendencias anárquicas de la

LA LUCHA ENTRE LA MONARQUÍA Y L* NOBLEZA IÇ)}

nobleza y procurando indirectamente convertir la corona en

hereditaria. Suintila renovó más directamente estas tentativas,

asociando al trono á un hijo suyo; pero la nobleza visigoda resistió

esta medida, y al cabo, con el auxilio de los Francos, destronó

al rey, no obstante las simpatías con que éste contaba

entre el pueblo. No por esto terminó la lucha. La cuestión dinástica,

que diríamos hoy—es decir, la oposición de intereses

entre la monarquía y la nobleza — siguió produciendo disturbios;

y puede decirse que ella, con la de unificación de razas,

caracterizan todo un período de muchos años en la dominación

visigoda.

119. La lucha entre la monarquía y la nobleza.—En

efecto: desde 631, en que es destronado Suintila, á 672, en que

es elegido un noble llamado Wamba, se suceden varios reyes,

cuyo plan político consiste en hacer hereditaria la corona y fusionar

las dos razas de vencedores y vencidos. Ninguna de estas

dos cosas consiguieron, no obstante ¡os esfuerzos realizados y

el evidente apoyo de gran parte del Clero. Aprovecháronse de

éste los reyes, aparentando someterse á él en las cuestiones

de gobernación, pero en realidad haciéndolo servir á sus propósitos,

para lograr de los concilios ó reuniones político-religiosas,

en que aquél intervenía en gran número (§ 132), repetidas disposiciones

contra los nobles revoltosos que ambicionaban la

corona, y en favor del rey y de sus hijos. Así lo hicieron Sisenando,

que destronó á Suintila, Chintila ó Quintila, Tulga y

Chindasvinto ó Quindasvinto; á pesar de lo cual, alguno de

ellos fué destronado, y Chindasvinto tuvo al fin que adoptar

temperamentos de gran rigor, dando muerte á muchos nobles

y reduciendo otros á condición de esclavos, con privación de

sus bienes. Los que consiguieron escapar se refugiaron en países

extranjeros, desde donde trataron, sin duda, de realizar nuevos

alzamientos, puesto que el Vil Concilio de Toledo reunido por

Chindasvinto impone grandes penas (excomunión por toda la

vida y confiscación de bienes) á los rebeldes y emigrados que

buscan en el extranjero auxilios contra su patria, aunque fuesen

clérigos, invitando á los reyes de otros países para que no permitiesen

que se forjaran en ellos conspiraciones contra la monarquía

visigoda.

194 HISTORIA DE ESPANA

EI coronamiento de estas medidas legislativas se hizo reinando

el sucesor de Chindasvinto, Recesvinto (ó Reccesuinto),

y en el VIII Concilio de Toledo. Recesvinto, que subió al trono

sin elección, hubo de luchar con nuevas sublevaciones, y para

poner término á semejante estado de cosas cedió en parte de

las pretensiones monárquicas (no obstante el juramento que

había prestado, de ser inexorable), amnistiando á los rebeldes

y dictando como ley en el Concilio que, á la muerte del rey,

los prelados y los grandes reunidos eligieran sucesor en persona

de buenas condiciones y que se obligara, en primer término, á

conservar la religión católica y perseguir á los herejes y judíos,

los cuales en tiempo de Sisenando habían vuelto á España. De

este modo pareció quedar zanjada, en el terreno del derecho

escrito, la lucha entre la monarquía y la nobleza. Pero las sublevaciones

y los destronamientos se repitieron más adelante, según

veremos.

120. La fusión de razas.—Chindasvinto y Recesvinto no

sólo trataron de solucionar la cuestión política, el uno por la

fuerza y el otro por la ley, sino que atendieron también, muy

principalmente, á la cuestión social, que á su vez reflejábase en

la política: la fusión de la raza visigoda con la hispÄno-romana.

Uno de los medios principales para conseguirla era unificar la

legislación, puesto que cada raza tenía la suya, y en las relaciones

entre una y otra el criterio variaba según los casos. Chindasvinto

acabó con estas diferencias, sujetando (según se cree)

á todos los habitantes de la Península á una ley igual, que no

fué ninguna de las que regían antes, es decir, ni la de los romanos,

consignada en el Código de Alarico II, ni la de los Visigodos,

sino otra nueva, formada en vista de aquellas dos, procurando

conciliar los intereses é ideales de ambos pueblos. Hizo

Chindasvinto este trabajo tomando por base las leyes anteriores,

y además abolió la prohibición (vigente, según el derecho

romano del código de Alarico) de matrimonios entre hispanoromanos

y Germanos: lo cual no quiere decir que ant.es de esta

abolición no se casaran jamás españoles con Visigodos (ejemplo,

el rey Teudis), sino que el Estado no daba fuerza legal á estas

uniones sino en casos excepcionales. El hijo de Chindasvinto,

Recesvinto, mejoró la obra de su padre, revisando por dos

GUERRAS Y REFORMAS INTERIORES 195

veces las leyes y procurando darles más uniformidad y carácter

sistemático. El texto del código de Recesvinto ha llegado á

nosotros en toda su integridad (Lex Visigothorum Reccessvindiana

ó Líber ludiciorum). Dictó también este monarca, como

su padre, varias disposiciones para procurar que en la administración

de justicia ocurriesen menos arbitrariedades y excesos

que hasta entonces. Igualmente dictáronse en su tiempo

medidas para impedir que el tesoro particular, de los reyes se

aumentase á costa de la nación.

121. Wamba. — Guerras y reformas interiores. —A la

muerte de Recesvinto, y no sin que se suscitaran rivalidades

entre diferentes nobles que aspiraban al trono, fué elegido uno

de ellos llamado Wamba, hombre de grandes condiciones de

carácter para el mando.

El reinado de Wamba se pasó casi enteramente en guerras.

Apenas elegido, estalló una sublevación en la Septimania, dirigida

por el conde de Nimes, que no quiso reconocer al nuevo

rey. Al mismo tiempo los Vascos—que ya en tiempo de Recesvinto

habían traspasado sus fronteras, llegando hasta Zaragoza

—se negaban á pagar los tributos y amenazaban con invasiones.

Wamba se dirigió personalmente contra éstos, y envió con

nuevas tropas, contra el conde de Nimes, al general Paulo; pero

éste, en vez de sofocar la rebelión, promovió otra, sublevando

á su ejército y haciéndose proclamar rey. La nueva sublevación

se extendió por gran parte del NE. de España. Wamba no se

arredró por esto. Derrotó á los Vascos y marchó inmediatamente,

con actividad asombrosa, contra Paulo, á quien derrotó

también, haciéndole prisionero. Quedó con esto dominada

aquella traición y sometida toda la Septimania.

A poco de esta guerra se promovió otra de diferente carácter.

Las costa N. de Africa, que durante mucho tiempo perteneció

al emperador de Constantinopla, hallábase entonces invadida

por un pueblo de origen asiático, los árabes, grandes

guerreros y conquistadores. Renovando aspiraciones tradicionales

en los habitantes y dominadores del Africa fronteriza á

nuestro país (§ 48), los árabes quisieron entrar en España y se

dirigieron, con numerosa escuadra, contra la costa oriental de

la Península. Las tropas visigodas acudieron á la defensa y re196

HISTORIA DE ESPANA

chazaron á los invasores, causándoles gran pérdida en naves y

hombres.

Todas estas empresas bélicas, y las dificultades con que en

ellas hubo de tropezar, indicaron bien claramente á Wamba uno

de los peligros graves que amenazaban el poder del Estado visigodo;

y era el incumplimiento del servicio militar y la desorganización

de las fuerzas guerreras. Para conjurarlo, dictó

Wamba leyes en que se prescribía la obligación general de

acudir á la guerra, bajo penas severas, y se organizaba el ejército

interiormente.

122. La decadencia visigoda—Wamba fué el último rey

que dio esplendor á la nación visigoda. Sus brillantes campañas

militares y la energía de su carácter le hicieron respetable y temible;

mas, á partir de él, la decadencia se produce rápidamente.

No era posible que sucediese otra cosa en un Estado

dividido por tan contrarias fuerzas: luchaban, de un lado, los

reyes contra la nobleza, y ésta contra aquéllos, que ni llegaron

á conseguir la implantación normal del principio hereditario

en la sucesión á la corona, ni impidieron las sublevaciones continuas;

luchaban los nobles entre sí, por obtener la dignidad

real; luchaban los partidos católico y arriano; y, á pesar de todas

las medidas tomadas por diferentes reyes, manteníase la

separación entre la raza española y la visigoda. Con tales elementos

disolventes, más la general desmoralización de costumbres

que existía, no era posible que el poder visigodo resistiese

mucho tiempo.

El mismo Wamba fué destronado por una sublevación que

dirigió un pariente suyo llamado Ervigio, el cual tuvo que sofocar

varios alzamientos de nobles, no obstante haber dulcificado

el rigor represivo de Wamba dando amnistías y siendo

hasta débil con la nobleza. Para asegurar más su poder, buscó

apoyo en el clero y se hizo declarar, él y su familia, sagrados

é inviolables. Su sucesor Egica, pariente de Wamba, volvió á

los procedimientos de éste; castigó á los enemigos del gran

rey y favoreció, en cambio, á sus partidarios, que habían sido

perseguidos en tiempo de Ervigio. Como era corriente, hubo

conspiración contra Egica, dirigida por el obispo de Toledo,

Sisberto, que fué descubierta y castigada; y á poco tuvo que

WITIZA Y SU HIJO 197

rechazar nuera acometida de los árabes. Egica dictó leyes severas

contra los judíos, condenándolos á esclavitud, confiscándoles

los bienes y arrebatándoles á sus hijos, una vez cumplidos

los siete años, para educarlos en la fe cristiana y casarlos con

personas que igualmente la profesasen. El motivo de esta nueva

persecución fué el haberse descubierto una conspiración urdida

por los judíos de España con los de Africa, probablemente

para facilitar á los musulmanes (§ 124) la invasión de la Península.

Tanto Ervigio como Egica continuaron los trabajos de unificación

de las leyes, revisando y adicionando el código de Recesvinto.

De la revisión de Ervigio, poseemos hoy dos códices;

de la de Egica, ninguno.

123. Witiza y su hijo.—El reinado de los dos inmediatos

sucesores de Egica es de los más obscuros de la historia. Hay

gran escasez de noticias respecto de ambos, y en las que generalmente

circulan tocante á Witiza existe evidente falsedad y

exageración, resultado de las luchas interiores de los partidos

y de las fábulas que éstos inventaban para justificar sus actos.

Lo que parece averiguado hasta hoy es que Witiza fué un

buen rey, enérgico i ¡a vez que bondadoso. Empezó dictando

una amnistía á favor de los nobles perseguidos por Egica, lo

cual produjo muy buen efecto. Destruyóse éste con haberse

asociado el rey á su hijo Achila, con ánimo de que le sucediera

en el trono. Produjéronse varias conspiraciones, que descubrió

y castigó Witiza, haciendo cegar á uno de los jefes, el duque

de Córdoba, Teudefredo, y desterrando á otro ncble llamado

Pelayo. A este motivo de descontento se unió el que produjo

su clemencia para con los judíos, cuya situación mejoró algo.

El clero recibió con disgusto estas medidas, á pesar de lo cual

Witiza se mantuvo en el trono. Los árabes intentaron de nuevo

entrar, en España, y el rey los rechazó. Poco después, en 708

ó 709, murió Witiza en Toledo, de muerte natural.

Su hijo Achila, que le sucedió, tuvo que luchar con mayores

dificultades. No reconociéndolo como rey, se sublevaron los

nobles, produciéndose un período de guerra civil y de anarquía.

Los sublevados eligieron como jefe y nuevo rey al duque de la

Bética, Rodrigo, el cual logró, al cabo, vencer á las tropas de

198 HISTORIA DE ESPAÑA

Achila y apoderarse del trono (710). Los descendientes de Witiza

y algunos de sus partidarios créese que huyeron al Africa.

124. Rodrigo.—La invasión árabe.—El duque de la Bética,

de nombre Rodrigo, fué el último rey de los Visigodos.

Todas las particularidades de su breve reinado han sido obscurecidas

por el suceso final de la invasión de los árabes y su

conquista de España. Ya hemos visto que los árabes (§ 121)

ocupaban la mayor porte del NO. de Africa, lo que antiguamente

se llamó Mauritania, y que habían intentado diferentes

veces entrar en España. En tiempo de Rodrigo realizaron su

propósito, auxiliados por elementos peninsulares. Cómo fué

así, es cosa que no está bien averiguada. La opinión más corriente—

que sustentan los autores árabes de los siglos χ y xi—

dice que auxilió á los invasores un conde visigodo, llamado

Julián, gobernador de la plaza de Ceuta (que el rey Sisenando

ó Suintila había reconquistado á los Bizantinos), en venganza

de agravios hechos por Rodrigo á una hija de aquél llamada

Florinda; y que, una vez en España los árabes, les ayudaron

también los partidarios de la familia de Witiza, entre ellos

un célebre obispo llamado Oppas, pasándose con sus soldados

del ejército visigodo al árabe. Otra opinión más reciente

supone, con el apoyo de historiadores antiguos y de conjeturas,

que los árabes vinieron á España simplemente como auxiliares,

llamados por los hijos y partidarios de Witiza, y que el conde

de Ceuta (que era Bizantino y no Visigodo) les ayudó por amistad

con aquel rey, que le había favorecido en otra ocasión

contra los mismos árabes, invasores de la Mauritania; sino que,

una vez entrados en España los árabes, de auxiliares se convirtieron

en dominadores y conquistaron para sí.

Sea lo que fuere de esto—y resultando tan sólo en claro que

los árabes hallaron apoyo para su entrada en elementos visigodos

y en los judíos,—lo único completamente cierto es el hecho

de la invasión y el resultado de la guerra.

Comenzaron los árabes, con Julián, por hacer algunos desembarcos

en tierra de Algeciras (709), como por vía de prueba.

Un año más tarde, realizaron otra expedición de 400 infantes y

100 caballos al mando de un árabe llamado Tarif, que se limitó

á saquear la campiña entre Tarifa y Algeciras, sin lograr apoLA

CONQUISTA ARABE '99

derarse de ninguna plaza fuerte; y, por fin, en 711, con mayores

fuerzas, mandadas por un general llamado Tárik y por el

conde Julián, se apoderaron del peñón de Gibraltar, de la ciudad

(hoy desaparecida) de Carteya y de Algeciras, con lo cual

tenían ya los invasores puntos de resistencia y asegurada la retirada.

125. La conquista árabe y el fin de la monarquía visigoda.—

Los invasores tomaron en seguida el camino de Córdoba;

pero hallaron desde luego resistencia en algunas tropas

mandadas por un sobrino del rey, llamado Bencio, que se opuso

al paso de aquéllos. Vencieron los árabes, pero no sin tener que

detenerse en su camino; lo cual dio tiempo para que fuese avisado

e! rey, que'á la sazón hallábase en el N. de España luchando

con los Francos y los Vascones. Rodrigo reunió un

fuerte ejército y se dirigió contra los árabes, los que también

reforzaron sus tropas con nuevos envíos de África y auxiliares

visigodos, enemigos del rey, hasta reunir, según dicen algunos

autores, 25,000 hombres.

Ambos ejércitos se encontraron á orillas del lago de la Janda,

situado entre la ciudad de Medina-Sidonia y la villa de Vejer de

la Frontera (provincia de Cádiz), en el cual desemboca el río

Barbate, cuyo nombre árabe (Guadabeca), equivocado por algunos

autores, dio lugar al error de creer que la batalla se dio á

orillas del río Guadalete.

Comenzó la lucha el domingo 19 de Julio de 711, y hubiera

terminado victoriosamente para Rodrigo, á no ser por la traición

de parte del ejército del rey visigodo, sobornado por

antiguos amigos y parientes de Achila, entre los cuales descuella

el obispo Oppas, y un Sisberto, de quien los historiadores

han dicho, sin fundamento, que era hijo ó hermano de Witiza.

Con esta disminución de fuerzas, no pudo evitar Rodrigo

que los árabes le cortasen la retirada; lo cual produjo tal pánico

en las tropas, que se desbandaron. Él rey, con algunos jefes y

soldados, pudo huir.

Alcanzada esta gran victoria, los invasores siguieron su camino

hacia Córdoba, con ánimo de perseguir á la vez á los fugitivos.

En los llanos de Sevilla se dio otra batalla, también

desfavorable para las armas visigodas, y á la cual siguió la toma

2 0 0 HISTORIA DE ESPANA

de Écija, plaza fuerte. Tárik emprendió de nuevo el avance hacia

Toledo; pero halló resistencia en Córdoba, cuya guarnición impidió

el paso del Guadalquivir. El jefe árabe dejó tropas para

que sitiasen á Córdoba, y él, dando un rodeo, entró en Toledo,

la capital visigoda, y avanzó hasta Alcalá. Córdoba, después de

dos meses de resistencia, fué tomada por los árabes.

En el entretanto, Rodrigo, escapado, según se cree, de

la derrota de la Janda, se había refugiado en Mérida, donde

reunió tropas. Con ellas amenazó á Toledo, y Tárik, ante el peligro,

pidió fuerzas al gobernador de la Mauritania, jefe superior

suyo, Muza.

Llegó éste en 712 con fuerte ejército, y comprendiendo que

el peligro mayor estaba en Mérida, después de apoderarse de

Sevilla y otros centros se dirigió allá, sitiando la plaza. Resistió

ésta por un año, al cabo del cual fué asaltada.

Hasta entonces, los invasores habían encontrado escasa resistencia

y más bien simpatía en la masa de la población civil, que

les abría, á veces, las puertas de las ciudades. Los árabes dejaban

poca guarnición en los puntos conquistados, confiando la

guarda de los fuertes y la administración á los judíos; pero desde

la toma de Mérida, parecen cambiar las cosas. Sin duda hubo de

manifestar entonces Muza su propósito de mudar el carácter,

de la guerra, conquistando para sí—es decir, para su rey ó califa—

la Península, en vez de limitarse á ser simple auxiliar (con

determinadas ventajas) del conde Julián ó de los Witizanos contra

Rodrigo; ó tal vez la noticia de vivir éste aún y de tener

tropas con las que resistía, reanimó algo el espíritu público. Lo

cierto es que, apenas tomada Mérida, se inicia una resistencia

general de parte de los cristianos, cuyo primer acto fué la sublevación

de Sevilla. Muza envió contra ella á su hijo Abdelaziz,

y él prosiguió adelante hacia la Sierra de Francia (provincia

de Salamanca), donde, á lo que parece, se había refugiado

Rodrigo con nuevas fuerzas. Unidos Muza y Tárik—que llegó

de Toledo—se dio una batalla cerca del pueblo de Segoyuela

(Septiembre de 713), en la cual créese fué derrotado y muerto

el rey visigodo.

Con esto queda terminada la dominación visigoda. Los árabes

no pensaban ya en favorecer á los partidarios de Achila y

ESTADO SOCIAL 201

nombrar nuevo rey, sino que hacían la guerra por su cuenta,

despreciando á los Visigodos. Muza se dirigió desde Segoyuela

á Toledo, que se había sublevado al salir Tárik, y, entrando

en ella, proclamó al califa como soberano. Así empezó la dominación

oficial de los árabes.

2—ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA

126. Elementos civilizadores en la época visigoda.—La

población de España era ya muy heterogénea y mezclada cuando

llegaron los Bárbaros. Con éstos se complicó aún más, pudiendo

distinguirse los siguientes elementos de tipo distinto: el germano,

representado por las diferentes tribus invasoras; el romano-latino,

á que pertenecía gran número de los habitantes de la Península,

romanizados completamente, ó muy influidos por la civilización

romana; el romano-bizantino (desde antiguo influyente en los Visigodos),

que puso el pie en España y dominó en las regiones

del S. y E. durante mucho tiempo (desde Atanagildo á Suintila)

y que indirectamente, por medio del clero, pesó también sobre

las regiones no dominadas. Añádase á esto el fondo de la población

indígena, muy mezclada y en diversos grados y tipos de

cultura, según hemos visto (§ 20). De todos estos elementos, los

más fuertes eran el segundo y tercero. Los Germanos, y especialmente

los Visigodos, llegaron á España muy modificados en

sus ideas y costumbres primitivas por el roce largo y constante

con los romanos: así es, que poces cosas originales aportaron á

la civilización de la Península, excepto en el orden jurídico y en

el religioso. En cambio, el elemento romano-latino y el bizantino

siguieron influyendo poderosamente en la nueva dirección

impresa por el Cristianismo.

127. Estado social.—Al llegar los Visigodos, el estado social

de España podía resumirse en los siguientes términos: concentración

de la propiedad en pocas manos; gran desigualdad

de clases; desarrollo de la servidumbre, el colonato y la dependencia

serai-servil; limitación de la libertad personal y económica

mediante la sujeción á la Curia y á las corporaciones ó

colegios (§ 66). En punto á la familia, el tipo romano predominante

era muy análogo al moderno, habiendo desaparecido la'

202 HISTORIA DE ESPAÑA

antigua solidaridad de la gens, la sumisión de los descendientes

á los ascendientes, la indisolubilidad del lazo matrimonial y el

poder del padre, que en un principio existieron en Roma como

en líneas generales, existían entre los indígenas españoles (§21).

Los Godos modificaron apenas semejante estado de cosas

por lo que se refiere á las clases sociales y al orden económico;

pero en la vida familiar representaron como una reacción en el

sentido de las costumbres antiguas. En efecto, la base de su

constitución social era, como hemos visto, un respeto grande á

los lazos de familia y una gran solidaridad entre los parientes,

que no excluía la libertad individual de cada uno para ciertas

cosas de la vida. Así, todos los descendientes de un tronco común

se consideraban como formando un círculo especial cuyos

miembros se deben mutuo auxilio y protección, interviniendo

en los actos principales de la vida civil (matrimonio, tutela, herencia,

etc.) La ofensa inferida á uno de ellos era vengada por

los otros, reconociéndoles la ley este derecho; pero no siempre

se llegaba á derramar sangre en estas venganzas, pudiendo el

ofensor obtener el perdón de los parientes del ofendido mediante

el pago de una cantidad llamada composición ó wergheld. Esta solidaridad

modificóse algo en los últimos tiempos, por influencia

del derecho romano; pero es muy seguro que gran parte de las

modificaciones fueron más aparentes que reales, continuando

las costumbres conforme á las tradiciones antiguas, á pesar de

lo que la ley preceptuaba.

128. La familia.—Como la mujer se consideraba estar bajo

la potestad del padre—y en su vez, de la madre, los hermanos

ú otros parientes varones,—para poderse casar tenía el marido

que comprarla, es decir, que adquirir el derecho de ser su señor

mediante cierto precio, equivalente á la dote. Sin esto, y sin el

consentimiento de los padres ó parientes, no se podía celebrar

el matrimonio. Una vez casada, la mujer quedaba sometida al

marido. La dote solía consistir, entre las gentes ricas, en diez

esclavos, diez esclavas, veinte caballos y gran cantidad de adornos

y joyas, que el marido recobraba si la mujer moría sin hijos

y sin testar. Era condición fundamental del matrimonio la fidelidad

de la esposa, castigándose el adulterio duramente y constituyendo

causa de divorcio, también posible por otros motivos.

CLASES SOCIALES 203

A los hombres se les permitía que tuviesen otras mujeres en calidad

de ilegítimas ó concubinas. Todo lo que marido y mujer

ganaban mientras subsistía la unión, formaba una masa común,

que se dividía al morir uno de los cónyuges, generalmente en

proporción al capital aportado por cada uno.

Conocieron los Visigodos el testamento para transmitir los

bienes de la familia, habiendo adoptado en esto las reglas del

derecho romano. Los descendientes eran herederos forzosos en

los 4/3, y la viuda participaba en usufructo de los bienes del marido

difunto, mientras no volviese á casarse.

En punto á los hijos, se prohibió en la ley el antiguo derecho

de vida y muerte que tenían sobre ellos los padres, sin negarles

la potestad que tanto al padre como á la madre correspondía

para la educación y régimen de aquéllos, á quienes también se

les reconoció la facultad de constituir propiedades particulares

(peculios) con todo lo que ganasen en ciertas condiciones mediante

su trabajo ó por donación del rey y otras personas.

De todas estas ideas resultaba un sentido más orgánico que

el de la familia romana de los últimos tiempos, una menor corrupción

de costumbres, y cierta consideración distinguida á la

mujer (mayor que en otras leyes bárbaras de la época), aunque,

por otra parte, estuviese sujeta al poder del marido y cargasen

sobre ella todos los trabajos de la casa.

129. Clases sociales.—En este punto no modificáronlos

Visigodos el estado de cosas que hallaron en las provincias romanas,

sino que más bien ayudaron á acentuarlo, extendiendo los

grados de servidumbre y dependencia personal. En virtud de

esto, distínguense en la sociedad visigoda los hombres libres

de los siervos, hasta el punto de prohibirse el matrimonio entre

personas de ambas clases. Figuraban en primer lugar entre los

libres los. nobles, constituidos al principio en una clase hereditaria

y cerrada, que con las invasiones fué variando de condición.

Cesó, en efecto, el privilegio de pertenecer á ella tan sólo los

miembros de determinadas familias, y se abrió á todos los que

conquistaban riquezas (tierras cedidas por el rey, botín de guerra,

etc.), ó lograban ocupar un puesto importante en la corte.

Con esto, la nobleza perdió algo de su importancia tradicional,

y se hizo, en cierta medida, dependiente del rey; mas procuró

204 HISTORIA DE KSPA-ÑA

constantemente romper esa dependencia, ayudada por la aristocracia

hispano-romana que subsistía, y con la cual, no obstante

repugnancias y choques que duraron algún tiempo á consecuencia

de las guerras de la conquista, se fundió al cabo en la lucha

por el poder y en el goce de los cargos públicos. La oposición

constante que hubo entre los nobles y el rey, no sólo tenía por

objeto (§ 119) la sucesión á la corona, sino también la supresión

de la facultad que ejercían los reyes de crear nobleza y de quitarle

sus prerrogativas. Los nobles de la España goda se designaban

con los nombres de potentes, optimates y proceres. Particularmente,

las leyes designan con el de séniores á los nobles godos,

y con el de senatores á los hispano-romanos. Potentiores y possessores

eran los grandes propietarios de este origen.

Los hombres libres que no pertenecían á la nobleza, vivían,

por lo general, dependientes de ella, bien en las formas antiguas

del colonato y el patrocinio (para los libertos), bien como cultivadores

libres ó arrendatarios, ó como industriales y obreros en

las ciudades. Estos mejoraron de condición, por haber aflojado

los Visigodos los lazos de sujeción forzosa que antes los ligaban

álos colegios y corporaciones, al paso que los cultivadores libres

fueron perdiendo con el tiempo hasta confundirse con los colonos

en la herencia de la profesión y la inseparabilidad de la tierra.

Pero lo característico de la época visigoda es el gran desarrollo

de una nueva clase de hombres libres patrocinados, llamados

bucelarios, que se ponían voluntariamente al servicio de otros

poderosos ó influyentes, para que éstos los protegieran, de modo

análogo á los antiguos clientes (§ 22). Conservaban, á pesar

de esta dependencia, todos sus derechos personales, y recibían

armas y bienes (generalmente, tierras) del patrono ó señor, á

quien acompañaban á la guerra. Tenía el bacelario la facultad de

romper cuando le conviniera el lazo de dependencia, diferenciándose

en esto de los libertos, ligadös perpetuamente al patrocinio.

El señor, no sólo se obligaba á amparar y defender al

bacelario, sino que debía casar á las hijas, quienes, al morir el

padre, quedaban bajo la potestad del patrono hasta tomar estado.

Por esta protección, y por el beneficio material que recibían con

las tierras donadas, los bucelarios hallaban ventaja en mantener

su situación y era raro que la rompiesen, no obstante su dereLA

MONARQUIA 205

cho para hacerlo, á menos que encontraran otro señor que les

conviniese más.

Como se ve por todo esto, el hecho general era la existencia

de pocos hombres completamente libres, y la formación de distintos

grados intermedios hasta el más inferior de la esclavitud

ó servidumbre, que continúa como en tiempos anteriores. Esta

acentuación de la dependencia personal se debe principalmente

al estado de inseguridad que había en aquellos tiempos de guerra

y movimiento constante y á la falta de organización robusta

en las funciones protectoras de los poderes públicos.

En punto á los judíos, que constituían una clase aparte, ya

hemos visto las vicisitudes que sufrieron en su derecho personal,

hasta perder extraordinariamente en condición en los últimos

tiempos. A los extranjeros se les reconocían, por lo general,

sus derechos y el valor de sus leyes nacionales, como se ve

en el Líber ¡udiciorum por lo que toca á los mercaderes que acudían

ó estaban establecidos en los puertos de mar.

130. La división de tierras Al entrar en las Galias los

Visigodos, se adjudicaron parte (2/3) de las tierras de los possessores

romanos y la mitad de las casas, en virtud de la ley de

alojamientos que regía en el imperio romano, puesto que los

soldados de Ataúlfo ocuparon aquellas provincias romanas como

tropas auxiliares del emperador.

En España se sabe positivamente que realizaron este reparto

los Suevos; y es indudable que lo mismo hicieron los Godos

después de las conquistas de Eurico en los puntos que poblaron,

por lo que toca á las tierras de labor y á parte de los bosques.

Probable es también que verificaran el de las casas, el

de los esclavos ó siervos adscritos al cultivo de los campos y

el de los instrumentos de labranza. De todos modos, parece

haber sido mennr en la Península que en las Galias el despojo

de la propiedad particular.

131. La monarquía.—En el orden político, los cambios

introducidos por los Godos fueron mayores que en el orden

social.

En los primeros tiempos de la organización política de los

Visigodos en Oriente, la monarquía fué mixta de electiva y hereditaria,

pues si el rey era nombrado en las Asambleas popu2θ6

HISTORIA DE ESPAÑA

lares, éstas no podían hacer recaer el nombramiente sino en

persona de determinada familia. El rey tenía como atribuciones

principales el mando del ejército y la administración de justicia.

Con la invasión en territorios del Imperio, se romaniza la monarquía

y toma para sí todas las funciones económicas y administrativas

y el poder legislativo, asesorándose, unas veces y

otras no, de los nobles. La elección del rey dejó de hacerla directamente

el pueblo, pasando este derecho á la Asamblea aristocrática,

y guardando la ley de sucesión en la familia real, que

era lade los Baltos. Extinguida esta familia, sobreviene un largo

período—desde Amalarico á Liuvigildo—de luchas civiles entre

las varias familias que aspiran el trono. Liuvigildo es el primer

soberano que ostenta públicamente y con todos sus atributos el

título y las insignias de rey, y con él se afirma el sentido absoluto

de la institución, conforme al tipo del imperio romano. El

mismo Liuvigildo y otros reyes posteriores trataron, como hemos

visto, de convertir en completamente hereditaria la sucesión

á la corona, asociando al trono á sus hijos, y en esta tendencia

contaron con el apoyo del alto clero católico, que veía

en ello el medio de acabar con la anarquía y las guerras civiles;

pero la nobleza se resistió constantemente á estas novedades,

defendiendo la forma electiva y la libertad en la elección,

sin sujetarse á determinada familia, lo cual permitía que todas

pudieran aspirar al trono. Esta tendencia predominó en la legislación,

en la cual hay diferentes disposiciones que prescriben

la forma en que ha de ser elegido el rey por una asamblea

de nobles y eclesiásticos; pero, de hecho, hubo varios casos

de sucesión hereditaria. El carácter absoluto de la monarquía

no se modificó por estas luchas.

