Historia de España 1ª Parte
HISTORIA DE ESPAÑA Y DE LA CIVILIZACIÓN ESPAÑOLA
PRELIMINARES
I. Condiciones geográficas de España.—Constituye España una península situada en el extremo SO. de Europa,ligada al continente por un istmo de 450 kilómetros, y rodeada por dos mares: el Mediterráneo, al E. y S. (hasta el estrecho de Gibraltar), y el Atlántico, al S., O. y N.; tomando este último, en la costa septentrional, el nombre de Cantábrico.
Tiene con esto la Península límites perfectamente señalados, puesto que el único punto de unión con otras tierras (con Francia, por el istmo) lo constituye· una cadena de altísimas montañas (los Pirineos) que ofrecen pocos sitios de fácil penetración, de modo que casi la cierran y aislan de Europa.
Geográficamente, la Península constituye un todo, de los más exactamente diferenciados y caracterizados, aunque hoy día, desde el punto de vista político, existan en ella dos pueblos:
España y Portugal; por lo cual se señalan también los límites entrambos en las descripciones geográficas modernas. Pero conviene saber que por muchos siglos toda la Península tuvo una historia común, y que, aun después de haber Portugal llegado á constituir un reino independiente (hace ocho siglos), volvió á estar unido con España por algún tiempo, variando bastante sus límites. Ya veremos en cada época los que ha tenido, único modo de formar idea clara del valor de las divisiones políticas.
Por de pronto, lo que nos importa es considerar el aspecto geográfico dentro del cual se han ido determinando los diversos pueblos mediante cuya relación y enlace se hubo de constituir la España actual.
Tiene la Península la forma de un gran promontorio, cuya parte más alta corresponde al centro próximamente (meseta central: Castilla-Extremadura), desde el cual desciende en escalones el suelo hasta ios dos mares. La falda ó vertiente oriental (la que da al Mediterráneo) es la más corta, y por tanto la más rápida; la occidental, que da al Atlántico, es mayor y de más suave y graduado declive; de modo que España (mirando el conjunto desde la meseta central) se inclina hacia el Oeste,
tardando bastante en llegar al mar; mientras que por el otro lado, más estrecho, se precipita rápidamente en el Mediterráneo.
Nótase también una segunda inclinación, más suave y de relieve desigual, de N. á S., desde la base de los Pirineos cantábricos al Guadalquivir. Esta forma de la Península se halla interiormente modificada por el sistema montañoso, cuyas líneas generales contribuyen, sin embargo, á la disposición indicada.
Las dos cordilleras fundamentales de España son: la Pirenaica, al N., en dirección de E. á O., y la Ibérica, ó Celtibérica que, arrancando de aquélla, toma una dirección casi perpendicular (NO. á SE.) hasta que, ya cerca del Mediterráneo, por el límite de Andalucía, parece torcer al O., formando otra cordillera (la Penibética, que algunos autores consideran como independiente) de montañas altísimas, pero muy próximas al mar y que terminan en el cabo de Tarifa. Las dos líneas primeras forman como una gigantesca Τ cuyo palo vertical no fuese recto, sino tortuoso é irregular, pues no consiste propiamente en una sucesión de montañas, sino en una serie alternada de picos (como el Moncayo y el Javalambre) y de páramos y llanuras elevadas que los cortan; mientras que el horizontal
constituye, en parte, el límite con Francia y, en parte, corre tan junto al mar que deja sólo una zona estrecha donde, sin embargo, existen pueblos tan importantes como los vascos(Provincias Vascongadas), los cántabros (Santander) y los astures (Asturias), terminando luego en una expansión muy complicada que abraza las provincias gallegas y el N. de Portugal, y constituye una de las regiones más quebradas de España.
CONDICIONES GEOGRÁFICAS
Queda así dividida la Península en cuatro regiones: la del Norte ó cantábrica, entre los Pirineos españoles y el mar; la Oriental ó mediterránea, que arranca del nacimiento del Ebro y llega hasta el límite entre Andalucía y Murcia, comprendiendo, pues, todo Aragón, Cataluña, Valencia y Murcia, con parte de la Mancha; la del SE. formada por la zona de tierra que va desde la cordillera Penibética al Mediterráneo (provincias actuales de Almería, Málaga, parte de Granada y de Cádiz); y la Occidental, que coge todo el resto de España, desde el límite entre Asturias y Santander, al cabo de Tarifa y la costa atlántica; es decir, la mayor parte de la Península.
La distribución interior de esta región ó cuenca occidental es variada y muy importante también para la historia. Divídese en subcuencas, separadas por tres cordilleras principales, que son, de N. á S., la Carpetana ó Carpeto-Vetónica, «verdadera columna vertebral de la Península» que divide Castilla la Vieja de la Nueva y Extremadura, formando en Portugal la elevada sierra de la Estrella; la Oretana, que atraviesa las provincias de Cuenca, Toledo, Ciudad Real, Caceres y Badajoz, internándose también en Portugal; y la Mariánica, que forma el límite de Castilla y Extremadura con Andalucía y accidenta el S. del vecino reino. De aquí resultan cuatro grandes valles: uno entre el Pirineo y la Carpetana, que es el valle del Duero; otro entre la Carpetana y la Oretana, que lo es del Tajo; un tercero entre la Oretana y la Mariánica, por donde corre el Guadiana, y el último entre la Mariánica y la Penibética, que forma la cuenca del Guadalquivir. Además, del lado oriental
de la Ibérica se desprenden varios brazos que seccionan también la región Mediterránea en cuencas, de las cuales la mayor es la del Ebro, á cuyo lado S. 2del nudo de 2hacen casi infranqueable el paso entre Aragón y las demás comarcas del S. y E.
Debe considerarse también como un elemento primordial en la constitución de la Península, la parte que corresponde al centro del promontorio que en conjunto forma, ó sea, á las altas mesetas interiores que, elevándose mucho sobre los terrenos que las rodean, constituyen una región aislada y de difícil comunicación con las partes bajas cercanas al mar.
Miden estas mesetas una superficie de 238,000 km2, formando como un segmento circular que va desde el Ebro al Guadalquivir, siendo la parte más característica de ella la castellana (211,000 km2), que los geólogos consideran como «el núcleo permanente de la Península al través de las edades» y como una región «perfectamente aislada desde el doble punto de vista geológico y estratigráfico», ó sea de la formación del terreno y de la disposición de sus capas. Esta meseta queda dividida á su vez en dos, de alturas diferentes, por el escalón que forma la altísima cordillera Carpeto-Vetónica.
Finalmente, es un carácter de la Península española el amplio desarrollo y la regularidad de sus costas, que comprenden 4,100 kilómetros lineales, lo cual, comparado con la extensión del istmo que la une al continente, la acerca mucho á las condiciones de las islas. Las otras dos penínsulas del S. de Europa tienen: 6,785 kilómetros, Italia (con las islas), y más de 3,000, Grecia.
2. Consecuencias de estas condiciones.—De todos los caracteres geográficos indicados, se desprenden consecuencias importantes. En primer lugar, la división del terreno en secciones separadas por altas cordilleras, que favorecen el aislamiento y la formación de núcleos distintos de pobladores, y más principalmente la incomunicación del centro con los extremos, ó sea de la meseta central con las tierras próximas á los mares, y la estrechez de éstas. Es también España uno de los países más montuosos de Europa, lo cual da mucha irregularidad á su suelo y á la distribución en él de las aguas que, además, por la rápida inclinación de los declives del promontorio, producen ríos de gran corriente, menos fáciles de utilizar para el hombre, en los riegos y en la navegación, que los de Francia ó los de Inglaterra, más regulares y de menor carácter torrencial. Por la concurrencia de cordilleras y de mesetas elevadas, es España el segundo país de Europa en altura media de su terreno: la de Suiza es de 1,299 metros, la de España de 700, y la de los Balkanes, que inmediatamente le sigue, de 579; mientras que, según un geógrafo, las alturas absolutas arrojan 96,000 km2 que se elevan á más de 1,000 metros, 70,000 que varían de 1,000 á 500, y 218,000 inferiores á 500 metros. Igualmente la altura y la irregularidad influyen en la temperatura, muy variada—desde fríos excesivos que en algún año han llegado á más de 13o bajo cero, hasta calores como los de 40 y 48 grados,—pero en general muy tolerable.
Es, por último, otra consecuencia, la sequedad del clima en la mayor parte del territorio ó, por mejor decir, las alternativas muy irregulares de lluvia y sequía, que en la mayor parte de las localidades del C, E. y S. producen un término medio de agua lluviosa menor que el mínimum que de ordinario cae en las llanuras de Europa. Conocidas de todo el mundo son las tremendas sequías de Castilla, Andalucía y Valencia, cortadas á veces por lluvias torrenciales é inundaciones de graves
consecuencias. Las inundaciones tienen por causa principal la concentración de las lluvias y las nieves en localidades montañosas de corta extensión, que luego desahogan de golpe por los ríos en mayor cantidad de la que normalmente pueden éstos conducir; al paso que, como hemos visto, hay otras comarcas
(casi las 3/5 de la superficie peninsular) que no participan equitativamente de la distribución de humedad. Resultado necesario de esta desproporción y de la gran altura del terreno,es la pobreza agrícola de muchas localidades, ya conocida y señalada por los geógrafos romanos hace diez y nueve siglos, y que continúa, en lo principal, en los mismos sitios que ellos citan, como, v. gr., la región castellana y la Mancha.
No quiere esto decir que la Península española se halle totalmente desprovista de condiciones favorables para la vida del hombre, ni que las contrarias que hemos señalado sean tan acentuadas é irreductibles que originen dificultades insuperables y totalmente adversas.
Exceptúanse en primer término las regiones costeras, principalmente las mediterráneas del E. y S., tierras bajas feraces, en que florecen cultivos importantes únicos en Europa ó de mejor calidad que los análogos de otros países, como la vid, el olivo, el naranjo, el arroz y las frutas y hortalizas tempranas. La costa Norte, de poco valer agrícola en general, es muy favorable á la ganadería por los extensos prados naturales que sostiene una humedad constante y más que necesaria,caracterizándose en algunos puntos (Galicia y Asturias) por un clima muy templado, gracias á la corriente marítima de agua caliente llamada del Golfo, que toca en ellas; y, merced á esto también, en parte de Galicia, por una frondosidad exuberante. Debido á estas condiciones— y á otras que luego señalaremos—las costas han sido siempre en la Península lo más poblado, rico y de civilización adelantada, sobre todo en el S. y E., como ya advirtieron los citados geógrafos de la época romana. A estos elementos de producción natural se unen eñ mayor escala, y difundidos con más igualdad en todo el territorio, yacimientos innumerables de
minerales, desde los metales preciosos (oro, y en mayor cantidad plata) hasta los de uso más vulgar en las industrias: siendo en este punto coetánea con los primeros tiempos de su historia la fama de la Península española, fama que constituyó uno de los más poderosos medios de atracción de los pueblos extraños
Por otra parte, conviene no olvidar nunca que la acción del hombre puede modificar en gran medida las condiciones de la naturaleza, y que precisamente esta reacción contra el medio natural—que, aun en los casos más favorables, no rinde todos los beneficios de que es susceptible sino á cambio del esfuerzo humano—constituye el fondo esencial de la historia. Claro es que el esfuerzo ha de estar en razón directa de la facilidad que presentan para su explotación y acomodamiento á las necesidades humanas, el suelo y el clima, y que, por lo tanto, hay países que requieren mucha mayor energía que otros menos ingratos, como indudablemente lo son, comparados con el nuestro, no pocos de Europa. Pero si esta circunstancia puede explicar cierto retraso en el desenvolvimiento del pueblo menos favorecido, y aminora en algo la responsabilidad de él, puesto que lucha con mayores dificultades, le obliga en cambio moralmente á más esforzada y constante acción para vencer los obstáulos naturales que sé le oponen. Así, la primera y más importante cuestión social que el pueblo español tiene planteada en su historia, y hacia la cual debería haberse orientado su actividad ante todo, es la de modificar el medio físico en que vive, aplicando á esto la mayor parte de sus fuerzas y de su atención, como base de todo su desarrollo nacional. Así hicieron muchos pueblos que han brillado en la historia, á pesar de haberse establecido en regiones poco aptas naturalmente, á no mediar gran esfuerzo del hombre, para dar vida á naciones robustas.
Los habitantes de nuestra Península han podido contar, como base para el éxito —que en parte contrarresta las condiciones contrarias que hemos señalado,—la feracidad de algunas regiones, el abundante caudal de agua que en algunas épocas del año llevan los ríos y se pierde en el mar, el no menos grande de aguas subterráneas que hay en muchas localidades y la riqueza mineralógica del suelo, que tanto se presta á desarrollos industriales. Igualmente la gran amplitud de las costas ofrece campo á propósito para el cultivo de la navegación y del comercio marítimo, aunque no tanto como otras naciones de litoral más recortado. He aquí cómo la misma naturaleza ha señalado desde el primer momento la ley fundamental que, so pena de grandes males, había de guiar la acción de nuestro pueblo para organizarse y desenvolverse ampliamente. La comprobación del cumplimiento ó incumplimiento de esta ley 'necesaria, no es el menor frutoque ha de sacarse del estudio de la historia de España.
3. Población de España.—La Península española, no obstante su gran extensión (586,000 km2 en números redondos), ha estado siempre poco poblada. No pueden fijarse cifras exactas de población para tiempos anteriores al siglo xvni, porque los censos no se verificaban con la relativa perfección que alcanzan ahora, ni eran tan constantes y regulares, transcurriendo á veces siglos sin que se hiciera ninguno. Así, las cifras que se dan para el siglo XV oscilan, de 7.900,000 habitantes en la corona de Castilla (comprendiendo el reino de Granada) á9.680,191, Respecto del siglo XVI, indícanse sumas que varían de 4.500,000 (1541) ó, según otros datos posteriores, 6.990,262 (en Castilla, León, Vascongadas y Asturias), á 7.504,057 (en 1594). En el siglo XVII, si hubiéramos de dar fe á los números que traen algunos autores contemporáneos, la población bajó extraordinariamente, pues, según el cardenal Zapata, en Castilla había sólo (1619) tres millones de habitantes, y, según Don Antolín de la Serna, seis millones en toda España (§ 733). Del siglo XVIII se conocen ya estadísticas más seguras, que elevaban
la cifra de población (en los últimos años) á más de 10.000,000. Desde entonces ha seguido subiendo en proporción bastante acentuada, desde 11.000,000 en 1822, á 17.560,352 en 1887.
El acrecentamiento iguala al de Italia, y excede en mucho á Irlanda, Austria, Grecia, Francia y á veinte de los principales Estados alemanes. En la densidad, ó sea número de habitantes por km2, ocupa España el número 12 en la serie de naciones europeas, y en la cifra relativa de esa misma densidad, el número 7, después de las seis grandes potencias (Rusia, Alemania, Austria-Hungría, Francia, Inglaterra con Irlanda, é Italia). Pero, como se ve, el acrecentamiento es muy moderno (salvo algún caso contrario de decrecimiento regional, como en Andalucía tan poblada en los tiempos romanos y en los árabes), y durante la mayor parte de su historia—á pesar de varias invasiones de pueblos extraños,—la Península ha tenido muy escasa población.
4. Relaciones históricas de España.—A pesar de hallarse nuestra Península en el extremo occidental de Europa y casi aislada, ha mantenido siempre gran relación con los pueblos de otras regiones. Por el lado de los Pirineos ha sido la desembocadura natural de todos los grupos humanos emigrantes del N., cuya línea de emigración ha ido, por lo general, dirigida hacia el O.; por el lado del Atlántico ha estado expuesta á las correrías de otros grupos septentrionales que visitaban por mar las costas O. de Europa, á la vez que veía abierto ante sí, libremente, el camino de nuevos descubrimientos, que al cabo hizo, en América; por el S., la proximidad de Africa (no sólo por el estrecho—que fué antes istmo—de Gibraltar, sino por toda la costa de lo que ahora es Marruecos y parte de Argelia) la expone á las invasiones de los pueblos orientales y africanos que han seguido siempre la línea del litoral; y por el E., comunicándose con el Mediterráneo, ha estado muy presente á las miradas de todas las naciones costeras y navegantes, desde los fenicios y egipcios á los griegos y romanos. Por otra parte, la actividad de los habitantes de la Península, y los ideales de expansión que en distintas épocas alimentaron, les han hecho salir de sus límites y llevar unas veces la guerra, otras veces el comercio y los descubrimientos geográficos, á diversos puntos del globo, muy lejanos algunos; constituyendo así una doble corriente, de fuera á dentro y de dentro á fuera, en las relaciones internacionales. La orientación de este movimiento expansional ha sido diferente en las varias regiones de
la Península. Las orientales (y particularmente Cataluña) han tendido con gran fuerza á la extensión por el Mediterráneo y por las tierras situadas al N. del istmo pirenaico, con las cuaes tienen lazos estrechos de parentesco. Las septentrionales costeras señalan desde muy antiguo un impulso también septentrional,
á beneficio de la pesca y del comercio, que las liga con pueblos europeos distantes, como Inglaterra y los Países Bajos.
Fig. 2. Cráneos prognatas y ortognatas, según Tylor
La región central y occidental se ha significado muy tardíamente en este sentido: su expansión se verifica por la misma Península, y sólo desde fines del siglo XV salede los límites españoles para dirigirse con gran fuerza hacia el O. (América), y con menos ímpetu y constancia hacia el S. (Africa), poniéndose así en contacto con otros continentes y contribuyendo en gran manera á la población y civilización del americano. Por todas estas circunstancias, han sido varidísimas las relaciones de España con otros pueblos, y en su propio territorio se han mezclado elementos muy diferentes de población, convirtiéndolo en teatro de hechos altamente complejos. La narración de estos hechos, y por tanto de las vicisitudes por que han pasado las gentes que los produjeron, constituye la historia de España.
5. Razas y pueblos.—Estas mezclas de pueblos tienen importancia grande para determinar la formación y el carácter del tipo español, dado.que no todos los hombres son iguales, ni física ni espirítualmente. Atendiendo á las diferencias físicas, se distinguen dentro del género humano varias clases ó grupos que se llaman razas. Las razas se caracterizan por la forma de la cabeza ó cráneo, la cavidad de éste, el color de la piel y de los ojos, el aspecto, color y sección transversal descabello, la altura del cuerpo, la longitud de las extremidades (especialmente los brazos), y otras particularidades. En el cráneo hay que considerar lo que se llama ángulo facial, formado por dos líneas que, partiendo la una del orificio del oido y la otra del punto medio de la frente, se juntan en la base de los dientes incisivos medios superiores. Este ángulo varía naturalmente según que la mandíbula superiores saliente ó no.
Fig. 3. — Cráneos doiicocéfalo, mesaticéfalo y braquicéfalo.
Los cráneos que la tienen saliente (y por tanto un ángulo menos abierto ó más agudo) se llaman prognatas; y los que la tienen recta (con ángulo más abierto), ortognatas. Son ejemplos de estos dos tipos, el cráneo de un negro (fig. 2, d) y el de un europeo (fig. 2,f) Igualmente importa la figura general del cráneo mirado verticalmente.
Si es más largo que ancho, se llama doiicocéfalo; si aumenta la anchura, apareciendo como redondeado, braquicéfalo; y si ofrece un término medio, mesocéfalo ó mesaticéfalo (fig. 3).
Estas proporciones se miden también por el ángulo que forman dos líneas, una que de la base posterior va hasta la frente, y otra que la corta en forma de cruz. Apreciando como 100 la línea primera, este ángulo tiene en los neocaledonios (dolicocéíalos extremados), 70; en los europeos (mesocéfalos), 80; y en los samoyedos (braquicéfalos), 85. En cuanto á la cavidad ó cabida interior del cráneo, se mide llenándolo de perdigones ó emillas, que luego se cubican en un vaso graduado; y también varía en los diferentes pueblos.
El color de la piel tiene muchas variantes, como es sabido, distinguiéndose cuatro tipos fundamentales según unos autores (blanco, amarillo, negro y mixto), y cinco según otros (blanco[subdividido en enteramente blanco y moreno], negro, amarillo, cobrizo y moreno obscuro australiano); pero estas diferencias no son consideradas hoy día como muy importantes para la determinación de razas. En los ojos se aprecia el tamaño de su cavidad y el color del iris, aunque por ser éste variadísimo y hallarse el negro, que es el más común, en todas las razas, tampoco es señal muy segura. Lo mismo sucede en punto al cabello, negro ó rubio, crespo ó suave etc.; pero sí tiene importancia su sección ó corte, ya redondo, ya ovalado (hombre europeo) ó alargado (negro africano), porque es carácter que persiste en las
razas.
Por la altura del cuerpo, se diferencian mucho los hombres, puesto que hay pueblos, como los patagones, que llegan á 6 pies y 4 pulgadas, mientras que los bosjemanes del S. de Africa sólo tienen 4 pies y 6 pulgadas, y el europeo ocupa un término medio. Finalmente, considerando la extensión de los brazos, se ve que en los blancos, puestos de pie, no llegan los dedos más que á la mitad del muslo, mientras que en los negros bajan una ó dos pulgadas más, y aun suelen llegar á la rodilla.
Considerando todos estos caracteres—que en la realidad se combinan entre sí de varios modos, —se distinguen y caracterizan las razas humanas, cuya importancia capital para la historia consiste en que, según muchos naturalistas (y también según la opinión vulgar), sus diferencias físicas suponen diferencias espirituales en punto al desarrollo de la inteligencia, aptitud para el trabajo, predominio de éstas ó las otras cualidades morales, etc. Tales conclusiones no las aceptan todos los
sabios, afirmando algunos, como mayor concesión, que las diferencias intelectuales no pueden apreciarse sino comparando los tipos extremos de la serie de razas; mientras otros creen que no son esenciales y sí históricas, suponiendo que, sometidas á iguales condiciones de educación, todas las razas pueden llegar
á idénticos resultados en lo fundamental. Pero, aunque fuesen completamente exactas, perderían las> citadas mucho de su valor para nosotros desde el momento que en la historia no encontramos razas puras, es decir, que no se nos presentan los hombre agrupados según sus caracteres físicos y excluyéndose unos tipos á otros. Así, los pueblos que más han figurado en la historia, como los egipcios, los griegos, los romanos, etc., son producto de cruzamientos y mezclas, notándose en su competición diferentes tipos antropológicos, ó resultados mixtos, de caracteres nuevos. Los antropólogos creen que, cuanto más mezclado es un pueblo, tanto más fecundo y apto es para la civilización; y señalan también, como una circunstancia modificativa de las razas (dentro de ciertos límites), la influencia del medio natural —geográfico y climatológico—en que viven, y que puede variar mucho, por las emigraciones, v. gr. Pero es indudable que los grupos humanos constituidos históricamente en un territorio, cualesquiera que sea su composición antropológica, se han distinguido unos de otros por el carácter, la vocación, el género de actividad, las cualidades morales, las costumbres, etc., y en este sentido se dice que el pueblo francés es distinto del español ó del alemán, ó del italiano, notándose que estas diferencias persisten á través del tiempo, y aun se acentúan, á veces. Desde este punto de vista, importan las relaciones de unos pueblos con otros y sus influencias, aunque no pueda decirse que sean de razas, sino de grupos mezclados.
Otro hecho hay que distingue á los hombres notablemente, aunque no es del orden físico: el idioma. Atendiendo á él, se han solido clasificar los pueblos en grupos que se llaman familias de idiomas, y también razas. Generalmente son tres las familias que los autores consideran: aria (en que figuran casi todos los pueblos de Europa y los indos y persas de Asia), semita (asirios, hebreos, fenicios, árabes, etc.) y turania, mogola ó uraloaltáica (mogoles, fineses, húngaros, turcos, etc.), quedando aparte los pueblos que hablan lenguas de tipo muy diferente, como los chinos, birmanes y siameses. Esta clasificación no debe inducir á error, confundiéndola con la de las razas propiamente dichas, ó creyendo que cada raza habla exclusivamente una clase de idiomas. Por el contrario, en cada familia lingüistica se hallan confundidos pueblos y grupos de distintos caracteres físicos: así, en la aria hay dolicocéfalos ortognatas y braquicéfalos, rubios y morenos, etc., y en la uraloaltáica, braquicéfalos de varias clases, blancos y amarillos. La comunidad de idioma indica, en opinión de los sociólogos, una intimidad de vida y
de civilización mayor que la analogía ó identidad de los caracteres antropológicos ó de raza; siendo frecuente el hecho de haberse comunicado una lengua á grupos humanos que se distinguen desde el punto de vista de los caracteres físicos.
6. Razas y pueblos en España.—Aplicando todos estos datos á nuestra Península, hallamos que el pueblo español es mezclado, y que en diferentes tiempos de su historia ha recibido elementos antropológicos distintos. Aunque los estudios de este género son aún rudimentarios y no permiten afirmar en absoluto nada, parece resultar de ellos que la población española pertenece á un grupo europeo llamado mediterráneo, que difiere del central y del septentrional, pero que dentro de él se marcan dos tipos distintos: uno, dolicocéfalo moderado, moreno, ortognata, de cara ovalada, llamado libio-ibero y que principalmente se nota en las localidades de la cordillera cantábrica; y otro dolicocéfalo también y dolico-facial (cara alargada) con ojos obscuros, llamado semita ó siro-árabe, que aparece mezclado con el primero intensamente. Los vascos—tenidos como uno de los pueblos más antiguos de España—no se muestran como raza pura, habiéndose hallado en ellos hasta tres tipos ó elementos antropológicos. Nótanse también mezclas con un tipo braquicéfalo de origen celta (centro de Europa), en las costas levantinas, en la región Norte y en Portugal.
El grupo libio-ibero pudiera ser mezcla de una raza muy antigua (§ 10) dolicocéfala, morena y pequeña, de cabello negro, llamada de Cromagnon ó ibera, con otra venida de África y de parecidos caracteres. Correspondiendo á estos tiempos antiguos, hállanse también restos de una raza braquicéfala, grande, de ojos claros y cabello rubio (celta ó mongoloide), que por mezcla con la ibera dio (en opinión de algunos) el tipo vasco, menos dolicocéfalo que el ibero primitivo. En conjunto, parece predominar en España la dolicocefalia, más pronunciada en la región portuguesa y atenuada en el resto. Considerando los pueblos extraños que han invadido en el curso de la historia nuestra Península y han influido sobre nuestra civilización, hallamos que representan tipos diferentes: unos, dolicocéfalos ortognatas y
morenos (fenicios, cartagineses y judíos); otros quizá dolicocéfalos prognatas (númidas); otros, mesocéfalos y rubios (germanos), considerados en conjunto; aunque ninguno de estos pueblos pueda tenerse como de raza pura, sino mezclada ya, según ocurre con los romanos y los griegos que tanto influyeron en la Península y que son resultado, según se cree, de una combinación análoga á la española (libio-iberos con siro-árabes), más otros elementos braquicéfalos de pelo obscuro (celtas) y
dolicocéfalos rubios (teutones).
Desde el punto de vista de la civilización, cada uno de estos pueblos que han intervenido en nuestra historia, representa también caracteres é influencias muy distintas y variadas.
7. División de la historia da España.—Las primeras noticias seguras que tenemos de los pobladores españoles, provienen de gentes extrañas que visitaron en tiempos muy lejanos la Península, y se remontan al siglo vi antes de Jesucristo. De aquí se ha partido generalmente en el estudio de nuestra historia, comenzando á contar la primera Edad de ella, llamada, por ser la inicial, Antigua. Pero de tiempos seguramente anteriores al siglo mencionado, sabemos hoy que había hombres en España y que poseían cierta civilización, aunque de ellos no nos queden noticias directas, ni en escritos ni en tradiciones precisas, teniendo que deducirlas de los restos materiales (huesos humanos y objetos de industria) que dejaron. Estos tiempos deben en rigor incluirse en la Edad Antigua; mas, por la especialidad de su carácter, han solido formar con ellos los historiadores una Edad ó época distinta, llamada de un modo particular, como veremos (§ i ó).
La Edad Antigua, ya comience en el siglo vi ó antes, termina, según la opinión común y corriente, en el siglo ν de nuestra era, en que se verifica una gran invasión de pueblos del N. de Europa. Comienza entonces en la historia de España (y en la de Europa) una nueva Edad, llamada Media, que concluye para nosotros en 1492,año en que los Reyes Católicos consiguen arrojar de España á los musulmanes que habían dominado ocho siglos en gran parte de ella, fundando así la unidad política territorial.
Desde 1492 empieza á contarse una tercera edad, Moderna, que unos hacen llegar hasta nuestros días, y otros terminan á comienzos del siglo'XIX (en 1808), por creer que los caracteres que ofrece la vida nacional desdé entonces son enteramente distintos de los que ofreció hasta aquella fecha", en que una guerra con Francia (la guerra de la Independencia) y el cambio en el régimen político, varían mucho la dirección de la historia.
A esta nueva división llaman Edad Contemporánea.
Sin perder de vista estas divisiones tradicionales—fundadas en la indudable relación de nuestra historia con la general europea—y refiriéndonos á ellas en lo que cabe, adoptaremos en el presente libro otras más concretas que convienen mejor al desarrollo especial de nuestro pueblo y marcan con mayor precisión los distintos cambios que en él se han producido.
EDAD ANTIGUA
TIEMPOS PRIMITIVOS
8. Historia de la Tierra.—La Tierra no ha sido siempre como ahora es, de la misma forma, con los mismos mares y continentes, ni ha estado poblada con iguales plantas y animales que los que hoy vemos. Unos y otros han pasado por cambios distintos, que necesitaron muchísimo tiempo para producirse. El estudio de estos cambios forma una ciencia llamada Geología, que es como la Historia de la Tierra; y del mismo modo que en la historia de los hombres hay divisiones de Edades, la Geología ha establecido otras en la sucesión de las transformaciones por que ha pasado la Tierra.
Los tiempos más antiguos, cuando empezó la Tierra á formarse con partes sólidas y partes líquidas, se conocen con el nombre de arcaicos ó fundamentales, sin que en ellos aparezca todavía de un modo indudable ningún ser vivo, vegetal ó animal: es decir, que sólo existían minerales, sólidos (terrenos), líquidos (agua,s) ó gaseosos. Siguen á estos tiempos otros llamados primarios (era primaria ó paleozoica), en que ya se hallan plantas y animales, siendo éstos en su mayor parte marinos (crustáceos, moluscos y peces). No existían entonces los continentes que ahora conocemos (Europa, Asia, África, etc.), sino islas numerosas, pequeñas y poco elevadas. La temperatura era uniforme y templada.
La era secundaria ó mesozoica, que siguió á ésta, se caracteriza por la formación de continentes extensos, con nuevos tipos vegetales y animales, clima cálido, pero que va ya diferenciandose en las distintas regiones del globo y constituyendo las zonas de temperatura, i la vez que se acentúan las estaciones del año.
Por fin, surgen los continentes con la forma y la extensión, aproximadamente, que tienen en la actualidad y con clima muy templado, vegetación extraordinaria, fauna en que sobresalen grandes mamíferos y abundancia de lagos y volcanes. Todos estos cambios caracterizaron una nueva era, que se llama terciaria, neozóica ύ cenozoica.
No hay vestigios seguros de que el hombre viviera en estos tiempos, que duraron muchos miles de años. La Península española, cuyo macizo central (cordillera Carpeto-Vetónica) y parte del suelo* de Galicia, del Norte de Portugal, Extremadura y provincias de Córdoba y Sevilla, se formaron en la era arcaica, se va completando en la terciaria mediante el levantamiento de los Pirineos, que hasta entonces no existían. El Mediterráneo se comunicaba con el Atlántico por una depresión del valle del Guadalquivir, mientras que en el valle del Duero, en el del Ebro y en el de Castilla la Nueva, existían tres grandes lagos, unidos los dos primeros por el Norte de Burgos y La Rioja, y otros menores veíanse por la parte de Murcia, Valencia y Sevilla. Estos lagos fueron corriéndose hacia el O. y
desapareciendo, ya por evaporación, ya por desagüe en el mar, dejando las hondonadas, por donde vinieron á correr los ríos.
También á fines de esta era comienza á levantarse sobre el nivel del mar la costa de Levante.
Como se ve, en este tiempo, si España tiene ya fundamentalmente la configuración actual, todavía se advierten en ella notables diferencias en la distribución de los terrenos, comparándola con la que presenta hoy día.
Antes de acabar la era terciaria, se produjo un notable cambio de temperatura, mudándose el clima subtropical en fríos intensos (período glacial), que cubren casi toda Europa de hielos y originan multitud de accidentes, preparatorios de modificaciones en las formas continentales. Con esto se abre la era cuaternaria; y, pasado el período glacial, se restablece la normalidad de la temperatura, que adquiere condiciones análogas á las actuales. En esta era se encuentran ya indudables vestigios de que vivía el hombre.
9. Aparición del hombre.—Período arqueolitico en España.— La era cuaternaria (que algunos llaman del aluvión antiguo, reservando el nombre de aluvión moderno á la siguiente, en que se depositan las tierras actuales) ofrece varios períodos distintos,que importa señalar por relacionarse íntimamente con la
existencia del hombre.
Fig. 4. — Unión de España y África en los tiempos prehistóricos. (Según Bourguignat.)
El primero se llama paleolítico ó arqueo- Utico, es decir, de la «piedra antigua» y también de la «piedra tallada», porque, como veremos, el hombre de entonces fabricaba de piedra sus principales utensilios. Igualmente se le llama del mammuth, porque durante él predominó este animal gigantesco, parecido al elefante, dotado de grandes colmillos y cubierto de pelo, á la vez que otros carniceros desaparecidos más tarde, como el oso de las cavernas y una especie de rinoceronte.
En este período, España estaba unida al Africa por Marruecos, y á Italia por la continuidad de Argelia y Sicilia, que aun no era isla. El Mediterráneo actual hallábase dividido en dos inmensos lagos. La temperatura era desigual, fría en las alturas y caliente y poco variable en los valles. La fusión de los hielos del período gracial producía grandes ríos de mucha corriente, que arrastraban enormes cantidades de tierra de las montañas, rellenando las partes hondas, más profundas entonces que hoy día.
Aunque se han encontrado reatos humanos de este período, dúdase que representen la raza de los primeros tiempos del paleolítico y, por tanto, la verdaderamente primitiva. Pero, sea así, ó haya que retrotraer su existencia á momentos menos antiguos dentro del mismo período, es lo cierto que á él pertenece una raza que se llama de Neanderthal y de Canstadt, por haberse hallado sus restos principalmente en localidades alemanas que llevan esos nombres. No son enteramente iguales los cráneos de uno y otro punto, pero coinciden en los caracteres fundamentales, por lo cual se los incluye en un mismo grupo.
Según estos caracteres, los hombres de Neanderthal ó Canstadt eran bajos de cuerpo, pero robustos, de cabeza larga y estrecha, con la parte superior del cráneo aplanada, los huesos muy gruesos, los pómulos salientes y la parte superior de la boca también saliente (prognatismo). Parece que vivieron en casi toda Europa, desde la península Escandinava á Francia, llegando por el E. á Bohemia y por el O. á Inglaterra. Respecto de España, es todavía dudoso si hubo entonces representantes de esa misma raza, pues un cráneo incompleto hallado en Gibraltar, y que ofrece análogos caracteres que los de Neanderthal y Canstadt, aunque exagerados en parte, no es completamente seguro que sea de esta época.
Vivieron los hombres de entonces, primeramente, á orillas de los ríos, por la caza y pesca abundantes que les ofrecían, y más tarde empezaron á ocupar las cuevas ó cavernas que encontraban en sitios altos, para librarse de las inundaciones. Comían de lo que cazaban y pescaban, y probablemente también hierbas y frutas. Conocieron quizá el fuego, y no usaban vestido alguno, aunque sí adornos.
Los objetos de que se servían para las diversas operaciones de la vida, eran de piedra (de las clases llamadas cuarcita, silex ó pedernal, cuarzo de filón, jaspe, etc.), que tallaban á golpes.
Se han encontrado de varias clases, que parecen ser unas más antiguas que otras, y forman dos tipos denominados chellense ó cheleano y musteriense, aunque ambos suelen reunirlos bajo una misma denominación (amigdalóideo) los antropólogos españoles. El tipo más antiguo se distingue del otro en estar tallado ó retocado sólo por una cara, y quizá corresponde á la industria de esa raza primitiva anterior á la de Canstadt, que algunos suponen, pero de la cual no hay restos esqueléticos. Los objetos de silex hallados consisten
en una especie de hachas (no de guerra, probablemente) gruesas y toscas, sin mango unas, y otras dispuestas para tenerlo, terminadas á veces en punta por un extremo; en piedras también gruesas, erizadas de puntas; otras que parece eran arrojadizas(como las de honda); raspadores y sierras y una especie de perforadores de forma romboidal alargada y punta fina. Dúdase si el hombre de esta época usó el hueso.—Estaciones humanas de esta clase se han hallado en España en la pradera de San Isidro (al lado del Manzanares), en la cueva de Perneras (Murcia) y en otros sitios. La estación de San Isidro es importantísima, como representante del tipo arqueolítico primitivo, por sus hachas de silex sumamente características, y por la gran antigüedad (mayor que la de estaciones análogas de otros países) que revela la profundidad à que han sido hallados aquellos restos de la industria prehistórica.
Fig. 5.—Armas arqueolíticas.
No es la raza de Canstadt la única que aparece en Europa en el período arqueolítico. Existía también otra, de tipo diferente, braquicéfalo, llamada en general de Furfooz, aunque bajo este nombre se agrupan restos que difieren algo entre sí; pero de esta nueva raza no se han hallado vestigios seguros en nuestra Península (hasta ahora á lo menos), correspondientes á este período; aunque en tiempos algo posteriores parece que existió en localidades de Andalucía y de Portugal (§ 13).
10. La raza de Cromagnon. —Sí hay restos, en cambio, y
muy abundantes, de una tercera raza también paleolítica, llamada
de Cromagnon, posterior á la de Canstadt y cuya presencia
en Europa señala, para algunos antropólogos, un período
nuevo, de transición. Era esta raza alta y robusta, de cráneo
grande é irregular, alargado y estrecho (dolicocéfalo) pero aplanado
en la base, de frente ancha, recta y espaciosa, cara más
ancha que larga, nariz delgada y prominente y muy salido el
hueso de la barba. Difieren los antropólogos en punto al origen
de los hombres de Cromagnon y al camino que siguieron al
difundirse por Europa; pues mientras unos creen que entraron
por el S., viniendo del Africa, y venciendo á los de Canstadt
ocuparon á España, Francia y Bélgica, otros les suponen irradiando
desde la comarca francesa llamada Perigord, hacia Bélgica,
Holanda é Inglaterra por el N., y España é Italia por
el S., llegando hasta Argelia y las islas Canarias, donde hubo
de conservarse con gran pureza hasta el siglo xv. Pero, sea de
esto lo que quiera, lo que importa saber es que la raza de Cromagnon
vivió en nuestra Península, habiéndose hallado restos
de ella, ó de su industria, en muchas cuevas de diversas localidades,
como la de la Solana (Segovia), la de Serinyà (Gerona),
Santillana (Santander), la Lóbrega (Torrecilla de Cameros) y
otras de Granada, Málaga, Almería, Murcia, Alicante y Portugal
(casa de Moura).
La vida social de esta raza se caracteriza por formar probablemente
grandes grupos (tribus), habitar con preferencia en
cavernas, haber modificado la forma y hasta la materia de
los objetos que usa, y multiplicar el número y especie de ellos.
En el desarrollo de su civilización se distinguen, por lo
general, dos períodos, llamados de Solutré y de la Magdalena,
por las dos localidades francesas en que primeramente se
hallaron los restos industriales que les corresponden. El primero
se caracteriza por la mayor finura y elegancia de los
útiles, más largos, también, que en el período anterior. Aparece
LA RAZA DK CROMAGNON 41
una clase de lanzas de figura de hoja de laurel, con pedúnculo
ó apéndice que permite sujetarlas ó encajarlas en un mango, así
como puntas de dardo y de flecha, raspadores simples (por un
solo lado) y dobles, percutores, perforadores y astillas ú hojas
agudas en forma de cuchillos. El material que se usa para
fabricar estos utensilios no es ya sólo la piedra, sino también
el hueso y el asta de ciervo. Reveíanse en este período las
primeras manifestaciones artísticas, con grabados en piedra,
muy imperfectos.
El segundo período, magdaleniense ó del reno (que corresponde
al que llaman mesolítico algunos autores), es el más característico
de la industria de Cromagnon, y no faltan antropólogos
que lo creen anterior al de Solutré, ó de origen distinto.
Nótase en él gran adelanto en la construcción de armas y
útiles, dando gran desarrollo al material de hueso con preferencia
al de piedra (que parece decaer, exagerando el tipo
pequeño) y usando también el marfil y el asta, que en España
es de ciervo y no de reno, porque este animal (que da nombre
al período en Europa) no existió en nuestra Península, deteniéndose
en el Pirineo. Fabrica cuchillos con mango, y una
especie de espadas cortas con punta; flechas, raspadores, buriles,
taladros, arpones y agujas y otros objetos de uso desconocido,
así como adornos de conchas y piedras.
El hombre de esta época usaba quizá vestidos (dé pieles),
como parecen denotarlo las agujas encontradas; se adornaba
mucho con brazaletes, pendientes, collares, etc.; empleaba insignias,
representadas por una especie de bastones de mando
hechos de un cuerno de reno taladrado y adornado, y por diademas,
como la hallada en un cadáver de la gruta de Mentón.
Dedicábase á la caza de los grandes mamíferos, de los que
comía el tuétano, extrayéndolo con una especie de cucharas ó
espátulas. En punto á habitación, es posible que comenzara á
construir tiendas ó cabanas; pero en general usaba todavía,
predominantemente, las cuevas naturales, que servían también
de cementerios ó enterramientos. Los cadáveres sepultábanse
juntamente con armas, utensilios y objetos de adorno, de donde
se ha deducido que los hombres de estos tiempos rendían culto
á los muertos, como se sabe de muchos pueblos de fecha pos42
HISTORIA DE ESPAÑA
terior y de los salvajes actuales. También del uso de amuletos
se ha deducido que profesaban alguna creencia religiosa; así
como de las insignias antes nombradas, el hecho de existir ya
diferencias de clase y jerarquía social ó política. Los puntos
reconocidos en España como pertenecientes al período magdaleniense,
ó que contienen objetos que corresponden á ese arte,
son: la cueva de Altamira (Santander), la de Serinyà y quizá la
del Mondúber (Valencia.)
II. Desarrollo de esta civilización en España.—El período
neolítico.—En las cavernas de España donde se han hallado
restos esqueléticos de la raza de Cromagnon, se advierten particularidades
que muestran un progreso grande en la cultura
de ella y señalan un período de transición hacia nueva edad,
caracterizada por el predominio de nuevos elementos de industria
y por el general perfeccionamiento de la vida. Así, en la
cueva de la Lóbrega, en la de la Mujer (Alhama) y en la del
Tesoro (Málaga), aparece ya la cerámica, representada por
cacharros de barro hechos á mano y endurecidos probablemente
al aire libre y con fuego por la parte interior. También se encuentran,
en las cuevas del tipo magdaleniense (cuya más genuïna
y elevada representación aquí corresponde á la cueva de
Altamira y á otras "varias recientemente descubiertas en la
misma provincia de Santander), muestras de pintura y grabado
en la roca, de un admirable aunque tosco realismo que reproduce
figuras de animales (toros ó bisontes, ciervos, caballos, etc.)
pintadas de ocre y de almazarrón, y signos lineales ó hemisféricos
que manifiestamente son de escritura: los primeros, análogos
á las pictografías prehistóricas de Egipto, y los segundos,
probablemente, á una forma de escritura antiquísima de que
ya se han hallado manifestaciones en muchos países y, dentro
de España, en varias localidades de Santander, Galicia, Càceres,
Badajoz, Almería, Alicante, Teruel, y en Portugal. Todos estos
hechos, que no aparecen en las estaciones de los primeros tiempos
paleolíticos, y que tanta novedad ofrecen, han llevado á pensar
á algunos arqueólogos y antropólogos en la distinción de un
nuevo período, de transición entre el paleolítico propiamente
dicho y la civilización más adelantada que le sigue, llamada
neolítica. A ese período de transición se le ha apellidado mesoEL
PERÍODO NEOLÍTICO 43
Utico, y á él pertenecerían la cueva de Altamira y las demás
que presentan caracteres análogos, algunos de los cuales creen
también otros arqueólogos que pueden ser obra de gentes sucesores
del pueblo paleolítico en la habitación de las cavernas, ó
de influencias extranjeras que ya se hubieron de producir sobre
aquéllas.
Pero lo que propiamente caracteriza el período neolítico es
una nueva manera de trabajar la piedra, pulimentándola (ó más
exactamente, martillándola y aguzándola, para perfeccionar su
forma) en vez de tallarla simplemente, al mismo tiempo que
las formas de las armas y objetos
van cambiando, y que se emplean
clases de piedras nuevas
(diorita, fibrolita, etc.) Así se
observa, v. gr., en los llamados
kiokenmodingos ó paraderos, grandes
montones de restos de cocina
y de habitación al aire libre,
como los hallados en Portugal.
Ayudan á la transformación las
variaciones climatológicas originadas
por la retirada de los
glaciares ó heleros y el aumento
de la temperatura, que obliga al reno, al mammuth y otros
animales, á emigrar del centro de Europa, quitando al hombre
una gran base de su sustento y de su arte é inaugurando la
era moderna (§ 9). Con esto, es uno de los caracteres de
la nueva civilización el renacimiento de la industria de la
piedra (que en gran parte se había sustituido, como se dijo en
el § 10, por el hueso, el marfil y el asta), pero ya, según se ha
notado antes, no tallada, sino pulimentada. No quiere esto
decir que acabe por completo la talla, sino que se usa también
el pulimento, desconocido en los tiempos genuinamente paleolíticos
y aplicado á nuevas formas de instrumentos, que difieren
también de los antiguos en tamaño. La simple talla, no sólo se
conserva, sino que se perfecciona mucho.
Los objetos que se fabrican ahora, conservan rasgos de los
del período anterior, como las puntas de flecha y las hojas con
Instrumentos de piedra pulimentada
44 HISTORIA DE ESPAÑA
empuñadura; mas aparecen otros nuevos, que lentamente van sustituyendo
á los antiguos, como hachas talladas en bisel, una especie
de azuelas ó azadas pequeñas, martillos, molinos y morteros:
usándose para estas fabricaciones, además del silex, otras
clases de piedra, como ya hemos dicho. En hueso y ámbar se
hacían brazales para proteger los brazos en la guerra, peines,
alfileres, agujas, leznas, ciseles, collares, botones en forma de
disco cónico y otros objetos.
Acentúanse, á medida que adelanta la civilización neolítica, los
ensayos de cerámica (cocida al sol ó en hogueras) en forma de
Fig. 7. - Ejemplar de cerámica de Argecilla: mesoh'tica? (Museo espt de antigüedades.)
vasos funerarios y de uso común con adornos, pulimentadores,
tinajas, una especie de lámparas, y discos agujereados que se ensartaban
con una fibra (fusaiolas); siendo de notar que los vasos
hallados en los Pirineos y en Portugal son superiores á los del
centro de Francia por la forma y por el decorado. Ejemplares
de esta cerámica se encuentran en cuevas y lugares de Almería,
Alicante, Murcia, Málaga, Granada, Guadalajara, etc.
A la vez aparecen las industrias textiles, como lo prueban
restos de vestidos encontrados en cuevas de la provincia de
Granada y otros puntos. El oro es ya conocido y empleado en
construir objetos, y siguen usándose para adornos las conchas,
caracoles, azabache y otros materiales.
El hombre de este período conocía la agricultura, de la cual
aprovechaba los cereales, como lo indican los morteros y moliEL
PERÍODO NEOLÍTICO 45
nos á brazo encontrados; conocía también la navegación, en
piraguas ó canoas hechas de un solo tronco ahuecado, y había
llegado á domesticar diversos animales, como el perro, la cabra,
el toro y el caballo.
Vivía unas veces en chozas, otras en islotes artificiales sobre
los ríos, ó en habitaciones construidas dentro de los lagos, sobre
pilares de madera. A estas habitaciones se les ha llamado
palafitos, no habiéndose hallado hasta la fecha ningún ejemplo
cierto de ellas en España, aunque se ha supuesto existieran en
algunas localidades, como Galicia, León, Huelva y Puig de
Malabella (Gerona). En su lugar, son frecuentes las viviendas
Fig. 8.—Reconstrucción de un palafito prehistórico.
trogloditas ó en cuevas (siguiendo la tradición anterior), á veces
en series ó pisos (Menorca, Bocairente, Madrid, etc.), y cuyas
paredes muestran pinturas, como en la cueva de la Mujer y la
de los Murciélagos (ambas de la provincia de Granada); y las
construcciones al descubierto de tierra y piedras (citanias, castros,
campos atrincherados...) Como consecuencia del gran desarrollo
de la industria, formáronse también centros de producción
ó talleres, es decir, sitios donde se fabricaban los útiles
é instrumentos de piedra, principalmente, y desde donde se
exportaban á todas partes. Ejemplo de ellos es el hallado en
Argecilla, provincia de Guadalajara. Resultado de la vida al
descubierto que va sustituyendo á la troglodita, y de la aglomeración
de los hombres en tribus, es el crecimiento de los
paraderos de que ya hemos hablado y que se encuentran en lugares
de Portugal, de León, etc.
46 HISTORIA DE ESPAÑA
12. Monumentos megàlíticos.—Pero lo más interesante
de este período son los monumentos funerarios. El hombre
neolítico enterraba á sus muertos utilizando para ello, unas
veces (como en el período anterior), las cuevas naturales ó las
fosas (Carmona, Ciempozuelos), y otras veces construyendo
verdaderos monumentos de varias clases: dólmenes, formados
por una ó varias losas grandes que descansan horizontalmente
sobre otras puestas de canto y constituyen así un techado,
á veces cubierto de tierra (en cuyo caso producen una eminencia
redondeada, que en Galicia, donde hay muchas, se llama
mamoa ó mambla); túmulos, parecidos á los dólmenes cubiertos,
pero formados sólo de piedras pequeñas y tierra mezcladas, no
por grandes losas; menhires, rocas de
grandes dimensiones, triangulares, cuadranglares
ó fusiformes, puestas en pie
y que indicaban un lugar de sepultura,
como los cromlechs ó círculos de piedras
erguidas, puestas á igual distancia unas
de otras. Tanto los menhires como los
cromlechs cambiaron luego de significado,
indicando otra clase de hechos diferentes
de los funerarios. Las enormes dimensiones
de estos monumentos han
•••K
«..rfCThh
Fig« 9. — Planta y corte de la tumba del Romeral.
MONUMENTOS MEGALÍT1COS 47
Fig, ίο.—Dolmen español, llamado del tío Cogullero.
dado lugar á que se les llamase megaliticos (de dos palabras
griegas: megas, grande, y lithos, piedra).
Los de España (centro de este arte, en opinión de algunos
arqueólogos) pueden distinguirse en dos grupos: uno, cuyos
ejemplares se hallan distribuidos por toda la Península y que
no difiere del que se
encuentra en el resto
de Europa; otro, especial
del S. de Andalucía
y de la región portuguesa,
llamado de
cúpula. El dolmen español
más importante
es el dolmen ó cueva
de Menga (Antequera),
cuya cámara ó estancia
está dividida en dos
naves por pilares que
sostienen el techo. Comparados los de cúpula con los primitivos
de Grecia (Micenas), hállanse analogías que hacen pensar
en una influencia venida de este último país, muy patente en
la tumba llamada del Romeral, también de Antequera, con
cúpula. Sin embargo, se ha hecho notar que el megalitismo
propiamente español difiere del oriental primitivo en que éste
usa el sillar labrado y aquél no; pero que la evolución del
español se produjo por influencias griegas, parece hoy indudable.
Los cadáveres están colocados, en las sepulturas neolíticas,
sentados y con objetos de uso común á su alrededor, tales como
hachas, cuchillos, copas ornamentadas, etc., lo cual hace suponer
que los hombres de esta época, como los de la anterior, creían
en una nueva vida, en la cual necesitaban los muertos de los
mismos útiles y armas que durante la existencia terrenal habían
usado. Esta circunstancia, y el esmero que ponían en los monumentos
funerarios, permiten afirmar la continuación del culto
de los muertos, al cual corresponden también, probablemente,
ciertas obras escultóricas que parecen ídolos y que se han
encontrado en los enterramientos. Otras veces, los cadáveres
48 HISTORIA DE ESPAÑA
se colocaban dentro de grandes tinajas de barro; y aun parece
que en ciertos puntos (v. gr., Almería) se practicaba la cremación,
especialmente en los muertos del sexo masculino.
13. Origen de la civilización neolítica;—La presencia de
tantos tipos nuevos en la industria, de progresos extraordinarios,
y aun de materias exóticas ó que se califican de tales, ha
hecho pensar á muchos antropólogos é historiadores que la
civilización neolítica es el resultado de la invasión de una
nueva raza en Europa (y en España, por tanto), que influye
sobre la de Cromagnon ó lucha con ella: ya sea esta nueva raza
la de Furfooz, de que antes hablamos (§ 9), ú otra cualquiera,
venida, como se supone, del Oriente. Es verdad que en España
aparecen tipos nuevos, mezclados con otros puros de Cromagnon,
en cuevas neolíticas como la de la Solana, ó acusando
formas mestizas resultado de cruzamientos, como tal vez el de
la cueva de la Vella y los de otras dos de Portugal (Carvalhal
y Montejunto), ó francamente distintos de aquéllos, como los
hallados en dólmenes de Andalucía, en diversos lugares de Alicante,
en el valle de Mena y en Portugal; pero no es seguro que
estos tipos aparezcan sino en los momentos en que la civilización
neolítica comienza á ser sustituida por otra nueva, la de
los metales, ni lo es tampoco que, aun refiriéndose á esta época
la inmigración, haya procedido del E. de Europa, creyendo
algunos antropólogos que más bien pudo venir de la Libia y
el Egipto, representando la raza africana de los Atlantes, que
hoy subsiste en los bereberes de la Argelia y Marruecos. Toda
conclusión en este punto es insegura todavía, aunque en muchos
monumentos españoles neolíticos se observen analogias(que
no se pueden explicar por simples coincidencias) con otros de
las islas de! mar Egeo y de la península griega del Peloponeso,
como hemos visto en las tumbas. La cuestión de la mezcla de
nueva raza es, sin embargo, distinta de la del origen de la industria
neolítica, que no es forzoso trajesen consigo los nuevos
pobladores, aunque hubiesen llegado al comienzo de este período
cpmo los antropólogos portugueses sostienen respecto
de una raza braquieéfala. Algunos especialistas en estos estudios
se inclinan á suponer que el tránsito de la piedra tallada
í la pulimentada es resultado de una evolución natural é indi%
CIVILIZACIÓN NEOLÍTICA 49
gena, sin necesidad de recurrir á la importación para explicarla
en lo que toca á nuestra Península, y aun que el período
neolítico puro no es sino «una fase transicional del salvajismo
paleolítico, como supervivencias á medio evolucionar, en contacto
de la civilización nueva» ó de los metales, traída por influencias
extrañas.