132. Los auxiliares del rey.—Figuraba al lado del rey un

Consejo compuesto de nobles y cuya función era puramente

consultiva, no estando obligado el rey á consultarlo para dictar

leyes ó adoptar otras medidas de gobierno. Los ancianos

que lo componían—dice un autor de la época—«según su antigua

costumbre se reúnen al levantarse el sol, reflejándose en ellos,

bajo el hielo de la vejez, el ardor de la juventud. Causa repugnancia

la tela que cubre sus cuerpos descarnados; las pieles de

LOS AUXILIARES DEL REY 207

que se visten, apenas les llegan á ias rodillas; sus botas de cuero

de caballo, sujetas con un sencillo nudo á la mitad de la pierna,

dejan descubierta la parte superior». El tiempo á que se

refiere este autor es á mediados de siglo v. Más tarde, los Visigodos,

al fijar su corte y engrandecerse, dieron más pompa á

sus reuniones y vistieron con mayor lujo, á ejemplo de los romanos.

Desde Recaredo figuran los obispos en el Consejo Real.

Andando el tiempo, nace otra institución política consistente

en un Consejo más numeroso, ó Asamblea, en la cual tomaban

parte obispos y nobles, visigodos é hispano-romanos. No se

sabe bien el origen directo de estas Asambleas, llamadas Concilios

(y que no deben confundirse con los Concilios puramente

eclesiásticos: § 70): quizá se formaron á imitación de las antiguas

provinciales, ó continuando una costumbre visigoda, unida

á la necesidad de tener en cuenta la importancia de los prelados

y nobles, jefes de la población de origen romano. Estas

Asambleas tenían carácter mixto, consultivo y deliberante, y

la primera noticia que sabemos de ellas procede del reinado

de Alarico II (siglo vi), el cual sometió á una reunión de este

género la ley romana que mandó redactar (§ 103). Después de

la conversión de Recaredo, crece enormemente la influencia y

representación de los Concilios, probablemente reorganizados

por este rey. Se convierten en centro del poder legislativo,

aunque siempre con el monarca, que es el poder supremo.

Formando parte de ellos el clero y la nobleza, dejan oir á

menudo voces expresivas de las aspiraciones políticas y sociales

de ambas clases, y representaban, además, el centro superior

de cultura, no sólo jurídica, sino de todos órdenes, en el

Estado visigodo. A pesar de esto, no quedaron los reyes subyugado

á los Concilios, ni siquiera al alto clero que en él predominaba.

Mantenían aquéllos su política independiente, imponían

las leyes, y en el Concilio solían buscarían sólo el reconocimiento

y la aprobación de sus actos y propósitos, que siempre

lograban, aun en casos muy graves de usurpación/Teniendo en

sus manos á la nobleza (§ 129), contra la cual luchaban continuamente—

y que asistía al Concilio, no por derecho propio, sino

por delegación real,—y al clero, puesto que el rey era quien

nombraba y deponía á los obispos, antes y después de Recaredo,

2θ8 HISTORIA DE ESPAÑA

utilizaban ambos elementos para sus fines; y si alguna vez coincidían

con las aspiraciones de ellos ó las aceptaban, era, bien á

la fuerza, obligados por las circunstancias (como Recesvinto en

el Concilio VIH de Toledo, para apaciguar la lucha con los nobles),

bien por simple conformidad de sus ideas ó conveniencias

con las del clero y nobleza. El elemento eclesiástico, como

representaba una fuerza social y el superior grado de cultura,

tuvo efectivamente influencia directa y personal (é indirecta

por la educación, por el prestigio) en la legislación y en el

gobierno, siendo utilizado por los reyes godos—como por los

francos y los emperadores de Oriente—en calidad de contrarresto

de la inmoralidad reinante y de la anarquía aristocrática;

pero nunca manejó el Estado por sí mismo. Si los reyes y el

pueblo se muestran á veces fanáticos é intransigentes en materia

religiosa, ó extraordinariamente favorecedores de la Iglesia, es

porque lo sienten motu proprio, porque es éste el espíritu de la

sociedad, y no porque cada ley, cada determinación, esté

tomada y aconsejada directamente por los obispos.

La manera de celebrar los Concilios era ésta: reuníanse los

miembros de ellos en una iglesia—en Toledo, la de Santa Leocadia—

convocados por el rey, el cual tenía, tanto en la fecha de

convocación como en el llamamiento de personas, libertad

absoluta; y después de varias ceremonias religiosas, con asistencia

del soberano, leíanse las proposiciones que éste presentaba

para convertirlas en ley (tomo regio). Generalmente, los

primeros días se dedicaban á la resolución de los asuntos puramente

eclesiásticos, en los cuales el rey tenía gran intervención,

á título de jefe civil de la Iglesia. A estas reuniones no asistían

ios nobles, los cuales entraban en el Concilio sólo para deliberar

sobre las cuestiones políticas y de derecho que se trataban después,

pero sin corresponderles iniciativa ninguna, que únicamente

tenían el rey y. alguna vez los obispos. Al terminar las

sesiones hacíase entrar al pueblo y se leían los acuerdos adoptados

para que los aclamase. El rey conservaba siempre el derecho

de oponer su veto á las resoluciones que sin su iniciativa

se acordasen; de modo que, en rigor, todo dependía de él.

Al lado del monarca estaban también los llamados leudes ó

fideles, especie de bucelarios del monarca, que se consideraban

ORGAN,ZACION ADMINISTRATIVA 209

ligados á la persona de aquél de un modo estrecho, y que por

esta intimidad formaban el núcleo de la nobleza cortesana.

133. Las leyes.—Hemos hecho ya referencia á las leyes

principales que dictaron en España los reyes visigodos. Escribíanlas

en pergamino y las sellaban con sello, depositando en el

archivo real un ejemplar auténtico, del cual pudieran sacarse

las copias necesarias. De las reuniones de los Concilios se escribían

actas ó relaciones, la mayor parte de las cuales han llegado

hasta nosotros. Para conocimiento del pueblo, las leyes

importantes solían promulgarse grabándolas en tablas de bronce,

á estilo romano, y colgando éstas en sitios públicos.

Queda dicho en párrafos anteriores que durante mucho

tiempo la población visigoda y la de origen romano se rigieron

por leyes distintas en el orden civil, porque en el político

y en el administrativo unas mismas regían para todos. Probablemente,

también los indígenas españoles conservaron en algunos

territorios sus costumbres jurídicas. El principio establecido en

e;ta materia era que en las relaciones entre individuos de una

misma raza se aplicase su ley especial. En las relaciones mixtas

de Visigodos con hispano-romanos, se aplicaba la ley de los primeros,

aunque con ciertas modificaciones que la acercaban al

tipo romano. Con la unificación legislativa de Chindasvinto

(§ 120) desaparecen estas diferencias y sólo hubo, á lo que

parece, una ley común para vencedores y vencidos, el Líber

ludiciorum que hoy conocemos con el nombre de F'uero Juzgo.

Pero esto no excluyó la subsistencia en gran medida de las antiguas

costumbres, aun tratándose de materias en que la ley las

había modificado; lo cual prueba la escasa eficacia que los preceptos

de los poderes públicos tenían en aquella sociedad heterogénea

y sólo aparentemente organizada.

134. Organización administrativa.—Una vez fijados los

Visigodos en las antiguas provincias romanas, empezaron á

ordenar el gobierno de sus territorios, y para esto adoptaron el

molde romano. Al hablar de la regencia deTeodorico (§ 105)

indicamos algunas de las reformas introducidas por él, á semejanza

de lo que existía en el reino ostrogodo. Más tarde, las dos

ó tres provincias en que se dividían los territorios visigodos se

convirtieron—por ampliación de lo conquistado—en muchas

210 HISTORIA Dá ESPAÑA

más. Liuvigildo estableció ocho (año 579). Al frente de cada

una de éstas había un gobernador con título de duque, y al

frente de las ciudades principales un jefe llamado conde. Ambos

intervenían en la administración militar, la judicial y la política.

En la capital del reino residían los jefes supremos de los diferentes

órdenes de la administración, componiendo lo que se

llamaba el oficio palatino, copiado de los romanos, con sus comes

del Tesoro, del ejército, etc. El municipio subsiste en las

ciudades, en la forma de la decadencia romana (§63), aunque

aliviadas las cargas de los curiales. La población del campo

estaba regida por funcionarios llamados, de una manera general,

prepósitos; y se reunía también en asambleas de vecinos

(godos y romanos) llamadas convenías publicas vicinorum, para

decidir acerca de las cuestiones de propiedad rural, división de

tierras, ganadería, persecución de siervos huidos y otras de

interés local. El defensor civitatis continúa igualmente.

En la función propiamente judicial intervenían las mismas autoridades

administrativas citadas y tribunales colectivos como el

Oficio Palatino, que conocía de los delitos de los fuieles del rey

y de los nobles en genera!; los Concilios, que examinaban las

reclamaciones de los particulares contra las extralimitaciones

de los funcionarios públicos; el Concilio provincial, formado

por los aclesiásticos de una provincia bajo la presidencia del

obispo, para iguales fines que el Concilio general, y, por fin, la

Curia en los municipios, que decide sobre ciertos asuntos de

carácter civil y criminal. El rey nombra también, para ciertos

negocios, jueces extraordinarios ó especiales, llamados Pacis

assertores. Los obispos ejercían en representación del rey una

función fiscalizadora ó inspectora de la administración de justicia,

é intervenían en asuntos del orden civil como la tutela, los

testamentos y otros, así como en el cumplimiento de las leyes

militares. Pero toda esta compleja organización no era más que

aparente. En rigor, no había justicia segura. Los jueces, lejos de

amparar á los débiles y á los que tenían derecho, cometían, á

pesar de las muchas restricciones acumuladas en la ley, toda

clase de arbitrariedades. Los reyes, escuchando las quejas del

pueblo, hubieron de dictar π φ de una vez disposiciones para

moralizar y encauzar este orden dé la administración. En la

LA IGLESIA CATÓLICA 2 1 I

última compilación de leyes visigodas se comprenden varias que

establecen la responsabilidad judicial por el perjuicio que se

cause á los litigantes, de que respondía el juez con sus bienes

y, de no tenerlos, con azotes y la esclavitud.

Las penas que principalmente se imponían á los delitos eran

las de muerte (por el fuego, á los incendiarios), cegamiento,

confiscación y azotes. El tormento, como medio de obtener

confesión de un delito, sólo se aplicaba á los plebeyos.

La Hacienda pública manteníase principalmente de las contribuciones,

que eran pocas al principio, menos que en los últimos

tiempos del imperio romano. Las más importantes fueron:

la territorial (functio publica) y la llamada tributuirij que se pagaba

en metálico ó en especie conforme al rendimiento del

cultivo de los campos. Las pagaban únicamente los hispanoromanos.

135. El ejército.—El servicio militar era, entre los Visigodos,

obligatorio por costumbre y por la ley. Cuando se establecieron

en las provincias, obligaron también á los subditos

romanos, nobles, plebeyos y siervos. Todos servían juntos. El

ejército se dividía en grupos de ioo hombres, con un jefe llamado

centenarius. Había otros grupos superiores, de ι,οοο hombres

llamados tiufadlas, institución de origen germano cuyo jefe,

tiufado, era al propio tiempo juez de sus soldados en tiempo de

guerra y, según se cree, también en tiempo de paz. Los patrocinados

ó clientes iban formando una agrupación mandada por el

patrono ó señor. Con el tiempo, la obligación del servicio fué relajándose,

bien por haberse afeminado las costumbres visigodas,

bien por resistirse á él los nobles turbulentos y enemigos de la

corona. Wamba tuvo que dar nuevas leyes recordando aquella

obligación y reorganizando el ejército. Este no era permanente

sino en una escasa parte, formada en su mayoría por la guardia

real reclutada entre los siervos, clientes ó libertos del rey, ó

constituida por hombres libres, á quienes se pagaba soldada ó se

cedían tierras en premio del servicio. Los demás eran llamados

en caso de guerra. Mandaba el ejército unas veces el rey y

otras un duque.

138. La Iglesia católica.—De la Iglesia arriana, que fué la

oficial hasta Recaredo, se sabe poco. Su organización era ana2

12 HISTORIA DE ESPANA

loga á la católica, puesto que ambas procedían de un mismo

tronco. Los obispos eran nombrados y depuestos por el rey.

La Iglesia católica continuó su organización y costumbres

de tiempo del Imperio. Los obispos seguían reuniéndose en

Concilios y comunicándose con el Papa, cuya autoridad reconocían.

Intervinieron muchas veces como mediadores pacíficos

en la invasión visigoda y en las luchas entre ésta y los Suevos

y los hispano-romanos. Durante el período arriano, como hemos

visto, sufrieron algunas persecuciones y se vieron privados

á veces de sus puestos y de celebrar Concilios; pero desde

Recaredo, convertida la Iglesia católica en oficial, se desarrolló

triunfante y normalmente, gozando sus principales miembros

de gran consideración é influencia social por su cultura.

Perdió, sin embargo, en independencia, porque los reyes, continuando

las prácticas del período arriano y de los primeros

emperadores, intervinieron más de una vez en cuestiones interiores

de la Iglesia, pero no en las dé culto y dogma (excepto

Recaredo), y se atribuyeron la elección de obispos.

Edificáronse muchas iglesias en este tiempo, compensando

así las destruidas durante las guerras de invasión; y las riquezas

de ellas crecieron mucho, merced, sobre todo, á los donativos

de los reyes y de los fieles. No pocas llegaron á tener

importantes propiedades de tierras y de siervos adscritos.

Los sacerdotes gozaban de ciertos privilegios, como la exención

de algunas penas y del servicio militar quizá hasta Wamba,

pero no de las contribuciones ordinarias, que pagaban también

las tierras y siervos de las iglesias. En el orden judicial estuvieron

sujetos á los tribunales ordinarios, sin obstáculo del

fuero de los obispos sobre los clérigos. Las causas de matrimonio,

divorcio, etc., se consideraban como civiles. Las iglesias

tenían el privilegio de amparar á los delincuentes perseguidos

que se refugiaban en ellas. Los perseguidores no podían

sacarlos á la fuerza, sin permiso de los sacerdotes; los cuales,

después de convencerse de la existencia del·delito, entregaban

al reo, pero con prohibición de matarlo. A esto se llama el

derecho de asilo.

Los monasterios crecieron mucho, fundándose en aquella

época algunos que más tarde tuvieron gran importancia en la

ELEMENTOS DE CULTURA 215

historia social y política de España: como el de Dumio (Braga),

creado por San Martín de Hungría; el de San Donato ó Servitano

(cabo Martín-Valencia); el de San Millán de la Cogolla

(Rioja) y otros. Los monjes dependían del obispo, que daba la

regla y nombraba al abad, mas podían acudir en apelación á

los tribunales civiles.

La manera de celebrar las ceremonias religiosas (culto) era

especial, diferente de la que se usaba en Roma. Llamábase

oficio gótico, y fué reorganizada y unificada por San Isidoro,

arzobispo de Sevilla.

En punto á herejías, la Iglesia católica tuvo que luchar en

este período, especialmente con la arrima, que por ser nacional

en los Visigodos se sostuvo durante mucho tiempo después de

haber perdido la protección de los reyes. Fuera de esto, el

trabajo principal del clero era ir desarraigando los restos de

las antiguas religiones peninsulares y de la pagana, que subsistían

en muchos puntos, y sobre todo entre la población del

campo, apartada de la influencia de las ciudades, grandes focos

de las ideas nuevas.

3.—VIDA INTELECTUAL Y ECONÓMICA.—COSTUMBRES

137. Elementos de cultura.—Según ya dijimos,notrajeron

los Visigodos elementos de cultura originales que pudiesen influir

en España. Como pueblo más atrasado, dejáronse influir

por la civilización romana en todos los órdenes, y de ella tomaron

los hábitos del comercio y la industria, de ella copiaron las

artes, y mediante ella perfeccionaron la agricultura y demás órdenes

de la vida.

Lo único propio que trajeron fué la lengua, con su escritura

especial (§92) y el fondo de ideas religiosas y jurídicas de su

vida primitiva. De las primeras puede decirse que no quedó

nada, absorbidas por el arrianismo. Sí de las segundas, que influyeron

en la legislación, y en algunas de sus formas se prolongaron

á tiempos posteriores.

Con la destrucción del poderío romano y de la organización

provincial, la cultura decayó enormemente. Desaparecieron las

escuelas oficiales, y la enseñanza se refugió en el elemento más

1 14

214 HISTORIA- DE ESPAÑA

instruido de aquella sociedad, único que no ocupaba su tiempo

en las guerras continuas: el clero. En las iglesias y en los monasterios

formáronse escuelas donde se estudiaban, no sólo las

materias peculiares á la instrucción religiosa, sino las generales

humanas, desde la primera enseñanza, de la cual se conoce la

existencia de una escuela, la de Cauliana (Mérida). En estas

escuelas se introdujo la novedad—debida á las ideas cristianas

en punto á las relaciones de los sexos—de separar á los niños

y las niñas; con lo cual, retrayéndose la mujer, quedó su educación

reducida á la que pudiera adquirir en casa. Pero la casa, en

aquellos tiempos de lucha constante y de incultura, poco podía

ofrecer para la educación femenina.

Aparte de estas escuelas de las catedrales y monasterios, naturalmente

influidas y supeditadas á la enseñanza religiosa, los

judíos tenían academias propias, en las cuales los profesores

leían y comentaban los libros delante de los alumnos: sistema

que luego pasó á las Universidades de siglos posteriores.

Los gimnasios, que tan abundantes habían sido en la época

romana, desaparecieron. En el orden de la educación física, los

Visigodos sólo adoptaron los llamados juegos militares, especie

de torneos en que se probaban las fuerzas de los combatientes.

138. Lengua y escritura.—Tres lenguas se conocieron en

la España visigoda: el godo, que trajeron los invasores, pero

que había caído en desuso; el latín, que hablaba la población

romana y romanizada, y el vascuence.

El idioma godo contaba para su expresión con la escritura

llamada ulfilana (§ 92), que fué el órgano de la cultura arriana,

así como la latina lo fué de la católica. Con la conversión de

Recaredo, la preponderancia del elemento romano y la destrucción

de muchos libros arríanos escritos en gótico, decayó el uso

de esta escritura, aunque en el siglo vil aun subsistía.

En el uso general, y para los menesteres oficiales, le sustituyó

la escritura latina en una forma especial que tomó en España

y que se ha llamado impropiamente gótica, siendo su nombre

más apropiado el de toledana. En un principio se escribió sólo

con mayúsculas, y así están los manuscritos más antiguos. En

el siglo vil comenzaron á introducirse las minúsculas.

Es de creer que las iglesias y los obispos arríanos tuviesen

MOVIMIENTO LITERARIO 215

sus bibliotecas ó colecciones de libros. De las iglesias católicas

y de los monasterios se sabe positivamente que las tenían, dedicándose

muchos monjes ala copia de libros. Esta copia se

hacía en algunos puntos con ánimo mercantil, es decir, para

vender, constituyendo verdaderas ediciones manuscritas de los

libros más buscados. Existieron á este fin librerías, análogas á

las romanas. Algunos reyes y nobles reunieron también bibliotecas

importantes.

Aparte de estos dos elementos literarios—el visigodo y el

romano—existía en las regiones S. y E. de la Península el influjo

helénico, que se acrecentó con la larga dominación de los

Bizantinos y, en el orden erudito, por la constante comunicación

del clero católico con el de Oriente. Se sabe que muchos

sacerdotes estuvieron en Constantinopla, huyendo de las persecuciones

y estudiando. Así, que el griego fué conocido de todos

los hombres cultos en España, y con él su literatura déla época.

También se cultivaban el hebreo y el caldeo, no sólo en la

población judía, sino en los centros ilustrados. Mediante estas

lenguas comenzó á influir en la cultura española el elemento

oriental, que más tarde adquirió importancia al lado del clásico

ó greco-latino, que era el predominante.

139. Movimiento literario. Escritores.—La concurrencia

de todos estos elementos, si no pudo crear una cultura tan amplia

y profunda como la romana, mantuvo á lo menos cierta

vida intelectual, cuyo centro hallábase en las iglesias catedrales

y monasterios, y principalmente en Sevilla, donde se formó

una escuela, inspirada en la cultura clásica, de que fué jefe

ilustre el arzobispo San Isidoro.

La mayor parte de los escritores de esta época son, por razón

natural, eclesiásticos, y los asuntos de que tratan, principalmente

religiosos y morales. Citaremos los más célebres de

entre ellos: Orosio, autor de una historia general (Historiarum

libri VII adversus paganos, escrita en 417 por instancias de San

Agustín y muy interesante para conocer los primeros tiempos

de la invasión goda) y de otros libros apologéticos y de controversia;

Draconcio, de un poema titulado De Deo; Idacio, redactor

de un Chronicon en que se relatan las invasiones de los Germanos;

San Toribio de Astorga, gran polemista contra los

2 I 6 HISTORIA DE ESPANA

priscilianos; Montano, que escribió cartas morales á los habitantes

de Palència; San Martín de Braga, autor de varias obras

místicas y morales importantes; Liciniano y Severo, bizantinos;

el abad Donato, que traslado desde Africa á España su monasterio,

con una gran biblioteca que poseía; Masona, uno de los

obispos más ilustres en el clero visigodo; San Braulio, que

escribió una Vida de San Millán y Cartas interesantes para conocer

el estado social de aquella época; San Julián, autor de una

Vida de Wamba; el obispo de Zaragoza, Tajón; Apringio de

Beja; San Ildefonso de Toledo; Zazeo, de Córdoba, gran filósofo;

Juan de Biclara, á quien se debe una Crónica muy importante

para el estudio de las luchas políticas de los Visigodos;

San Leandro, que influyó mucho en la conversión de San

Hermenegildo; y sobre todos ellos, su disípulo, San Isidoro,

arzobispo de Sevilla, hombre de grandísima cultura clásica,

autor de muchos libros, entre los cuales descuellan: por su

interés histórico, un Chronicon ó Historia universal abreviada,

la Historia de los Godos, Vándalos y Suevos, y las Vidas de Varones

ilustres;por ser un resumen enciclopédico del saber greco-romano,

el que se titula Etimologías, y por su valor filosófico y jurídico,

los Libri Setentiarum. San Isidoro es el más alto representante

de la civilización clásica, de cuyos restos vivían las antiguas provincias

y ya veremos cómo su tradición literaria y científica no

sólo hubo de perpetuarse en España, sino que se reflejó ampliamente

en naciones extranjeras.

Al lado de estos escritores y hombres cultos figuraron otros

de procedencia laica, es decir, que no pertenecían al clero. Se

distinguieron, bien como autores, bien como polemistas ó como

aficionados á las letras é instruidos en ellas, los reyes Recaredo,

Chindasvinto, Recesvinto y Sisebuto, autor éste de

una vida de San Desiderio y quizá de varias Cartas á obispos

y patricios; el duque Claudio, condiscípulo de San Isidoro; el

conde Bulgarano, autor de Cartas; el conde Lorenzo, que po

seía rica biblioteca. Demuéstrase con esto que la nobleza visigoda

é hispano-romana no fué enteramente inculta y bárbara,

puesto que en ella figuraron escritores é individuos muy celosos

de la cultura.

La más alta representación de ésta hállase, no obstante, en el

CULTURA ARTÍSTICA 217

clero, y particularmente se advierte en el orden jurídico, en

forma de proposiciones y consejos ideales, ó de preceptos que

los traducen á la realidad legislativa, no siempre aplicada en la

práctica, por desgracia. En las obras de San Isidoro, Etimologías

y Libri sententiarum, y en otras de carácter teológico escritas por

diferentes p/elados, se consignan los principios de la doctrina

jurídica del clero español, principios reflejados en las consideraciones

morales con que empiezan ó van comentadas muchas

leyes del Fuero Juzgo. El origen divino del poder; la obligación

por parte del Estado de defender á la Iglesia; la sumisión

debida á la ley, como fórmula de justicia y de bienestar público,

incluso por parte de los mismos reyes, cuya tiranía anatematiza;

la separación entre la fortuna privada del monarca y el

patrimonio de la corona, para evitar usurpaciones de los soberanos;

el apoyo prestado á la forma de sucesión hereditaria

y al prestigio é inviolabilidad de la realeza, como medio de

terminar las luchas por el poder, y la represión y castigo de los

delitos religiosos por cuenta del Estado: tales son los principios

de la doctrina eclesiástica que influyeron en el derecho público.

140. Cultura artística.—Si en el terreno literario los Visigodos

fueron siervos de la cultura greco-latina, no lo fueron

menos, en el artístico. En arquitectura no hicieron sino seguir

la estructura clásica, aunque con marcada decadencia en los

materiales de construcción, en los planos y en los adornos, todo

más pobre, menos monumental que en la época romana, pero

todavía relativamente muy rico, á juzgar por las descripciones

que nos han quedado de las iglesias de Mérida y de Evora, la

primera seguramente del siglo vi. Quizá trajeron á España

elementos é influencias del arte oriental y del griego, recibidas

durante su estancia en las regiones del Danubio y el Don. En

igual sentido tenía que obrar el nuevo contacto con los bizantinos,

muy directo desde la entrada de ellos en tiempo de Atanagildo

y por virtud de las muchas relaciones científicas entre

España y Gonstantinopla (§ 138). En su virtud (y en la de influencias

de tipo germánico, que muy verosímilmente se ejercieron

en escala hoy imposible de apreciarse), modificóse el arte

latino, presentando algunos caracteres nuevos que lo diferencian

de las épocas anteriores.

2 l 8 HISTORIA DK ESPANA

Poseemos noticia de muchos edificios públicos —palacios,

iglesias, fortificaciones—construidos en la época visigoda; pero

pocos han llegado á nosotros en suficiente

grado de conservación para que

podamos ver directamente lo que era el

arte arquitectónico de entonces. Tal sucede

con la iglesia de San Román de

Hornija, cuya fábrica visigoda desbarataron

reformas posteriores. Con muy

leves alteraciones se conserva otra iglesia,

la de San Juan en Baños de Cerrato

(Palència), que generalmente se considera

como obra del siglo vn, aunque no

sea esto completamente seguro, y una

del siglo vi, San Miguel de Tarrasa. La

forma dominante en las construcciones

religiosas es la de basílica, en el tipo

latino ó en el bizantino,ó de cruzgriega.

La de Baños es de tres naves, con los

arcos de comunicación en forma de herradura—

como en otra iglesia de Cabeza

del Griego y algunas más—y cubierta de

vertientes. El

Fig. 61. — Trozo de ornamentación

que se cree perteneciente

;i la iglesia de San Juan

de Baños. (Guárdase en el

Museo Arqueológico Nacional.)

madera á dos

arco de herradura,

ya conocido por los hispano-

romanos, fué muy usado

por los visigodos en la planta

de los áhsides y en los arcos de

comunicación, hasta el punto

de constituir una característica

de su arte. Algún autor

cree poder clasificar entre los

monumentos visigodos, por su

planta y disposiciones, el Cristo

de la Luz, de Toledo, y la iglesia

francesa de San Germinyde-

Près, construida en 806 por

el obispo Teodulfo, español de

nacimiento. Esta iglesia tiene arcos de herradura en planta y

Fig. 62.—Capitel visigodo hallado en

Mérida.

CULTURA ARTÍSTICA 2¡9

en alzado. Otras (Bamba, San Miguel de la Cogolla, etc.) son

dudosas.

Mayor seguridad hay en la

atribución de capiteles muy característicos

hallados en Toledo,

Mérida y Córdoba y que

repiten formas greco-romanas,

cada vez más degeneradas. De

estatuaria suele citarse como

visigoda la imagen de San Juan

hallada en Baños;, pero no hay

probabilidad ninguna de que lo

sea. En punto á lápidas sepulcrales,

las hay numerosas, que,

como los capiteles, reproducen

motivos de la época romana

con evidente

de

genera- - Capitel visigodo utilizado en la

mezquita de Córdoba.

ción. Una

de ellas, descubierta en Écija, revela al

parecer muy marcadamente la influencia

bizantina. Otra, de Mértola (año 525),

lleva grabado el arco de herradura, frecuente

en las construcciones y decoraciones

de la época.

En punto á construcciones militares, se

perpetúa también la forma romana de las

murallas, torres y puertas, como en las

de Ercavica ó Cabeza del Griego, Évora

(debidas á Sisebuto), Toledo (reedificadas

por Wamba) y Córdoba (la puerta

llamada Occidental ó de Sevilla, que se

cree obra del siglo vu).

Las joyas, en metales preciosos y con

piedras, que constituyen lo más rico entre

Fig. 64 -Estatua de San l o s r e s t 0 ¡ , deJ a r t e v¡ s¡„o d o q u e han He

Juan hallada en la iglesia . . &""" 1

de Baños. gado á nuestros días, revelan marcada in2

2 0 HISTORIA DE ESPAÑA

fluencia bizantino-oriental. Así se ve en las coronas votivas

y cruces halladas en Guarrazar (Toledo), Elche y Antequera.

Las monedas, imperfectamente grabadas, eran de oro, copiando

los tipos latinos y bizantinos. Por algunas halladas

recientemente en Sevilla se ha venido en conocimiento de la

existencia de dos reyes (no mencionados en los documentos

conocidos hasta ahora), Judila y Jajita, que se cree no fueron

monarcas legítimos. El primero

dominó un extenso territorio

(de Granada á Mérida) á juzgar

por los lugares de acuñación de

sus monedas. Otra, descubierta

últimamente, revela el nombre

de un tercer rey, Suniefredo ó

Cuniefredo, que se cree también

usurpador del tiempo de

Recesvinto ó de Wamba.

141. Comercio é industria.

— Un pueblo puramente agricultor

como era el visigodo, y

empeñado, además, casi continuamente

en guerras, no podía

traer elementos propios de vida

al comercio ni á la industria.

Uno y otra siguieron en España

en manos de la población

romana y de los extranjeros,

griegos y judíos principalmente.

El comercio hacíase en su mayoría

con Levante, por medio de barcos, de los que muchos

eran españoles. La marina de guerra visigoda llegó á ser muy

importante. Continúan las aduanas para los productos que

venían de fuera.

En punto á industrias, subsistieron algunas de la época

romana: de seda, lana é hilo, fundiciones de hierro, fábricas

de armas, molinos, minas y astilleros para la construcción de

naves.

Los oficios, continuando la dirección impresa en las corpora-

Fig, 65. — Torre visigoda de Carcasona.

COSTUMBRES GENERALES 22 1

ciones romanas, se organizaron como cuerpos cerrados, distinguiéndose

en cada uno dos categorías: la de maestros y la de

aprendices. Los que no pertenecían al cuerpo en uno de estos

dos grados, no podían ejercer el oficio.

Fig. 66.—Coronas y cruces visigodas halladas en Guarrazar.

142. Costumbres generales.—Así como hemos visto que

en los últimos tiempos de Roma la población tendía á concentrarse

en las ciudades, con la entrada de los Germanos se

desparrama otra vez por los campos; ya por crear los nobles

hispano-romanos núcleos de resistencia cuyo centro eran sus

222 HISTORIA DE ESPANA

propiedades.territoriales con casas.ó aldeas fortificadas, ya por

el establecimiento de los Visigodos en posesiones: de carácter

rural. Los nobles de la raza iavasora llegaron, en efecto, á poseer

extensos terrenos, en los cuales vivían rodeados de numeroso

cortejo de bucelarios, colonos y siervos, que formaban

como un pequeño ejército y corte.

En las ciudades predominaba la vida de tipo romano, á la cual

fueron amoldándose los Visigodos. Poco á poco olvidáronse las

antiguas costumbres modestas y sencillas, propias de un pueblo

pobre, para adoptar las fastuosidades y lujo de la civilización

romana de los últimos tiempos, sin que por esto se asimilasen

los Visigodos aquel refinamiento del espíritu latino que trascendía

á todos los actos de la vida. La corte de Eurico y la de Liuvigildo

son muestra de la citada conversión á las costumbres

romanas, de tal modo, que hubo que dictar leyes para reprimir

el lujo de los particulares.

La ocupación principal de los Visigodos fué la guerra, bien

de conquista, bien civil, entre los nobles, ó entre éstos y el rey.

Los soldados vestían arnés y casco de cuero, cota y escudo de

metal, y llevaban muy largo el cabello, distinguiéndose en esto

de los hispano-romanos. Semejante costumbre vino á ser un

signo de raza, de tal manera, que el hecho de cortarse el pelo

inhabilitaba para ejercer cargos públicos y especialmente el de

rey, que había de recaer siempre en un godo. Como armas,

llevaban flechas, lanza, espada y puñal, y los toques militares

los hacían sonando cuernos ó bocinas. Aparte de esto,

vestían una especie de sayo de lana ó piel y un gran calzón

forrado.

Los nobles y las gentes ciudadanas modificaron su traje

amoldándolo al tipo romano. La relajación de costumbres llegó

á tanto en los últimos tiempos, que muchos sacerdotes, no obstante

prohibírselo los cánones, vivían públicamente casados y

tenían hijos. Las leyes castigaban severamente esta licencia,

que, sin embargo, continuó por mucho tiempo. Las supersticiones

alcanzaban hasta las clases más altas. Con frecuencia, los

jueces acudían á los adivinos y hechiceros para fallar los pleitos,

cosa que las leyes castigaban. Otra superstición curiosa y

terrible consistía en celebrar misas por personas vivas como

COSTUMBRES GENERALES 225

si estuviesen ya muertas, con lo cual se creía acelerar su fallecimiento.

Los homicidios eran frecuentes; la seguridad personal muy

escasa, á pesar de que los reyes trataron de reprimir los desórdenes,

la intranquilidad y los vicios más comunes. En este punto

se llegó á tomar medidas tan escrupulosas como la de prohibir

que ningún médico visitase y curase á mujer sin la presencia

de los padres ó parientes de ella, y en su falta, de vecinos. A

los médicos hacía también la ley responsables, con penas de

multa y hasta servidumbre, de los malos efectos de su medicación

y de que ésta produjese la muerte.

Una de las diversiones más populares de la época parece

haber sido las corridas de toros, á las cuales se mostraron aficionados

incluso algunos miembros del clero; bien que no esté

probado el ejemplo, que comúnmente se cita á este propósito,

del obispo Eusebio de Tarragona.

Segunda époea.-Lia dominación musulmana

y 1a feeonquista

i.—PRIMEROS TIEMPOS DE LA DOMINACIÓN. EL EMIRATO

DEPENDIENTE

143. Los nuevos conquistadores de España.—Suele llamarse,

á los conquistadores que vinieron de Africa y produjeron

la caída del reino visigótico, árabes, y con ese nombre los hemos

designado hasta aquí. Conviene, no obstante, determinar algo

más las cosas, para inteligencia de los hechos ulteriores.

Eran los árabes un pueblo que habitaba la parte occidental

de Asia y principalmente la península de su mismo nombre,

Arabia. Divididos en tribus, sedentarias unas, nómadas otras,

cada una con su jefe especial, llamado jeque, no formaban propiamente

una nación ni un Estado, porque las tribus, lejos de

estar unidas y reconocer un poder común, vivían dispersa s

é independientes, celosas las unas de las otras y en luchas con

tinuas. El único lazo que el árabe reconocía era el de su tribu:

por ella y por los que á ella pertenecían (sus con-tributos) estaba

dispuesto á todo; pero con los demás nada tenía que ver. De

semejante estado de disgregación vino, en parte, á sacarlos un

hombre llamado Mahoma, que era, á la vez, un fanático en

religión y un político ambicioso. Sucedía esto á principios del

siglo VIL Los árabes profesaban creencias religiosas, la mayoría

de las cuales reconocían diferentes dioses ó ídolos, que se

veneraban en la Meca, ciudad situada en la vertiente arábiga

ORGANIZACIÓN DEL IMPERIO MUSULMÁN 22 5

del Mar Rojo. Mahoma empezó á predicar una religión nueva,

cuyas ideas estaban tomadas del Cristianismo y del Judaismo,

proclamando la existencia de un solo Dios (Al-lah), la resurrección

de los muertos, el juicio final, en virtud del que irán los

buenos al Cielo y los malos al Infierno, y otros dogmas. Prescribía

á los creyentes la obligación de rezar cinco veces al

día, de ayunar durante un mes al año (Ramadán), de hacer

limosnas y de visitar, una vez en la vida al menos, el templo

de la Meca. Todos estos preceptos se consignaron en un libro

llamado Alcorán, que es como la Biblia del Mahometismo.

Los árabes, bastante escépticos y positivistas, se burlaron en

un principio de Mahoma y hasta lo persiguieron·, pero la energía

y la constancia de éste, ayudadas por la fuerza de las armas

de los partidarios que logró conquistar, impusieron su doctrina

y su poder. Las tribus árabes—sin participar en su mayoría del

celo religioso de Mahoma—se dejaron arrastrar más bien por

el espíritu guerrero, conquistador, de aquél y de sus sucesores,

y se unieron para este efecto, conquistando en pocos años casi

toda la Siria y el África del N., incluso Egipto (697-708). Los

pueblos dominados, y que aceptaban más ó menos gustosamente

la nueva religión, se. conocen con el nombre de Musulmanes,

Mahometanos ó Sarracenos. Entre ellos era el árabe el

principal—por ser quien los había conquistado y ser árabe

Mahoma,—pero no el único. Por eso el nombre de árabes no

conviene, en rigor, á todos los musulmanes.

144. Organización del imperio musulmán. —Uno de los

efectos principales que produjo la predicación de Mahoma fué

la creación de cierta unidad política, mediante el reconocimiento

de un jefe supremo, llamado califa. Las provincias conquistadas

tenían sus gobernadores, y así los hubo en Egipto y en África

occidental. Pero la existencia del califa no daba más que una

aparente cohesión á las tribus árabes. De hecho, continuaron

entre ellas las guerras, ya para conquistar el favor del soberano,

ya para nombrar uno á su gusto. Uniéndose á esta división tradicional

las causadas por la diferencia en estimar y practicar las

ideas y preceptos religiosos, produjéronse diversos partidos

que lucharon sin tregua y sangrientamente en todos los territorios

musulmanes.

226 HISTORIA DE ESPANA.

De estos partidos eran los más enemistados el yemeni ó kelbi y

el maadi ó caisi, cada uno de los cuales representaba dentro

del pueblo árabe un núcleo de tribus afines entre sí y distintas

de las que formaban el otro. Puede decirse que la historia

interna del imperio musulmán se reduce á la lucha constante

de estos dos partidos, lucha que, unida á la natural independencia

y odio respectivo de las tribus, no dejó que se consolidara

un poder político robusto, y trajo consigo la disgregación

de los dominios árabes, causa de su ruina.

145. El Noroeste de África.—Los moros.—A principios

del siglo viu estaba ya conquistada toda el África del Noroeste

que había pertenecido antes al imperio bizantino. Los Árabes

encontraron allí como base de población, á los Beréberes, pueblo

de otra raza que aquéllos, aunque organizados también por

tribus. Estos Beréberes son los que se conocen propiamente con

el nombre de Moros. Diferenciábanse de los árabes en ser más

fanáticos que éstos—dominados como se hallaban por la clase

sacerdotal (santones) á quien respetaban más que á los jefes de

tribu ó jeques,—y por un sentido democrático contrario á los

instintos aristocráticos de los árabes. Los Beréberes no aceptaron

de buen grado la dominación. Se resistieron á ella todo

lo que pudieron, y, aunque vencidos, quedaron como enemigos

constantes de sus vencedores, sublevándose más de una vez

contra ellos. Aceptaron en cambio la nueva religión con gran

fervor, adoptando las ideas de las sectas más intransigentes y

celosas, en lo cual hallaron también motivo de disentimiento

con los indiferentes árabes, motivos que influyeron no poco en

las conquistas. Precisamente las tropas musulmanas que en 711

invadieron la España al mando de Tárik, estaban formadas,

en su gran mayoría, por berberiscos ó beréberes. Muza fué

quien trajo más árabes, de diversas tribus, yemeníes y caisíes.

A pesar de esta diversidad de orígenes, los historiadores y el

pueblo han llamado á todos con nombre común, usando, ora

el de moros, que conviene sólo á los originarios del África, ora el

de árabes.

146. Afianzamiento de la dominación árabe en España.

—En el año siguiente á la batalla de Segoyuela, que dio fin á

la monarquía goda, prosiguió Muza su campaña dirigiéndose

AFIANZAMIENTO DE LA DOMINACIÓN ARABE 227

por Guadalajara á Zaragoza, y hallando unas veces resistencia

en los jefes godos, y otras ayuda; como sucedió con el conde

Fortunio, de Tarazona, uno de los varios magnates que, atentos

á la conservación de sus bienes y de su poderío, no tuvieron

escrúpulo en someterse con ciertas ventajas, y aun en apostatar

de su religión. Estos casos no constituyeron, sin embargo, la

mayoría, siendo lo general que los nobles, funcionarios públicos

ó no, se resistiesen enérgicamente en defensa de sus derechos

y propiedades, que era lo verdaderamente amenazado por

la invasión. El pueblo, que no tenía qué perder, no siguió esta

conducta. Hasta 715, la guerra había sido relativamente benigna.

Al tomar á Mérida, Muza dejó en libertad y en tranquila

posesión de sus bienes á los habitantes, no tomando para los

vencedores más que los bienes de los muertos, de los emigrados

y los de las iglesias; pero la campaña de 714 fué horrible,

cometiendo los árabes toda clase de excesos, si bien

dejaron á los cristianos en posesión de sus iglesias, respetando

el culto.

Terminada la excursión á las tierras del Ebro, emprendieron

Muza y Tárik, combinados, la conquista de lo que fué luego

Castilla la Vieja y de la Cantabria, caminando de E. á O. y

de N. á S. En esta empresa hallaron fuerte resistencia los árabes.

Aunque algunos condes se sometieron, siendo mediadores

en los pactos los obispos, otros se defendieron valientemente.

Al mismo Muza se le atribuyen estas palabras referentes á los

españoles: «Son leones dentro de sus fortalezas, y águilas en sus

corceles. No malogran ninguna coyuntura, si se les presenta

favorable; y desbaratados y vencidos, lejos de hallar mengua

en huir del campo de batalla, súbense á lo más fragoso de los

bosques y montañas, donde se rehacen luego y vuelven con

mayor empuje á la lucha». Con esto declara Muza los dos géneros

de combate que usaron los peninsulares: la resistencia en

las poblaciones fortificadas, y la guerra de guerrillas, en la

misma forma que usaron contra los romanos.

Para afianzar lo que iban conquistando, los árabes fueron

estableciendo, en Amaya, Astorga y otros puntos, colonias militares.

En la provincia de Valladolid hallaron enérgica oposición

en un fuerte llamado de Barú, que los detuvo algún tiempo.

228 HISTORIA DE ESPAÑA

Desde allí dirigióse Muza á tierra de Astures, atacando (según

parece interpretarse de textos de cronistas árabes y cristianos)

á la población de Luco (Lucus Astumm ?) y tomando la población,

así como su inmediata, Gijón. Los Astures y Godos (§ 151)

se refugiaron en las fragosidades de los montes llamados Picos

de Europa, desde donde, tiempo después, atacaron á los árabes.

Cuando Muza se disponía á penetrar en Galicia, recibió apremiantes

órdenes del califa para que se presentase en la corte y

rindiese cuentas de su conducta, respecto de la cual había

recibido quejas. Muza no tuvo más remedio que obedecer, y

con Tárik marchó á embarcarse en Sevilla (714).

Quedó al frente de las fuerzas árabes Abdelaziz, hijo de Muza,

el cual realizó expediciones á Portugal y al S. y SE, de Andalucía,

apoderándose de Málaga y Granada. Al entrar en tierras

de Murcia, halló fuerte resistencia en un conde llamado Teodomiro,

la capital de cuyo territorio era Orihuela. Por conveniencias

de ambas partes, siendo los árabes pocos, y temiendo Teodomiro

hallarse aislado (pues, aunque otros condes se defendían

en diferentes puntos, no había acuerdo entre ellos), se celebró

una capitulación, reconociendo la independencia de Teodomiro

y sus gentes en el territorio de Orihuela, Valentena, Alicante,

Mula, Begastro, Anaya y Lorca, respetando su religión, propiedades

é iglesias, y obligándoles tan sólo á pagar leve tributo

en dinero y especies.

Abdelaziz no pudo terminar la conquista de España, porque

fué asesinado. La vida fastuosa que llevaba, contraria á los

rígidos preceptos de su religión, y el hecho de haberse casado

con la viuda de Rodrigo, Egilona (los árabes podían casarse con

cristianas y judías, sin que éstas renegasen, y en realidad fué

muy frecuente el caso de reyes y caudillos árabes que casaron

con señoras cristianas españolas, como veremos), hiciéronle

malquisto y sospechoso entre los suyos. Su obra la terminó el

nuevo gobernador llamado Alhor, que, considerando suficientemente

subyugada la Península, y vencidas las principales resistencias,

después de siete años (de 712 á 718) traspasó los Pirineos

y llevó la guerra á las Galias. Engañábase, sin embargo,

Alhor. En su tiempo empezó nueva lucha, ya ofensiva, contra

los dominadores árabes.

ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA Y SOCIAL 229

147. Conducta de los musulmanes en sus conquistas.—

Conquistada España por tropas del gobierno de Africa, se la

consideró dependiente de éste. El gobernador espafiol (emir, en

árabe) era nombrado por el de África, siempre bajo la dependencia

del califa, que residía en Damasco, ciudad de la Siria. Esta

dependencia no impidió que la provincia española fuese teatro

de numerosas guerras civiles entre los conquistadores, y que

más de una vez se condujera como si fuese realmente independiente.

Los árabes no buscaban en sus conquistas preferentemente la

conversión de los pueblos á las ideas religiosas de Mahoma.

Su conducta en esta parte varió según el grado de fervor del

califa reinante, del general que mandaba las tropas, ó de la resistencia

de aquellos á quienes se quería conquistar; pero,en rigor,

sus principios eran que los pueblos conquistados debían, ó aceptar

el islamismo, ó sujetarse á pagar un tributo personal, además

del territorial. Como, según esto, los convertidos pagaban menos

contribución al Estado que los no convertidos, había entre

los árabes muchos que, mirando á los intereses materiales antes

que á los morales, opinaban que no se debía obligar de ningún

modo á que se convirtiesen los pueblos conquistados, para de

este modo poderles exigir mayores tributos. Estas causas, unidas

á los azares y conveniencias de la guerra que no siempre

era fácil, y que.muchas veces obligaba á firmar tratados (como

el de Teodomiro, que se citó), hicieron que los árabes respetasen

con bastante frecuencia, no sólo las creencias religiosas,

sino la vida especial de las poblaciones dominadas. La conquista,

pues—como dice un historiador español—«no fué cuestión

de propaganda religiosa, sino un pillaje más ó menos sistemático

».

148. Organización administrativa y social de lo conquistado.—

La conducta seguida por Muza en Mérida fué la regla

general, no obstante algunos excesos y crueldades como los de

la campaña de Aragón (714). La gran masa de la población

hispano-romana y visigoda continuó, bajo la dominación de los

musulmanes, con sus condes, sus jueces, sus obispos, sus iglesias

y, en suma, con casi toda la independencia civil. Los emires

se contentaron con imponer á los cristianos sometidos las

1 15

2 }0 HISTORIA DE ESPAÑA

contribuciones legales, que eran de dos clases: la personal ÓMpitacion

(i) y la que pagaban los propietarios territoriales, tanto

fuesen musulmanes (éstos, sólo por las fincas que antes hubiesen

pertenecido á cristianos ó judíos sometidos) como cristianos,

aunque, á veces (según indica, v. gr., la capitulación de Coimbra),

se les impuso el doble á los cristianos. Se llamaba á este

impuesto jarach y consistía en una parte de los productos. Las

iglesias y monasterios pagaron también contribución. En general,

por lo que toca á la propiedad inmueble, parece que la regla

seguida fué ésta: Muza reservó de lo conquistado */s (en tierras

y casas) para el Estado, formando así como un patrimonio público,

llamado joins, cuyo cultivo concedió á los labradores jóvenes

indígenas (siervos), mediante el pago de z¡¡ de frutos al

califa ó á su representante (emir), constituyendo este fondo,

principalmente, con las propiedades que habían sido de las

iglesias, del Estado visigodo, de los nobles fugitivos y ¡as conquistadas

á viva fuerza. A los particulares, soldados y nobles

que capitularon ó se sometieron, se les respetó (como en Mérida

y en Coimbra) el dominio de todos ó parte de los bienes,

con la obligación de pagar un impuesto territorial (cliizya, análogo

al jarach), por las tierras labrantías y las de árboles frutales,

y lo mismo se hizo con algunos monasterios, como se ve en

la capitulación de Coimbra. Alcanzaron además estos propietarios

indígenas la libertad de vender lo que poseían, facultad

que, siguiendo las leyes romanas relativas á la Curia, tenían

muy limitada en la época visigoda. Por último, la parte excedente

del x/s en las tierras confiscadas por los conquistadores

fué repartida ente los jefes y soldados, ó sea entre las tribus

que formaban el ejército. Según una tradición árabe, este reparto

lo hizo Muza por completo; según otra, no lo terminó él,

sino Saman, hijo de Malic, por orden del califa, el cual confirmó

los derechos concedidos por Muza sobre las tierras, y concedió,

además, feudos sobre los terrenos del Estado á los

soldados que trajo consigo Samah. En estos repartos tocaron

Ips distritos del Norte (Galicia, León, Asturias, etc.) á los be-

(i) Diferente en cuantía según la posición social del que !a pagaba. Exceptuábanse de

ella las mujeres, los niños, los monjes, los lisiados, los mendigos y los esclavos.

ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA Y SOCIAL 23 I

réberes, que eran los más, y los del Sur (Andalucía) á los árabes.

Los siervos visigodos que había en estas tierras y que no

huyeron, siguieron en ellas como cultivadores (los árabes sabían

poco de agricultara y la desdeñaban, como ocupación

inferior), sujetos tan sólo (como los labradores del ¡oms) al pago

de un T/3 ó J/s de la cosecha en favor de la tribu ó jefe

propietarios; con lo cual, no sólo mejoró la situación de los

cultivadores, sino que, por hacerse el reparto entre muchos, se

dividió la propiedad, rompiendo la traba de los latifundia. Por

último, los sirios, que más tarde vinieron á España, obtuvieron,

en algunos distritos, según veremos (§ 149), no la propiedad

directa de tierras, como los primitivos conquistadores, sino el

derecho de cobrar para sí el z/3 que los labradores cristianos

del jorns pagaban, como hemos dicho antes, al Estado. De este

modo se creó entre los sirios y la población indígena, en los

distritos donde aquéllos se fijaron, una relación análoga á la de

los consocios ó consortes visigodos y galo-romanos cuando las

tribus de Ataúlfo obtuvieron la posesión de tierras en la Galia.

Los esclavos mejoraron también de condición; de una parte,

porque los musulmanes los trataban más dulcemente que los

hispano-romanos y los visigodos, y, de otra, porque bastaba su

conversión al mahometismo para quedar libres, si eran esclavos

de cristianos ó judíos. Claro es que muchos se convirtieron

sólo para obtener esta ventaja, sin creer verdaderamente en la

religión de Mahoma, y con ellos, más los propietarios que se

convirtieron también para librarse de la capitación y conservar

sus tierras, se formó una población de cristianos renegados que

tuvo gran influencia en los sucesos posteriores.

Todas estas ventajas que concedió la administración árabe

estaban compensadas, en parte, por la sujeción de la masa

cristiana sometida, sujeción pesada sobre todo en lo referente

á las iglesias, que dependían del califa, el cual se arrogaba el

derecho de nombrar y deponer á los obispos y de convocar los

Concilios. Además, andando el tiempo, los pactos celebrados

con poblaciones sometidas, como Mérida, v. gr., se violaron, y

aumentáronse también las contribuciones que pesaban sobre

los vencidos, lo cual originó no pocas guerras.

El núcleo de población peninsular más favorecido fué el de

232 HISTORIA DE ESPANA

los judíos. Ganaron éstos en libertad; abolidas las leyes visigodas

que los perseguían, tomaron, como aliados de los árabes,

gran parte en el gobierno y administración de las ciudades

españolas.

149. Luchas interiores de la España árabe.—Después de

las conquistas de Alhor, los grupos cristianos que habían permanecido

independientes no daban gran cuidado á los dominadores,

merced á su escasa fuerza; aunque, como veremos, alcanzaron

algunas ventajas. El movimiento invasor se dirigió hacia

las Galias, donde guerrearon con fortuna diferentes emires,

hasta que uno de ellos, Abderrahmán, fué derrotado por un

jefe franco llamado Carlos Martel, en las cercanías de la ciudad

de Poitiers (732). Este descalabro no puso término á las correrías

de los árabes en las Galias, donde conservaron durante

algún tiempo bastantes poblaciones de la Septimania (Narbona,

entre ellas). Sublevaciones ocurridas entre los beréberes de

África á mediados del siglo vui (740), distrajeron las fuerzas

mahometanas y ocasionaron la paralización y luego el retroceso

en la conquista.

Lo que principalmente preocupaba efectivamente á los musulmanes

era las divisiones interiores y en primer término

la rivalidad siempre latente entre árabes y beréberes. Siendo

emir Abderrahmán, el derrotado en Poitiers, ó un poco antes,

hubo también en España una sublevación de beréberes, dirigidos

por el jeque Osman-ben-abi-Nisa ó Munuza (al que se

supone gobernador de Oviedo), quien se alió con Eudes,

duque de Aquitania, con cuya hermana se había casado. Poco

después, en 740, como hemos dicho, los bereberes de Africa

se levantan en guerra por haberles querido su gobernador

aumentar los impuestos, y consiguen derrotar, no sólo á las

tropas árabes de la provincia, sino á un fuerte ejército, compuesto

en su mayoría de sirios (musulmanes de la Siria), que

envió el califa. Esta insurrección se comunicó á España,

donde los beréberes, no sólo estaban quejosos del mal trato

que les daban los árabes, sino empeñados, por fanatismo religioso,

en destruir á éstos, cuya impía indiferencia les repugnaba.

Todos los beréberes de Galicia, de Mérida, Coria,. Talavera

y otros lugares, se lanzaron á la guerra. El emir árabe

LUCHAS INTERIORES DE LA ESPAÑA ÁRABE 253

que entonces gobernaba (llamado Abdelmelik) se vio en tal

apuro, que llamó en su auxilio á los restos del ejército sirio

derrotado en África y que se había refugiado en Ceuta. Diferentes

veces estos sirios, entre los cuales había un gran general

llamado Balch, habían pedido á Abdelmelik barcos para pasar

á España, con objeto de escapar de los beréberes africanos,

y el emir, por medio de que, una vez en la Península, se le impusieran,

no consintió en ello. Ahora veíase precisado á hacerlo,

estrechado por las circunstancias. Los sirios llegaron á España,

y pelearon de tal modo, que derrotaron á los beréberes y los

castigaron con dureza; mas, terminada la guerra y no portándose

con ellos el emir según lo pactado, se sublevaron á su vez,

arrojando del gobierno á Abdelmelik y nombrando emir á

Balch. Siguióse á esto una guerra terrible entre los sirios y los

árabes partidarios de Abdelmelik, que eran medineses. Al lado

de Balch pelearon muchos esclavos cristianos de los que cultivaban

las tierras. A pesar de victorias sucesivas de los sirios,

la lucha hubiese continuado por mucho tiempo á no mediar

personas sensatas de ambos partidos para concluir con los horrores

de la guerra civil. El emir de África contribuyó á este

fin, enviando un nuevo gobernador llamado Abuljatar, de origen

kelbí, que pacificó á España dando amnistías, trasladando

al Africa á los jeques más revoltosos y alejando de la capital á

los sirios, mediante la concesión de tierras del Estado, cuyos

siervos desde entonces pagaron á aquéllos el '/3 de la cosecha.

De este modo se poblaron con sirios los distritos de Ocsonoba,

Murcia, Beja, Sevilla, Niebla, Sidona, Algeciras, Regio (Málaga),

Elvira y Jaén.

No tardó mucho en reanudarse la guerra, esta vez entre

caisíes ó maadíes y yemeníes ó kelbíes, motivada por la injusticia

con que el nuevo gobernador, kelbí, trataba á los del otro

partido. Duró la guerra once años, durante los cuales el poder

de hecho lo tuvieron dos jefes caisíes, que eran los vencedores,

Samaíl y Yúsuf; siendo de notar que en este período de lucha,

los jeques nombraron emires á Yúsuf y á otros sin contar para

nada con el califa ni con el gobernador africano. El término

á esta situación anárquica lo vino á poner un nuevo personaje,

que cambió por completo la suerte política de España.

2 34 HISTORIA DE ESPAÑA

150. Abderrahmán.—Los califas ó jefes supremos del Estado

musulmán venían siendo, desde algunos años atrás, de

una familia noble llamada de los Omeyas; pero como en Oriente,

lo mismo que en España, no cesaban las luchas entre los

jeques ambiciosos y las tribus rivales, al cabo fueron destronados

los Omeyas por los individuos de otra familia rival, los

Abbassidas. Sucedía esto en la época en que Yúsuf figuraba

como emir de España. El cambio de dinastía produjo un movimiento

anárquico en las provincias. La de Africa se declaró en

parte independiente, y en parte se negó á reconocer á los

Abbassidas. En estas circunstancias, un joven de la familia

Omeya, llamado Abderrahmán, que había escapado de la

matanza ordenada por sus enemigos, refugiándose en Egipto

primero y después en el Africa berberisca, trató de formarse en

este último punto un reino independiente. Sus gestiones no

tuvieron resultado; y entonces, noticioso de la situación en que

se hallaba España, dirigió á ella sus ojos. Apoyado por algunos

clientes de su familia, desembarcó en la Península y comenzó

la guerra que, después de muchas vicisitudes, terminó venciendo

enteramente á Yusuf y al general Samaíl y erigiéndose

Abderrahmán en emir independiente del califa de Damasco.

Con esto empieza una época nueva en la España árabe (758).

151. Los núcleos cristianos de resistencia.—Ya hemos

visto que los musulmanes hallaron bastante resistencia en algunas

regiones de España; pero después de la última campaña

de Muza y de las de Abdelaziz y Alhor, pactaron con todos

los condes y jefes que quisieron mantener algo de su independencia

política. Según dicen los cronistas más antiguos, cristianos

y árabes (aunque no faltan autores modernos que tachen

de fabulosa toda esta narración), sólo en un punto resistieron

continuamente los elementos visigodos, y fué en Asturias. Habíanse

replegado allí algunos nobles del S. y del C. de España,

no pocos obispos de varias regiones, y restos de los ejércitos

vencidos en Mérida, en Castilla y en otros puntos. Al amparo

de las montañas, que ofrecían un buen refugio, y quizá con la

concurrencia de los indígenas astures, se propusieron resistir

á los invasores. La noticia de la muerte de Rodrigo en Segoyuela

les hizo pensar en nombrarle sucesor, que les guiase en

LOS NÚCLEOS. CRISTIANOS DE RESISTENCIA 235

la guerra; y reunidos nobles y obispos, nombraron por rey á

Felayo, dignatario que había sido, quizás, en la corte del anterior

monarca, y con el cual sigue la línea de reyes visigodos

y se continúa la heroica resistencia de Rodrigo.

Por de pronto, Pelayo no pudo hacer gran cosa, dado el escaso

número de combatientes que tenía. A la aproximación de

Muza (campaña de 714) se retiró á las cercanías de los montes

llamados Picoso Peñas de Europa, (Cangas de Onís), donde se

mantuvo á la defensiva y quizá pagando un tributo á los musulmanes

que establecieron en Gijón un gobernador berberisco,

Munuza. Poco después, siendo emir Abdelaziz, cuya política

fué benigna con los cristianos, créese que Pelayo estuvo en

Córdoba para celebrar un tratado con aquél. Estas buenas relaciones

(no enteramente ciertas, sin embargo) cesaron al venir de

gobernador el guerrero Alhor. Pelayo y sus partidarios rompieron

hostilidades, y no seguros en Cangas, se retiraron hacia las

montañas. Allí, en el valle llamado de Covadonga, consiguieron

derrotar (71 8) al jefe de la expedición enviada contra ellos, Alcama,

que perdió la vida en la lucha. Esta victoria, señaladísima

por venir después de tantas derrotas de los Visigodos, ha adquirido

por esto un valor representativo extraordinario. Sin ser, en

rigor, más que un episodio en la serie de batallas (Janda, Sevilla,

Medina, Mérida, Segoyuela, Barú, etc.) que señalan la resistencia

hecha por los nobles y el rey contra los invasores, por venir

cuando ya esa resistencia se había acallado en casi todo el

resto de la Península y por haber sido favorable á las armas

visigodas, tómase como punto de partida de un nuevo período

llamado de la Reconquista de España; y para distinguirla más,

se ha supuesto que á consecuencia de ella (y no antes) fué nombrado

rey Pelayo.

En rigor, la victoria de Covadonga no dejó de tener importancia,

aunque reducida á corto espacio de terreno. Merced á

ella, parece deducirse de varios textos de cronistas que Munuza

se dispuso á evacuar la región oriental de Asturias, siendo

derrotado y muerto en el campo de Olalies (Proaza?); pero ¡os

emires de Córdoba no dejaron de enviar expediciones militares

contra Pelayo, que parece las resistió con fortuna.

Aparte de este núcleo de resistencia, no se tiene noticia se23Ó

HISTORIA DE ESPANA

gura de que por entonces hubiese otro en España. El reino de

Teodomiro en Murcia y otros reinecillos y condados, aunque

eran independientes, estaban en rigor sometidos, ó en buena

inteligencia con los árabes; de modo, que no representaban

fuerzas hostiles, ni además mantenían entre sí relaciones que

hubieran podido unirlos, quizá, en una acción común. Sólo algunos

años después de Covadonga, en 724, según se cree, apareció

en el N. de Aragón y en el límite de la región vasca (que

también era independiente en su mayor parte), un nuevo centro

cristiano de oposición, cuyo jefe fué un tal Garci-Jiménez

(conde?), que derrotó á los árabes apoderándose de la villa de

Ainsa (70 ks. al NE. de Huesca). El territorio que ocuparon

este Garci-Jiménez y sus sucesores se llamó Sobrarbe, y comprendía

casi todo el partido actual de Boltaña, sobre el Pirineo.

Por el mismo tiempo debió existir en territorio navarro otro

núcleo independiente, más ó menos relacionado con el de Sobrarbe,

y del que los documentos antiguos suponen primer jefe

ó soberano á un conde llamado Iñigo Arista. Las noticias que se

tienen respecto de los orígenes de estos Estados son, sin embargo,

confusas y contradictorias, y nada puede afirmarse en

definitiva.