14. Progresos y fin de la civilización neolítica.—Todos los
elementos de civilización que caracterizan el llamado período
neolítico, van creciendo con el tiempo y llegan en su desarrollo
á un grado superior que, en sentir de algunos autores, señala un
período ó grado nuevo, constituyendo á la vez el tránsito de la
edad de piedra á la del
metal, que viene en seguida.
En este grado de
la cultura neolítica adviértese
un gran progreso
en los procedimientos
para trabajar la talla del
pederijal, con formas muy
notables de armas, como
son las flechas triangulares
sin pedúnculo encontradas
en el O. y S. de España, y un puñal de hueso hallado
en Aznaga (Badajoz). La piedra pulimentada decae, sustituida
(como diremos) por el uso del cobre.
El hombre de este período empieza á construir casas con pisos,
cuyos muros son de piedra cimentada con tierra y el techo
de cañas y ramaje cubierto de tierra. Sostienen además el edificio
grandes columnas ó poyos de madera. Cerca del río Andarax
(Almería) se ha descubierto una aldea cuyas casas estaban
construidas de aquel modo, hallándose defendida con fosos y
un puente que la cerraban, y con otras construcciones cercanas,
que constituyen un campo fortificado como el de Mola de Chert
(Castellón) y los que se llaman Castros en Galicia. Ya veremos
cómo este tipo de construcción y defensa de los pueblos se
prolonga hasta tiempos más cercanos. También se encuentran
murallas, de indudable tipo miceniano (v. gr., las más antiguas
de Tarragona, y otras en Gerona, Olèrdola y en el Castillo de
Fig. 11.—Plano del castro de San Julián de Recaré.
50 HISTORIA DE ESPAÑA
Ibros, en Jaén), formadas por bloques más ó menos tosca,
mente labrados.
Las necrópolis ó cementerios de estos pueblos tienen las
tumbas recordando la forma del dolmen: circulares, con una
especie de bóveda por techo, cuyo centro sostienen columnas
de madera ó de piedras (§ 1}). Algunas tumbas presentan una
galería de entrada (cosa frecuente en los dólmenes también), y
cámaras ó salas laterales. En las paredes se ven pinturas y relieves
(necrópolis del río Andarax y otras en Granada), encontrándose
asimismo túmulos, cromlechs y demás monumentos
megalíticos. De la misma clase son la citania descubierta en el
monte de San Román (Portugal) y la llamada Cava de Viriato
Fig. 12. - Piedra de una citania (F'ortnga!) con la swástica en el centro.
(Vizeu). Cada tumba contiene de i á ιοο cadáveres, al lado de
los cuales se ven útiles de piedra pulimentada (cuchillos de 35
centímetros y de 1 5). A veces, se encuentran huesos y telas
carbonizadas, lo cual hace pensar en si imperaba ya entonces
la costumbre general de quemar los cadáveres.
La cerámica de este período lleva ornamentación lineal, hecha
con los dedos y á uña, primero, luego con punzón, y más
tarde, otra más rica, quizá simbólica, de palmas, triángulos con
puntos y escenas silvestres. El grabado es en hueco relleno de
pasta blanca. Nuevos tipos más perfectos, presentan pinturas
en rojo, verde ó azul sobre tierra blanca. Se encuentran vasos en
forma de cáliz ó tulipán con ornamentación geométrica, quizá
exóticos (¿imitación de los etruscos y griegos?: en Setúbal,
Ciempozuelos, Talavera, Carmona, Ärgar), como también se
CIVILIZACIÓN NKOLÍTICA 5'
supone que los vasos de ornamentación rectilínea sean de origen
egipcio. Los hay de yeso, adornados de lineas grabadas y
pinturas rojas ó azul-verdosas, uno de cuyos ejemplares tiene
la forma de huevo de avestruz cortado, que parece revelar su
procedencia oriental. Al lado de este tipo, se hallan otros—los
de forma de cáliz ó tulipán con líneas en hueco, á veces rellenas
de pasta blanca—que parecen de origen occidental y abundan
muchísimo en la Península. Finalmente, se han descubierto
estatuítas groseras en alabastro, aragonito y marfil que, como
en el período anterior, se colocaban en las tumbas en proporción
del número de muertos, y otros objetos de uso tal vez religioso;
y figuras de bastones ó báculos y de cuerpos y rostros
humanos, trazadas geométricamente sobre pizarra. (Los mejores
ejemplares han sido hallados en tumbas de la región
portuguesa.)
Pero lo más característico de este último tiempo del neolítico—
y lo que lo convierte en verdadera transición á la edad
de los metales, según algunos autores—es que, al lado de los
objetos de piedra, marfil, hueso, etc., se encuentran otros de
cobre: hachas, tijeras, punzones, agujas y hojas de doble filo y
dentadas (Millares y Parazuelos de Murcia, en España; San
Román, en Portugal, etc.) No puede, sin embargo, afirmarse
esto con toda precisión; porque, si bien es verdad que
tales objetos se han hallado en las construcciones que menció,
namos antes, como éstas duraron bastante y fueron habitadas
por hombres de épocas posteriores, quizá de éstos provienen
los objetos de metal cuya introducción señala tiempos nuevos.
Antes del cobre es muy probable que conocieran los españoles
el plomo.
Como resumen de todo el período neolítico español en sus
dos grados, podemos decir que lo caracterizan tres cosas: la
religión de los muertos, con la creencia en una segunda vida
origen de las grandes construcciones sepulcrales; la condición
militar ó defensiva de las poblaciones, lo cual supone la guerra;
y las probables relaciones comerciales con otros pueblos, como
al parecer lo indican los talleres y la presencia de objetos
exóticos, hechos, incluso, de materias que en España no
existían.
52 HISTORIA DE ESPANA
15. Edad de los metales.— Se llama así porque en ella
usa principalmente el hombre, para fabricar sus instrumentos
de guerra y trabajo y los objetos artísticos, diferentes clases de
metal, abandonando la piedra, aunque no de golpe, sino poco
á poco. Según la clase del metal empleado, se distinguen tres
períodos:
a) Del cobre..—Aunque todavía no está enteramente averiguado
si hubo un tiempo en que el único metal que usó el hombre
fué el cobre, muchos autores sostienen que sí, y admiten,
por tanto, la sustantividad de este período. Ya hemos visto
que, en opinión de algunos, el cobre se usó en España en los
últimos tiempos del neolítico, puesto que objetos de este metal
aparecen en estaciones neolíticas y mezclados con otros
de piedra: de lo cual son un notable ejemplo las tumbas de
Carmona. Las últimas investigaciones parecen permitir la afirmación
de que (coincida ó no con los tiempos llamados neolíticos)
hay aquí un período en que se usa sólo el cobre, por
dificultades puramente regionales para llegar al bronce. Los
objetos de cobre copian las formas de los de piedra, trabajándose
á martillo y no por fusión. Caracterizan este período el
hacha de mango transversal y el torno de alfarería, para fabricar
la loza. Algún autor (Siret), cree que el cobre fué dado á
conocer á las poblaciones españolas por los fenicios.
b) Del bronce.—El bronce es un compuesto (aleación) de dos
metales: el cobre y ei estaño. Créese que lo trajeron á España
gentes extranjeras, de Asia (quizá del tronco celta: ¿siglo χι
ú xi?), á juzgar por la igualdad de la aleación y por ciertos signos
y figuras como la swástica ó cruz gammeada; aunque algunosi
autores opinan que pudo descubrirse en nuestra misma Península,
sin extrañas influencias.
Las ciudades y las sepulturas de este período conservan el
tipo del neolítico; pero al final se hacen más sencillos los enterramientos,
desapareciendo las cúpulas y columnas y usándose
ataúdes de piedra ó de barro (como en Argar), ó fosas poco
profundas, ó tumbas hechas de lajas de pizarra (Fuente.del
Alamo), y poniendo al lado del cadáver objetos preciosos y
alimentos. La cerámica se modifica, desapareciendo la adornada
de los tiempos neolíticos y siendo sustituida por otra de superEDAD
DE LOS METALES 5?
ficie negra y muy alisada y con pie, á veces. También la hay
de forma de huevo cortado y con reborde; y se advierte menos
complicación en los objetos de arte é industria. Las formas
principales de los instrumentos y armas son: el hacha ó celta,
primero igual á las de piedra y luego con talón, aletas, mango
hueco ó anillos; la hoz; el cuchillo, de adornos muy variados;
los puñales, de multitud de
formas, y las espadas, con puños
muy elegantes y llenos
de dibujos; cierta especie de
alabardas de cobre; las flechas
y lanzas; armaduras (corazas y
cascos) y jaeces para caballos;
y, finalmente, los adornos (brazaletes,
fíbulas, anillos, cinturones,
láminas en tubo ó hélice,
pendientes, diademas, etc.);
siendo de notar que las joyas
en oro, plata y cobre, que no
se ven en el neolítico, abundan
ahora. También son frecuentes
los collares de granos
de serpentina y hueso. La
ornamentación es geométrica
(círculos, medios círculos,
cruces).
La explotación de minerales
para la industria, y de la
plata especialmente, aparece
indudable en virtud de descubrimientos
de escorias, martillos de piedra (diorita) y cráneos,
hechos en minas de Almería, Córdoba, Huelva y Asturias; y
aun es probable que algunas de éstas (las del Aramo) fuesen ya
explotadas en época anterior, á juzgar por la presencia exclusiva
de instrumentos de piedra, y el tipo muy cercano al de Cromagnon
de los cráneos hallados. Las localidades españolas
reconocidas hoy día como centros de la civilización del bronce,
son muchas, en Andalucía, Portugal, Galicia y Castilla la Vieja.
— Armas españolas, de bronce.
54 HISTORIA DE ESPAÑA
Los hombres de este período siguen viviendo en aldeas (generalmente
fortificadas y construidas en sitios escarpados y escondidos),
en paraderos construidos sobre marismas de poca profundidad,
y también en cuevas artificiales cómo las que se ven hoy
mismo en algunos pueblos de Andalucía y Valencia (Torrente).
Adviértese claramente en las estaciones españolas de este
tiempo la mezcla de razas, si bien dominando un tipo braquicéfalo
y ortognata, que marca el elemento nuevo sobrepuesto al
dolicocéfalo antiguo neolítico de Cromagnon.
Al final de este período parece haber ocurrido grandes alteraciones
en la población. Las aldeas llevan (en la región andaluza)
trazas de haber sido, unas abandonadas, otras quemadas,
suponiendo algunos autores que hubo invasiones y guerras con
gentes extrañas, quizá por querer éstas apoderarse de las explotaciones
metalíferas.
Fig. [4. —Espada característica del período de hierro.
c) Del hierro.—Fué conocido este metal desde muy antiguo
(en Egipto, muy probablemente desde las primeras dinastías,
5,000 años antes de Jesucristo, y en Grecia, quizá desde el siglo
xv), y á España créese que lo trajeron gentes de Africa. Lo
indudable es que en este período (que propiamente entra ya en
los tiempos históricos) se observa en la civilización de los pobladores
peninsulares muchas y diversas influencias de pueblos
extraños ya conocidos (v. gr., fenicios, griegos y otros de la
Europa central), como en las espadas, en los escarabeos, cráteras,
ánforas, vasos de alabastro, huevos de avestruz pintados,
broches, figuras de animales grabadas en madera, urnas cinerarias
con pinturas, adornos de oro de tipo oriental, peines de
marfil, brazaletes ovales de bronce, cerámica de color claro
bien cocida y á veces adornada de bandas de pintura roja, perlas
en pasta esmaltadas y otros objetos encontrados en sepulcros de
diferentes regiones, entre ellos los notabilísimos de Carmona.
RESUMEN DE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS 55
Es de notar que los utensilios de hierro aparecen mezclados con
los de bronce y cobre, siendo muy abundantes en algunas regiones,
como la catalana, y en general toda la costa E. y las Baleares.
El uso simultáneo de metales ha llegado en algún caso
á darse en un mismo objeto, como la admirable (y única en
Europa) espada con empuñadura de bronce y hoja de hierro,
hallada en Galicia.
16. Resumen de estos tiempos. —Cómo deben entenderse.—
Todos estos períodos que llevamos estudiados, desde
el de la piedra tallada al del hierro, constituyen los que, en conjunto,
se llaman Tiempos prehistóricos. Etimológicamente considerada
esta denominación, es errónea y se presta á falsas interpretaciones,
pues significa «antes de la historia», como si pudiera
haber hechos del hombre que estuviesen efectivamente fuera ó
antes de lo histórico. No se ha querido, sin embargo, dar á la
palabra prehistórico este sentido, sino el de referirse á tiempos
en que no existían todavía testimonios literarios escritos (narración
histórica) de la vida de los pueblos, pudiendo utilizarse
tan sólo los restos materiales. Modernamente se ha pretendido
introducir una nueva denominación, la de protohistoria,
que unos aplican á los tiempos inmediatamente posteriores á
los prehistóricos, en que aun no hay más que tradiciones y
noticias vagas {tiempos tradicionales, dicen algunos), sin historia
escrita precisa, y otros á las épocas de la piedra y comienzo de
los metales (ó al período que va desde el neolítico á la invasión
romana), dejando la denominación de prehistoria para las
épocas ó eras geológicas anteriores á la aparición del hombre.
Si se conserva á lo prehistórico su originaria y más constante
significación, no puede, de todos modos, aplicarse sino á los
períodos arqueolítico, neolítico, y todo lo más el del cobre,
puesto que de los tiempos en que aparece el bronce hay ya
testimonios que los hacen entrar en la categoría de propiamente
históricos, según veremos en el capítulo inmediato.
Conviene ahora hacer otras dos observaciones en punto á
estos períodos. Es la primera que, si bien se llaman de la piedra
tallada, de la pulimentada, del cobre, etc., no quiere esto decir
que en cada uno se usara sólo el material indicado por su nombre,
sino que, como ya hemos visto, coexisten los antiguos con
56 HISTORIA DE ESPANA
los nuevos, de modo, v. gr., que continúa usándose la piedra aun
después de descubierto el bronce. La segunda es que, ni todos los
pueblos han atravesado sucesivamente aquellos períodos en el
mismo orden (en algunos, el hierro precede al bronce), ni en
todos ha sido simultáneo el uso de cada materia; y así, cuando
unos conocían ya el hierro, otros sólo empleaban el bronce y
otros la piedra, y es probable que algunos de los caracteres de
la civilización prehistórica española sean puramente locales y
no puedan generalizarse como si hubiesen existido en toda la
Península.
Debe tenerse en cuenta, además, la incertidumbre de mucho
de lo que hoy se sabe respecto de estos períodos. El estudio
del hombre prehistórico es muy reciente, y aun hay muchas
dudas y vacilaciones en no pocos puntos; pudiéndose presumir,
respecto de ciertas afirmaciones, que vengan á ser desmentidas
por futuros y muy posibles descubrimientos, puesto que restan
muchos lugares de España por explorar. Téngase, pues, todo
lo dicho como provisional, mientras nuevos estudios no lo
modifiquen.
Otra reserva hay que hacer por lo que toca á la cronología
de estas épocas primitivas. La idea de tiempo es muy necesaria
al hombre para comprender con claridad la sucesión de los
hechos históricos y la dependencia en que están los unos, como
efectos, de otros que son sus causas ó precedentes. Pero, en lo
que toca á los períodos primitivos de nuestra historia, no podemos
determinar cuándo empiezan ni cuánto duró cada uno. No
cabe, pues, indicar fecha alguna que nos ayude á concebir la
antigüedad de las primeras poblaciones españolas, ni el tiempo
que tardaron en pasar de la civilización paleolítica originaria á
la del hierro, que inicia las edades históricas. Como ejemplo de
una hipótesis, indicaremos que, en opinión de los investigadores
de la localidad de Argar, tan notable en objetos de metal y
particularmente de plata, la época á que corresponde esta civilización
se remonta próximamente á 2,000 años antes de la
Era cristiana. Un especialista moderno en estos estudios (Siret),
propone el siguiente ensayo de cronología: Edad de la piedra
pulimentada, desde una fecha desconocida al año 1700; período
del cobre con talla hermosa del sílex, 1700-1200 (supremacía
RESUMEN DE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS 57
de la influencia fenicia, con gran explotación de metales y difusión
de los monumentos funerarios, cúpulas y construcciones
megalíticas); período del 1200 al 1110, caracterizado por la
invasión de los celtas en Occidente y destrucción del imperio
fenicio en esta parte; período del bronce (los fenicios de Tiro se
establecen en Cádiz y los griegos llegan al Mediterráneo occidental,
mientras que los celtas dominan la mayor parte de la
Península: abandono de la arquitectura megalítica:, fundación
de numerosas acrópolis); período primero del hierro, del 800 al
600 (apogeo del comercio griego); período segundo, del 600
al 400 (preponderancia cartaginesa en el Occidente; preludios
de su extensión en la Península).
II
PRIMERAS POBLACIONES HISTÓRICAS
17. Primeras noticias históricas de España.—Provienen
de escritores extranjeros, no habiendo dejado los primitivos
españoles historias escritas que ilustren y completen los restos
materiales que de ellos nos quedan. Ya hemos visto cómo,
desde tiempos muy antiguos, se advierten (§ 14 y 15) relaciones
de pueblos extraños con los que habitaban entonces la península;
pero, faltando indicaciones concretas y fechas, nada se
puede determinar con exactitud. Es posible que hacia el siglo
xvii antes de Jesucristo,, como opina algún autor (§ 18),
existiesen ya relaciones militares, de guerra, entre los españoles
y los egipcios. Hasta el siglo xi, sin embargo, en que tradiciones
muy verosímiles hablan de la fundación de Cádiz por los
fenicios (§ 23), no cabe señalar cronología segura, siéndolo de
cada vez más, á partir de esa fecha. No obstante, hay que llegar
al siglo vi para encontrar los primeros textos que hablan de
España y los españoles. Son estos textos de autores griegos y
cartagineses, pero tan escasos y concisos, que apenas arrojan
luz sobre este asunto. De los siglos ν y iv hay también noticias
escritas, procedentes de historiadores y viajeros griegos, igualmente
poco explícitos. Más completos, pero más recientes, son
otros, autores del siglo 11 y del 1 antes de Jesucristo, y del 1 y
siguientes después de Jesucristo, que en parte fundan sus noticias
en escritos más antiguos no llegados á nosotros. Este
PRIMERAS NOTICIAS HISTÓRICAS 59
es el período más rico en testimonios referentes á la Península,
perteneciendo á él un historiador judío, Josefo (siglo i de
Jesucristo), cuya opinión, mal interpretada, ha sido seguida por
mucho tiempo. Finalmente, del siglo ív de nuestra Era es un
poema latino de cierto gobernador romano de Africa, llamado
Rufo Festo Avieno, que describe las costas de España sobre la
base de un viaje ó derrotero fenicio que se cree del siglo vi
(antes de Jesucristo), aunque luego fué traducido y modificado
por escritores griegos de los siglos ν y n (antes de Jesucristo).
Este poema, y la obra de un geógrafo griego del siglo i, llamado
Estrabón, son los textos más amplios que se refieren á nuestra
Península. También la Biblia, en diferentes libros del Antiguo
Testamento, menciona una localidad llamada Tarschich ó Tarns,
que muchos autores creen sea española (S. de Andalucía, región
del Guadalquivir, ó la de Murcia).
En todos estos textos se leen nombres muy variados de pueblos
y lugares españoles, aunque mezclados con leyendas y fábulas
difíciles de creer ó de interpretar. De todos ellos, el que
ha prevalecido, por suponer que representa el resumen ó conjunto
de todas las demás noticias, es el pasaje de un historiador
latino llamado Varrón (siglo i antes de Jesucristo), según el
cual España fué poblada ó conquistada sucesivamente por los
iberos, los persas, los fenicios, los celtas y los cartagineses. Los demás
nombres particulares que mencionan otros autores, no serían—
según esta opinión—más que subdivisiones locales, comprendidas
bajo las denominaciones generales de iberos, celtas y
quizá persas, si es que en este último nombre no hay error de
Varrón; resultando, al cabo, que los iberos fueron los más antiguos
pobladores, siguiéndoles los celtas, que luego, en parte, se
mezclaron con ellos, formando un pueblo mixto, llamado celtíbero;
siendo los fenicios y cartagineses colonizadores extranjeros
que no pueden contarse como pobladores fundamentales de
la Península, aunque sí dominadores en fecha muy anterior á la
venida segura de los celtas (§ 19). La noticia de Varrón, aunque
aceptada por lo general, suscita, sin embargo, muchas dudas.
Por de pronto, excluye á los griegos, colonizadores más antiguos
que los cartagineses; presenta graves dificultades en punto
á la interpretación del pueblo persa que cita, y deja sin re6ο
HISTORIA DE ESPANA
solver cuestiones importantes relacionadas con el nombre de
iberos y con el de celtíberos. Aceptando el primero—como generalmente
se acepta—á título de representación colectiva de la
más antigua población española de que tuvieron noticia los
autores del tiempo de Varrón y los que les sirvieron de fuentes,
ocurre en seguida preguntar quiénes eran estos iberos, de
dónde procedían, qué relación guardan con las razas paleolíticas,
neolíticas y de los metales que ya conocemos; en qué fecha ó
hacia qué tiempos próximamente llegaron á España y, por último,
cuáles restos de los que han llegado hasta nosotros se
les deben atribuir.
18, Conclusiones probables.—A ninguna de estas preguntas
puede hoy darse contestación definitiva. La opinión seguida
por muchos historiadores españoles antiguos, según la cual los
iberos ó hispanos eran las gentes de Tubal, hijo de Jafet, ó sus
descendientes, y que, por tanto, provienen inmediatamente del
pueblo hebreo, está fundada en un texto del historiador Josefo,
ya citado, texto de interpretación muy insegura, no habiéndosele
dado un valor plenamente afirmativo hasta tiempos muy
recientes y por un autor español del siglo xv (Alonso Tostado),
que no la apoya en nuevas razones. Los más cercanos comentaristas
de Josefo, como San Jerónimo, nada afirman en concreto.
Desechada esta opinión, los autores modernos divergen mucho
en punto al sitio de origen de los iberos, dirección que
llevaron para entrar en España y familia lingüística ó grupo
político á que pertenecieron; no faltando quienes los creen
autóctonos, es decir, nacidos en la Península, y no inmigrados
en ella. Del mismo nombre de iberos (que por primera vez suena
en un viajero griego del siglo vi antes de Jesucristo, llamado
Scilax) se duda si debe tomarse como expresivo de una raza ó
pueblo extenso, ó sólo de algunas tribus que vivían en las riberas
del río Ebro (Ibems), cuyo nombre utilizó Scilax para
designarlas.
En el estado actual de los estudios, la mayoría de los autores
parece inclinada á dar por más segura la procedencia asiática
más ó menos directa de los iberos, que llegaron á la Península
en tiempos inciertos dentro de los prehistóricos, pero con
PRIMERAS NOTICIAS HISTÓRICAS ÓI
posterioridad á otras razas de esas mismas Edades, dándolos
por afines ó de la mismaiamilia que los primitivos habitantes
de la Caldea y la Asiría, los llamados súmero acadios, cuyos
representantes actuales son los finlandeses y mogoles (uralo-altáicos).
Estos iberos entraron en España por el S., es decir, viniendo
por el litoral N. de África, donde dejaron grupos de
población, después, quizá, de haber intervenido en los orígenes
del pueblo egipcio. Restos de ellos serían los vascos actuales y
los bereberes de África, aunque hay autores que dudan de la
asimilación antropológica y lingüística de iberos, vascos y bereberes,
haciendo distintos á los primeros de los segundos, ó
bien reconociendo su comunidad de origen, pero separándolos
de los bereberes. Lo más seguro, por lo que toca al idioma,
parece ser la descendencia de los vascos respecto de los iberos
antiguos.
Las investigaciones más recientes y atrevidas suponen que
los iberos, extendidos por el N. de Africa, toda España (como
lo demuestran los nombres antiguos de localidades), el S. de
Francia, la parte septentrional de Italia, las islas de Córcega y
Sicilia y tal vez otros países, fundaron hacia el siglo xv, antes
de Jesucristo, un imperio ibero-líbico (libios se llaman los
habitantes del N. de África) que luchó por la preponderancia
en el Mediterráneo con los egipcios y los fenicios, tal vez en
connivencia con afines suyos del Asia Menor (los jetas ó hititas),
hasta que fué vencido y fraccionado hacia el siglo xa ú xi,
formándose entonces en España las primeras colonizaciones
fenicias. Los iberos quedaron dominando en el interior del país,
aunque divididos en pequeños Estados. En tiempo de Avieno,
todavía llegaban por el N. al río Lez, próximo á Montpeller,
donde confinaban con otro pueblo, el de los Ligures, antropológicamente
afín de ellos (dolicocéfalo, según parecen confirmarlo
los más recientes estudios) y que llegó á penetrar en
parte de España, mezclándose tal vez con los antiguos habitantes
en las provincias vascas y otras del N. y NO.
Como se ve, estas teorías ligan estrechamente la primitiva
historia de España con la de los pueblos asiáticos y africanos y
con la del N. de la Italia antigua. Nótanse, sin duda, como
hemos visto (párrafos 12 y 16), en tiempos inciertos y quizá
Ó2 HISTORIA DE ESPAÑA
muy antiguos, influencias de pueblos orientales, asiáticos y africanos,
en la población peninsular, y relaciones, al parecer muy
marcadas, de ésta con gentes primitivas de Grecia (¿pelasgos?)
y de Italia (tursos, etruscos, tirrenos). Pero lo que no cabevde
terminar hoy por hoy, y quizá nunca llegue á fijarse, es si tales
influencias y relaciones proceden realmente de una comunidad
de origen, de invasiones sucesivas más ó menos numerosas, ó de
simples colonizaciones y contactos de carácter comercial ó
Fig. 15.—Soldado y prisioneros shardanas y libios, según pintaras egipcias. (Representan,
probablemente, guerreros del imperio ibero-libio, en lucha con Egipto.)
guerrero, en tiempos anteriores á las primeras noticias de los
autores del siglo vi y siguientes que hemos citado. Posible es
que los persas que cita Varrón representen, con un ligero error
de historia política (persas por medos), alguno de esos elementos
orientales, ya que los medos (antecesores de los persas en el
dominio de gran parte del Asia Occidental) eran de la misma
familia súmero-acadia ó presemita á que se pretende reducir los
iberos. Un historiador francés, D'Arbois, cree que aquella palabra
se refiere á la dominación asiría y persa sobre Fenicia y
sus colonias, que se dejó sentir algún tiempo en España.
19. Los Celtas.—Mayores y más-exactas noticias se tienen
del otro pueblo que, en la época de los viajeros é historiadores
LOS CELTAS 6?
griegos y latinos, formaba parte principal de la población de la
Península.
Eran los celtas de precedencia asiática, pero de familia indogermánica
ó aria, distinta de la atribuida á los iberos. Habla de
ellos por primera vez el viajero griego Pyteas (siglo ív, antes
de Jesucristo), indicando su situación en el territorio occidental
de lo que hoy es Francia. Se extendieron ampliamente por
el C. y S. de Europa, constituyendo ya en el siglo m (antes de
Jesucristo) un vasto imperio que llegaba por el N. casi á los
límites de la Alemania actual, por el E. al Danubio y la Tracia,
por el O. al mar Atlántico (habiendo entrado también en las
islas Británicas) y alcanzaba por el S. toda la parte septentrional
de Italia. No se sabe con certeza cuándo penetraron en España,
y posible es que verificasen más de una invasión en distintas
épocas. Los autores vacilan en fijar como fecha de su única ó
principal entrada los comienzos del siglo ν ó el final del vi
(antes de Jesucristo) y también el ív; aparte la hipótesis de una
invasión muy anterior de un pueblo de tronco céltico más ó
menos seguro (§ 15 y 16). Como es lógico presumir, entraron por
los Pirineos, encontrando, á lo que parece, en unas partes, gran
resistencia de los iberos, y en otras no, bien por mayor dulzura
ó debilidad de las tribus, bien por no estar ocupada de antemano
la región. Resultado de estos movimientos y luchas, fué
un cambio grande en la composición y colocación de los habitantes
de España. Los autores antiguos (§ 17), posteriores en
su inmensa mayoría á la invasión céltica, distinguen á veces,
en las noticias que dan sobre España, las tribus que á su.entender
eran iberas, de las que eran celtas; y sobre la base de estas
indicaciones (no siempre seguras ni claras) y del estudio de los
nombres de poblaciones, ríos, etc., los historiadores modernos
han llegado á determinar, con mayor ó menor precisión, los sitios
que ocuparon respectivamente los dos pueblos en el territorio
de la Península. Aceptando estas presunciones, resultaría
que, una vez terminado el período de luchas, ó establecidos ya
los celtas en paz donde no encontraron oposición, quedó España
dividida de este modo: una parte (compuesta por las regiones
próximas al Pirineo, la zona E. del Mediterráneo y algo
de la del S.) habitada exclusivamente por iberos: quizá, por lo
64 HISTORIA DE ESPANA
que toca á las costas y regiones S. y E., después de haber expulsado
de ellas á los celtas que primeramente las ocuparon;
otra parte, formada por el NO. (Galicia) y Portugal, en que
dominaron los celtas; y una tercera, en que convivieron, se
mezclaron ó se confundieron íntimamente ambos elementos,
y que comprendía el centro y algo de las costas del N. y de
Andalucía, aunque predominando el ibero. A los pueblos resultantes
de estas mezclas les llamaron los autores antiguos, celtiberos,
señalando como residencia principal de ellos una región
(Celtiberia) de límites no muy seguros, que iba desde Alcázar
de San Juan hasta el Ebro, y desde Ocaña á Segorbe; pero
conviene advertir que esta aserción no es muy segura, dudándose
hoy que el nombre aquél designe realmente un pueblo
mixto de iberos y celtas. Para D'Arbois, resueltamente, los
celtíberos no son más que celtas: ya los más orientales (desde
el Ebro hasta el alto Tajo, Guadiana y Júcar y al SE. de
Madrid y hasta Segorbe), ya todos los celtas del centro de España,
que bajan hasta Andalucía y suben hasta Palència. Comprende
en la denominación á los Oretanos, Arevacos, Vacceos
y pueblos del otro lado (N. del Ebro).
De las noticias que traen los autores antiguos, resulta también
que los principales pueblos ó naciones que después de la
invasión celta había en España, eran: los Galaicos ó gallegos,
que ocupaban el territorio indicado por su nombre; los Astures,
habitantes en Asturias; los Cántabros, divididos en nueve grupos,
en la Cantabria, ó sea el litoral comprendido entre la ría
de Villaviciosa y Castro-Urdiales; los Autrigones, Varados y Vascones,
en los países correspondientes á las actuales provincias
Vascongadas, Navarra y parte de Aragón, hacia" Huesca; desde
aquí, por toda Cataluña hacia el mar, los Ilergacones, Bargusios,
Laietanos, Suesetanos, Cerretanos é Indigetes; en Valencia y parte
de Castellón y Zaragoza, los Edetanos; en Alicante y Murcia,
los Contéstanos; los Turdetanos, el S. de Extremadura y el O. de
Andalucía; los Túrdulos, el C. y E. de la misma; los Lusitanos,
«la más poderosa de las naciones ibéricas», según dice un autor
griego, en casi todo Portugal y algo de Extremadura; los Vacceos,
en parte de Castilla la Vieja; los Celtiberos, en parte de la
Nueva y de Aragón; los Vetones, en la región entre el Duero
IBEROS Y CELTAS 65
y el Guadiana, y en especial Extremadura, Salamanca y Avila;
los Cárpetenos, en Toledo y parte de Madrid y Guadalajara;
y los Oretanos, en la región de Ciudad Real.
20. Cómo vivían los iberos y celtas.—Con la invasión de
los celtas, la población de la Península quedó formada por dos
elementos distintos, en el supuesto de que los iberos constituyeran
efectivamente una raza, nación ó grupo unitario. Si poseyéramos
hoy datos bastantes de los tiempos anteriores á esa
invasión, podríamos quizá reconstruir el cuadro de la vida social
de los iberos, á diferencia de las instituciones y costumbres que
trajeron los celtas; y así sería de desear, puesto que desde la
entrada de los iberos en España á la de los celtas, transcurrieron
algunos siglos, quizá muchos, si, como hoy se cree, aquéllos
forman una de las razas prehistóricas de la Península; en cuyo
caso, no poco podría determinarse de su civilización anterior al
contacto de los celtas (y anterior, también, lo mismo que posterior,
á las primeras colonizaciones orientales (§ 24), que
preceden á la invasión, propiamente céltica), sobre la base
de los restos arqueológicos de aquellos tiempos primitivos.
Mas, como repetidamente hemos advertido, las noticias históricas
anteriores á la fecha probable de la entrada de los celtas
son escasas, particularmente en lo que se refiere á la civilización
y manera de vivix los pueblos españoles que no cabe
deducir de los puros restos monumentales; y las posteriores
que pueden servirnos para aquel objeto, no sólo se refieren
á tiempos en que debieron haberse producido ya grandes influencias
entre las tribus iberas y celtas, aun en los sitios
en que no se mezclaron íntimamente, sino que son, también,
posteriores á otras conquistas extranjeras que ya estudiaremos
(§ 24, 26, 27 y 34), como la fenicia, la griega, la cartaginesa y
la romana, y es muy posible que reflejen en mucha parte una
modificación del estado primitivo mediante el influjo de tanto
elemento nuevo. Aun en ios casos en que los autores antiguos
expresamente califican de indígenas y originales éstas ó las otras
costumbres, no es fácil discernir cuáles sean propiamente iberas
y cuáles celtas, ya que, como hemos visto, existen no pocas vaguedades
en la determinación del origen de muchas tribus. Por
Otra parte, en los grados primitivos de la civilización, se pare66
HISTORIA DE ESPAÑA
cen bastante unos pueblos á otros, y se advierten en ellos instituciones
y maneras de vivir análogas, sin que hayan sido transmitidas
de unos á otros; y es posible que algo de esto ocurra
con varias que, conocidas hoy claramente como propias de los
celtas (por el estudio de este pueblo en otras comarcas que
habitó fuera de España), aparecen en nuestra Península. Sólo,
pues, en muy contados casos será posible indicar ciertamente el
carácter indígena puro, ibero ó celta, de los datos que hoy
poseemos en cuanto á la organización social de las poblaciones
españolas, datos que, en su inmensa mayoría, proceden de autores
del siglo ii (antes de Jesucristo), y de siglos más modernos
y, por tanto, aun en los pasajes en que se apoyan en escritores
más antiguos, sospechosos de alteración ó de inseguridad en
el tiempo á que se refieren; aunque sí podrían determinarse
otros caracteres de vida, puramente ibéricos (si la teoría de la
condición prehistórica de esta raza se afirma), con ayuda, según
hemos dicho, de los restos arqueológicos paleolíticos y neolíticos.
Para ello, basta recordar lo consignado en los párrafos
correspondientes. Pero ahora nos referimos á los tiempos históricos
en que se hallan ya muy mezclados, repetimos, los datos
ibéricos y los célticos.
De todos modos, para formarnos idea clara de la organización
de aquellos pueblos, posterior al siglo v, debemos comenzar por
no figurarnos que vivían unidos, constituyendo una nación que
abrazaba toda la Península y sujetos á un poder único. Por el
contrario, cada pueblo ó tribu de los que mencionan los autores
antiguos (§ 19), era independiente de los otros, y por la
dificultad de las comunicaciones y el aislamiento á que tendían
los grupos humanos en aquellos tiempos, apenas se comunicaban
entre sí, á no ser los más próximos y por motivos de comercio
ó guerra; para lo cual solían formar federaciones, que comprendían
muchas tribus. Así, los Lusitanos eran una federación compuesta
de unos treinta pueblos ó tribus; los Gallegos, otra de
cuarenta, etc.
Eiste mismo aislamiento y división producía, naturalmente,
diferencias en la civilización, según las regiones; y así hay que
tenerlo constantemente en cuenta para no confundir las cosas.
Por ello, aunque la inmensa mayoría de los españoles vivía en
ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA 67
pequeñas aldeas, ó diseminados por el campo, había localidades
en que este tipo de población era más acentuado que en otras,
donde existían en mayor número ciudades, ó sea aglomeraciones
urbanas. Ejemplo de lo primero eran los Celtici que habitaban
la mitad inferior de Portugal, y los Galaicos y Astures; y de lo
segundo, los Turdetanos.
21. Organización social y política.—El grupo que formaba
la base común de organización social entre los españoles, como
entre muchos pueblos antiguos, se llama gentilidad (gentilitas en
los autores latinos) y estaba constituido por varias familias emparentadas
entre sí, ó que reconocían un tronco común. Cada
gentilidad constituíase como un todo independiente, que se
regía á sí propio mediante una asamblea (y quizá, por un jefe ó
patriarca superior), que podía tomar acuerdos obligatorios para
todos los gentiles, pactar con otras gentilidades, juzgar y castigar
á sus miembros, etc. Tenían su religión y sus dioses particulares,
y probablemente habitaba cada gentilidad una aldea,
con nombre especial. Podían formar parte de ellas personas
extrañas, acogidas ó adoptadas, y respecto de las cuales se
fingía el parentesco ó se establecía un lazo de dependencia
llamado clientela.
Las familias que constituían la gentilidad, originábanse mediante
el matrimonio, que, por lo común, era monógamo, ó de
un solo hombre con una sola mujer, aunque en algunas tribus
parece que había costumbre de casarse con varias mujeres. Las
ceremonias religiosas y fiestas con que se celebraba, diferían según
las localidades, siendo también frecuente la obligación de
casarse entre sí los individuos de una misma gentilidad, ó, por
el contrario, la de ir á buscar mujer fuera de aquella á que pertenecía
el hombre. El jefe de familia era, por lo general, el padre,
aunque en algunas regiones, como la de los Cántabros, se
cree lo era la madre, ó, por lo menos, que la mujer tenía una
intervención grande en el gobierno familiar, ó una consideración
especial en la casa. En estos pueblos, y en los Lusitanos,
el marido dotaba á la mujer.
La reunión de varias gentilidades formaba un grupo más
amplio llamado tribu (gens, populus en los autores latinos), de
carácter preferentemente político, con su capital ó ciudad forti68
HISTORIA DE ESPANA
ficada que era el centro de todas las aldeas y caseríos desparramados
por el territorio, su jefe hereditario ó electivo y una
ó dos asambleas deliberantes. En los pueblos donde existían
dos, nótase su diferente carácter por el nombre que les dan los
historiadores latinos: Senatus ó Senado á una, y Concilium á
otra; la primera, aristocrática y formada probablemente por los
cabezas de las gentilidades ó personas ricas y de consideración,
y la segunda por elementos populares. La forma monárquica
del gobierno existía ya en tiempos antiquísimos (siglo vm
ó vil, antes de Jesucristo) en algunas tribus, como las de Tarteso
ó territorio gaditano. A veces, el mando supremo se dividía
entre dos personas, quizá encargándose una de la parte civil y
de la militar la otra. Finalmente, las tribus se unían entre sí,
aunque temporalmente y por motivos de defensa común, en
federaciones, que adoptaban un nombre propio y se regían
mediante un rey ó jefe y una Asamblea federal.
22. Las clases sociales.—Dentro de todos estos grupos
existían diferencias sociales. Unos hombres eran libres y otros
siervos ó esclavos. Los libres se dividían en aristócratas y plebeyos,
siendo los primeros, como más ricos y fuertes, protectores
directos muchas veces de los segundos, que por esta
protección, y por la dependencia económica en que respecto de
aquéllos se hallaban, vivían realmente sujetos y obligados á
ciertos servicios. Suponen algunos autores que la aristocracia
residía principalmente en las ciudades, y la plebe en el campo,
explicándose así la dependencia política, que parece efectivamente
haber existido, de las aldeas respecto de las capitales-
Una de las formas de relación entre ambas clases era la clientela,
de que ya hemos hablado, á que se acogían los débiles y
escasos de fortuna. Especie de ella parece ser el agermanamiento
ó pacto mediante el cual varios guerreros prometían seguir incondicionalmente
á un jefe, obligándose á defenderlo y á no
sobrevivirle, haciéndose matar ó matándose ellos mismos si
aquél perdía la vida en la guerra. Esta costumbre subsistió por
mucho tiempo en España.
Los siervos eran hombres, ya nacionales, ya extranjeros, que
dependían absolutamente de otros, como una cosa, hallándose
privados de los derechos y de la consideración de personas. Los
RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 69
había públicos, de propiedad del Estado ó de las ciudades, y
privados, dedicándolos sus señores al cultivo del campo, al
trabajo de las minas, al servicio doméstico, á la industria, á
funciones administrativas inferiores, etc. Su condición debía
ser tan triste como la de todos los siervos de la antigüedad,
aunque quizá hubo una clase de ellos, dedicada exclusivamente
á la agricultura, que gozó de libertad relativa.
Por lo dicho en punto á la diferencia de clases, se deduce
que existía la propiedad privada en gran escala, es decir, que
los individuos podían amontonar riquezas libremente, excluyendo
de su disfrute á los demás y disponiendo de ellas sin trabas.
Hay, sin embargo, ejemplos de otras formas de propiedad-
Entre los Vacceos (que habitaban el territorio de Palència), la
tierra laborable pertenecía en común á la tribu, distribuyéndose
anualmente en lotes por familias y gentilidades, sin que éstas
pudieran tampoco apropiarse los frutos obtenidos, puesto que
las cosechas se ponían en común una vez recogidas, para distribuirse,
probablemente, en cantidades proporcionadas á las necesidades
de cada casa. Aunque los autores antiguos no mencionan
otro caso de comunidad en pueblos españoles, es muy
verosímil, á juzgar por lo que en épocas posteriores y aun hoy
mismo se advierte, que la forma comunal estuviese muy extendida,
no sólo en las tierras labrantías, sino también, y quizá con
mayor amplitud, en los prados, montes y bosques.
La sociedad ejercía igualmente su acción sobre los individuos
castigando los delitos con penas á veces terribles, como la lapidación
ó apedreamiento y el despeñamiento (entre los Lusitanos).
La justicia era administrada por los jefes de familia en
parte, y de un modo más general por los jefes de tribu y las
Asambleas; pero á veces los pleitos y acusaciones se resolvían
por un desafío á mano armada, dando la razón al que vencía:
costumbre que parece característica de las tribus celtas.
23. Religión, cultura y costumbres.—Aunque ya hemos
dicho que cada gentilidad, y también cada tribu, tenían sus
dioses, y, por tanto, éstos habían de ser muchos en número,
hubo algunos más importantes y generales que otros, residiendo
esta cualidad probablemente en los de las federaciones ó en los
de tribus extensas é influyentes sobre las inmediatas. Tales pa70
HISTORIA DE ESPAÑA
recen ser los llamados Neton y Baudvaeto, dioses de la guerra.
Endovélico, Yun ó Junovis, dios superior, y la diosa Ataecina,
Los había regionales, como las Matres de Clunia, el Dios Sol de
Badalona; y especiales de una clase ú oficio, como los llamados
Lugoves, patronos de los zapateros. A todos ellos dedicaban
fiestas, con danzas y coros. Parece que adoraban también á la
luna; y de los Lusitanos se sabe que hacían sacrificios á los
dioses inmolando animales y hombres (prisioneros), cuyas entrañas
examinaban para deducir augurios de los movimientos
de ellas.
En punto á cultura, diferían mucho los distintos pueblos.
Los había muy adelantados, como los Turdetanos y Túrdulos
(es decir, los que habitaban la Andalucía), que habían dado
gran desarrollo á la agricultura, á la industria y al comercio, y
hacían gran ostentación de riqueza. Eran, además, reputados
por muy sabios ó cultos: tenían literatura propia, historias ó
anales, poemas y leyes en verso, que decían contar 6,ooo años
de antigüedad. Todo esto se ha perdido, así como las obras
literarias de otros pueblos iberos. Como es natural, eran los
citados de costumbres dulces y muy comunicativos.
En cambio, había otros, como los Gallegos, Astures y Cántabros,
semisalvajes, de costumbres rudas y feroces, pobres y
sobrios, pero duros y fuertes. Los Lusitanos vivían en perpetua
guerra, atacando y saqueando las poblaciones. Los Celtíberos
eran de costumbres análogas, pero recibían bien á los extranjeros,
agasajándolos mucho. Por lo general, en el interior de la
Península el atraso era mayor y no se conocía la moneda. En
cambio, la gente de las costas, lo mismo del S. que del E. (en
gran parte, por la mucha comunicación con extranjeros), poseía
regular cultura y buen carácter.
De la lengua de los iberos y celtíberos se sabe poco. No nos
han dejado obras literarias, pero sí inscripciones, ó sean letreros
grabados en monedas, piedras y metales, sin que haya todavía
logrado dominarse la traducción de lo escrito. La forma de las
letras iberas difiere bastante (fig. 16) de la que tiene nuestro
alfabeto actual y de otros más antiguos, y se asemeja á la del
fenicio y griego primitivo, pero más al primero, del que parece
derivar, no sin haber sufrido luego modificaciones.
Fig.. 16.— Piedra con inscripción de letras
ibéricas, hallada en Peñalba de Castro.
(Según Hübner.)
RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 71
Las artes plásticas ibéricas fueron un producto del genio
peninsular fecundado por todas
las influencias extranjeras
ya referidas y, singularmente,
por la fenicia y la griega. Por
esto se las ve' impregnadas de
greco-orientalismo. El foco
principal de su producción
parece hallarse en el SE., con
ramificaciones en otras regiones.
En el orden arquitectural,
están representadas (hasta
hoy) por una parte de las murallas llamadas ciclópeas de Tarragona
(la primera reconstrucción de ellas, diferente de la romana);
los restos de construcciones recientemente hallados en
Numancia; el recinto
de Berruecos
(Teruel); trozos de
capiteles, molduras
y otros objetos
encontrados en el
Cerro de los Santos,
en el Llano de
la Consolación y
en Elche. Los arqueólogos
actuales
han prescindido ya
de atribuir á los
iberos históricos
los taloyotes y navetas
de las Baleares,
construcciones ciclópeas
que más
bien deben tenerse
por prehistóricas,
ya de influencia
miceniana, ante-
Fig. 17.—Murallas y pfterta ciclópea de Tarragona. ΠΟΓ á la fenicia, ya
7^ HISTORIA DE ESPANA
obra de pueblos extraños. Su similitud con las murallas neolíticas
(§ 16), es patente en ciertas cosas.
Mucho más importante es la escultura, de completa imitación,
aunque muy feliz en no pocos casos. Ejemplos salientes
de ella son: varias de las esculturas en piedra halladas en el
Cerro de los Santos; el esfinge ó toro con cara humana, de
Fig. 18. -Escultura ibérica hallada en Elche. (Musco del Louvre.)
Balazote; el toro y el león de Bocairente; las esfinges aladas
de Sax y, sobre todo, una admirable cabeza de mujer encontrada
en Elche y que posee hoy el Museo del Louvre. Igualmente
han aparecido, en gran número, fibulas é idolillos de
tipos muy variados (caldeo-asirios, griegos, ibéricos puros, etc.)
Las estatuas de toros y jabalíes (¿emblemas célticos?), que
se encuentran con abundancia en Castilla (toros de Guisando
y esculturas análogas) y las de guerreros lusitanos y gallegos
RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 73
—á veces, con inscripciones ibéricas,—aunque pertenecen al
mismo arte, son probablemente de época posterior; algunos,
de tiempos de la dominación romana (§ 85). También llevan
impresa influencia griega los sables de hierro, de tipo muy
antiguo, hallados en algunas comarcas de Espafla, como Almedinilla
(Córdoba). La orfebrería ibérica cuenta ya con varias
piezas importantes: una diadema de oro hallada en Jávea
y seis fragmentos de otra ú otras proce- __
dentes de Asturias ó de Extremadura,
que se hallan en el Museo del Louvre.
Finalmente, la cerámica ofrece hermosos
ejemplares pintados y con dibujos lineales
y de figuras de animales, también de influencia
griega, miceniana según opinan
los arqueólogos. Son abundantes también
las lápidas sepulcrales y las aras con adornos
grabados.
Los Castros y recintos fortificados que ya
vimos en los tiempos prehistóricos, continuaron
sirviendo de habitación y defensa
á los iberos, y se perpetúan hasta
épocas posteriores.
En punto á usos y costumbres, sabemos
que en las tribus del N. y NO. los hombres
vestían de negro, con capas de lana
ó piel de cabra, y las mujeres de colores
vivos. Las armas defensivas eran un escudo
pequeño, cóncavo al exterior, corazas
de lino y de malla, casco de tres cimeras, de cuero; y las
ofensivas, lanzas y puñales ó cuchillos. Estos mismos pueblos
se alimentaban con pan de harina de bellotas, bebían una
especie de cerveza ó sidra, usaban la manteca en vez del
aceite, y para comer hacíanlo sentados en bancos de piedra
arrimados al muro. Celebraban bailes de parejas (hombre y
mujer) y juegos gimnásticos de pugilato y carrera.
Los Celtíberos vivían mejor, comiendo principalmente carnes,
en mesas elegantes y limpias. Vestían sayos de lana de color
negro, y todos los meses, en la época del plenilunio, se
β Ε i
' BGD$
;. 19-—Cipo ó sepulcro
ibérico, de Barcelona.
("Según Hiibner.)
74 HISTORIA DE ESPANA
reunían las familias á las puertas de las casas, para danzar en
honor de un dios sin nombre (tal vez la luna) á quien adoraban,
según dicen los autores latinos. En la guerra usaban escudos,
unas veces grandes, otras pequeños, botines con correas que
subían enlazadas por las piernas, cascos de bronce con sobrecimera
encarnada, espadas de dos filos y puñales de un palmo
delargos. Generalmente, en cada caballo montaban dos hombres,
apeándose uno al empezar el combate.
Fig. 20. — Dos fragmentos de la diadema ó plancha de oro guardada en el Museo
del Louvre, y que representa guerreros españoles, á caballo y á pie, con el
tocado característico de los Lusitanos. (Según Cartailhac.)
Los Lusitanos se untaban el cuerpo con aceite y esencias,
se bañaban en agua fría, dormían en el duro suelo y se dejaban
crecer el cabello como las mujeres, usando una especie de mitra
sobre la frente cuando entraban en batalla. Para beber usaban
vasos de cera, y para calentarse una especie de braseros de
piedra. Llevaban escudos, cascos, lanzas y espadas cortas con
punta, como los celtíberos, y manejaban el arco para arrojar
saetas.
Entre los Bastetanos, las mujeres bailaban con los hombres
cogiéndose de las manos, y usaban generalmente trajes de color
RELIGIÓN, CULTURA Y COSTUMBRES 75
obscuro y sayos, con los que se envolvían para dormir sobre
camas de esparto ó junquillo.
Como notas comunes del carácter de los españoles, señalan
los autores antiguos la resistencia física, el valor heroico, el
amor á la libertad, la indisciplina y la fidelidad llevada hasta
la muerte.
·*
Ill
COLONIZACIONES FENICIA Y GRIEGA
24. Los Fenicios.—El primer pueblo de quien puede asegurarse,
por testimonios literarios, que estableció relaciones de
comercio y colonias en España, fué el pueblo fenicio. Procedía
éste de Siria, en cuya costa O., á orillas del Mediterráneo, se
había establecido, según se cree, hacia mediados del tercer
milenio antes de Jesucristo, fundando una nación importante,
especie de confederación de varias ciudades (Tiro, Sidón,
Arados, Biblos...) que en el siglo xx extendía ya su actividad
comercial y marítima por Egipto y las islas del mar Jónico.
No puede determinarse con precisión en qué época arribaron
por primera vez á España. Autores hay que creen notar su
presencia en los últimos tiempos del período neolítico, durante
los cuales ocuparían el SE. de España, que abandonaron después
para fijarse en el SO. hacia fines del siglo xn (§ 16). Un
geógrafo antiguo (siglo i antes de Jesucristo), que consultó
muchas fuentes históricas anteriores á él, dice que los fenicios
eran poseedores del país de Tarteso (Andalucía Occidental)
mucho antes de Homero (quien, según se cree, pertenece al
siglo x), y que de ellos proceden todas las noticias que de España
tuvieron y propalaron los autores griegos. No debe, pues, tenerse
por inverosímil la tradición de que hacia el siglo xi antes
de Jesucristo conquistaron á Cádiz, llamada entonces Agadir4
Ocuparon luego los fenicios diversos puntos de las costas del S.,
LOS FENICIOS 77
del Ε. y del O., llegando á Galicia y otras regiones, donde
fundaron pesquerías y beneficiaron los metales. En el siglo vin
y en el vn es seguro que hicieron viajes de exploración por las
costas, cuyos relatos ó derroteros se llaman periplos.
25. Relaciones entre los fenicios y los habitantes de
España. — Buscaban principalmente los fenicios la explotación
de las minas y el comercio, aprovechando los productos
naturales de cada país; y no se contentaban con hacer piraterías
y viajes para apoderarse de hombres y cosas ó cambiar
productos, sino que se fijaban en la localidad, estableciendo
á modo de factorías ó almacenes, bien al lado de las
poblaciones indígenas, cuando las había, bien fundando ellos
ciudades. Buscaban para esto, con preferencia, las islas cercanas
á la costa ó promontorios fáciles de defender y con
puerto natural, donde edificaban sus almacenes, un fuerte
y un santuario para los dioses. Cuando estas poblaciones ó factorías
eran de fundación oficial, dependían políticamente de
la metrópoli, como, v. gr., depende de España, en la actualidad,
Río de Oro; pero aun en los casos frecuentes en que procedían
de la iniciativa particular de poderosas casas comerciales, relacionábanse
con la madre patria mediante el vínculo religioso,
significado por la concurrencia de delegados á las fiestas anuales
del templo principal de Tiro y el pago de una contribución
religiosa. Las factorías ó colonias fenicias más importantes de
nuestra Península créese que eran: Erythia (Sancti Petri),
Melkarteia (Algeciras), Malaka (Málaga), Sexi (Jate), Abdera
(Adra), Hispalis (Sevilla), la citada Cádiz, Ibiza (Aibusos), y
otras, como Ituci, Olontigi y Alba, que no se sabe bien dónde
estaban. Muy á menudo, estos nombres no significan fundación
de nuevas ciudades, sino establecimientos en otras ya existentes,
á las cuales apellidaban los fenicios quizá limitándose á traducir
á su lengua el nombre que anteriormente llevaban. A la península
en general la llamaron Span ó Spania, que quiere decir
oculto, ó país escondido y remoto.