152. El reino de Asturias.—Alrededor de Pelayo se habían

agrupado, como dijimos, varios nobles visigodos y obispos,

entre ellos algunos de Aragón y Navarra, que habían huido de

sus diócesis al ocuparlas los árabes. Es lógico que después

de la victoria de Covadonga se le unieran más elementos, y

que los condes más próximos, en las regiones vecinas de Galicia

y Cantabria, aprovechasen la coyuntura para apartarse de la

forzada sumisión á los musulmanes y ponerse de acuerdo con

el nuevo rey. Evidentemente, aparte del interés monárquico

de Pelayo, á los nobles era á quienes más importaba sacudir el

yugo musulmán, en primer término para recuperar las tierras

confiscadas, en todo ó parte. Como, además, los invasores respetaban

la religión y las costumbres de los vencidos, la guerra

no tuvo, en sus primeros tiempos, el carácter de lucha religiosa,

ni siquiera de raza, sino el de una simple reivindicación patrimonial

por parte de la nobleza y el clero y el de una restauraración

de dignidad por parte de los reyes. La corte de AstuEL

REINO DE ASTURIAS 237

rías siguió las tradiciones de la de Toledo; los mismos elementos

que en ésta figuraban en aquélla (aunque menores en número),

y su situación respectiva era idéntica. Así veremos que continúan

las luchas entre la nobleza y el trono, aquélla para conservar

su intervención en las elecciones regias y mantener una

independencia siempre deseada, y éste para hacerse hereditario

y obtener un poder efectivo y absoluto. A esto puede decirse

que se reduce en substancia la historia del reino de Asturias por

cerca de un siglo; porque las ventajas militares sobre los invasores

fueron pocas. El sucesor inmediato de Peiayo (quien murió

en Cangas de Onís, en 737), su hijo Favila, no hizo nada en este

orden; y aunque el rey que le siguió, Alfonso I, llamado el Católico,

duque de Cantabria, según la tradición (lo fué efectivamente

su padre), y yerno de Peiayo, aprovechando las guerras

civiles de berberiscos y árabes—que por entonces (740 41) perturbaban

el territorio mahometano, produciendo la emigración

al S. de la mayoría de los beréberes,—hizo excursiones guerreraspor

Galicia, Cantabria y tierras de León, apoderándose de

poblaciones importantes como Lugo, ó saqueándolas, no por

esto conquistó de modo permanente todos los territorios recorridos.

Sin embargo, los musulmanes replegáronse más allá

del Duero, fijando como línea fronteriza militar la señalada por

Coimbra, Coria, Talavera, Toledo, Guadalajara y Pamplona.

Esta última población la ocuparon sólo pasajeramente. Los cristianos

poseyeron permanentemente la faja de tierra más cercana

al mar (Asturias, Santander, algo de la provincia de Burgos,

León y Galicia). Entre esta línea y la anterior quedó un espacio

casi desierto, sin dominación expresa, disputado continuamente

por unos y otros. Victorias sucesivas de reyes que siguieron

á Alfonso, ensancharon poco á poco el reino; pero hasta

el siglo xi no puede decirse, en rigor, que los cristianos tomasen

la ofensiva contra los árabes, ni la frontera de su, no siempre

constante independencia, pasó, en los momentos más favorables

de este período, de la línea del Guadarrama; continuando

el resto de la Península, incluso la mayoría de los territorios de

Aragón, en pleno- poder de los musulmanes. Alfonso I murió

después de las citadas campañas y de haber contribuido mucho

á la restauración del antiguo orden social en la región N., me2;

8 HISTORIA DE ESPANA

diante la repoblación de tierras, reconstrucción y fundación de

iglesias y monasterios, etc. Sucedía esto en 756, al tiempo que

Abderrahmán creaba el emirato independiente.

2.—EL EMIRATO INDEPENDÍENTE Y EL CALIFATO DE CÓRDOBA

153. Abderrahmán I.—Las victorias obtenidas por Abde

rrahmán sobre Yúsuf y los kelbíes, no consiguieron apaciguar

la España árabe. Por mucho tiempo el nuevo emir independiente

vio su poder disputado ó no reconocido por los kelbíes,

los beréberes y por muchos jeques de distintas tribus. Los 52

años de reinado de Abderrahmán fueron de guerra constante,

en que la anarquía interior se vio sostenida por jefes enviados

con carácter de gobernadores por el califa abassida, que no podía

consentir que en España reinase un Omeya. Después de

muchas vicisitudes, Abderrahmán logró imponerse, no sólo venciendo

á los enemigos interiores, sino peleando contra los vascos

y haciendo tributario al conde de la Cerdeña (1) que, por lo

visto, era independiente. A consecuencia de una de las conspiraciones

tramadas contra el emir, entró en España como auxiliar

el rey franco Carlomagno, célebre por el gran poder que

había alcanzado en el centro de Europa. La combinación proyectada

por los conspiradores no se realizó, merced á varias

circunstancias fortuitas, y Carlomagno—á quien reclamaban

otras atenciones en su reino—tuvo que volverse con sus tropas

después de haber conquistado varias ciudades del N. y llegar

hasta Zaragoza. La retaguardia del ejército franco fué destrozada

completamente en el desfiladero de Roncesvalles por los

indómitos Vascos, muriendo allí un célebre guerrero franco,

prefecto de la Marca de Bretaña, llamado Roldan, de cuya

muerte se formó una célebre leyenda, origen de un poema épico

(Chanson de Roland). Carlomagno no olvidó, sin embargo, el

camino de España. Ya veremos cómo buscan su alianza elementos

cristianos y cómo se apodera, al cabo, de parte de las

regiones del NE., que luego constituyeron la Cataluña.

A fuerza de luchar con unos y con otros y de castigar dura-

O) territorio de los Pirineos Orientales, al N. de Cataluña.

SUBLEVACIONES DEL PARTIDO RELIGIOSO 2 39

mente las rebeliones, Abderrahmán aseguró su dominación,

recuperando las ciudades conquistadas por los Francos, pero

creándose una situación difícil respecto del pueblo. Le odiaban

los jeques árabes y beréberes, y tuvo que rodearse para su seguridad

de tropas compuestas de esclavos comprados y de gentes

traídas de África. Los propósitos de Abderrahmán, que eran la

fundación de una monarquía robusta y la sumisión de la aristocracia

musulmana, concluyendo con la efectiva independencia

y las luchas de las tribus, tropezaban con la tradición, con el

orgullo de la nobleza árabe, con los instintos democráticos é

indómitos de los beréberes y con el odio inextinguible de unas

tribus respecto de otras. Ya veremos cuánto tuvieron que luchar

sus sucesores para lograr, por poco tiempo, aquellos fines.

Lo que Abderrahmán consiguió plenamente fué hacerse respe

tarpor el califa de Bagdad, que, asombrado de los triunfos militares

de aquél, se resignó á reconocer su independencia.

154. Sublevaciones del partido religioso y del nacional.

—El sucesor de Abderrahmán I, su hijo Hixem I, era un príncipe

sumamente religioso, caritativo y modesto. Aunque no dejó

de guerrear, primero con algunos gobernadores poco sumisos y

luego con los cristianos de Asturias y Galicia, los Vascos y los

Francos de Septimania, derrotando al conde de Tolosa (793), su

actividad principal se dirigió del lado de la religión, protegiendo

los estudios religiosos y favoreciendo mucho á los teólogos ó

alfaquíes. De este modo, el partido fanático creció en importancia,

y llegó á contar en su seno multitud de jóvenes hábiles,

ambiciosos y atrevidos. El resultado de esta preponderancia se

vio bien claro en el reinado del sucesor de Hixem, Alhacam ó

Haquem I. Sin dejar de ser creyente, el nuevo rey se permitía

ciertas licencias en su conducta (como beber vino y cazar sin

descanso, cosas prohibidas), y, lo que era peor, concedía menos

influencia en el gobierno que su padre Hixem, á ¡os alfaquíes.

Herido en sus aspiraciones el partido religioso, se convirtió en

demagógico, excitando al pueblo contra el emir y conspirando

contra él. Llegó el caso de tirarle piedras cuando iba por la

calle. Por dos veces castigó á los revoltosos de Córdoba Alha"

cam; pero no escarmentaron por eso, antes desearon vengarse.

En 8.4 se amotinaron de nuevo los fanáticos y llegaron á sitiar

240 HISTORIA DE ESPANA

en su palacio al emir; las tropas de éste lograron vencer la insurrección,

y degollaron á gran número de cordobeses. Alhacam

perdonó á los restantes y los expulsó de Córdoba y de

España. Salieron con este motivo dos grupos de emigrantes,

en su mayor parte renegados, uno de los cuales, de 15,000, se

dirigió al Egipto, y otro, de 8,000 familias, á Fez, en el África

Occidental del Norte.

Vencido así el partido religioso en Córdoba, el emir acudió

á otro peligro no menos grande. La ciudad de Toledo, aunque

nominalmente sometida á los emires, gozaba en rigor de una

verdadera autonomía. Su población estaba formada principalmente

de visigodos é híspano-romanos, renegados los más de

ellos: árabes y beréberes había pocos, por haberse establecido,

en su mayoría, en el campo. Los toledanos no olvidaban que

eran españoles (es decir, que constituían la población nacional

frente á los invasores), ni que Toledo había sido la capital de

España. Mostrábanse orgullosos de ambas cosas, y se mantenían

en un estado continuo de independencia, quizás apoyada

en tratados análogos al de Mérida. Alhacam quiso concluir con

esto. Para inspirarles confianza, les mandó como gobernador

á un renegado, el cual atrajo á su palacio á las personas más

distinguidas por su nacimiento ó riquezas de Toledo y sus

cercanías, y las degolló. Privada así la ciudad de sus hombres

más influyentes, quedó sometida; pero, á los siete años de esto,

volvióse á declarar independiente (829), teniendo que luchar el

emir sucesor de Alhacam, Abderrahmán II, por espacio de ocho

años, hasta que, merced á disidencias ocurridas en Toledo entre

cristianos y renegados, se apoderó de ella en 837. En otras

partes del reino musulmán ocurrían también trastornos. En

Mérida, los cristianos (que estaban en inteligencia con el rey

franco Ludovico Pío) se sublevaban á cada momento, y en

Murcia los yemeníes y maadíes mantuvieron durante siete

años la guerra civil. El aumento de contribuciones que impuso

Abderrahmán II, quizá violando algunos tratados anteriores con

ciudades importantes, dio pábulo á estas continuas insurrecciones.

155. Los Normandos.—En estas circunstancias, aparecieron

en las costas de España las embarcaciones de un pueblo procePERSECUCIONES.

DE CRISTIANOS 241

dente del Ν. de Europa, el pueblo normando, cuyos guerreros,

saltando en tierra, saqueaban las ciudades y los campos, siempre

que podían. Medio siglo antes habían venido por primera

vez á España, pero como auxiliares de Alfonso el Casto (§ 164)

en la guerra contra los moros. Ahora sus expediciones piráti"

cas, hechas en barcos grandes, de vela y remo, y en número

que permitía el transporte de algunos miles de hombres, comenzaron

en las costas de Galicia, de donde fueron rechazados,

pasando luego á Lisboa (844) y á Cádiz y Sevilla. Las tropas

del emir lograron vencerlos y arrojarlos del Guadalquivir; pero

todavía permanecieron algún 'tiempo apostados en la isla Cristina,

en la desembocadura del Guadiana, desde donde hicieron

Fig. 07. — Barco normando, según Jal, conforme á miniaturas

de los siglos χ y XI.

frecuentes correrías por tierras de Sidonia. Para prevenir nuevos

ataques, mandó construir el emir buques de guerra, fundando

arsenales ó atarazanas en el Guadalquivir. En 858 ó 59

volvieron los normandos (llamados madjus por los árabes), asaltaron

y saquearon la ciudad de Algeciras, y siguieron luego sus

correrías por toda la costa de Levante, hasta el Ródano. Al

volver, los atacó la escuadra musulmana, apresándoles dos navios.

En 966 asolaron nuevamente los campos de Lisboa; pero

reformada la marina de los musulmanes, que adoptó el tipo de

los barcos normandos, éstos se retiraron en 971, al saber que

salía á su encuentro la escuadra enemiga. Desde entonces no

hicieron más excursiones por el S.

156. Persecuciones de cristianos.—Los emires musulmanes

habían seguido la política de tolerancia religiosa con que

242 HISTORIA DE ESPANA

empezara la conquista. Las gentes cultas respetaban á los

cristianos; pero no podía evitarse que el pueblo bajo se propasara,

sobre todo en los momentos de exaltación del fanatismo,

insultando á los sacerdotes cuando iban por la calle, bien solos,

bien en procesión. Estos hechos, y otros análogos de que eran

víctimas, tenían disgustados á los cristianos. Con esto fuéronse

exaltando poco á poco los ánimos de los más fervorosos, y

especialmente de muchos sacerdotes y monjes; pero, en vez de

producir sublevaciones dirigidas á sacudir el yugo musulmán,

los cristianos tomaron un camino diferente. Buscaron el martirio,

maldiciendo de Mahoma ante el pueblo y las autoridades; y

como esto lo castigaba la ley con la muerte, fueron decapitados

muchos. No faltaron cristianos que desaprobasen esta conducta,

diciendo que, permitiéndoseles el ejercicio de su religión,

no cabía pedir más, y tachando á los mártires voluntarios de

suicidas. Opinaban así, no sólo muchos legos, sino también sacerdotes,

más prudentes, más amigos de la paz ó quizá menos

fervorosos, como decían los exaltados. Dirigían á éstos dos

hombres de gran talento y de mucha cultura: Eulogio (sacerdote

y luego santo) y Alvaro (santo también).

Los escritos y las arengas de uno y otro sostenían el celo de

los que no encontraban mejor manera de protestar contra el

mahometismo que insultarlo y ofrecer así su vida en aras de la

religión católica. El emir, deseoso de aplacar los ánimos, hizo

reunir un Concilio de obispos cristianos para que decidiese

acerca de la conducta de aquéllos. En el Concilio hubo diferentes

opiniones, pero prevaleció la contraria á los exaltados, merced,

sobre todo, á las razones y la influencia del representante

del emir, que era un cristiano llamado Gómez, empleado en la

administración árabe y muy protegido de aquél. Sin condenar

en principio el martirio voluntario, el Concilio prohibió que en

adelante los cristianos siguieran aquella conducta; pero los partidarios

de Eulogio y Alvaro no depusieron su actitud. Entonces

el obispo Recafredo, metropolitano de Sevilla, ordenó prender

á los jefes de los exaltados, lo cual disminuyó la resistencia

de muchos de éstos, que se sometieron al Concilio, según testimonio

de Eulogio. De los presos, unos fueron decapitados,

como las Santas Flora y María; otros, puestos en libertad. No

EL PARTIDO ESPAÑOL 243

terminó por esto la cuestión religiosa. Muerto Abdcrrahmán

pccos días después de la decapitación de las santas, su sucesor,

Mohámed I, recrudeció las pasiones, mostrándose intolerante,

mandando derribar las iglesias construidas después de la conquista

musulmana. Sus ministros extremaron el rigor de esta

orden y persiguieron á los cristianos duramente. Muchos de éstos

abjuraron por temor; otros resistieron, haciéndose tuertes

en Toledo, que se sublevó pidiendo auxilio al rey de Oviedo

y León, el cual envió tropas al mando de Gatón, conde del

Bierzo. Mohamed derrotó á los sublevados y siguió persiguiendo

á los cristianos de Córdoba. Prendió á Eulogio por

haber ocultado á una joven musulmana apóstata (la apostasía

castigábanla los musulmanes con la muerte), y luego lo mandó

decapitar por haber insultado á la religión. Después de la muerte

de Eulogio fué decreciendo el número de mártires, hasta

terminar este período de persecuciones y sacrificios que la iglesia

ha sancionado luego, elevando á los altares á varios de los

mártires igordobeses.

157. ΈΙ partido español.—Apenas terminada en Córdoba

la cuestión religiosa, surgió otra de mayor peligro todavía para

el trono de los emires. Los subditos musulmanes de origen español,

que ya en Toledo y en otros puntos habían tratado de

hacerse independientes, renovaron sus propósitos con mayor

energía y éxito. Los toledanos volvieron á sus sublevaciones, y,

aliados con el rey de León, lograron que el emir se aviniese

en S73 á un tratado en que reconocía la independencia política

de aquéllos bajo el gobierno republicano que habían elegido,

sin más lazo con el Estado musulmán que el pago de un tributo

anual. Kn la región aragonesa (que llamaban los árabes Frontera

superior) una familia de origen visigodo, pero renegada, los

Beni-Casi, había llegado á constituir un reino emancipado del

emir de Córdoba, en el cual se comprendían poblaciones tan

importantes como Zaragoza, Tudela y Huesca. Uno de sus

jefes llegó á titularse «tercer rey de España». El emir logró

de momento (862) recobrar á Tudela y Zaragoza^ pero poco después

las perdió, y sus tropas fueron derrotadas por los Beni-

Casi unidos con el rey de León. Conviene decir, no obstante,

que los Beni-Casi no llevaban plan político determinado en su

244 HISTORIA DE ESPAÑA

independencia. Trabajaban para sí, no por ideal ninguno; y así

se les veía luchar unas veces contra e! emir y otras contra

los reyes y señores cristianos de España y Francia. Hubo

vez en que su jefe, aliado con el emir, gobernó en nombre de

éste en Tudela y otros pueblos.

En tierra de Extremadura se levantó otro estado independiente,

regido por un renegado, Ibn ó Ben-Meruan, el cual soliviantó

á los renegados de Mérida y lugares vecinos predicándoles

una religión nueva, término medio entre el islamismo y el

cristianismo, y excitando los odios de raza. Se alió con el rey

de León, impuso tributos sólo á los árabes y beréberes, y al

fin logró que el emir reconociese su independencia y le cediese

la plaza fortificada de Badajoz.

Todo estos hechos excitaron los sentimientos naturalmente

revoltosos de los ronegados y cristianos de una región andaluza

importante: la de Reya, serranía de Ronda, cuya capital era

Archidona. Sus habitantes pertenecían, casi todos, á la población

indígena (que llamamos española para caracterizarla de un

modo unitario, aunque en rigor por entonces no había aún, en

la extrema complejidad de elementos, ninguno que verdaderamente

representase la unidad nacional), y eran algunos cristianos,

pero en su mayoría musulmanes; no obstante lo cual,

odiaban á sus dominadores, especialmente á los árabes, de

quienes eran mal mirados. Los renegados ocupaban, en efecto,

en la sociedad musulmana, una situación inferior. Salvo algunos

que supieron ganarse la confianza de los emires, la mayoría

estaba excluida de los cargos públicos y era despreciada y sospechosa

para los mahometanos de abolengo. No es de extrañar,

pues, que los renegados, siempre que pudiesen, tomaran desquites

como el de los Beni-Casi, el de Toledo y el de Mérida.

El de la serranía de Ronda fué uno de los más formidables,

porque á su frente se puso un hombre de grandes condiciones

militares y políticas.

158. El reino independiente de Omar-ben-Hafsum.—Este

Ornar fué el hombre á quien aludimos. Descendía de ilustre familia

goda, y su juventud fué azarosa, merced á su carácter

altivo, pendenciero y amigo de aventuras. Llevado de él, y conociendo

el estado de exaltación de los renegados de la serraEL

REINO INDEPENDIENTE 245

nía, propicio á cualquier intentona, sublevó (880 ú 881) ágran

número de ellos, tomando como centro de operaciones un

lugar escabroso de la montaña, llamado Bobastro, cerca de

Antequera. Esta primera tentativa no le salió bien; pero la renovó

en 884, y logró entonces completo éxito. Establecido su

centro de operaciones en el castillo de Bobastro, reunió en

torno suyo á todos los cristianos y renegados de la comarca,

que le obedecían ciegamente, y organizó el país como un reino

independiente, tratando en primer término de limpiarlo de

gentes de mal vivir, dando seguridad á las personas y haciendas.

Hasta 886 no se vio atacado por las tropas del emir; pero

desde entonces la guerra fué continua, por más de 30 años, y

casi siempre favorable á Ornar. Llegó éste á ser dueño de casi

toda Andalucía, especialmente de los territorios actuales de

Málaga, Granada, Jaén y parte de Córdoba, á cuyas puertas

llegó alguna vez. Los emires Almondir y Abdalá, sucesores de

Abderrahmán II, tuvieron más de una vez que pactar con

Ornar y reconocer su independencia; pero en los últimos años

de Abdalá comenzó á decaer el nuevo reino.

La falta grave de Ornar fué no tener plan político determinado

y no procurar concertar su acción con la de los otros núcleos

españoles del N.; en cuyo caso, atacando á los musulmanes

por ambos lados á la vez, quizá se les hubiera vencido

completamente. Pero tales combinaciones, que suponen una

idea común política, no se pensaron entonces. Ornar parecía el

representante de un partido español cuyas aspiraciones, como

eminentemente patrióticas, habían de concurrir con las de los

cristianos del Norte; pero no era así, en realidad. Ornar varió

diferentes veces de criterio. Primero quiso ser independiente,

prescindiendo de los demás núcleos nacionales; luego intentó

concertarse con el gobernador árabe de Africa, que ya obedecía

de nuevo á los califas de Bagdad, para que éstos le nombrasen

emir de España; y, por fin, cambiando la aspiración puramente

patriótica ó de raza, que había reunido bajo una misma bandera

á cristianos y renegados, la convirtió en religiosa, abjurando

del mahometismo y haciéndose cristiano; con la cual, casi

todos los musulmanes que le ayudaban le abandonaron, preparando

de este modo su derrota y la desaparición de su reino.

1 16

246 HISTORIA DE ESPAÑA

159. La aristocracia árabe y los renegados.—No fueron

éstas las únicas luchas que se promovieron por causa de los renegados.

La enemiga constante entre ellos y la aristocracia

árabe estalló de un modo violento en Elvira (cerca de Granada)

y en Sevilla, dos grandes centros, sobre todo el segundo, en que

los renegados tenían en su mano toda la industria y todo el comercio,

haciendo de Sevilla una ciudad de primer orden. Los

señores árabes, que despreciaban á los renegados y los envidiaban

juntamente, estaban además animados de un espíritu

de rebelión que buscaba la independencia política aprovechándose

de la debilidad de los emires reinantes después de Mohámed.

En el reinado de Abdalá (888-912) los conatos de independencia

llegaron á producirse de un modo alarmante. Muchos

jeques y gobernadores negaron obediencia al emir, y se originó

una verdadera anarquía, cuya base era la independencia de la

aristocracia árabe. Entonces sobrevinieron los choques con los

renegados de Elvira y de Sevilla. Ornar auxilió á unos y á

otros, pero no pudo impedir que, tras largo período de lucha

sangrienta, fueran casi aniquilados en ambas poblaciones. En

Sevilla apenas quedó un español con vida, y la gran riqueza de

esta población desapareció con ellos. De este modo la aristocracia

árabe sació su odio de raza y adquirió mucho más poder

que antes. Pero en los últimos años del emir Abdalá empezaron

á cambiar las cosas. Los ejércitos del emir vencieron á

Omar, y, aunque no lograron reducir la independencia de los

nobles, la quebrantaron, obligándoles á pagar los tributos. Asi

quedó preparada la obra del sucesordeAbdalá, Abderrahmán III,

uno de los más grandes entre los gobernantes Omeyas. Con

él acaba el período de independencia de los renegados en Aragón,

Toledo, Mérida y Bobastro, y se reprimen por largo

tiempo las tendencias separatistas de los jeques.

160. Abderrahmán III.—El Califato.—En efecto: Abderrahmán

inauguró una política enérgica. Dotado de grandes condiciones

políticas y militares, redujo en poco tiempo á todos los

enemigos del poder central. Venció á Ornar, ya muy débil por

haberlo abandonado muchos de sus partidarios, y lo redujo

casi á la impotencia, hasta que murió (917) dejando .varios

hijos que no supieron conservar su reino independiente. Luego

ESPLENDOR DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 247

se dirigió contra los aristócratas de Sevilla y de Niebla, contra

los jeques berberiscos independientes del S.'de Portugal, contra

los de Orihuela, Alicante, Valencia, Elvira, Badajoz y otros

puntos, y á todos los sometió, favorecido por la falta de los

grandes caudillos que en tiempos de Abdalá habían dirigido el

movimiento aristocrático. Subyugó igualmente á Toledo y á

los Beni-Casi de Aragón, restableciendo con esto la unidad política

de los Estados árabes. Para caracterizar bien sus propósitos

de fundar una monarquía robusta, absoluta, dejó el título

de emir independiente, que habían usado los anteriores Omeyas,

desde Abderrahmán I, y tomó el de Califa, como el soberano

de Bagdad.

No contento con estos triunfos en el interior, llevó sus armas

contra los cristianos, talando la comarca del Duero por el lado

de León, y la del Ebro por la de Navarra, derrotando á los

reyes cristianos en Valdejunquera (920) y apoderándose de

muchas ciudades, incluso Pamplona. Estas victorias se contrapesaron

con la derrota de San Esteban de Gormáz (917), sufrida

por un general del califa; la toma de varios pueblos pollas

tropas leonesas y navarras; las dos batallas de Simancas y

Alhandega, en que fue vencido el propio califa por el rey de

León. Después de este período de guerras, Abderrahmán estableció

relaciones amistosas con los reyes cristianos, interviniendo,

en cuestiones de política interior de León, apoyando á

unos candidatos al trono contra otros (como veremos), mientras

sus tropas se apoderaban del N. de Africa sometiéndolo á su

poder.

161. Esplendor del Califato de Córdoba. -Las victorias

de Abderrahmán III llamaron la atención de toda Europa, y el

califa aumentó esta admiración con sus sabias medidas organizadoras.

No sólo creó un gran ejército, sino que, siguiendo la

iniciativa de los emires anteriores, acrecentó la marina de guerra,

la más poderosa en su tiempo de todo el Mediterráneo.

Reconociendo su poder, enviáronle embajadas pidiendo alianzas

todos los reyes europeos; con lo que la España árabe vino á

ser entonces el centro político de esta parte del mundo. Fué

también su centro de cultura. Abderrahmán cuidó tanto de

este orden de cosas como del poder poi/tico, favoreciendo la

248 HISTORIA DE ESPAÑA

agricultura, las industrias, el comercio, la literatura y la ense

ñanza y levantando grandes monumentos en la capital y en

otros puntos. Córdoba llegó á ser una de las ciudades más espléndidas

del mundo, con medio millón de habitantes y multitud

de mezquitas (templos mahometanos), casas de baños, palacios

y jardines.

El sucesor de Abderrahmán, Alhacam II (961-76), continuó

la política de su padre en todos los órdenes, y especialmente

en el intelectual. Apasionado por la literatura, dedicó casi

toda su actividad á reunir en la corte los más célebres literatos

y sabios, á enriquecer las bibliotecas y á mantener el

esplendor de las escuelas públicas. No dejó, por esto, de sostener

guerras, primero con los cristianos del N., á los cuales

v.enció obligándoles á la paz, y luego con los africanos que le

negaban obediencia. El poderío militar del califato llegó á su

colmo bajo el reinado del sucesor de Alhacam, Hixem II (976-

1015); pero así como en los reinados anteriores se debió todo,

en primer término, á la iniciativa de los califas mismos, en el de

Hixem su persona no representa nada, dirigiendo toda la acción

política un general y favorito suyo, con lo cual se inicia la deca

dencia del poder monárquico.

162. Almanzor.— Sus victorias.—Llamábase este general

Mohámed-ben-Abdalá, y era oriundo de Algeciras, de familia

noble. Favorecido por la sultana favorita de Alhacam, Aurora

vascongada de origen, obtuvo grandes mercedes del califa, llegando

á primer ministro (hagib) del nuevo soberano Hixem II.

Aprovechándose de la menor edad de éste (doce años), lo secuestró

en palacio, aislándolo de todo el mundo, y gobernó por

sí (aunque en nombre del califa) con toda libertad. El carácter

de Mohámed era principalmente guerrero, y precisamente á sus

victorias debió, más tarde, el sobrenombre de Almanzor (Almansur-

billah—ayudado por Dios ó victorioso por el favor divino).

Para cumplir sus propósitos, comenzó por reorganizar el ejército,

aumentándolo con gran número de beréberes adictos á

su persona, que hizo venir de Africa. Con ellos atacó, en primer

término, á su suegro, el general Galib, cuyo poder temía; y, habiéndolo

derrotado, se dirigió en seguida contra los leoneses,

aliados de Galib, apoderándose de Zamora, de Simancas y de

LA DINASTÍA DE ALMANZOR 249

otros pueblos, y derrotando repetidas .veces á las tropas cristianas.

A consecuencia de esto y de ias luchas entre varios pretendientes

á la corona de León (en las cuales intervino, como

veremos, Almanzor), se hizo éste verdadero arbitro del reino

leonés por algún tiempo, durante el cual siguió la lucha con los

núcleos cristianos del NE. (Cataluña), apoderándose de Barcelona.

Desavenido luego con el rey leonés, invadió los territorios

del Duero, conquistando primero á Coimbra y llegando

Insta León, después de asaltar é incendiar muchos pueblos y

monasterios. Resultado de esta campaña fué que casi todo el

reino de León reconociese la soberanía de Almanzor. No quedó,

en rigor, independiente más que la parte de Asturias y Galicia

y algo de Castilla; pero en nuevas campañas ganó Almanzor

á Astorga, y penetró en Galicia ayudado por los condes

sometidos y por la escuadra enviada á Oporto, apoderándose

de casi todo el territorio incluso ia ciudad de Santiago de

Compostela, donde los cristianos habían fundado un santuario

célebre en el mundo, sobre el sepulcro del Apóstol de aquel

nombre. Almanzor se llevó á Córdoba, como botín, las puertas

y las campanas del santuario. Por fin, en una nueva campaña,

asoló la Castilla, hasta que detuvo sus triunfos una derrota que

le causaron los ejércitos cristianos reunidos en Calatañazor

(provincia de Soria): aunque éste es hecho todavía dudoso para

muchos autores.

163. La dinastía de Almanzor y los últimos califas.—

Inmediatamente de la campaña de Castilla, murió Almanzor

(1002), según unos á causa de las heridas recibidas en Calatañazor,

según otros por enfermedad. El poderoso impulso dado

por él á la grandeza exterior é inferior del califato fué continuado

por su hijo Mudhaffar, que le sucedió en el cargo de

primer ministro, aunque en realidad él era el verdadero califa.

Tal estado de cosas no podía, sin embargo, mantenerse por

mucho tiempo. La preponderancia de la familia Almanzor era

mal mirada de muchos, y , además, la organización dada al ejército

por aquél—formándolo en su mayor parte de berberiscos,

africanos y de extranjeros esclavos ó á sueldo (gallegos, francos,

alemanes, lombardos, etc., todos los cuales recibían el nombre

común de eslavos)—habla creado el grave peligro del mili250

HISTORIA DK ESPAÑA

tarismo. Así como antes residía la fuerza en la aristocracia árabe,

ahora la tenían los generales beréberes y eslavos. Juntas todas

estas circunstancias, produjeron un largo período de luchas

cuyo primer paso fué la caída del segundo hijo de Almanzor, Abderrahmán

(1009), que se había hecho nombrar sucesor en el

trono, y á quien sustituyó, no como ministro, sino como califa,

mediante abdicación arrancada al débil Hixem, un jefe Omeya.

Siguiéronse luego peleas interminables entre varios pretendientes

al califato (no obstante vivir todavía Hixem) y los generales

beréberes y eslavos. Al fin, quedaron vencedores los berberiscos,

que fundaron una nueva dinastía, la cual tampoco reino

en paz, sino en medio de anarquía atroz que produjo la

existencia de varios califas á la vez y últimamente un interregno

de seis meses, durante los cuales gobernó en Córdoba el Consejo

del monarca. Pareció que iba á renacer la calma con el

nombramiento de un príncipe de la familia Omeya, Hixem III,

en 1027. Las escasas condiciones para el mando del nuevo califa

alentaron nuevas sublevaciones, perdiendo aquél el trono

(1031). Con esto terminó el califato, á los 275 años de haberlo

fundado Abderrahmán I. Los gobernadores de muchas ciudades

y los más poderosos jefes de tribu se declararon independientes,

fraccionando el territorio y constituyendo varios reinos de

corla extensión; mientras algunas ciudades importantes, v. gr.,

Córdoba, establecían como forma de gobierno una república

aristocrática.

164. El reino de Oviedo.—La muerte de Alfonso I (§ 152)

coincidió con la fundación del emirato independiente, durante

el cual el poderío enorme de los musulmanes no permitió seguros

progresos á los cristianos, no obstante algunas victorias

de éstos. Verdad es que la organización de las fuerzas del

nuevo reino se oponía á grandes empresas. Los reyes veíanse

forzados á atender, en primer término, á los asuntos interiores:

á las luchas con la nobleza, siempre anárquica y poderosa, y á

la repoblación de ciudades y territorios. Así, la historia de los

inmediatos sucesores de Alfonso I (Fruela I, Aurelio, Silo,

Mauregato y Bermudo I) se reduce á reprimir sublevaciones

en Galicia y otros puntos y á luchar con los nobles, que se oponían

resueltamente á que la corona se hiciera hereditaria, siendo

KL REINO DE OVIEDO 251

ellos por el contrario los que eligen é imponen reyes. Las cosas

variaron bastante al ocupar el trono Alfonso II, llamado el

Casto, hijo de Fruela (791), contemporáneo de los emires

Alhacam I y Abderrahmán II, contra quienes luchó recorriendo

militarmente varios territorios de Portugal y recogiendo botín

y prisioneros. Muchos mozárabes de las regiones visitadas se

unieron á Alfonso, y sirvieron para repoblar las tierras de! N.

Las expediciones militares del rey Casto terminaron mediante

pactos con los emires; pero Alfonso quería asegurar su poder

en España, y buscó alianzas con el emperador Carlomagno, el

monarca más poderoso de Europa, por entonces, y con su hijo

Ludovico Pío, que habían ya entrado en España diferentes

veces (§ .15 3 y 166). En esta alianza parece que vieron peligros

para su independencia los nobles asturianos y gallegos y que

trataron de impedirla; al menos así se desprende de la leyenda

de un cierto Bernardo del Carpió, que cuentan obligó al rey

á dejar todo trato que pareciera depresivo para la dignidad de

los españoles, con reyes extranjeros. Aunque la figura de Bernardo

es fabulosa y de invención muy posterior, es posible que

refleje tradiciones de la época, expresivas, más bien que de un

sentido patriótico (que no existía por entonces), de las suspicacias

de la nobleza, contraria al robustecimiento del poder real.

Alfonso II dedicó gran parte de su reinado á organizar inte

nórmente el país, restaurando la práctica de leyes visigodas

caídas en desuso, construyendo poblaciones, fijando la corte en

Oviedo y facilitando la venida de pobladores. En su tiempo verificóse

un suceso de carácter religioso que tuvo gran influencia,

más tarde, en la civilización de aquella parte de España; y fué

el hallazgo del sepulcro y cuerpo del Apóstol Santiago, en un

campo próximo á la ciudad de Iría. El descubrimiento causó

gran regocijo en los cristianos, y el rey mandó edificar en el

mismo punto una iglesia con residencia para el obispo. Alrededor

de esta iglesia se fueron construyendo habitaciones, que al

cabo formaron una población llamada Compos tela. Para visitar el

sepulcro se organizaron numerosas peregrinaciones, no sólo de

otros territorios españoles, sino del extranjero, produciéndose

así una corriente de visitantes y de influencias europeas en Galicia,

que pesaron mucho sobre las costumbres y la literatura.

252 HISTORIA DE ESPAÑA

165. Centros cristianos del Pirineo.—Mientras los cristianos

de Asturias y Galicia consolidaban sus dominios y se reorganizaban

interiormente, concretábanse en otros puntos de la

Península los nuevos centros dé resistencia de Navarra y Aragón,

iniciados confusamente en el período anterior '(§ 151).

Los Navarros pertenecían á la nación vasca, siempre independiente,

no obstante las muchas guerras que habían sostenido

para subyugarla los reyes visigodos. Los Árabes se apoderaron

de la parte llana del país, incluso la ciudad de Pamplona;

pero la región montañosa siguió libre y en lucha constante, ora

con los Musulmanes, ora con los Francos, que querían imponer

su dominio y que en tiempo de Carlomagno y su hijo

entraron varias veces en Pamplona. Como éste era el peligro

mayor, contra él parece que se dirigieron principalmente los navarros,

consiguiendo á comienzos del siglo ix—y con ayuda, según

se cree, de alguno de los renegados Beni-Casi, semi-independientes

del emir de Córdoba (§ 157)—derrotar y expulsar á

los condes que gobernaban en nombre de los Frances (824).

Lograda así su independencia respecto de unos enemigos, los

Navarros se dedicaron á librarse de los otros, los musulmanes,

pactando alianzas con condes de Aragón y de la Cerdeña, que

también luchaban por su cuenta. En estas luchas tuvo sin duda

origen la monarquía navarra. Para dirigirlas nombrábanse jefes

ó príncipes que, poco á poco, fueron logrando mayor importancia

y significación. Seguramente, á uno de éstos corresponde

el nombre de Iñigo Arista, que documentos antiguos suponen,

como ya hemos visto, primer rey de Pamplona. Siguiéronle

otros condes ó reyes de cronología dudosa, hasta un Sancho

García (comienzos del siglo x: 905-925) que luchó también

contra los Francos, aliándose con los musulmanes, y luego contra

éstos, ganándoles tierras hacia el S., en connivencia con

los cristianos de Asturias. A este Sancho llaman las crónicas

Abarca, por el calzado de cuero dicho así de que, según se

cuenta, proveyó á los soldados para hacer más ligera su marcha

sobre la nieve.

Parecido rumbo llevó el condado ó reinecillo de Aragón,

cuyas relaciones con el de Navarra fueron, por esto mismo,

acentuándose cada vez más. La comunidad de peligros—princiEL

CONDADO DE BARCfcLONA 253

pálmente el de los Francos, que dominaron, como resultado de

sus diferentes invasiones, algunos territorios del lado de acá de

los Pirineos, durante mucho tiempo—debió estrechar tan íntimamente

la vida política de ambos núcleos, que la leyenda ha

llegado á suponer un origen común á las monarquías de Aragón

y Navarra. Los musulmanes designaron á los españoles independientes

de estas regiones con el nombre de «cristianos de Alfranc

». Al cabo, desarrollándose con más vigor el núcleo navarro,

absorbió á los de la parte de Aragón (fines del siglo x?),

formando un reino que se extendía desde el O. de Pamplona

hasta Urgél. Aragón no alcanzó verdadera personalidad política,

como reino, hasta 1057 (§ 170).

166. El Condado de Barcelona.—Los musulmanes se

apoderaron, en el siglo vm, de todo el territorio catalán, incluso

sus principales poblaciones, entre ellas Barcelona (713). En este

dominio fueron inquietados por los Francos á fines del mismo

siglo; los cuales, más afortunados aquí que en la parte occidental,

lograron conquistar en diferentes excursiones, mandadas

algunas por el hijo de Carlomagno, Ludovico Pío, las plazas de

Gerona (785), Ausona (Vieh), Solsona, Manresa, Berga, Lérida,

Barcelona (801), Tarragona (809) y Tortosa(811). Con la región

así conquistada formaron los Francos una provincia llamada

Marca hispánica, para cuyo gobierno pusieron condes, de procedencia

franca ó visigoda. En 812 eran, éstos, cuatro: de Roselló,

Empurias, Besalú y Barcelona. En 815 se menciona el de

Cerdafia; en 819 los de Pallars y Urgell. No tardaron los

condes en declararse independientes de los reyes francos. Ya

en 827 se menciona la rebelión de un conde visigodo, Aizón,

aliado de los musulmanes. En 874 lo era ya (creen algunas autores

que por concesión, poco probable, del rey Carlos el Calvo

á la que se oponen documentos de fecha posterior) el de Barcelona,

Wifredo ó Guifré, llamado el Velloso, quien conquistó

¿ los Árabes varios territorios hasta el campo de Tarragona.

De este modo, á fines del siglo ix todo el N. de la Península,

desde Galicia á Cataluña—aunque la faja fuese estrecha en la

región navarra y en la de Aragón—era independiente de los

Musulmanes y de todo poder extranjero. Pues si bien á últimos

del siglo χ todavía los monjes del monasterio de Ripoll reco2

54 HISTORIA DK ESPANA

nocían la soberanía de los reyes francos, esto constituye un

hecho aislado. La mayoría de los señores, condes, etc., lo mismo

que los propietarios de tierras, no reconocen, al empezar el

siglo x, otra soberanía que la del país, y los eclesiásticos abandonan

la costumbre de pedir protección á los reyes francos,

buscando, para la confirmación de sus privilegios, bien al Papa,

bien al conde de Barcelona.

Cada uno de los núcleos cristianos luchaba y avanzaba por

su cuenta; y aunque el esfuerzo no era común, ni siquiera dentro

de cada Estado, y más de una vez pelearon éstos entre sí

en vez de pelear contra los Musulmanes, la resistencia partía de

tantos lados á la vez, que los Árabes no podían ahogarla en

absoluto.

167. Progresos del reino de Oviedo.—No obstante, el período

que va desde la muerte de Alfonso 1! (842) hasta la desaparición

del califato de Córdoba, fué, en general, desastroso

para los cristianos.

A pesar de todos los esfuerzos de los reyes, manifiestamente

el Estado leonés-gallego no tenía consistencia ni unidad interior.

Adviértese desde luego una oposición marcada entre la

región asturiano-leonesa y la gallega, incorporada en tiempo de

Alfonso I al reino ovetense. Los nobles gallegos se resisten

de continuo á la autoridad de los reyes; y, contando con fuerzas

propias é importantes, promueven continuos disturbios, cuya

dirección principal la marcaba un vivo sentimiento de independencia

anárquica. Aparte de esto, los condes de las fronteras,

atentos á su interés particular más que el general del Pistado,

solían proceder unas veces con entera libertad, y otras en connivencia

con los Musulmanes, A cuyos ejércitos ayudaban

contra los compatriotas leoneses y gallegos: así sucedió con los

de la región entre Miño y Duero y otros muchos. En las contiendas

con el rey ó en las luchas entre candidatos de la corona,

no vacilaban los cristianos en pedir auxilio á los Musulmanes,

mezclándolos así en las cuestiones interiores que tenían perturbado

el reino.

Con todas estas dificultades, y teniendo enfrente un Estado

tan poderoso como el califato, no es maravilla que los núcleos

del C. y O. de la Península avanzasen bien poco hasta la desLOS

REINOS CRISTIANOS 255

aparición de aquél, á comienzos del siglo xi. No faltaron reyes,

sin embargo, que en medio de tantos desórdenes prosiguieran

la guerra, á veces con buena fortuna, aunque momentánea y

poco aprovechada.

El inmediato sucesor de Alfonso II, Ramiro I (842), nada

hizo en este orden. Tuvo que combatir en primer término á

varios nobles que se habían sublevado, haciéndose nombrar

uno de ellos rey; y luego á los Normandos (§ 1 5 ?), que por este

tiempo (844) aparecen en las costas de Asturias y Galicia,-y á

los cuales vencieron las tropas de los condes gallegos, en dos

ocasiones.

El siguiente rey, Ordoño 1 (850), luchó y venció al reyezuelo

renegado de Zaragoza y recorrió la región entre Salamanca

y Coria, saqueando varias poblaciones, que no conservó. Con

Alfonso III, llamado el Magno (866), renacen las sublevaciones

de nobles gallegos, que no quieren reconocerle por rey. Vencidos,

dedicóse Alfonso á guerrear contra los Árabes, extendiendo

sus fronteras por el O. hasta el Mondego, y por el E. en

"ierra castellana, para afianzar cuyo dominio se dice fundó la

ciudad de Burgos, aunque otros atribuyen esta fundación á un

conde llamado Diego Porcellos. Casado eon una hija del rey de

Navarra, cuyo hecho pudo haber sido de beneficiosa influencia

para la marcha política de los Estados cristianos, gozó de poca

paz. interior, pues se le sublevaron sus hijos y su propia mujer,

de tal suerte, que tuvo el rey que abdicar. Como resultado de

este hecho, divídense los territorios del reino leonés, tomando

uno de los hijos de Alfonso, (jarcia, los de León; otro, Ordoño,

los de Galicia y Lusitania, y un tercero, Frucia, el señorío

de Asturias. El rey se reservó la plaza de Zamora.

168. Los reinos cristianos desde Ordoño II á Ramiro II.

— Castilla.—La división había sido funesta para el poder

político del reino, aunque duró pocos años. Frodújose precisamente

cuando subía al trono de Córdoba Abderrahmán III y

comenzaba el siglo de oro del califato. Así es que los sucesores

de Alfonso III, aunque trataron alguna vez de oponerse á

los musulmanes, fueron casi siempre vencidos, y la mayor parte

del tiempo vivieron sujetos de hecho á los califas. Exceptúànse

de esta regla únicamente Ordoño II (914), el rey de Galicia,

256 HISTORIA DE ESPAÑA

que reunió bajo sí las porciones gallega y leonesa de la herencia

de Alfonso III. Ordoño 11 luchó valientemente con los ejércitos

de Abderrahmán, venciendo á este califa en San Esteban

de Gormáz, después de haber tomado el castillo de Alanje

y saqueado el territorio de Mérida. Poco después, sin embargo,

el califa venció á Ordoño y al rey de Navarra en la

batalla de Valdejunquera. Ordoño trasladó la capital de su

reino á León.

A su muerte comienza un nuevo período de guerras civiles,

entre sus hijos Sancho y Alfonso IV, que llegaron á reinar á la

vez en diversos puntos, y luego entre Alfonso IV y su otro hermano

Ramiro. Fueron ocho años de anarquía y desconcierto,

agravados por la aparición de nuevas tendencias separatistas

en el E. del reino, más graves que las de Galicia declaradas

hasta entonces. Procedían estas tendencias de los condes de la

región castellana (llamada Bardulia y luego, por los muchos

castillos construidos, Castilla), conquistada por los reyes de

Oviedo y cuyo centro fué en un principio Amaya y luego Burgos

y su campo. Como los condes gallegos, los castellanos ó

burgaleses mostraron desde un principio gran espíritu de re

beldía contra los reyes, desobedeciendo sus órdenes y obrando

por cuenta propia, como sucedió en la última campaña de Ordoño

II. Desconocemos los términos concretos de la relación

política existente entre estos nobles y el rey, y la jerarquía

de ellos, aunque lo ordinario parece haber sido la existencia de

varios condes gobernadores en las diversas partes del territorio,

quizá bajo la jefatura del de Burgos, y todos con independencia

de los reyes de Oviedo y León; pero es el caso que Ordoño

los llamó al ejército y que ellos no acudieron, causando

esta falta, según se cree, la derrota de Valdejunquera. El rey

castigó á los condes con la muerte; pero el espíritu de independencia

no se apagó en aquellos nobles, que llegaron, en época

incierta, á nombrar (según dice la tradición) como autoridades

independientes á dos personajes que con el titulo de jueces gobernaron

á la vez el territorio. Todos estos hechos dejaban

presumir claramente que así que hubiera un digno representante

de las aspiraciones nobiliarias y regionales, el condado

de Castilla habría de subir grandemente en inportancia poliSUMISIÓN

DE LOS REINOS CRISTIANOS 257

tica. Este representante lo fué el conde Fernán González, á

quien veremos figurar mucho en el reinado de Ramiro II.

Este rey (950-50), así que terminó la guerra civil entre él y

su hermano Alfonso IV, comenzó con gran empeño la lucha contra

los musulmanes, intentando socorrer á Toledo cuando la amenazaba

Abderrahmán, y derrotando al califa en los campos de

Osma, aunque sin poder impedir que el ejército musulmán aso

lara la tierra de Castilla, tomando á Burgos y otros puntos fuertes.

A poco, siguiendo sus planes, se alió con el gobernador rebelde

de Zaragoza y con el rey de Navarra, menor de edad, en

cuyo nombre gobernaba el reino su madre, mujer de grandes

alientos, que batallaba al frente de las tropas. El resultado de

esta campaña fué desastroso para los aliados, tanto, que la reina

de Navarra tuvo que implorar el perdón del califa y reconocerlo

como señor. Ramiro fué más afortunado, aun habiéndose quedado

solo, puesto que algo después (959), en dos batallas sucesivas,

Simancas y Alhandega, derrotó al ejército del califa (§ 160).

Tales ventajas quedaron anuladas casi por completo merced á la

sublevación de los castellanos, que produjo nueva contienda civil.

El conde Fernán González declaró abiertamente la guerra al

rey, y, vencido, cayó prisionero. Ramiro le encerró en un calabozo

de León y nombró conde á un noble leonés; pero las gentes

castellanas partidarias de Fernán González continuaron la

guerra, y el rey hubo de dar libertad al conde, aunque haciéndole

jurar fidelidad y obediencia, condenándole á perder sus

bienes y obligándole á que diera su hija Urraca en matrimonio

á Ordoño, hijo mayor de Ramiro II. Este arreglo no borró

las diferencias entre castellanos y leoneses. Los primeros dejaron

que los árabes invadieran su territorio y que reedificasen y

fortificasen la ciudad de Medinaceli, lo cual constituyó un gran

punto de apoyo del califato en guerras posteriores; y poco más

tarde volvieron á las rebeldías, conquistando al fin su independencia.

Ramiro II todavía luchó por su cuenta y logró una vic

toria en Talavera, poco antes de morir (950).

169. Sumisión de los reinos cristianos al califato.—

Muerto Ramiro II, cae su reino en gran postración política, que

dura largos años. Disputáronse su sucesión dos hijos de diferentes

mujeres, Ordoño y Sancho. Sancho procedía del segundo

258 HISTORIA DE. ESPAÑA

matrimonio de Ramiro con una hermana del rey de Navarra, y

contó desde el primer momento con el auxilio de su abuela, la

reina Tota, y del conde Fernán González. Estas luchas civiles

trajeron, como primer paso en la política internacional, un tratado

con el califa, en que tanto Ordoño como Fernán González

salieron perdiendo.

La situación empeoró al morir Ordoño III y sucederle Sancho

(955). Malquistóse el nuevo rey con los nobles, cuyo espíritu

rebelde trató de Vencer, y aquéllos se vengaron destronándolo.

Alegaron como pretexto una derrota sufrida por el

rey en guerra con los árabes y la extremada gordura de Sancho,

que le imposibilitaba para montar á caballo y le daba figura

harto ridicula. Sancho se refugió en Pamplona, al lado de su

abuela la reina Tota ó Teuda, que aun gobernaba á Navarra en

nombre de su hijo, mientras los. nobles leoneses y castellanos

juntos elegían por monarca á Ordoño IV, primo del destronado.

No vaciló éste en buscar, para su reposición, el apoyo

del califa Abderrahmán III, el cual se lo prestó ampliamente,

empezandu por enviarle un médico judío que curó á Sancho de

su gordura. El rey fugitivo y su abuela Tota se presentaron

personalmente en Córdoba, donde el califa los trató con esplendidez,

pero como sometidos. Sancho firmó un tratado por el

cual se comprometía á entregar al califa, así que estuviese repuesto

en el trono, varias ciudades y castillos. Con esta condición,

Abderrahmánpuso á las órdenes de Sancho un ejército que

atacó los territorios de León, mientras las tropas navarras invadían

los de Castilla por el E.. Sancho salió victorioso, sentándose

de nuevo en el trono; pero, en vez de cumplir lo pactado

con el califa, se resistió á ello diferentes veces, sosteniendo guerras

con los musulmanes, hasta que Alhakam le obligó á pedir

la paz. En el interior seguía la lucha con la nobleza. Los señores

gallegos se sublevaron nuevamente, y uno de ellos, el conde

Gonzalo, envenenó al rey. Siguió á esto un período de completa

anarquía. Cada noble se declaró independiente en su territorio,

negándose á reconocer á Ramiro III, hijo de Sancho,

que por su escasa edad (cinco años) estaba bajo la tutela de.su

tía Doña Elvira, monja de San Salvador de León. Poco después

empezaron las campañas de Almanzor, tan fatales para los

REORGANIZACIÓN DK LOS REINOS CRISTIANOS 259

reinos cristianos, y que agravaron aún más la situación. Como

si esto fuera poco, los nobles gallegos declarados en rebeldía

eligieron por rey á Bermudo, primo de Ramiro, y derrotaron á

éste, que pidió auxilio á Almanzor. Por su parte, Bermudo lo

pidió también, con grandes promesas, y el general árabe se

lo concedió á cambió de una sumisión casi absoluta. La mayor

parte de las plazas fuertes leonesas quedaron guarnecidas por

soldados musulmanes, que causaban grandes daños en el país.

Varias tentativas que hizo Bermudo para romper este yugo, produjeron

otras tantas campañas victoriosas de Almanzor, á la vez

que los nobles seguían en abierta oposición al rey, desobedeciendo

sus órdenes, arrebatándole sus tierras, robándole sus

ganados y siervos. Estos mismos nobles ayudaron á Almanzor

en su última campaña contra Galicia, después de la cual

gozó Bermudo de algún tiempo de reposo, dedicado á reconstruir

las iglesias, monasterios y fortalezas destruidas en

la guerra.

170. Reorganización de los reinos cristianos.—El sucesor

de Bermudo II, su hijo Alfonso V (994), empezó á reinar

en mejores condiciones. Como menor de edad, eran sus tutores

la reina viuda Doña Mayor y el conde gallego Menendo González.

Tíos suyos eran el conde de Castilla y el rey de Navarra,

á la sazón Sancho el Mayor, nieto de la reina Teuda, gran

guerrero y político. Uunidos los tres, lucharon contra Almanzor,

á quien ganaron una batalla, la de Calatañazor (§ 162). Haya

existido ó no esta victoria, como á poco murió el general árabe,

el efecto fué el mismo, y altamente beneficioso para los reinos

cristianos, que se aprovecharon de las guerras civiles sobrevenidas

en Córdoba. Sancho el Mayor extendió las fronteras de

Navarra hacia el S., y Alfonso V pasó el Duero por el lado

de Portugal, procurando, á la vez que reconquistaba pueblos,

aumentar la población. Por su parte, los condes castellanos,

cuya alianza solicitaban en sus luchas los diferentes caudillos y

pretendientes árabes, se hicieron pagar su auxilio ó su neutralidad

con cesiones de territorios y plazas fuertes. ¡Tanto habían

variado las cosas desde la muerte de Almanzor! Alfonso V, para

organizar el gobierno de sus territorios, reunió en León un

Concilio (1020), en que se dio á la capital una ley especial

26ο HISTORIA DE ESPANA

(fuero) y varias leyes generales. Murió Alfonso en el sitio de

Viseo, sucediéndole su hijo Bermudo III (1027).

Las relaciones de familia entre los gobernantes de León,

Navarra y Castilla, se estrecharon mucho más por el casamiento

de Bermudo con una hermana del conde castellano Garcia, que

tenía otra casada con Sancho el Mayor. Debe advertirse

que los condes de Castilla, desde Fernán González, vivían en

efectiva independencia de León, aunque interviniendo en las

cuestiones interiores de este reino unas veces, y otras en las del

califato, contra el cual guerreó también mucho Fernán González,

que con esta política iba extendiendo poco á poco su poder.

La buena inteligencia entre los tres Estados cristianos se

rompió á poco, no obstante aquellas relaciones de familia, con

motivo del asesinato de García por los hijos del conde Vela de

Álava, á quienes aquél había expulsado de Castilla. Inmediatamente,

Sancho el Mayor, como cufiado de García, ocupó las

tierras castellanas, promoviéndose la guerra con Bermudo por

cuestión de limites. Intervinieron mediadores (entre ellos algunos

prelados), y cesó la guerra casándose una hermana de Bermudo

con el hijo mayor de Sancho, Fernando, quien tomó el

título de rey de Castilla (1037); pero á poco se reanudó la guerra,

y castellanos y navarros conquistaron todo el reino de

León, no dejando á Bermudo más que Galicia. Con esto vino

Navarra á ser el centro político cristiano de más importancia,

puesto que dominaba desde las fronteras de Galicia á las del

condado de Barcelona, reuniendo los antiguos territorios de

León, Castilla, Navarra, Aragón y territorios vascos de España

y Francia. Sancho el Mayor llegó á tomar el nombre de rey de

las Españas, pero no supo conservar la unidad de su poder.

Poco antes de morir dividió sus Estados entre sus hijos, dejando

á García el reino de Navarra, con el señorío de las provincias

vascas; á Fernando, Castilla; á Ramiro, el territorio del condado

de Aragón, y á Gonzalo, el señorío de Sobrarbe y Ribagorza.

En Galicia quedaba reinando Bermudo III; pero á la muerte

de Sancho (1035) se reanudó la guerra de castellanos y navarros

reunidos, contra leoneses y gallegos, venciendo las tropas

de Fernando en la batalla de Tamarón, con muerte de Bermudo

(1037}. Fernando, como cufiado suyo, entró á reinar, juntando

TERRITORIOS MUSULMANES 2ÓI

los dos Estados de León y Castilla. Ocurría esto seis años después

de haber terminado el gobierno de los califas en Córdoba·

Por su parte, los condes independientes de Barcelona habían

ido ensanchando, en el siglo x, sus dominios. El inmediato sucesor

de Wifredo I, Wifredo 11 (llamado también Borrell I), los

extendió más allá del Llobregat; y aunque poco después, en 986,

Almanzor invadió el territorio catalán, apoderándose de Barcelona,

que incendiaron y saquearon los Musulmanes, y en 1003

Abdelmelik, hijo de aquél, volvió á entrar en son de guerra

asolando el Panadas y las villas de Castellolí (cerca de Igualada),

Manresa y otras (siendo conde de Barcelona Ramón

Borrell), recuperaron luego los condes sus territorios, bien mediante

la guerra y la retirada de los musulmanes, bien á cambio

de la intervención que lograron en Córdoba (después de la

caída de los Almanzores: § 16 3), á solicitud de uno de los pretendientes

al califato, á quien auxiliaron tropas catalanas que

entraron en la capital cordobesa. Estas ventajas se afianzan con

la disgregación del imperio musulmán, al destronamiento de

Hixem III (1031); y de ellas se aprovechó notablemente el

conde Ramón Barenguer I, que poco después heredó el condado

(1035).

Para el mundo musulmán, como para el genuinamente español,

comenzaba una nueva época, muy distinta de la antigua.

3.—ESTADO SOCIAL Y CULTURA DEL SIGLO VIII AL XI

i.—TERRITORIOS MUSULMANES

171.—Relaciones entre el mundo musulmán y el cristiano.

—La oposición de intereses políticos y la lucha constante entre

los centros cristianos peninsulares y los invasores, no debe inducir

á error en punto á las relaciones ordinarias entre ambos

elementos. Fuera de los campos de batalla, tratábanse ambos

pueblos, á menudo, de manera cordial é íntima. Explícase que

así fuera, por las exigencias naturales del roce y de la vida próxima,

y por la manera, muy diferente de la actual, con que se

apreciaba entonces la misma oposición de cristianos y musulmanes,

y por la comunidad de intereses ó la necesidad de mutuo

1 17

2Ó2 HISTORIA DE ESPAÑA

auxilio que á veces los ligaban. No es de extrañar, pues, que se

visitasen frecuentemente, se ayudasen en las guerras civiles,

comerciasen entre sí y aun se enlazaron por el matrimonio

individuos de uno y otro pueblo, y no sólo de las clases bajas y

menos cultas, sino de las más altas y poderosas. Así, Muza,

caudillo musulmán de Aragón, casa á una hija suya con el conde

García; Doña Sancha, hija del conde aragonés Asnar Galindo,

contrae matrimonio con Mahommad Attawil, rey moro

de Huesca (893), engendrando un hijo, Muza, que fué luego

marido de Doña Dadilde, hija del rey navarro Jimén Garcés;

una nieta de Iñigo Arista, llamada Doña Ónneca (Iñiga), casó

en segundas nupcias con el príncipe cordobés Abdallá (889-

912), siendo abuelos ambos de Abderrahmán III; y por último,

el propio Almanzor, según el testimonio de historiadores árabes,

tomó por mujer á una princesa, probablemente hija del

rey de Navarra Sancho II. También se ha atribuido á Almanzor

otro matrimonio con una hija de Bermudo II, llamada Teresa;

pero la seguridad de este enlace es muy discutida por la

crítica moderna. Lo más extraordinario y curioso de estas

uniones mixtas es que, á pesar de no exigir la ley mahometana

la conversión de la mujer cristiana (los musulmanes pueden

celebrar justas nupcias con cristiana, judía ó parsi, pero no

con idólatra), se dio el caso de que se convirtiese alguna de

aquéllas, sin escrúpulo y con consentimiento de su familia,

como se sabe de la referida esposa de Almanzor. Los cruzamientos

debieron ser numerosos en todas las clases sociales,

obligando á ello también la falta de mujeres en los guerreros

invasores, diferentes en esto de los Germanos, cuyas

inmigraciones eran en masa, de la población entera. En esta

forma sobreponíanse las conveniencias particulares incluso á los

sentimientos religiosos, que, por otra parte, no fueron en todo

este tiempo barrera que apartase con odios invencibles á uno

y otro; así se ve que apenas hay guerra en que figuren exclusivamente

de un lado musulmanes y de otro cristianos,. sino

que en ambos ejércitos van mezcladas tropas de 'las dos procedencias.

Aparte de estas relaciones, en el seno mismo del Estado musulmán

existían, como ya sabemos, grandes núcleos de espaCLASES

SOCIALES 2Ó3

ñoles, renegados unos, cristianos otros (mozárabes), y éstos

respetados en su religión, usos y costumbres, salvo momentos

breves de persecución, que no tuvo nunca carácter general. En

el palacio de los emires y califas, y en las diversas esferas de

la administración árabe, no era raro ver cristianos españoles

(como cristianos había también al servicio de los califas de Damasco).

En el ejército musulmán figuraban tropas cristianas á

sueldo, y conocido nos es ya el inmenso poder que en los últimos

tiempos consiguieron los eslavos, gentes procedentes de

países cristianos (y, aunque esclavas, poderosas y ricas), junto á

las cuales figuraban también los soldados de varias regiones españolas.

Todo esto produjo una mezcla grande de condiciones

y caracteres, y mutua influencia de genios, civilización y costumbres.