No se limitaron los fenicios á ocupar las costas· Se internaron
en España, sobre todo en la región del S. (Andalucía
y Murcia); y, merced al comercio unas veces, á la fuerza otras, y
en especial á la superioridad de su cultura, llegaron á dominar
78 HISTORIA DE ESPAÑA
sobre los iberos, á los cuales quizá comunicaron su lengua,
probablemente su escritura, industria y artes. La importancia de
esta influencia, aunque muy discutida, nótase no sólo en los
monumentos y objetos artísticos é industriales encontrados, en
que se revela el carácter fenicio, sino en los mismos nombres de
la región que principalmente ocuparon. Así se llamó, á los pueblos
situados entre Málaga y Adra, bástalo-fenicios, y un autor
griego, que escribió poco antes de la era cristiana, califica de
fenicias á las poblaciones de Turdetania.
Resultado del gran desarrollo que obtuvieron las colonias
fenicias en España, fué que alcanzaran cierta independencia
política y administrativa respecto de la metrópoli. El centro, y
como la capital de ellas en los tiempos históricos, era Cádiz,
y el régimen de gobierno fué análogo al que tenían los fenicios
del Asia. Trajeron también su religión, con sus dioses nacionales,
Baal-Hammón, Astarté, la diosa de Sidón, y Baal-Melkarte
ó Hércules, de Tiro. A este último dedicaron un gran
templo en Cádiz, donde celebraban grandes fiestas. De este
hecho se hace derivar el nombre de columnas de Melkart ó de
Hércules, dado en la antigüedad á las rocas del estrecho de Gibraltar.
Al principio hicieron los fenicios el comercio por medio de
permuta, es decir, cambiando cosas por cosas. Luego introdujeron
en España ¡a moneda, acuñándola en muchas de sus
colonias.
No se crea por esto que los españoles aceptaron en todas
sus partes sumisamente la dominación fenicia. Es muy seguro
que hubo luchas para imponerla, quedando latente en no pocos
sitios el deseo de librarse de ella, á lo cual contribuyeron quizá
abusos de los dominadores en sus relaciones con la población
indígena.
26. Restos de la colonización fenicia.—Puestos en comunicación
los fenicios, mediante su activo comercio por tierra y
por mar, con los pueblos de Asia, África y Europa, servían de
propagadores y porteadores de la industria y el arte de todos
ellos. Fueron así los introductores en España de elementos de
civilización asiática y egipcia, á lo cual tal vez hubieron también
de contribuir los numerosos extranjeros que acudían á las
LOS FENICIOS 79
colonias fenicias ó formaban parte de ellas. Vestigios de estas
influencias, así como de las industrias y arte propios del pueblo
de Sidón y Tiro, se hallan en los objetos de cerámica y metal
encontrados en distintas partes de Andalucía (vasos de barro
pintados y de alabastro, ídolos, estatuas funerarias, etc.); en
los peines y placas de marfil con figuras grabadas, que se han
hallado en Carmona; en los huevos de avestruz pintados, perlas
artificiales, ámbar, Iignio y perfumes,
que abundan en los enterramientos; en
los vestigios de laboreo de minas, salinas
y fábricas de salazón que en diversos
puntos del S., O. y NO., se notan; y,
no muy seguramente, en obras de arte
estatuario como las descubiertas en
Yecla. Como monumentos reconocidamente
fenicios, sólo existen en España
la hermosa sepultura de Cádiz, encontrada
no hace mucho; las de Málaga,
con los objetos de adorno que en ellas
aparecieron; los hipogeos y pozos sepulcrales
de Cádiz y quizá también los
objetos de tipo oriental que se encuentran
en los sepulcros neolíticos, y aun
algunos de los monumentos de tipo
miceniano (§ 12). Del grandioso templo
á Melkart y sus fabulosas columnas de
oro y plata de tres metros y medio de
altura, que mencionan los antiguos,
nada ha quedado.
27. Fin de la dominación fenicia. —Los fenicios de la
metrópoli, que desde tiempos muy antiguos (siglo xvm?) eran
tributarios de Egipto, se vieron atacados hacia el vm por los
reyes de Asiría y Caldea, quienes, después de repetidas luchas,
acabaron por apoderarse de Tiro (año 573), anulando la independencia
de las ciudades fenicias y contribuyendo á disminuir
su influencia política y comercial en el Mediterráneo. Como
resultado de este cambio político, las colonias españolas quedaron
nominalmente dependientes de los vencedores y les pagaron
Fig. - Sepulcro marmóreo
encontrado en Cádiz.
8ο HISTORIA DE ESPANA
tributo; pero esta dependencia se rompió al poco tiempo, y aquéllas
continuaron su vida normal, roto ya todo lazo con la antigua
metrópoli, aunque, como parece natural, sufriendo las
consecuencias del quebrantamiento que en la gran confederación
fenicia del Mediterráneo se había producido.
Este quebrantamiento se remedió, sin embargo, en gran
parte, merced á la intervención política y comercial de una
nueva colonia fenicia, establecida en la costa N. de Africa
y heredera del poderío de Tiro. Llamábase Cartago; y, fundada
probablemente á comienzos del siglo ix (814?), ya en el vn
era una ciudad importantísima, que ejercía cierta especie de
preponderancia sobre las demás colonias hermanas de Occidente.
Creció esta influencia en el siglo vi, combinándose con
la caída de la metrópoli, cuyo lugar ocupa Cartago; y es natural
que recayese también sobre las poblaciones de España, con
las que establecieron los cartagineses activas relaciones comerciales,
que se revelan en el viaje de circunnavegación, hecho
en aquel tiempo por un general llamado Himilcon. Mucho
antes, según se cree, habíanse apoderado de la isla de Ibiza.
Parecerá, pues, muy natural que, al promoverse en el mismo
siglo vi guerras violentas entre los fenicios de Cádiz y las tribus
indígenas cercanas, según dice un historiador antiguo, y
viéndose en peligro los colonizadores, llamaran en auxilio suyo
á los compatriotas que representaban ya en el Occidente del
Mediterráneo el poder político más fuerte y más afín. Con este
carácter de auxiliares de los fenicios gaditanos entran tropas
cartaginesas en España y luchan con los indígenas, consagrando
así, en el terreno de la fuerza, la hegemonía comercial
y la influencia política que ya tenía Cartago y que se convirtió
pronto en dominación completa (§ 31). En el fondo, sin
embargo, por la comunidad de origen de los colonos españoles
y los cartagineses, no se puede decir que terminó, sino que
continuó desarrollándose en España, aunque con algunas modificaciones,
la acción del pueblo y de la civilización de Fenicia.
28. Los griegos en España.—Desde antiquísima fecha los
fenicios habían tenido que luchar en su expansión por el Mediterráneo,
y particularmente por las islas del mar Egeo, con
otro pueblo también procedente de Asia, el pueblo griego. CoLOS
GRIEGOS 8l
nocíase bajo este nombre un conjunto de Estados ó grupos de
población que ocupaban las costas del Asia Menor, por encima
del territorio fenicio, las islas del mar Egeo, y los países que
hoy forman la Grecia y la Turquía europea. Aunque todos estos
Estados se hallaban unidos por muchos<lazos comunes de raza,
lengua, religión, etc., eran políticamente independientes unos
de otros, como las ciudades fenicias (§ 2 3). Dedicábanse también
los griegos al comercio, no sólo por tierra, sino por mar, haciendo
largas expediciones y colonizando otros países; pero durante
mucho tiempo se vieron detenidos por los fenicios, remontándose
á los aflos de 1500 á 1100 antes de Jesucristo, según
opinan hoy los historiadores, la primera lucha armada entre
ambos rivales. El decaimiento del poder fenicio desde el siglo
viu, en que es atacado por los reyes asiáticos (§ 26), favoreció
el progreso colonial de los griegos, que en el siglo siguiente se
establecieron en Sicilia y otros puntos, y en el vi sustituyeron
en gran parte á los fenicios en el comercio de Egipto; pero todavía
á mediados de este siglo los comerciantes de Tiro y Sidón
eran dueños de casi todo el Egeo y el mar Negro.
La expansión griega llegó á España en época que no se
puede fijar con exactitud, aunque, según el testimonio de un
historiador griego, la primera noticia que tuvieron de nuestra
Península data del año ó30 antes de Jesucristo, en que una
nave de Samos llegó, arrojada por los vientos, al territorio de
Tartesio, iniciando las relaciones comerciales con los indígenas.
También los focenses, «primeros griegos que hicieron largos
viajes por mar», como dice el mismo historiador antes citado,
comerciaron en Tarteso, trabando gran amistad con el rey de
esta región, al cual llaman Arganthonio. Todo hace pensar que
hubo un período de meras visitas mercantiles de los griegos á
las costas de España, antes de que comenzaran á establecerse
en ellas y fundaran colonias. Se cree que la primera establecida
en territorio peninsular lo fué en la costa NE., cerca del
Pirineo, por los griegos Rodios (ó de la isla de Rodas), que
le dieron el nombre de Rhode (Rosas ?)·, pero este hecho no
es seguro. Más exactas noticias se tienen de la colonización de
los focenses, que, después de sus viajes á Tarteso, y tomando
muy probablemente por base la ciudad de Masalia (Marsella),
82 HISTORIA DE ESPAÑA
fundada ó conquistada por ellos hacia el siglo vn, se fueron
corriendo por la costa y predominaron en todo el litoral mediterráneo
del E., absorbiendo quizá establecimientos anteriores
de otros pueblos griegos. El principal de los focenses fué
Emporion (que quiere decir mercado), situado donde luego
Castellón de Ampurias (provincia de Gerona), y más abajo
Hemeroscopion, frente á las Baleares en tierra de Valencia
Artemision ó Dianium (Denia) y Alonai. No consiguieron esto
los griegos sino á costa de luchas cruentas con los fenicios
establecidos de antes y con los cartagineses, que, dueños de
las Baleares, seguían en el Occidente del Mediterráneo la
contienda antigua que en el Oriente habían sostenido los dos
pueblos navegantes. A pesar de esta oposición—manifiesta, no
sólo en batallas navales que se dieron, sino también en un
tratado antiquísimo por el cual se obligaban los de Marsella
á no pasar del cabo de la Nao, dejando lo demás á los fenicios,—
los focenses avanzaron por la costa S., fundando en
ella una colonia llamada Mainake ó Maenace, que luego destruyeron
los cartagineses, estableciéndose también en otros
puntos de Andalucía y llegando á Portugal, Galicia y Asturias,
donde han quedado muchos vestigios (aunque no completamente
seguros) de su influencia. Pero la región griega de España
más conocida y de que nos quedan noticias más completas
es la del Este. A la totalidad del territorio español que dominaron
llamaron los griegos Hesperia é Iberia.
29. Organización de las colonias griegas.—Las primitivas
colonias griegas eran, en su mayor parte, empresas de
carácter particular, dirigidas y pagadas por casas de comercio
importantes. La ciudad de donde partían, suministraba tan sólo
el fuego sagrado y un funcionario religioso que practicase
las ceremonias de la fundación, indispensables entonces y análogas
á la bendición con que hoy suelen inaugurarse algunas
obras públicas y privadas. La colonia permanecía independiente,
aunque mostraba ciertas deferencias naturales hacia la metrópoli.
No estaba obligada á obedecerla en lo político, ni á proporcionarle
especiales ventajas comerciales, y á veces llegaba á
separarse de ella por completo y aun á sostener luchas por diferencias
de intereses. Lo general, no obstante, era mantener reíaLOS
GRIEGOS 83
ciones continuas, sobre todo religiosas, con el país de origen,
enviando, como las colonias fenicias, comisiones ó peregrinaciones
con ocasión de las grandes fiestas de la metrópoli* Más
tarde, las colonias (sobre todo las de Atenas) tuvieron carácter
oficial ó público y militar, dependiendo más estrechamente de
la ciudad fundadora.
Un ejemplo muy curioso del proceso de colonización griega
en España, lo tenemos en Emporion. En un principio, los griegos
se establecieron, en una isla (Paleopolis: ciudad antigua);
luego, en la costa, no lejos de la ciudad indígena que allí existía,
pero dejando un espacio libre entre ambas; más tarde, adelantando
la intimidad de relaciones, avanzó el establecimiento
Fig. 22. — Moneda griega de Emporion.
griego acercándose á la población española, y llegó á formar con
ella una ciudad doble, cuyas dos mitades estaban separadas por
una muralla con puertas; y, finalmente, se fundieron en una sola.
La división existía aún en el siglo 11 antes de Jesucristo. Durante
el día, las puertas estaban abiertas y se comunicaban
ambos grupos, aunque los griegos no se atrevían á salir sino en
gran número. Por la noche se cerraban, ejerciendo especial vigilancia
para evitar una sorpresa.
Penetraron los griegos, en muchos puntos de la Península,
más allá de las costas, estableciéndose en localidades del interior;
y aun en los lugares donde no lo hacían así, celebraban
alianzas con las tribus indígenas de tierra adentro, con la mira
de extender las relaciones comerciales.
30. Influencia de la civilización griega sobre los españoles.—
Por la extención de sus colonias y empresas mercantiles,
y por la superioridad de su cultura, influyeron mucho los colo84
HISTORIA DE ESPANA
nizadores griegos en los indígenas peninsulares, como puede
juzgarse de los escasos testimonios positivos que nos quedan.
Las primeras acuñaciones de moneda que se hicieron en
España (en Emporion y Rhode), fueron del tipo griego foceo y
llegaron á circular por gran parte de Europa, demostrando la
gran extensión del comercio emporitano. Entre estas monedas
se hallan algunas (omonoias) que muestran los tipos y nombres
unidos de Masalia (centro de la colonización focea, como sabemos)
y de dos ciudades indígenas, Ilerda y Sagunto, lo cual
Fig. 23.—Vaso emporitano y orla, según Loewenstein.
muestra que existía alianza entre aquélla y éstas. Otras hay cuya
leyenda está escrita, no en griego, sino en letras de un alfabeto
indígena. Luego se adoptó el sistema púnico-sículo traído por
los cartagineses. Contribuyeron los griegos también á difundir
la agricultura, introduciendo ó propagando el cultivo de la viña
y del olivo. En arquitectura, trajeron los tipos de su país; mas,
por desgracia, no se ha conservado ningún monumento propiamente
griego en España, aunque sí reminiscencias de su arte
en otros de época posterior. De escultura quedan pocos restos
(algunos bronces y varias esculturas de mármol), aunque tal
vez deba verse influencia griega en las estatuas del Cerro de
los Santos y en el busto de Elche, hallado hace poco. En AmLOS
GRIEGOS «5
purias ha aparecido también un hermoso mosaico de tipo griego.
En punto á las artes industriales, lo que principalmente quedó
de ellos fué la cerámica, como lo muestra la gran abundancia de
vasos con pinturas y dibujos, cuyo ejemplo más notable son los
barros emporitanos con figuras en rojo *ó negro y adornos-
También se han encontrado en Emporion vasos de vidrio y
ánforas de tipo foceo. Los barros saguntinos, que se han solido
creer griegos, son de época posterior y de origen italiano.
Como expresiones de la influencia griega en la cultura intelectual,
pueden citarse probablemente la introducción del teatro,
y con toda seguridad el establecimiento de escuelas ó academias,
como la de Asclepiades en Andalucía. De los griegos han
quedado también algunas inscripciones halladas en diversas
localidades de la Península, incluso las del Norte.
1 6
IV
LA DOMINACIÓN CARTAGINESA
31. Los cartagineses en España.—Como hemos dicho ya
(§ 27), la intervención armada de los cartagineses se convirtió
pronto en dominación, absorbiendo á las antiguas colonias fenicias
de España y obligándolas á depender directamente de Cartago.
Apoyada esta ciudad en los nuevos dominios, continuó
sus luchas con los griegos colonizadores del Mediterráneo, y
principalmente contra Marsella, aliándose con un pueblo italiano
(los etruscos ó tirrenos), que por entonces era poderoso
y que combatía también la expansión griega por el Occidente
de Europa. En estas luchas, destruyeron algunas colonias foceas,
como la de Mainake en la costa S.; pero no lograron desarraigar
de la Península á los griegos, que, sobre todo en el
Este, continuaron ocupando extensos territorios y difundiendo
su comercio.
Para asegurar su -dominación, implantaron los cartagineses
en España el régimen que usaban en Africa, más militar y
opresor que el de los fenicios. Pusieron guarniciones en las ciudades
principales; trajeron colonos y trabajadores de la Libia,
y sujetaron fuertemente á muchas tribus españolas con tributos
en dinero y servicios. Explotaron activamente las minas
riquísimas de plata del Sur, y quizá también las de otras regiones,
unas en favor de importantes casas de comercio de Cartago,
y otras en provecho del erario público; y continuaron en gran
LOS CARTAGINESES 87
escala el tráfico de mercaderías. Cartago era entonces el centro
de todo el comercio occidental y meridional, comunicándose
con los países del S. y E. de Africa y por medio de éstos con
los asiáticos.
32. Conquista general de España.—Por aquel entonces,
así como antes se disputaron el dominio del Mediterráneo y su
comercio los ibero-libios de un lado y los egipcios y fenicios
de otro, y luego los fenicios y los griegos, había, como hemos
visto, tres pueblos que deseaban lo mismo: los griegos, ya en
decadencia, especialmente en el O.; los cartagineses, que eran
poderosísimos, y los etruscos. Pero en el siglo viu hubo de
iniciarse en Italia un nuevo poder político, el de los romanos,
que sobre la base de la ciudad de Roma comenzó á fundar un
Estado, bastante poderoso ya en el siglo ív, que absorbió el de
los tirrenos y se extendió por la parte central y algo de la meridional
de aquella península. Por el S. lindaba con posesiones
de los griegos y de los cartagineses, que ocupaban parte de
Sicilia.
Era natural que surgieran rivalidades entre romanos y cartagineses.
Los romanos, poseídos de gran ambición política, veían
en Cartago un rival temible para sus planes de engrandecimiento.
Durante mucho tiempo, sin embargo, mantuviéronse en
paz, celebrando tratados de comercio y dividiéndose en parte
el dominio del Mediterráneo; pero al cabo estalló la guerra en
Sicilia, en la cual venció Roma arrojando de la isla á los cartagineses.
Esta primera guerra, en que tomaron parte tropas
españolas, sobre todo de las Baleares, aliadas de los cartagineses,
y que terminó en el año 242, se llamó púnica (del nombre
peno ó pheno de los fenicios·—phenicios), lo mismo que las
siguientes que hubo entre Roma y Cartago.
La victoria de los romanos dolió mucho á los verdaderos
patriotas cartagineses, sobre todo á los militares. Era de éstos
el más renombrado Amílcar, general que fué en la guerra de
Sicilia, el cual comprendió que se hacía indispensable, de un
lado, compensar con nuevas conquistas la pérdida de Sicilia, y
de otro, allegar fuerzas para tomar el desquite contra Roma.
Con esta idea, después de haber sido nombrado general en jefe
del ejército cartagihés de Africa, con atribuciones grandes é
88 HISTORIA DE ESPANA
independencia del gobierno de Cartago, desembarcó de pronto
en España (año 2 56) y comenzó á conquistar nuevos territorios.
No logró la conquista sin lucha; porque, si bien obtuvo alianzas
con algunos pueblos españoles, otros le opusieron gran resistencia,
y entre ellos los Turdetanos (ó Celtas) acaudillados por
un jefe que se llamaba Istolacio, y los Lusitanos por otro llamado
Indortes. A uno y á otro venció Amílcar, el cual se condujo
bien con la mayoría de los vencidos prisioneros, pero hizo crucificar
á los jefes. No terminó con esto la guerra. Otro grupo
de españoles, los de Elice (población que no se sabe á punto fijo
á cuál de las modernas corresponde), se levantó contra los cartagineses.
Cuéntase que un jefe ibero llamado Orisson, fingió
unirse á Amílcar en contra de los de Elice, pero con propósito
de hacerle traición. Los españoles usaron de una estratagema.
Pusieron al frente de ellos todos los carros ó carretas de que
disponían, con toros y bueyes uncidos; untaron las astas de éstos
(ó los carros) con betún, y les pegaron fuego; con lo cual, despavoridos
y furiosos los animales, comenzaron á correr acometiendo
á los cartagineses y dispersándolos. Aprovechando esta
circunstancia, volvióse Orisson contra Amílcar y contribuyó á
su derrota. El propio general cartaginés dícese que murió en
esta batalla.
33. El imperio de los Barcas.—La conquista militar de la
Península estaba, sin embargo, empezada sólidamente. Amílcar
no sólo venció á muchos pueblos, sino que aumentó el ejército
é hizo construir algunos fuertes, entre ellos uno muy poderoso
que se conoce con el nombre griego de Acra-Leuka (Penis -
cola ?). Se ha dicho también que fundó á Barcelona, sin que
parezca ser cierto; leyéndose en un autor antiguo que esta ciudad
es de procedencia fenicia, afirmación que tampoco se halla
comprobada.
Sustituyó á Amílcar en el mando del ejército su yerno Asdrúbal
Barca, que era jefe de la escuadra, el cual continuó la
guerra y venció á Orisson. Logrado un período de paz, Asdrúbal
aplicó una política dulce y conciliadora en sus relaciones
con los españoles. Estableció alianzas, fomentó los casamientos
entre sus soldados y mujeres iberas, y él propio casó con una
princesa española. Hizo, en una palabra, todo lo posible para
LA CUESTIÓN DE SAGUNTO 89
halagar á los indígenas, y echó así los cimientos de un gran
imperio. Su capital fué Cartago Nova (Cartagena), que fundó
ó amplió sobre la base de una ciudad anterior (Mastia), haciendo
en ella grandes obras militares y civiles (el puerto, el
templo de Melkart, almacenes, etc.), y construyendo para sí un
magnífico palacio, de gran lujo.
La situación especial que los generales del ejército tenían
entonces, siendo en cierta manera independientes del gobierno
de Cartago, les daba gran libertad y casi la condición de
soberanos. El gobierno cartaginés dejó que Amílcar y Asdrúbal
realizasen la conquista dé España, sin preocuparse del fin
que podrían llevar, y contentándose con las ganancias que obtenían
la hacienda y el comercio. Los Barcas, aprovechando esta
libertad, vivían como reyes en su imperio español. Asdrúbal
fué asesinado próximamente á los 16 años de tener el mando.
Sucedió á Asdrúbal, en el mando del ejército, Aníbal, hijo
de Amílcar, heredero de las grandes condiciones militares de
su familia y de los planes políticos de su padre. Era Aníbal un
mozo cuando fué elegido (26 ó 29 años), pero ya probado
en la guerra, sufrido, valiente, de notable talento natural, de
grandes miras, muy amante del predominio de su pueblo y, por
tanto, enemigo declarado de Roma. Confiado en su fuerza,
después de haber organizado bien el ejército en el cual formaban
muchos españoles, y de haber asegurado su poder en la
Península mediante una expedición por las Castillas—en que
venció á los Vacceos, Olcades y Carpetanos, tomó á Salamanca
y otras poblaciones y estableció varios fuertes—buscó un pretexto
para romper con los romanos.
34. La cuestión de Sagunto.—Los romanos, como enemigos
de los cartagineses, tendían naturalmente á proteger á los
griegos y sus colonias del Mediterráneo, contra quienes aquéllos
luchaban de continuo. Con las colonias marsellesas de España
siguieron igual sistema, celebrando tratados de alianza
con ellas y especialmente con Emporion. Los autores romanos
pretenden que también se celebró tratado con una ciudad
situada más al S., llamada Sagunto, considerándola como colonia
fundada por los griegos de Zacinto ó Zakyntos. Pero
esta es una opinión puesta hoy muy en duda, creyéndose más
9o HISTORIA DE ESPAÑA
bien que Sagunto era una población indígena ó quizá fundada,
ó colonizada, por gentes venidas de Italia.
Tocante á España, los romanos habían celebrado con los
cartagineses, antes de esta época, un tratado (año 348), en que
se fijaban como límites para las correrías de los primeros la
región de Mastia (Cartagena). Dúdase si este tratado fué reproducción
de otro anterior que se cree celebraron los griegos de
Marsella con los fenicios, según se dijo; los límites coinciden en
parte. No se sabe si en él se mencionaba á Sagunto como población
aliada de los romanos y que debían respetar los cartagineses.
Más tarde, en tiempo de las campañas de Asdrúbal, se celebró
otro tratado (226), en el cual se obligó el general cartaginés
á no pasar del Ebro, más bien para no intervenir en la lucha
que entonces sostenían los romanos con los celtas, que para
fijar, como límite de sus conquistas, aquel río. En este tratado
se consignó el respeto que los cartagineses habían de guardar
á las colonias griegas aliadas con Roma; pero tampoco se sabe
si se mencionaba en él á Sagunto, aunque los autores romanos
colocan en esta época (223) la fecha de los tratados con esta
ciudad y Emporioñ. No obstante, hoy día creen muchos historiadores
que la alianza con Sagunto fué muy posterior al tratado
con Asdrúbal.
El hecho es que, teniendo Sagunto cuestiones con algunos
pueblos comarcanos aliados de los cartagineses, Aníbal intervino,
dando la razón á sus aliados. Protestaron los saguntinos
de la decisión, y Aníbal, tomando por ofensa este acto, atacó á
Sagunto. En algún historiador antiguo romano se cita el hecho
de tumultos ocurridos en la ciudad, en los cuales intervinieron
los romanos como arbitros, dando la muerte á varios vecinos
principales, y señalando así un elemento nuevo de complejidad
en el caso de Sagunto, que quizá influyera en la intervención de
Aníbal. Sea de esto lo que fuere, los romanos, así que tuvieron
noticia del ataque (219 antes de Jesucristo), lo consideraron
como una violación del tratado hecho con Asdrúbal, y enviaron
una embajada á Aníbal para que desistiese de molestar á un
aliado de Roma. Aníbal siguió sitiando á Sagunto, que era entonces
una de las ciudades más poderosas del litoral de Levante,
ENTRADA DE LOS ROMANOS 9>
habiéndose elevado rápidamente á este poder por su comercio
de tierra y de mar y por el aumento de la población. Los romanos,
en vez de enviar un ejército para defender á su aliada, se
contentaron con dirigir nuevos embajadores á Cartago. La cuestión
no debía estar muy clara, porque el senado cartaginés discutió
si Sagunto se hallaba ó no comprendida en los tratados, y
hasta negó eficacia al del aflo 226, no atreviéndose á desautorizar
á Aníbal, aunque algunos amigos de la paz así lo pedían.
Probablemente, lo que en este caso hicieron los romanos
(y lo que pretendían que se aceptase) fué interpretar extensamente
una cláusula general, aplicándola á todos los aliados de
ambas partes; por el contrario, los cartagineses sostenían que
sólo debían considerarse comprendidos en el tratado los pueblos
nombrados expresamente. Mientras se discutía así la cuestión
diplomática, entregados los saguntinos á sus propias fuerzas,
se defendieron heroicamente, prefiriendo morir antes que aceptar
las condiciones de rendición que fijó Aníbal. Este asaltó
la ciudad y, á pesar de que los saguntinos trataron de perecer
todos y de quemar sus riquezas, cogió muchos prisioneros, que
distribuyó entre sus soldados, y gran botín de dinero, vestidos
y muebles, parte del cual envió á Cartago. Esta victoria, y el
amor propio de los cartagineses herido por la altivez de un
embajador de los romanos, hicieron que, aceptando lo hecho
por su general, se decidiesen á la guerra con Roma (año 2 18).
35. Entrada de los romanos en España.—Entretanto,
Aníbal, cuyo pensamiento (no sospechado por nadie entonces)
era ir á Italia por tierra, atacando á los romanos en su propio
suelo, reorganizó y aumentó el ejército, envió á Cartago refuerzos
en los cuales iban muchos españoles, y emprendió la marcha
en dirección á Italia con 100,000 infantes, 12,000 jinetes, 40
elefantes y gran número de máquinas de guerra y de bagajes
de conducción para las provisiones. Pasó el Ebro y tuvo que
detenerse á luchar con varias tribus españolas y con las colonias
griegas, que se le opusieron en el camino. Las venció, y,
dejando en la parte que hoy es Cataluña un ejército defensivo,
traspuso los Pirineos.
Los romanos descuidaron mucho la guerra en un principio.
Sin sospechar que el propósito de Aníbal fuese ir á Italia, no
92 HISTORIA D£ ESPANA
pensaron que lo conveniente era detenerle el paso en la propia
España, enviando allí un ejército que sirviese, además, de apoyo
á los aliados de Roma. Cuando lo hicieron así, ya Aníbal estaba
en el S. de Francia. No obstante, el general romano Cneo Escipión
desembarcó con un ejército en Emporion y, después de
procurarse alianzas con los indígenas, atacó al general cartaginés
dejado en Cataluña por Aníbal, venciéndolo (año 218) y destruyendo
luego la escuadra. Con estas ventajas, pasó el Ebro,
y, en unión de su hermano Publio Escipión, general también
que vino con nuevas tropas, llega hasta Sagunto y vence á As,
drúbal, obteniendo otras victorias en la Turdetanía.
No se conocen bien las vicisitudes de esta guerra, en que los
soldados romanos pusieron el pie por primera vez en España;
pero sí la conducta que siguieron en ella los españoles, los cuales
se dividieron, ayudando unos á los cartagineses, y otros á los
romanos. Al cabo, Asdrúbal, que había ido á Cartago y vuelto
con nuevas tropas, entre ellas muchas africanas al mando de su
rey Massinisa, venció á los dos Escipiones, que murieron (211).
El ejército romano se rehizo, no obstante, bajo la dirección de
un oficial llamado C. Marcio, al cual se unió más tarde otro
general, Claudio Nerón, que logró derrotar á Asdrúbal, pero
sin obtener ventajas decisivas, por lo que fné destituido de su
cargo.
36. Publio Cornelio Escipión—Fin de la dominación cartaginesa
en España.—Mientras tanto, Aníbal había derrotado
diferentes veces á los romanos en Italia, por lo cual todos los
esfuerzos del gobierno de Roma se dirigían á reparar las derrotas
sufridas y librarse del general cartaginés. Para la guerra
de España no encontraban general, hasta que se presentó Publio
Cornelio Escipión, hijo de uno de los Escipiones muertos
en la Península, y, aunque su categoría y su edad no eran
para ser jefe del ejército, lo nombraron, en parte por consideración
á las mencionadas circunstancias de familia. Escipión
vino á España, y, con más fortuna y arrojo que pericia militar,
no sólo derrotó diferentes veces á sus enemigos, sino que se
apoderó desde luego, auxiliado por barcos indígenas, de la
principal ciudad militar que aquí tenían los cartagineses (Cartagena),
donde encontró gran cantidad de provisiones, armas y
EFECTOS DE LA DOMINACIÓN CARTAGINESA 95
dinero. Para congraciarse con los españoles, prometió á los
prisioneros que tenían allí los cartagineses devolverles la libertad
así que terminara la guerra, y cuéntase que además devolvió
una joven indígena de gran hermosura que le había sido
ofrecida como sierva y que estaba para casarse con un príncipe
celtíbero llamado Alucio. Esta conducta le procuró la alianza
de muchos españoles, entre ellos Indíbil y Mandonio, jefes de
los Ilérgetes. Cádiz se rindió por traición de los africanos
aliados de Cartago (año 206), y las demás plazas cartaginesas
ó aliadas de los cartagineses fueron cayendo en poder de las
tropas romanas, algunas no sin heroica resistencia, al igual de
Sagunto, como Astapa (Estepa la Vieja, en la provincia de Córdoba),
Cástulo, Illiturgi y Ossigi.
Resultado de todas estas victorias, fué que los cartagineses
abandonaran la Península, concluyendo así su dominación (año
206), que duró unos cuatro siglos, sustituyéndolos los romanos.
La guerra con éstos siguió en Africa hasta la destrucción de
Cartago, años después (146). Las Baleares se sostuvieron
en poder de un general cartaginés por bastante tiempo, pirateando.
37. Efectos de la dominación cartaginesa.—Organización
de las colonias españolas.—Los cartagineses respetaron
las leyes é instituciones de las antiguas colonias fenicias, así
como las de los pueblos indígenas, contentándose con que reconociesen
la supremacía del pueblo cartaginés y con que dieran
auxilios en hombres y dinero: tocante á lo cual, como hemos
dicho, solían ser rigurosos.
En las ciudades propiamente cartaginesas, el gobierno era
igual ó parecido al de la metrópoli. Había jefes ó gobernadores
en número de dos, llamados suffetes, una Asamblea ó Senado
de aristócratas y otra del pueblo, y delegados de la capital que
acompañaban al general del ejército, con el nombre de gerusiastas,
especie de vigilantes ó inspectores del Gobierno central.
El objeto principal de los cartagineses era el comercio y,
como consecuencia, lo más respetado por ellos, la riqueza. Los
ricos, los, grandes mercaderes, fueron los que dominaron hasta
los tiempos de Aníbal, en que logró cierta superioridad el partido
popular.
94 HISTORIA DE ESPANA
Cartagena, que era el tipo de las colonias en España, fué el
centro comercial desde que se fundó. Teniendo cerca las riquísimas
minas de plata que explotaban los cartagineses, se constituyó
en un gran mercado adonde acudían los barcos extranjeros
para comprar productos españoles, y los indígenas para,
proveerse de las mercaderías que llegaban por mar. Allí afluía
la producción de la plata y se establecieron fábricas de acuñación
de moneda, así
como otras de salazón,
muy importantes,
sostenidas quizá
por las pesquerías del
S. y O. de España y
de la costa africana.
Los Barcidas hicieron
de Cartagena una ciudad
rica, rodeándola
de magnífica muralla
y construyendo grandes
edificios.
Cádiz (Agadir) é
Ibiza (Ebusus), fueron
también dos importantes
centros comerciales
en aquella
época, acuñando moneda
según el tipo
cartaginés y con leyenda
fenicia. En este orden influyeron notablemente los cartagineses
en España, siendo los principales propagadores de la
moneda, lo cual da idea de la extensión é importancia de su
comercio. Los Barcas batieron en el siglo πι algunas de tipo
completamente nuevo, que llevan figuras de dioses (Ceres y
Hércules), de caballos, palmeras y elefantes, proas de barcos
y cabezas de reyes con nombres, representando quizá aliados
de aquellos generales.
El alfabeto cartaginés se extendió mucho por España, así
como su religión, y en especial el culto de ciertas divinidades.
Monedas cartaginesas de Málaga y Ebusus.
EFECTOS DE LA DOMINACIÓN CARTAGINESA 95
En punto á las artes, no nos quedan monumentos de importancia,
salvo algunas necrópolis (v. gr. la de Baria-Villaricos),
pero sí algunos restos y las figuras de las monedas; debiendo
tenerse en cuenta que la mayoría de los objetos de carácter
fenicio que se hallan en la Península (§ 26) son, sin duda, de la
época cartaginesa. Se sabe que en este tiempo se construyeron
palacios, templos y carreteras. A los cartagineses se atribuye
la introducción en España de la cerámica de color claro, bien
cocida y á veces adornada con bandas de pintura roja, que se
ha mencionado antes (§ 15); de las sepulturas de incineración
en cavidades, ó en urnas de arcilla roja ó amarilla clara, monocromas,
con bandas de color y adornos de estilo geométrico,
flores, y figuras animales y humanas; de los sables ondulados
que se encuentran en algunas sepulturas y que se cree tomaron
los cartagineses de los griegos, quienes los usaban en el
siglo v; y, dudosamente, de los vasos de tipo griego ó italogriego
de figuras en rojo (siglos ιν-ιιι) que se hallan en los enterramientos
de la época.
El resultado de sus relaciones con los españoles, especialmente
á causa de los muchos colonos africanos que trajeron,
fué cambiar en parte las costumbres y el tipo de la población
en Andalucía; derivando de su influencia particularmente el
persistir aún siglos después, como hemos dicho (§ 25), el aspecto
fenicio de muchas localidades. En las monedas persistió también,
por mucho tiempo, la leyenda púnica.
Desde el punto de vista de la raza, conviene advertir que,
tanto los fenicios como los cartagineses de ellos derivados,
aunque hablaban un idioma semita, no eran antropológica ni
históricamente de la raza de los semitas puros (hebreos, árabes),
sino, muy probablemente, de la presemita, tal vez congénere
con la de los primitivos iberos; y á este mismo carácter
debieron corresponder los elementos africanos (bereberes, númidas)
que con ellos entraron.
ν
LA DOMINACIÓN ROMANA
Al principio, no pensaron los romanos en organizar intensamente
la conquista de España. Pero tenían que afirmar lo ganado,
cuando menos; y para esto, aun después de expulsados
los cartagineses, hallaron serios obstáculos. Las tribus indígenas
del E. y del S., es decir, las más civilizadas, por su mucho
contacto con las colonias extranjeras, se sometieron con bastante
facilidad; pero las del C, del N. y del O. opusieron, por
el contrario, gran resistencia. Por esto, la guerra comienza
apenas entran en la Península los romanos, y puede· decirse que
no acaba hasta tres siglos después. Sin embargo, cabe distinguir
en todo este largo tiempo dos períodos diferentes: el
primero, propiamente de conquista, que termina por dominar
los romanos en casi todas las regiones de España; y el segundo,
de organización, en el cual no se conquistan tierras
nuevas, pero hay que apaciguar diferentes sublevaciones de los
indígenas.
i.—CONQUISTA MILITAR DE ESPAÑA
38. La conquista. —Primeras luchas.—Estando todavía
Esciprón en Cartagena, antes de apoderarse de Cádiz, dos jefes
indígenas que habían sido aliados de los cartagineses atacaron
á los romanos. Llamábanse estos jefes Indíbil y Mandonio y
CONQUISTA MILITAR 97
dirigían mucha gente de distintas tribus. Después de luchas
sangrientas, fueron vencidos; pero á poco, habiendo salido Escipión
de España, se alzaron de nuevo, hasta que los generales
romanos, en una batalla, consiguieron matar á Indíbil y coger
prisionero á Mandonio, que fué degollado.
No se consiguió con esto la paz. La misma desunión é independencia
que existía en las tribus, era causa de que continuamente
guerreasen, ahora unas, luego otras; de modo que el
vencer á las de un territorio no era garantía de que las demás
quedasen sometidas; y aun las mismas vencidas una vez, alzábanse
de nuevo. Semejante continuidad en la lucha era muy
fatigosa para los romanos. Además, la manera de guerrear de
los españoles, en grupos pequeños, con sorpresas continuas,
valiéndose de los accidentes del terreno (muy conocido de ellos
y poco de los romanos), haciendo, en fin, lo que se ha llamado
más tarde «guerra de guerrillas», desconcertaba mucho á las
tropas invasoras, que peleaban en grandes masas, con armas
pesadas y gran impedimenta. Para sostener esta lucha, los
generales romanos tuvieron que ampliar los años de servicio;
y en vez de licenciar á los soldados cuando era costumbre,
retenerlos por más tiempo para no quedarse sin tropas. Lo
cual, unido al carácter implacable que tenía la guerra y á la
valentía salvaje de los indígenas, hizo que el servicio en el ejército
de España fuese tan temido en Roma como lo fué, v. gr.,
para nosotros, durante muchos años, el de Ultramar. Los soldados
romanos se resistían á venir á la Península; y así hubo de
crearse la leyenda del miedo á España, que, alimentada por mumuchas
victorias de los indígenas, influyó grandemente en la
duración de la guerra.
Al poco tiempo de vencidos y muertos Indíbil y Mandonio,
se levantan en armas varias tribus juntas, del C. y del O. sobre
todo (197 antes de Jesucristo).
Lo formidable de esta sublevación obligó á que viniese, para
ponerse al frente de las tropas, un general romano de gran
renombre, Marco Porció Catón; el cual, no sin gran esfuerzo,
venció al cabo. La sublevación retoñó en seguida, al saber los
indígenas que Catón se iba de España; pero éste los vence otra
vez, apoderándose de muchas fortalezas, mandando destruir
98 HISTORIA DE ESPANA
las murallas y torres de muchos pueblos, vendiendo como esclavos
á los prisioneros de guerra é imponiendo fuertes contribuciones.
Ni aun con esto cesó la lucha, sino que los generales
que siguieron á Catón hubieron de continuarla, especialmente
con los Lusitanos y con una federación de varias tribus del C.
(Carpetanos, Vacceos, Vetones y Celtíberos), á quienes vencen,
después de grandes pérdidas.
39. Tiberio Graco.—Primeros ensayos de organización.
—Hasta aquí, la conquista de España se había hecho militarmente,
es decir, por medio de la fuerza, aterrando á los indígenas,
cuando se les vencía, con las crueldades atroces que la
guerra llevaba entonces consigo. Al cabo vino un gobernador
romano que inauguró un nuevo procedimiento, más humano y
de resultados mejores. Llamábase Tiberio Graco y comenzó á
mandar en España en el año 179 antes de Jesucristo. Tiberio
Graco sometió muchos pueblos sublevados, pero supo tratar á
los vencidos con dulzura, por lo cual afirmó notablemente la
dominación. Concedió tierras bajo el patronato de los romanos
á muchos indígenas, inclinándolos á las tareas de la paz; estableció
numerosas relaciones de clientela en la forma que ya hemos
visto usaban entre sí los españoles, y concertó con tribus
celtíberas tratados de alianza, en los cuales se comprometierou
aquéllas á no levantar nuevos fuertes, á pagar tributos y á dar
soldados auxiliares al ejército romano. Merced á este procedimiento,
se gozó de paz por varios años, sin más que alguna
expedición de poca importancia contra diversos pueblos de
Celtíberos y Lusitanos.
Los muchos aliados y amigos que de este modo se procuró
Roma, llegaron á reconocer en grado sumo la autoridad de ésta,
al punto de acudir á la metrópoli en asuntos de justicia. El
motivo de esto fué que los gobernadores abusaban mucho de su
poder, imponiendo contribuciones desmedidas, saqueando á los
pueblos y ejerciendo actos arbitrarios. Los indígenas de algunas
localidades llegaron á enviar embajadores suyos á Roma, para
denunciar tales abusos y pedir que se refrenaran; pero no consiguieron
gran cosa, á pesar de que en la metrópoli hubo personas
de categoría que noblemente defendieron la causa de los
españoles.
PRIMERA GUERRA DE NUMANCIA 99
40. Estado general de España.—La falta de organización
de los indígenas les era muy desfavorable. Las tribus y los grupos
pequeños de tribus peleaban independientemente, salvo
algún caso de federaciones temporales. Su guerra, además, no
era continua: á intervalos, la dejaban, volviendo á sus hogares,
quizá para cuidar sus cosechas y atender á las labores del campo,
como hoy hacen las kabilas africanas. En vez de presentar una
fuerza compacta enfrente de los invasores,
carecían de todo sentido de unidad, ó
á lo menos no dieron muestras de tenerlo.
Parte de ellos ayudaba á los romanos, y
otra parte, según hemos visto, se había sometido
en seguida. El diferente grado de
civilización que tenían, las distintas costumbres
y la dificultad de comunicaciones,
eran causas de este diverso modo de proceder
y de aquella desunión.
Los romanos, en cambio, eran un pueblo
organizado y fuerte; de cultura superior
que ofrecía muchas ventajas, y empeñados,
cada día más, en dominar la Península. Sin
embargo, hasta el momento á que nos referimos,
sólo contaban para su obra con dos
elementos propiamente suyos: los soldados
del ejército que mandaban los generalesgobernadores,
y los trabajadores de las
minas, que empezaron i explotar desde
luego, como habían hecho antes los fenicios y cartagineses
veremos cómo, poco á poco, van ampliando su esfera de acción.
41. Primera guerra de Numancia.—En el año 152 se produce
nueva sublevación que empiezan los Lusitanos con su jefe
llamado Púnicos, el cual obtiene algunas victorias. Inmediatamente
se le unen las tribus de Vetones, y juntos consiguen tales
ventajas, que llegan casi á las orillas del mar en el territorio
ocupado por los romanos. Muerto Púnicos, le sucede otro jefe
llamado (según los romanos) Caesarus, el cual sigue venciendo.
La sublevación se extiende cada día más; y como muestra de la
división que reinaba entre los españoles, se ve á los Lusitanos
25.—Soldado romano
de tiempo de la República,
según Hottenroth.
Ya
100 HISTORIA DE ESPAÑA
de la orilla izquierda del Tajo atacar á los Célticos del S. de
Portugal, que eran subditos de los romanos.
Mientras tanto, surge también la guerra en otro punto de la
Península. Los habitantes de un pueblo español llamado Segeda,
quisieron reedificar parte de sus murallas. Los romanos se
opusieron á esto, diciendo que lo prohibían los tratados de
Tiberio Graco, á lo cual contestaron los de Segeda que estos
tratados se referían á la construcción de nuevas fortificaciones,
pero no á la recomposición de las que ya existían. Los romanos,
sin embargo, mantuvieron su oposición, y á la vez pidieron
tributos á los de Segeda. Irritados éstos, se sublevaron con
varias tribus de Arevacos, y, poniendo á su frente á un jefe llamado
Caro, obtuvieron la victoria; pero, muerto Caro, tuvieron
que retirarse á una plaza fuerte situada á orillas del Duero,
cerca del origen de este río, más arriba de Soria y llamada
Numancia, que quizá era la capital de toda la región. Los generales
romanos atacaron á Numancia, mas fueron vencidos, llegando
los españoles á tomar la plaza de Ocilis, que era de los
romanos y donde éstos tenían un almacén militar.
Como se ve, los romanos iban llevando la peor parte en
esta guerra. Un nuevo general, Marco C. Marcelo, logró recobrar
á Ocilis y hacer una paz provisional. Para ratificarla, los
Arevacos enviaron diputados ó embajadores á Roma, mientras
Marcelo seguía la guerra contra los Vetones y Lusitanos, venciéndolos.
E! gobierno romano no quiso aceptar la paz; y,
vueltos á España los embajadores (año 151), se reanudó la lucha
con Numancia. Sin embargo, el general Marcelo, viéndose en
malas condiciones, concertó un nuevo tratado; pero su sucesor,
llamado Lúculo, no se conformó con él y atacó desde luego á
los Vacceos, saqueando la población de Cauca. Los españoles
se retiraron á las plazas fuertes, llevándose todas las provisiones,
lo cvual colocó en apurado trance á las tropas romanas.
Lúculo tuvo que retirarse; y, no fiándose de él los habitantes
de uno de los pueblos sitiados, llamado Intercatia, convinieron
las condiciones de paz con un subalterno (tribuno militar ó
legado) cuyo nombre era Escipión Emiliano.
42. Sigue la sublevación de los Lusitanos. —Mientras
tanto, seguía la guerra con los Lusitanos, quienes vencieron al
SUBLEVACIÓN DE LOS LUSITANOS ΙΟΙ
general S. Sulpicio Galba, que mandaba las tropas romanas de
este lado. Galba se unió luego con el otro general, Lúculo, y
ambos atacaron de nuevo á los Lusitanos. Para vencerlos, usó
Galba de un gran engaño. Fingió' acomodarse á una paz; dejó
que los indígenas volviesen á sus faenas del campo y se establecieran
de nuevo en la llanura, abandonando sus refugios de
la montaña; les garantizó también el disfrute tranquilo de sus
tierras, y cuando los halló indefensos, cayó sobre ellos, acuchillándolos
sin piedad. La circunstancia de conceder tierras á
estos indígenas, con otras análogas, han hecho pensar á algunos
historiadores que se trataba en este caso, no de una sublevación
general de Lusitanos, sino tan sólo de los siervos cultivadores
de las tierras (§ 22), mientras que los señores ó propietarios
ayudaban á los romanos.
Sea de esto lo que quiera, la conducta atroz del general Galba
había de irritar á los españoles. Así que, en vez de apaciguarse
la lucha, se encendió con nuevos bríos. Al frente de
los Lusitanos se puso entonces un jefe llamado Viriato, hombre
de excepcionales condiciones guerreras, que había sido pastor,
según dicen los autores romanos, pero que llegó á tener una
personalidad grande. Durante varios años (ocho ó nueve) guerreó,
obteniendo señaladas y sucesivas victorias contra muchos
generales romanos, no obstante algunas pequeñas derrotas, de
que se rehacía pronto. Resultado de esto fué que á Viriato se le
reconociera como jefe en la Lusitania, en el país de los Carpetanos,
de que se apoderó, y en el de los Vacceos y Arevacos, confederados
con él. Las tropas romanas le temían; y hubiera
consolidado su independencia y la de gran parte del territorio
español, á no ser por la conducta desleal del gobierno romano
y algunas torpezas militares que Viriato cometió en sus últimos
años.
Hasta entonces, Viriato había conseguido vencer. El último
general á quien venció, Q. Fabio M. Serviliano Emilio, ajustó
con él un-tratado de paz, reconociendo su independencia. Pero
el gobierno romano hizo en esta ocasión como había hecho
siempre cuando no le convenía mantener la palabra dada por
sus generales en momentos de apuro: desaprobó el tratado
hecho por Serviliano, y envió otro jefe, Quinto Servilio Cepión,
1 7
102 HISTORIA DE ESPAÑA
el cual obtuvo algunas victorias parciales, ayudadas por la
imprevisión y las vacilaciones de Viriato. Trató éste de concertar
una paz conveniente, y envió embajadores suyos, á los cuales
ganó Gepión, comprometiéndolos á que asesinasen á Viriato,
como así lo hicieron mientras dormía. De este modo traidor
acabó por entonces la guerra de los Lusitanos; pues, si bien
las tropas de Viriato siguieron peleando por algún tiempo al
mando de otro jefe, éste fué derrotado, y Cepión pudo desarmar
á los Lusitanos y obligarles á que viviesen en tierras que
les señaló.
43. Nuevas guerras con Numancia y con los Gallegos y
Astures. — Ya hemos visto que se había reanudado la guerra
con Numancia. Preciso es advertir que, cuando se habla de esta
población, no se entiende que ella sola sostuviese la guerra con
los romanos. Numancia era entonces la plaza fuerte principal
de una confederación, en la cual entraban muchos pueblos; y
había también otras fortalezas, como las de Cauca é Intercatia,
que se han citado antes. El general romano Q. Pompeyo Rufo
exigió á los numantinos que entregasen á varios fugitivos de otras
tribus (del ejército de Viriato, según se supone) y que dejasen
las armas, y no aviniéndose á ello, los atacó; pero fué vencido
por el jefe indígena Megara. Pompeyo atacó entonces á otras
poblaciones, como Termancia y Malia; pero al cabo, desconcertado
por las constantes arremetidas de los españoles, firmó con
ellos un tratado de paz. Sucedió con éste como con el anterior.
No lo aceptó el gobierno de Roma, y el mismo Pompeyo
se atrevió á negar que lo hubiese concertado. Siguió, pues, la
guerra, y los numantinos y sus confederados (entre los cuales
se contaba entonces á los Cántabros, Vacceos, Lusones y otros)
vencieron á varios generales, convirtiéndose en terror de las
tropas romanas, que se desmoralizaron, negándose á veces á
luchar. El campo dé guerra comprendía no sólo los alrededores
de Numancia, sino otras muchas tierras, y por el N. hasta más
arriba de Palència. A la vez, otros generales romanos peleaban
en la región de los Astures y Gallegos, que oponían gran resistencia
á los invasores.
Desmoralizadas las tropas romanas, acobardado el gobierno
de la metrópoli, siendo el nombre de Numancia terror de los
NUEVAS GUERRAS CON NUMANCIA 10}
romanos (como se la llamó) hicieron éstos el último esfuerzo
enviando á España á su mejor general, Escipión Emiliano.
Acudió éste en primer lugar á la reorganización del ejército,
infundiéndole ánimos y acostumbrándolo á las fatigas, y trajo
para su ayuda tropas africanas al mando del rey Yugurta,
(como también había hecho Asdrúbal en su tiempo), reuniendo
en total 40,000 hombres. Escipión, en vez de aceptar batalla
con los numantinos, tomó el sistema de cercarlos con murallas,
de modo que no pudiesen comunicarse con los pueblos de
alrededor, ni recibir víveres y refuerzos. Con igual objeto interceptó
el río, para que no pudiesen entrar ni salir á nado,
como hacían. A los aliados de fuera dominó poco á poco, de
manera que los numantinos se encontraron solos y además
privados de alimentación y hasta de agua. A pesar de esto, algunos
muy valientes (Retógenes se llamaba uno), consiguieron
atravesar de noche el campo de los romanos para pedir ayuda
á pueblos vecinos. Las gentes de Lucia se lo prometieron, pero
Escipión las venció antes de que pudieran realizar su propósito,
cortando la mano derecha, según se dice, á 400 jóvenes.
Acosados por el hambre y demás molestias del sitio, los numantinos
llegaron á pedir la paz; pero, siendo demasiado duras
las condiciones que impuso Escipión, decidieron incendiar la
ciudad, pelear hasta morir unos y matarse otros, como así lo
hicieron; el general romano se apoderó tan sólo de un montón
de ruinas y de cadáveres. Así terminó la guerra de Numancia
(fecha incierta: del 134 al 132 a. de J. C), tras de la cual los
vencedores ocuparon muchos territorios de la Península, castigando
á los diferentes pueblos que habían luchado.
Semejante triunfo parece que, mantuvo la paz por algunos
años, durante los cuales Roma fué ensanchando su dominación,
apoderándose también de las Baleares (123), que hasta entonces
habían sido nido de piratas, quizá de procedencia cartaginesa
ó africana, restos del ejército que Magón llevó al huir de
Cádiz. Muy luego renováronse las hostilidades, produciéndose,
hasta el año 94, diversas guerras con los Lusitanos y Celtíberos,
en las cuales fueron sitiadas y tomadas poblaciones que ya figuraron
en guerras anteriores, como Termes ó Termancia, Colenda,
Cástulo y Jaén. Por entohces, invadieron la Península
104 HISTORIA DE ESPANA
unos pueblos barbaros venidos del lado de Alemania y llamados
Cimbros, que saquearon el N. de España durante tres
años; pero el general romano Fulvio, auxiliado por tribus
celtíberas, los derrotó, obligándoles á que se volviesen otra vez
por los Pirineos, dejando libre á España (112 a 100).
44. Guerra de Sertorio.—Los romanos se habían gobernado
hasta entonces por un sistema republicano, cuyo poder
superior era el Senado ó asamblea de patricios, en combinación
con diversos magistrados ó autoridades llamados cónsules,
pretores, tribunos, etc. Por este tiempo, comenzó á alterarse
semejante organización, merced á las ambiciones de algunos generales,
que querían hacerse dueños del poder exclusivamente.