172. Clases sociales.—Algo hemos dicho acerca de este

punto en párrafos anteriores, que deben recordarse. La grande

heterogeneidad de razas y tribus existente en el mundo musulmán,

daba también complejidad suma en la jerarquía y consideración

de sus diversos elementos; ni éstos fueron de hecho

los mismos en los diversos tiempos que van desde la invasión,

á comienzos del siglo vui, hasta la caída del califato á comienzos

del χι. Para los árabes—el núcleo dominante y organizador

del imperio musulmán—no eran iguales sus compatriotas que

los berberiscos, persas y otros pueblos añadidos por la conquista;

ni aun entre sí mirábanse de igual modo las diferentes

tribus de árabes (Yemenitas, Sirios, etc.), persistiendo, no obstante

los esfuerzos de algunos califas como Abderrahmán III

para unificar las razas, la lucha entre las tribus y los pueblos

distintos de los musulmanes españoles.

Los diferencias sociales más salientes eran, no obstante, muy

parecidas á las de los demás países. La división fundamental de

las personas consistía en la de libres y esclavos. En los primeros

tiempos distinguióse bien, en la clase de libres, una especie de

aristocracia y el pueblo, formada aquélla por los jeques de las tribus,

y éste por los demás individuos,clientes, etc. Las relaciones

entre ambos no fueron, sin embargo, uniformes en todos los elementos

de la población musulmana. La verdadera aristocracia

era la de los árabes, siendo más democráticas las relaciones de

264 HISTORIA DE ESPAÑA

clase entre los berberiscos. Pero la aristocracia árabe, después de

haber vivido mucho tiempo en abierta oposición con los emires,

de quienes se emancipaba con frecuencia, y en luchas continuas

entre sí, fué destruida y casi aniquilada en tiempos de Abderrahmán

III (§ 160). Desaparece entonces, si no enteramente

como clase, como poder social y político, sustituyéndola, de

un lado, los jefes militares, especie de aristocracia de la espada,

y de otra, la clase media (comerciantes, industriales, etc.), que,

por el gran desarrollo del comercio y las artes, había llegado

en las capitales de importancia á reunir considerables riquezas.

Por bajo de la clase media quedaba el pueblo obrero, muy numeroso

en la época de los califas y movido más de una vez por

odios de clase, motivados por la desigualdad económica.

La aristocracia, mientras existió, formaba la clase más rica,

por las concesiones de tierras que obtuvo en lo conquistado.

Los emires, para premiar servicios de guerra, y á veces para

acallar disturbios (como en tiempo de los sirios de Baich: § 149),

distribuyeron grandes extensiones de territorio entre las diferentes

tribus y sus jefes, concediéndoles que los siervos que las

cultivaban entregasen á estos últimos la parte de cosecha que

antes recibía el Estado. De este modo se fueron creando grandes

propiedades territoriales, base de verdaderos señoríos casi

independientes unas veces é independientes del todo otras; y es

de notar que, tal vez en gran parte por este hecho de las concesiones

de tierras, la población árabe y berebere vivió casi siempre

en el campo, quedando las ciudades principalmente habitadas

por los mozárabes y los renegados, es decir, la antigua masa

de población española: como sucedía en Toledo, Sevilla, Elvira,

etc.

Los renegados ocupaban una situación intermedia. Distinguíanse

en ellos los maulas ó cautivos cristianos que abrazaban

el mahometismo, recobrando así la libertad; los muladíes, hijos

de padre musulmán y madre cristiana ó viceversa, obligados

por la ley á ser musulmanes, y los renegados propiamente .dichos,

es decir, españoles sometidos en tiempo de la conquista y que

habían abjurado de su religión por diferentes causas. No obstante,

el nombre general con que se les conoce es el de muladíes.

Aunque todos ellos eran musulmanes, y llegaron á veces

LOS JUDÍOS 2ÓJ

á poseer grandes riquezas y poder, ya hemos visto que se les

consideraba mal, como inferiores á los musulmanes de abolengo;

de lo cual supieron vengarse con sus numerosas y á menudo

felices sublevaciones. No debe olvidarse que muchos de los

renegados procedían de los esclavos y siervos visigodos, que

abjurando adquirían la libertad. Los muladíes, aumentados en

gran número desde Abderrahmán II por frecuentes conversiones

de mozárabes, constituían ya en el siglo ix una parte importantísima

de la población, que influyó en la cultura. En cuanto

á los mozárabes, constituían un mundo aparte, del que hablaremos

luego ampliando noticias anteriores.

Los hombres no libres eran de varias clases: siervos labradores,

en condición análoga á la que tenían con los visigodos, aunque

más dulce; y esclavos ó siervos personales. De éstos, alcanzaron

situación privilegiada, envidiable aun para los hombres libres,

los eunucos y los eslavos. Los eunucos eran esclavos de procedencia

diversa (europea, asiática y africana) destinados al servicio

de las esposas y concubinas del emir ó califa (harem) y al particular

de éste, ocupando á veces cargos de importancia en Palacio,

como el de maestro guardarropas y gran alconero, ó

constituyendo una guardia especial del soberano. Todos ellos

poseían riquezas, en tierras y dinero, y criados—esclavos de

esclavos,—á quienes pagaban. Constituían, pues, como una

aristocracia en su clase, y en más de una ocasión intervinieron

poderosamente en las cuestiones políticas.

Los eslavos eran principalmente soldados, pero esclavos del

califa, aunque algunos pertenecían también á la clase de eunucos.

Abderrahmán III los aumentó en tan gran número, formando

de ellos la base de su ejército, que, según autores árabes, llegaron

á ser 13,750. Abderrahmán les dio tierras y esclavos y los

invistió con importantes funciones militares y civiles. Resultado

de esta preponderancia fueron las luchas sostenidas al caer los

Almanzores (§ 163).

173. Los judíos.—Los judíos mejoraron notablemente de

condición social con la conquista árabe. Los emires y los califas,

en vez de seguir la política restrictiva de los reyes visigodos,

.no sólo concedieron amplia libertad y tolerancia á los

Judíos (conforme al derecho de la guerra que usaban los musul266

HISTORIA DE ESPANA

manes, según hemos visto), sino que los protegieron en gran

manera. Durante los siete años de conquista, los judíos sirvieron

de auxiliares, ora encargándose de la custodia de las ciudades

dominadas, y cubriendo así la escasez de soldados que tenían

los conquistadores, ora desempeñando cargos públicos para el

gobierno de aquéllas. Con la tolerancia, florecieron el comercio

y la industria en las comunidades hebreas, llegando al más alto

grado de prosperidad la de Córdoba, sobre todo á partir del

califato independiente. Un sabio judío, Hasdai-ben-Schaprut

(915-970), fué tesorero y ministro de Abderrahmán III, cuyo

favor alcanzó mediante servicios diplomáticos y la traducción

al árabe de las obras del célebre médico griego Dioscórides.

Hasdai entabló relaciones con sus correligionarios de Oriente,

é hizo venir á Córdoba muchos poetas, gramáticos y sabios

judíos, de cuya concurrencia nació la escuela talmúdica de Córdoba.

El fundador de ésta, Rabí Moisés-ben Henoch (protegido

por Abderrahmán, en parte merced á la influencia de Hasdai y

quizá también con la intención política de que los judíos de

España se hiciesen independientes de la academia oriental

de Sura), elevó tanto los estudios, que bajo sus sucesores vino

á serla escuela cordobesa el centro de la ciencia talmúdica para

todos los judíos, eclipsando á las de Mesopotamia. Los califas

Omeyas continuaron protegiendo este desarrollo científico,

hasta el punto de que uno de ellos se hizo traducir al árabe la

Mischna (colección de leyes que forman parte del Talmud), y

colocó en su biblioteca un ejemplar de ella. Los judíos de Córdoba

adoptaron el traje y las costumbres árabes y se distinguían

por su exterior brillante y caballeresco.

174. Gobierno y administración.—Ya hemos visto que en

un principio (por espacio de medio siglo) España constituyó

una provincia del califato de Bagdad, con un gobernador (emir)

al frente. Esta dependencia acabó con Abderrahmán I, verdadero

fundador del califato de España ó Córdoba, aunque no

llevara el nombre de califa; título que, más"tarde, en 929, tomó

Abderrahmán III. Era, el califa, jefe supremo y realmente absoluto

del gobierno, aunque muchas veces debía su elección á sublevaciones

de la nobleza. Para auxiliarle en sus funciones tenía

un hagib ó primer ministro, otros varios vizires y catites ó secretaGOBIERNO

Y ADMINISTRACIÓN 267

rios, de los cuales uno había consagrado á la defensa de los

cristianos y judíos. Las oficinas de administración se llamaban

divan, y eran tantas como servicios públicos había (ejército, hacienda,

intervención del Tesoro, etc.)

Las provincias en que se dividieron los territorios musulmanes

(seis bajo Abderrahmán I) estaban dirigidas por un gobernador,

walí, jefe, á la vez, militar y civil. Algunas ciudades importantes,

aunque no fuesen capitales dé provincia (i), tenían

walies, así como á veces se nombraba para toda una región extensa

(especialmente de las fronterizas con los cristianos, en que

la guerra era continua ó muy frecuente) un solo jefe militar.

Al lado del califa, y como cuerpo consultivo, existía el mexuar

ó Consejo de Estado, compuesto de miembros de la nobleza y

el clero y de altos funcionarios de palacio; Consejo que, en los

últimos tiempos del califato cordobés, fué ganando en autoridad

y poderío, como representante del patriciado ó sea de las clases

superiores, hasta sustituir al califa en el gobierno (§ 163). También

se solían reunir asambleas de caudillos y patricios (addiguanes),

convocadas por el califa, para jurar al heredero del

trono, reconocer al nuevo monarca (ejemplo, la reunida en 2 de

Enero de 977, con asistencia de los parientes del soberano,

cadíes mayores, gobernadores, dignatarios y notables de la corte)

ó para modificar las leyes: v. gr., la de 5 de Febrero de 976,

reunida por Alhacam II para variar la ley que prohibía minoridades

y regencias.

El califa administraba personalmente justicia, á veces; pero

de ordinario ejercían esta función empleados especiales, llamados

cadíes (y en los pueblos pequeños hakimes), á cuyo frente

había uno superior, llamado cadi di los cadíes. El hdquem ó zavalaquén

era una especie de juez instructor. Estos funcionarios

daban diariamente audiencia pública, en que se presentaban los

interesados para alegar sus derechos ó hacer sus acusaciones. En

Córdoba existía también un juez especial llamado zahebaxorta ó

zabalmedina (zalmedina), que entendía en asuntos criminales y

de policía, aplicando procedimientos más rápidos y jurispruden-

(1) Eran estas capitales Toledo, Mérida, Zaragoza, Valencia, Granada y Murcia, aparte

de Córdoba.

268 HISTORIA DE ESPAÑA

cia más sencilla que el cadí. Tenía establecido su tribunal á las

puertas mismas del palacio real, con gran ceremonia. Carácter

análogo tenía otro juez especial existente en todas las ciudades

importantes, llamado mustaçaf (almohtasib, almotacén), encargado

particularmente de la policía del comercio y de los mercados

(comprobación de pesas, adulteraciones, etc.), del ornato

y obras públicas, prohibición del juego y otros asuntos que, si

bien pertenecían en principio al cadí, por costumbre, y por facilitar

la administración de justicia, se fueron atribuyendo al

mustaçaf. Por último, figura, en la jerarquía musulmana un funcionario

especialísimo, existente ya á comienzos del siglo χ y

llamado Eide las Injusticias (cadhialjamáa), cuya misión principal

consiste en oir las reclamaciones ó quejas contra la conducta de

los demás funcionarios públicos, de una manera análoga á como

vigilaban y corregían esta conducta en el reino visigodo

los obispos, el Concilio provincial y los Concilios generales

(§ 132 Y !34)·

Las penas que más generalmente se imponían eran la multa,

los palos, el emplumamiento y la muerte por decapitación.

Esta era forzosa para los que abjuraban del mahometismo ó

blasfemaban de Alá ó de Mahoma.

Para el sostenimiento de las cargas del Estado imponíanse

contribuciones. Aparte de las mencionadas en otro lugar (la

personal y la territorial, contando en primer término el censo

que pagaban los cultivadores del joms ó tierra del Estado, que

se convirtió en tierra del emir ó califa desde que se declararon

independientes los Omeyas), existía la llamada azzaque, consistente

en el décimo de los productos de la agricultura, industria

y comercio, y dedicada á los gastos particulares del califa, y las

aduanas, al frente de las cuales había un jefe denominado almoschrif

(almojarife). Como base del reparto de las contribuciones,

se hicieron desde el principio empadronamientos de la población,

indicando el número de personas y sus bienes, y tomando por

guía, en los primeros tiempos, la organización por tribus, de

modo que cada individuo estaba clasificado en su tribu respectiva,

aunque se hallase en territorio distinto del que aquélla ocupaba;

pero esta organización se perdió con la caída de la aristocracia,

y, aunque algún califa la quiso restaurar, ya no fué posible.

LOS MOZÁRABES 269

175. Los mozárabes.—Todo lo dicho hasta aquí se refiere

á la población musulmana. En cuanto á los mozárabes, se les

dejó, como vimos, su administración y gobierno, aunque en distinto

grado según las localidades. Parece que en las ciudades y

villas importantes tenían gobernadores especiales (condes) (1),

nombrados por el califa, y que unas veces eran de raza árabe y

otras de raza visigoda ó hispano-romana: así sucedía en Toledo.

En Córdoba existía un funcionario, defensor ó protector, que representaba

á todos los cristianos sometidos y defendía sus intereses

en la corte del califa. En los pueblos pequeños, según

la capitulación de Coimbra, había condes ó jueces hispano-godos,

nombrados por los mismos mozárabes. No se sabe si continuó,

ni en qué forma, la curta antigua, ó la asamblea de vecinos,

cuando menos; pero sí que se perpetuaron dos funcionarios

de aquélla, el exceptar, encargado ahora de recaudar los impuestos

municipales, y el censor ó juez de primera instancia para

los litigios entre ios cristianos. El conde lo era de segunda

instancia.

En los delitos contra la religión mahometana y en los que

merecieran pena de muerte, conocían los jueces musulmanes.

La ley que regía entre los mozárabes era el Fuero Juzgo, que

continuó por mucho tiempo vigente, á lo menos en algunas

ciudades, como Toledo. Interiormente, la población mozárabe

seguía distinguiendo sus dos elementos, el visigodo y el hispanoromano;

mas no parece que esta distinción fuese muy acentuada.

Por lo menos, el peligro común, y el interés de todos, unió

é hizo proceder acordes, frente á los mahometanos, á una y otra

raza. Por lo general, no parece que vivieran promiscuamente los

mozárabes con sus dominadores. Solían, por el contrario, agruparse

en barrios, separados, á veces extramuros, aunque el trato

con los musulmanes en la vida diaria era constante, según se

deduce de hechos antes consignados ó que se dirán luego.

La importancia de la población mozárabe se dejó sentir,

como era consiguiente, en el mundo musulmán: tanto en el orden

político (puesto que, en inteligencia con los cristianos del

Norte, ayudaron á la reconquista y crearon, según hemos visto,

(1) Son célebres los nombres del conde Servando, de Córdoba, y de Toddo, de Coimbra.

270 HISTORIA DE ESPAÑA

graves dificultades de orden público al gobierno musulmán),

cuanto en la cultura; aunque en ésta, no seguramente en la

medida extraordinaria que han supuesto algunos autores modernos

anti-arabistas.

176. Ejército y costumbres militares.—Pueblo tan batallador

como el musulmán, era lógico que atendiese, como cosa

importante, á la organización de su ejército. Sin embargo, en

los primeros tiempos no fué tan ordenada y segura como parece

debiera ser. Cada vez que se emprendía una campaña,

llamábase á las tribus, que acudían con todos sus hombres disponibles,

su jeque y su bandera respectiva, sin confundirse con

las demás.

En cada distrito (división de tribu) había dos jefes, que se

reemplazaban en la guerra. Los soldados recibían sueldo al fin

de la campaña, distinguiéndose los antiguos árabes de Muza

(llamados baladis), que sólo cobraban si pertenecían á la familia

del jefe, pero en cambio no eran llamados sino en casos de

apuro, cuando se formaban dos ejércitos. Para los sirios regía

otra regla. Los pertenecientes á la familia del jefe debían el servicio

obligatorio. En los demás era voluntario y cobraban de

cinco á diez piezas de oro por cabeza.

Generalmente se escogía, para las campañas, la primavera,

llamando á las tropas por un tiempo determinado. Más de una

vez sucedió que, prolongándose la acción militar hasta comienzos

del verano, desertaron los soldados y hubo que suspender

aquélla; y en otras ocasiones se excusaron de ir algunas tribus,

pretextando que las labores agrícolas exigían la presencia de los

hombres en el campo. Conviene advertir que muchas de estas

expediciones no eran verdaderas campañas, sino simples excursiones

'(razzias, algaradas) para talar campos, destruir fortalezas

y coger cautivos, retirándose luego las tropas. Lo mismo hacían,

por su parte, los cristianos.

El ejército constaba de infantería y caballería, yendo ésta

montada en mulos y no en caballos, de raro uso aún en el siglo

x, tanto, que se tenía hasta como vanidad censurable

montar en uno, á diferencia del resto de la tropa. No usaban

estribos. Para la impedimenta, cada dos ó tres soldados solían

llevar una mula. Acampaban en tiendas, colocando en medio

EJÉRCITO Y COSTUMBRES MILITARES 271

la del jefe y sujetando á los animales con estacas. En algunas

ciudades, como Sevilla, había milicias locales, formadas por los

mozárabes. Como armas usaban la espada, la pica, la lanza y el

arco y flechas, defendiéndose con los cascos, escudos, corazas y

cota de mallas. Para el sitio de ciudades y fuertes adoptaron los

aparatos romano-bizantinos (ariete, catapulta, etc.) Utilizaban

también las palomas mensajeras como medio de comunicación.

Para la defensa de las fronteras y de las costas solían establecerse,

dentro de castillos ó torres, especie de agrupaciones

ú Órdenes semejantes á las militares que luego tuvieron los

cristianos, puesto que sus miembros peleaban y rezaban en común,

adoptando reglas de carácter religioso, como la prohibición

de trato con las mujeres. Llamábase á éstos monasteriosfortalezas,

Rabat, ó Rápita, en castellano. El general en jefe

del ejército llamábase alcaide.

Toda esta organización fué cambiando con el tiempo. Los

califas se rodeaban cada vez más de tropas especiales, reclutadas

entre los esclavos ó traídas de fuera, constituyendo un núcleo

de ejército ajeno á la antigua distribución en tribus, debilitada

con la desaparición de la aristocracia. Por fin, Almanzor

consumó la reforma, aboliendo la división por tribus y sustituyéndola

por la de regimientos, en que iban mezclados los musulmanes

sin consideración á la tribu á que pertenecían. De este

modo acabó el poder militar de los jeques. El ejército contaba,

además, con muchos elementos extraños: de una parte, los eslavos,

y de otra, batallones formados por cristianos de León,

Castilla y Navarra, pagados espléndidamente por Almanzor y

entregados por completo á su servicio. Pero esta organización,

así que faltó la mano de hierro de Almanzor, se volvió en dafio

de la tranquilidad pública, según hemos visto anteriormente.

En punto á marina, aunque al principio no fué muy importante,

los emires y califas, sobre todo desde los ataques de los

normandos, se esforzaron por acrecentarla, y llegaron á tener,

ya en tiempo de Abderrahmán III, la escuadra más fuerte del

Mediterráneo, cuya estación central fué el puerto de Almería.

Con eila hacían expediciones y desembarcos frecuentes en las

costas cristianas de Galicia y Asturias, destruyendo pueblos y

Llevándose cautivos ó esclavos, y también a! Africa, contra el

272 HISTORIA DE ESPANA

imperio de los fatimitas. El jefe de la escuadra se llamaba Alcaide

de las naves. Erróneamente se ha querido derivar de la

nomenclatura árabe el nombre de Almirante. A fines del siglo x,

habiendo desaparecido el peligro de los normandos y el reino

fatimita de la región africana de Túnez, los califas españoles

dejaron de prestar atención á la marina.

177. Las leyes musulmanas.—La base y fundamento de

la legislación musulmana está en el Alcorán, que durante los

primeros tiempos fué la única fuente jurídica. Las necesidades

nuevas y cada vez mayores que el rápido crecimiento y complejidad

del mundo mahometano hubieron de producir, trajeron

la formación de una nueva fuente, como el Alcorán á la vez

religiosa y jurídica, constituida por las tradiciones de los dichos

y hechos del profeta, llamadas individualmente hadit, y en conjunto,

Sima. La primera colección de tradiciones la hizo un jurisconsulto

del siglo vii llamado Málik, quien las fijó en su libro

Mouata en número de 1,700: número que más tarde fué aumentado.

A estos dos elementos primordiales se unió á poco otro,

más propiamente legislativo: las disposiciones ú ordenanzas que

los califas iban dando á medida que los hechos lo requerían,

y entre las cuales gozaban de particular importancia las de los

primeros de aquéllos, ó sea de los más próximos descendientes

de Mahoma. A éstas se llamaba Athar. Semejante facultad legislativa

la ejercieron, en España, como era natural, los emires

y califas independientes, dando numerosas leyes, reglamentos,

etc., cuyo nombre general es el áefetvas. En la formación de

estas decisiones, intervenían frecuentemente los alfaquíes, reunidos

en asambleas, de que es ejemplo una de 1090. En tiempo

de los almorávides, se celebraron otras de igual clase (§ 221).

Sobre estas diversas fuentes se ejercía la interpretación de los

jurisconsultos, admitiéndose también la costumbre. Algunos de

éstos, que formaron escuela, añadían la razón como fuente, y

otros explicaban de diversa manera la jerarquía y relación de

los elementos citados, originando gran diversidad de direcciones.

Caracteriza á la legislación musulmana una dependencia estrecha

(que es confusión muchas veces) con la materia religiosa,

siguiendo el tipo que ofrecía ya el Alcorán. Códigos propiaRELIGION

273

mente dichos—al modo que el Fuero Juzgo, v. gr.—no los tuvieron,

aunque sí compilaciones privadas, hechas por jurisconsultos,

que presentan una mezcla muy heterogénea de asuntos:

por ejemplo, doctrinas sobre la purificación, los rezos, funerales,

diezmo y limosnas, ayuno legal, peregrinación á la Meca, transacciones

comerciales, herencia (muy complicada en sus grados

y reglas), matrimonio y divorcio, delitos, etc.

La escuela dominante en España en materia jurídica fué la

de Málik, que también rigió en el África del N.

178. Religión.--Ya hemos dicho lo más esencial con referencia

al carácter y las doctrinas de la religión musulmana ó

mahometana. Considerábase como jefe de ella al califa, por bajo

del cual estaban los doctores libres,teólogos, jurisconsultos, etc.

El culto celebrábase en templos (mezquitas), sin imágenes.

Cada mezquita tenía una torre (minarete ó alminar) desde la

cual un funcionario llamado almuédano anunciaba en voz alta á

los fieles la hora de la oración. Ésta era dirigida por un sacer-.

dote llamado imán, habiendo también predicadores ó catibes,

teólogos ó ulemas, jurisconsultos ó faquíes, é intérpretes de las

leyes ó muftíes. Vimos también cómo el fervor de los musulmanes

por su religión distaba mucho de ser general y vehemente.

Los árabes, por lo común, mostrábanse bastante fríos, al paso

que los bereberes eran intransigentes y fanáticos. Resultado de

esta diferencia de opiniones fué la formación de escuelas ó sectas—

muy numerosas, á pesar de los esfuerzos en contrario de

los doctores,—que negaban parte ó todos los dogmas de la religión

y hasta la existencia de Dios. Otras sostenían que todas

las religiones son falsas, ó que lo único verdadero son los principios

morales que la razón acepta. De todas estas ideas hubo

numerosos prosélitos en España; aunque, por lo general, no las

manifestaban abiertamente, por miedo á los sacerdotes y á la

masa ortodoxa del pueblo. Aquéllos conseguían más de una vez

hacer desterrar á los profesores y filósofos tachados de herejía

y quemar sus libros; pero la indiferencia ó la incredulidad en

las clases altas no era, por eso, menos grande. Las persecuciones,

sin embargo, continuaron, aumentadas en tiempo de AImanzor,

que quiso congraciarse así con los sacerdotes.

Pero, además de esto, entre los mismos ortodoxos había dife274

HISTORIA DE ESPANA

rentes maneras de explicar el Alcorán y los ritos; de modo, que

se formaron diferentes sectas, enemigas entre sí. En España, la

que dominó generalmente y por más tiempo en lo religioso

como en lo jurídico (§ 177) fué la de Málik, llamada así del

nombre de este gran teólogo y escritor, cuyos libros eran la

base de la instrucción religiosa y moral juntos con el libro sagrado.

Parte de los musulmanes fervientes tendieron al ascetismo

y fundaron verdaderos monasterios, como el de la Montaña,

de BenMasarra, el de Ben-Mocheid y el de Elvira, y

cofradías de análogo carácter; de modo que al lado del clero

ordinario había monjes, aunque pocos en número.

Por su parte, los mozárabes conservaban la religión cristiana,

con todos sus ritos, en las mismas poblaciones de los musulmanes.

Salvo breves períodos de intolerancia, celebraron sus

ceremonias en la iglesia y en la calle, á son de campana (aunque

en algunas localidades, como Coimbra, se ordenó que celebrasen

misa á puerta cerrada), siendo, cuando menos, respetados y

defendidos por las autoridades. En Córdoba tenían tres iglesias

(la de San Acisclo la conservaron siempre) y tres monasterios,

y en los alrededores ocho monasterios. En las afueras de Granada,

un templo, célebre por la belleza de su construcción y de

su ornato, y otros en Toledo, Zaragoza, Mérida, Valencia,

Málaga, etc. Aunque hubo califa que mandó destruir las iglesias

de la capital, éstas se reconstruyeron pronto (ó quizá no llegaron

á destruirse por completo) y hasta hubo sitio en que un

mismo edificio servía, á la vez, de mezquita y de iglesia cristiana.

La tolerancia mutua fué tal, que algunas fiestas cristianas,

como la de San Juan y el primero de año, las celebraban juntamente

mozárabes y musulmanes. En tiempo de Almanzor,

las tropas (en que, como sabemos, figuraban muchos cristianos)

tenían como día de fiesta general el domingo. Todo esto no

quita para que el vulgo fanático musulmán mirase con malos

ojos á los cristianos y les molestase algunas veces. En punto á

organización, conservaban éstos sus obispos, de los cuales se hicieron

célebres Elipando de Toledo, como herético; Recafredo

de Córdoba y Hostejesis de Málaga, como representantes de la

doctrina contraria á la de los mártires, según vimos, y otros.

Celebraban también concilios, de que es ejemplo el de 835 en

RIQUEZA Y POBLACIÓN 275

Córdoba, á que asistieron los obispos de Toledo, Sevilla, Mérida,

Acci, Astigi (Ecija), Córdoba, lliberi y Málaga; y era frecuente

que visitasen las poblaciones dominadas sacerdotes y

monjes de los países cristianos de España y del extranjero, ora

para redimir cautivos, ora con otros fines piadosos; lo mismo

que de los territorios musulmanes salían, para viajar, sacerdotes

y monjes, que luego volvían á su punto de origen (§ 181).

179. Riqueza y población.—La España musulmana llegó á

ser una de las regiones de Europa más ricas y pobladas, especialmente

en tiempo de los califas. Según el empadronamiento

hecho en el reinado de Alhacam, había seis ciudades grandes,

capitales de capitanías; otras ochenta de mucha población;

trescientas de tercera clase é innumerables lugares, torres y

alquerías, que en la región del Guadalquivir se hacían llegar

á 12,000. Córdoba llegó á tener doscientas mil casas, seiscientas

mezquitas, novecientas casas de baños y otros muchos edificios

de uso público. Abderrahmán II hizo empedrar las calles y

construir grandes tuberías para la conducción del agua de las

fuentes públicas. Sobre el río echáronse magníficos puentes, y

tanto los califas como los grandes funcionarios poseían hermosos

palacios rebosando lujo, con grandiosos jardines. Los más

nombrados de estos palacios fueron el de Azarha, que era casi

un pueblo, mandado levantar por Abderrahmán III para complacer

á una de sus mujeres, y el de Záhira, de Almanzor. Las

descripciones que traen los autores árabes de estos edificios y

su decorado, aunque algo exageradas sin duda, dan á entender

la gran riqueza desplegada en ellos.

En los templos no había menos lujo. La gran mezquita (aun

conservada como iglesia católica), comenzada por Abderrahmán

I y continuada y agrandada por los califas sucesivos, era

una maravilla. Tenía 19 arcadas de E. á O y 30 de N. á S.,

con 21 puertas y 1,293 columnas de pórfido y jaspe con capiteles

dorados. El pulpito era de marfil y maderas preciosas, y

del lecho pendían cientos de lámparas —de plata unas, hechas

otras con las campanas de Compostela,—que alumbraban de

noche la mezquita. De todas partes del mundo acudían viajeros

para admirar las bellezas y el fausto de la corte de los califas,

á pesar de que, por lo común, los caminos estaban infestados

276 HISTORIA DE ESPANA

de ladrones y era preciso reunirse en caravana muchas personas

para poder defenderse en caso de ataque. Hasta monjes de

monasterios franceses (el de San Germán de los Prados) estuvieron

en Córdoba, aunque éstos, no con aquel fin, sino para

recoger reliquias cristianas. Por aquel entonces, el Tesoro real

abundaba en dinero. En tiempo de Abderrahmán I, dícese que

las rentas públicas subieron á 300,000 dinares; en el de Abderrahmán

II á un millón, y en el de Abderrahmán III á 5.408,000,

ó sea unas 64.896,000 pesetas de la moneda actual. El ceremonial

con que los califas salían á la calle ó recibían en su

palacio á los embajadores extranjeros era tan fastuoso é imponente,

que se cuenta de una vez en que la persona á quien estaba

encomendado el discurso de presentación, emocionada y

sobrecogida, no supo decir una palabra.

180. Comercio é industria.—Todo este esplendor tenía

que fundarse en parte (aumentándolo á su vez) en un gran

bienestar económico y en el desarrollo del comercio y de las

industrias. Así era, en efecto. Ya hemos visto la gran mejora

alcanzada por la agricultura, merced á la creación de una clase

numerosa de pequeños propietarios y cultivadores, que gozaban

de mejor condición que en tiempo de los visigodos. Aunque

los árabes no eran por sí grandes agricultores, se asimilaron

bien pronto los conocimientos que en esta parte tenían los españoles,

y los aplicaron, como en Asia habían hecho con los de

otros pueblos, cuya experiencia agrícola reflejaron también

sobre nuestro país. Los grandes tratadistas de agricultura son

en España mozárabes, no árabes, pero éstos se amoldaron perfectamente

á las lecciones recibidas, hasta el punto de dar incremento

al cultivo de la viña, no obstante estarles prohibido el

vino, prohibición que no guardaron por lo general, á pesar de

algunos califas piadosos que mandaron arrancar gran cantidad

de vides. Por su parte, introdujeron los musulmanes en España

muchos vegetales hasta entonces desconocidos, como el arroz,

la granada, la caña de azúcar y otros frutales de Oriente. Generalmente

se dice que trajeron también la palmera; pero es

casi seguro que se conocía aquí hacía siglos, por otras influencias

orientales ó africanas. Completáronse ó se hicieron de

nuevo, también, las canalizaciones para el riego de las huertas,

COMERCIO É INDUSTRIA 277

sacándose el agua bien de los ríos, bien de pantanos, especialmente

en las comarcas de Granada, Murcia y Valencia. Los

labradores usaban, para las operaciones del cultivo, el calendario

romano, no el árabe, como en todos los países musulmanes.

En otros sitios dedicábanse á la ganadería en gran escala,

llevando los ganados de unos puntos á otros en las diversas

épocas del año, para huir del excesivo frío ó calor.