Al fin lo consiguió, mediante la fuerza, un general llamado
Syla (ó Sulla) que tomó el nombre de dictador, con el cual se
conoce desde entonces el gobierno absoluto de origen militar.
Los excesos á que se entregó Syla y el descontento producido
por muchas de las leyes que dictó, promovieron varias guerras
civiles. Una de éstas tuvo por campo nuestra Península.
La dirigió Sertorio, general romano enemigo de Syla, que
para no ser muerto tuvo que huir de Italia. Al principio no
pudo sostenerse en España, por ser escaso su ejército, y marchó
al Africa; volviendo después de larga serie de peripecias
y aventuras, y logrando sublevar á muchas tribus indígenas
(año 80), con cuyo auxilio venció diferentes veces á los generales
enemigos.
Con esto, se creó Sertorio aquí una posición política independiente.
Era como un rey, que dominaba la mayor parte de
la Península. Para consolidar su situación, organizó en España
el gobierno, creando, á imitación de Roma, un Senado y las
autoridades de pretores, tribunos y otros. El territorio de la
Península lo dividió en dos provincias, llamada una (la del O.)
Lusitania,. con capital en Ebora (hoy Evora.—Portugal) y la
otra Celtiberia, con capital en Osea (Huesca). No se crea por
esto que Sertorio pensase en hacer autónoma á España y
crear en ella un reino ó república para sí. No participaba él de
los ideales indígenas de independencia. Su espíritu era totalmente
romano, y su aspiración final cobrar fuerzas en España
para luego dominar en Roma; y á este propósito trató de esta
GUERRA DE SERTORIO 105
blecer inteligencias políticas en la Galia meridional (S. de Francia)
y en los Alpes. Conforme á esto, sus preferencias iban
siempre del lado de sus compatriotas. El senado que creó en España
y los cargos de autoridad, no eran desempeñados por indinas,
sino por romanos. La verdadera y beneficiosa influencia que
produjo su dominación fué contribuir á extender la cultura,
pero desde el punto de vista romano; es decir, que los indígenas
fuesen adoptando la ciencia, las costumbres, el derecho, etc., de
Roma, á lo cual ayudaron instituciones como las escuelas que
creó en Osea, en las cuales enseñaban maestros griegos y latinos
y á las que concurrían hijos de las familias principales españolas.
45. Fin de la guerra.—Mantúvose la fortuna de Sertorio
algunos años. En 77 vino á España, á unírsele con bastantes
soldados (14,000, se dice), un oficial romano, Perpenna,
que en Italia había luchado también contra Syla. Pero, á la vez,
el Senado envió á España un nuevo general, de gran nombradla,
llamado Pompeyo. Sertorio trató de impedir que el ejército de
éste se uniese con el que ya estaba en la Península al mando
del general Mételo; pero no lo consiguió, siendo vencido cerca
de Sagunto. La guerra siguió con muy varia fortuna, victorioso
unas veces Sertorio, y derrotado otras, él ó sus oficiales.
Sertorio buscó la alianza de un rey asiático, llamado Mitrídates,
enemigo de Roma, el cual le ofreció buques y dinero. Pero
por la distancia que había de España al país de Mitrídates, y por
otras circunstancias, no pudo ser muy eficaz el auxilio de aquél.
Las relaciones de Sertorio con los indígenas y con sus mismos
partidarios, sufrieron modificación desfavorable. Los indígenas
comenzaron á flaquear en el favor que hasta entonces
habían concedido á Sertorio, bien porque les cansase á muchos
la guerra, bien porque el carácter puramente romano de ésta y
el poco caso que aquél hacía de los españoles les desagradase,
como era natural. Sertorio, al verse desamparado por algunos
jefes españoles, dícese que trató duramente á varios alumnos
iudígenas de las escuelas de Huesca, vendiéndolos como esclavos,
lo cual había de producirle grandes enemistades. Por otra
parte, los generales romanos pusieron á precio la cabeza de
Sertorio, en vista de no poder lograr una victoria definitiva; y
ιο6 HISTORIA DE ESPAÑA
entre los mismos romanos partidarios de éste, había algunos
descontentos y ambiciosos, uno de ellos el mismo Perpenna.
Sertorio empezó á recelar de todos y se confió especialmente
á una guardia de españoles, juramentados en la forma que,
como ya hemos visto (§ 22), usaban á menudo. Nada de esto
le valió, y fué asesinado (a. 72) en un banquete por varios conjurados
de su ejército. Perpenna, que tomó el mando, fué á
poco vencido por Pompeyo, y muerto; después de lo cual, todavía
siguió la guerra con gran resistencia de muchas poblaciones
como Osma, Calahorra y Cauca, que fueron unas asoladas
y otras incendiadas. Pompeyo logró al cabo dominar todo
el país sujeto antes á Sertorio; y, en muestra de sus victorias,
levantó en uno de los montes del Pirineo un trofeo (que hoy
ya no existe) en el cual decía haber sujetado á 1S8 pueblos
desde los Alpes al estrecho gaditano.
Desde las victorias de Pompeyo (año 71) hasta el año 61, es
decir, durante diez años, no parece que ocurrió nada notable,
militarmente, en España. En 61, vino de general Cayo Julio
César (que luego, como veremos, fué emperador en Roma), y
éste tuvo que luchar con los Lusitanos y los Gallegos. A varias
tribus de los primeros venció, haciéndoles bajar de las montañas
y que poblasen la llanura, donde eran menos de temer. En Galicia
se apoderó de Brigantium (Coruña). Poco después, en el
año 59, habiendo estallado una sublevación de los indígenas en
las Galias, muchos españoles Cántabros, Várdulos y Vascones
marcharon á auxiliarlos, teniendo allí que guerrear con César y
sus oficiales, que al cabo los vencieron, mientras que en España
otro genera!, Q. Mételo Nepos, luchaba con los Vacceos.
46. Nueva guerra civil romana.—Continuando el sistema
iniciado por Syla, César, Pompeyo y otros generales habían
querido ser dictadores. Para no destrozarse mutuamente, convinieron
tres de ellos (los dos nombrados y otro que se llamaba
Craso) en formar una liga, repartiéndose el poder en los
muchos territorios que tenían entonces los romanos (año 60).
A esto se llamó triunvirato (es decir, tres viri ó varones). Pero,
habiendo muerto en 5 3 Craso, los otros dos generales—que se
miraban desde un principio con envidia—quisieron cada uno
para sí el poder, y al fin riñeron. Pompeyo, que estaba en
NUEVA GUERRA CIVIL ROMANA 107
Roma, logró que el Senado destituyese á César del cargo de
general de las Galias; pero César, que ya antes se había acostumbrado
á prescindir dej Senado y á no hacer sino lo que le
convenía, desobedeció la orden, y con su ejército entró en Italia,
apoderándose de ella en dos meses y haciendo huir á Pompeyo.
Así comenzó la nueva guerra civil (año 49).
En España tenía Pompeyo tres jefes amigos, con gran número
de soldados. Contra ellos se dirigió César; 'y, habiendo
encontrado en Lérida á dos de,ellos (Afranio y Petreyo), los
venció, merced á su gran tacto y habilidad militar. El tercer
general amigo de Pompeyo, llamado Varrón, se encerró en Cádiz,
pero tuvo que capitular. César quedó
dueño de España; y, dejando aquí
á un oficial con tropas (48), volvió á
Roma, habiendo sido elegido dictador.
De Roma pasó á Tesalia, donde venció
á Pompeyo, y luego á África, donde
también derrotó á los partidarios de
aquél, cuyos hijos continuaron la guerra,
apoderándose de las Baleares y pasando
á España, en cuyo territorio Fig.26._Ei emperador Augusencontraron
muchos partidarios. César 10 según una moneda espatuvo
que volver á España, y, tras varios llol;i'
encuentros en que le auxiliaron algunos
indígenas, dio una batalla en Munda (cerca de Ronda, en la
falda de la sierra de Tolox), logrando victoria completa, aunque
á grande costa. Dícese que murieron más de 30,000 hombres
de ambos ejércitos. Con esto, quedó terminado lo principal de
la guerra; pero aun tuvo que luchar César para apoderarse de
Córdoba y otras ciudades, logrando matar á uno de los hijos
de Pompeyo llamado Cneo (año 45). El otro, llamado Sexto,
se refugió en las Baleares, desde do.nde siguió luchando como
pirata, entrando alguna vez en la Península-, hasta que años después,
vencido por mar, murió en Grecia(año 35). Mientras tanto,
César ejercía en Roma el poder de dictador de un modo tan omnímodo,
que era como un rey, hasta que en 15 de marzo de 44
fué asesinado. Después de su muerte se formó un nuevo triunvirato
entre Octavio, sobrino de César, y otros dos generales,
ιο8 HISTORIA DE ESPAÑA
Antonio y Lépido (43). Pero también se rompió esta ali
logrando la victoria
Octavio, que
en el año 30 quedó
dueño único
de Roma, asumiendo
todos los
cargos de autoridad
y recibiendo
el nombre de augusto.
Con esto,
el antiguo régimen
de gobierno
se cambia en el
nuevo, que se
llamó imperial.
47. Guerras
en España.-Au
gusto tuvo que
luchar no poco
con los indígenas
para asentar en
firme su dominación
en España.
Antes de quedar
dueño de Roma,
habíanse originado
en la Península
disturbios men
ced á la rivalidad
de dos jefes africanos,
Boceo y
Bogud, que habían
venido aquí
con ocasión de la
guerra civil romana;
por donde
se ve la interven
INVASIONES DE MOROS Y DE FRANCOS 109
ción constante que han tenido en nuestra historia antigua militar
los elementos africanos. A Bogud, que se hizo partidario de
Antonio, el enemigo de Augusto, ayudaron los Cerretanos ó
habitantes de la Cerdaña (N. de Cataluña), hasta que un general
romano, Domicio, los venció dando término á esta guerra.
Augusto combatió igualmente con los Cántabros y los Astures,
que hicieron entonces un último y desesperado esfuerzo. La
guerra duró cinco años y costó muchas batallas. El mismo
emperador se puso al frente de las tropas, mientras
uno de sus generales, Agripa, atacaba por
mar. Vencidos, al fin, los dos pueblos, fueron
crucificados los jóvenes indígenas más valientes,
vendidos como esclavos y diseminados por
España los demás y cambiadas de sitio muchas
poblaciones, apartándolas sobre todo de
los montes, que eran el mejor refugio de los
guerrilleros. Pero ni esto bastó; porque á los
dos años, habiéndose escapado, con muerte de
sus señores, muchos de los indígenas esclavos,
volvieron á su país y encendieron la guerra de
nuevo. El general Agripa logró al cabo vencer
también esta rebelión, pero no sin que le costara
gran trabajo y muchas pérdidas.
Con esto quedó terminada la conquista militar
de España por los romanos. Lo cual no
quiere dedir que reinase paz completa en la
Península, puesto que aun se produjeron algunos
levantamientos de tribus indígenas (Astures
y Lusitanos) aunque de escasa importancia;
de modo, que no dificultaron mucho la obra de organización, á
que se dedicaron, en gran escala, los emperadores. Los sucesos
militares que ofrecen más interés en esta época, hasta el fin de
la dominación-romana, provienen de invasiones extranjeras.
48. Invasiones de moros y de francos.—Ya hemos visto
la relación constante que los pueblos del N. de África tuvieron
con nuestra Península. Era por entonces aquella región (des
pues de la caída de Cartago) un centro militar importante,
cuyas tribus, unas veces lucharon contra los romanos, otras les
Fig. 28. - Guerrero
español gallego,
según una estatua
del siglo i de J.C.
Ι ΙΟ HISTORIA DE ESPANA
sirvieron de ayuda (como en la guerra de Numancia) ó intervinieron
en las contiendas civiles (como en tiempo de Pompeyo).
No estaban absolutamente desprovistas de cultura; y sus reyes
en frecuente trato con los romanos, participaban en gran
medida de la civilización de éstos.
Con tales precedentes, no extrañará que aquellas tribus intentasen
diferentes veces entrar en España, como los cartagineses
lo habían hecho antes. Por mar pirateaban todo lo posible, y los
romanos tuvieron que combatirlas. En nuestras costas hubo que
colocar tropas especiales y fortificaciones destinadas á rechazar
á los piratas africanos; hasta que en el siglo n d. J. C, por los
años de 170 á 180, gran número de moros entraron por Andalucía,
llegando hasta Antequera y sosteniendo combates con las
tropas romanas, que, al fin, los rechazaron. Un siglo después,
próximamente, otras tribus que venían del N. por la parte de
Francia, los Francos, invadieron á España llegando hasta Tarragona
y Lérida y dominando en la región NE. de la Península
durante algunos años, hasta que un emperador romano, Postumo,
los venció.
2.—ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y ADMINISTRATIVA
49. Primeras medidas de organización.—Se comprende
que mientras duró ia conquista militar—y sobre todo, en los
primeros tiempos, hasta después de la guerra de Numancia,—
ios romanos, no muy seguros de su dominación, atendiesen más
bien á afianzarla que á organizar el país. Por eso las grandes
reformas gubernativas son posteriores á las victorias de Augusto.
Sin embargo, antes de esto, las mismas necesidades de la
conquista obligaron á tomar algunas medidas importantes, ya
para el ejército, ya para el régimen de los terrenos dominados.
El núcleo de la influencia romana estaba en el ejército. El
jefe de éste era, á la vez, gobernador de las posesiones romanas
en España, y recibía diferentes nombres según los honores ó
grados que tenía en Roma. En la época de la República, los
gobernadores se llamaron procónsules y pretores (desde el 197),
generalmente.
PROCEDIMIENTO DE DOMINACIÓN I I I
El territorio quedó indiviso por algún tiempo (aunque de
hecho se solían distinguir dos grandes regiones militares, mandadas
por dos generales-gobernadores), hasta que en el año 197
(a. de J. C.) se dividió en dos provincias administrativamente
independientes. Se llamaron Citerior la una, y Ulterior la otra,
tomando como punto de partida el Ebro: Citerior (del lado de
acá) era la más próxima á Roma, y Ulterior (del lado de allá) la
más lejana. No se ha de entender por esto que fuera el río Ebro
la frontera entre ambas provincias, de modo que la Citerior
comprendiese los territorios del N., ó sea de la orilla izquierda,
y la Ulterior los del S. (orilla derecha). La verdadera línea
partía del río Duero y bajaba á encontrar la ciudad de Cástulo
(Cazlona), en Andalucía; por tanto, más bien que paralela, era
perpendicular al Ebro. Todo el territorio que quedaba al E. de
esta línea formaba la provincia Citerior, cuya primera capital
fué Cartagena, y luego Tarragona. Los territorios del O. formaban
la Ulterior, comprendiendo, pues, aquélla, la mayor
parte de España.
Esta división vino á confirmarse en el año 112—después de
la destrucción de Numancia—mediante la primera ley de organización
administrativa (lex ó formula provinciae) que para España
dictó, según costumbre de los romanos, una comisión de senadores.
En la misma ley (que no ha llegado hasta nosotros) se
fijaron las divisiones de distritos, las atribuciones del gobernador,
etc.
50. Procedimiento de dominación.—No fiaban los romanos
exclusivamente á las armas el establecimiento de su dominio
en España. De un lado, procuraban introducir elementos de
su país en la población de la Península, ora por medio de los
trabajadores que traían para la explotación de las minas, ora por
los soldados á quienes, después de licenciados, daban tierras ó
permitían fundar ciudades, y también mediante los hijos que nacían
de los matrimonios entre romanos é indígenas,de los cuales
se fundó una colonia en Carteya. De otro lado, los romanos hacían
por atraerse á los españoles, tratando de distinta manera á
los que se sometían sin lucha y á los que guerreaban más ó menos.
Así, á unas poblaciones las sujetaban al poder político del
gobernador y al pago de fuertes tributos y se llamaban estipen1
12 HISTORIA DE ESPANA
diarias; á otras se las eximía de este pago (inmunes), y á otras,
en fin, se las declaraba enteramente independientes y se les daba
el derecho de acuñar moneda, debiendo tan sólo ayudar á Roma
con tropas, barcos ó marineros (Ubres y federadas ó confederadas).
Llamaban federadas á las que obtenían esta condición por un
tratado y libres á las que la lograban por una ley. Se ve, pues,
que, en los primeros tiempos, los romanos no obligaron ä todos
los indígenas á regirse por las leyes políticas de Roma y á obedecer
á las autoridades romanas. Respetaron también las leyes
civiles; y así los pleitos referentes á españoles los decidía el
gobernador con arreglo á las leyes de la localidad y, á veces,
con ayuda de asesores y jueces indígenas.
Pero cuando hallaban gran resistencia á su dominación,
empleaban también, y muy duramente, medios de fuerza, ya
alterando las divisiones políticas y territoriales de las tribus
indígenas, ya trasladando á puntos lejanos grupos enteros de
población, ó impidiendo que se concentrasen los españoles,
destruyendo ciudades y exterminando á los habitantes.
Donde los romanos implantaban su régimen nacional y sus
costumbres de todo género, era en las ciudades fundadas ó pobladas
por ellos. Eran éstas de varias clases. Las colonias, que
se constituían principalmente con soldados veteranos ó con
gentes del pueblo venidas de Italia, á quienes se distribuían
tierras y que se llamaban liberae cuando estaban exentas de la
jurisdicción del gobernador; los municipios, cuyos habitantes
tenían iguales derechos que los de Roma, aunque no fuesen de
origen romano; las ciudades castrenses, que se formaban alrededor
de los campamentos de tropas y á veces se convertían en
colonias; los distritos mineros, que tenían su ley especial; las ciudades
latinas, que gozaban de igual derecho que los habitantes
del territorio italiano llamado Latió, el ma's inmediato á Roma,
y las ciudades de derecho itálico, equiparadas á las de Italia en
ia exención de impuestos y otros privilegios (i). De esta manera
(i) Para entender bien estas divisiones, hay que saber que los habitantes de Roma (ciudadanos
romanos) eran considerados ..dentro de las leyes romanas, como privilegiados, gozando
de la plenitud de los derechos civiles y políticos. A medida que Roma conquistaba
territorios en Italia, iba concediendo á los pueblos dominados algunos de los derechos propios
de los ciudadanos romanos, nunca todos; de manera que, según tenían más 6 menos,
LA ROMANIZACIÓN DE I.A PENINSULA I I 3
iban introduciendo en España habitantes de origen romano ó
italiano, y, juntamente con ellos, sus leyes y su régimen político
y civil, que, por ser más perfecto que el indígena en muchos
puntos, y por ese atractivo que los pueblos más civilizados
ejercen siempre sobre los menos civilizados, fueron imitándolo
poco á poco los españoles, especialmente los de ciertas regiones;
basta que más adelante los emperadores modificaron tal estado
de cosas (§ 6o).
51. La romanización de la Península.—No obstante todo
este conjunto de medios que empleaban los conquistadores, la
romanización de España caminó muy despacio en la primera
época.
La región que más pronto y con mayor facilidad recibió la
influencia romana y se amoldó á la civilización nueva, fué la del
S. (región andaluza), precisamente la más pacífica, la que había
tenido más contacto con las colonizaciones extranjeras antiguas,
y la más culta, según vimos. Además, los romanos fundaron en
ella mayor número de ciudades que en las otras regiones. Por
todo esto, ya á fines del siglo i las ciudades importantes ofrecían
casi por completo el tipo romano, y en los pueblos pequeños,
desde el siglo n, se pierden los caracteres indígenas en las construcciones
y manera de vivir.
Como una prolongación de este centro romanizado era el S.
de Portugal, donde la cultura romana arraigó también pronto,
habiendo fundado, antes de la época de la guerra cantábrica y
asturiana, cinco colonias. Algo más tardó en romanizarse la
región del E., á excepción de las grandes poblaciones como
Cartagena, Sagunto y Tarragona, donde los romanos tenían
guarnición y ciudadanos. El trabajo de asimilación no se hizo
activamente hasta César.
En cuanto á las regiones del C. y N., ya hemos visto, por
las muchas guerras que sostuvieron hasta Augusto, lo refracasí
era la importancia jurídica de estos pueblos, estableciéndose, pues, una jerarquía ó gradación,
desde los rumanos, que los tenían todos, á los habitantes de las provincias, que, por
seguir rigiéndose conforme i sus leyes especiales, no tenían ninguno de los derechos de
la ley romana. Así, no podían casarse con las ceremonias de los romanos, ni comerciar como
ellos en la forma y con las garantías legales de Roma, ni votar en las elecciones, etc.Los
latinos eran los que más se aproximaban á los romanos.
"4 HISTORIA DE ESPANA
tarias que eran á los romanos. Continuaron, pues, hasta esta
época (y algunas hasta mucho más tarde) con sus leyes, costumbres,
lengua, organización familiar y política, etc., fuera de
los centros de población romana que se fundaron en ellas.
En general, la romanización fué más activa en los habitantes
de ciudades (especialmente de las situadas en la dirección de
los grandes caminos ó carreteras) que en los del campo; y en
punto á muchos elementos de la civilización, aun en las ciudades
tardó en producirse, ó no se produjo sino muy imperfectamente,
puesto que el idioma indígena siguió usándose en casi
toda la Península, incluso en poblaciones romanizadas como las
federadas del S., que acuñaban moneda; y lo mismo sucedió
con la religión y muchas costumbres, particularmente las jurídicas,
cuya subsistencia aun reconocían las leyes en el siglo ν
y en el vi.
Las islas Baleares, que habían pasado por el dominio de
griegos, fenicios y cartagineses, conquistadas al cabo definitivamente
por los romanos, fueron asimilándose la civilización
de éstos; pero no figuraron como provincia de España hasta
más tarde. Las antiguas colonias fenicias, y particularmente
las griegas y aliadas de los romanos, conservaron su organización
tradicional. Sagunto fué reedificada y prosperó mucho
bajo la dominación de Roma.
52. Reformas de los emperadores.—Los emperadores romanos,
desde Augusto, consumaron la asimilación de la Península.
No todos ellos, sin embargo, tienen importancia para
nuestra historia. Hubo algunos que se interesaron por España,
hicieron reformas en su administración ó la embellecieron con
obras públicas, siendo, la mayoría de éstos, españoles de nacimiento.
Sólo, pues, en ellos hemos de ocuparnos, porque son
los únicos que importa citar en la historia de España, aparte de
otros que reflejaron en la Península la crueldad de su conducta.
Hasta el tiempo de Augusto ya hemos visto que España estaba
dividida en dos provincias. Augusto (ó quizá su sucesor,
Tiberio) formó con parte de la Ulterior otra provincia llamada
Lusitania, que comprendía Portugal y Extremadura; y como
por la distinta conducta de las regiones requerían éstas diferente
goDÍerno,más ó menos militar, se estableció luego que dos
GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS "5
délas provincias quedasen bajo la dirección inmediata del emperador,
el cual nombró gobernadores militares con el nombre
de legados, y que la otra dependiese del Senado romano, con
carácter más civil. Los nombres antiguos cambiaron, llamándose
la Citerior, Tarraconense, y la parte de la Ulterior que quedó
separada de la Lusitania, Bética. Esta, como más pacífica, fué la
que dependió del Senado. Hasta muchos años después, en el
216, continuó esta división. En aquel año, el emperador que
regía, llamado Antonino Caracalla, creó nueva provincia con la
parte de Galicia y Asturias; de modo que fueron ya cuatro las
provincias de España. Otro emperador,
llamado Diocleciano, también del siglo
ni, hizo una división general de ios
dominios romanos, distribuyéndolos en
grandes regiones llamadas prefecturas,
éstas en otras más pequeñas (diócesis)
y las diócesis en provincias. España formaba
una diócesis dentro de la prefectura
de las Galias, y se dividió interiormente
en cinco provincias, creando ¡a
Cartaginense (con la parte S. de la Tarraconense)
y añadiendo al gobierno
de la Península las Baleares (provincia
Baleárica) y parte del N. de Africa
(provincia Mauritania Tingitana).
La división de las provincias entre el emperador y el Senado
desapareció, y ya todos los gobernadores fueron de nombramiento
imperial, llamándose legados, presidentes ó rectores. El
gobernador general de la diócesis de España se llamó vicario.
53. Gobierno de las provincias en la primera època imperial.—
El gobernador de la provincia, aunque autoridad suprema,
no érala única. En las provincias del emperador (mientras
existió esta clase), por ser aquél de carácter principalmente
militar, tenía como auxiliares legados y otros funcionarios de
carácter más determinadamente civil y judicial, de los cuales
había varios en cada provincia. Al territorio donde cada uno de
éstos ejercía sus funciones, se llamaba diócesis, nombre que sirvió
luego á Diocleciano para aplicarlo á todo el territorio español,
g. 29.—Insignias del Vicario
de la Diócesis española. (Las
figuras representan las divisiones
provinciales de España.)
116 HISTORIA DE ESPANA
y también á los obispos cristianos para la demarcación de sus
diócesis eclesiásticas, que, como veremos, empezaron por coincidir
con las de los legados llamados jurídicos.
Como el gobernador asumía todos los poderes, civiles y militares,
él era quien fallaba los asuntos ó pleitos, tanto de los
indígenas como de los romanos; mas para esto se ayudaba de
un cuerpo consultivo formado por ciudadanos romanos, los más
importantes de cada provincia, quienes se reunían, periódicamente,
en determinadas poblaciones; y de jueces, que unas veces
eran romanos y otras indígenas. Las reuniones de aquel cuerpo
consultivo se llamaban conventus,y de aquí el nombre de conventos
jurídicos que tomaron después los lugares donde se administraba
justicia, cada uno de los cuales formó como la capital de un distrito,
análogo, v. gr., á los partidos judiciales de nuestros días.
Además había en cada provincia Asambleas de carácter popular
y representativo. Se crearon en primer término para la
celebración de las fiestas religiosas dedicadas al Emperador,
pero tuvieron también atribuciones políticas y administrativas,
entre las cuales la más importante era la de fiscalizar ó juzgar
los actos del gobernador, pudiendo acusarle, enviar delegados á
Roma con este objetó y hasta procesarle. Eran, pues, una salvaguardia
de loe derechos de los gobernados. Las formaban diputados
que nombraban las ciudades de cada provincia, y se
reunían todos los años.
54. Legislación general.—No obstante su.poder absoluto,
los gobernadores no podían, legalmente, proceder de un modo
arbitrario. Habían de sujetarse al derecho, y, por tanto, debían
tener en cuenta, no sólo las leyes generales de Roma, sino lo
que se llamó el yus gentium, ó sea el derecho que se aplicaba á
los extranjeros en sus relaciones con los ciudadanos romanos,
y las mismas leyes y costumbres indígenas. Además, como
muchas de las ciudades de las provincias, ó habían sido fundadas
por una ley especial ó tenían reconocidos en tratados de paz
y alianza ciertos privilegios (como las españolas libres y federadas),
también había de respetar el gobernador la organización
y facultades de ellas.
Por su parte, él publicaba, al empezar el ejercicio de su cargo,
una especie de programa de los principios y reglas á que se
EJERCITO PROVINCIAL 117
sujetaría en su gobierno; y á esto, que formaba la ley especial
de cada provincia mientras duraba el gobernador que la había
dado, llamábase edicto provincial. Para casos particulares daba el
gobernador otros edictos y decretos. Más tarde hicieron lo mismo
los emperadores, de quienes han llegado hasta nosotros bastantes
disposiciones referentes á España en el orden político, administrativo,
penal y civil. El texto de las leyes se grababa en
planchas de cobre ó bronce.
Como se ve, el gobernador estaba sujeto por muchas trabas
ó condiciones legales. A pesar de ello, abusaba á menudo de su
poder, particularmente en los asuntos de Hacienda; pero los
habitantes de las provincias, reconociendo su derecho, no dejaban
de protestar, ya por medio de las Asambleas provinciales,
ya, por lo que toca en particular á los indígenas, enviando
delegados á Roma y hasta levantándose en armas, como hicieron
los de la Bética contra su gobernador Vibio Sereno y
los de la Tarraconense contra Lucio Pisón; obteniendo los
primeros que el Senado desterrase al gobernador.
55. Ejército provincial. — En un principio, los romanos
no admitieron en el ejército más que ciudadanos. El servicio
militar era una función ciudadana, de carácter obligatorio. Pero
con el tiempo fueron recibiendo soldados que no eran ciudadanos
y formando con ellos una clase especial constituida por
las tropas reclutadas en las provincias. Los cuerpos de ejéroito
se llamaban en esta época legiones, cuyo contingente varió
mucho, siendo en el siglo 1 de unos 5,000 ó ó,000 hombree,
contando la cabal·lería. La infantería dividíase en grupos de
500 (cohortes), y éstos en manípulos (100) y en centurias (60 ó 30).
El signo distintivo de cada legión era el águila, que constituía
su bandera. Las tropas de no ciudadanos se llamaban
auxilia ó auxiliares, y 9e dividían en alas, sin número fijo de hombres.
Andando el tiempo, esta diferenoia entre una y otra clase
de tropas desapareció, formando indistintamente en las legiones
ciudadanos romanos y provinciales. Los indígenas españoles
dieron gran contingente á los auxilia, siendo reclutados por los
gobernadores, hasta que, por último, desapareciendo el privilegio
antiguo, las legiones vinieron á formarse de toda clase de
tropas. Entonces hubo legiones especiales de españoles, que no
1 8
i iS HISTORIA DE ESPANA
sólo estuvieron de guarnición en España, sino que guerrearon
en otros territorios romanos. El tiempo de servicio era de 2.0
afios en las legiones ó 25 y 25 en los auxilia; y el haber del
legionario, unos 978 reales anuales.
Como hemos visto, en los primeros tiempos fué el ejército la
base principal de la influencia romana. Los puntos donde residían
las legiones, bien fuesen ciudades, bien campamentos,
tenían gran importancia, por la población
que en ellos se aglomeraba, el gran
consumo que hacían y por tanto el comercio
á que daban lugar. Así que, á
menudo, los campamentos que alcanzaban
cierta estabilidad se convertían en
ciudades, como sucedió á León, asiento,
por muchos años, de una legión llamada
VII Gemina, creada con reclutas españoles
en el siglo 1; y desde luego, las
poblaciones principales eran las que tenían
guarnición, como Cartagena, Tarragona,
Córdoba, Denia, etc. Además,
con los soldados cumplidos (veteranos)
se solían fundar ciudades (colonias), á
cuyas fundaciones dieron gran impulso
César y Augusto; constituyendo así núcleos
de población civil adicta á los
Fig. 50.-Legionario romano. rornanos, que contribuyeron mucho á
la romanización de la Península.
En tiempo de paz, los soldados se ocupaban en la construcción
de obras públicas, y á ellos se deben, principalmente, las
carreteras de España, de que luego hablaremos.
Las legiones y auxilia formaban el ejército regular. Pero además
se autorizó en tiempo del imperio la formación de· tropas
irregulares, que eran las milicias provinciales y municipales, constituidas
por los paisanos de las poblaciones, en casos extraordinarios.
56. La Hacienda provincial.—Las provincias romanas pagaban
inpuestos φ contribución á la metrópoli. Los conceptos
de pago eran diferentes, habiendo muchas clases de contribuGOBIERNO
LOCAL "9
ciones, algunas de ellas subsistentes hoy día, como la que se
pagaba por la propiedad territorial.
Establecieron también los romanos aduanas, que constituían
un nuevo ingreso; y además el gobierno se apoderó de muchas
de las minas que había en España, de las cuales sacaba gran
riqueza. Las que pertenecían á ciudades ó particulares pagaban
un impuesto.
Los jefes de la Hacienda provincial se llamaban auestores
ó procaradores y racionales. Lo general en tiempo del imperio,
era que, tanto las Aduanas como el cobro de los impuestos, se
arrendasen á compañías ó particulares, como hoy se hace, v. gr.,
con las cédulas personales, ó ios consumos.
57. Gobierno local. —Lo que hemos dicho en los últimos
párrafos se refiere al gobierno general de las provincias. Veamos
ahora cómo estaba organizado el gobierno local, es decir,
el de las ciudades y pueblos de diversa categoría.
Sabemos ya la diferencia existente entre ciudades indígenas
y ciudades romanas. De aquéllas, excepción hecha de las estipendiarías,
las demás eran independientes en su régimen político
y administrativo, de modo que seguían regidas por sus
leyes y costumbres peculiares. Pero de toda esta parte de la
población, que tenía que ser numerosa, por ser indígena, nada
podemos decir. Se ignora cómo tenían organizado su gobierno
(salvo lo que se ha dicho en el párrafo 21) y también las modificaciones
que hubo de producir en ellas el contacto con los
romanos. Seguramente, estas modificaciones serían más ó menos
grandes según el contacto fuese mayor ó menor y más ó
menos intensa la romanización; siendo muy probable que las
más de las poblaciones indígenas adoptasen, al fin, el sistema
romano.
De éste conocemos bien los pormenores; y aunque las ciudades
romanas de las provincias eran de varias clases, y cada
una tenía su ley especial, conformaban en lo más importante,
constituyendo un sistema común de gobierno que se conoce
con el nombre de régimen municipal, aunque se refiere, no sólo
á los municipios propiamente dichos, sino también á las colonias,
que no diferían esencialmente de aquéllos en la organización.
120 HISTORIA DE ESPANA
58. Régimen municipal.—Lo conocemos, por lo que respecta
particularmente á España, merced al hallazgo de algunas
de las leyes ú ordenanzas especiales dadas en tiempo de los
emperadores á las ciudades de Osuna, Málaga y Salpensa
(cerca de Utrera), la primera de ellas colonia romana fundada
por César, y por otros documentos jurídicos emanados de las
autoridades municipales. Los habitantes de las ciudades romanas
se dividían en tres clases, como hoy día: vecinos (aves),
domiciliados (íncolas) y transeúntes (hospites y adventores). Los
primeros eran los únicos que tenían originariamente derecho á
ejercer cargos públicos. Los segundos llegaron con el tiempo
á tener igual derecho, y unos y otros pagaban las cargas municipales,
que consistían en contribuciones y en servicios personales
y reales, como el militar, el de correos y otros.
Para el mejor régimen y sujeción de los indígenas, las ciudades
romanas solían tener incorporadas ó anexionadas otras
ciudades españolas vecinas; y los habitantes de éstas eran considerados
como íncolas de aquélla.
Juntos unos y otros, formaban el pueblo, que para las funciones
políticas y administrativas de la ciudad constituía una
Asamblea popular distribuida en secciones de diferente grado,
llamadas tribus, curias ó centurias. Esta Asamblea tuvo por
objeto principal, durante muchos años, la elección de las autoridades
superiores ó magistrados, para lo cual se verificaban
votaciones en forma análoga á la que hoy usamos para la elección
de concejales: con mesas electorales, urna, irterventores,
escrutadores, etc. La Asamblea, además, deliberaba acerca de
los intereses generales de la ciudad, tomando acuerdos que
tenían el carácter de leyes.
Los funcionarios ó autoridades que elegían las asambleas
eran cuatro. Dos de ellos llevaban el nombre de dunviros (duumviros)
y eran los principales, como si dijéramos los alcaldes mayores;
y los otros dos se llamaban ediles. Los dunviros presidían
las Asambleas, administraban justicia y organizaban y mandaban
las milicias municipales. Los ediles tenían á su cargo la policía
urbana en todos sus géneros, y el orden público en los espectáculos.
Había además otros funcionarios como los cuestores ó
administradores y tesoreros del municipio; y personal subalRÉGIMEN
MUNICIPAL 121
terno análogo al de hoy día, como los lictores (parecidos á nuestros
maceros), los escribas ó escribanos, los pregoneros, etc.
Para la formación del censo, de las listas electorales, arrendamientos
de las propiedades de la ciudad y otros fines semejantes,
estaban los llamados quinquenales, elegidos también por el
pueblo.
Todas estas autoridades estaban obligadas á responder civilmente
de su gestión, y para ello se les exigía fianza. Era
además costumbre que, al tomar posesión del cargo, diesen
cierta cantidad de dinero para espectáculos ó construcción de
edificios públicos.
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Fig. 31,—Fragmento de la Ley municipal de Osuna, grabada en bronce.
Los dunviros y ediles tenían á su lado, como cuerpo consultivo
y activo, un Consejo municipal (curia) de diverso número
de individuos, según las ciudades, y elegido por aquéllos.
Los miembros del Consejo se llamaban decuriones y entendían
en multitud de asuntos del orden religioso, político, económico,
judicial, militar, etc., en suma, todas las cuestiones importantes
para la ciudad, siendo sus decisiones obligatorias para
los magistrados; de modo que, en rigor, ellos eran los legisladores
del municipio.
Finalmente, las ciudades solían nombrar una especie de diputados
representantes, gestores de negocios ó protectores, á
los cuales encargaban la defensa de sus intereses cerca del poder
central, en Roma. Se llamaban patronos y eran siempre
122 HISTORIA DE ESPANA
personas influyentes y ricas que vivían en la metrópoli. Las
aldeas ó distritos rurales (vici, castellà, pagus), administrativamente
dependientes de las ciudades (oppidum), tenían, sin embargo,
personalidad para ciertos actos de interés local y el derecho
de formar asambleas de vecinos (fora, concilidbula).
59. Hacienda municipal é instituciones que mantenía.—
Las ciudades tenían su presupuesto, que unas veces formaban
y aprobaban los magistrados, y otras veces el gobernador de
la provincia. Los principales capítulos de gastos eran la construcción
y reparación de edificios y caminos públicos, pago de
tributos al Estado, dotación de maestros de escuela y médicos
municipales, sueldo de los empleados, etc. Para subvenir á
estos gastos, contaban las ciudades con las contribuciones que
pagaban los vecinos é íncolas, las multas que se imponían á
funcionarios y particulares, las fundaciones ó mandas que se
dejaban á veces con un fin benéfico (v. gr., asilos) y también con
las propiedades de la ciudad, consistentes en tierras de labor
dehesas y bosques, lagos y minas, todas las cuales se arrendaban.
Entre éstas propiedades, había algunas que eran de disfrute
común y gratuito para los vecinos, quienes enviaban allí á
pastar á sus ganados ó sacaban leña, como todavía se hace hoy
en muchos pueblos de Europa, incluso España. Estas tierras no
se podían vender.
60. La unificación jurídica.—Los emperadores romanos
impulsaron mucho la igualdad de los derechos civiles y políticos
entre todos los habitantes del imperio. Ya hemos visto las diferencias
que había entre ciudadanos romanos, latinos, extranjeros,
etc. Estas diferencias fueron borrándose, con lo cual se
adelantaba la asimilación de los pueblos conquistados, que, al
ver como se les concedían derechos que consideraban superiores,
se mostraban más amigos y agradecidos á Roma. La primera
modificación la introdujo un emperador del siglo i, llamado
Vespasiano, el cual se interesó mucho por España, según veremos.
Concedió á todas las provincias el derecho latino, es decir,
el goce de iguales derechos (en su relación con Roma) que
los ciudadanos latinos; de modo, que todos los que ocupaban
un grado inferior subieron con esto en consideración jurídica.
Más de un siglo después, otro emperador ya citado, Antonino
LA ÉPOCA DE ORO 12J
Garacalla, dio un nuevo paso, concediendo el derecho de ciudadanía
(ó sea de igualdad con los ciudadanos romanos) á todos
los subditos del imperio. Sin embargo, esta concesión no borró
todas las diferencias, porque continuaron subsistiendo en gran
parte las antiguas entre ciudadanos y no ciudadanos, latinos y
peregrinos ó extranjeros; ni suprimió tampoco las distintas
categorías de ciudades. La influencia del trabajo unificador
que los emperadores citados y otros (como Adriano, Septimio
Severo. Alejandro Severo y Diocleciano) emprendieron, tuvo
por consecuencia, sobre todo, extender el derecho romano é ir
infiltrando sus reglas y principios en las poblaciones indígenas
conquistadas.
61. La época de oro de España.—Con este régimen que
llevamos expuesto y el gran derarrollo que tomó la romanización,
vivió la Península muchos aflos creciendo en importancia
política, comercial y económica. Tuvo la suerte, en primer término,
de que muchos emperadores se interesasen por el florecimiento
de estas provincias, impulsando en ellas la construcción
de obras públicas, favoreciendo el comercio y la cultura general.
De éstos fueron, en primer termino, Vespasiano, Tito y
Nerva, todos del siglo i. La protección de Vespasiano la agradecieron
muchas riudades españolas tomando el nombre de
Flavias, que era el de la familia del emperador; y á Tito se le
llamó amoi y delicias del género humano, para significar la bondad
y rectitud de su carácter y conducta.
Después de la muerte de Nerva, comienza otra serie de emperadores,
todavía más favorable á España, puesto que muchos
de ellos fueron españoles ó descendientes de españoles. Tales
son Trajano, natural de Itálica (cerca de Sevilla); Adriano,
oriundo de la misma ciudad; Marco Aurelio y Teodosio; con
otros que, sin tener aquella cualidad, fueron buenos gobernantes,
como Alejandro Severo y Diocleciano. Los emperadores españoles,
sobre todo, se interesaron por su patria en iguales términos
que Vespasiano y los demás citados antes. Adriano visitó
largamente la Península, convocando las Asambleas provinciales
y. enterándose de las necesidades de los pueblos, y Alejandro
Severo cuidó mucho de que las provincias tuvieran buenos
gobernadores, consultando al pueblo sobre los nombramientos.
124 HISTORIA DE ESPANA
62. Decadencia del imperio romano y de las provincias.
—Con varías causas graves de disolución luchaba el imperio
romano. Era una el desconcierto político, originado por las luchas
entre los que pretendían ser emperadores y el despotismo
de muchos de ellos, como Tiberio, Nerón y otros, cuyo nombre
ha quedado célebre por los crímenes atroces que cometieron.
El ejército, de quien los ambiciosos acostumbraban á valerse,
provocando sublevaciones y algaradas, llegó á ser un poderoso
elemento en la gobernación del Estado, ayudando á la desorganización
y desprestigio de éste, puesto que llegó el caso de
que los soldados ofrecieran el imperio á quien diese más por él.
Por otra parte, las costumbres públicas y privadas se habían
pervertido mucho. Los romanos y los pueblos romanizados,
con la grandeza adquirida, se acostumbraron al lujo, á la molicie,
se hicieron egoístas, olvidaron los antiguos sentimientos
patrióticos y militares y perdieron con esto la fuerza inmensa
que en la época de las grandes conquistas tuvieron. Los gobernadores
de las provincias, siguiendo el ejemplo general, abusaron
de su poder con frecuencia, robando y maltratando á sus
gobernados; no obstante que, á menudo, los pueblos se quejaban
al emperador, obteniendo alguna vez justicia, como hubo
de suceder con un gobernador de España en tiempo del emperador
Domiciano. La administración local ó de las ciudades se
fué también corrompiendo y perdiendo los pueblos en libertad
y en pureza de costumbres.
Como si no bastasen todas estas causas, que ya en los primeros
tiempos del imperio (siglos i y n) empezaron á influir,
desde el siglo ui se une á ellas un peligro muy grave del orden
internacional.
Los romanos habían extendido su poder no sólo por la Europa
meridional, sino por toda la central, comprendiendo el
territorio moderno de Francia, Bélgica, parte de Holanda,
Suiza, Alemania del Sur, Austria, Hungría, algo de Rusia, é
Inglaterra; pero más allá de sus fronteras vivían muchos pueblos,
que los romanos designaban con el nombre general de
Barbaros, y con los cuales tuvieron que luchar muchas veces,
ya para conquistarles terreno, ya para rechazar sus ataques
é invasiones, como hemos dicho en punto á los Cimbrios,
DECADENCIA DEL IMPERIO ROMANO I 25
126 HISTORIA DE ESPAÑA
Francos, etc. A partir del siglo πι, estos pueblos menudean sus
ataques, amenazando con destruir el imperio; y los romanos
se vieron obligados á dedicar gran parte de sus fuerzas á rechazarlos
y defenderse de ellos. Muchas veces, no pudiendo
hacerlo por las armas, hubieron de entrar en tratos con los
Bárbaros, cederles territorios del imperio y alistarlos en el
ejército romano, confiando, incluso, la defensa de las fronteras
ó límites del N., á las tribus aliadas, para que detuviesen á las
que seguían siendo enemigas.
Esta situación, siendo cada día más débil el imperio, era muy
grave y había de terminar por la pérdida total del poderío
romano.
No faltaron emperadores, en el siglo m y después, que trataran
de reanimar el poder de Roma, procurando reformar el
gobierno y luchando con los Bárbaros. De éstos fué uno de los
principales Diocleciano (año 292), el cual reorganizó la división
política y administrativa de los dominios romanos (§ 52) y modificó
el régimen del ejército, desapareciendo desde entonces
los nombres de legión, auxilia, etc., que hemos visto antes, y viniendo
á quedar formado el núcleo de las tropas con extranjeros
ó Bárbaros. Años después, otro emperador, español de nacimiento,
llamado Teodosio (j8o 395) hizo un nuevo esfuerzo,
guerreando ventajosamente contra varios pueblos bárbaros, procurando
robustecer el imperio y moralizar la administración;
pero todos estos esfuerzos fueron inútiles. El imperio hubo de
ir poco á poco cediendo sus territorios á los invasores y así
ocurrió con España, que, según veremos, cayó en poder de uno
de aquellos pueblos, el de los Godos.
63. Ultimas reformas.—Ya hemos dicho que la desorganización
del gobierno provincial y local iba cada día en aumento.
Las Asambleas populares cesaron de elegir á los magistrados ó
autoridades municipales, siendo la curia misma, con el gobernador,
quien por sí los nombraba, quitándoles también muchas
de sus antiguas atribuciones judiciales, adminiitrativas y económicas.
Con objeto de tener seguro el pago de los tributos, los
emperadores hicieron responsables de ello á las autoridades,
que habían de pagar con sus bienes si el vecindario faltaba; y
como por esta razón empezaron muchos á excusarse de ser nomULTIMAS
REFORMAS 127
brados para aquellos cargos, se mandó que fuesen obligatorios
y luego hereditarios, de modo que pasaban de padres á hijos
forzosamente. De este modo se arruinaban ias familias ricas ó
meramente acomodadas, se esclavizaba á las personas y se hacía
odiosa la administración municipal. La tiranía llegó al colmo
cuando, para evitar el único medio de salvación que quedaba á
la riqueza particular— el de vender las propiedades para que no
cayesen en manos de la administración,—se prohibió que nadie
pudiese hacerlo sin permiso del gobernador, con otras limitaciones
tan insufribles como ésta.
La situación de los vecinos de las ciudades llegó á ser tan
triste, que muchos, para librarse de aquellas cargas, se hicieron
voluntariamente siervos; pero aun así no se libraron, puesto
que los emperadores dispusieron que, aun siendo siervos, no se
eximiesen de ser miembros de la curia. En fin, las cosas llegaron,
en el siglo ív, hasta el punto de enviar á las corporaciones
municipales, como si fuesen cárceles ó presidios, á los condenados
por ciertos delitos.
Se comprende bien, con esto, que los habitantes de las ciudades
estuviesen descontentos, descuidaran la administración de
los intereses comunes y deseasen librarse de aquellas imposiciones
odiosas. Algunos emperadores quisieron remediar la
situación. Valentiniano I (siglo iv) creó un funcionario especial
llamado «defensor de la ciudad» (defensor civitatis), cuyo
objeto era fiscalizar los actos de los gobernadores y autoridades,
de los recaudadores de contribuciones, etc.; defender los
derechos de los ciudadanos y, sobre todo, de los pobres, y administrar
justicia. Su elección fué popular unas veces, y otras
hecha por los obispos y el clero cristianos, que ya entonces,
como veremos en seguida, tenían gran importancia. Otros emperadores
quisieron renovar el espíritu regional, convocando de
nuevo las Asambleas provinciales, animándolas y haciéndoles
ver el peligro de la invasión de los Bárbaros. Pero las provincias
estaban cansadas de tantoisufrir, los ánimos decaídos, la
desorganización demasiado adelantada para detenerse, y los
remedios de Valentiniano y otros produjeron escasos efectos.
128 HISTORIA DE ESPAÑA
3.—ORGANIZACIÓN Y VIDA SOCIAL
64. Clases sociales.—Ya hemos visto las diferentes clases
sociales que existían entre los indígenas
españoles. Los romanos vinieron á confirmarlas
en parte, creando luego otras nuevas.
En primer lugar, distinguían los hombres
en dos grandes clases: esclavos y Ubres.
Los esclavos eran, generalmente, ó prisioneros
de guerra, ó extranjeros vendidos
(incluso negros de África, que ya fueron
usados entonces como esclavos); pero también
lo podían ser ciudadanos, que perdían
con ello su condición. Estos esclavos—que
eran á modo de criados forzosos, sujetos
en un todo á su amo, á quien se reconoció
hasta el derecho de
vida ó muerte sobre
ellos—no tenían con
su señor otra relación
que la personal de
servirle y obedecerle.
Los esclavos romanos
podían ser declarados
libres, y formaban entonces
una clase superior,
pero no igual á
la de los hombres que
no habían estado nunca en esclavitud. Entre
los libres, la jerarquía contaba varios grados,
que fueron modificándose con el tiempo.
Fudamentalmente, estaban de un lado los
aristócratas ó patricios, y de otro el pueblo
(plebs); luego vinieron las diferencias de
que ya hemos hablado, entre ciudadanos,
latinos, extranjeros, etc., cada uno de cuyos grupos tenía diversa
consideración social. En las ciudades, los magistrados y
Fig. 55.— Tipo de esclavo
romano, según relieve del
sepulcro llamado de los
Escipiones.
34·—Noble romano.
LAS CLASES SOCIALES Y LAS CORPORACIONES 129
miembros de la curia formaban las clases privilegiadas y superiores.
Luego seguían los propietarios ricos y los comerciantes
que no pertenecían al gobierno local; detrás de éstos,
los artifices, es decir, los que desempeñaban profesiones de las
que llamaban los romanos liberales (pintores, arquitectos, cinceladores,
médicos, etc.), y detrás aun los obreros, es decir, los
que ejercían profesiones manuales ó no liberales.
65. Corporaciones y sociedades.—Los obreros (y aun algunos
de otras clases, como los comerciantes) solían formar
sociedades ó corporaciones llamadas collegia y corpora, en las
cuales se agrupaban todos los de un mismo oficio ó empleo,
pudiendo figurar en ellas también los esclavos.
La creación de estas sociedades fué enteramente libre en un
principio, pero necesitaban, para fundarse, permiso de la autoridad,
que ejercía también sobre ellas cierta inspección. Tenían
las corporaciones domicilio social ó local propio, un patrono ó
dios tutelar, caja ó tesoro formado por las cuotas que pagaban
los asociados y por los bienes muebles é inmuebles de la corporación,
y celebraban fiestas religiosas y banquetes. En España
se sabe que hubo muchas corporaciones de éstas, como la de
comerciantes de aceite en Andalucía, la de broncistas en Itálica,
la de carpinteros en Córdoba, la de vendedores de pescado
en Cartagena, la de albañiles en Tarragona y Barcelona, la
de zapateros en Osma y la de bomberos contra incendios, de
Tarragona y Sevilla.
Análogamente á éstas se formaron otras de carácter benéfico
ó recreativo, como las llamadas collegia faneraticía, cuyo principal
objeto era procurar sepultura gratuita á los asociados; los
collegia juvenum, especie de casinos; y otras para fines religiosos,
como nuestras cofradías.
66. Las clases sociales y las corporaciones en el siglo
IV.—La decadencia de la organización política del imperio
y el despotismo de los emperadores se reflejó en el estado social.
Disminuyeron mucho las fuentes de riqueza; la clase media
acomodada de las ciudades fué desapareciendo por virtud de la
sujeción de sus bienes á la curia, y las clases pobres sufrían de
miseria, hasta el punto de sublevarse alguna vez, como hicieron
á fines del siglo m los labradores galos llamados Bagaudas.
I JO HISTORIA DE ESPAÑA
Los documentos del siglo iv, que fué el último de la dominación
romana en el Occidente de Europa, nos dan á conocer
el estado de las clases sociales, que había variado mucho, en
general, empeorando. El grado inferior continuaban formándolo
los esclavos,.cuya condición era algo mejor, porque se les trataba
con más consideración y dulzura, ó, á lo menos, las leyes
les protegían más. Seguían, como antes, las clases de artesanos,
artífices, comerciantes, propietarios territoriales (possessores) y
nobles, cuyo elemento principal eran los altos funcionarios políticos
y administrativos. Los artesanos habían perdido en libertad,
porque se les sujetó al oficio impidiéndoles salir de él
y haciéndolo hereditario, de modo que el hijo de un carpintero
no podía ser más que carpintero. Las corporaciones se hicieron
obligatorias, y el Estado hizo pesar sobre ellas su despotismo.
Además de estas clases, había ido formándose una tercera,
llamada de los colonos, constituida por labradores cultivadores
de tierra ajena, es decir, de otro dueño, los cuales eran libres
jurídicamente (ó sea, no eran esclavos), pero no podían abandonar
la tierra cultivada.
Este régimen establecía una desigualdad grande, no sólo de
posición eeonómica y de consideración social, sino también de
derechos y de responsabilidades. Sobre las clases inferiores cargaban
los tributos en dinero y en especie, los servicios personales,
el militar; y hasta las penas que se les imponían en caso
de delito eran más graves que las aplicadas á los ricos y nobles.
Estos no sufrían nunca castigos corporales; en vez de ir ellos al
ejército,enviaban hombres pagados,y sólo estaban sujetos á una
clase de contribución. La confusión entre las diferentes clases
era castigada severamente, hasta el punto de asimilar á un
sacrilegio la simple usurpación, aunque fuese por ignorancia,
de uno de los títulos de nobleza. Sobre toda esta organización,
cuya base era la desigualdad y el privilegio, pesaba el poder
absorbente y absoluto del emperador, que intervenía en todo
y destruía las fuerzas vivas del país y las iniciativas de los individuos.
67. Las instituciones sociales.—Aunque, como hemos
visto, el gobierno romano no pretendía suprimir el derecho y
LAS INSTITUCIONES SOCIALES '31
la organización de los pueblos que dominaba (y aun en lo político
dejaba gran libertad), era imposible que en las relaciones
entre romanos é indígenas, y aun por el simple ejemplo de lo
que aquéllos hacían y practicaban, dejasen de influir las formas
jurídico-sociales de Roma. Influyeron, en efecto, principalmente
sobre la familia y Impropiedad.
En punto á la familia, ya hemos dicho que la organización indígena
era favorable á mantener la unión entre todos los parientes,
en especial los más cercanos, viviendo juntos, manteniendo
comunes los bienes y sucediendo en ellos de padres á hijos naturalmente,
sin que el padre pudiera disponer de aquéllos. Los
romanos, que habían tenido en un principio una organización
análoga, la fueron perdiendo, desligando unos de otros ios
miembros de la familia, concediendo que cada cual tuviese bienes
particulares y autorizando al padre ó jefe de aquélla para
disponer, á su muerte, con toda libertad, de lo que poseía, en
la forma de testamento. Todas estas cosas, que eran novedades
para muchos de los indígenas de España, influyeron sobre ellos,
aflojando los lazos familiares y extendiendo la libertad de disponer
de los bienes por testamento, con otras modificaciones
análogas.
En punto á ia propiedad en general, los romanos eran muy
individualistas, es decir, creían que cada persona debía tener su
propiedad particular, y miraban con malos ojos que hubiese,
v. gr., tierras que eran comunes á muchas personas, es decir, de
las cuales fuesen propietarios á la vez varios individuos, disfrutando
todos de ellas, como sucedía en las tierras de las familias.
En este sentido modificaron las costumbres de los indígenas,
contribuyendo á destruir las comunidades de propiedad de todas
clases. Sin embargo, los romanos introdujeron formas parecidas
con las propiedades vinculadas y amortizadas, es decir, sujetas
á una familia ó á una corporación, sin que pudiese venderlas
ninguno de los que las disfrutaban: como los fideicomisos y las
fundaciones religiosas y de beneficencia. Más adelante, al hablar del
comercio, veremos otros ejemplos de la influencia romana. Interesante
es también, en el respecto social, la institución del
pacto llamado de hospitalidad, mediante el que se ligaban por
mutuos deberes de protección y auxilios individuos con ciudaI
}2 HISTORIA DE ESPANA
des ó familias, ciudades con ciudades y familias con familias,
de diferentes tribus ó Estados.
68. La religión.—El paganismo romano.—Los romanos,
como todos los pueblos que habían invadido á España, trajeron
su religión, que organizaron en las ciudades dominadas, pero
respetando la de los indígenas. En general, los romanos eran
muy tolerantes y aun indiferentes en este punto; y aunque
tenían sus dioses nacionales—Júpiter, el principal de ellos;
Marte, el de la guerra; Mercurio, el del comercio; Ceres, diosa
de la Agricultura; Diana, diosa celeste; Plutón, dios de los infiernos,
etc.,—y además dioses especiales de las familias (lares
y penates), admitían con facilidad en su Iglesia (Panteón) los
dioses de otros pueblos, ó bien reducían ó equiparaban éstos á
los suyos. Así hicieron en España. Porque una de las diosas
indígenas, Ataecina, se parecía en sus atributos á otra romana
llamada Proserpina, hicieron de las dos una, y lo mismo pasó
con Magnón y Marte,etc. Aparte de esto,tanto las tribus propiamente
indígenas como los restos de población griega, fenicia y
cartaginesa (africana) que aquí quedaron, siguieron con su religión,
ó, mejor dicho, con sus religiones especiales. Esto ocurrió
principalmente en las regiones del N. y del O., como Galicia,
Asturias, región superior del Duero, etc. Como en otras partes
del mundo romano se produjo en España la invasión de muchos
cultos extraños, de procedencia asiática y africana.
Los romanos tenían, para el servicio de sus iglesias ó templos,
sacerdotes que eran considerados como empleados ó funcionarios
del gobierno. Estos sacerdotes, de diferentes clases y
nombres, formaban corporaciones ó colegios, que elegían por
sí mismos su personal, nombraban su presidente y eran sostenidos
por el Estado. En las colonias, la elección de los sacerdotes
municipales la hacía el pueblo en los comicios.
Los sacerdotes principales eran los llamados Pontífices y
Augures, encargados de formar el calendario, perseguir los delitos
religiosos, intervenir en los matrimonios, en la adopción
y en los testamentos, en la propiedad de las sepulturas, etc. Los
Augures cuidaban especialmente de consultar la opinión ó voluntad
de los dioses, examinando ciertos fenómenos en que
creían se revelaba aquélla: como el vuelo de los pájaros sagraEL
CRISTIANISMO '33
dos, los relámpagos, etc., género de creencias que también
tenían los indígenas (§ 2 3).
Aparte de los cultos generales, había uno especial que era el
del Emperador, confundido con otro más antiguo, el de la ciudad
de Roma considerada como diosa. Para este culto tan original,
y que en el fondo constituía una muestra del servilisme
político que halagaba al Emperador con el título de dios, se
levantaron varios templos en España (en Tarragona y otras
poblaciones). Sus sacerdotes se llamaban seviros augustales y
llegaron á formar una clase privilegiada, aunque poco numerosa.
69. El Cristianismo.—Las persecuciones.—Sabemos ya
que Jesucristo nació siendo emperador Augusto. La predicación
del cristianismo procede, pues, de los primeros tiempos del imperio.
En España se cree que lo predicaron san Pablo y varios
discípulos suyos, en forma que ya en el siglo 11, y sobre todo en
el ni, había en la Península numerosas comunidades cristianas,
dándose el caso de que en las provincias más romanizadas,
esto es, en las más cultas, arraigase mejor la nueva religión. El
espíritu de caridad, de amor y concordia entre los hombres que
respira la doctrina de Jesús, y la ardiente fe de los primeros
adeptos de ella,, hicieron que se extendiera muy de prisa por
todos los territorios que dominaban los romanos. Pero halló
gran oposición en los elementos oficiales, sobre todo en algunos
emperadores que lo persiguieron más que como doctrina
ilícita, como crimen de lesa majestad, por negarse los cristianos
á rendir culto á los dioses paganos y al emperador. Desde el
siglo 1 al iv, el cristianismo, aunque con intervalos de paz, en
que se le toleró, fué perseguido y castigados duramente sus
adeptos, que sufrían todo género de martirios antes que abjurar.
Los emperadores que más se opusieron al cristianismo, haciendo
derramar mucha sangre, fueron Nerón (s. i), Domiciano (s. 1),
Trajano (quien, á pesar de sus grandes cualidades como emperador,
hubo de ceder á la fuerza de la opinión general, muy
contraría entonces á los cristianos), Decio y Diocleciano. La
persecución verificada en tiempo de este último fué la más
sangrienta, muriendo á consecuencia de ella muchos cristianos,
elevados á santos, como san Vicente, en Valencia, santa Eula-
1 9
•34 HISTORIA DE ESPAÑA
lia, en Mérida, san Severo, en Barcelona, santa Leocadia, en
Toledo, santa Engracia y los Innumerables Mártires, en Zaragoza.
La persecución terminó en 311, es decir, á comienzos
del siglo iv, gracias á un Edicto de tolerancia dado por el emperador
Galerio y en el cual se reconocía á la Iglesia cristiana
la condición de sociedad lícita. Un año después, en 312, otro
emperador, Constantino, que se hizo célebre precisamente por
su conducta con los cristianos, dio una ley ó Constitución fechada
en la ciudad de Milán, en que mandó «no inquietar», es
decir, no perseguir á aquéllos; y algún tiempo después dio otra
por la cual se igualó en derechos al cristianismo con la religión
antigua, declarándose libre el ejercicio del culto y ordenándose
devolver á la Iglesia y á las corporaciones cristianas
los bienes que se les había confiscado.
70. Organización de la Iglesia cristiana.—A medida que
se iba extendiendo el cristianismo, se iba organizando. Los
cristianos se dividían en clérigos y legos, y los clérigos en tres
grados ú órdenes: Obispos, Presbíteros y Diáconos. Los Obispos
eran los jefes superiores de la comunidad cristiana, nombrados
primero por los Apóstoles y sus sucesores inmediatos, y
luego por el clero de la ciudad respectiva, con aprobación del
pueblo, es decir, de todos los fieles cristianos y de los otros
obispos. En España, los obispados fueron constituyéndose sobre
la base de las antiguas diócesis ó distritos de los legados jurídicos
de Roma, al paso que las circunscripciones rurales inferiores
se constituían como parroquias, con un presbítero. Para ser
clérigo se necesitaban ciertos requisitos de edad, ciencia y
virtud, pero no era en los primeros tiempos condición indispensable
el celibato; de modo, que se podía ser casado y sacerdote,
aunque no casarse, después de ordenados, los Obispos y
Presbíteros.
A la sombra de la tolerancia de que en varios períodos gozó
el Cristianismo en la misma época de las persecuciones (del
siglo 1 al iv), fué desarrollándose esta organización de la Iglesia,
á medida que aumentaban los fieles.
Desde la Constitución de Constantino, la organización fué
más fácil. Rápidamente el Cristianismo fué tomando el carácter
de religión privilegiada y oficial, y por esto mismo dependiente
EL CRISTIANISMO '35
en gran medida de los emperadores, que intervenían en los
asuntos interiores de la Iglesia, tomaban parte en los Concilios
y dictaban leyes reglamentando cosas de religión. En virtud de
éstas, se autorizó, v. gr., á la Iglesia para recibir herencias y
legados de los particulares, se preceptuó la observancia del
domingo y se abolieron el suplicio de la cruz (muy en boga en
Roma) en recuerdo de haberlo padecido Jesucristo,*y las luchas
de los gladiadores.
Los clérigos empezaron á gozar de privilegios personales y
de atribuciones de derecho. Así, se les eximió de los cargos
municipales, de pagar las contribuciones extraordinarias y las
del comercio, los que se dedicaban á él; hasta que otro emperador,
Valentiniano III, prohibió que los clérigos fuesen comerciantes,
y dispuso también que pagasen las contribuciones, tanto
ellos como los bienes de las igíesias. Procedían estos bienes de
dos fuentes: las limosnas que daban los fieles para sostener al
clero, y los legados y propiedades que recibían las iglesias consideradas
como sociedades. El Estado no daba sueldo á los
sacerdotes cristianos.
En materia de derecho, se otorgó á éstos que diesen fe de
las manumisiones, ó actos de conceder libertad á un esclavo que
se verificasen á su presencia; se reconoció á los obispos el carácter
de jueces para los asuntos que se sometiesen á su fallo,
bien por las dos partes litigantes, bien por una sola, aunque la
otra se opusiese: disposiciones que quedaron en suspenso algunos
años, hasta que volvieron á tener vigor en tiempo del
emperador Mayoriano. Los obispos fueron, además, siempre,
jueces de los clérigos, é intervinieron en el gobierno de las
ciudades merced á la elección del defensor civitatis.
Para el arreglo interior de la Iglesia, los clérigos solían reunirse
en Asambleas llamadas concilios, que unas veces comprendían
á los de sólo un obispado, y otras á los de varios. En
España, los celebrados durante este tiempo fueron el de Iliberis
(año 306), el de Zaragoza (380) y el I de Toledo (400). En el
de Iliberis (Elvira) se votó en favor del celibato del clero, decisión
que influyó mucho en el Occidente de Europa, y se prohibió
el casamiento de cristianos con gentiles, herejes ó judíos.
El de Toledo fué muy importante, porque en él se unificó la
• jó HISTORIA DE ESPAÑA
doctrina de las comuniones cristianas de España, adoptando la
que había proclamado como católica ó universal el concilio general
de Nicea presidido por un obispo español, Osio de
Córdoba (cuyos consejos escuchaba con respeto sin igual
Constantino) y celebrado en aquella población del Asia Menor,
con asistencia de obispos dé todo el mundo cristiano. Por esta
época había también en la Península monasterios, ó sea casas
de monjes que vivían en comunidad con un jefe.
Las iglesias de España gozaban de independencia en punto
á su régimen y gobierno; pero reconocían, como todo el orbe
cristiano, la supremacía del obispo de Roma (Papa), la cual
fué aumentando poco á poco, ayudando á ello los emperadores,
como Valentiniano ill que mandó no se pudiera intentar nada
en el orden eclesiástico sin la aprobación de la Iglesia de Roma.
Los obispos españoles acudieron con frecuencia á ella, bien para
consultar cuestiones de fe, ó disciplina, bien para apelar de actos
realizados por otros obispos. España dio á fines del siglo iv
su primer Papa á la cristiandad. Fué san Dámaso (m. en 384),
notable como escritor y epigrafista.
71. Las herejías. — En los Concilios, sobre todo en los
generales, en que se reunían los obispos de casi todo el orbe
cristiano, iba fijándose la doctrina de la Iglesia en puntos de
fe y disciplina, sobre la base de las palabras del Evangelio y
de los Apóstoles, y á medida que era necesario por las circunstancias,
el crecimiento de los fieles, la organización del clero y
otros particulares. De esta doctrina común, que la autoridad del
Papa fué extendiendo sobre todas las comuniones cristianas,
disintieron, por diferentes causas, algunos clérigos, incluso obispos,
y á estos disentimientos de parecer se llamó herejías. De éstas
hubo varias en España en los siglos iv y v. Las dos más principales
fueron la de Prisciliano y la de los llamados libelaticos.
Nació esta última á consecuencia de las durísimas persecuciones
que los cristianos sufrían. Para librarse de ellas y no
padecer el martirio, consideraron algunos que era lícito fingir
que ya no se era cristiano, sino que se adoraba á los dioses del
paganismo; y, para acreditarlo así, hacíanse dar por las autoridades
romanas un certificado (libelo, de donde el nombre de
libelático) que, naturalmente, envolvía una falsedad. SostuvieLAS
HEREJÍAS 137
ron esta doctrina principalmente los obispos españoles Basflides,
de Astorga, y Marcial, de Mérida. A ella se opusieron otros
obispos más celosos y ardientes en la fe, que consideraron
indigna y cobarde aquella superchería. Al cabo, Basílides y
Marcial fueron depuestos de su cargo y se condenó su doctrina.
La herejía de Prisciliano fué más importante y duró mucho
tiempo, más de tres siglos. Era Prisciliano natural de Galicia
y muy apegado á las creencias religiosas indígenas, de origen
celta. Influido sobre todo por ellas, comenzó á predicar una
interpretación especial del Cristianismo, que difería mucho de
la doctrina recibida por los Concilios y Papas. No creía en el
misterio de la Trinidad; opinaba que el mundo había sido creado
por el demonio, el cual lo tiene bajo su poder; que el alma es
parte de la substancia divina, y el cuerpo depende completamente
de las estrellas; que esta vida es un castigo, porque sólo
bajan á ella, á encarnarse en los cuerpos, las almas que han pecado.
Negaba la resurrección de la Carne y el valor del Antiguo
Testamento. Defendía la transmigración de las almas, la evocación
de los muertos y otras ideas tomadas de los cultos indígenas,
probablemente. Por último, en vez de consagrar en la
misa con vino, lo hacía con uva y con leche, y admitía que
todos los fieles pudieran celebrar las ceremonias religiosas,
aunque no fuesen clérigos.
Esta doctrina se extendió rápidamente por España, sobre
todo por Galicia, Lusitania y Bética, contando con el apoyo de
algunos obispos. A Prisciliano lo hicieron, también, obispo
de Avila. Contra él protestaron otros prelados españoles, y para
condenar sus ideas se reunió el Concilio de Zaragoza (380).
Prisciliano y los'suyos acudieron al emperador, que, como hemos
dicho, intervenía mucho en los asuntos de la Iglesia. El
emperador medió en la cuestión, aprobando unas veces, desaprobando
otras á los priscilianistas. Con su ayuda, éstos llegaron
á dominar algún tiempo en España, persiguiendo á los
obispos ortodoxos; hasta que, al fin, un emperador sentenció
en contra de ellos é hizo matar á Prisciliano y á sus principales
amigos.
No por esto concluyó la herejía, sino que se levantó más
ι38 HISTORIA BE ESPANA
fuerte, sobre todo en Galicia; y, aunque en el Concilio 1 de
Toledo (año 400) abjuraron muchos priscilianistas, siguió durante
cerca de dos siglos. A fines del vi parece que quedaban
ya pocos afectos á la mencionada herejía.
Aparte de estas luchas interiores, la Iglesia tuvo que combatir
y condenar constantemente, no sólo la religión romana, que
subsistía, sino también las diversas religiones indígenas de las
provincias, que durante mucho tiempo continuaron influyendo,
sobre todo en las gentes del campo, bajo la forma de lo que se
llamaban supersticiones.
4.—INDUSTRIA Y COMERCIO
72. Estado económico de España.—Movimiento industrial.—
La diferencia de condición que tenían y tienen las distintas
regiones de la Península, áridas unas y sin riego, feraces
otras y con agua, había creado desde un principio, según notamos,
situaciones muy varias en punto á la condición económica
de ellas. Existían, por tanto, regiones muy ricas, como
la del S., en que la agricultura y las muchas industrias adquirieron
notable desarrollo; y otras, como las del G. y N.,
pobres y con escaso valor agrícola é industrial.
La dominación romana atenuó estas diferencias, extendiendo
la civilización por toda la Península; pero, como era natural,
produjo mayor efecto en las comarcas que estaban más preparadas.
Según el testimonio de los escritores de aquella época, la
Bética, y especialmente los terrenos que median entre el Guadiana
y el Guadalquivir y las orillas de éste, eran muy fértiles.
En' ellos, y en las demás comarcas agrícolas, se cultivaba con
especialidad el trigo, la vid y el olivo. España era una de las
regiones que enviaban trigo á Roma; el aceite, sobre todo el de
Andalucía, era muy estimado y se producía en gran escala; y
en punto al vino, aunque hubo época en que parece se prohibió
en España plantar nuevas vides (para no hacer concurrencia
á los vinos italianos), se derogó luego esta prohibición, y los mismos
romanos introdujeron variedades especiales, como la vid
de Falerno, que da un vino todavía hoy célebre. De los vinos
propiamente españoles tenían gran fama en Roma el llamado
TNDUSTRIA Y COMERCIO '39
Gaditanum (probablemente el de la región Jerez), el Lacetanum
(quizá el del Priorato), el de las Baleares, y otros.
El pastoreo, ó sea la industria pecuaria, no era menos importante.
Los ganados, sobre todo los de la Bética, y en especial
los lanares, eran muy apreciados. Con su lana se hacían tejidos
riquísimos, que con los de lino y otras materias tenían gran
fama, distinguiéndose los de Salacia (Alcacer do Sal), los de la
costa catalana y los de las Baleares. Con el esparto seguían
haciéndose muchos objetos y desarrollándose esta industria,
sobre todo, en la región SE., donde hoy continúa (provincias
de Alicante y Murcia).
Las industrias marítimas fueron muy importantes. Muchos
pescados de España eran preferidos en Roma á k)s de otros
países, y las fábricas de salazón, que ya vimos en tiempo de los
fenicios, manteníanse en gran prosperidad.
Producíanse también cera-miel, grano de kermes, sal fósil y
otras muchas cosas; pero la principal y más rica producción
era la de metales. Los romanos explotaron grandemente las
minas de plata y plomo de Cartagena y Almería, las de plata,
oro, cinabrio, etc., del N. y O. de Andalucía (Almadén, etc.), las
de cobre y otras materias de Huelva, las de estaño de Galicia
y N. de Portugal. Las minas de Cartagena dícese que en el
siglo ii antes de J. C. ocupaban á 40,000 trabajadores. Estas
minas, como ya vimos, eran unas del Estado y otras de particulares
ó corporaciones. El Estado parece que se reservó siempre
las de oro.
73. El Comercio.—Vías de comunicación.—Resultado de
este desarrollo agrícola é industrial había de ser un gran movimiento
en el comercio, continuador del que Gades, Cartagena
y otras grandes poblaciones españolas habían tenido en tiempos
anteriores. El comercio se hacía especialmente con Italia,
Galia y África, de donde venían por las caravanas productos
muy apreciados.
Los romanos procuraban favorecerlo, aunque á veces tomaban
medidas proteccionistas en favor de Italia, como cuando
restringieron en la Península el cultivo de la vid. Había además
muchas industrias estancadas, que los emperadores se habían
reservado para su provecho particular, como la tintura de púr140
HISTORIA DE ESPANA
pura, el tejido de sedas y otras, y establecieron los derechos
de aduanas. Aparte de esto, los romanos cultivaron los medios
auxiliares del comercio.
De ellos eran principalísimos los caminos, con todos sus
consiguientes de puentes, calzadas, etc. Claro es que cuando
vinieron los romanos á España había ya vías importantes de
comunicación. Los soldados romanos no siguieron en un principio
otras vías que las abiertas por los indígenas y los anteriores
colonizadores, de las cuales algunas parece que atravesaban
casi toda España. Por motivos militares, en primer término, los
romanos desarrollaron mucho la red de caminos, construyendo,
especialmente en la época de los emperadores, muchas grandes
carreteras que cruzaban en diferentes sentidos toda la Península
y pusieron en comunicación las diferentes regiones. De
estas carreteras ó vías (que aun en parte se aprovechan) eran
las principales: una (la más antigua) que, partiendo del extremo
oriental de los Pirineos, seguía por muy cerca de la costa hacia
el S., hasta Cartagena, y de allí iba á Cádiz por el S. de Andalucía;
otra, que conducía de Lérida á Salamanca; otra, de
Zaragoza á Mérida, por Calatayud, Alcalá y Toledo; tres de Mérida
á Lisboa; varias de Braga i Astorga, etc. Además de estas
grandes vías, que en su mayor parte construían los soldados,
había caminos municipales, de que cuidaban los ediles. De los
puentes que se construyeron en las vías, algunos han quedado
célebres por lo hermoso de su construcción, y aun se conservan
en todo ó parte.
Esto por lo que toca á la comunicación terrestre. La marítima
y fluvial era muy importante. En la primera, aparte de los buques
romanos, contaba España con buena marina mercante.
Los buques turdetanos, los de mayor tonelaje en el Mediterrá
neo, hacían el comercio con Italia principalmente. Algunos de
los ríos eran navegables: el Betis (Guadalquivir), con grandes
navios hasta Hispalis (Sevilla) y con pequeños y lanchas,
hasta Córdoba. El Guadiana no permitía la entrada de barcos
de mucho porte. Los puertos principales eran los del S. (Gades,
Salacia, Cartagena, Malaca), del E. y del NO. (Coruña, etc).
Para la seguridad de la navegación se establecieron faros, como
el del Betis, en la desembocadura de este río, el de la Coruña y
INDUSTRIA Y COMERCIO 141
otros. Además, como los piratas de África y de las Baleares solían
apresar los barcos mercantes, y aun desembarcar en las costas,
los romanos les hicieron guerra más de una vez, y tenían en
las costas (como ya dijimos) tropas especiales para rechazarlos.
74. Otros medios favorecedores
del comercio.—Aparte de la comunicación,
necesitaba el comercio del medio
más inmediato para los cambios,
que es la moneda. Ya hemos visto que
se conocía en España antes de los romanos.
Estos la desarrollaron mucho,
de un lado, permitiendo que siguieran
acuñándola algunas poblaciones indígenas
que antes ya lo hacían y que, en
efecto, la acuñaron con letras ó leyenda
ibérica y fenicia (varias de Turdetania,
Portugal (Salada) y Sagunto),
y de otro, estableciendo centros de acuñación romana ó asi.
milándose las de dominaciones anteriores. Con el tipo romano
de peso, división, etc., que iba extendiéndose á medida que
avanzaba la conquista, acuñaron Sagunto, Tarragona, Celsa,
Osea, Ilerda y otras varias poblaciones. Estos privilegios acabaron
en tiempo del emperador Caligula (siglo 1), que prohibió
se acuñase en España.
Fig. 36.—Monedas romanas de Huesca y Tarragona.
Otro medio que hubiese favorecido mucho al comercio
era el correo, caso de organizarse como hoy día, en que
sirve para la comunicación rápida de todos los ciudadanos.
Pero el servicio de correos, que estableció Augusto en los dominios
de Roma, tenía un objeto puramente oficial. No se servían
de él más que los emperadores, las autoridades y algunas
142 HISTORIA DE ESPANA
escasísimas personas privilegiadas. Los gastos eran sostenidos
por el pueblo, especialmente el de las provincias, que había de
suministrar caballos para los carteros ó correos y prestar otros
servicios muy onerosos. El emperador Adriano (siglo 11) organizó
el correo como institución pública, extendiéndolo á todo
el Imperio y ordenando que contribuyese á sostenerlo Italia
con las provincias.
5.—CULTURA INTELECTUAL Y ARTÍSTICA.—VIDA PRIVADA
75. Cultura científica.—Los romanos atendieron principalmente
al desarrollo de dos órdenes de la vida: el político y
militar, por su carácter conquistador y dominador, y el jurídico
ó del derecho, especialmente en el aspecto civil: derecho de las
personas, de la familia, de la propiedad, de las obligaciones ó
contratos. En esto llegaron á alcanzar un gran desarrollo y una
perfección superior á la de otros pueblos: así es que influye/on
notablemente en todos los territorios que dominaron, en los
cuales, no obstante subsistir por mucho tiempo las formas peculiares
indígenas, acabaron por sobreponerse las ideas jurídicas
romanas. La legislación posterior al imperio romano
conservó esta influencia, y, á pesar de haber intervenido en
la historia de España (y de Europa) otros elementos distintos,
puede decirse que la inmensa mayoría de las leyes y de
las instituciones jurídicas han obedecido principalmente al espíritu
del derecho romano, que llegó á llamarse la razón escrita
para encarecer su perfección. La misma Iglesia cristiana, no
obstante representar ideas diferentes, en gran parte, de las
que tenían los romanos, adoptó el derecho de ellos y aun favoreció
su difusión por el mundo. De esta manera, no sólo el
orden político, sino todos los órdenes civiles que hemos citado,
acaban por regirse á tenor de las. ideas romanas.
Pero la cultura de los dominadores no se limitó al derecho y
su ciencia. La tuvieron también en otros ramos del saber, como
la filosofía, la geografía, las matemáticas, la medicina; aunque en
todos ellos no hicieron más que copiar á los griegos, no produciendo
en realidad ningún filosofo ni científico con originalidad
propia y de verdadera importancia. Dentro de este carácter
INSTRUCCIÓN PUBLICA '43
general, uno de los principales entre los filósofos fué el cordobés
L. A. Séneca, cuyas Epístolas morales, escritas en el
siglo i, alcanzan una gran elevación de ideas y parecen influidas
por el cristianismo, entonces naciente en Roma. Llevados de su
espíritu práctico, lo que más llamó la atención de los romanos
no fué la ciencia pura, sino las aplicaciones de ésta á las necesidades
de la vida, condición que tal vez se transmitió en gran
medida á los españoles. El servicio mayor que en este orden
produjeron en la Península fué el de divulgar la ciencia del
mundo antiguo; y, así, al través de ellos principalmente, influyeron
sobre nosotros, durante varios siglos, los filósofos y científicos
griegos, alguno de los cuales dejó sentir su efecto largamente
sobre la cultura española. En materias de agricultura y
agrimensura—estas últimas impulsadas por los grandes trabajos
geográficos y estadísticos que se emprendieron en tiempo de
Augusto—dio España dos buenos tratadistas, ambos de la Bética:
Columela, autor de una Agricultura, y Pomponio Mela,
que escribió de Corografía. De otro escritor que se dedicó también
á estudios científicos, históricos y filosóficos, llamado Cayo
Julio Higino (á quien Augusto nombró director de la Biblioteca
Palatina), se duda si realmente nació en Valencia.
76. Instrucción pública.—Para difundir su cultura, organizaron
los romanos un sistema de instrucción ó enseñanza
pública. Constaba de tres grados: la escuela primaria (¡chola,
ludus literarias); lo que llamaríamos establecimientos de segunda
enseñanza (artes, vel disciplinae überaus) y las escuelas prácticas
ó profesionales.
A la escuela primaria asistían los niños desde la edad de seis
á siete años, sin distinción de sexos. Los maestros se llamaban
gramatistas ó literatures, y aplicaban los castigos corporales en
la forma tradicional que ha durado casi hasta nuestros días.
Ya hemos visto que los municipios sostenían escuelas de este
género.
En las liberales ó de segundo grado, frecuentadas desde los
doce á los catorce años, se estudiaban dos grupos de asignaturas:
el primero llamado trívium, que comprendía la Gramática,
la Retórica y la Dialéctica, y el otro quadrivium, que
abarcaba la Aritmética, Geometría, Música y Astronomía. En
144 HISTORIA DE ESPANA
Espafia hubo escuelas de este género, en Córdoba, Sagunto,
Cádiz y otras ciudades. En Cartagena parece que existió una
de siervos y libertinos.
Los estudios profesionales ó prácticos, que se hacían en las
mismas escuelas liberales, referíanse á la Oratoria, la Filosofía,
la Medicina, la Arquitectura y la Jurisprudencia. La primera
materia y la última eran las más favorecidas, como veremos
luego. En punto á la Jurisprudenciales decir, el Derecho),
las escuelas especialmente dedicadas á ella llamábanse jus publice
docentiam, ó sea, enseñanza pública del derecho, y no se
sabe si hubo de ellas en España ó no. Cuando menos, no
Fig, 37. ^Pintura de Pompeya, que representa una escena de escuela romana.
(Según Rich.)
parece que produjo la Península ningún gran jurisconsulto.
Terminaban los estudios á los 2 1 años.
Los profesores eran de dos clases: unos, nombrados por las
curias, y tenían, por tanto, el carácter de oficiales; y otros que,
sin nombramiento ni retribución del municipio, abrían cátedra
pública (auditorium), unas veces gratuita, otras exigiendo retribución
á los alumnos. Los primeros tenían sueldo fijo en
metálico y además recibían raciones de víveres; pero con frecuencia
les faltaba una cosa y otra, porque las curias se retrasaban
bastante en el pago. Así es que vivían en gran pobreza,
«hasta debiendo en la tahona el pan que comen», como dice
un autor de entonces.
Además de éstos, había maestros privados, que unas veces
LA LITERATURA '45
regentaban colegios, y otras daban lecciones á domicilio. Las
gentes ricas acostumbraban á tener también maestros especiales
para sus hijos. Eran, por lo general, esclavos ó libertos distinguidos
y de cultura, y se llamaban paedagogus.
Los romanos concedieron también gran parte en la enseñanza
á los ejercicios físicos ó gimnásticos, que eran de muchas
clases.
77. La Literatura.—Como hemos visto, los romanos daban
gran entrada en sus estudios á las materias literarias. No se
puede decir, sin embargo, que llegasen á ser, en esta materia,
originales y superiores. La cultura literaria, como la científica,
la tomaron de los griegos; y sus poetas, sus oradores, sus autores
dramáticos, no hicieron sino imitar á los de Grecia y
aun traducirlos y copiarlos, sin conseguir más que, en raros casos,
igualarles. De todos los géneros literarios, la Oratoria, la
Poesía y la Historia fueron los más cultivados. En los dos primeros
influyeron mucho ¡os españoles, especialmente los cordobeses,
que llegaron á formar escuela y á imponer su gusto y
manera de hablar en Roma. A esta escuela pertenecieron Marco
Porció Latrón, Junio Gallion, Marco A. Séneca, Lucio A. Séneca,
Turrino Clodio, Víctor Estatorio y otros, todos los cuales,
y en especial los Sénecas, se caracterizan por el tono grandilocuente,
florido y algo hinchado de sus discursos. Cádiz
produjo también dos buenos oradores, los Balbos(tío y sobrino),
y Calahorra al principal retórico romano, Quintiliano, profesor
y autor de un tratado que influyó mucho en la enseñanza, no
sólo de la época romana, sino también de épocas posteriores,
hasta nuestros días.
En poesía no cotribuyó menos España al esplendor de la
literatura, distinguiéndose V. Marcial, de Calatayud, como satírico;
Marco A. Lucano, de Córdoba, como épico, y otros de
menos importancia. A L. A. Séneca, el filósofo, se le atribuyen
varias tragedias cuyo texto ha llegado á nosotros y que contienen
bellezas indudables. Los literatos españoles llegaron á
ejercer una verdadera tiranía en Roma, dominando el gusto
público y transmitiendo su énfasis, su originalidad algo rara
y la libertad de las reglas retóricas á que propendían.
El hecho de semejante florecimiento latino en España mués146
HISTORIA DE ESPAÑA
tra bien que el latín había arraigado mucho en la Península, á
lo menos en ciertas regiones y ciudades. El pueblo de éstas lo
hablaba como lengua propia; y, aunque el idioma ó los varios
idiomas indígenas continuaron cultivándose y usándose incluso
en las monedas, no nos han quedado de ellos obras literarias.
El latín fué bastardeándose al contacto con el habla popular y
por influjo de las deformaciones que las clases incultas producen
siempre en el lenguaje. Por esto se distinguía, como una
forma inferior é impura, ei latín de los campos, llamado rústico,
del de las ciudades.
78. Literatura hispanocristiana.—Representando el Cristianismo
un fondo nuevo de ideas, había de producir forzosamente
una literatura original y distinta de !a de los autores
paganos. Lo más importante que España ofrece de los siglos 11
al ív son los poetas Juvenco y Prudencio, cantores de los triunfos
del Cristianismo y de los martirios de los cristianos. Sus
poesías, rudas en la forma, respiran un entusiasmo y energía
altamente hermosos. También tuvo buenos oradores la Iglesia.
Las herejías dieron origen á una gran producción literaria por
los muchos escritos que de una y otra parte se cruzaban defendiendo
las respectivas doctrinas. Prisciliano dícese que fué
notable orador.
79. Industrias literarias.—Los libros que usaban los romanos
eran todos manuscritos, lo cual obligaba á la existencia
de un oficio ó industria muy importante: la de copista ó copiador
(librarius). De las obras que adquirían fama, se hacían numerosas
copias que se vendían en las librerías (tabemae), dispuestas
de una manera análoga á las de hoy. Se escribía sobre
tablitas recubiertas de cera (códices), sobre una especie de papel
hecho con las hojas de una planta llamada papyrus, y sobre pergamino.
El papel se escribía por una sola cara y luego se juntaban
las hojas por uno de sus lados formando una tira larga,
que se guardaba enrollada, á menudo sobre un eje de madera;
y de aquí el nombre de volumen. Para leer se iba desenvolviendo
el volumen de izquierda á derecha, con objeto de ir descubriendo
las páginas necesarias. Las hojas de pergamino, que no
podían enrollarse, se cosían unas á otras como en nuestros
libros actuales, formando el tomo (tomus), al cual se ponían
LAS ARTES, LA ARQUITECTURA 147
cubiertas de madera forradas de púrpura ó pergamino. Andando
el tiempo, se llamó líber (libro) á la obra formada por un solo
volumen ó tomo; y codex á la que comprendía varios. La afición
á la lectura era grande, y, además de las bibliotecas públicas
del Estado, las personas ricas tenían sus bibliotecas particulares.
La literatura oficial—leyes, decretos, sentencias, etc., y la
relativa á los enterramientos, monumentos y edificios públicos
—se grababa en planchas de metal ó en piedra (inscripciones).
En España se han encontrado, como hemos dicho, algunas
leyes especiales de ciudades (Osuna, Málaga, etc.) grabadas en
bronce.
80. Las Artes.—La Arquitectura.—Tampoco en bellas
artes son los romanos más que discípulos de otros pueblos, cuyo
sentido se apropian, haciendo combinaciones varias que llegan
á producir cierta originalidad. Esto se ve especialmente en la
arquitectura, arte que por su condición y fines prácticos fué el
que los romanos cultivaron más. Copiaron de su vecino el pueblo
etrusco dos elementos arquitectónicos esenciales: la bóveda
y el arco, ó arcada, con lo cual dieron á sus edificios un aspecto
diferente del que tenían los de los griegos, que no conocieron
más que el techo plano (horizontal ó en ángulo) y la columna
sin arco. Los romanos desarrollaron aquellos elementos de una
manera extraordinaria, construyendo grandes edificios con bóvedas
inmensas. Más tarde, en el siglo n antes de J. C, conquistada
la Grecia, reciben el influjo de este arte, y de él toman
especialmente los elementos decorativos que mezclan y recargan,
adornando la parte superior de las columnas (capitel) de
una manera nueva (capitel compuesto).
Aparte de esto, lo característico de la arquitectura romana
es la fuerza y grandeza que respira. La construcción de grandes
bóvedas y arcos, obligaba á levantar también grandes muros
que sirvieran de sostén, muy espesos y resistentes. Así lo hacían,
empleando para ello la piedra labrada como revestimiento exterior,
y las piedras informes, los guijarros, los ladrillos, para
el cuerpo interior, que va sujeto y afirmado mediante una especie
de argamasa ó mortero compacto de grandísima duración.
Debido á esta fortaleza, los edificios y monumentos romanos
han resistido tanto y se conservan hoy día muchos.
148 HISTORIA DE ESPAÑA
81. Monumentos romanos en España.—Los monumentos
más característicos de los romanos no son los de carácter religioso
(templos) ó militar (murallas), sino los que corresponden
á la vida civil, y especialmente las basilicas (edificios rodeados
de pórticos y dedicados á la administración de justicia y al
comercio), los anfiteatros, los circos, los acueductos, las casas de
baños (termas), los puentes y los arcos de triunfo, que participan
de un doble carácter,
político y militar. Añádanse
á esto las grandes
construcciones de
caminos, de que ya
hemos hablado.
En España hubo, indudablemente,
monumentos
de todas estas
clases; pero sólo de
algunas se han conservado
ejemplares. Corresponden
todos á la
época del Imperio, cuyos
dos primeros siglos
son precisamente
los de mayor florecimiento
de la arquitectura
romana; presentando
la particularidad de que los monumentos del E. y S. de
la Península muestran diferencias notables con los del N. y C,
sin duda por haber influido en aquéllos la manera de construir
de los romanos orientales (los territorios conquistados al E. de
Europa: la Turquía europea y la Grecia de hoy), que modificaba
algunos elementos decorativos y constructivos. Los más
importantes monumentos son:
MURALLAS.—Quizá las de Tarragona, construidas sobre planta
antigua ibera ó ibero-griega; la parte ciclópea de Sagunto; algo
de las de León y Lugo (las torres?); las de Ronda la Vieja, y
otras.
TEMPLOS.—Se sabe poco de los templos españoles, aunque
Fig. 38.—Restos de las murallas romanas de Lugo.
MONUMENTOS ROMANOS •49
son muchos los restos que quedan de ellos. En Tarragona hubo
uno dedicado á Roma y Augusto; en Barcelona otro dedicado
Kig. 39. — Templo de Marte, en Mérida. (Estado actual, con adiciones modernas.)
á Hércules; otro en Mérida á Marte, y otros en Sagunto, Talavera,
Hispalis, Evora, etc.
ANFITEATROS, TEATROS, CIRCOS.—Lugares de recreo para las
representaciones teatrales, las luchas de fieras, de hombres con
1 10
I 5 0 HISTORIA DE ESPAÑA
fieras (incluso toros) y de
hombres entre sí (gladiadores).
Hubo circos en Tarragona,
Sagunto, Mérida y Toledo;
teatros en Tarragona, Sagunto,
Mérida, Cabeza del Griego
(Segóbriga), Lisboa, Ronda;
anfiteatros como el de Itálica;
y en Mérida también, lo que
se llamaba naumaquia, es decir,
un circo cuya pista se
llenaba de agua para celebrar
regatas y batallas marítimas.
ACUEDUCTOS.—Una de las
obras más sorprendentes de
los romanos, destinadas, como
lo dice su nombre, á llevar
agua á las ciudades. El más
notable de los de España, y
Fig. 40.—Gladiadores, según un bajo relieve, aun de los del mundo, es el
Fig. 41. —Restos del teatro romano de Sagunto. (La gradería es aún muy visible.)
MONUMENTOS ROMANOS I?"'
PUENTES.—Los construían sobre arcos y solían decorarlos
con estatuas y otros adornos á la entrada y salida ó en medio
El más característico es el de Alcántara. Los puentes los pagaba
unas veces el Estado romano, otras las ciudades vecinas.
ARCOS TRIUNFALES.—Dedicados á conmemorar las victorias
de los generales y emperadores. Iban adornados con relieves,
inscripciones y estatuas. Análogos á éstos se levantaban otros
dedicados á personas notables, unas veces en el interior de las
poblaciones (calles, plazas, mercados) y otras en los caminos
Fig. 42. — Puente romano de Alcántara.
(puentes, carreteras). De éstos quedan en España el de Bará
(Tarragona), dedicado á un general; el de Caparra, el de Martorell,
el de Cabanes y otros.
SÉPULCSOS, NECRÓPOLIS. —Los romanos quemaban á sus
muertos y encerraban las cenizas y huesos en urnas. Estas urnas
se depositaban luego en los cementerios ó necrópolis (ciudad
de los muertos), que eran de muchas clases: unos tajados en roca
viva, con galerías y nichos, como el de los Pompeyos en Baena,
el de Osuna, el de Carmona, etc.; otros en cuevas ó edificios
abovedados, llamados, por la forma y colocación de los nichos,
palomares ó columbarios. Las personas ricas levantaban para
su enterramiento grandes construcciones, de que son ejemplo
152 HISTORIA DE ESPANA
en España el de Tarragona, llamado vulgarmente sepulcro de
los Escipiones, pero que parece es de una mujer llamada Cornelia;
el de los Antonios, en Sagunto; el de L. E. Lupo, en
Fabara (Aragón) y otros. Los romanos ponían en sus sepulcros
lápidas con inscripciones dedicadas al muerto. De éstas se han
encontrado muchísimas.
Fig. 45. —Arco romano de Bará (estado actual).
BAÑOS.—Los romanos eran muy aficionados al bario, sobre
todo, de agua caliente, y para tomarlo construían grandes edificios
lujosos, con muchas salas, piscinas, etc., que llamaban
termas. En España no se ha conservado ninguno de éstos, pero
se sabe que existieron en muchas poblaciones, porque los romanos
introdujeron aquí esa costumbre higiénica. Además, usaban
de las aguas minerales del país; y para tomarlas cómodaMONUMENTOS
ROMANOS 155
mente construyeron establecimientos balnearios, como los de
hoy día. En España, muy rica en aquella clase de aguas, hubo
muchos; y de ellos viene el nombre de Caldas que llevan algunos
pueblos. Además, estas aguas se exportaban para que las
bebiesen los que no podían ir á los baños.
Fig. 44. — Sepulcro ílamado erróneamente de los Escípiones.
ESTATUAS, MOSAICOS Y OTRAS OBRAS.— Los romanos fueron
muy aficionados á levantar estatuas á sus dioses y á sus emperadores,
generales, magistrados, etc. En España hubo muchas
en todas las poblaciones. De las religiosas es notable la cabeza
de la diosa Roma, hallada en Itálica. En tamaño pequeño abundaban
mucho, especialmente las de dioses (sigilla) en mármol,
I 54 HISTORIA DE ESPAÑA
bronce, oro, etc., importadas de Italia. El pueblo las usaba dft
barro.
En pintura es muy poco lo que se ha encontrado en España.
Los romanos acostumbraban á pintar al fresco las paredes de
sus habitaciones, las fachadas, el interior de las cuevas sepulcrales.
De estas últimas quedan las de Carmona y otras. Cuadros
en tabla ó metal, no se ha encontrado ninguno.
Fig. 45.—Bajo relieve de una taza de plata, hallada cerca de Castro-Urdiales,
y que representa á la ninfa de Umeri y escenas referentes al uso de aguas
medicinales. (Según Hübner.)
En su lugar hay muchos mosaicos, hechos con piezas pequeñas
y figurando composiciones pictóricas de carácter religioso,
humano ó decorativo. Con ellos adornaban los pisos de los edificios
públicos y particulares. En España son innumerables los
encontrados, y algunos muy hermosos con figuras y adornos.
82. industrias artísticas. —Se desarrollaron en España
especialmente, las que respondían á necesidades esenciales de la
vida, como la cerámica ó producción de objetos de barro. De
INDUSTRIAS ARTÍSTICAS '55
éstos fueron célebres los llamados barros saguntinos, que comprenden
las diferentes clases de vasos que se usaban entonces.
Su tipo es imitación del que tenían los alfareros de Arezzo,
importante población italiana en este orden de industria. Aquí
se fabricaron en Tarragona, especialmente, según se cree; pero
muchos eran importados de Italia. Llevaban adornos en bajo
Fig. 4Ó.—Bustos romanos hallados en España.
relieve y pinturas de grecas, guirnaldas, amorcillos, deidades,
juegos de circo, procesiones y animales, sobre fondo rojo, amarillo
con vetas rojas (jaspeado), blanquecino y ceniciento.
Hubo también en España fábricas de cántaros y tinajas (ánforas),
de varios tamaños y de estatuítas (santos) de barro. Las
lámparas que se usaban entonces, de barro cocido, para aceite
y con relieves, parece que eran fabricadas fuera de la Península
y traídas aquí.
En punto á la moneda, que llevaba dibujos notables, véase
I 56 HISTORIA DE ESPAÑA
que se dijo antes. En obras de metales se han encontrado
vasos y tazas de
plata, armas de
bronce y un disco
de plata que
representa al
emperador Teodosio.
83. Monumentos
cristianos.-
El Cristianismo,
que traía ideas y
necesidades nuevas,
era natural
que necesitase
edificios y monumentos
de carácter
diferente á
los de los paganos.
Las persecuciones
sufridas
en los cuatro siglos
primeros no
consintieron que
los cristianos dieran
por entonces
gran desarrollo
exterior á los
lugares que les
pertenecían. Reuníanse
generalmente
en las casas
particulares,
en los oratorios
privados de los
fieles ricos, y en
los cementerios
ó panteones de
MONUMENTOS CRISTIANOS 1 57
éstos,que fueron la base y principio de los cementerios cristianos.
Fig. 48.—Barros saguntinos, según Lnmiares.
Fig. 49.—Disco de Teodosio.
En éstos no se guardaban las cenizas como en los cementerios
romanos, después de quemar el cadáver; sino que se enterraba
ι58 HISTORIA DE ESPAÑA
el cuerpo entero en unas cavidades abiertas en la pared en forma
de nichos. El crecimiento del número de fieles obligó á extender
mucho estos cementerios, abriendo galerías ó cuevas por
bajo de tierra, hasta el punto de constituir como una población
subterránea, con calles y plazoletas. A estos lugares se llamó
catacumbas. Las más célebres son las de Roma, que ocupaban
una extensión inmensa. En España las hubo también. En ellas
construyeron los cristianos capillas ó altares, donde se decía la
Fig. ;o.—Catacumbas cristianas.—Disposición de las sepulturas.
misa, especialmente en las épocas de persecución. Al exterior
también levantaron algunas capillas.
Las sepulturas, colocadas como se ve en el grabado, solían
tener una lápida de mármol ó piedra, con inscripción sencilla*
y pinturas ó relieves, que adornaban los muros. Los pintores
cristianos imitaren á los paganos; pero introdujeron también
elementos y figuras nuevas, simbólicas, ó sea que representaban
cosas de la religión. Las más frecuentes son la de Cristo
en forma de un pastor que lleva un cordero (el Buen pastor),
ó el cordero solo; la paloma, que significa el alma; el pez, que
representaba el anagrama del nombre de Cristo y que se impriMONUMENTOS
CRISTIANOS I 59
mía también sobre las lamparitas sepulcrales de barro y otros
objetos. El distintivo que solían llevar los cristianos era un
Fig. 51.—El Buen pastor. Pintura simbó- Fig, 52.—Lámpara cristiana, con el pez
lica cristiana de los primeros siglos. simbólico.
Fig. 5> —Sarcófago cristiano de mármol, del siglo iv. (Museo de antigüedades
de Barcelona.)
pececito de barro, marfil, etc., á manera de escapulario. También
llevaban medallas con figuras de santos ó alegorías. La
decoración fué aumentando y enriqueciéndose con el tiempo y
ofreciendo caracteres muy distintos de la pagana. Los sepulι6ο
HISTORIA DE ESPANA
cros cristianos de fines de esta época llegaron á ser de belleza
y riqueza artísticas notables.
84. Las iglesias.—De las primeras capillas cristianas no
han quedado restos apreciables. Cuando Constantino aceptó la
religión cristiana como religión protegida, empezaron á levantarse
las primeras iglesias llamadas basílicas. En su construcción
imitaban i las basílicas paganas, pero añadiendo elementos
nuevos tomados de las catacumbas y de los edificios romanos
privados. La entrada tenía la forma de un pórtico; luego venía
un patio (atrium) con pórticos á los cuatro lados; luego un vestíbulo
ó sala, y en seguida la iglesia, dividida en tres partes ó
naves, por medio de columnas. La nave de la derecha la ocupaban
los hombres; la de la izquierda las mujeres, y la del centro
el clero. En el fondo estaba el altar. El techo era plano,
con tejado, á veces, de doble vertiente. Las paredes estaban
adornadas con pinturas y mosaicos. Otro tipo, más modesto,
que parece haberse empleado en algunas regiones españolas,
como Asturias, es el de la iglesia de una sola nave, con bóveda
baja, obscura y división por canceles entre el pueblo y los sacerdotes.
En los tiempos posteriores veremos el desarrollo de
este arte.
85. Los monumentos indígenas.—A pesar de lo intenso de
la romanización, gran parte de la cultura y del tipo de vida
propio de las poblaciones indígenas se mantuvo con pleno carácter
en diferentes territorios de la Península. Obsérvase así,
especialmente, en los monumentos ya religiosos, ya de género
distinto, que siguieron, construyendo los españoles y que fácilmente
se distinguen de los romanos. La mayoría de los que hoy
se conservan pertenecen á la época de la dominación romana
y llenan el vacío de monumentos de tiempo anterior (§ 23).
Tales son, entre otros, los sepulcrales hallados en el C. y N.
de la Península, y que consisten en estatuas como las muy características
de guerreros, encontradas en Galicia y Portugal,
y las de cuadrúpedos (toros, jabalíes, cerdos y caballos) ya citadas
(§ 23), de que son muestra los célebres toros de Guisando
y que, á juzgar por las inscripciones que algunas conservan,
eran, en efecto, monumentos funerarios y no de otra clase
como se ha creído. También los hay en forma de cipos ó pedesLA
VIDV PRIVADA 1ÒI
tales, con bajos relieves que diferían según la localidad, y
tajados en la roca, con pinturas en la parte exterior é inscripciones.
De carácter religioso son los ídolos de bronce representando
figuras humanas, hallados en bastante número y que
se distinguen bien de los de origen romano (§ 81).
86. La vida privada.—Los
romanos introducen en España,
con mayor amplitud que lo habían
hecho los colonizadores anteriores,
el tipo de las ciudades,
de los grandes centros de población,
propio de las civilizaciones
adelantadas. Los indígenas,
por el Contrario, Sabemos que F'S- H.-Figurüla de caballo, análoga s
, j. , las de toros y jabalíes de Guisando y
vivían preferentemente en eí otros puntos, con inscripción ibérica.
campo, como población rural, (Según Hübner.;
desparramada en aldeas y caseríos,
aunque también tuviesen ciudades, fortalezas y puntos de reunión,
que les servían, en especial, para los casos de guerra. Los
que se romanizaron ó aficionaron á las costumbres de los romanos,
afluyeron á las ciudades ó fueron agrupándose en pueblos
é imitando la construcción romana.
En la ciudad, los hombres vivían fuera de su casa, en la calle,
la mayor parte del día. El centro de reunión era la plaza pública
(forum), rodeada por los edificios principales, la Basílica,
el templo, los mercados; y en ella se celebraban las fiestas, se
ventilaban los asuntos judiciales, se arreglaban los negocios de
comercio, se reunían las secciones electorales ó curias, etc. Por
la tarde, lo general era encontrarse en los establecimientos de
baños (termas), cuya apertura anunciaban diariamente las campanas.
Las mujeres y los esclavos dirigían los asuntos y trabajos
interiores de las casas; pero las mujeres podían salir á la calle,
ir á los baños, á los teatros, etc.
Las casas, que en un principio habían sido una cabana sencilla,
rectangular, se convirtieron, andando el tiempo, en edificios que
unas veces tenían sólo planta baja, y otras (especialmente en
Roma y las grandes ciudades) varios pisos para alquilar. Las de
sólo planta baja, no tenían fachada como las actuales; por fuera
IÓ2 HISTORIA DE ESPAÑA
ofrecían á la vista los muros pelados y la puerta de entrada,
ó bien, á derecha é izquierda de ésta, tiendas sin comunicación
con el interior. En éste, la habitación principal es el atrio, pieza
rectangular rodeada de pórticos y con una claraboya en el
techo; en ella se reciben las visitas de los clientes, y se guardan
las imágenes de los antepasados. Detrás vienen el despacho del
amo de la casa y los comedores, y en último término las habitaciones
privadas de la familia, alcobas, capilla de los dioses
Fig 55. — Interior de una casa romana.
domésticos, etc. La luz viene siempre del interior. Esta manera
de construir se generalizó en España, principalmente en
las regiones del S. y E., y en los pueblos de las carreteras. Las
calles eran estrechas y tortuosas; pero, en cambio, las plazas
solían ser grandiosas, sobre todo en tiempo del Imperio, adornadas
con estatuas, arcos, etc.
Los romanos gustaban del campo, y los ricos solían tener casas
de recreo (w'/fcj) en medio de sus propiedades cultivadas
por los esclavos y colonos. En los campos de la Bética eran
muy frecuentes las villas. En algunos sitios, como el N., las caCOSTUMBRES
GENERALES 163
sas sufrieron alguna modificación por motivo del clima, añadiéndoles
hornos ó chimeneas para calentar las habitaciones.
TRAJES.—El traje de los romanos consistía, para los hombres,
en una especie de camisa de lana blanca, con ó sin mangas, ceñida
á la cintura (túnica), que se usaba sola dentro de la casa.
Para salir se ponían encima una especie de capa de lana blanca
(toga), propia de los ciudadanos romanos. La de los emperadores
era roja, de púrpura. Los pobres, esclavos, viajeros, llevaban
sobre la túnica una capa sin mangas, de paño fuerte, que
se abotonaba por delante. Los soldados adoptaron el sayo corto,
de paño, que usaban los españoles y otros pueblos de las
provincias. (Véanse las páginas 73 y 74.)
Las mujeres vestían parecidamente á los hombres: la camisa,
la stola ó bata, larga hasta los pies y ceñida á la cintura, y la
Dalla ó túnica larga para salir á la calle.
Estos trajes se extendieron mucho en España. A los pueblos
que aceptaron la moda romana les llamaron togados y fueron
los más en nuestra Península, especialmente entre los ricos y
los esclavos.
87. Costumbres generales.—Mucho de ellas se ha mencionado
en los párrafos anteriores. Fué, en rigor, lo que quedó
más vivo de la civilización indígena. Bien entrado el imperio,
los autores romanos señalan en los indígenas no pocas costumbres
originales, que se separan de las de los romanos. Estos
implantan las suyas especialmente en las grandes ciudades: en
ellas arraigan las fiestas del circo y el teatro, diversiones públicas
á que se aficionaron mucho los españoles Respecto de
ellas se encontrarán todos los datos necesarios en las historias
generales de Roma. En punto á los indígenas, pueden aplicarse
á este tiempo casi todo lo dicho en los párrafos 20 á 23, que
procede, como es sabido, de fuentes romanas. Otras costumbres
características, cuya huella se encuentra en los monumentos
(§ 86), no han sido aún suficientemente estudiadas para que
se las pueda describir con seguridad.