En punto á industrias, era importante la minería. Había minas

de oro, plata y otros metales, pertenecientes unas al califa y

otras á particulares. Las más célebres eran las de Jaén, Bulche

y Aroche, las del Algarbe y las de rubíes de Beja y Málaga.

Los tejidos de lana y seda de Córdoba, Málaga y Almería, los

de esta última población sobre todo (si no importados, altamente

desarrollados por el incremento del cultivo del gusano

de seda en tiempo de los califas), eran célebres en el mundo:

sólo en Córdoba existían, según se dice, 13,000 tejedores. En

varias localidades, como Paterna (Valencia), se trabajaba la cerámica

con gran perfección, con procedimientos y formas artísticas

de que luego hablaremos, exportándose los productos á

otros países. En Almería fabricábanse también vasijas de vidrio,

de hierro y bronce, con dibujos y esmaltes, tejidos de oro y

plata, y damasco para turbantes, así como en Málaga brocados

con pinturas y leyendas; en Córdoba se tallaban sobre marfil

objetos de arte, y en Játiva y otros puntos se fabricaba papel

de hilo para escribir, industria nueva traída por los Árabes.

Almería, Murcia, Sevilla, Toledo, Granada y sobre todo'Córdoba,

eran grandes centros de producción de armas ofensivas

y defensivas, siendo notables las armaduras y las espadas, cuyos

puños y vainas se adornaban con delicadísimas labores. La

fábrica de Toledo fué reformada por Abderrahmán II. En Córdoba

trabajábase también el cuero para toda clase de usos,

hasta los más artísticos, estampándolos y dorándolos, para

adorno de salones; y de aquí vino el nombre de cordobanes,

célebre en el comercio. En Murcia se tejían esteras de vivos

colores, con que se cubrían las paredes y pisos. Un médico

español, Aben-Firnás, inventó la fabricación del cristal (siglo ix)

y construyó diversos aparatos para medir el tiempo y también

(se dice) para la navegación aérea, mientras un cordobés ó tole-

1 18

278 HISTORIA DE ESPANA

daño, Aben-Azzarquel, fabricaba un magnífico reloj de agua. En

cuanto á otras artes relacionadas íntimamente con la arquitectura—

carpintería, mosaicos, labores en yeso, etc.—ya veremos

en el párrafo correspondiente, el gran desarrollo que hubieron

de adquirir.

Semejante movimiento industrial, lo numeroso de la población

y las extensas relaciones internacionales, era lógico que

produjesen un gran desarrollo del comercio. Así fué, especialmente

por mar. En tiempo de Abderrahmán 111, los derechos de

importación y exportación eran tan grandes, que constituían la

parte principal de los ingresos del Estado. Sevilla era uno de

los puertos principales. Embarcábase allí algodón, aceitunas,

higos, aceites y otros productos abundantes de la tierra. La

masa de la población sevillana, compuesta de renegados que

conservaban el tipo y las costumbres hispano-visigodas, se dedicaba

al comercio y había llegado á reunir grandes riquezas; y

cuando los árabes del campo entraron en Sevilla y degollaron

á casi todos los habitantes (§ 159), no por eso cesó la animación

comercial. Poco después, á comienzos del siglo x, siendo califa

Abdalá y jeque soberano de Sevilla Abn-Hachchach, el puerto

estaba nuevamente lleno de buques que traían tejidos de Egipto,

viajeros de la Arabia, esclavos y cantadoras de Europa y Asia.

El comercio de esclavos y el de mujeres era uno de los principales

en aquella época. Ya hemos visto que de esclavos se formaron

muchas tropas de los califas; los traían los corsarios y

los comerciantes, de Francia, de las costas N. de España, de

Italia, de Grecia, de Asia y de África.

En Almería había astillero para la construcción de buques.

De Jaén y Málaga se exportaban, además de los productos industriales

antes mencionados, azafrán, higos (superiores á los de

todo el mundo), vinos, maderas aromáticas, mármoles y piedras

preciosas, con otras materias importantes, como seda cruda,

azúcar, una especie de cochinilla, pimienta, hierro en barras,

antimonio, etc.

Enviábase todo esto por mar, bien al Africa fronteriza, de

donde seguía por caravanas á Oriente, bien á Egipto ó á Constantinople

y el mar Negro, donde los bizantinos hacían gran

comercio, comunicándose con la India y el Asia Central. Los

IDIOMAS DE LA ESPANA MUSULMANA 279

musulmanes españoles tuvieron siempre (y en especial á partir

de su independencia) estrechas relaciones con los bizantinos; y,

por otra parte, mantuvieron también frecuente comunicación,

por medio de viajes y peregrinaciones, con Oriente y en especial

con la Meca y con Bagdad y Damasco, yendo bien por mar,

bien en caravanas, por el N. de África. Los califas organizaron,

finalmente, un servicio oficial de correos, aunque no para el

público, sino para la administración.

moneda actual; de las (Arabas monedas son españolas.)

segundas, el dirhem,

que pesaba 2,71 y valía próximamente lo que hoy un franco,

aunque luego cambió mucho, rebajándose en peso y valor.

Como sistema de numeración, usaron, generalizándolo, el

que lleva su nombre (-cifras árabes). Los. árabes se cree que

introdujeron el cero, tomándolo de los indos y aplicándolo á la

composición de cantidades mediante su colocación á la derecha

de otras cifras, conforme hoy hacemos.

• 81. Idiomas de la España musulmana.—Siendo muy heterogénea

la población musulmana de la Península, no hablaba

toda ella la misma lengua. Los árabes y los berberiscos no se

entendían unos á otros; pero el idioma exigido en los negocios

28ο HISTORIA DE ESPAÑA

oficiales era el árabe puro, idioma de la misma familia que el

hebreo y que difiere mucho del latín, tanto en la construcción

y pronunciación como en la escritura, en la cual no se emplean

las vocales, sustituyéndolas por líneas. Los árabes cuidaron

mucho de mantener la pureza de su lengua. Para ellos una de

las primeras condiciones del hombre de Estado era hablar bien,

y los ministros y secretarios del califa habían de ser muy versados

en el manejo elegante del árabe. Gracias á este celo particular,

se mantuvo la lengua de los conquistadores asiáticos, á

pesar de los grandes contingentes berberiscos que las necesidades

de la guerra fueron echando sobre España. Debe entenderse,

sin embargo, que, si en los trabajos literarios y documentos

oficiales era de rigor el árabe puro, con su pronunciación

correcta, en la vida diaria, y para los usos generales,

hablábase una mezcla de los dialectos latinos é. indígenas de la

Península y los que trajeron las diferentes gentes conquistadoras,

berberiscas, egipcias, sirias, etc. En esta lengua vulgar, la

construcción se apartaba mucho del árabe, el diccionario tenía

numerosas voces latinas, y el modo de pronunciar las letras y

de modular las frases era tan especial y característico, que apenas

si los musulmanes de Oriente podían entenderlo.

Los mozárabes influyeron en la formación de este idioma de

los musulmanes españoles. Conservaban ellos el uso del latín,

aunque desfigurado y bastardeado por la modificación de muchas

palabras, la introducción de otras ibéricas y árabes y la

pérdida de la sintaxis clásica latina. Llamaban los musulmanes

á este idioma aljamia (que quiere decir idioma de los bárbaros,

ó sea extranjeros), indicando así su origen; y aunque los mozárabes

no lo perdieron nunca, conservándose especialmente en

la literatura y en el uso de las personas cultas (como atestiguan

multitud de libros y documentos escritos en latín, entiéndase

el latín de la época, muy decadente), no pudieron sustraerse á

la influencia de sus dominadores, con quienes estaban en roce

y trato continuo; tanto, que el pueblo habló pronto el árabe,

aunque sin olvidar la aljamía, y que los mismos individuos del

clero y de la nobleza, ya en el siglo xi, no sólo hablaban en

aquel idioma, sino que escribían en él libros y poesías: hechos

que declaran (y de que se quejan) San Eulogio y Alvaro, y

LA ENSEÑANZA MUSULMANA 281

con ellos multitud de obras, como la traducción de las Sagradas

Escrituras hecha en el siglo ix por el mozárabe Juan Hispalense;

la colección canónica en árabe del presbítero Vicencio (1049),

el calendario del obispo Recemundo (siglo x) y otras más. Probablemente,

la mayoría de estas traducciones se hicieron por

haberse perdido en la masa del pueblo mozárabe el conocimiento

del latín puro, en que estaban originariamente escritas;

porque lo cierto es que el uso del árabe lo conservaron los

cristianos de Toledo hasta el siglo xm, incluso en los documentos

privados y públicos. La aljamía no dejó de hablarse

tampoco, si bien modificándose y apartándose cada vez más del

latín y señalándose en ella dialectos ó modalidades de carácter

regional (Aragón, Valencia, etc.); al paso que el clero, especialmente,

procuraba mantener la tradición latina, mediante sus relaciones

con los países cristianos independientes—de los cuales

traían manuscritos de autores importantes clásicos, como hizo

San Eulogio al volver de Navarra,—.y la continuación de las escuelas

conventuales y catedrales, como la de San Acisclo y la del

abad Speraíndeo, en Córdoba. Todos estos hechos revelan que

la influencia (lógica y necesaria) de los árabes en los españoles—

notable también en los nombres de éstos, que solían ser dobles,

arábigos y latinos ó visigodos—se refiere, más bien que á la vida

común y diaria, en la cual, además, la influencia fué mutua, á la

cultura intelectual, en la medida que expondremos luego'(§ 190).

Los mozárabes comunicaron á los musulmanes muchas palabras

latinas ó aljamiadas, sobre todo en el vocabulario científico.

182. La enseñanza musulmana.—No se conoció entre los

musulmanes lo que hoy llamamos instrucción pública, es decir,

una organización oficial de la enseñanza, pagada por el Estado

ó por las ciudades, ni aun en la forma rudimentaria de los romanos

(§ 76). Hasta fines del siglo xi no se fundaron universidades

ó colegios generales en Oriente, empezando por el de

Bagdad (1065); pero en España no tomó pie esta innovación,

aunque más tarde (en el siglo xm) la inició en Murcia un rey

cristiano, Alfonso el Sabio, creando un colegio musulmán para

que un sabio árabe enseñase las ciencias á moros, judíos y cristianos

juntamente; ejemplo que copiaron, aunque efímeramente,

los árabes de Granada.

282 HISTORIA DE ESPANA

En todo el período que ahora nos ocupa no hubo más enseñanza

que la privada, es decir, la que daban, ora gratuitamente,

ora mediante paga, los particulares que se dedicaban á esta

profesión. Alguna vez hubo califas que pagaron á sabios extranjeros

venidos á España y les hicieron dar conferencias ó lecciones

públicas; pero esto fué temporal, y no respondió á organización

reflexiva de la enseñanza. También Alhakam II fundó,

como particular y en acto de penitencia, algunas escuelas para

enseñar la doctrina á los hijos de los pobres y desvalidos de

Córdoba. Tratábase, pues, en este caso, de una manda ó legado

pío del sultán, y el ejemplo fué seguido en la España árabe por

muchos particulares, que fundaron otras para enseñanza de los

pobres, con legados de esta clase y sin que interviniese para

nada la Administración.

Si el Estado no intervenía, pues, directamente en la enseñanza,

el sacerdocio musulmán la impulsó mucho al principio, especialmente

por lo que se refería á la instrucción religiosa,

enseñando con gran fervor por todas partes las máximas del

Alcorán y las tradiciones de Mahoma; pero más tarde, cuando

se hubieron desarrollado las ciencias y se forman sectas diferentes

(aun entre los ortodoxos), la dominante, que era la de

Málik, como sabemos, se hizo muy intolerante, coartando la

libertad de los maestros siempre que podía, y en especial de

los filósofos que se apartaban de la ortodoxia. Más de una vez

se quemaron los libros de éstos y fueron desterrados los profesores,

como ya dijimos (§ 178).

Pueden distinguirse en la enseñanza musulmana dos grados:

el primario y el superior. El primario comprendía, como base,

la lectura y escritura del Alcorán, á título de preparación religiosa

y gramatical al propio tiempo; uníanse á esto trozos de

poesía, ejemplos de composición epistolar, y finalmente elementos

de gramática árabe, aprendidos de memoria. La lectura y

escritura se enseñaban juntamente, «no haciendo que el alumno

trazase cada letra en particular, sino imitando las palabras enteras

que se les daban por modelo». Para escribir se usaban

unas tablillas de madera pulimentada, sobre las que se trazaban

los caracteres con un pedazo de caña afilada (cálamo), empapada

en tinta. Acabado un ejercicio, se mojaba la tablilla, se

LA LITERATURA 283

borraba lo escrito y servía de nuevo. Muchas veces, la instrucción

era gratuita, dándola por puro gusto los maestros.

Otras veces eran pagados por los discípulos, costumbre que,

andando el tiempo, fué la dominante; á pesar de lo cual, se

difundió tanto la lectura, y la escritura en especial, que la

mayor parte de los musulmanes españoles sabían leer y escribir,

aventajando en esto á las demás naciones europeas.

La enseñanza superior, como libre que era, no guardaba plan

uniforme. Cada maestro enseñaba más ó menos cosas, según su

cultura ó preferencias. Generalmente se empezaba por enseñar

las tradiciones religiosas, leyendo párrafos de libros, que explicaba

el profesor, y preguntando los alumnos, con toda libertad,

cuando no entendían bien una palabra ó un razonamiento. La

base del estudio era siempre la memoria. Además de las tradiciones,

se estudiaban los comentarios del Alcorán, la gramática,

el diccionario, la medicina, la filosofía y, sobre todo, la jurisprudencia

y la literatura. En punto á jurisprudencia, derivada de la

exposición y comentario de las leyes jurídicas del Alcorán, llegó

á haber gran número de autores que escribieron tratados, comentarios,

compendios, diccionarios, etc. La escuela de Córdoba

se hizo famosa.

183. La literatura.—Pero, de todos los órdenes de la cultura

general, ninguno era más favorecido y bien visto que el

literario, y especialmente la poesía. Primitivamente—antes de

la reforma mahometana—eran ya los árabes muy aficionados y

grandes cultivadores de aquel género. Cada tribu tenía su poeta,

que cantaba las victorias, las alegrías y las tristezas de sus contributos;

y de aquella época ha quedado una copiosa literatura

en verso, fuente y modelo constante hasta nuestros días, de los

escritores que no hicieron en su mayor parte más que repetir é

imitar sin gran variedad sus asuntos.

Los jeques que vinieron á España trajeron consigo á sus poetas,

por cuyos versos se conocen algunos hechos históricos importantes.

Con frecuencia, los carteles de desafío, las amenazas,

las declaraciones de guerra se hacían en verso. Los emires y

califas no se desdeñaban de escribirlos, incluso en cartas particulares;

y era usual la improvisación, en paseo y en la calle, á

propósito de cualquier hecho ó de cualquier objeto notable que

284 HISTORIA Di ESPANA

se veía. Hasta libros de ciencia llegaron á ponerse en verso, y

no era raro encontrar en el pueblo iliterato gran habilidad para

versificar. Las mujeres participaban de ella, y hubo algunas esposas

y esclavas de califas, notables en este arte. Los califas tenían

además, en su corte, poetas oficiales, que diríamos, favoritos

á quienes pagaban grandes sueldos y hacían repetidos

regalos.

Los asuntos preferidos por los poetas eran, en los primeros

tiempos, las hazañas de guerra y la vida de los grandes héroes;

luego fueron dominando los temas amorosos (llevados á un

grado de licencia y desnudez altamente inmorales) y las lisonjas

á los príncipes y soberanos. En las comidas solían recitarse

composiciones poéticas de la segunda clase, acompañadas de

música y baile. También se usó mucho el epigrama y la sátira.

Además de la poesía, cultivaron grandemente los árabes españoles

la historia (y en especialidad la biográfica), la geografía

y la novela, pero no conocieron la dramática en ninguna de sus

formas.

Entre los muchos nombres ilustres que se distinguieron en

todos estos géneros literarios merecen especial mención: el

propio califa Alhacam II, de vasta y sólida cultura; Aben-Ab·

derrabihi, gran cantor de los emires andaluces y autor de leyendas

históricas en prosa (Quitab-Alicd, el libro del collar);

Ahmed-Arrazi-Attariji, conocido en España por el Moro Rasis,

que escribió, entre otras obras, la Descripción general de España

y la Historia de los emires andaluces; Aben Habib, polígrafo eminente,

considerado por algunos de sus contemporáneos como

«el sabio por excelencia de España»; Yahia Albecrí ó Algazel,

poeta-historiador; Aben Abdelbar, autor de una obra sobre los

faquíes de Córdoba, copiosísima eñ noticias; Kásim ben Açbag,

famoso por sus libros históricos y jurídicos y por sus muchos

discípulos; el poeta, gramático, jurisconsulto y orador, Abú

lshak el Bechí; Jálid ben Saad, prodigio de erudición, que se

distinguió en la corte de Alhacam II y escribió una historia de

los hombres ilustres de España; Abú Ali El Kalí, oriental de nacimiento,

pero residente durante muchos años en nuestra Península,

donde gozó de gran influencia con Abderrahmán III y

Alhacam II y compuso varias de sus obras filológicas é históLA

FILOSOFÍA Y LAS CIENCIAS 285

ricas; Mohammad ben Háni, de Sevilla, calificado por algún

autor musulmán del más grande poeta entre los occidentales;

El Zobaidi, también nacido en Sevilla, «gramático y lexicógrafo

el más famoso de su tiempo en España»; Aben Ath:Thahán,

el más fecundo historiógrafo de su época; Aben Xohaid

de Córdoba, «uno de los más ilustres literatos de la España

musulmana»; el historiador Aben Ab-Dagáb, de extraordinaria

nombradla entre sus contemporáneos; el sevillano Aben Al-

Bechí (Abu Omar), á quien los biógrafos árabes dedican extraordinarios

elogios; el poeta Aben Abi Zamanin, natural de

Elvira; Aben Fothais, de Córdoba, «una de las más grandes

lumbreras del saber arábigo en España»; Aben Maimón y Aben

Xanthir, literatos toledanos eximios; Aben Abdelbar Al-Caxquinaní,

autor de dos Historias de los jurisconsultos y de \os jueces

de Córdoba y del Andalús; Mohámed-ben-Hixem-ben-Abdelazís,

de la familia de los Omeyas, autor de una Historia de los poetas

andaluces; Ahmed-ben-Farach, de Jaén, historiador y poeta á

quien se debe una importante colección de poesías titulada

Libro de ios Huertos; Aben-Alcutiya, famosísimo como historiador

y gramático, de origen godo; Motarrif-ben-Isa, geógrafo y cosmógrafo,

de Granada; Mohámed-ben-Hárits-Aljoxaní, de Córdoba,

autor de seis volúmenes de Vidas de jurisconsultos é historiadores

de Andalucía, y varias mujeres, como Radhia, Fátimaben-

Zacaría, Lobna, Aixa y otras. En los últimos tiempos del

califato figuran Ahmed-ben-Darrach-Alcasthalí, secretario de

Almanzor y uno de los mejores poetas hispano-árabes; Yúsufben-

Harún-Arramadí, de Córdoba, llamado Delicia de los Príncipes;

Obada-ben-Abdallah-ben-Massamai, de Córdoba, muy celebrado

como poeta; Aben-Alfaradhí, cronista célebre; Aben

Afif, ascético, pedagogo é historiador cordobés; Aben Zarucah,

literato é historiador; Aben Abid, dotado de vastísima erudición;

el jurisconsulto Abú Amrú El Dení; Moawia ben Hixem, y

otros muchos. El movimiento literario no se perdió con la caída

del califato; antes bien lo veremos, en los tiempos sucesivos,

muy pujante, y en algunos géneros superior, en cantidad y calidad,

á lo producido en la época de los califas.

184. La filosofía y las ciencias.—La filosofía era mal vista

por el vulgo, que consideraba como herejes á los que la cultiva2S6

HISTORIA DE ESPAÑA

ban, y desde luego por los teólogos y doctores, que temían las

audacias y libertades de pensamiento de los filósofos. Las clases

altas de la sociedad, por el contrario, gustaron mucho de aquella

ciencia; y aunque no solían hacer manifestación pública de estos

gustos—por miedo á la censura del pueblo—la cultivaron grandemente.

Hubo escuelas filosóficas que vivieron como sociedades

secretas, no atreviéndose á hacer ostentación de sus ideas.

Y, sin embargo, á este movimiento filosófico debe la civilización

árabe uno de los títulos de gloria mayores; porque, habiendo

algunos sabios conocido y leído en Oriente libros de filósofos

griegos y de discípulos é imitadores suyos—género de literatura

olvidado y casi desconocido por entonces en Europa,—trajeron

aquí el conocimiento de estos autores y de esta corriente, que

concordaba con la tradición clásica de los hispano-romanos. En

parte habían ya iniciado estos estudios en España los judíos,

entre los cuales descollaron grandes cultivadores de la filosofía,

de la gramática y de la literatura, como el malagueño (ó zaragozano)

Ben-Gabirol (conocido entre los cristianos por Avicebrón),

Moisen-ben-Ezra, Maimónides, y otros, que, como pertenecientes

á tiempos posteriores, nos ocuparán luego; pero los

filósofos musulmanes les sobrepujaron en fama é influencia, sobre

todo en los siglos xi y xn, según veremos, en que promovieron

en Europa un renacimiento filosófico que influyó notablemente

en la ciencia medioeval.

El florecimiento filosófico derivado de Oriente comienza en

el siglo ix y llega á tener gran importancia en el χ (reinado de

Alhakam II); mas, por la hostilidad del pueblo y especialmente

de los teólogos (en cuyo favor hizo Almanzor quemar muchos

libros de filosofía), han llegado á nosotros escasas muestras de

esta literatura en el período que nos ocupa. El único nombre

célebre que nos queda es el de Abn ó Aben Masarra (siglo x),

cuyas doctrinas eran marcadamente anti-religiosas y escépticas,

sentido que dominaba también en los naturalistas y matemáticos.

Entre los escritores ortodosos de materias filosóficas

y religiosas, citaremos al càdí Aben Aç-Çafar y á Abú

Ornar ó Chafar El Thalamanquí, famosísimo por su ciencia alcoránica.

Del mismo modo que la filosofía, la astronomía era mal miCULTURA

DE LA MUJER 2 87

rada por el vulgo, y esta prevención llegó á pesar tanto sobre

el gobierno, que más de una vez se prohibió su estudio. A pesar

de esto, hubo entre los musulmanes españoles muy famosos

astrónomos, como Moslema ó Maslama, de Madrid, Ben-Bargot,

Ben-Hay ó Hayyán, y otros, y observatorios importantes (á imitación

de los que había en Oriente) en las torres ó alminares de

las mezquitas. Con más libertad se cultivaron las ciencias propiamente

matemáticas, ya puras (1), ya aplicadas á las necesidades

de la vida, y la medicina, en la que predominaban los orientales,

que habían aprendido esta ciencia de los persas cristianos.

Los médicos estudiaban también las ciencias naturales (botánica,

zoología, etc.), porque eran, á la vez, farmacéuticos. No se tiene

noticia de que existieran hospitales en España, aunque en

Oriente los había abundantes. Médico español famoso fué el

cordobés Aben Cholchol (época de Hixem II), comentador de

Dioscórides y biógrafo de los médicos y filósofos más notables

de España.

Debe entenderse que el movimiento científico árabe era seguido

por los judíos, especialmente en las ciencias físicas y naturales,

á las que dieron muchos y notables cultivadores (médicos,

matemáticos, etc.). No así en filosofía, en cuyo estudio,

no sólo se anticiparon á la restauración clásica de los árabes

(según hemos dicho), sino que siguieron direcciones originales

inspiradas en su tradición religiosa. Por lo mismo fueron independientes

en literatura (no obstante que algunos de sus poetas

y novelistas, aunque pocos, imitaron á los árabes), distinguiéndose

su poesía por un fondo más elevado y serio que la de los

musulmanes. El siglo de oro de la cultura judía corresponde al

período siguiente, en que la estudiaremos, según hemos dicho.

Debemos recordar en este punto, que los mozárabes ayudaron

al movimiento científico musulmán mediante las versiones

arábigas que hicieron de obras de medicina, agricultura, historia

y filosofía de autores latinos, griegos y españoles, como

Columela, Orosio, Aristóteles y San Isidoro.

185. Cultura de la mujer.—En cuanto á la mujer árabe,

no sólo brilló en la poesía, sino en todas las ciencias. Los mu-

(1) Un matemático árabe fué el inventor dei álgebra.

288 HISTORIA DE ESPANA

sulmanes españoles no se opusieron nunca á la instrucción femenina,

antes bien la respetaron é impulsaron. No era infrecuente

que la enseñanza de las tradiciones religiosas estuviese

encomendada á maestras. Participaban las niñas de la misma enseñanza

elemental de los niños y luego se dedicaban á estudios

profesionales, de los cuales practicaban algunos, como los de

medicina y los de literatura (como secretarías ó redactoras en

las oficinas superiores del califa). Entre las mujeres de Córdoba

llegó á estar tan difundida la instrucción, que sólo en un barrio

había 170 dedicadas á la copia del Alcorán. Muchas veces, no

contentas con los medios que les procuraban las escuelas españolas,

iban á Oriente para estudiar en las de aquellos países,

asistiendo á las lecciones juntamente con los hombres. La cultura

de la mujer llegó á estimarse de tal modo, que un príncipe

de la familia real española se casó con una esclava negra sólo

por las dotes de inteligencia y saber que ésta tenía. Otro príncipe

(de Sevilla) se prendó de la que fué su mujer sólo por haberla

oído improvisar versos. Algunas de las poetisas célebres

que hemos mencionado antes, tuvieron también especial predilección

por reunir y copiar libros notables, signo de su gran

amor á las letras.

I8S. Bibliotecas.—Los árabes usaron principalmente para

escribir el papel de fabricación industrial, en vez del pergamino

y el papiro de los romanos. En Oriente se fabricaba desde mediados

del siglo vil y en España no se importó hasta el siglo xi,

en que hubo de fundarse en Játiva la primera manufactura. Esta

circunstancia y la forma cursiva de la escritura árabe, que da

gran celeridad, permitieron subvenir á las necesidades de la

cultura general hasta con exceso. Los libros se multiplicaron

enormemente, siendo las copias muy baratas; y el afán de reunir

las obras de muchos autores produjo la creación de grandes

bibliotecas (alguna de 400,000 volúmenes, según se dice) propiedad

de los reyes, de los nobles y de las personas importantes.

Hubo también bibliotecas ó gabinetes de lectura para los estudiantes

pobres, fundación de algunos amantes de Ja instrucción;

pero duraron poco, sustituyéndolos las bibliotecas de las mezquitas,

á las cuales se fué haciendo costumbre legar los libros.

Como prueba de la gran afición á éstos que tuvieron los musulARQUITECTURA

A<UBE 289

manes españoles, baste decir que mucha gente vivía de la copia

de manuscritos para satisfacer los pedidos de los bibliófilos, y

que en Córdoba y otros puntos había grandes mercados donde

se vendían á pública subasta los códices, que á veces alcanzaban

precios subidos.

187. Arquitectura árabe.—Si la civilización arábigo-española

adquirió celebridad universal en el orden científico, no la

tuvo menor en lo que se refiere á la arquitectura y á las artes

industriales. Algo hemos indicado ya al hablar de los grandes

palacios de Córdoba y del asombro que producían en los extranjeros.

La manera de construir de los árabes difería de la usada por

los hispano-romanos. Aquéllos habían tomado los fundamentos

de su arquitectura—en tiempos anteriores á Mahoma—de los

caldeos y asirios, de quienes, tal vez, por una serie de transformaciones,

se deriven también las bóvedas de yeso «decoradas

con alvéolos y pirámides suspendidas á modo de estalactitas»

y las estucaduras de muros con adornos y relieves, que ornamentan

tantísimo el interior de las construcciones musulmanas.

A estas influencias primitivas se unieron luego las de los

bizantinos, de los cuales tantas cosas tomó la civilización mahometana,

y que se reflejan en algunas partes de la construcción

y de la aplicación de los adornos; pero los musulmanes

españoles dieron á todos estos elementos una modalidad especial,

que distingue, hasta cierto punto, su arquitectura de

las orientales de que procede. En esta diferenciación creen

algunos autores que pudieron influir los arquitectos cristianoespañoles

ó de origen cristiano, que vivieron entre los árabes;

y aducen en su apoyo los indudables reflejos de arte

clásico y visigótico (especiales de España) que se observan en

las construcciones árabes, como á su vez, el arte musulmán influyó

más tarde en los países cristianos.

Uno de los edificios que se pueden tomar como modelos de

la arquitectura árabe, es la mezquita, de la cual es tipo notable

(y en algún concepto único y original) la de Córdoba, construida

entre los siglos vm y x, habiéndola empezado el primer emir

independiente Abderrahmán I. Conviene advertir que en el

desarrollo de la arquitectura árabe-española se observan tres

290 HISTORIA DE ESPAÑA

períodos, los cuales varían bastante en caracteres, aunque dentro

de la unidad fundamental del arte musulmán de Occidente.

El primer período va desde el siglo vm al x, y coincide precisamente

con el que ahora examinamos, es decir, con los

tiempos del califato. La mezquita de Córdoba es seguramente

el monumento más importante que resta de aquel brillante

período.

Fig. 69. —Mezquita de Ornar, con cúpula (siglo vn, cúpula rehecha en 1022).

El plano de las mezquitas es fundamentalmente rectangular,

con la cuadrícula como principio de distribución, y consta de

las siguientes partes: un patio de entrada, espacioso, rodeado de

pórticos y plantado generalmente de árboles, con una fuente

en medio para los lavatorios ó abluciones de los fieles; una ó

varias torres altas y esbeltas (alminares), desde las que anuncia

el almuédano las horas de hacer la oración; el templo propiamente

dicho, con una ó más naves, y el mihrab, nicho ó hornacina

(adornado algunas veces con ladrillos esmaltados, y en

Córdoba, como caso único, con mosaico de vidrio), orientado

ARQUlTtCTURA ÁRABE 291

hacia la Meca y delante del cual, y á la derecha del minbar,

tribuna ó pulpito, hacen oración los fieles. Los elementos arquitectónicos

son: el arco, de formas diversas, predominando

el de herradura (que ya usaron antes otros pueblos, entre

ellos el visigodo, según ya hemos hecho notar: § 140); la cúpula

sobre base cuadrada y de aspecto variado al exterior; las

columnas, tomadas con frecuencia, en los primeros siglos, de antiguos

edificios romanos y visigodos, reproduciendo luego ó

Fig_ 70.—Capiteles de !a mezquita de Córdoba. (Aprovechados por los musulmanes

de edificios anteriores.)

imitando en los capiteles las formas llamadas corintia y compuesta,

que son la base del capitel que podemos llamar cordobés,

adoptado y generalizado en la arquitectura hispano mahometana

hasta la formación del estilo granadino ó naserita, que más

adelante estudiaremos.

Rehuyen los árabes la monotonía de las líneas y de las superficies

lisas, por lo cual decoran las paredes con placas de

mármol ó de yeso labradas en hueco de poco relieve, con motivos,

ya de flora.esquemática, ya geométricos. A estos adornos

se les ha llamado arabescos (aunque se usaron antes en otros

pueblos), por el gran desarrollo que alcanzaron en los edificios

292 HISTORIA DE ESPAÑA

de los árabes. Generalmente se pintaban los fondos de rojo y

azul y doraban la parte saliente del dibujo, resultando un efecto

Fig. 71. —Vista interior de la mezquita (catedral) de Córdoba.

decorativo sorprendente, de gran brillantez y alegría. En cuanto

á los materiales, usaron poco de la piedra (á no ser en edificios

de lujo), prefiriendo los tapiales, hormigones y barros cocidos

(ladrillos).