•H·
EDAD MEDIA
ppimepa époea.-L·a dominación visigoda
I.—HISTORIA POLÍTICA EXTERNA
88. Los Bárbaros.—Ya hemos visto, en párrafos anteriores,
las luchas que principalmente desde el siglo πι tuvieron que
sostener los romanos contra la multitud de pueblos que ellos
llamaban Bárbaros y que constantemente invadían ó amenazaban
las fronteras N. del Imperio, más allá de las cuales vivían. Los
romanos designaron también á estos pueblos con el nombre común
de Germanos (y al país ocupado por ellos, al N. del Rhin
y del Danubio, con el de Germania), que en idioma celta (es
decir, de los habitantes de las Galias) significa «vecinos», porque
lo eran, en parte, de los Celtas. Ellos, sin embargo, no
constituían una nación única, sino que estaban divididos en
grupos independientes, que, á su vez, comprendían otras agrupaciones
menores, también independientes en el orden político.
Así, el grupo llamado de los Godos comprendía, además
de los Godos propiamente dichos, á otros muchos pueblos
como los Vándalos, Gépidos, Hérulos, Rugos, etc.
Las primeras noticias que hay de estas gentes proceden de
un navegante griego, Pyteas, que en el siglo iv antes de J. C.
visitó, al parecer, las costas del Báltico. Desde entonces, hasta
I II
ι66 HISTORIA DE ESPAÑA
la época á que ahora nos referimos, se habían producido en
ellas muchos cambios, tanto en los sitios que cada grupo ocupaba,
como en sus costumbres. Al principio vivían errantes,
ocupándose en la caza y el pastoreo, sin habitaciones fijas.
Luego se fueron estableciendo permanentemente, formando
aldeas ó pequeños pueblos, cuyas casas eran tiendas de campaña
ó carros, y dedicáronse á la agricultura. Por último, el
trato frecuente con los romanos les fué
civilizando, y hacia fines del siglo i empezaron
á construir verdaderas poblaciones,
con casas de ladrillo rodeadas de una
pequeña huerta, habitando una familia en
cada casa.
Los Germanos eran, por lo general, de
elevada estatura, robustos y rubios. Los
hombres se dedicaban preferentemente á
la guerra y la caza, dejando á las mujeres
y á los siervos el cultivo de los campos.
Llevaban largo el cabello, teniendo esto
como símbolo del hombre libre;
y vestían ligeramente, consistiendo
su prenda principal en un
manto de lana fuerte sujeto al
hombro; el calzado era de cueTo
y de lana las medias. Las mujeres
usaban túnica de lino sin mangas,
que dejaba descubierta la parte superior del pecho; y tanto
ellas como los hombres, gustaban adornarse con joyas de piedras
preciosas, metales y vidrio. Las armas de los guerreros
eran, en los primeros tiempos de sus relaciones con Roma,
hachas, martillos, cuchillos y espadas de piedra, ó de madera
endurecida al fuego, rara vez de metal, y para defensa se cubrían
con casco, coraza y escudo de madera. (Testimonio de
Tácito: siglo i de J.)
Respetaban y estimaban mucho á la mujer, á quien creían
investida de la facultad de prever lo futuro. La familia era
para ellos el centro social, y la agrupación de familias procedentes
de un mismo tronco (linaje) formaba una entidad polí-
Wfi''
--Tipo de germano, según
relieve antiguo.
LOS BÁRBAROS I 67
tica independiente, que los autores latinos llaman cintas, ó nación.
En unas naciones había rey, que elegían los hombres
libres reunidos en asamblea ó junta; y en otras era ésta misma
quien gobernaba, nombrando á los funcionarios públicos que
convenia.
Las expediciones guerreras de invasión ó avance las hacía
toda la nación en masa, hombres y mujeres, que viajaban en
grandes carros, los cuales les servían á veces de fortaleza. De
modo, que sus invasiones no eran sólo las de un ejército, sino
que representaban la emigración de todo un pueblo.
Fig. 57. — Carro germano, según relieve de un sarcófago del siglo III.
En punto á religión, adoraban á varios dioses personificación
de fuerzas naturales, y las ceremonias de su culto parecíanse en
muchas cosas á las de los iberos españoles. Pero bien pronto,
en especial los Germanos que vinieron á España, se convirtieron
al cristianismo.
89. Primeros germanos que entran en España.—De todos
los pueblos germánicos, sólo algunos tienen relación directa
con la historia de España, siendo los primeros los Suevos, Vándalos
y Alanos.
Los Suevos habían querido desde muy remota fecha entrar
en las Galias, y por esto lucharon ya con César, que los venció;
los Vándalos también sostuvieron guerras con los romanos
ι68 HISTORIA DE ESPANA
desde fines del siglo ii, hasta que á principios del ν emigran,
de los territorios de Hungría que ocupaban, hacia el Rhin, en
compañía con los Alanos; poco después, en el camino, se
les unió un grupo de Suevos. Todos juntos atravesaron el
Rhin, no sin luchar con los Francos, que ocupaban las orillas,
y entrando en las Galias las devastaron por espacio de tres
años, intentando también penetrar en España; pero dos jefes
españoles de la familia de Teodosio, llamados Dídimo y Veraniano,
al frente de un ejército de colonos y siervos—al decir
de un historiador contemporáneo,—consiguieron rechazarlos
esta vez. Continuaron entonces recorriendo la parte S. de las
Galias, hasta que las tropas de un general romano sublevado
contra el emperador les facilitaron la entrada en España
(año 409).
90. Efectos de la invasión.—He aquí cómo describe la
invasión de Suevos, Vándalos (1) y Alanos un escritor español
(Idacio) que la presenció y cuyos escritos se conservan: «Los
Bárbaros que habían penetrado en España lo llevan todo á sangre
y fuego: la peste, por su parte, no hacía menores destrozos...
El hambre llegó á tal extremo, que se vio á los hombres alimentarse
con carne humana, sirviendo á las mismas madres de alimento
el cuerpo de sus hijos, muertos y preparados por ellas.
Las fieras, acostumbradas á cebarse en los cadáveres hacinados
por el hambre, la guerra y las enfermedades, que hacían estrago
aún en los hombres más vigorosos, iban acabando lentamente
con el género humano... Desoladas las provincias españolas
por este cúmulo de plagas, y convertidos los Bárbaros á
deseos de paz por la misericordia divina, se repartieron por
suerte el territorio provincial. Los Vándalos y los Suevos ocupan
á Galicia, situada en la extremidad del Océano, los Alanos
la Lusitania y Cartaginense, y los Vándalos llamados Silingos,
la Bética.»
No se crea por esto que los Bárbaros citados ocuparon toda
España, ni aun toda la extensión de las provincias que menciona
el escritor á quien acabamos de copiar. Quedaron gran-
(1) Algunos autores mencionan también á los Silingos, pero éstos no eran más que una
subdivisión de los Vándalos.
LOS GODOS 169
des extensiones de terreno en poder de los hispano romanos, y
especialmente muchas ciudades fuertes y castillos, donde se
refugió la población para defenderse. En conjunto, España
siguió dependiendo de los emperadores romanos, que tenían
aquí tropas y que lucharon contra los Bárbaros invasores durante
algún tiempo, como veremos. No obstante; la debilidad
del Imperio, que carecía de fuerzas suficientes para acudir á
todos los puntos amenazados por las invasiones germánicas,
y el descuido en que hubo de quedar la administración de las
provincias por atender más á las urgencias de la guerra y á
las contiendas políticas de los aspirantes al trono en Roma, hicieron
que en España, como en otras regiones, se aflojasen los
lazos con la metrópoli y se crearan núcleos semi-independientes,
dirigidos por los nobles y grandes propietarios hispano-romanos,
y quizá también por algunos de la antigua nobleza indígena.
Tal era la situación de España cuando empieza á intervenir
en su historia otro pueblo germánico procedente de la nación
de los Godos.
91. Los Godos.—Constituían un pueblo numeroso que, en
un principio de su estancia en Europa, se supone habitó la Escandinavia
y parte de la Prusia actual, dividido en dos grupos,
situados respectivamente á orillas opuestas del mar Báltico;
de donde les vendrían los nombres de Visigodos (Godos del
Oeste) y Ostrogodos (Godos del Este): derivación no aceptada
por todos los autores. Desde allí emigraron, á comienzos
del siglo 11; y adelantándose á tierras de los romanos, comenzó
la lucha con éstos, en la parte N. del Mar Negro, en
Asia Menor y en Macedonia. Al cabo, consiguieron que se les
concediese en propiedad un extenso territorio al N. del Danubio,
entre este río y el Theiss, donde se colocaron en el año 270,
tomando la región el nombre de Gotia. Las relaciones con los
romanos, á pesar de esta concesión, no fueron siempre cordiales
en adelante; unas veces, los Godos tenían el carácter de
aliados y auxiliares, y otras veces luchaban contra las tropas del
Imperio. Hacia fines del siglo iv, empujados por otro pueblo
bárbaro, los Hunos, lograron pasar el Danubio muchas tribus
visigodas y ocupar terrenos de la orilla derecha, que les concedió
el emperador de Constantinople, no sólo para que se esta170
HISTORIA DE ESPAÑA
bleciesen, sino también para que defendieran la rrontera. A pesar
de esto, nuevamente se produjeron luchas entre Godos y
romanos, de las cuales resultó que aquéllos se apoderasen en
pleno dominio de todas las provincias del N., hasta el Danubio.
Durante este tiempo, la civilización de los Godos experimentó
grandes variaciones. Su continuo roce con los romanos les hizo
aficionarse á la cultura de éstos, de la cual tomaron mucho,
dulcificando y mejorando en parte sus primitivas costumbres.
De estas influencias, la mayor y más trascendental fué el cambio
de religión. Los Godos se hicieron cristianos, contribuyendo
especialmente á ello las predicaciones
de un hombre eminente
que ejerció gran influjo
sobre su pueblo.
92. Ulfilas.—Parte de los
Godos pertenecía ya á la religión
cristiana á principios del
siglo iv, puesto que en el Concilio
de Nicea figura un obispo
de ellos (año 525). Foco después
aparece Ulfilas, descenl1
—^¿Λ'-' ^'e n t e ^e u n a fam'l'a cristiana
.Jeßii^-.^..- ~j=^^rJ¡&\ ¿ei As¡a Menor, el cual evan-
Fig. 58. -Piedra con inscripción en 'runas Sc l i z ó especialmente á los Viel
escritura germana antigua. SlgodoS de la Mesia, DaCÍa y
Tracia, imponiéndose por su
gran talento y cultura y siendo elegido obispo hacia el año 348.
Ulfilas intervino en las luchas políticas que dividían á los Visigodos,
y acrecentó así su influencia. A la vez trabajó para desarrollar
la cultura de aquel pueblo, traduciendo la Biblia á la
lengua goda, y modificó (adoptando caracteres griegos) la escritura
germánica, llamada rúnica, de la voz «runa» con que se
designaba á las letras y que literalmente significa, según se cree,
«secreto ó misterio»; con lo cual parece indicarse el supersticioso
terror con que miraban los Godos el arte de escribir,
teniéndolo como especie de virtud milagrosa. Merced á los
trabajos de Ulfilas, el idioma godo sufrió algunas variaciones,
ganando en dulzura y majestad.
LOS VISIGODOS •y
No paró aquí la influencia de Ulfilas, sino que tuvo más trascendentales
efectos en materia religiosa. Las predicaciones hechas
por él en un principio habían sido de carácter ortodoxo,
conforme con el dogma de Nicea (§ 70); pero á fines del siglo ív
intervino Ulfilas con el emperador de Constantinopla para que
dejase pasar el Danubio á los Visigodos, á quienes empujaban
y atacaban los Hunos; y, siendo una de las condiciones que el
emperador impuso, la conversión al arrianismo de los Bárbaros,
Ufilas se dejó vencer, aconsejó la conversión á los Visigodos y
éstos se hicieron arríanos.
El arrianismo era una secta cristiana herética, que negaba la
consustancialidad del Verbo con el Padre, el misterio de la Trinidad
y otros dogmas de la Iglesia de Roma. La influencia de
este cambio sobre la historia de los Visigodos fué muy grande,
según veremos.
93. Los Visigodos en las provincias romanas.—De los
dos grandes grupos del pueblo godo, el que más pronto se civilizó
y se mezcló con los romanos fué el Visigodo. En el tiempo
durante el cual vivieron ambos en ¡a orilla izquierda del Danubio,
los Ostrogodos formaron un reino único bastante poderoso,
aunque sólo de su grupo, pues los Visigodos continuaron divididos
en pequeños Estados, gobernados unos por reyes y otros
por jueces. Cuando los Hunos atacaron la Gotia, los Ostrogodos
se les sometieron, y los Visigodos, como hemos visto, pasaron
á tiesras romanas del otro lado del Danubio. Desde entonces
empieza á formarse en ellos cierta unidad política, determinada
por los propósitos conquistadores que se desarrollaron en aquel
pueblo. Movidos por ellos, los Visigodos, guiados por uno de
sus jefes, gran general, llamado Alarico, guerrearon primero
contra los romanos de Oriente y luego contra los de Occidente,
invadiendo la Italia por tres veces y apoderándose en la última
de Roma (24 Agosto, 410). A poco murió Alarico y le sucedió
en el mando de los Visigodos otro jefe llamado Ataúlfo,
el cual, aunque en un principio tuvo el plan de destruir por
completo el imperio romano y fundar uno gótico, convencido
de lo difícil de esta empresa evacuó la península italiana y se
dirigió á las Galias. Desde allí intervino en las luchas de los
aspirantesal imperio romano,tomando el partido del emperador
172 HISTORIA DE ESPANA
Honorio, que, al fin, venció á sus rivales y con el cual firmó
Ataúlfo un tratado en cuya virtud aquél autorizó á los Visigodos
para permanecer en las Galias bajo la dependencia del Imperio
y á título de aliados ó auxiliares. Ataúlfo se obligó á devolver á
Gala Placidia, hermana del emperador, que hizo prisionera
Alarico al entrar en Roma y con la cual se casó luego.
94. Los Visigodos en España.—El establecimiento de los
Visigodos en las Galias fué el principio de su organización como
reino y Estado permanentes. Ataúlfo contribuyó mucho á este
fin, siendo el verdadero fundador del poder político de los Visigodos.
El pueblo todo, además, se dejó influir rápidamente por
la civilización romana, con la que estaba en contacto continuo,
no sólo por las relaciones con los emperadores, sino también
por la mezcla con la población romana del S. de las Galias.
Ataúlfo, sin negar ostensiblemente su dependencia del Imperio,
comenzó la conquista definitiva del territorio, apoderándose
de Narbona, Tolosa y Burdeos, poblaciones importantes que le
dieron la posesión de todo el S., ó sea de las regiones que se
llamaban Galia Narbonense y Aquitania.
El emperador Honorio trató entonces de expulsar á los Visigodos,
sin conseguirlo; y Ataúlfo, privado de recursos por mar,
cuyas costas tenían los romanos, é impulsado, bien por la falta
de subsistencias (que los romanos habían dejado de enviar, no
obstante hallarse obligados á ello por el tratado), bien por la
acción militar del conde Constancio, que le arrojó de Narbona,
se decide á penetrar en España, atravesando los Pirineos orientales
y apoderándose de Barcelona, después de luchar con los
Vándalos. Así entran por primera vez en la Península los Visigodos
(año 414), cinco años después que los Suevos, Vándalos
y Alanos.
95. Los Visigodos como aliados del Imperio.—Ataúlfo
gozó poco tiempo de sus conquistas. Su afición á las costumbres
romanas y el propósito que parece tuvo de imponerlas á
su pueblo, rechazando las genuinamente góticas, disgustaron
á los Visigodos; y á este disgusto se debió, quizá, el asesinato
de Ataúlfo cometido en Barcelona, en 416. Le sucedió en la jefatura
Sigerico, partidario de la tradición goda contra las influencias
romanas; pero su carácter cruel hizo que le destronaran
GUERRAS EN ESPAÑA '73
pronto, eligiendo en su lugar á Valia, uno de los reyes que más
significan en la historia de los Visigodos, continuador de la política
romanizante de Ataúlfo, aunque con reservas y transacciones
que éste no supo realizar.
Valia restablece las relaciones políticas con el Imperio. Honorio
negoció con él los términos de una avenencia, obligándose
á facilitarle medios de subsistencia para el pueblo y concediéndole
el territorio de las Galias que había conquistado
Ataúlfo; con lo cual, ya tuvieron los Visigodos un título ó fundamento
jurídico de su dominación. En cambio, ellos se comprometieron
á guerrear contra los Suevos y demás germanos
que ocupaban á España, para reconquistar la Península en provecho
del Imperio y como aliados de éste. Valia renunció á la
posesión de Barcelona y otras poblaciones españolas de que se
había apoderado Ataúlfo, y se estableció en la Aquitania, tomando
por capital á Tolosa (de Francia), que siguió siéndolo
del reino visigodo hasta principios del siglo vi. De modo,, que
el territorio visigodo en este tiempo era puramente ultra-pirenaico,
francés, que diríamos ahora, sin comprender nada de
España (1). La intervención en ésta de los Visigodos fué por
entonces sólo á título de aliados de Roma; condición que mantuvieron
hasta el año 456, en que empiezan á declararse independientes
del Imperio, obrando por cuenta propia.
96. Guerras en España. —Valia, de conformidad con el
tratado hecho con Honorio, comenzó á pelear contra los Suevos,
Vándalos y Alanos. Resultado de estas luchas fué el vencimiento
de los Alanos, con muerte de su rey Atax, y el de los
Vándalos Silingos que ocupaban la Bética, cuyo monarca, hecho
prisionero (año 417), envió Valia á Honorio como trofeo de guerra.
Los Alanos, no pudiendo sostener su independencia, hubieron
de fundirse con los Vándalos de Galicia bajo la jefatura
del rey de éstos, Gunderico. De esta manera, gran parte de la
Península volvió á reconocer el dominio del Imperio.
Poco después surgió guerra entre los Suevos y los Vándalos,
(1) En las Galias llegó á comprender íntegramente la primera Narbonense, las dos Aquitanias
y la Novempopulania, y en parte la tercera üonense, la Vienense, la segunda Narbonense
y los Alpes marítimos, es decir, el S, y Centro O. de Francia.
>71· HISTORIA OS ESPANA
únicos pueblos germánicos que quedaban en España con poder
político. Llevaron la mejor ventaja los primeros, de tal modo
que los Vándalos hubieran sido destruidos por completo, á no
mediar en la contienda los más elevados representantes de la
Administración romana en la Península, el conde Asterio y el
subvicario Maurocelo. En virtud del arreglo que se hizo, los
Vándalos abandonaron los territorios del NO. que ocupaban, y
se trasladaron á la Bética, donde estuvieron antes los Silingos
(420).
97. Teodoredo.—Un año antes, en 419, murió Valia y fué
elegido rey de los Visigodos Teodoredo, quien trabajó por consolidar
la dominación en las Galias y por asegurar el porvenir
de su pueblo contra la veleidad de los emperadores. Siguió al
principio en buena relación con éstos, ayudándolos en nueva
guerra contra los Vándalos de España (año 422), relación que
se rompió momentáneamente por haber Teodoredo intervenido
en la lucha entablada entre el emperador Valentiniano III y un
general romano (Juan) que quería usurpar el trono. Teodoredo
aprovechó la coyuntura para apoderarse de varias ciudades
del SE. de las Galias, pero tuvo á poco que renunciar á estas
conquistas, que habían despertado el recelo de los romanos.
Vuelto á la alianza con éstos, guerreó nuevamente (247) contra
los Vándalos, que dos años antes habían desembarcado en las
Baleares, destruido á Cartagena y Sevilla, y pirateado en la
Mauritania. A la sazón había muerto el rey vándalo Gunderico
y le sucedía Gaiserico, hombre de ánimo esforzado y de gran
alcance político. El cual, como viese que sería más ventajoso
para su pueblo establecerse en el N. de África (Mauritania),
donde la desunión de los generales romanos y las frecuentes
acometidas de los Moros hacían poco temible la resistencia de
las tropas imperiales, se trasladó allá con todos sus subditos,
que, incluyendo las mujeres y niños, no excedían de 80,000
(año 429).
Quedaban sólo en España los Suevos, quienes poco á poco
ensanchaban sus dominios del NO., conquistando las plazas
fuertes que aun conservaban allí los hispano-romanos (430).
A pesar de varias gestiones hechas para obtener la paz, los
Suevos siguieron saqueando las regiones de Galicia habitadas
LA MONARQUÍA SUEVA '75
por aquéllos, hasta que en 438 los derrota el general romano
Andevoto.
Teodoredo no desaprovechaba, entretanto, ocasión para lograr
ventajas. De sus atrevimientos resultó guerra con el Imperio,
cuyos generales atacaron con fortuna las posesiones visigodas
de las Galias. Al cabo se hizo la paz, y los Visigodos volvieron
á ser auxiliares de los romanos en nueva lucha con los Suevos
(44o), aunque esto duró poco, porque Teodoredo abandonó el
partido romano y se alió con Suevos y Vándalos, casándose
el rey de los primeros con una hija de Teodoredo, y con otra el
de los Vándalos.
La presencia de un enemigo común, los Hunos, que ya habían
amenazado á los Godos en el Danubio, y que ahora se presentaban
en las Galias al mando.de un famosísimo jefe llamado
Atila, hizo que Visigodos y Romanos (éstos mandados por el
general Aetio) volvieran á unirse. Juntos ambos 'ejércitos con
otra porción de pueblos auxiliares (Borgofiones, Francos, Sajones,
etc.), presentaron la batalla á Atila, á quien ayudaban
diferentes grupos germánicos, y lograron vencerlo en las inmediaciones
de Chálons-sur-Marne (Campos Cataláunicos).
Teodoredo, que luchó valientemente, fué muerto en esta batalla
(451).
Elegido rey un hijo de Teodoredo llamado Turismundo, reinó
sólo tres años, siendo asesinado por sus hermanos Teodorico y
Alarico ó Federico, sin que nos sean conocidas las causas de
este crimen. Teodorico ocupó el trono y conservó al principio
la alianza con los Romanos, en cuyo nombre guerreó contra
los Bagaudas (§ 66) que infestaban entonces la Tarraconense,
venciéndolos por completo.
Poco después intervino en el nombramiento de emperador,
apoyando á un alto personaje romano llamado Avito, con quien
estaba en relaciones diplomáticas, y así alcanzó Teodorico
gran influencia en la corte de Roma.
98. La monarquía sueva.—Mientras tranto, los Suevos
iban extendiendo su dominio en la Península. Se apoderaron de
Mérida y Sevilla, uniendo á su reino la Bética y la Cartaginense.
Las tropas romanas, reducidas entonces á la provincia Tarraconense,
intentaron con el auxilio de los Visigodos recobrar
176 HISTORIA DE ESPAÑA
aquellas dos; pero fueron derrotadas por el rey suevo Rechila
(446). El sucesor de éste, Requiario, siguió la campaña victoriosamente,
invadiendo la España Citerior, entrando en Vasconia,
asolando la región de Zaragoza en unión con los Bagaudas,
y apoderándose de Lérida. Sin más que un pequeño intervalo
de paz, continuó la lucha invadiendo de nuevo Requiario la
Cartaginense y la Tarraconense. Entonces, Teodorico, que se
había mantenido en buena relación con el rey de los Suevos,
rompió con él por no haberle atendido en sus recomendaciones
para que no atacase á los romanos. Teodorico venció (456),
obligando á huir á Requiario, á quien hizo luego prisionero en
Oporto. Los Visigodos se condujeron cruelmente con los habitantes
de raza romana, generalmente odiados por los pueblos
germánicos. Redujeron á esclavitud á muchas personas, sin
excluir los sacerdotes, saquearon las iglesias, destruyeron los
altares y cometieron mil horrores más.
A pesar de la derrota de Requiario, no terminó el poder político
de los Suevos. El mismo Teodorico consintió, aceptando
la mediación de los obispos católicos, que se reconstituyese la
monarquía sueva en Galicia bajo el mando de un rey llamado
Frauta.
99. Nuevas guerras con el Imperio y con los Suevos.—
Teodorico siguió la guerra en España sin dejarse de llamar
aliado de los romanos, pero en rigor haciéndola en provecho
propio, colocando en los puntos principales tropas godas y
saqueando frecuentemente ciudades que pertenecían al Imperio.
En 456 (el mismo año de ser vencidos los Suevos), Avito, el
emperador apoyado por Teodorico, fué destronado y muerto.
El rey visigodo se puso frente al sucesor, Mayoriano, y se dirigió
á las Galias con parte del ejército, dejando en España otras
tropas y los Borgoftones auxiliares, que invadieron el territorio
de Astorga y Palència portándose cruelmente con los vencidos.
Los hispanoromanos sólo consiguieron detener á los Visigodos
en el campo atrincherado de Coyanza; pero los generales de
Teodorico se corrieron á otros puntos de la Península, asolando
muchas comarcas, hasta la Bética (458), mientras diferentes
grupos de Suevos saqueaban Lusitania y Galicia.
Teodorico fué menos afortunado en las Galias y tuvo queajusLA
CONQUISTA DE ESPAÑA 177
tar paz con el emperador Mayoriano (459), el cual vino á España
y preparó aquí una expedición contra los Vándalos africanos.
Resultado de esta paz fué que los Visigodos volvieran á
combatir á los Suevos, derrotándolos varias veces. En esta
campaña, las tropas visigodas estuvieron mandadas por generales
romanos. A poco, Teodorico se vuelve contra el emperador
y, á pesar de haber sido derrotado en una batalla, se
apodera de varias poblaciones de las Galias; luego, llamado por
los hispano-romanos de Galicia, que no podían sufrir el yugo
cruel de los Suevos, convertidos al arrianismo, guerrea contra
éstos nuevamente, hasta que muere asesinado por su hermano
Eurico en 467.
Teodorico fué el rey que más hizo por extender el poder político
de los Visigodos. No sólo ensanchó los dominios de las
Galias, sino que fué el primero (después de Ataúlfo) que conquistó
territorios para sí en España, obrando con independencia
del Imperio, con el cual rompe decididamente. Fué hombre de
gran talento político, cuidadoso del gobierno, «sobrio en la palabra,
lento en el acuerdo, pronto en la ejecución», como dice
un contemporáneo; y, á pesar de ser arriano, respetó á la Iglesia
católica, reconociendo la jurisdicción del Papa sobre los Obispos
del territorio visigodo.
100. Eurico.—La conquista de España.—Los proyectos
políticos de Teodorico hallaron una circunstancia favorable para
cumplirse al subir al trono su sucesor; pues á poco de este hecho,
ocurrió la disolución del imperio romano de Occidente,
dominado ya enteramente por los Bárbaros. Un año antes de
desaparecer por completo el Imperio, siendo sustituido en Italia
por un reino germano, Eurico, solicitado por el emperador
Nepos, firmó con éste un tratado (año 475) en que se reconocía
definitivamente la independencia del reino godo y se le cedía la
Auvernia, hasta entonces romana. En 476, destronado el último
emperador (Augústulo), Eurico queda, desligado de la alianza y
se apodera en nombre propio y para el reino visigodo de muchos
territorios de las Galias y de España, que hasta entonces
reconocían la soberanía romana. En esta empresa le apoyaron
varios magnates romanos de las Galias.
La conquista de la Península la comenzó Eurico en 468,
178 HISTORIA DE ESPANA
cuando, por la derrota del ejército romano en Italia, no era de
temer que viniesen de allá socorros. Empezó la campaña por la
Lusitania, apoderándose de Mérida, Lisboa y Coimbra; mas
Lisboa fué, á poco, entregada por un traidor á los Suevos.
En 476, aliado con los Ostrogodos, conquistó varias regiones
del N., por el lado de los Pirineos. Los nobles hispanoromanos
levantaron un ejército, con sus siervos y partidarios, para oponerse
á Eurico; pero éste los venció, dominando con ello la
Tarraconense.
No debe creerse que, mediante estas conquistas, llegaran á
dominar los Visigodos en todo el ámbito de la Península ibérica.
Aunque no pueda precisarse con exactitud el territorio que ocuparon,
parece lo más seguro que les pertenecieran la antigua Tarraconense
(excepto, tal vez, lo más montuoso de la Vasconia),
casi toda la Cartaginense y varios territorios de la Bética y la
Lusitania. El resto de esta última y la Galecia pertenecían á los
Suevos, salvo algunas comarcas montañosas que vivieron independientes
de todo poder durante muchos años. Es más que
probable que en casi todas las antiguas provincias españolas
existieran pequeños núcleos de este carácter, dirigidos por
miembros de la nobleza hispanoromana, ó quizá de la indígena,
los cuales, desaparecido el poder de Roma, tendieron á crear
centros de resistencia contra los invasores germanos. Unicamente
las Baleares siguieron reconociendo el dominio imperial,
no obstante la invasión que de los Vándalos sufrieron.
En las Galias, Eurico se apoderó de la Provenza y de casi
todo el SO., llegando por el N. hasta el Loire; y además guerreó
con ventaja contra los Francos que pretendían invadir el
territorio visigodo, y contra los Sajones (también de origen germánico)
que pirateaban en las costas.
101. Poderío y política de Eurico.—Con todas estas victorias
y con el gran talento político de Eurico, fué entonces el
reino visigodo el más poderoso é influyente de Europa. A su
corte, unas veces residente en Tolosa, otras en Burdeos ó Arles,
acudían embajadores de diversos monarcas, incluso los del
imperio romano de Oriente, solicitando alianza, y representaciones
de muchos pueblos germánicos: Francos, Sajones,
Hérulos, Borgoñones y Ostrogodos.
LOS FRANCOS 179
Eurico se ocupó mucho en el gobierno interior de su reino,
regulando las relaciones-jurídicas y haciendo codificar, es decir,
reduciendo á forma de leyes escritas, agrupadas metódicamente,
¡as antiguas costumbres de derecho de los Visigodos.
De este código de Eurico conocemos hoy, en opinión de algunos
autores, varios fragmentos contenidos en un manuscrito
que perteneció al convento de San Germán de los Prados;
pero otros autores rechazan esta atribución, y afirman que los
fragmentos citados pertenecen al tiempo
de Recaredo. Los provinciales romanos se
regían por sus leyes de origen también romano,
aunque á veces adoptaban algunas
normas de sus dominadores visigodos. Eurico
dio puestos de alta importancia en la
administración á personas procedentes de
la raza romana; con los obispos y clero
católicos tuvo instantes de intolerancia y
persecución,aunque no fué ésta sangrienta
ni muy larga, y parece que tuvo origen en
el desvío de los prelados hacia Eurico durante
la guerra contra los imperiales de
las Galias (470 al 472) y en el fanatismo
arriano de Eurico.
102. Los Francos.—A la muerte de
Eurico, en 485, fué elegido rey su hijo
Alarico. Tenía por entonces el reino visigodo
sus fronteras N. y E. de las Galias
con tres reinos diferentes. Al NO. con los Fig ;9._jefe franco. (Res-
Francos, pueblo germánico con quien ya time™ moderna.)
luchó Eurico; al NE. con un territorio
romano, independiente bajo el gobierno de Siagrio, y al E. con
los Borgoñones, pueblo germánico también, como los Francos.
De éstos era el jefe ó rey más importante, Clodoveo (481),
cuya capital, Tournay, estaba situada al extremo N. de las
Galias, en territorio que hoy es belga. Ciodoveo era ambicioso
de poder político, yempezó por atacar, en 486, el reino de
Siagrio, á quien venció, huyendo el rey romano á refugiarse
en Tolosa, al lado de Alarico. El cual, instado por Clodoveo,
18ο HISTORIA DE ESPAÑA
le entregó á Siagrio, á quien mató el rey franco; y con esto se
apoderó Clodoveo de todo el N. de las Galias, poniendo su
frontera S. en el río Loire y su capital en Soissons, un poco
al N. de París. Poco después invade también el reino de los
Borgofiones.y derrota á uno de sus reyes, que hubo de refugiarse
en Avifión, plaza fuerte del S. de aquel reino.
Los designios de Clodoveo iban más allá; se dirigían á apoderarse
del reino visigodo de las Galias, que ocupaba todavía
la mayor parte de estas regiones. Para ello tuvo un buen pretexto
en las cuestiones religiosas.
ΙΘ3. Visigodos y Francos.—En 496, Clodoveo se había
convertido al Cristianismo, haciéndose católico, hecho que tuvo
gran resonancia. Con ello se atrajo la simpatía de la población
romana y el apoyo del clero. Por el contrario, tanto los fieles
como los sacerdotes de los países dominados por los Visigodos
estaban muy descontentos de Alarico, que era arriano y un
tanto fanático; aunque, por otra parte, se había interesado polla
suerte de los vencidos, codificando su legislación romana en
un libro que se llamó Breviario ó Código de Alarico (año 506).
Predominó, no obstante, aquella oposición de carácter religioso.
Por ella los católicos de toda la Galia dirigieron sus ojos á
Clodoveo, esperando que los redimiese del poder de los arrianos;
y algunos empezaron á conspirar en favor de aquél.
Semejante situación no era la más á propósito para disminuir
asperezas. Alarico, aumentada su animosidad contra los católicos
con los recelos de peligros políticos, desterró á varios prelados
sobre quienes recaían sospechas de estar en tratos con
los Francos; siendo de ellos el obispo de Arles y el de Rodez,
expulsado este último por los mismos habitantes de la ciudad.
Clodoveo se aprovechó de estas circunstancias, y dando á la
guerra el carácter de guerra de religión—para lo cual contaba
con el ardor de Ja fe nueva de su pueblo,—atacó á Alarico.
Este se preparó militarmente de un modo.extraordinario. Empezó
por cejar en su persecución á los católicos, procurando,
por el contrario, halagar á los prelados y á los nobles galo-romanos,
y llamó á las armas á todos los hombres hábiles para
empuñarlas, sin distinción de razas. Los Galo-romanos acudieron
al llamamiento en gran número, batiéndose valientemente
REGENCIA DE TEODORICO l8l
contra los Francos al mando de Apolinar, hijo del obispo Sidonio
Apolinar.
Los Francos fueron vencedores en esta guerra. Venció Clodoveo
en la batalla de Vouglé, cerca de Poitiers, y se apoderó
luego de diferentes poblaciones del E. de los Visigodos y de
otras del O., como Burdeos, Angulema y Tolosa (508). El resultado
fué quedar reducidas las posesiones de los Visigodos
en las Gallas á lo que se llamó Septimania (parte del SE. de la
Francia actual) con capitalidad en Narbona.
104. Intervención de los Ostrogodos. — Durando aún la
guerra, en 507, murió Alarico, y fué proclamado rey su hijo
natural Gesaleico, contra el derecho del legítimo Amalarico.
Este fué amparado por su abuelo Teodorico, rey de los Ostrogodos
que dominaban en Italia; el cual se dirigió con sus ejércitos
contra Gesaleico y contra los Francos. A todos vencieron
los generales Ostrogodos, obligando á retirarse á los Francos y
á los Borgoñones, que también habían atacado los territorios
visigodos, y recobrando para Amalarico el SE. de las Galias,
que había perdido Gesaleico, y las comarcas de España. Gesaleico
murió al cabo en la guerra (511) y entró á reinar Amalarico
bajo la tutela de su abuelo, hasta 526, en que murió este
último.
Las posesiones de los Visigodos en las Galias quedaron limitadas
á una porción del SE. (Septimania) y algo más (Rodez, etc.),
quedándose con otra porción de este mismo lado (Provenza) los
Ostrogodos.
105. Regencia de Teodorico.—La regencia de Teodorico,
el rey de los Ostrogodos, no sólo tuvo el efecto militar de detener
á los Francos y conservar parte de los territorios visigodos
de las Galias, sino que se extendió á la misma organización
del gobierno, muy relajada en los últimos años por efecto de
las guerras continuadas y de la lucha civil entre Amalarico y
Gesaleico.
Las posesiones visigodas en España estaban regentadas por
gobernadores, encargados de la recaudación del impuesto territorial
que pagaba la población sometida, y de otras funciones
jurídicas y políticas. De estos gobernadores, delegados del regente,
hubo en tiempo de Teodorico unas veces dos, y otras uno
1 12
I 82 HISTORIA DE ESPAÑA
solo para todos los territorios visigodos. El regente reivindicó
también para la corona la exclusiva de acuñar moneda, favoreció
la suerte de los colonos pobres y dictó leyes para reprimir la
frecuencia é impunidad de los homicidios. Con la Iglesia católica
fué tolerante, permitiendo la celebración de varios concilios:
el de Tarragona (516), el de Gerona (517) y los de Lérida
y Valencia (524). En 526 murió Teodorico, y su pupilo y nieto
comenzó á reinar libremente.
106. Amalarico y Teudis.—Los Francos seguían siendo un
peligro grave para los Visigodos, especialmente por lo que se
refería á las posesiones de las Galias. Amalarico trató de conjurarlo
estableciendo relaciones estrechas con los reyes de
aquel pueblo, logrando, al fin, casarse con una hija de Godoveo,
la princesa Clotilde. Pero, habiendo maltratado duramente
el rey visigodo á su esposa, para obligarla á que se hiciese,
como él; arriana, Clotilde pidió auxilio á sus hermanos, y uno
de éstos, Childeberto (cuya corte estaba en París por entonces),
declaró la guerra á Amalarico y lo derrotó en una batalla cerca
de Narbona. Los mismos soldados visigodos mataron al rey
después de su derrota (531).
La situación era difícil para los Visigodos. Encontrábanse en
el mismo peligro que á la muerte de Alarico y sin contar ahora
con el auxilio de un monarca tan poderoso como Teodorico,
que antes los había salvado. Hubieron, pues, de buscar un hombre
de especiales condiciones para hacer frente á la gravedad
de las circunstancias, y lo hallaron en un antiguo virrey ó gobernador
de tiempo de Teodorico, llamado Teudis, avecindado
y casado en la Península con una española riquísima, cuyos
clientes y colonos, al decir de un escritor contemporáneo, pasaban
de 2,000. Fué elegido rey Teudis según los procedimientos
y formas legales; y procedió desde luego á guerrear contra
los Francos, que en 5 31 habían llegado á la Cantabria, en 5 3 2
se anexionaron un pequeño territorio de la Narbonense, y en 5 3 3
se apoderaron de Pamplona y pusieron sitio á Zaragoza. Resistió
valientemente esta ciudad, y los Francos hubieron de retirarse
perseguidos por dos ejércitos visigodos, uno de los cuales,
mandado por el mismo Teudis, les causó grandes pérdidas; en
virtud de estas derrotas, cesaron de inquietar con nuevos ataLOS
· BIZANTINOS 183
ques. En el mismo año 5 3 3 emprendió Teudis una expedición
al África, con intento de conquistar algo en ella. Pertenecía
entonces esta región al Imperio de Oriente ó de Bizancio, que
la había tomado á los Vándalos. Las tropas de Teudis se apoderaron
de Ceuta, pero la recobraron los Bizantinos, malográndose
la expedición.
Teudis, siguiendo la política organizadora de Teodorico, procuró
moralizar y ordenar la administración pública. Consérvase
una ley suya (hallada en un manuscrito del código de Alarico,
existente en la catedral de León) dirigida á impedir las estafas
de que eran víctimas los litigantes por parte de los jueces y
funcionarios subalternos de los tribunales de justicia.
En 548 murió Teudis en Sevilla, asesinado por uno que se
fingía loco. Le sucedió el general Teudiselo, de cuyo breve
reinado nada se sabe, si no es que llevó durante él vida muy escandalosa,
por lo cual era generalmente odiado. Fué asesinado
en Octubre de 549.
107. Agila.—Los Bizantinos en España.—Sucedió en el
trono Agila, el cual, para redondear la dominación de España
hizo la guerra á los habitantes de la Bética, que aun se conservaban
independientes de los Visigodos bajo la dirección de los
nobles hispano-romanos que, desde los tiempos de Mayoriano
(§ 99)) y a u n más desde la desaparición del imperio de Occidente,
eran los que mantenían la tradición del gobierno imperial. Agila
fué derrotado cerca de Córdoba; y esta derrota, así como su conducta
tiránica y su hostilidad contra los católicos, que formaban
la masa de la población española, las aprovechó en favor suyo
un noble visigodo que ambicionaba la corona. Atanagildo, que
así se llamaba el pretendiente, no creyendo bastantes las fuerzas
de que disponía para derrotar á Agila, pidió auxilio al emperador
de Oriente, que lo era á la sazón el gran Justiniano, y
éste le envió un fuerte ejército al mando de uno de sus mejores
generales (554).
Aprovechando la coyuntura, y á título de aliados, los Bizantinos
se apoderaron de las poblaciones más importantes de las
costas mediterráneas E. y S.; y, peleando con los secuaces de
Atanagildo contra Agila, derrotaron á éste cerca de Sevilla.
Agila se retiró á Mérida, donde los suyos le asesinaron. Con
184 HISTORIA DE ESPANA
esto quedó por rey Atanagildo, el cual tuvo que tolerar, por el
momento, que los Bizantinos ocupasen gran parte de la España
orientaly meridional.
108. Atanagildo.—La guerra contra los Bizantinos.—
Bien pronto tuvo que cambiar de actitud el nuevo rey. Los Bizantinos,
traspasando los límites del tratado—que según se cree
les concedía parte de la Bética y de las regiones meridionales
y orientales de la Cartaginense,—comenzaron á querer enseñorearse
de nuevos territorios, apoyados en esto por la masa de
población hispano-romana, en quien la condición de imperiales
(recuerdo de la antigua Roma) y la de católicos que tenían los
Bizantinos, despertaban gran simpatía.
Los Bizantinos ocupaban toda la extensión de tierra que va
desde la desembocadura del Guadalquivir á la del Júcar, y desde
el mará las sierras de Gibalbín, Ronda, Antequera y Loja, el picacho
de Beleta (ó Veleta), los montes de Jaén, Segura y Alcaraz,
el puerto de Almansa y los territorios de Villena, Monóvar
y Villajoyosa. Ante este peligro, Atanagildo declaró la guerra á
los Bizantinos; y duró ésta trece años, con varia fortuna. En
este tiempo tuvo, además, Atanagildo que luchar con los Francos,
que amenazaban los territorios de las Galias, y con los
Vascos, indómitos y atrevidos.
Atanagildo siguió una política muy prudente. Fué dulce con
los católicos, quitando así esa fuerza á los Bizantinos; y fijando
su capital en Toledo, engrandeció esta ciudad, que alcanzó fama
europea. Respetado y querido de todos, murió Atanagildo en
567. Hasta la primavera de 568 hubo interregno, sin que se
conozca la causa de él. Terminó con la elección de Liuva, hermano
del rey anterior y duque ó gobernador de Aquitania, el
cual, á poco de haber entrado á reinar, dividió la gobernación
de los Estados visigodos con su hermano Liuvigildo, duque de
Toledo, encargando á éste los territorios de España y quedando
él al frente de los de la Galia.
109. Situación política de España.—Como ya hemos dicho
repetidas veces, hallábase la Península repartida entre diferentes
dominadores. Subsistía, ocupando la región NO. y CO., el
reino suevo, todavía poderoso, no obstante las graves derrotas
de afios anteriores; los Bizantinos poseían la Bética y parte de
LIUVIGILDO, REY ÚNICO iS5
la Cartaginense; y además vivían como independientes, dirigidas
por principillos y señores (en su mayoría, de la nobleza his·
p'ano-romana) las regiones de Oviedo, León, Palència, Zamora,
Ciudad Rodrigo y otras, á más de las ocupadas por los Vascos.
Leovigildo (ó Liuvigildo) tuvo desde luego la aspiración de
reducir toda la Península al poder visigodo. Considerándose rey
con todas sus atribuciones, quiso rodearse de toda la pompa
exterior que pudiese ayudar á su prestigio y al buen resultado
de sus proyectos, y adoptó el ceremonial de los emperadores de
Constantinopla, acuñando moneda de oro conmemorativa de su
elección, en que aparece con traje regio. Dando muestras de
gran tacto político, ajustó paces con las fuerzas bizantinas y
las hizo servir á sus propósitos, fingiendo sumisión y acatamiento
al emperador.
Importaba, en primer lugar, detener á los Suevos, que pretendían
ensanchar sus fronteras, apoyados en las regiones independientes
de Asturias, León y Extremadura. Liuvigildo les
hizo la guerra logrando ganar á Zamora, Palència y León, pero
no á Astorga, que hubo de resistirse tenazmente, en favor de los
Suevos.
Al año siguiente, el rey dirige su ejército al S., contra los
mismos Bizantinos de que parecía tan amigo, y les gana, en la
región llamada Bastania malagueña, á Córdoba y Asidona (Medina-
Sidonia), después de tres afios de lucha. En el entretanto,
los Suevos habían invadido comarcas independientes de Extremadura,
pretendiendo extender por aquí su frontera.
110. Liuvigildo, rey único.—Desórdenes interiores—En
esta situación, ocurre la muerte de Liuva (573), y Liuvigildo
queda rey de todos los países visigodos. Nombró al instante,
['86 HISTORIA DE ESPANA
según se cree, gobernadores de Narbona y Toledo á sus dos
hijos, Hermenegildo y Recaredo, y siguió adelante sus conquistas.
La primera región que ganó, con intención de contrarrestar
el avance de los Suevos, fué la llamada Sabaria, al N. de Portugal,
habitada por gentes astures, independientes, según parece.
Las cuestiones de política interior detuvieron estas campañas.
Bien fuese porque (según costumbre que acreditan autores contemporáneos)
hiciese matar Liuvigildo á varios nobles que pudieran
ser un peligro para su corona ó para la sucesión en ella
de sus hijos; bien porque, sin este motivo egoísta y personal,
tratase el rey de reducir el poderío de la nobleza (y quizá no sólo
de la visigoda, sino también de la hispano-romana é indígena),
perjudicial, en todo caso, para la paz interior y la robustez del
trono, lo cierto es que los nobles, en pugna con el rey, movieron
diferentes sublevaciones y motines, primero entre los Cántabros,
luego entre los Cordobeses y Astures y en Toledo y
Elvora (Aebura Carpetana), los cueles movimientos aprovecharon,
por su parte, los Bizantinos y los Suevos. Liuvigildo no
se doblegó por esto. Acudió á todas partes: venció á los Cántabros,
tomó entre otras poblaciones á Amaya y á Saldaña y
sofocó los motines de Toledo y Elvora, tomando terribles venganzas
contra los instigadores.
III. Nuevas conquistas.—Apaciguado interiormente el
país, siguió Liuvigildo su propósito conquistador, ganando varios
reinecillos independientes que existían en territorio gallego
(país de Orense: Montes Aregenses) y en Andalucía (país de los
Óretanos, Bastetanos y Deitanos: Monte Oróspeda).
La conquista de esta última región despertó el recelo de los
Bizantinos, que para contrarrestar las ventajas de Liuvigildo
suscitaron rebeliones en varias ciudades de la costa levantina,
de la Galia y del interior de España (v. gr., Zaragoza). El rey,
ayudado especialmente por su hijo Recaredo, venció todas estas
sublevaciones, castigando cruelmente á los comprometidos en
ellas y entrando victorioso en Narbona, Zaragoza, Leiva, Rosas,
Tarragona y Valencia. Siguió á estas luchas un período de
paz que comienza en el año 578 y que llenaron sucesos de política
interior de que trataremos luego especialmente. Como punto
L\ GUERRA CIVIL .87
de apoyo de las nuevas conquistas, fundóse entonces en lo
que se llama ahora Alcarria una ciudad fuerte, que en honor
de Recaredo se llamó Recópolis y de la que no queda apenas
vestigio.
Hacia el año 580 reanudáronse las campañas, dirigidas ahora
contra los Vascones sublevados. Ocupaban éstos una región
comprendida entre el río Oyarzún y el cabo Higuer en el
Océano, por el N., hasta Canfrac, Jaca y el Gallego; y por el S.,
desde Cervera del río Alhama hasta la confluencia del Gallego,
y el Ebro, con poblaciones tan importantes como Pamplona,
Egea, Calahorra, Cascante, Alagón, Jaca y otras, con más los
territorios comprendidos desde Bilbao y el Nervión hasta San
Sebastián, y desde el mar hasta Miranda de Ebro. Liuvigildo
emprendió en 581 la campaña contra ellos, logrando ocupar
gran parte de la Vasconia, apoderándose de Egessa y fundando
como fuerte militar avazando la ciudad de Victoriaco (Vitoria)
112. La guerra civil.—Liuvigildo y Hermenegildo.—En
el año 579, Hermenegildo casó con Ingunza, hija de un rey
franco, sobrina de Liuvigildo y católica de religión. Suscitáronse
al punto desavenencias en Palacio entre la nueva princesa
y la mujer de Liuvigildo, Goisuintha, muy apegada á la religión
nacional, de los Visigodos, como su marido, quien no dejaba,
sobre todo en los territorios conquistados, de molestar y perseguir
á los católicos.
Las desavenencias entre suegra y nuera, por pretender
aquélla que ésta se convirtiese al arrianismo, hicieron que Liuvigildo,
quizá para evitar disturbios, enviase á Hermenegildo
á Sevilla, como gobernador de la Bética.
Allí, por los ruegos de su esposa y la influencia de San
Leandro, obispó de Sevilla, convirtióse Hermenegildo, que era
arriano como toda su familia, á la religión católica. Este hecho
promovió un levantamiento de partidarios católicos, numerosos
en la Bética, los cuales aclamaron por su jefe á Hermenegildo en
algunas ciudades y puntos fuertes, no sin que respetables miembros
del clero desaprobasen esta rebeldía. Hermenegildo cometió
el desacierto de aceptar estos ofrecimientos y declararse en
rebelión contra su padre. Liuvigildo, con gran prudencia, comenzó
por enviar emisarios i su hijo para que se le sometiese,
188 HISTORIA DE ESPANA
y dio orden á sus duques y condes para que se limitasen á guardar
la defensiva, conteniendo al clero con objeto de asegurar su
neutralidad. Mientras Hermenegildo procuraba aumentar sus
parciales, halagando los sentimientos de la masa indígena y conviniéndose
con los Bizantinos, Liuvigildo trató de discurrir una
fórmula que conciliarà á católicos y arríanos, y para ello convocó
en Toledo (año 580) un sínodo ó reunión de los obispos
visigodos; pero la fórmula, aunque logró contener á algunos,
convirténdolos al arrianismo (entre ellos al obispo de Zaragoza),
no satisfizo á la mayoría; y entonces, convencido el rey de que
era preciso acudir á otros medios, comenzó la persecución, especialmente
contra los católicos influyentes en las grandes poblaciones
y los partidarios de la guerra, es decir, contra los que
podían ser elementos coadyuvantes en la sublevación iniciada.
Esta persecución fué sangrienta en muchos casos, pero rara vez
con el alto clero.
En el entretanto, Hermenegildo había obtenido á su favor la
aclamación de poblaciones tan importantes como Mérida, Caceres
y otras; y aunque luego se envió contra él al duque Aión,
éste fué derrotado por dos veces. Hermenegildo acuñó moneda
conmemorativa de estas victorias.
En 582 se decidió Liuvigildo á proceder directamente contra
su hijo, y empezó por apoderarse de Càceres y Mérida, no sin
esfuerzo. Logrando luego que los Bizantinos abandonasen la
causa de Hermenegildo, se dirige contra Sevilla (583) y la sitia,
asaltándola al cabo de dos años. Hermenegildo, que no estaba
en su capital en el momento del asalto, habiendo salido en busca
de refuerzos, se acogió á la ciudad de Córdoba. Cuando llegó
para sitiarla el ejército real, Hermenegildo se humilló á su padre,
el cual le acogió muy bien al pronto, concluyendo por desterrarle
á Valencia, exonerado de todos sus cargos, y con un
solo criado. Poco después, y sin que se conozca el motivo (tal
vez proyectos de fuga), le hizo trasladar á Tarragona, bajo la
guarda del duque Sisberto, quien le encerró en un calabozo,
instándole repetidas veces para que abjurase. Resistiéndose á
ello Hermenegildo, fué muerto, según se dice, por el mismo
Sisberto; no sabiéndose ciertamente si obró éste mediante instrucciones
del rey, ó excediéndose de ellas, ni qué hiciera Liu·
EL CATOLICISMO, RELIGION OFICIAL 189
vigildo al tener conocimiento del hecho. La presunción más
fundada hace inocente al padre de la muerte del hijo. Así terminó,
en 585 (es decir, después de seis años), la guerra civil,
cuyas causas fueron, juntamente, la diferencia de religión entre
los habitantes de la Península y la ambición imprudente de
Hermenegildo.
113. Destrucción del reino suevo. —Ultimas campañas
de Liuvigildo.—Los Suevos habían ayudado en un principio á
Hermenegildo. Liuvigildo logró apartarlos de esta alianza y
mantuvo paz con ellos durante algunos años; pero habiéndose
alzado como rey, en 584, un usurpador, llamado Andeca, Liuvigildo
aprovechó la ocasión, invadió el territorio suevo, y con
gran rapidez, asombro de los enemigos, se apoderó de todo él
mediante dos gloriosas batallas, apresando al usurpador y convirtiendo
el reino en provincia gótica (585). De este modo redondeó
su dominación en la Península. No quedaban fuera de
su poder sino dos estrechas fajas de terreno, la una al S. de
Portugal y O. de Andalucía, y la otra en la región ca'rtaginense,
que pertenecían aún á los Bizantinos. La conquista de este último
rincón extranjero no la logró Liuvigildo, que murió en
586, mientras sus tropas guerreaban en Septimania contra los
Francos invasores de aquel territorio. Liuvigildo no fué sólo
un rey conquistador, sino también organizador, como veremos
(§ 116).
114. Recaredo.—E! catolicismo, religión oficial.—Suce
dio en el trono á Liuvigildo, su hijo Recaredo. Resultado de
la guerra civil pasada, tenía el nuevo rey ante sí un problema
de política interior de cuya gravedad había podido convencerse
por experiencia propia. Por ser muy apremiante, y por haber
quedado cumplida en su parte principal la conquista de España,
atendió Recaredo á él en primer término.
El hecho era que existía una fundamental divergencia en la
población de España. La mayor parte de los nobles y del pueblo
visigodo seguía fiel á su religión nacional, arriana; pero la masa
de los hispano-romanos, formidable por su número, por la
riqueza y poder de su aristocracia y por su cultura, profesaba
el catolicismo y representaba un peligro serio, ó cuando menos
un obstáculo invencible para la tranquila posesión de España
1 ÇK> HISTORIA DE ESPAÑA
y para la unificación de la raza dominada con la dominadora.
Recaredo, que tenía altas condiciones de rey organizador,
comprendió, sin duda, lo que faltaba que hacer para fundamentar
sólidamente la obra de Liuvigildo; y movido por esta razón
de Estado, y juntamente por las predicaciones de San Leandro
y el ejemplo de su hermano Hermenegildo, se determinó desde
luego á cambiar el estado de cosas.
Comenzó por cesar en las persecuciones contra los católicos;
autorizó luego una reunión de obispos de ambas religiones para
que discutiesen libremente sus dogmas, mostrando al final de
ella su preferencia personal por el católico, y, por fin, hizo públicamente,
en un concilio celebrado en Toledo (πι de este
nombre: año 587 ó 589), su conversión, acompañado de su
mujer y servidores, y de muchos nobles visigodos, que imitaron
su ejemplo. Con este acto cesó de ser el arrianismo religión
oficial del Estado visigodo, aunque continuó profesándola parte
del pueblo y del clero y no pocos nobles. Los Suevos que, primeramente
católicos (desde 448), se habían hecho arríanos por
influjo de los reyes godos en 465, volvieron á la Iglesia católica
algunos años antes, en 550.
115. Resistencia del partido arriano.—Como era natural,
el peligro de alteración del orden público se volvió de este lado.
Los elementos visigodos que permanecieron fieles al arrianismo
trataron de contrarrestar el golpe dado por Recaredo á la religión
tradicional, y promovieron varias conspiraciones, y sublevaciones,
ora con fuerzas propias, dirigidas por obispos de sus
creencias (uno de ellos, llamado Uldila), y aun por la reina
viuda Goisuintha, ora valiéndose de los Francos, que volvieron
á invadir la Septimania. Recaredo venció á los Francos y sujetó
las sublevaciones, castigando á los promotores de ellas con el
destierro ó con la muerte y haciendo quemar muchos libros
arríanos. Pero no por esto desapareció la división de los partidos
religiosos: aunque las ventajas estaban del lado del partido
católico, siguió luchando contra él, hasta el fin de la dominación
visigoda, el arriano, que por esto es de presumir contara
con bastantes fuerzas, y que aprovechó no pocas veces otras
de carácter puramente político, como la de los nobles descontentos
de la preponderancia del monarca.
SUCESORES DE RECAREDO 19I
116. Medidas organizadoras de Recaredo.—Aparte de las
guerras mencionadas y otra posterior con los Vascos, que, rechazados
al otro lado de los Pirineos por Liuvigildo, querían
entrar de nuevo en sus territorios peninsulares, no empleó Recaredo
sus energías en la política belicosa. Con el emperador
bizantino celebró un tratado, reconociéndole la posesión de las
plazas del S. y E. que le quedaban en España, y comprometiéndose
aquél á no intentar nuevas conquistas.
En cambio, acudió Recaredo á organizar interiormente su
Estado. Realizada la concordia con la población hispano-romana,
que era la más importante, convenía ir limando las asperezas
existentes entre aquélla y la visigoda y preparar su fusión
más cumplida. Liuvigildo lo había intentado ya en el orden
jurídico, mediante leyes que no. han llegado hasta nosotros
pero de cuyo sentido conciliador testimonian escritores de la
época. Según se cree, Recaredo siguió este impulso, reformando
varias leyes visigodas en el sentido de regular la relaciones
entre ambas razas, sobre todo en lo tocante á la propiedad de
la tierra (§ 130), y de reconocer ciertos derechos al clero católico.
Algunos autores creen que el manuscrito de San Germán
de los Prados (§ ¡01) contiene los restos fragmentarios del
código hecho en tiempo de Recaredo.
El fin que perseguía Recaredo no se logró entonces, como
era natural. La separación de razas duró hasta muchos años
después, no obstante los esfuerzos de varios reyes, yendo en
aumento la influencia de la romana, incluso en las costumbres.
Recaredo embelleció varias poblaciones con monumentos
importantes, de los que no es seguro se conserven restos.
117. Sucesores de Recaredo.—Siguen á Recaredo tres
reyes de escasa importancia personal, pero cuyo modo de sucederse
patentiza el estado de turbación en que aun se hallaba el
Estado. En efecto, Liuva II, hijo de Recaredo y continuador de
la política católica, es destronado por Witerico, jefe del partido
arriano, el cual trata de quitar al catolicismo su puesto de religión
oficial, representando, pues, la reacción del elemento visigodo
contra el romano; pero éste, á poco, se sobrepuso de nuevo,
destronando á Witerico y colocando en su lugar á Gundemaro.
La política guerrera de Liuvigildo renace con otros dos
192 HISTORIA DE ESPANA
reyes: Sisebuto y Suintila. Ya Gundemaro había luchado contra
los Bizantinos, aunque sin gran resultado. Sisebuto, atento
á redondear la dominación en la Península, les conquistó la
provincia oriental, que comprendía desde Gibraltar hasta el
Suero (Júcar), dejándoles sólo la provincia occidental (desde
el Estrecho al Algarbe), que años después les ganó Suintila, realizándose
así la conquista definitiva de España. A excepción de
algunas regiones pequeñas del N. (Países vascos, Pirineos aragoneses),
y quizá alguna otra en lugares montañosos, dominan
con esto los Visigodos en toda la Península, consiguiendo la
unidad política del territorio, igual que los romanos, después
de más de dos siglos de lucha. Los Bizantinos no intentaron
recuperar los territorios perdidos. Sólo un cronista anónimo
de la época (el llamado por algunos autores, Pacense) dice que
en tiempo de Egica y Witiza (§ 122 y 123) trataron aquéllos
de apoderarse de algunas plazas españolas del S., siendo rechazados
por un conde llamado Teodomiro. Suintila guerreó
también contra los Vascos, venciéndolos y edificando, como
base militar de conservación de sus victorias, el fuerte de
Oligitum (según algunos, la moderna Olite).
118. Política interior.—Hasta los tiempos de Recaredo,
los judíos, que en gran número vivían en España desde el
tiempo del emperador Adriano, gozaron de una consideración
social distinguida: se casaban con mujeres cristianas, ejercían
cargos públicos (incluso el de comes) é intervenían por tanto en
la administración pública. Desde Recaredo cambió su suerte,
perdiendo muchas libertades, hasta que Sisebuto les obligó á
bautizarse so pena de expulsión. La necesidad de salvar sus
intereses y vidas, hizo que muchos de ellos se dejaran bautizar,
aunque sin verdadera fe, y los demás fueron muy perseguidos,
salvándose sólo con la fuga de España. Tal conducta del rey fué
desaprobada por ilustres personajes del clero católico, entre
ellos San Isidro. Ya veremos que la cuestión judía tuvo largas
consecuencias y muchas vicisitudes durante la dominación visigoda.
Suintila abordó otro problema más grave aún. Liuvigildo y
otros reyes habían tratado de fortalecer el principio monárquico,
sujetando las ambiciones y tendencias anárquicas de la
LA LUCHA ENTRE LA MONARQUÍA Y L* NOBLEZA IÇ)}
nobleza y procurando indirectamente convertir la corona en
hereditaria. Suintila renovó más directamente estas tentativas,
asociando al trono á un hijo suyo; pero la nobleza visigoda resistió
esta medida, y al cabo, con el auxilio de los Francos, destronó
al rey, no obstante las simpatías con que éste contaba
entre el pueblo. No por esto terminó la lucha. La cuestión dinástica,
que diríamos hoy—es decir, la oposición de intereses
entre la monarquía y la nobleza — siguió produciendo disturbios;
y puede decirse que ella, con la de unificación de razas,
caracterizan todo un período de muchos años en la dominación
visigoda.
119. La lucha entre la monarquía y la nobleza.—En
efecto: desde 631, en que es destronado Suintila, á 672, en que
es elegido un noble llamado Wamba, se suceden varios reyes,
cuyo plan político consiste en hacer hereditaria la corona y fusionar
las dos razas de vencedores y vencidos. Ninguna de estas
dos cosas consiguieron, no obstante ¡os esfuerzos realizados y
el evidente apoyo de gran parte del Clero. Aprovecháronse de
éste los reyes, aparentando someterse á él en las cuestiones
de gobernación, pero en realidad haciéndolo servir á sus propósitos,
para lograr de los concilios ó reuniones político-religiosas,
en que aquél intervenía en gran número (§ 132), repetidas disposiciones
contra los nobles revoltosos que ambicionaban la
corona, y en favor del rey y de sus hijos. Así lo hicieron Sisenando,
que destronó á Suintila, Chintila ó Quintila, Tulga y
Chindasvinto ó Quindasvinto; á pesar de lo cual, alguno de
ellos fué destronado, y Chindasvinto tuvo al fin que adoptar
temperamentos de gran rigor, dando muerte á muchos nobles
y reduciendo otros á condición de esclavos, con privación de
sus bienes. Los que consiguieron escapar se refugiaron en países
extranjeros, desde donde trataron, sin duda, de realizar nuevos
alzamientos, puesto que el Vil Concilio de Toledo reunido por
Chindasvinto impone grandes penas (excomunión por toda la
vida y confiscación de bienes) á los rebeldes y emigrados que
buscan en el extranjero auxilios contra su patria, aunque fuesen
clérigos, invitando á los reyes de otros países para que no permitiesen
que se forjaran en ellos conspiraciones contra la monarquía
visigoda.
194 HISTORIA DE ESPANA
EI coronamiento de estas medidas legislativas se hizo reinando
el sucesor de Chindasvinto, Recesvinto (ó Reccesuinto),
y en el VIII Concilio de Toledo. Recesvinto, que subió al trono
sin elección, hubo de luchar con nuevas sublevaciones, y para
poner término á semejante estado de cosas cedió en parte de
las pretensiones monárquicas (no obstante el juramento que
había prestado, de ser inexorable), amnistiando á los rebeldes
y dictando como ley en el Concilio que, á la muerte del rey,
los prelados y los grandes reunidos eligieran sucesor en persona
de buenas condiciones y que se obligara, en primer término, á
conservar la religión católica y perseguir á los herejes y judíos,
los cuales en tiempo de Sisenando habían vuelto á España. De
este modo pareció quedar zanjada, en el terreno del derecho
escrito, la lucha entre la monarquía y la nobleza. Pero las sublevaciones
y los destronamientos se repitieron más adelante, según
veremos.
120. La fusión de razas.—Chindasvinto y Recesvinto no
sólo trataron de solucionar la cuestión política, el uno por la
fuerza y el otro por la ley, sino que atendieron también, muy
principalmente, á la cuestión social, que á su vez reflejábase en
la política: la fusión de la raza visigoda con la hispÄno-romana.
Uno de los medios principales para conseguirla era unificar la
legislación, puesto que cada raza tenía la suya, y en las relaciones
entre una y otra el criterio variaba según los casos. Chindasvinto
acabó con estas diferencias, sujetando (según se cree)
á todos los habitantes de la Península á una ley igual, que no
fué ninguna de las que regían antes, es decir, ni la de los romanos,
consignada en el Código de Alarico II, ni la de los Visigodos,
sino otra nueva, formada en vista de aquellas dos, procurando
conciliar los intereses é ideales de ambos pueblos. Hizo
Chindasvinto este trabajo tomando por base las leyes anteriores,
y además abolió la prohibición (vigente, según el derecho
romano del código de Alarico) de matrimonios entre hispanoromanos
y Germanos: lo cual no quiere decir que ant.es de esta
abolición no se casaran jamás españoles con Visigodos (ejemplo,
el rey Teudis), sino que el Estado no daba fuerza legal á estas
uniones sino en casos excepcionales. El hijo de Chindasvinto,
Recesvinto, mejoró la obra de su padre, revisando por dos
GUERRAS Y REFORMAS INTERIORES 195
veces las leyes y procurando darles más uniformidad y carácter
sistemático. El texto del código de Recesvinto ha llegado á
nosotros en toda su integridad (Lex Visigothorum Reccessvindiana
ó Líber ludiciorum). Dictó también este monarca, como
su padre, varias disposiciones para procurar que en la administración
de justicia ocurriesen menos arbitrariedades y excesos
que hasta entonces. Igualmente dictáronse en su tiempo
medidas para impedir que el tesoro particular, de los reyes se
aumentase á costa de la nación.
121. Wamba. — Guerras y reformas interiores. —A la
muerte de Recesvinto, y no sin que se suscitaran rivalidades
entre diferentes nobles que aspiraban al trono, fué elegido uno
de ellos llamado Wamba, hombre de grandes condiciones de
carácter para el mando.
El reinado de Wamba se pasó casi enteramente en guerras.
Apenas elegido, estalló una sublevación en la Septimania, dirigida
por el conde de Nimes, que no quiso reconocer al nuevo
rey. Al mismo tiempo los Vascos—que ya en tiempo de Recesvinto
habían traspasado sus fronteras, llegando hasta Zaragoza
—se negaban á pagar los tributos y amenazaban con invasiones.
Wamba se dirigió personalmente contra éstos, y envió con
nuevas tropas, contra el conde de Nimes, al general Paulo; pero
éste, en vez de sofocar la rebelión, promovió otra, sublevando
á su ejército y haciéndose proclamar rey. La nueva sublevación
se extendió por gran parte del NE. de España. Wamba no se
arredró por esto. Derrotó á los Vascos y marchó inmediatamente,
con actividad asombrosa, contra Paulo, á quien derrotó
también, haciéndole prisionero. Quedó con esto dominada
aquella traición y sometida toda la Septimania.
A poco de esta guerra se promovió otra de diferente carácter.
Las costa N. de Africa, que durante mucho tiempo perteneció
al emperador de Constantinopla, hallábase entonces invadida
por un pueblo de origen asiático, los árabes, grandes
guerreros y conquistadores. Renovando aspiraciones tradicionales
en los habitantes y dominadores del Africa fronteriza á
nuestro país (§ 48), los árabes quisieron entrar en España y se
dirigieron, con numerosa escuadra, contra la costa oriental de
la Península. Las tropas visigodas acudieron á la defensa y re196
HISTORIA DE ESPANA
chazaron á los invasores, causándoles gran pérdida en naves y
hombres.
Todas estas empresas bélicas, y las dificultades con que en
ellas hubo de tropezar, indicaron bien claramente á Wamba uno
de los peligros graves que amenazaban el poder del Estado visigodo;
y era el incumplimiento del servicio militar y la desorganización
de las fuerzas guerreras. Para conjurarlo, dictó
Wamba leyes en que se prescribía la obligación general de
acudir á la guerra, bajo penas severas, y se organizaba el ejército
interiormente.
122. La decadencia visigoda—Wamba fué el último rey
que dio esplendor á la nación visigoda. Sus brillantes campañas
militares y la energía de su carácter le hicieron respetable y temible;
mas, á partir de él, la decadencia se produce rápidamente.
No era posible que sucediese otra cosa en un Estado
dividido por tan contrarias fuerzas: luchaban, de un lado, los
reyes contra la nobleza, y ésta contra aquéllos, que ni llegaron
á conseguir la implantación normal del principio hereditario
en la sucesión á la corona, ni impidieron las sublevaciones continuas;
luchaban los nobles entre sí, por obtener la dignidad
real; luchaban los partidos católico y arriano; y, á pesar de todas
las medidas tomadas por diferentes reyes, manteníase la
separación entre la raza española y la visigoda. Con tales elementos
disolventes, más la general desmoralización de costumbres
que existía, no era posible que el poder visigodo resistiese
mucho tiempo.
El mismo Wamba fué destronado por una sublevación que
dirigió un pariente suyo llamado Ervigio, el cual tuvo que sofocar
varios alzamientos de nobles, no obstante haber dulcificado
el rigor represivo de Wamba dando amnistías y siendo
hasta débil con la nobleza. Para asegurar más su poder, buscó
apoyo en el clero y se hizo declarar, él y su familia, sagrados
é inviolables. Su sucesor Egica, pariente de Wamba, volvió á
los procedimientos de éste; castigó á los enemigos del gran
rey y favoreció, en cambio, á sus partidarios, que habían sido
perseguidos en tiempo de Ervigio. Como era corriente, hubo
conspiración contra Egica, dirigida por el obispo de Toledo,
Sisberto, que fué descubierta y castigada; y á poco tuvo que
WITIZA Y SU HIJO 197
rechazar nuera acometida de los árabes. Egica dictó leyes severas
contra los judíos, condenándolos á esclavitud, confiscándoles
los bienes y arrebatándoles á sus hijos, una vez cumplidos
los siete años, para educarlos en la fe cristiana y casarlos con
personas que igualmente la profesasen. El motivo de esta nueva
persecución fué el haberse descubierto una conspiración urdida
por los judíos de España con los de Africa, probablemente
para facilitar á los musulmanes (§ 124) la invasión de la Península.
Tanto Ervigio como Egica continuaron los trabajos de unificación
de las leyes, revisando y adicionando el código de Recesvinto.
De la revisión de Ervigio, poseemos hoy dos códices;
de la de Egica, ninguno.
123. Witiza y su hijo.—El reinado de los dos inmediatos
sucesores de Egica es de los más obscuros de la historia. Hay
gran escasez de noticias respecto de ambos, y en las que generalmente
circulan tocante á Witiza existe evidente falsedad y
exageración, resultado de las luchas interiores de los partidos
y de las fábulas que éstos inventaban para justificar sus actos.
Lo que parece averiguado hasta hoy es que Witiza fué un
buen rey, enérgico i ¡a vez que bondadoso. Empezó dictando
una amnistía á favor de los nobles perseguidos por Egica, lo
cual produjo muy buen efecto. Destruyóse éste con haberse
asociado el rey á su hijo Achila, con ánimo de que le sucediera
en el trono. Produjéronse varias conspiraciones, que descubrió
y castigó Witiza, haciendo cegar á uno de los jefes, el duque
de Córdoba, Teudefredo, y desterrando á otro ncble llamado
Pelayo. A este motivo de descontento se unió el que produjo
su clemencia para con los judíos, cuya situación mejoró algo.
El clero recibió con disgusto estas medidas, á pesar de lo cual
Witiza se mantuvo en el trono. Los árabes intentaron de nuevo
entrar, en España, y el rey los rechazó. Poco después, en 708
ó 709, murió Witiza en Toledo, de muerte natural.
Su hijo Achila, que le sucedió, tuvo que luchar con mayores
dificultades. No reconociéndolo como rey, se sublevaron los
nobles, produciéndose un período de guerra civil y de anarquía.
Los sublevados eligieron como jefe y nuevo rey al duque de la
Bética, Rodrigo, el cual logró, al cabo, vencer á las tropas de
198 HISTORIA DE ESPAÑA
Achila y apoderarse del trono (710). Los descendientes de Witiza
y algunos de sus partidarios créese que huyeron al Africa.
124. Rodrigo.—La invasión árabe.—El duque de la Bética,
de nombre Rodrigo, fué el último rey de los Visigodos.
Todas las particularidades de su breve reinado han sido obscurecidas
por el suceso final de la invasión de los árabes y su
conquista de España. Ya hemos visto que los árabes (§ 121)
ocupaban la mayor porte del NO. de Africa, lo que antiguamente
se llamó Mauritania, y que habían intentado diferentes
veces entrar en España. En tiempo de Rodrigo realizaron su
propósito, auxiliados por elementos peninsulares. Cómo fué
así, es cosa que no está bien averiguada. La opinión más corriente—
que sustentan los autores árabes de los siglos χ y xi—
dice que auxilió á los invasores un conde visigodo, llamado
Julián, gobernador de la plaza de Ceuta (que el rey Sisenando
ó Suintila había reconquistado á los Bizantinos), en venganza
de agravios hechos por Rodrigo á una hija de aquél llamada
Florinda; y que, una vez en España los árabes, les ayudaron
también los partidarios de la familia de Witiza, entre ellos
un célebre obispo llamado Oppas, pasándose con sus soldados
del ejército visigodo al árabe. Otra opinión más reciente
supone, con el apoyo de historiadores antiguos y de conjeturas,
que los árabes vinieron á España simplemente como auxiliares,
llamados por los hijos y partidarios de Witiza, y que el conde
de Ceuta (que era Bizantino y no Visigodo) les ayudó por amistad
con aquel rey, que le había favorecido en otra ocasión
contra los mismos árabes, invasores de la Mauritania; sino que,
una vez entrados en España los árabes, de auxiliares se convirtieron
en dominadores y conquistaron para sí.
Sea lo que fuere de esto—y resultando tan sólo en claro que
los árabes hallaron apoyo para su entrada en elementos visigodos
y en los judíos,—lo único completamente cierto es el hecho
de la invasión y el resultado de la guerra.
Comenzaron los árabes, con Julián, por hacer algunos desembarcos
en tierra de Algeciras (709), como por vía de prueba.
Un año más tarde, realizaron otra expedición de 400 infantes y
100 caballos al mando de un árabe llamado Tarif, que se limitó
á saquear la campiña entre Tarifa y Algeciras, sin lograr apoLA
CONQUISTA ARABE '99
derarse de ninguna plaza fuerte; y, por fin, en 711, con mayores
fuerzas, mandadas por un general llamado Tárik y por el
conde Julián, se apoderaron del peñón de Gibraltar, de la ciudad
(hoy desaparecida) de Carteya y de Algeciras, con lo cual
tenían ya los invasores puntos de resistencia y asegurada la retirada.
125. La conquista árabe y el fin de la monarquía visigoda.—
Los invasores tomaron en seguida el camino de Córdoba;
pero hallaron desde luego resistencia en algunas tropas
mandadas por un sobrino del rey, llamado Bencio, que se opuso
al paso de aquéllos. Vencieron los árabes, pero no sin tener que
detenerse en su camino; lo cual dio tiempo para que fuese avisado
e! rey, que'á la sazón hallábase en el N. de España luchando
con los Francos y los Vascones. Rodrigo reunió un
fuerte ejército y se dirigió contra los árabes, los que también
reforzaron sus tropas con nuevos envíos de África y auxiliares
visigodos, enemigos del rey, hasta reunir, según dicen algunos
autores, 25,000 hombres.
Ambos ejércitos se encontraron á orillas del lago de la Janda,
situado entre la ciudad de Medina-Sidonia y la villa de Vejer de
la Frontera (provincia de Cádiz), en el cual desemboca el río
Barbate, cuyo nombre árabe (Guadabeca), equivocado por algunos
autores, dio lugar al error de creer que la batalla se dio á
orillas del río Guadalete.
Comenzó la lucha el domingo 19 de Julio de 711, y hubiera
terminado victoriosamente para Rodrigo, á no ser por la traición
de parte del ejército del rey visigodo, sobornado por
antiguos amigos y parientes de Achila, entre los cuales descuella
el obispo Oppas, y un Sisberto, de quien los historiadores
han dicho, sin fundamento, que era hijo ó hermano de Witiza.
Con esta disminución de fuerzas, no pudo evitar Rodrigo
que los árabes le cortasen la retirada; lo cual produjo tal pánico
en las tropas, que se desbandaron. Él rey, con algunos jefes y
soldados, pudo huir.
Alcanzada esta gran victoria, los invasores siguieron su camino
hacia Córdoba, con ánimo de perseguir á la vez á los fugitivos.
En los llanos de Sevilla se dio otra batalla, también
desfavorable para las armas visigodas, y á la cual siguió la toma
2 0 0 HISTORIA DE ESPANA
de Écija, plaza fuerte. Tárik emprendió de nuevo el avance hacia
Toledo; pero halló resistencia en Córdoba, cuya guarnición impidió
el paso del Guadalquivir. El jefe árabe dejó tropas para
que sitiasen á Córdoba, y él, dando un rodeo, entró en Toledo,
la capital visigoda, y avanzó hasta Alcalá. Córdoba, después de
dos meses de resistencia, fué tomada por los árabes.
En el entretanto, Rodrigo, escapado, según se cree, de
la derrota de la Janda, se había refugiado en Mérida, donde
reunió tropas. Con ellas amenazó á Toledo, y Tárik, ante el peligro,
pidió fuerzas al gobernador de la Mauritania, jefe superior
suyo, Muza.
Llegó éste en 712 con fuerte ejército, y comprendiendo que
el peligro mayor estaba en Mérida, después de apoderarse de
Sevilla y otros centros se dirigió allá, sitiando la plaza. Resistió
ésta por un año, al cabo del cual fué asaltada.
Hasta entonces, los invasores habían encontrado escasa resistencia
y más bien simpatía en la masa de la población civil, que
les abría, á veces, las puertas de las ciudades. Los árabes dejaban
poca guarnición en los puntos conquistados, confiando la
guarda de los fuertes y la administración á los judíos; pero desde
la toma de Mérida, parecen cambiar las cosas. Sin duda hubo de
manifestar entonces Muza su propósito de mudar el carácter,
de la guerra, conquistando para sí—es decir, para su rey ó califa—
la Península, en vez de limitarse á ser simple auxiliar (con
determinadas ventajas) del conde Julián ó de los Witizanos contra
Rodrigo; ó tal vez la noticia de vivir éste aún y de tener
tropas con las que resistía, reanimó algo el espíritu público. Lo
cierto es que, apenas tomada Mérida, se inicia una resistencia
general de parte de los cristianos, cuyo primer acto fué la sublevación
de Sevilla. Muza envió contra ella á su hijo Abdelaziz,
y él prosiguió adelante hacia la Sierra de Francia (provincia
de Salamanca), donde, á lo que parece, se había refugiado
Rodrigo con nuevas fuerzas. Unidos Muza y Tárik—que llegó
de Toledo—se dio una batalla cerca del pueblo de Segoyuela
(Septiembre de 713), en la cual créese fué derrotado y muerto
el rey visigodo.
Con esto queda terminada la dominación visigoda. Los árabes
no pensaban ya en favorecer á los partidarios de Achila y
ESTADO SOCIAL 201
nombrar nuevo rey, sino que hacían la guerra por su cuenta,
despreciando á los Visigodos. Muza se dirigió desde Segoyuela
á Toledo, que se había sublevado al salir Tárik, y, entrando
en ella, proclamó al califa como soberano. Así empezó la dominación
oficial de los árabes.
2—ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA
126. Elementos civilizadores en la época visigoda.—La
población de España era ya muy heterogénea y mezclada cuando
llegaron los Bárbaros. Con éstos se complicó aún más, pudiendo
distinguirse los siguientes elementos de tipo distinto: el germano,
representado por las diferentes tribus invasoras; el romano-latino,
á que pertenecía gran número de los habitantes de la Península,
romanizados completamente, ó muy influidos por la civilización
romana; el romano-bizantino (desde antiguo influyente en los Visigodos),
que puso el pie en España y dominó en las regiones
del S. y E. durante mucho tiempo (desde Atanagildo á Suintila)
y que indirectamente, por medio del clero, pesó también sobre
las regiones no dominadas. Añádase á esto el fondo de la población
indígena, muy mezclada y en diversos grados y tipos de
cultura, según hemos visto (§ 20). De todos estos elementos, los
más fuertes eran el segundo y tercero. Los Germanos, y especialmente
los Visigodos, llegaron á España muy modificados en
sus ideas y costumbres primitivas por el roce largo y constante
con los romanos: así es, que poces cosas originales aportaron á
la civilización de la Península, excepto en el orden jurídico y en
el religioso. En cambio, el elemento romano-latino y el bizantino
siguieron influyendo poderosamente en la nueva dirección
impresa por el Cristianismo.
127. Estado social.—Al llegar los Visigodos, el estado social
de España podía resumirse en los siguientes términos: concentración
de la propiedad en pocas manos; gran desigualdad
de clases; desarrollo de la servidumbre, el colonato y la dependencia
serai-servil; limitación de la libertad personal y económica
mediante la sujeción á la Curia y á las corporaciones ó
colegios (§ 66). En punto á la familia, el tipo romano predominante
era muy análogo al moderno, habiendo desaparecido la'
202 HISTORIA DE ESPAÑA
antigua solidaridad de la gens, la sumisión de los descendientes
á los ascendientes, la indisolubilidad del lazo matrimonial y el
poder del padre, que en un principio existieron en Roma como
en líneas generales, existían entre los indígenas españoles (§21).
Los Godos modificaron apenas semejante estado de cosas
por lo que se refiere á las clases sociales y al orden económico;
pero en la vida familiar representaron como una reacción en el
sentido de las costumbres antiguas. En efecto, la base de su
constitución social era, como hemos visto, un respeto grande á
los lazos de familia y una gran solidaridad entre los parientes,
que no excluía la libertad individual de cada uno para ciertas
cosas de la vida. Así, todos los descendientes de un tronco común
se consideraban como formando un círculo especial cuyos
miembros se deben mutuo auxilio y protección, interviniendo
en los actos principales de la vida civil (matrimonio, tutela, herencia,
etc.) La ofensa inferida á uno de ellos era vengada por
los otros, reconociéndoles la ley este derecho; pero no siempre
se llegaba á derramar sangre en estas venganzas, pudiendo el
ofensor obtener el perdón de los parientes del ofendido mediante
el pago de una cantidad llamada composición ó wergheld. Esta solidaridad
modificóse algo en los últimos tiempos, por influencia
del derecho romano; pero es muy seguro que gran parte de las
modificaciones fueron más aparentes que reales, continuando
las costumbres conforme á las tradiciones antiguas, á pesar de
lo que la ley preceptuaba.
128. La familia.—Como la mujer se consideraba estar bajo
la potestad del padre—y en su vez, de la madre, los hermanos
ú otros parientes varones,—para poderse casar tenía el marido
que comprarla, es decir, que adquirir el derecho de ser su señor
mediante cierto precio, equivalente á la dote. Sin esto, y sin el
consentimiento de los padres ó parientes, no se podía celebrar
el matrimonio. Una vez casada, la mujer quedaba sometida al
marido. La dote solía consistir, entre las gentes ricas, en diez
esclavos, diez esclavas, veinte caballos y gran cantidad de adornos
y joyas, que el marido recobraba si la mujer moría sin hijos
y sin testar. Era condición fundamental del matrimonio la fidelidad
de la esposa, castigándose el adulterio duramente y constituyendo
causa de divorcio, también posible por otros motivos.
CLASES SOCIALES 203
A los hombres se les permitía que tuviesen otras mujeres en calidad
de ilegítimas ó concubinas. Todo lo que marido y mujer
ganaban mientras subsistía la unión, formaba una masa común,
que se dividía al morir uno de los cónyuges, generalmente en
proporción al capital aportado por cada uno.
Conocieron los Visigodos el testamento para transmitir los
bienes de la familia, habiendo adoptado en esto las reglas del
derecho romano. Los descendientes eran herederos forzosos en
los 4/3, y la viuda participaba en usufructo de los bienes del marido
difunto, mientras no volviese á casarse.
En punto á los hijos, se prohibió en la ley el antiguo derecho
de vida y muerte que tenían sobre ellos los padres, sin negarles
la potestad que tanto al padre como á la madre correspondía
para la educación y régimen de aquéllos, á quienes también se
les reconoció la facultad de constituir propiedades particulares
(peculios) con todo lo que ganasen en ciertas condiciones mediante
su trabajo ó por donación del rey y otras personas.
De todas estas ideas resultaba un sentido más orgánico que
el de la familia romana de los últimos tiempos, una menor corrupción
de costumbres, y cierta consideración distinguida á la
mujer (mayor que en otras leyes bárbaras de la época), aunque,
por otra parte, estuviese sujeta al poder del marido y cargasen
sobre ella todos los trabajos de la casa.
129. Clases sociales.—En este punto no modificáronlos
Visigodos el estado de cosas que hallaron en las provincias romanas,
sino que más bien ayudaron á acentuarlo, extendiendo los
grados de servidumbre y dependencia personal. En virtud de
esto, distínguense en la sociedad visigoda los hombres libres
de los siervos, hasta el punto de prohibirse el matrimonio entre
personas de ambas clases. Figuraban en primer lugar entre los
libres los. nobles, constituidos al principio en una clase hereditaria
y cerrada, que con las invasiones fué variando de condición.
Cesó, en efecto, el privilegio de pertenecer á ella tan sólo los
miembros de determinadas familias, y se abrió á todos los que
conquistaban riquezas (tierras cedidas por el rey, botín de guerra,
etc.), ó lograban ocupar un puesto importante en la corte.
Con esto, la nobleza perdió algo de su importancia tradicional,
y se hizo, en cierta medida, dependiente del rey; mas procuró
204 HISTORIA DE KSPA-ÑA
constantemente romper esa dependencia, ayudada por la aristocracia
hispano-romana que subsistía, y con la cual, no obstante
repugnancias y choques que duraron algún tiempo á consecuencia
de las guerras de la conquista, se fundió al cabo en la lucha
por el poder y en el goce de los cargos públicos. La oposición
constante que hubo entre los nobles y el rey, no sólo tenía por
objeto (§ 119) la sucesión á la corona, sino también la supresión
de la facultad que ejercían los reyes de crear nobleza y de quitarle
sus prerrogativas. Los nobles de la España goda se designaban
con los nombres de potentes, optimates y proceres. Particularmente,
las leyes designan con el de séniores á los nobles godos,
y con el de senatores á los hispano-romanos. Potentiores y possessores
eran los grandes propietarios de este origen.
Los hombres libres que no pertenecían á la nobleza, vivían,
por lo general, dependientes de ella, bien en las formas antiguas
del colonato y el patrocinio (para los libertos), bien como cultivadores
libres ó arrendatarios, ó como industriales y obreros en
las ciudades. Estos mejoraron de condición, por haber aflojado
los Visigodos los lazos de sujeción forzosa que antes los ligaban
álos colegios y corporaciones, al paso que los cultivadores libres
fueron perdiendo con el tiempo hasta confundirse con los colonos
en la herencia de la profesión y la inseparabilidad de la tierra.
Pero lo característico de la época visigoda es el gran desarrollo
de una nueva clase de hombres libres patrocinados, llamados
bucelarios, que se ponían voluntariamente al servicio de otros
poderosos ó influyentes, para que éstos los protegieran, de modo
análogo á los antiguos clientes (§ 22). Conservaban, á pesar
de esta dependencia, todos sus derechos personales, y recibían
armas y bienes (generalmente, tierras) del patrono ó señor, á
quien acompañaban á la guerra. Tenía el bacelario la facultad de
romper cuando le conviniera el lazo de dependencia, diferenciándose
en esto de los libertos, ligadös perpetuamente al patrocinio.
El señor, no sólo se obligaba á amparar y defender al
bacelario, sino que debía casar á las hijas, quienes, al morir el
padre, quedaban bajo la potestad del patrono hasta tomar estado.
Por esta protección, y por el beneficio material que recibían con
las tierras donadas, los bucelarios hallaban ventaja en mantener
su situación y era raro que la rompiesen, no obstante su dereLA
MONARQUIA 205
cho para hacerlo, á menos que encontraran otro señor que les
conviniese más.
Como se ve por todo esto, el hecho general era la existencia
de pocos hombres completamente libres, y la formación de distintos
grados intermedios hasta el más inferior de la esclavitud
ó servidumbre, que continúa como en tiempos anteriores. Esta
acentuación de la dependencia personal se debe principalmente
al estado de inseguridad que había en aquellos tiempos de guerra
y movimiento constante y á la falta de organización robusta
en las funciones protectoras de los poderes públicos.
En punto á los judíos, que constituían una clase aparte, ya
hemos visto las vicisitudes que sufrieron en su derecho personal,
hasta perder extraordinariamente en condición en los últimos
tiempos. A los extranjeros se les reconocían, por lo general,
sus derechos y el valor de sus leyes nacionales, como se ve
en el Líber ¡udiciorum por lo que toca á los mercaderes que acudían
ó estaban establecidos en los puertos de mar.
130. La división de tierras Al entrar en las Galias los
Visigodos, se adjudicaron parte (2/3) de las tierras de los possessores
romanos y la mitad de las casas, en virtud de la ley de
alojamientos que regía en el imperio romano, puesto que los
soldados de Ataúlfo ocuparon aquellas provincias romanas como
tropas auxiliares del emperador.
En España se sabe positivamente que realizaron este reparto
los Suevos; y es indudable que lo mismo hicieron los Godos
después de las conquistas de Eurico en los puntos que poblaron,
por lo que toca á las tierras de labor y á parte de los bosques.
Probable es también que verificaran el de las casas, el
de los esclavos ó siervos adscritos al cultivo de los campos y
el de los instrumentos de labranza. De todos modos, parece
haber sido mennr en la Península que en las Galias el despojo
de la propiedad particular.
131. La monarquía.—En el orden político, los cambios
introducidos por los Godos fueron mayores que en el orden
social.
En los primeros tiempos de la organización política de los
Visigodos en Oriente, la monarquía fué mixta de electiva y hereditaria,
pues si el rey era nombrado en las Asambleas popu2θ6
HISTORIA DE ESPAÑA
lares, éstas no podían hacer recaer el nombramiente sino en
persona de determinada familia. El rey tenía como atribuciones
principales el mando del ejército y la administración de justicia.
Con la invasión en territorios del Imperio, se romaniza la monarquía
y toma para sí todas las funciones económicas y administrativas
y el poder legislativo, asesorándose, unas veces y
otras no, de los nobles. La elección del rey dejó de hacerla directamente
el pueblo, pasando este derecho á la Asamblea aristocrática,
y guardando la ley de sucesión en la familia real, que
era lade los Baltos. Extinguida esta familia, sobreviene un largo
período—desde Amalarico á Liuvigildo—de luchas civiles entre
las varias familias que aspiran el trono. Liuvigildo es el primer
soberano que ostenta públicamente y con todos sus atributos el
título y las insignias de rey, y con él se afirma el sentido absoluto
de la institución, conforme al tipo del imperio romano. El
mismo Liuvigildo y otros reyes posteriores trataron, como hemos
visto, de convertir en completamente hereditaria la sucesión
á la corona, asociando al trono á sus hijos, y en esta tendencia
contaron con el apoyo del alto clero católico, que veía
en ello el medio de acabar con la anarquía y las guerras civiles;
pero la nobleza se resistió constantemente á estas novedades,
defendiendo la forma electiva y la libertad en la elección,
sin sujetarse á determinada familia, lo cual permitía que todas
pudieran aspirar al trono. Esta tendencia predominó en la legislación,
en la cual hay diferentes disposiciones que prescriben
la forma en que ha de ser elegido el rey por una asamblea
de nobles y eclesiásticos; pero, de hecho, hubo varios casos
de sucesión hereditaria. El carácter absoluto de la monarquía
no se modificó por estas luchas.
132. Los auxiliares del rey.—Figuraba al lado del rey un
Consejo compuesto de nobles y cuya función era puramente
consultiva, no estando obligado el rey á consultarlo para dictar
leyes ó adoptar otras medidas de gobierno. Los ancianos
que lo componían—dice un autor de la época—«según su antigua
costumbre se reúnen al levantarse el sol, reflejándose en ellos,
bajo el hielo de la vejez, el ardor de la juventud. Causa repugnancia
la tela que cubre sus cuerpos descarnados; las pieles de
LOS AUXILIARES DEL REY 207
que se visten, apenas les llegan á ias rodillas; sus botas de cuero
de caballo, sujetas con un sencillo nudo á la mitad de la pierna,
dejan descubierta la parte superior». El tiempo á que se
refiere este autor es á mediados de siglo v. Más tarde, los Visigodos,
al fijar su corte y engrandecerse, dieron más pompa á
sus reuniones y vistieron con mayor lujo, á ejemplo de los romanos.
Desde Recaredo figuran los obispos en el Consejo Real.
Andando el tiempo, nace otra institución política consistente
en un Consejo más numeroso, ó Asamblea, en la cual tomaban
parte obispos y nobles, visigodos é hispano-romanos. No se
sabe bien el origen directo de estas Asambleas, llamadas Concilios
(y que no deben confundirse con los Concilios puramente
eclesiásticos: § 70): quizá se formaron á imitación de las antiguas
provinciales, ó continuando una costumbre visigoda, unida
á la necesidad de tener en cuenta la importancia de los prelados
y nobles, jefes de la población de origen romano. Estas
Asambleas tenían carácter mixto, consultivo y deliberante, y
la primera noticia que sabemos de ellas procede del reinado
de Alarico II (siglo vi), el cual sometió á una reunión de este
género la ley romana que mandó redactar (§ 103). Después de
la conversión de Recaredo, crece enormemente la influencia y
representación de los Concilios, probablemente reorganizados
por este rey. Se convierten en centro del poder legislativo,
aunque siempre con el monarca, que es el poder supremo.
Formando parte de ellos el clero y la nobleza, dejan oir á
menudo voces expresivas de las aspiraciones políticas y sociales
de ambas clases, y representaban, además, el centro superior
de cultura, no sólo jurídica, sino de todos órdenes, en el
Estado visigodo. A pesar de esto, no quedaron los reyes subyugado
á los Concilios, ni siquiera al alto clero que en él predominaba.
Mantenían aquéllos su política independiente, imponían
las leyes, y en el Concilio solían buscarían sólo el reconocimiento
y la aprobación de sus actos y propósitos, que siempre
lograban, aun en casos muy graves de usurpación/Teniendo en
sus manos á la nobleza (§ 129), contra la cual luchaban continuamente—
y que asistía al Concilio, no por derecho propio, sino
por delegación real,—y al clero, puesto que el rey era quien
nombraba y deponía á los obispos, antes y después de Recaredo,
2θ8 HISTORIA DE ESPAÑA
utilizaban ambos elementos para sus fines; y si alguna vez coincidían
con las aspiraciones de ellos ó las aceptaban, era, bien á
la fuerza, obligados por las circunstancias (como Recesvinto en
el Concilio VIH de Toledo, para apaciguar la lucha con los nobles),
bien por simple conformidad de sus ideas ó conveniencias
con las del clero y nobleza. El elemento eclesiástico, como
representaba una fuerza social y el superior grado de cultura,
tuvo efectivamente influencia directa y personal (é indirecta
por la educación, por el prestigio) en la legislación y en el
gobierno, siendo utilizado por los reyes godos—como por los
francos y los emperadores de Oriente—en calidad de contrarresto
de la inmoralidad reinante y de la anarquía aristocrática;
pero nunca manejó el Estado por sí mismo. Si los reyes y el
pueblo se muestran á veces fanáticos é intransigentes en materia
religiosa, ó extraordinariamente favorecedores de la Iglesia, es
porque lo sienten motu proprio, porque es éste el espíritu de la
sociedad, y no porque cada ley, cada determinación, esté
tomada y aconsejada directamente por los obispos.
La manera de celebrar los Concilios era ésta: reuníanse los
miembros de ellos en una iglesia—en Toledo, la de Santa Leocadia—
convocados por el rey, el cual tenía, tanto en la fecha de
convocación como en el llamamiento de personas, libertad
absoluta; y después de varias ceremonias religiosas, con asistencia
del soberano, leíanse las proposiciones que éste presentaba
para convertirlas en ley (tomo regio). Generalmente, los
primeros días se dedicaban á la resolución de los asuntos puramente
eclesiásticos, en los cuales el rey tenía gran intervención,
á título de jefe civil de la Iglesia. A estas reuniones no asistían
ios nobles, los cuales entraban en el Concilio sólo para deliberar
sobre las cuestiones políticas y de derecho que se trataban después,
pero sin corresponderles iniciativa ninguna, que únicamente
tenían el rey y. alguna vez los obispos. Al terminar las
sesiones hacíase entrar al pueblo y se leían los acuerdos adoptados
para que los aclamase. El rey conservaba siempre el derecho
de oponer su veto á las resoluciones que sin su iniciativa
se acordasen; de modo que, en rigor, todo dependía de él.
Al lado del monarca estaban también los llamados leudes ó
fideles, especie de bucelarios del monarca, que se consideraban
ORGAN,ZACION ADMINISTRATIVA 209
ligados á la persona de aquél de un modo estrecho, y que por
esta intimidad formaban el núcleo de la nobleza cortesana.
133. Las leyes.—Hemos hecho ya referencia á las leyes
principales que dictaron en España los reyes visigodos. Escribíanlas
en pergamino y las sellaban con sello, depositando en el
archivo real un ejemplar auténtico, del cual pudieran sacarse
las copias necesarias. De las reuniones de los Concilios se escribían
actas ó relaciones, la mayor parte de las cuales han llegado
hasta nosotros. Para conocimiento del pueblo, las leyes
importantes solían promulgarse grabándolas en tablas de bronce,
á estilo romano, y colgando éstas en sitios públicos.
Queda dicho en párrafos anteriores que durante mucho
tiempo la población visigoda y la de origen romano se rigieron
por leyes distintas en el orden civil, porque en el político
y en el administrativo unas mismas regían para todos. Probablemente,
también los indígenas españoles conservaron en algunos
territorios sus costumbres jurídicas. El principio establecido en
e;ta materia era que en las relaciones entre individuos de una
misma raza se aplicase su ley especial. En las relaciones mixtas
de Visigodos con hispano-romanos, se aplicaba la ley de los primeros,
aunque con ciertas modificaciones que la acercaban al
tipo romano. Con la unificación legislativa de Chindasvinto
(§ 120) desaparecen estas diferencias y sólo hubo, á lo que
parece, una ley común para vencedores y vencidos, el Líber
ludiciorum que hoy conocemos con el nombre de F'uero Juzgo.
Pero esto no excluyó la subsistencia en gran medida de las antiguas
costumbres, aun tratándose de materias en que la ley las
había modificado; lo cual prueba la escasa eficacia que los preceptos
de los poderes públicos tenían en aquella sociedad heterogénea
y sólo aparentemente organizada.
134. Organización administrativa.—Una vez fijados los
Visigodos en las antiguas provincias romanas, empezaron á
ordenar el gobierno de sus territorios, y para esto adoptaron el
molde romano. Al hablar de la regencia deTeodorico (§ 105)
indicamos algunas de las reformas introducidas por él, á semejanza
de lo que existía en el reino ostrogodo. Más tarde, las dos
ó tres provincias en que se dividían los territorios visigodos se
convirtieron—por ampliación de lo conquistado—en muchas
210 HISTORIA Dá ESPAÑA
más. Liuvigildo estableció ocho (año 579). Al frente de cada
una de éstas había un gobernador con título de duque, y al
frente de las ciudades principales un jefe llamado conde. Ambos
intervenían en la administración militar, la judicial y la política.
En la capital del reino residían los jefes supremos de los diferentes
órdenes de la administración, componiendo lo que se
llamaba el oficio palatino, copiado de los romanos, con sus comes
del Tesoro, del ejército, etc. El municipio subsiste en las
ciudades, en la forma de la decadencia romana (§63), aunque
aliviadas las cargas de los curiales. La población del campo
estaba regida por funcionarios llamados, de una manera general,
prepósitos; y se reunía también en asambleas de vecinos
(godos y romanos) llamadas convenías publicas vicinorum, para
decidir acerca de las cuestiones de propiedad rural, división de
tierras, ganadería, persecución de siervos huidos y otras de
interés local. El defensor civitatis continúa igualmente.
En la función propiamente judicial intervenían las mismas autoridades
administrativas citadas y tribunales colectivos como el
Oficio Palatino, que conocía de los delitos de los fuieles del rey
y de los nobles en genera!; los Concilios, que examinaban las
reclamaciones de los particulares contra las extralimitaciones
de los funcionarios públicos; el Concilio provincial, formado
por los aclesiásticos de una provincia bajo la presidencia del
obispo, para iguales fines que el Concilio general, y, por fin, la
Curia en los municipios, que decide sobre ciertos asuntos de
carácter civil y criminal. El rey nombra también, para ciertos
negocios, jueces extraordinarios ó especiales, llamados Pacis
assertores. Los obispos ejercían en representación del rey una
función fiscalizadora ó inspectora de la administración de justicia,
é intervenían en asuntos del orden civil como la tutela, los
testamentos y otros, así como en el cumplimiento de las leyes
militares. Pero toda esta compleja organización no era más que
aparente. En rigor, no había justicia segura. Los jueces, lejos de
amparar á los débiles y á los que tenían derecho, cometían, á
pesar de las muchas restricciones acumuladas en la ley, toda
clase de arbitrariedades. Los reyes, escuchando las quejas del
pueblo, hubieron de dictar π φ de una vez disposiciones para
moralizar y encauzar este orden dé la administración. En la
LA IGLESIA CATÓLICA 2 1 I
última compilación de leyes visigodas se comprenden varias que
establecen la responsabilidad judicial por el perjuicio que se
cause á los litigantes, de que respondía el juez con sus bienes
y, de no tenerlos, con azotes y la esclavitud.
Las penas que principalmente se imponían á los delitos eran
las de muerte (por el fuego, á los incendiarios), cegamiento,
confiscación y azotes. El tormento, como medio de obtener
confesión de un delito, sólo se aplicaba á los plebeyos.
La Hacienda pública manteníase principalmente de las contribuciones,
que eran pocas al principio, menos que en los últimos
tiempos del imperio romano. Las más importantes fueron:
la territorial (functio publica) y la llamada tributuirij que se pagaba
en metálico ó en especie conforme al rendimiento del
cultivo de los campos. Las pagaban únicamente los hispanoromanos.
135. El ejército.—El servicio militar era, entre los Visigodos,
obligatorio por costumbre y por la ley. Cuando se establecieron
en las provincias, obligaron también á los subditos
romanos, nobles, plebeyos y siervos. Todos servían juntos. El
ejército se dividía en grupos de ioo hombres, con un jefe llamado
centenarius. Había otros grupos superiores, de ι,οοο hombres
llamados tiufadlas, institución de origen germano cuyo jefe,
tiufado, era al propio tiempo juez de sus soldados en tiempo de
guerra y, según se cree, también en tiempo de paz. Los patrocinados
ó clientes iban formando una agrupación mandada por el
patrono ó señor. Con el tiempo, la obligación del servicio fué relajándose,
bien por haberse afeminado las costumbres visigodas,
bien por resistirse á él los nobles turbulentos y enemigos de la
corona. Wamba tuvo que dar nuevas leyes recordando aquella
obligación y reorganizando el ejército. Este no era permanente
sino en una escasa parte, formada en su mayoría por la guardia
real reclutada entre los siervos, clientes ó libertos del rey, ó
constituida por hombres libres, á quienes se pagaba soldada ó se
cedían tierras en premio del servicio. Los demás eran llamados
en caso de guerra. Mandaba el ejército unas veces el rey y
otras un duque.
138. La Iglesia católica.—De la Iglesia arriana, que fué la
oficial hasta Recaredo, se sabe poco. Su organización era ana2
12 HISTORIA DE ESPANA
loga á la católica, puesto que ambas procedían de un mismo
tronco. Los obispos eran nombrados y depuestos por el rey.
La Iglesia católica continuó su organización y costumbres
de tiempo del Imperio. Los obispos seguían reuniéndose en
Concilios y comunicándose con el Papa, cuya autoridad reconocían.
Intervinieron muchas veces como mediadores pacíficos
en la invasión visigoda y en las luchas entre ésta y los Suevos
y los hispano-romanos. Durante el período arriano, como hemos
visto, sufrieron algunas persecuciones y se vieron privados
á veces de sus puestos y de celebrar Concilios; pero desde
Recaredo, convertida la Iglesia católica en oficial, se desarrolló
triunfante y normalmente, gozando sus principales miembros
de gran consideración é influencia social por su cultura.
Perdió, sin embargo, en independencia, porque los reyes, continuando
las prácticas del período arriano y de los primeros
emperadores, intervinieron más de una vez en cuestiones interiores
de la Iglesia, pero no en las dé culto y dogma (excepto
Recaredo), y se atribuyeron la elección de obispos.
Edificáronse muchas iglesias en este tiempo, compensando
así las destruidas durante las guerras de invasión; y las riquezas
de ellas crecieron mucho, merced, sobre todo, á los donativos
de los reyes y de los fieles. No pocas llegaron á tener
importantes propiedades de tierras y de siervos adscritos.
Los sacerdotes gozaban de ciertos privilegios, como la exención
de algunas penas y del servicio militar quizá hasta Wamba,
pero no de las contribuciones ordinarias, que pagaban también
las tierras y siervos de las iglesias. En el orden judicial estuvieron
sujetos á los tribunales ordinarios, sin obstáculo del
fuero de los obispos sobre los clérigos. Las causas de matrimonio,
divorcio, etc., se consideraban como civiles. Las iglesias
tenían el privilegio de amparar á los delincuentes perseguidos
que se refugiaban en ellas. Los perseguidores no podían
sacarlos á la fuerza, sin permiso de los sacerdotes; los cuales,
después de convencerse de la existencia del·delito, entregaban
al reo, pero con prohibición de matarlo. A esto se llama el
derecho de asilo.
Los monasterios crecieron mucho, fundándose en aquella
época algunos que más tarde tuvieron gran importancia en la
ELEMENTOS DE CULTURA 215
historia social y política de España: como el de Dumio (Braga),
creado por San Martín de Hungría; el de San Donato ó Servitano
(cabo Martín-Valencia); el de San Millán de la Cogolla
(Rioja) y otros. Los monjes dependían del obispo, que daba la
regla y nombraba al abad, mas podían acudir en apelación á
los tribunales civiles.
La manera de celebrar las ceremonias religiosas (culto) era
especial, diferente de la que se usaba en Roma. Llamábase
oficio gótico, y fué reorganizada y unificada por San Isidoro,
arzobispo de Sevilla.
En punto á herejías, la Iglesia católica tuvo que luchar en
este período, especialmente con la arrima, que por ser nacional
en los Visigodos se sostuvo durante mucho tiempo después de
haber perdido la protección de los reyes. Fuera de esto, el
trabajo principal del clero era ir desarraigando los restos de
las antiguas religiones peninsulares y de la pagana, que subsistían
en muchos puntos, y sobre todo entre la población del
campo, apartada de la influencia de las ciudades, grandes focos
de las ideas nuevas.
3.—VIDA INTELECTUAL Y ECONÓMICA.—COSTUMBRES
137. Elementos de cultura.—Según ya dijimos,notrajeron
los Visigodos elementos de cultura originales que pudiesen influir
en España. Como pueblo más atrasado, dejáronse influir
por la civilización romana en todos los órdenes, y de ella tomaron
los hábitos del comercio y la industria, de ella copiaron las
artes, y mediante ella perfeccionaron la agricultura y demás órdenes
de la vida.
Lo único propio que trajeron fué la lengua, con su escritura
especial (§92) y el fondo de ideas religiosas y jurídicas de su
vida primitiva. De las primeras puede decirse que no quedó
nada, absorbidas por el arrianismo. Sí de las segundas, que influyeron
en la legislación, y en algunas de sus formas se prolongaron
á tiempos posteriores.