ARQUITECTURA ARABE 293

La mezquita de Córdoba—la mayor en espacio cubierto de

todo el mundo mahometano—presenta muchos de los caracteres

Fig. 72.—Interior del mihrab de Córdoba.

fundamentales que hemos apuntado, pero con alguna modificación

local. La planta no era completamente cuadrada; los adornos

ofrecen reminiscencias del gusto clásico, del visigodo y del

sirio-bizantino, mezclados con otros de influjo persa. Tenía na-

1 It)

294 HISTORIA DE ESPAÑA

ves, con columnas y arcos, según hemos visto (§ 179), en gran

número y de gran riqueza. La fachada de la antecámara que

precede al mihrab, está decorada con mosaico de vidrio, de origen

y construcción bizantina (género de adorno que no arraigó

en España), y aquél forma un pequeño recinto octógono, con

pavimento de mármol blanco y bóveda de estuco imitando una

concha. Las paredes están adornadas con arcos sostenidos por

columnitas. La combinación de colores y dorados de los mármoles

y jaspes de las columnas, piso y muros,, de los arabescos

y de los zócalos, producen un efecto deslumbrador, aun hoy

día, no obstante lo mucho que con el tiempo y las restauraciones

ha perdido la mezquita.

Conviene advertir que las mezquitas no eran sólo lugares de

oración: servían también para reuniones políticas y de carácter

general, como lugar de publicación de las órdenes del califa

(que era, como sabemos, ¡efe á la vez civil y religioso) y en fin,

como edificio académico, puesto que gran parte de las enseñanzas,

tanto de materia religiosa' como de materia científica, se

daban allí. El profesor se sentaba en el suelo, cerca de un

muro ó de una columna, y alrededor los alumnos.

En los edificios civiles se siguió el mismo plan constructivo

de las mezquitas, con aquellas modificaciones que imponían los

usos distintos. Las casas ordinarias constaban de un patio central,

con arcos alrededor y fuente en medio. Casi siempre tenían

un piso y pocos huecos al exterior, completando las habitaciones

un jardín.

El tipo general de las ciudades era de calles estrechas, construidas

así de propósito, ya para evitar el sol, ya para ceñirse

al espacio del recinto amurallado que casi todas tenían. A veces

los barrios hallábanse también separados por muros con

puertas, de modo que podían aislarse unos de otros. Datos más

particulares sobre Córdoba, ya los hemos visto anteriormente

(S 179)·

188. Artes figuradas é industríales.—Cultivaron poco los

árabes españoles la pintura y la escultura, ya por considerarlas

como artes de puro lujo, ya por falta de amor á ellas ó de espíritu

para cultivarlas. El Alcorán no les prohibía taxativamente

la representación de seres animados (excepto en las mezARTES

FIGURADAS É INDUSTRIALES 295

quitas), y si algunos intérpretes consideraron ser esto cosa ilícita,

su doctrina no produjo efecto. De aquí que, no sólo en

España, sino en Oriente, se pintasen figuras en los techos, ó

se esculpiesen representaciones de animales y de personas. De

ello son ejemplos: una pila de jaspe verde,

con esculturas humanas, que se trajo de Asia

en tiempo del califa Abderrahmán III y que

se colocó en el palacio de Azahra (§ 179); un

fragmento de mármol blanco, que hoy se

halla en el Museo de Sevilla y representa

una cabeza vista de frente; varios ejemplares

de cajas de boda (siglos χ y xi) imitadas de los

trabajos griegos en marfil; las piezas de vidrio

que se fabricaban en Elvira y que llevaban

pintadas figuras humanas; una faja perteneciente

á Hixem II, con iguales representaciones;

una pila procedente de Játiva y correspondiente

al siglo xi, con algunas otras obras

de que se tiene noticia más ó menos exacta

y segura.

Las artes que alcanzaron mayor desarrollo

fueron la cerámica y la orfebrería. La cerámica

artística árabe es posterior á la época

del califato en sus tipos característicos de

platos, fuentes y jarros de reflejos metálicos,

que se fabricaron en varios puntos y especialmente

en Valencia y Mallorca (Mayorca en

árabe, de donde el nombre de mayólicas dado

á estos productos). Lo son también los ladrillos

esmaltados de que hemos hecho referencia.

En punto á orfebrería, son de notar las

lámparas de mezquita, de que ya veremos un

hermoso modelo en el período siguiente; los puños y vainas de

espadas y puñales, trabajados en oro y piedras preciosas, y

ciertas joyas, como la caja con planchas de plata labrada y adornada

con perlas, de tiempo del califa Alhakam II, que se conserva

hoy en la catedral de Gerona; otras dos, de marfil, que

se guardan en el Museo de Kensington (Londres) y la que fi-

Fig- 75 Espada árabe

del siglo IX, que se supone

regalada á Carlomagno.

(Probablemente

es muy posterior,

del siglo XV.)

296 HISTORIA DE ESPAÑA

gura en la catedral de Pamplona, procedente de un hijo de

Almanzor y decorada con relieves (figuras de hombres y animales)

y arabescos. En todas ellas se ve el influjo del arte persa.

En los muebles solían desplegar gran lujo: tapices, esterillas

de junco é hilo de oro, grandes candelabros, divanes y cojines

cubiertos de ricas telas, cortinas de seda, etc., todo lo cual

daba lugar á ramas importantes de industrias (§ 180). No conocieron

la cama como mueble, pues dormían sobre alfombras ó

almohadones, que durante el día se guardaban en un armario.

189. Costumbres.—Incidentalmente, hemos consignado en

párrafos anteriores algunas costumbres características de los

musulmanes acerca del modo de viajar y otros particuleres.

Expondremos aquí otras de importancia.

La familia musulmana se diferencia mucho de la de los cristianos.

En ésta, cada hombre no puede casarse más que con

una mujer. Los mahometanos podían tomar, y tomaban en

efecto, varias, hasta cuatro consideradas como legítimas y en

número mayor las ilegitimas ó concubinas. De aquí que los emires,

califas y gentes adineradas ó de posición, llegaran á tener

un crecido número, que formaba lo que se llama el harem.

Podía contrarrestarse esta libertad mediante el derecho, concedido

por la ley á la primera mujer, de exigir al marido que

no contraiga nuevo matrimonio, ni tome concubinas. También

le era permitido á la mujer imponer otras condiciones, como

la de que el marido no se ausentara de la casa muchos días sin

permiso de la esposa, que no causara perjuicio en sus bienes, y

otras análogas. Dentro del hogar, la mujer está sujeta al varón,

pero tiene reconocida la facultad de disponer en gran parte de

sus bienes y de comparecer ante los tribunales sin licencia del

marido. Sobre los hijos ejerce igual potestad que éste, en forma

tutelar; siendo en este punto tan celosa la ley musulmana de

los derechos del hijo, que el juez puede suspender la potestad

del padre, caso de que éste dilapide los bienes de aquél confiados

á su custodia. Existe el divorcio mediando justa causa.

En la vida de relación social, gozaron también las mujeres

de mayor libertad de la que vulgarmente se supone. Aunque

solían ir por la calle con la cara cubierta, muchas veces (en la

clase popular, sobre todo) no lo hacían así, acudiendo también

COSTUMBRES 297

sin dificultad á sitios donde se reunían hombres, como las escuelas,

y pudiendo imponer al marido la condición de recibir

libremente visitas y poder hacerlas á sus parientes. Los hijos

llevaban, unido al suyo, el nombre del padre, precedido de la

partícula ibn ó ben, que significa hijo de. Los de esclava concubina

se consideraban como legítimos y libres.

Gustaban los árabes mucho del baño; así que los edificios

destinados á este

uso se multiplicaron ¿¿7%)

aún más que en

tiempo de los romanos.

En ellos (así

como en las casas

particulares) había

estufas, ó sea, una

especie de cañones

ó cilindros llenos de

fuego, para templar

la temperatura ó

elevarla al grado deseado.

El vestido, el peinado

y otras particularidades,

varia

ron según los tiempos.

Al principio se

llevaban los cabellos ^ig. 74--Trajes de musulmanes españoles, del siglo vm al IX.

largos y divididos

en la frente; en el siglo ix, por influencias orientales (en especial

la de un célebre músico favorito del califa), se cortaron al rape.

Los manteles, que antes eran de hilo, se sustituyeron por los

de cuero, y los vasos de oro y plata por los de cristal.

El traje, aunque con modificaciones de época, consistía fundamentalmente

en una camisa larga y una capa (albornoz), ó

calzones anchos y cortos, para los hombres; y en pantalones de

igual género, camisa y mantos de colores vivos, ceñidos á la

cintura, para las mujeres, las cuales se aficionaron pronto á las

joyas, de que adornaban casi todo el cuerpo. El turbante era

3eAfi¿*

298 HISTORIA DE ESPAÑA

propio de los legistas y teólogos. Los califas llevaban un gorro

alto, signo de autoridad, y un manto con mangas echado sobre

los hombros, en recuerdo del que llevó el profeta. Consta que

los musulmanes españoles imitaron también el modo de vestir

de los cristianos.

Gustaban mucho de la música. Los instrumentos que usaban

eran la cítara, el rabel, el laúd, el canún (salterio ó arpa), la

flauta barítona, el flautín, el albogue, los adufes y tambores; y

con ellos se acompañaban canciones que solían ser alegres y de

escasa moralidad, ó bailes de invención árabe unos, y tomados

otros quizá de las poblaciones indígenas, que ya sabemos tuvieron

fama en este punto entre los romanos.

Las fiestas que daban los califas y grandes señores eran

fastuosísimas é iban acompañadas de banquetes, bailes y músicas.

Del imponente ceremonial de la corte ya hemos hablado

antes.

190. Influencia de la civilización árabe en los territorios

Cristianos.—La intimidad y continuidad de las relaciones sociales

y políticas que mantenían ambos pueblos (§ 171), y el movimiento

natural de imitación que se produce entre los individuos

y los grupos humanos que viven próximos—especialmente si,

como sucedió durante siglos con el califato de Córdoba, uno

de ellos es superior al otro en poderío, brillantez y riqueza—

motivaron necesariamente influencias mutuas á que ya hemos

hecho referencia en diversos párrafos. Las de los musulmanes

sobre los españoles nótanse particularmente en el segundo período,

esto es, á partir del siglo xi y más aún en los siglos XH y

xiii, en que las relaciones son más complejas y vanadas, como

veremos. Coincide también con este período el gran movimiento

filosófico musulmán, transmisor de doctrinas de la antigüedad

griega, que recibió la civilización española por este

conducto, así como muchos conocimientos científicos, la mayoría

no originales, sino tomados de autores clásicos. Mayor había

de ser la influencia en aquellos órdenes de la vida práctica

en que el contacto era más natural y frecuente y más fuertes

las solicitaciones de imitación, como en el político, en el militar

y, en términos generales, en el jurídico. Así veremos que en las

instituciones públicas y privadas de los reinos cristianos, y en

INFLUENCIA DE LA CIVILIZACIÓN ARABE 299

su legislación, aparecen elementos tomados de los musulmanes.

No fué tan intenso el influjo en el orden literario, si se

exceptúa el género de cuentos y apólogos, según hemos de

ver. En poesía, apenas se nota el contacto, aunque sí bastante en

la prosa, siendo frecuentes las fórmulas de saludo, respeto, etc.,

de origen arábigo que copian los documentos cristianos. No era

raro el uso del árabe en los territorios de León, Castilla, Navarra,

etc.; y á las lenguas romances, en formación entonces, y

de las que fué elemento importante la aljamía, pasaron muchas

voces, formándose otras mixtas (árabe-españolas), ó alterando,

por influencia de la escritura árabe recibida entre los mozárabes

y muladíes, las palabras latinas ó procedentes del latín.

El número de moros latinados ó ladinos, que sabían romance, y

el de cristianos algaraviados, que sabían árabe, fué grandísimo,

sobre todo en las regiones fronterizas. En éstas existió una

clase de gentes llamadas enaciados, que servían de medio de

comunicación constante, como recadistas y correos, entre las

poblaciones cristianas y las mahometanas, y de espías y prácticos

al ejército que les pagaba mejor. Los enaciados hablaban

corrientemente los dos idiomas. Por todas estas causas, en el

castellano figuran muchos vocablos derivados del árabe, aunque

no tantos como se ha creído hasta hoy.

Tales influencias nótanse particularmente, en este período, en

los mozárabes; y era natural que así ocurriese. «Muchos de mis

correligionarios—escribía aquel Alvaro de Córdoba que se inmortalizó

por su fervor religioso (§ 156)—leen las poesías y los

cuentos de los árabes y estudian los escritos de los teólogos y

filósofos mahometanos, no para refutarlos, sino para aprender

cómo han de expresarse en lengua arábiga con más elegancia y

corrección. ¡Ah! todos los jóvenes cristianos que se hacen notables

por su talento, sólo saben la lengua y la literatura de los

árabes, leen y estudian celosamente libros arábigos, á costa de

enormes sumas forman con ellos grandes bibliotecas, y por

donde quiera proclaman en alta voz que es digna de admiración

esta literatura.»

A su vez, los renegados y mozárabes dieron elementos de su

cultura visigoda al pueblo musulmán, esencialmente asimilador,

como tantos otros de la historia que, sin ser originales en los

joo HISTORIA DE ESPAÑA

fundamentos de su vida intelectual, han acumulado y fundido

restos de civilizaciones anteriores. En varios párrafos hemos

hecho notar cómo contribuyeron á esto los españoles, mediante

la traducción de obras científicas ó la producción de otras que,

no obstante estar escritas en árabe ó llevar sus autores nombres

arábigos, creen algunos que proceden del elemento español, y

quizá, también, mediante su concurso en el orden artístico

(§187). De Oriente ya traían los musulmanes, según vimos,

muchas influencias de pueblos extraños, como el persa, el bizantino,

el sirio, etc., influencias que mantuvo la constante comunicación

de los musulmanes españoles con los orientales. Los

mozárabes—á pesar de aquel entusiasmo por la literatura árabe

que declara Alvaro de Córdoba—mantenían en parte las antiguas

escuelas eclesiásticas, en que seguía cultivándose la tradición

isidoriana bajo la dirección de maestros célebres como el

abad Sansón, Speraindeo y otros: lo cual debió sin duda mantener

algo del sentido original de su civilización en medio del

mundo musulmán. Las mismas mujeres cristianas que venían á

formar parte de familias árabes, bereberes, etc., debieron ingerir

influencias latinas ó ibéricas que se sumaban á las anteriores;

aunque las condiciones fundamentales para desarrollarlas fueran

las propias del mundo musulmán en que vivían, superior en

este tiempo, sin duda ninguna, al de los reinos españoles independientes.

Per esto mismo, no es prudente, en términos de

crítica histórica, exagerar la influencia mozárabe sobre los

árabes, como algunos autores han hecho.

2.—TERRITORIOS CRISTIANOS

191. Diversidad regional.—La existencia de un gobierno

único, de un poder central y de cierta organización administrativa

común, dieron á los distintos territorios visigodos de la Península

aparente uniformidad, que oculta á nuestros ojos las

diferencias reales existentes entre ellos en la mayor parte de los

órdenes de la vida. Estas diferencias se manifestaron claramente

así que, invadida España por los musulmanes, se rompió la unidad

política y se interrumpieron las relaciones entre las regiones.

En el NO. (Asturias-Galicia) se continuó con más pureza

DIVERSIDAD REGIONAL 3d

la tradición visigoda; continuaron los reyes la línea de conducta

de los anteriores á la invasión, dando bien á entender que no

veían en ésta sino un accidente, aunque grave, en manera alguna

decisivo para la existencia política del reino visigodo; siguieron

rigiendo las mismas leyes, gobernando las mismas autoridades

(incluso en el ejército, v. gr., los tiufados), y el nombre de godos

se perpetúa en los escritores de los siglos ιχ, χ y xi para designar

á los reyes, á los nobles y á la población entera de aquellos

territorios.

En los del NE., sólo en parte continuó el orden de cosas

antiguo. Resultado de la incomunicación con el NO., perdieron

su relación con el poder central, con el rey, y recobraron una

autonomía política que les había de llevar á la organización de

nuevos Estados. En el orden social y el jurídico conservaron la

división de clases y las leyes visigodas (el Fuero Juzgo) por

mucho tiempo; pero su mayor roce con otros países (Francia,

principalmente), las influencias muy inmediatas que por esto recibieron

(incluso por dominación, como en Navarra y Cataluña),

y quizá también el propio carácter de Sos habitantes, dieron

giro diverso á su civilización y á los organismos sociales y políticos.

Esta diversidad se fué acentuando con el tiempo, á

medida que cambiaban las cosas en las regiones del NE., constituyéndose

así centros de muy distinta condición social y política,

que deben ser estudiados cada uno por sí, puesto que

sus instituciones se. diferenciaron mucho.

No hay, pues, en este período, vida nacional española, porque

no hay unidad entre las diversas partes de la Península. Cada

cual vive para sí y se desarrolla á su modo. La fusión y la unificación

son hechos muy posteriores. En la Edad Media, aunque

se conserve el nombre unitario de España—«rey de las

Españas» se llama un monarca; «tercer rey de España» un re

yezuelo,—no hay propiamente España, sino Asturias, Galicia,

León, Castilla, Navarra, Cataluña, Aragón, etc. Y todavía esta

diversidad se complica con nuevas diferencias interiores en régimen

y vida, puesto que las mismas instituciones no eran enteramente

iguales en Galicia y en Castilla, v. gr. La variedad de

Estados, de organismos, de nacionalidades, es la característica

de la Edad Media, como veremos en los párrafos siguientes.

302 HISTORIA DE ESPAÑA

REINOS DE ASTURIAS, LEÓN Y CASTILLA

192. Los nobles.—Ya hemos notado que la dominación

visigoda, en vez de variar el curso de la organización social

iniciada en los últimos tiempos del Imperio Romano, lo siguió

en igual dirección, contribuyendo grandemente al desarrollo

de la clases serviles y de la dependencia de unos hombres respecto

de otros. La invasión de los Árabes no modificó tampoco

este orden de cosas; por el contrario, la azarosa vida de la población

cristiana que seguía luchando, el decrecimiento de la

riqueza pública, del comercio y las artes, y la anarquía política

de los primeros años, lo favorecieron, aumentando la desigualdad

social y produciendo en las clases serviles y dependientes

la'formación de distintos grados, cuya respectiva condición es,

á veces, difícil de discernir y diferenciar.

Fundamentalmente, persistió la división de los hombres en

libres y siervos, entendiendo por libres á todos los que podían

disponer de su persona y trasladar á voluntad su domicilio de

un punto á otro, ya fuesen nobles ya plebeyos.

Los nobles formaban la clase superior, distinguiéndose en

ellos los funcionarios palatinos, es decir, los íntimos y favoritos

del rey, poseedores á menudo de grandes territorios (principes,

proceres, magnates, potestades, optimates, magnates togae palatii),

que con los condes ó gobernadores constituían el primer grado.

Dependía la nobleza del rey, en cuanto éste era quien concedía

los títulos, oficios y tierras, pudiendo quitar estas mercedes á

la muerte del donatario y aun en vida misma de él: no siendo,

pues, propiamente hereditarias y perpetuas las concesiones de

tierras y señoríos, aunque alguna vez llegasen á serlo, bien por

excepcional merced del rey, bien por continuación tácita de

ella (i). Aparte de esto, hubo conquistas de tierras sin intervención

del rey, por nobles que adquirían así un derecho respetado

generalmente. Formaban parte también de esta primera

nobleza los que, no siendo palatinos, poseían grandes territorios,

(i) Recuérdese lo explicado en el § 129 acerca del cambio sufrido en su organización por

la nobleza visigoda.

LOS NOBLES 303

bien por donación real, bien por tradición de familia, como los

antiguos poseedores hispano-romanos; aunque ahora, su independencia

era bastante menor. El nombre de infanzones, que se

usa en documentos de la época (siglos χ y xi), designa una clase

secundaria de nobles, que dependía directamente del rey.

No obstante la indicada subordinación de los magnates respecto

del monarca, mientras gozaban de esta categoría tenían

grandes privilegios en sus personas y en sus tierras, que les

desligaban bastante del poder real. Sus dominios ó tierras considerábanse

como sagrados. Cerrábanlos con piedras fijas,

mojones y cadenas, impidiendo la entrada incluso á los dependientes

y oficiales del rey, aun para la persecución de delincuentes;

excepto si se trataba de ciertos crímenes como

homicidio, camino deshecho, mujer forzada, etc. Dentro de sus

tierras eran los nobles verdaderos señores, dueños absolutos; y

su libertad personal llegaba al punto de poder dejar el servicio

del rey y marcharse á otro reino (desnaturarse) cuando se creían

ofendidos por el monarca; ocurriendo por esto, más de una vez,

que nobles cristianos se fuesen á territorio musulmán ó se aliasen

con los califas, guerreando contra sus correligionarios.

También estaban exentos de pagar los tributos, como en la

época visigoda, siendo su única obligación el asistir al rey en

la guerra, con sus personas y dependientes, pero á expensas de

aquél. Compensaba en parte esta situación privilegiada la circ.

instancia (ya existente en el período visigodo) de ser la nobleza,

no un cuerpo cerrado, sino una clase á -la que podían

ascender los individuos de las otras sólo con reunir riquezas ó

ciertas condiciones especiales, ó conquistar fama y poder, alcanzando

la consideración del monarca.

En los documentos de aquellos tiempos aparecen también

nombres que parecen designar un grado inferior de nobleza, ó,

por lo menos, una clase privilegiada, que se aproxima á la de

los nobles que acabamos de ver, sin serle igual; tales son los

de caballeros, milites y también infanzones de fuero. Llamábase

caballeros y milites á los hombres libres que podían costear por

sí caballos y armas para ir á la guerra, en virtud de cuyo servicio

se les conceden ciertos privilegios. Esta clase aumenta

mucho en el período siguiente. La palabra caballero se aplicaba

3°4 HISTORIA DE ESPANA

también á los nobles propiamente dichos, que se dedicaban á

la profesión militar á caballo; luego se hizo genérica de todo

noble. Los infanzones de fuero señalan otra especie de nobleza

ú orden privilegiado por concesión del rey, que solía darse á

veces, colectivamente, á todos los habitantes de una ciudad ó

villa, como veremos. Tampoco esta clase logra gran desarrollo

hasta el siglo xi. Tanto ella como la de caballeros, y los nobles

de origen que por vicisitudes de la suerte perdían sus riquezas

ó su posición social, vivían por lo común—en estos primeros

siglos—en dependencia de los nobles poderosos (como los bucelarios

del período visigodo), para que éstos les protegiesen.

193. Los patrocinados.—A esta dependencia ó patrocinio

se llamaba encomienda ó benefactoría. Lo mismo pasaba con el

tercer grado de hombres libres, los pequeños propietarios plebeyos

(hereditarü) y los industriales que, no siendo muy ricos,

se recomendaban también á los magnates; de modo que, propiamente,

los únicos completa y verdaderamente libres en esta

época son los nobles del primer grado. La clase, pues, de hombres

patrocinados (homo de benefactoría) fué numerosa, perteneciendo

á ella, no sólo individuos aislados y familias, sino colectividades

(pueblos, aldeas) que se recomendaban á un noble

(señor) en condiciones de que luego hablaremos. Los patrocinados

daban á veces, como premio del patrocinio que recibían,

una parte de sus bienes al señor, y en todo caso, ciertos tributos

y prestaciones personales; pero si no recibían del patrono

la protección que les era debida, podían abandonarlo y buscar

otro.

Figuraban también en esta clase los cultivadores libres, entendiendo

por tales á los que, siendo libres de condición, pero

no propietarios, recibían de otros hombres (possessores) terrenos

para su cultivo; ó los que habiendo estado antes en servidum

bre alcanzaban su libertad y tomaban tierras. Estaban obligados

unos y otros al pago de tributos (muy gravosos, á veces) y

á prestaciones personales enojosas·, pero podían abandonar á

su señor, si bien á veces perdían por esto parte de sus bienes.

Según las obligaciones que habían contraído para con el prcpietario

ó señor, al tomar las tierras ó adquirir la libertad, va

riaba su condición, que era más ó menos favorable, y recibían

CLASES SERVILES Ó ESCLAVAS 3O5

diferentes nombres. Con el tiempo fué cambiando esta condición,

mejorando en general, aunque empeorándose en algunos

casos por influencia de instituciones nuevas, de que hablaremos.

194. Clases serviles ó esclavas.—Siguieron la misma

condición que en la época visigoda, aunque algo aflojados los

lazos de dependencia al principio, pues los reyes tuvieron más

de una vez que sujetar al poder de los señores, por medio de

las armas, á los siervos sublevados. Eran los siervos, con relación

á las personas que los poseían, fiscales ó del Estado (del

Rey), eclesiásticos (de iglesias y monasterios) y de particulares;

y por su condición, personales y adscriptos á la gleba (colonos)

cuando estaban sujetos al cultivo de un campo. Los siervos personales

eran, ya prisioneros de guerra (moros), ya gentes compradas

á los comerciantes de esclavos, ya descendientes de

otros siervos. A pesar de las doctrinas del Cristianismo, duró

esta clase de esclavitud muy desarrollada hasta el siglo xii, en

que el número principal de siervos pertenecía á la gleba. Solían

llamarse los esclavos mancipia, y á veces pertenecían incluso á

la clase sacerdotal.

Los de la gleba se distinguían, no precisamente por ser cultivadores

de tierras (pues también las cultivaban á veces los siervos

personales), sino por no poder separarse de aquella á que

estaban adscriptos, siendo vendidos ó donados con ella, como

si fueran parte de la misma, al igual que los árboles ó los edificios.

Estos siervos, derivados de los colonos visigodos (§ 129),

cultivaban á sus expensas el campo ó gleba á que pertenecían,

y entregaban al señor (noble, iglesia, monasterio, etc.) una

parte de los frutos, pagando otros tributos generalmente en

especie (aves, ganados, queso, manteca, lino, etc.) y prestando

ciertos servicios como labrar las heredades del señor, segar y

trillar ia mies, elaborar el vino y el aceite, ayudar á la construcción

de edificios, etc.; y como todo esto variaba según los casos,

existían multitud de grados de servidumbre, más benignos unos

y más duros otros. Su principal ventaja era tener asegurada la

subsistencia y la morada en la gleba, no pudiendo separárseles

de ella para llevarlos á otro lado. Erales lícito, á veces, poseer

bienes fuera de ésta, aunque con ciertas limitaciones. En cambio

tenían mucho que sufrir en las relaciones personales, principaljo6

HISTORIA DE ESPAÑA

mente porque, á menudo, vendiendo los señores parte de la

gleba, separaban á las familias, yendo á un propietario el marido

y á otro la mujer ó los hijos. De igual modo, cuando se casaban

sin permiso de sus señores dos siervos de distinta gleba, los

hijos de este matrimonio se dividían por mitad entre aquéllos,

excepto en algunos puntos en que los señores se comprometían

por un pacto (consogrerium) á permitir las uniones entre sus

respectivos siervos, sin reclamar luego los hijos ni otro derecho

alguno. Los siervos del rey—como los del califa—llegaron á

ser personas de consideración, poseedoras de riquezas.

En la condición servil se entraba de varios modos: por nacimiento,

es decir, que los hijos de siervos eran también siervos;

por deudas, cuando el deudor por causa civil ó criminal no podía

pagar al acreedor; por cautiverio en la guerra, forma que se

aplicaba á los musulmanes, que constituían la clase más baja y

peor tratada de esclavos, y, finalmente, por obnoxacion, es decir,

voluntariamente, ya entregándose á un señor ó propietario, á

cambio de obtener bajo su protección cierta garantía de seguridad

y reposo, ya casándose una persona libre con otra sierva,

con lo cual se sujetaba aquélla á la condición de ésta, ya sometiéndose

por motivos piadosos al dominio de una iglesia ó monasterio.

Los que esto hacían se llamaban generalmente oblati

y eran de mejor condición que los demás siervos.

192. La manumisión.—La libertad se recobraba, ya per

manumisión, ya por sublevación ó fuga. Estos dos últimos

medios no eran frecuentes; pero á veces lograron algunos siervos,

después de alguna de las muchas sublevaciones en que se

significaron, ver reconocida su libertad. En cuanto á la manumisión,

se produjo á menudo, por influencia especialmente de

las predicaciones de la Iglesia cristiana. De aquí nació una clase

social intermedia, la de los libertos, cuyos individuos no gozaban

todos de iguales derechos. Unas veces, los señores les concedían

libertad plena, de primera intención; otras veces la concedían

limitada al principio, quedando sujeto el liberto á ciertos servicios

y prestaciones para con su señor, y más tarde la ampliaban

por nueva concesión. Lo más frecuente era que los manumitidos

quedasen sujetos á la protección ó benefactoría de las iglesias

y monasterios, como fué ya costumbre entre los godos, aunque

PROGRESOS DE L\ CLASE SERVIL 307

reservándoles la facultad de que, si eran maltratados, pudiesen

abandonar la benefactoría y quejarse al rey, al obispo ó al conde.

Los siervos no tuvieron, en los primeros tiempos, bienes propiamente

suyos, porque si adquirían algunos quedaban á disposición

de sus señores; pero en cambio, debían ser alimentados

los días que trabajaban para éstos, como se consigna en varias

escrituras de la época al hablar de los servicios de los siervos

(criationes) de monasterios, iglesias y nobles. Cuando se les

concedía la libertad, solía concedérseles también la facultad de

llevarse algunos bienes (peculio) y disponer de ellos; pero todavía

el señor, cuando el liberto moría sin hijos y sin testamento,

le sucedía en toda la herencia, y en la mitad si había testado.

196. Progresos de la clase servil.—El aumento de la po

blación, las manumisiones y otras causas análogas, fueron produciendo

poco á poco la formación de una clase intermedia,

constituida en parte por los libertos (veáse párrafo anterior) y en

parte por hombres originariamente libres: clase que á fines del

siglo χ formaba la gran masa de la población y cuyos derechos

y condiciones eran más ventajosos que los de la primitiva servidumbre.

Llamábanse, los que á ella pertenecían, con diversos

nombres, según la condición de que gozaban (que no era para

todos igual) ó la región en que se hallaban. El más frecuente

era el de juniores, que se decían de cabeza si eran libertos sujetos

por sí y por sus descendientes á una contribución personal en

favor del señor; y de heredad ó solariegos si trabajaban tierras

ajenas pagando un tributo, ó vivían en solar ajeno. A esta clase

pertenecían muchos antiguos colonos ó siervos de la gleba, que

se convertían, por concesión del señor, ó por voluntad propia,

una vez alcanzada la libertad, en cultivadores sujetos al pago

de ciertos tributos y á diversas prestaciones. Los juniores de

heredad podían poseer bienes, mudar de habitación dentro

de un mismo señorío y hasta irse á otro, pero perdiendo entonces

su peculio. Esta dependencia, con que se nos muestran

á comienzos del siglo xi en el citado Fuero de León, está basada

principalmente en el pago de los tributos que los señores

querían asegurarse, y fué perdiéndose con el tiempo. Ya veremos

cómo en el período siguiente han variado las condiciones

de las clases serviles y sus similares.