Con la destrucción del poderío romano y de la organización
provincial, la cultura decayó enormemente. Desaparecieron las
escuelas oficiales, y la enseñanza se refugió en el elemento más
1 14
214 HISTORIA- DE ESPAÑA
instruido de aquella sociedad, único que no ocupaba su tiempo
en las guerras continuas: el clero. En las iglesias y en los monasterios
formáronse escuelas donde se estudiaban, no sólo las
materias peculiares á la instrucción religiosa, sino las generales
humanas, desde la primera enseñanza, de la cual se conoce la
existencia de una escuela, la de Cauliana (Mérida). En estas
escuelas se introdujo la novedad—debida á las ideas cristianas
en punto á las relaciones de los sexos—de separar á los niños
y las niñas; con lo cual, retrayéndose la mujer, quedó su educación
reducida á la que pudiera adquirir en casa. Pero la casa, en
aquellos tiempos de lucha constante y de incultura, poco podía
ofrecer para la educación femenina.
Aparte de estas escuelas de las catedrales y monasterios, naturalmente
influidas y supeditadas á la enseñanza religiosa, los
judíos tenían academias propias, en las cuales los profesores
leían y comentaban los libros delante de los alumnos: sistema
que luego pasó á las Universidades de siglos posteriores.
Los gimnasios, que tan abundantes habían sido en la época
romana, desaparecieron. En el orden de la educación física, los
Visigodos sólo adoptaron los llamados juegos militares, especie
de torneos en que se probaban las fuerzas de los combatientes.
138. Lengua y escritura.—Tres lenguas se conocieron en
la España visigoda: el godo, que trajeron los invasores, pero
que había caído en desuso; el latín, que hablaba la población
romana y romanizada, y el vascuence.
El idioma godo contaba para su expresión con la escritura
llamada ulfilana (§ 92), que fué el órgano de la cultura arriana,
así como la latina lo fué de la católica. Con la conversión de
Recaredo, la preponderancia del elemento romano y la destrucción
de muchos libros arríanos escritos en gótico, decayó el uso
de esta escritura, aunque en el siglo vil aun subsistía.
En el uso general, y para los menesteres oficiales, le sustituyó
la escritura latina en una forma especial que tomó en España
y que se ha llamado impropiamente gótica, siendo su nombre
más apropiado el de toledana. En un principio se escribió sólo
con mayúsculas, y así están los manuscritos más antiguos. En
el siglo vil comenzaron á introducirse las minúsculas.
Es de creer que las iglesias y los obispos arríanos tuviesen
MOVIMIENTO LITERARIO 215
sus bibliotecas ó colecciones de libros. De las iglesias católicas
y de los monasterios se sabe positivamente que las tenían, dedicándose
muchos monjes ala copia de libros. Esta copia se
hacía en algunos puntos con ánimo mercantil, es decir, para
vender, constituyendo verdaderas ediciones manuscritas de los
libros más buscados. Existieron á este fin librerías, análogas á
las romanas. Algunos reyes y nobles reunieron también bibliotecas
importantes.
Aparte de estos dos elementos literarios—el visigodo y el
romano—existía en las regiones S. y E. de la Península el influjo
helénico, que se acrecentó con la larga dominación de los
Bizantinos y, en el orden erudito, por la constante comunicación
del clero católico con el de Oriente. Se sabe que muchos
sacerdotes estuvieron en Constantinopla, huyendo de las persecuciones
y estudiando. Así, que el griego fué conocido de todos
los hombres cultos en España, y con él su literatura déla época.
También se cultivaban el hebreo y el caldeo, no sólo en la
población judía, sino en los centros ilustrados. Mediante estas
lenguas comenzó á influir en la cultura española el elemento
oriental, que más tarde adquirió importancia al lado del clásico
ó greco-latino, que era el predominante.
139. Movimiento literario. Escritores.—La concurrencia
de todos estos elementos, si no pudo crear una cultura tan amplia
y profunda como la romana, mantuvo á lo menos cierta
vida intelectual, cuyo centro hallábase en las iglesias catedrales
y monasterios, y principalmente en Sevilla, donde se formó
una escuela, inspirada en la cultura clásica, de que fué jefe
ilustre el arzobispo San Isidoro.
La mayor parte de los escritores de esta época son, por razón
natural, eclesiásticos, y los asuntos de que tratan, principalmente
religiosos y morales. Citaremos los más célebres de
entre ellos: Orosio, autor de una historia general (Historiarum
libri VII adversus paganos, escrita en 417 por instancias de San
Agustín y muy interesante para conocer los primeros tiempos
de la invasión goda) y de otros libros apologéticos y de controversia;
Draconcio, de un poema titulado De Deo; Idacio, redactor
de un Chronicon en que se relatan las invasiones de los Germanos;
San Toribio de Astorga, gran polemista contra los
2 I 6 HISTORIA DE ESPANA
priscilianos; Montano, que escribió cartas morales á los habitantes
de Palència; San Martín de Braga, autor de varias obras
místicas y morales importantes; Liciniano y Severo, bizantinos;
el abad Donato, que traslado desde Africa á España su monasterio,
con una gran biblioteca que poseía; Masona, uno de los
obispos más ilustres en el clero visigodo; San Braulio, que
escribió una Vida de San Millán y Cartas interesantes para conocer
el estado social de aquella época; San Julián, autor de una
Vida de Wamba; el obispo de Zaragoza, Tajón; Apringio de
Beja; San Ildefonso de Toledo; Zazeo, de Córdoba, gran filósofo;
Juan de Biclara, á quien se debe una Crónica muy importante
para el estudio de las luchas políticas de los Visigodos;
San Leandro, que influyó mucho en la conversión de San
Hermenegildo; y sobre todos ellos, su disípulo, San Isidoro,
arzobispo de Sevilla, hombre de grandísima cultura clásica,
autor de muchos libros, entre los cuales descuellan: por su
interés histórico, un Chronicon ó Historia universal abreviada,
la Historia de los Godos, Vándalos y Suevos, y las Vidas de Varones
ilustres;por ser un resumen enciclopédico del saber greco-romano,
el que se titula Etimologías, y por su valor filosófico y jurídico,
los Libri Setentiarum. San Isidoro es el más alto representante
de la civilización clásica, de cuyos restos vivían las antiguas provincias
y ya veremos cómo su tradición literaria y científica no
sólo hubo de perpetuarse en España, sino que se reflejó ampliamente
en naciones extranjeras.
Al lado de estos escritores y hombres cultos figuraron otros
de procedencia laica, es decir, que no pertenecían al clero. Se
distinguieron, bien como autores, bien como polemistas ó como
aficionados á las letras é instruidos en ellas, los reyes Recaredo,
Chindasvinto, Recesvinto y Sisebuto, autor éste de
una vida de San Desiderio y quizá de varias Cartas á obispos
y patricios; el duque Claudio, condiscípulo de San Isidoro; el
conde Bulgarano, autor de Cartas; el conde Lorenzo, que po
seía rica biblioteca. Demuéstrase con esto que la nobleza visigoda
é hispano-romana no fué enteramente inculta y bárbara,
puesto que en ella figuraron escritores é individuos muy celosos
de la cultura.
La más alta representación de ésta hállase, no obstante, en el
CULTURA ARTÍSTICA 217
clero, y particularmente se advierte en el orden jurídico, en
forma de proposiciones y consejos ideales, ó de preceptos que
los traducen á la realidad legislativa, no siempre aplicada en la
práctica, por desgracia. En las obras de San Isidoro, Etimologías
y Libri sententiarum, y en otras de carácter teológico escritas por
diferentes p/elados, se consignan los principios de la doctrina
jurídica del clero español, principios reflejados en las consideraciones
morales con que empiezan ó van comentadas muchas
leyes del Fuero Juzgo. El origen divino del poder; la obligación
por parte del Estado de defender á la Iglesia; la sumisión
debida á la ley, como fórmula de justicia y de bienestar público,
incluso por parte de los mismos reyes, cuya tiranía anatematiza;
la separación entre la fortuna privada del monarca y el
patrimonio de la corona, para evitar usurpaciones de los soberanos;
el apoyo prestado á la forma de sucesión hereditaria
y al prestigio é inviolabilidad de la realeza, como medio de
terminar las luchas por el poder, y la represión y castigo de los
delitos religiosos por cuenta del Estado: tales son los principios
de la doctrina eclesiástica que influyeron en el derecho público.
140. Cultura artística.—Si en el terreno literario los Visigodos
fueron siervos de la cultura greco-latina, no lo fueron
menos, en el artístico. En arquitectura no hicieron sino seguir
la estructura clásica, aunque con marcada decadencia en los
materiales de construcción, en los planos y en los adornos, todo
más pobre, menos monumental que en la época romana, pero
todavía relativamente muy rico, á juzgar por las descripciones
que nos han quedado de las iglesias de Mérida y de Evora, la
primera seguramente del siglo vi. Quizá trajeron á España
elementos é influencias del arte oriental y del griego, recibidas
durante su estancia en las regiones del Danubio y el Don. En
igual sentido tenía que obrar el nuevo contacto con los bizantinos,
muy directo desde la entrada de ellos en tiempo de Atanagildo
y por virtud de las muchas relaciones científicas entre
España y Gonstantinopla (§ 138). En su virtud (y en la de influencias
de tipo germánico, que muy verosímilmente se ejercieron
en escala hoy imposible de apreciarse), modificóse el arte
latino, presentando algunos caracteres nuevos que lo diferencian
de las épocas anteriores.
2 l 8 HISTORIA DK ESPANA
Poseemos noticia de muchos edificios públicos —palacios,
iglesias, fortificaciones—construidos en la época visigoda; pero
pocos han llegado á nosotros en suficiente
grado de conservación para que
podamos ver directamente lo que era el
arte arquitectónico de entonces. Tal sucede
con la iglesia de San Román de
Hornija, cuya fábrica visigoda desbarataron
reformas posteriores. Con muy
leves alteraciones se conserva otra iglesia,
la de San Juan en Baños de Cerrato
(Palència), que generalmente se considera
como obra del siglo vn, aunque no
sea esto completamente seguro, y una
del siglo vi, San Miguel de Tarrasa. La
forma dominante en las construcciones
religiosas es la de basílica, en el tipo
latino ó en el bizantino,ó de cruzgriega.
La de Baños es de tres naves, con los
arcos de comunicación en forma de herradura—
como en otra iglesia de Cabeza
del Griego y algunas más—y cubierta de
vertientes. El
Fig. 61. — Trozo de ornamentación
que se cree perteneciente
;i la iglesia de San Juan
de Baños. (Guárdase en el
Museo Arqueológico Nacional.)
madera á dos
arco de herradura,
ya conocido por los hispano-
romanos, fué muy usado
por los visigodos en la planta
de los áhsides y en los arcos de
comunicación, hasta el punto
de constituir una característica
de su arte. Algún autor
cree poder clasificar entre los
monumentos visigodos, por su
planta y disposiciones, el Cristo
de la Luz, de Toledo, y la iglesia
francesa de San Germinyde-
Près, construida en 806 por
el obispo Teodulfo, español de
nacimiento. Esta iglesia tiene arcos de herradura en planta y
Fig. 62.—Capitel visigodo hallado en
Mérida.
CULTURA ARTÍSTICA 2¡9
en alzado. Otras (Bamba, San Miguel de la Cogolla, etc.) son
dudosas.
Mayor seguridad hay en la
atribución de capiteles muy característicos
hallados en Toledo,
Mérida y Córdoba y que
repiten formas greco-romanas,
cada vez más degeneradas. De
estatuaria suele citarse como
visigoda la imagen de San Juan
hallada en Baños;, pero no hay
probabilidad ninguna de que lo
sea. En punto á lápidas sepulcrales,
las hay numerosas, que,
como los capiteles, reproducen
motivos de la época romana
con evidente
de
genera- - Capitel visigodo utilizado en la
mezquita de Córdoba.
ción. Una
de ellas, descubierta en Écija, revela al
parecer muy marcadamente la influencia
bizantina. Otra, de Mértola (año 525),
lleva grabado el arco de herradura, frecuente
en las construcciones y decoraciones
de la época.
En punto á construcciones militares, se
perpetúa también la forma romana de las
murallas, torres y puertas, como en las
de Ercavica ó Cabeza del Griego, Évora
(debidas á Sisebuto), Toledo (reedificadas
por Wamba) y Córdoba (la puerta
llamada Occidental ó de Sevilla, que se
cree obra del siglo vu).
Las joyas, en metales preciosos y con
piedras, que constituyen lo más rico entre
Fig. 64 -Estatua de San l o s r e s t 0 ¡ , deJ a r t e v¡ s¡„o d o q u e han He
Juan hallada en la iglesia . . &""" 1
de Baños. gado á nuestros días, revelan marcada in2
2 0 HISTORIA DE ESPAÑA
fluencia bizantino-oriental. Así se ve en las coronas votivas
y cruces halladas en Guarrazar (Toledo), Elche y Antequera.
Las monedas, imperfectamente grabadas, eran de oro, copiando
los tipos latinos y bizantinos. Por algunas halladas
recientemente en Sevilla se ha venido en conocimiento de la
existencia de dos reyes (no mencionados en los documentos
conocidos hasta ahora), Judila y Jajita, que se cree no fueron
monarcas legítimos. El primero
dominó un extenso territorio
(de Granada á Mérida) á juzgar
por los lugares de acuñación de
sus monedas. Otra, descubierta
últimamente, revela el nombre
de un tercer rey, Suniefredo ó
Cuniefredo, que se cree también
usurpador del tiempo de
Recesvinto ó de Wamba.
141. Comercio é industria.
— Un pueblo puramente agricultor
como era el visigodo, y
empeñado, además, casi continuamente
en guerras, no podía
traer elementos propios de vida
al comercio ni á la industria.
Uno y otra siguieron en España
en manos de la población
romana y de los extranjeros,
griegos y judíos principalmente.
El comercio hacíase en su mayoría
con Levante, por medio de barcos, de los que muchos
eran españoles. La marina de guerra visigoda llegó á ser muy
importante. Continúan las aduanas para los productos que
venían de fuera.
En punto á industrias, subsistieron algunas de la época
romana: de seda, lana é hilo, fundiciones de hierro, fábricas
de armas, molinos, minas y astilleros para la construcción de
naves.
Los oficios, continuando la dirección impresa en las corpora-
Fig, 65. — Torre visigoda de Carcasona.
COSTUMBRES GENERALES 22 1
ciones romanas, se organizaron como cuerpos cerrados, distinguiéndose
en cada uno dos categorías: la de maestros y la de
aprendices. Los que no pertenecían al cuerpo en uno de estos
dos grados, no podían ejercer el oficio.
Fig. 66.—Coronas y cruces visigodas halladas en Guarrazar.
142. Costumbres generales.—Así como hemos visto que
en los últimos tiempos de Roma la población tendía á concentrarse
en las ciudades, con la entrada de los Germanos se
desparrama otra vez por los campos; ya por crear los nobles
hispano-romanos núcleos de resistencia cuyo centro eran sus
222 HISTORIA DE ESPANA
propiedades.territoriales con casas.ó aldeas fortificadas, ya por
el establecimiento de los Visigodos en posesiones: de carácter
rural. Los nobles de la raza iavasora llegaron, en efecto, á poseer
extensos terrenos, en los cuales vivían rodeados de numeroso
cortejo de bucelarios, colonos y siervos, que formaban
como un pequeño ejército y corte.
En las ciudades predominaba la vida de tipo romano, á la cual
fueron amoldándose los Visigodos. Poco á poco olvidáronse las
antiguas costumbres modestas y sencillas, propias de un pueblo
pobre, para adoptar las fastuosidades y lujo de la civilización
romana de los últimos tiempos, sin que por esto se asimilasen
los Visigodos aquel refinamiento del espíritu latino que trascendía
á todos los actos de la vida. La corte de Eurico y la de Liuvigildo
son muestra de la citada conversión á las costumbres
romanas, de tal modo, que hubo que dictar leyes para reprimir
el lujo de los particulares.
La ocupación principal de los Visigodos fué la guerra, bien
de conquista, bien civil, entre los nobles, ó entre éstos y el rey.
Los soldados vestían arnés y casco de cuero, cota y escudo de
metal, y llevaban muy largo el cabello, distinguiéndose en esto
de los hispano-romanos. Semejante costumbre vino á ser un
signo de raza, de tal manera, que el hecho de cortarse el pelo
inhabilitaba para ejercer cargos públicos y especialmente el de
rey, que había de recaer siempre en un godo. Como armas,
llevaban flechas, lanza, espada y puñal, y los toques militares
los hacían sonando cuernos ó bocinas. Aparte de esto,
vestían una especie de sayo de lana ó piel y un gran calzón
forrado.
Los nobles y las gentes ciudadanas modificaron su traje
amoldándolo al tipo romano. La relajación de costumbres llegó
á tanto en los últimos tiempos, que muchos sacerdotes, no obstante
prohibírselo los cánones, vivían públicamente casados y
tenían hijos. Las leyes castigaban severamente esta licencia,
que, sin embargo, continuó por mucho tiempo. Las supersticiones
alcanzaban hasta las clases más altas. Con frecuencia, los
jueces acudían á los adivinos y hechiceros para fallar los pleitos,
cosa que las leyes castigaban. Otra superstición curiosa y
terrible consistía en celebrar misas por personas vivas como
COSTUMBRES GENERALES 225
si estuviesen ya muertas, con lo cual se creía acelerar su fallecimiento.
Los homicidios eran frecuentes; la seguridad personal muy
escasa, á pesar de que los reyes trataron de reprimir los desórdenes,
la intranquilidad y los vicios más comunes. En este punto
se llegó á tomar medidas tan escrupulosas como la de prohibir
que ningún médico visitase y curase á mujer sin la presencia
de los padres ó parientes de ella, y en su falta, de vecinos. A
los médicos hacía también la ley responsables, con penas de
multa y hasta servidumbre, de los malos efectos de su medicación
y de que ésta produjese la muerte.
Una de las diversiones más populares de la época parece
haber sido las corridas de toros, á las cuales se mostraron aficionados
incluso algunos miembros del clero; bien que no esté
probado el ejemplo, que comúnmente se cita á este propósito,
del obispo Eusebio de Tarragona.
Segunda époea.-Lia dominación musulmana
y 1a feeonquista
i.—PRIMEROS TIEMPOS DE LA DOMINACIÓN. EL EMIRATO
DEPENDIENTE
143. Los nuevos conquistadores de España.—Suele llamarse,
á los conquistadores que vinieron de Africa y produjeron
la caída del reino visigótico, árabes, y con ese nombre los hemos
designado hasta aquí. Conviene, no obstante, determinar algo
más las cosas, para inteligencia de los hechos ulteriores.
Eran los árabes un pueblo que habitaba la parte occidental
de Asia y principalmente la península de su mismo nombre,
Arabia. Divididos en tribus, sedentarias unas, nómadas otras,
cada una con su jefe especial, llamado jeque, no formaban propiamente
una nación ni un Estado, porque las tribus, lejos de
estar unidas y reconocer un poder común, vivían dispersa s
é independientes, celosas las unas de las otras y en luchas con
tinuas. El único lazo que el árabe reconocía era el de su tribu:
por ella y por los que á ella pertenecían (sus con-tributos) estaba
dispuesto á todo; pero con los demás nada tenía que ver. De
semejante estado de disgregación vino, en parte, á sacarlos un
hombre llamado Mahoma, que era, á la vez, un fanático en
religión y un político ambicioso. Sucedía esto á principios del
siglo VIL Los árabes profesaban creencias religiosas, la mayoría
de las cuales reconocían diferentes dioses ó ídolos, que se
veneraban en la Meca, ciudad situada en la vertiente arábiga
ORGANIZACIÓN DEL IMPERIO MUSULMÁN 22 5
del Mar Rojo. Mahoma empezó á predicar una religión nueva,
cuyas ideas estaban tomadas del Cristianismo y del Judaismo,
proclamando la existencia de un solo Dios (Al-lah), la resurrección
de los muertos, el juicio final, en virtud del que irán los
buenos al Cielo y los malos al Infierno, y otros dogmas. Prescribía
á los creyentes la obligación de rezar cinco veces al
día, de ayunar durante un mes al año (Ramadán), de hacer
limosnas y de visitar, una vez en la vida al menos, el templo
de la Meca. Todos estos preceptos se consignaron en un libro
llamado Alcorán, que es como la Biblia del Mahometismo.
Los árabes, bastante escépticos y positivistas, se burlaron en
un principio de Mahoma y hasta lo persiguieron·, pero la energía
y la constancia de éste, ayudadas por la fuerza de las armas
de los partidarios que logró conquistar, impusieron su doctrina
y su poder. Las tribus árabes—sin participar en su mayoría del
celo religioso de Mahoma—se dejaron arrastrar más bien por
el espíritu guerrero, conquistador, de aquél y de sus sucesores,
y se unieron para este efecto, conquistando en pocos años casi
toda la Siria y el África del N., incluso Egipto (697-708). Los
pueblos dominados, y que aceptaban más ó menos gustosamente
la nueva religión, se. conocen con el nombre de Musulmanes,
Mahometanos ó Sarracenos. Entre ellos era el árabe el
principal—por ser quien los había conquistado y ser árabe
Mahoma,—pero no el único. Por eso el nombre de árabes no
conviene, en rigor, á todos los musulmanes.
144. Organización del imperio musulmán. —Uno de los
efectos principales que produjo la predicación de Mahoma fué
la creación de cierta unidad política, mediante el reconocimiento
de un jefe supremo, llamado califa. Las provincias conquistadas
tenían sus gobernadores, y así los hubo en Egipto y en África
occidental. Pero la existencia del califa no daba más que una
aparente cohesión á las tribus árabes. De hecho, continuaron
entre ellas las guerras, ya para conquistar el favor del soberano,
ya para nombrar uno á su gusto. Uniéndose á esta división tradicional
las causadas por la diferencia en estimar y practicar las
ideas y preceptos religiosos, produjéronse diversos partidos
que lucharon sin tregua y sangrientamente en todos los territorios
musulmanes.
226 HISTORIA DE ESPANA.
De estos partidos eran los más enemistados el yemeni ó kelbi y
el maadi ó caisi, cada uno de los cuales representaba dentro
del pueblo árabe un núcleo de tribus afines entre sí y distintas
de las que formaban el otro. Puede decirse que la historia
interna del imperio musulmán se reduce á la lucha constante
de estos dos partidos, lucha que, unida á la natural independencia
y odio respectivo de las tribus, no dejó que se consolidara
un poder político robusto, y trajo consigo la disgregación
de los dominios árabes, causa de su ruina.
145. El Noroeste de África.—Los moros.—A principios
del siglo viu estaba ya conquistada toda el África del Noroeste
que había pertenecido antes al imperio bizantino. Los Árabes
encontraron allí como base de población, á los Beréberes, pueblo
de otra raza que aquéllos, aunque organizados también por
tribus. Estos Beréberes son los que se conocen propiamente con
el nombre de Moros. Diferenciábanse de los árabes en ser más
fanáticos que éstos—dominados como se hallaban por la clase
sacerdotal (santones) á quien respetaban más que á los jefes de
tribu ó jeques,—y por un sentido democrático contrario á los
instintos aristocráticos de los árabes. Los Beréberes no aceptaron
de buen grado la dominación. Se resistieron á ella todo
lo que pudieron, y, aunque vencidos, quedaron como enemigos
constantes de sus vencedores, sublevándose más de una vez
contra ellos. Aceptaron en cambio la nueva religión con gran
fervor, adoptando las ideas de las sectas más intransigentes y
celosas, en lo cual hallaron también motivo de disentimiento
con los indiferentes árabes, motivos que influyeron no poco en
las conquistas. Precisamente las tropas musulmanas que en 711
invadieron la España al mando de Tárik, estaban formadas,
en su gran mayoría, por berberiscos ó beréberes. Muza fué
quien trajo más árabes, de diversas tribus, yemeníes y caisíes.
A pesar de esta diversidad de orígenes, los historiadores y el
pueblo han llamado á todos con nombre común, usando, ora
el de moros, que conviene sólo á los originarios del África, ora el
de árabes.
146. Afianzamiento de la dominación árabe en España.
—En el año siguiente á la batalla de Segoyuela, que dio fin á
la monarquía goda, prosiguió Muza su campaña dirigiéndose
AFIANZAMIENTO DE LA DOMINACIÓN ARABE 227
por Guadalajara á Zaragoza, y hallando unas veces resistencia
en los jefes godos, y otras ayuda; como sucedió con el conde
Fortunio, de Tarazona, uno de los varios magnates que, atentos
á la conservación de sus bienes y de su poderío, no tuvieron
escrúpulo en someterse con ciertas ventajas, y aun en apostatar
de su religión. Estos casos no constituyeron, sin embargo, la
mayoría, siendo lo general que los nobles, funcionarios públicos
ó no, se resistiesen enérgicamente en defensa de sus derechos
y propiedades, que era lo verdaderamente amenazado por
la invasión. El pueblo, que no tenía qué perder, no siguió esta
conducta. Hasta 715, la guerra había sido relativamente benigna.
Al tomar á Mérida, Muza dejó en libertad y en tranquila
posesión de sus bienes á los habitantes, no tomando para los
vencedores más que los bienes de los muertos, de los emigrados
y los de las iglesias; pero la campaña de 714 fué horrible,
cometiendo los árabes toda clase de excesos, si bien
dejaron á los cristianos en posesión de sus iglesias, respetando
el culto.
Terminada la excursión á las tierras del Ebro, emprendieron
Muza y Tárik, combinados, la conquista de lo que fué luego
Castilla la Vieja y de la Cantabria, caminando de E. á O. y
de N. á S. En esta empresa hallaron fuerte resistencia los árabes.
Aunque algunos condes se sometieron, siendo mediadores
en los pactos los obispos, otros se defendieron valientemente.
Al mismo Muza se le atribuyen estas palabras referentes á los
españoles: «Son leones dentro de sus fortalezas, y águilas en sus
corceles. No malogran ninguna coyuntura, si se les presenta
favorable; y desbaratados y vencidos, lejos de hallar mengua
en huir del campo de batalla, súbense á lo más fragoso de los
bosques y montañas, donde se rehacen luego y vuelven con
mayor empuje á la lucha». Con esto declara Muza los dos géneros
de combate que usaron los peninsulares: la resistencia en
las poblaciones fortificadas, y la guerra de guerrillas, en la
misma forma que usaron contra los romanos.
Para afianzar lo que iban conquistando, los árabes fueron
estableciendo, en Amaya, Astorga y otros puntos, colonias militares.
En la provincia de Valladolid hallaron enérgica oposición
en un fuerte llamado de Barú, que los detuvo algún tiempo.
228 HISTORIA DE ESPAÑA
Desde allí dirigióse Muza á tierra de Astures, atacando (según
parece interpretarse de textos de cronistas árabes y cristianos)
á la población de Luco (Lucus Astumm ?) y tomando la población,
así como su inmediata, Gijón. Los Astures y Godos (§ 151)
se refugiaron en las fragosidades de los montes llamados Picos
de Europa, desde donde, tiempo después, atacaron á los árabes.
Cuando Muza se disponía á penetrar en Galicia, recibió apremiantes
órdenes del califa para que se presentase en la corte y
rindiese cuentas de su conducta, respecto de la cual había
recibido quejas. Muza no tuvo más remedio que obedecer, y
con Tárik marchó á embarcarse en Sevilla (714).
Quedó al frente de las fuerzas árabes Abdelaziz, hijo de Muza,
el cual realizó expediciones á Portugal y al S. y SE, de Andalucía,
apoderándose de Málaga y Granada. Al entrar en tierras
de Murcia, halló fuerte resistencia en un conde llamado Teodomiro,
la capital de cuyo territorio era Orihuela. Por conveniencias
de ambas partes, siendo los árabes pocos, y temiendo Teodomiro
hallarse aislado (pues, aunque otros condes se defendían
en diferentes puntos, no había acuerdo entre ellos), se celebró
una capitulación, reconociendo la independencia de Teodomiro
y sus gentes en el territorio de Orihuela, Valentena, Alicante,
Mula, Begastro, Anaya y Lorca, respetando su religión, propiedades
é iglesias, y obligándoles tan sólo á pagar leve tributo
en dinero y especies.
Abdelaziz no pudo terminar la conquista de España, porque
fué asesinado. La vida fastuosa que llevaba, contraria á los
rígidos preceptos de su religión, y el hecho de haberse casado
con la viuda de Rodrigo, Egilona (los árabes podían casarse con
cristianas y judías, sin que éstas renegasen, y en realidad fué
muy frecuente el caso de reyes y caudillos árabes que casaron
con señoras cristianas españolas, como veremos), hiciéronle
malquisto y sospechoso entre los suyos. Su obra la terminó el
nuevo gobernador llamado Alhor, que, considerando suficientemente
subyugada la Península, y vencidas las principales resistencias,
después de siete años (de 712 á 718) traspasó los Pirineos
y llevó la guerra á las Galias. Engañábase, sin embargo,
Alhor. En su tiempo empezó nueva lucha, ya ofensiva, contra
los dominadores árabes.
ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA Y SOCIAL 229
147. Conducta de los musulmanes en sus conquistas.—
Conquistada España por tropas del gobierno de Africa, se la
consideró dependiente de éste. El gobernador espafiol (emir, en
árabe) era nombrado por el de África, siempre bajo la dependencia
del califa, que residía en Damasco, ciudad de la Siria. Esta
dependencia no impidió que la provincia española fuese teatro
de numerosas guerras civiles entre los conquistadores, y que
más de una vez se condujera como si fuese realmente independiente.
Los árabes no buscaban en sus conquistas preferentemente la
conversión de los pueblos á las ideas religiosas de Mahoma.
Su conducta en esta parte varió según el grado de fervor del
califa reinante, del general que mandaba las tropas, ó de la resistencia
de aquellos á quienes se quería conquistar; pero,en rigor,
sus principios eran que los pueblos conquistados debían, ó aceptar
el islamismo, ó sujetarse á pagar un tributo personal, además
del territorial. Como, según esto, los convertidos pagaban menos
contribución al Estado que los no convertidos, había entre
los árabes muchos que, mirando á los intereses materiales antes
que á los morales, opinaban que no se debía obligar de ningún
modo á que se convirtiesen los pueblos conquistados, para de
este modo poderles exigir mayores tributos. Estas causas, unidas
á los azares y conveniencias de la guerra que no siempre
era fácil, y que.muchas veces obligaba á firmar tratados (como
el de Teodomiro, que se citó), hicieron que los árabes respetasen
con bastante frecuencia, no sólo las creencias religiosas,
sino la vida especial de las poblaciones dominadas. La conquista,
pues—como dice un historiador español—«no fué cuestión
de propaganda religiosa, sino un pillaje más ó menos sistemático
».
148. Organización administrativa y social de lo conquistado.—
La conducta seguida por Muza en Mérida fué la regla
general, no obstante algunos excesos y crueldades como los de
la campaña de Aragón (714). La gran masa de la población
hispano-romana y visigoda continuó, bajo la dominación de los
musulmanes, con sus condes, sus jueces, sus obispos, sus iglesias
y, en suma, con casi toda la independencia civil. Los emires
se contentaron con imponer á los cristianos sometidos las
1 15
2 }0 HISTORIA DE ESPAÑA
contribuciones legales, que eran de dos clases: la personal ÓMpitacion
(i) y la que pagaban los propietarios territoriales, tanto
fuesen musulmanes (éstos, sólo por las fincas que antes hubiesen
pertenecido á cristianos ó judíos sometidos) como cristianos,
aunque, á veces (según indica, v. gr., la capitulación de Coimbra),
se les impuso el doble á los cristianos. Se llamaba á este
impuesto jarach y consistía en una parte de los productos. Las
iglesias y monasterios pagaron también contribución. En general,
por lo que toca á la propiedad inmueble, parece que la regla
seguida fué ésta: Muza reservó de lo conquistado */s (en tierras
y casas) para el Estado, formando así como un patrimonio público,
llamado joins, cuyo cultivo concedió á los labradores jóvenes
indígenas (siervos), mediante el pago de z¡¡ de frutos al
califa ó á su representante (emir), constituyendo este fondo,
principalmente, con las propiedades que habían sido de las
iglesias, del Estado visigodo, de los nobles fugitivos y ¡as conquistadas
á viva fuerza. A los particulares, soldados y nobles
que capitularon ó se sometieron, se les respetó (como en Mérida
y en Coimbra) el dominio de todos ó parte de los bienes,
con la obligación de pagar un impuesto territorial (cliizya, análogo
al jarach), por las tierras labrantías y las de árboles frutales,
y lo mismo se hizo con algunos monasterios, como se ve en
la capitulación de Coimbra. Alcanzaron además estos propietarios
indígenas la libertad de vender lo que poseían, facultad
que, siguiendo las leyes romanas relativas á la Curia, tenían
muy limitada en la época visigoda. Por último, la parte excedente
del x/s en las tierras confiscadas por los conquistadores
fué repartida ente los jefes y soldados, ó sea entre las tribus
que formaban el ejército. Según una tradición árabe, este reparto
lo hizo Muza por completo; según otra, no lo terminó él,
sino Saman, hijo de Malic, por orden del califa, el cual confirmó
los derechos concedidos por Muza sobre las tierras, y concedió,
además, feudos sobre los terrenos del Estado á los
soldados que trajo consigo Samah. En estos repartos tocaron
Ips distritos del Norte (Galicia, León, Asturias, etc.) á los be-
(i) Diferente en cuantía según la posición social del que !a pagaba. Exceptuábanse de
ella las mujeres, los niños, los monjes, los lisiados, los mendigos y los esclavos.
ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA Y SOCIAL 23 I
réberes, que eran los más, y los del Sur (Andalucía) á los árabes.
Los siervos visigodos que había en estas tierras y que no
huyeron, siguieron en ellas como cultivadores (los árabes sabían
poco de agricultara y la desdeñaban, como ocupación
inferior), sujetos tan sólo (como los labradores del ¡oms) al pago
de un T/3 ó J/s de la cosecha en favor de la tribu ó jefe
propietarios; con lo cual, no sólo mejoró la situación de los
cultivadores, sino que, por hacerse el reparto entre muchos, se
dividió la propiedad, rompiendo la traba de los latifundia. Por
último, los sirios, que más tarde vinieron á España, obtuvieron,
en algunos distritos, según veremos (§ 149), no la propiedad
directa de tierras, como los primitivos conquistadores, sino el
derecho de cobrar para sí el z/3 que los labradores cristianos
del jorns pagaban, como hemos dicho antes, al Estado. De este
modo se creó entre los sirios y la población indígena, en los
distritos donde aquéllos se fijaron, una relación análoga á la de
los consocios ó consortes visigodos y galo-romanos cuando las
tribus de Ataúlfo obtuvieron la posesión de tierras en la Galia.
Los esclavos mejoraron también de condición; de una parte,
porque los musulmanes los trataban más dulcemente que los
hispano-romanos y los visigodos, y, de otra, porque bastaba su
conversión al mahometismo para quedar libres, si eran esclavos
de cristianos ó judíos. Claro es que muchos se convirtieron
sólo para obtener esta ventaja, sin creer verdaderamente en la
religión de Mahoma, y con ellos, más los propietarios que se
convirtieron también para librarse de la capitación y conservar
sus tierras, se formó una población de cristianos renegados que
tuvo gran influencia en los sucesos posteriores.
Todas estas ventajas que concedió la administración árabe
estaban compensadas, en parte, por la sujeción de la masa
cristiana sometida, sujeción pesada sobre todo en lo referente
á las iglesias, que dependían del califa, el cual se arrogaba el
derecho de nombrar y deponer á los obispos y de convocar los
Concilios. Además, andando el tiempo, los pactos celebrados
con poblaciones sometidas, como Mérida, v. gr., se violaron, y
aumentáronse también las contribuciones que pesaban sobre
los vencidos, lo cual originó no pocas guerras.
El núcleo de población peninsular más favorecido fué el de
232 HISTORIA DE ESPANA
los judíos. Ganaron éstos en libertad; abolidas las leyes visigodas
que los perseguían, tomaron, como aliados de los árabes,
gran parte en el gobierno y administración de las ciudades
españolas.
149. Luchas interiores de la España árabe.—Después de
las conquistas de Alhor, los grupos cristianos que habían permanecido
independientes no daban gran cuidado á los dominadores,
merced á su escasa fuerza; aunque, como veremos, alcanzaron
algunas ventajas. El movimiento invasor se dirigió hacia
las Galias, donde guerrearon con fortuna diferentes emires,
hasta que uno de ellos, Abderrahmán, fué derrotado por un
jefe franco llamado Carlos Martel, en las cercanías de la ciudad
de Poitiers (732). Este descalabro no puso término á las correrías
de los árabes en las Galias, donde conservaron durante
algún tiempo bastantes poblaciones de la Septimania (Narbona,
entre ellas). Sublevaciones ocurridas entre los beréberes de
África á mediados del siglo vui (740), distrajeron las fuerzas
mahometanas y ocasionaron la paralización y luego el retroceso
en la conquista.
Lo que principalmente preocupaba efectivamente á los musulmanes
era las divisiones interiores y en primer término
la rivalidad siempre latente entre árabes y beréberes. Siendo
emir Abderrahmán, el derrotado en Poitiers, ó un poco antes,
hubo también en España una sublevación de beréberes, dirigidos
por el jeque Osman-ben-abi-Nisa ó Munuza (al que se
supone gobernador de Oviedo), quien se alió con Eudes,
duque de Aquitania, con cuya hermana se había casado. Poco
después, en 740, como hemos dicho, los bereberes de Africa
se levantan en guerra por haberles querido su gobernador
aumentar los impuestos, y consiguen derrotar, no sólo á las
tropas árabes de la provincia, sino á un fuerte ejército, compuesto
en su mayoría de sirios (musulmanes de la Siria), que
envió el califa. Esta insurrección se comunicó á España,
donde los beréberes, no sólo estaban quejosos del mal trato
que les daban los árabes, sino empeñados, por fanatismo religioso,
en destruir á éstos, cuya impía indiferencia les repugnaba.
Todos los beréberes de Galicia, de Mérida, Coria,. Talavera
y otros lugares, se lanzaron á la guerra. El emir árabe
LUCHAS INTERIORES DE LA ESPAÑA ÁRABE 253
que entonces gobernaba (llamado Abdelmelik) se vio en tal
apuro, que llamó en su auxilio á los restos del ejército sirio
derrotado en África y que se había refugiado en Ceuta. Diferentes
veces estos sirios, entre los cuales había un gran general
llamado Balch, habían pedido á Abdelmelik barcos para pasar
á España, con objeto de escapar de los beréberes africanos,
y el emir, por medio de que, una vez en la Península, se le impusieran,
no consintió en ello. Ahora veíase precisado á hacerlo,
estrechado por las circunstancias. Los sirios llegaron á España,
y pelearon de tal modo, que derrotaron á los beréberes y los
castigaron con dureza; mas, terminada la guerra y no portándose
con ellos el emir según lo pactado, se sublevaron á su vez,
arrojando del gobierno á Abdelmelik y nombrando emir á
Balch. Siguióse á esto una guerra terrible entre los sirios y los
árabes partidarios de Abdelmelik, que eran medineses. Al lado
de Balch pelearon muchos esclavos cristianos de los que cultivaban
las tierras. A pesar de victorias sucesivas de los sirios,
la lucha hubiese continuado por mucho tiempo á no mediar
personas sensatas de ambos partidos para concluir con los horrores
de la guerra civil. El emir de África contribuyó á este
fin, enviando un nuevo gobernador llamado Abuljatar, de origen
kelbí, que pacificó á España dando amnistías, trasladando
al Africa á los jeques más revoltosos y alejando de la capital á
los sirios, mediante la concesión de tierras del Estado, cuyos
siervos desde entonces pagaron á aquéllos el '/3 de la cosecha.
De este modo se poblaron con sirios los distritos de Ocsonoba,
Murcia, Beja, Sevilla, Niebla, Sidona, Algeciras, Regio (Málaga),
Elvira y Jaén.
No tardó mucho en reanudarse la guerra, esta vez entre
caisíes ó maadíes y yemeníes ó kelbíes, motivada por la injusticia
con que el nuevo gobernador, kelbí, trataba á los del otro
partido. Duró la guerra once años, durante los cuales el poder
de hecho lo tuvieron dos jefes caisíes, que eran los vencedores,
Samaíl y Yúsuf; siendo de notar que en este período de lucha,
los jeques nombraron emires á Yúsuf y á otros sin contar para
nada con el califa ni con el gobernador africano. El término
á esta situación anárquica lo vino á poner un nuevo personaje,
que cambió por completo la suerte política de España.
2 34 HISTORIA DE ESPAÑA
150. Abderrahmán.—Los califas ó jefes supremos del Estado
musulmán venían siendo, desde algunos años atrás, de
una familia noble llamada de los Omeyas; pero como en Oriente,
lo mismo que en España, no cesaban las luchas entre los
jeques ambiciosos y las tribus rivales, al cabo fueron destronados
los Omeyas por los individuos de otra familia rival, los
Abbassidas. Sucedía esto en la época en que Yúsuf figuraba
como emir de España. El cambio de dinastía produjo un movimiento
anárquico en las provincias. La de Africa se declaró en
parte independiente, y en parte se negó á reconocer á los
Abbassidas. En estas circunstancias, un joven de la familia
Omeya, llamado Abderrahmán, que había escapado de la
matanza ordenada por sus enemigos, refugiándose en Egipto
primero y después en el Africa berberisca, trató de formarse en
este último punto un reino independiente. Sus gestiones no
tuvieron resultado; y entonces, noticioso de la situación en que
se hallaba España, dirigió á ella sus ojos. Apoyado por algunos
clientes de su familia, desembarcó en la Península y comenzó
la guerra que, después de muchas vicisitudes, terminó venciendo
enteramente á Yusuf y al general Samaíl y erigiéndose
Abderrahmán en emir independiente del califa de Damasco.
Con esto empieza una época nueva en la España árabe (758).
151. Los núcleos cristianos de resistencia.—Ya hemos
visto que los musulmanes hallaron bastante resistencia en algunas
regiones de España; pero después de la última campaña
de Muza y de las de Abdelaziz y Alhor, pactaron con todos
los condes y jefes que quisieron mantener algo de su independencia
política. Según dicen los cronistas más antiguos, cristianos
y árabes (aunque no faltan autores modernos que tachen
de fabulosa toda esta narración), sólo en un punto resistieron
continuamente los elementos visigodos, y fué en Asturias. Habíanse
replegado allí algunos nobles del S. y del C. de España,
no pocos obispos de varias regiones, y restos de los ejércitos
vencidos en Mérida, en Castilla y en otros puntos. Al amparo
de las montañas, que ofrecían un buen refugio, y quizá con la
concurrencia de los indígenas astures, se propusieron resistir
á los invasores. La noticia de la muerte de Rodrigo en Segoyuela
les hizo pensar en nombrarle sucesor, que les guiase en
LOS NÚCLEOS. CRISTIANOS DE RESISTENCIA 235
la guerra; y reunidos nobles y obispos, nombraron por rey á
Felayo, dignatario que había sido, quizás, en la corte del anterior
monarca, y con el cual sigue la línea de reyes visigodos
y se continúa la heroica resistencia de Rodrigo.
Por de pronto, Pelayo no pudo hacer gran cosa, dado el escaso
número de combatientes que tenía. A la aproximación de
Muza (campaña de 714) se retiró á las cercanías de los montes
llamados Picoso Peñas de Europa, (Cangas de Onís), donde se
mantuvo á la defensiva y quizá pagando un tributo á los musulmanes
que establecieron en Gijón un gobernador berberisco,
Munuza. Poco después, siendo emir Abdelaziz, cuya política
fué benigna con los cristianos, créese que Pelayo estuvo en
Córdoba para celebrar un tratado con aquél. Estas buenas relaciones
(no enteramente ciertas, sin embargo) cesaron al venir de
gobernador el guerrero Alhor. Pelayo y sus partidarios rompieron
hostilidades, y no seguros en Cangas, se retiraron hacia las
montañas. Allí, en el valle llamado de Covadonga, consiguieron
derrotar (71 8) al jefe de la expedición enviada contra ellos, Alcama,
que perdió la vida en la lucha. Esta victoria, señaladísima
por venir después de tantas derrotas de los Visigodos, ha adquirido
por esto un valor representativo extraordinario. Sin ser, en
rigor, más que un episodio en la serie de batallas (Janda, Sevilla,
Medina, Mérida, Segoyuela, Barú, etc.) que señalan la resistencia
hecha por los nobles y el rey contra los invasores, por venir
cuando ya esa resistencia se había acallado en casi todo el
resto de la Península y por haber sido favorable á las armas
visigodas, tómase como punto de partida de un nuevo período
llamado de la Reconquista de España; y para distinguirla más,
se ha supuesto que á consecuencia de ella (y no antes) fué nombrado
rey Pelayo.
En rigor, la victoria de Covadonga no dejó de tener importancia,
aunque reducida á corto espacio de terreno. Merced á
ella, parece deducirse de varios textos de cronistas que Munuza
se dispuso á evacuar la región oriental de Asturias, siendo
derrotado y muerto en el campo de Olalies (Proaza?); pero ¡os
emires de Córdoba no dejaron de enviar expediciones militares
contra Pelayo, que parece las resistió con fortuna.
Aparte de este núcleo de resistencia, no se tiene noticia se23Ó
HISTORIA DE ESPANA
gura de que por entonces hubiese otro en España. El reino de
Teodomiro en Murcia y otros reinecillos y condados, aunque
eran independientes, estaban en rigor sometidos, ó en buena
inteligencia con los árabes; de modo, que no representaban
fuerzas hostiles, ni además mantenían entre sí relaciones que
hubieran podido unirlos, quizá, en una acción común. Sólo algunos
años después de Covadonga, en 724, según se cree, apareció
en el N. de Aragón y en el límite de la región vasca (que
también era independiente en su mayor parte), un nuevo centro
cristiano de oposición, cuyo jefe fué un tal Garci-Jiménez
(conde?), que derrotó á los árabes apoderándose de la villa de
Ainsa (70 ks. al NE. de Huesca). El territorio que ocuparon
este Garci-Jiménez y sus sucesores se llamó Sobrarbe, y comprendía
casi todo el partido actual de Boltaña, sobre el Pirineo.
Por el mismo tiempo debió existir en territorio navarro otro
núcleo independiente, más ó menos relacionado con el de Sobrarbe,
y del que los documentos antiguos suponen primer jefe
ó soberano á un conde llamado Iñigo Arista. Las noticias que se
tienen respecto de los orígenes de estos Estados son, sin embargo,
confusas y contradictorias, y nada puede afirmarse en
definitiva.
152. El reino de Asturias.—Alrededor de Pelayo se habían
agrupado, como dijimos, varios nobles visigodos y obispos,
entre ellos algunos de Aragón y Navarra, que habían huido de
sus diócesis al ocuparlas los árabes. Es lógico que después
de la victoria de Covadonga se le unieran más elementos, y
que los condes más próximos, en las regiones vecinas de Galicia
y Cantabria, aprovechasen la coyuntura para apartarse de la
forzada sumisión á los musulmanes y ponerse de acuerdo con
el nuevo rey. Evidentemente, aparte del interés monárquico
de Pelayo, á los nobles era á quienes más importaba sacudir el
yugo musulmán, en primer término para recuperar las tierras
confiscadas, en todo ó parte. Como, además, los invasores respetaban
la religión y las costumbres de los vencidos, la guerra
no tuvo, en sus primeros tiempos, el carácter de lucha religiosa,
ni siquiera de raza, sino el de una simple reivindicación patrimonial
por parte de la nobleza y el clero y el de una restauraración
de dignidad por parte de los reyes. La corte de AstuEL
REINO DE ASTURIAS 237
rías siguió las tradiciones de la de Toledo; los mismos elementos
que en ésta figuraban en aquélla (aunque menores en número),
y su situación respectiva era idéntica. Así veremos que continúan
las luchas entre la nobleza y el trono, aquélla para conservar
su intervención en las elecciones regias y mantener una
independencia siempre deseada, y éste para hacerse hereditario
y obtener un poder efectivo y absoluto. A esto puede decirse
que se reduce en substancia la historia del reino de Asturias por
cerca de un siglo; porque las ventajas militares sobre los invasores
fueron pocas. El sucesor inmediato de Peiayo (quien murió
en Cangas de Onís, en 737), su hijo Favila, no hizo nada en este
orden; y aunque el rey que le siguió, Alfonso I, llamado el Católico,
duque de Cantabria, según la tradición (lo fué efectivamente
su padre), y yerno de Peiayo, aprovechando las guerras
civiles de berberiscos y árabes—que por entonces (740 41) perturbaban
el territorio mahometano, produciendo la emigración
al S. de la mayoría de los beréberes,—hizo excursiones guerreraspor
Galicia, Cantabria y tierras de León, apoderándose de
poblaciones importantes como Lugo, ó saqueándolas, no por
esto conquistó de modo permanente todos los territorios recorridos.
Sin embargo, los musulmanes replegáronse más allá
del Duero, fijando como línea fronteriza militar la señalada por
Coimbra, Coria, Talavera, Toledo, Guadalajara y Pamplona.
Esta última población la ocuparon sólo pasajeramente. Los cristianos
poseyeron permanentemente la faja de tierra más cercana
al mar (Asturias, Santander, algo de la provincia de Burgos,
León y Galicia). Entre esta línea y la anterior quedó un espacio
casi desierto, sin dominación expresa, disputado continuamente
por unos y otros. Victorias sucesivas de reyes que siguieron
á Alfonso, ensancharon poco á poco el reino; pero hasta
el siglo xi no puede decirse, en rigor, que los cristianos tomasen
la ofensiva contra los árabes, ni la frontera de su, no siempre
constante independencia, pasó, en los momentos más favorables
de este período, de la línea del Guadarrama; continuando
el resto de la Península, incluso la mayoría de los territorios de
Aragón, en pleno- poder de los musulmanes. Alfonso I murió
después de las citadas campañas y de haber contribuido mucho
á la restauración del antiguo orden social en la región N., me2;
8 HISTORIA DE ESPANA
diante la repoblación de tierras, reconstrucción y fundación de
iglesias y monasterios, etc. Sucedía esto en 756, al tiempo que
Abderrahmán creaba el emirato independiente.
2.—EL EMIRATO INDEPENDÍENTE Y EL CALIFATO DE CÓRDOBA
153. Abderrahmán I.—Las victorias obtenidas por Abde
rrahmán sobre Yúsuf y los kelbíes, no consiguieron apaciguar
la España árabe. Por mucho tiempo el nuevo emir independiente
vio su poder disputado ó no reconocido por los kelbíes,
los beréberes y por muchos jeques de distintas tribus. Los 52
años de reinado de Abderrahmán fueron de guerra constante,
en que la anarquía interior se vio sostenida por jefes enviados
con carácter de gobernadores por el califa abassida, que no podía
consentir que en España reinase un Omeya. Después de
muchas vicisitudes, Abderrahmán logró imponerse, no sólo venciendo
á los enemigos interiores, sino peleando contra los vascos
y haciendo tributario al conde de la Cerdeña (1) que, por lo
visto, era independiente. A consecuencia de una de las conspiraciones
tramadas contra el emir, entró en España como auxiliar
el rey franco Carlomagno, célebre por el gran poder que
había alcanzado en el centro de Europa. La combinación proyectada
por los conspiradores no se realizó, merced á varias
circunstancias fortuitas, y Carlomagno—á quien reclamaban
otras atenciones en su reino—tuvo que volverse con sus tropas
después de haber conquistado varias ciudades del N. y llegar
hasta Zaragoza. La retaguardia del ejército franco fué destrozada
completamente en el desfiladero de Roncesvalles por los
indómitos Vascos, muriendo allí un célebre guerrero franco,
prefecto de la Marca de Bretaña, llamado Roldan, de cuya
muerte se formó una célebre leyenda, origen de un poema épico
(Chanson de Roland). Carlomagno no olvidó, sin embargo, el
camino de España. Ya veremos cómo buscan su alianza elementos
cristianos y cómo se apodera, al cabo, de parte de las
regiones del NE., que luego constituyeron la Cataluña.
A fuerza de luchar con unos y con otros y de castigar dura-
O) territorio de los Pirineos Orientales, al N. de Cataluña.
SUBLEVACIONES DEL PARTIDO RELIGIOSO 2 39
mente las rebeliones, Abderrahmán aseguró su dominación,
recuperando las ciudades conquistadas por los Francos, pero
creándose una situación difícil respecto del pueblo. Le odiaban
los jeques árabes y beréberes, y tuvo que rodearse para su seguridad
de tropas compuestas de esclavos comprados y de gentes
traídas de África. Los propósitos de Abderrahmán, que eran la
fundación de una monarquía robusta y la sumisión de la aristocracia
musulmana, concluyendo con la efectiva independencia
y las luchas de las tribus, tropezaban con la tradición, con el
orgullo de la nobleza árabe, con los instintos democráticos é
indómitos de los beréberes y con el odio inextinguible de unas
tribus respecto de otras. Ya veremos cuánto tuvieron que luchar
sus sucesores para lograr, por poco tiempo, aquellos fines.
Lo que Abderrahmán consiguió plenamente fué hacerse respe
tarpor el califa de Bagdad, que, asombrado de los triunfos militares
de aquél, se resignó á reconocer su independencia.
154. Sublevaciones del partido religioso y del nacional.
—El sucesor de Abderrahmán I, su hijo Hixem I, era un príncipe
sumamente religioso, caritativo y modesto. Aunque no dejó
de guerrear, primero con algunos gobernadores poco sumisos y
luego con los cristianos de Asturias y Galicia, los Vascos y los
Francos de Septimania, derrotando al conde de Tolosa (793), su
actividad principal se dirigió del lado de la religión, protegiendo
los estudios religiosos y favoreciendo mucho á los teólogos ó
alfaquíes. De este modo, el partido fanático creció en importancia,
y llegó á contar en su seno multitud de jóvenes hábiles,
ambiciosos y atrevidos. El resultado de esta preponderancia se
vio bien claro en el reinado del sucesor de Hixem, Alhacam ó
Haquem I. Sin dejar de ser creyente, el nuevo rey se permitía
ciertas licencias en su conducta (como beber vino y cazar sin
descanso, cosas prohibidas), y, lo que era peor, concedía menos
influencia en el gobierno que su padre Hixem, á ¡os alfaquíes.
Herido en sus aspiraciones el partido religioso, se convirtió en
demagógico, excitando al pueblo contra el emir y conspirando
contra él. Llegó el caso de tirarle piedras cuando iba por la
calle. Por dos veces castigó á los revoltosos de Córdoba Alha"
cam; pero no escarmentaron por eso, antes desearon vengarse.
En 8.4 se amotinaron de nuevo los fanáticos y llegaron á sitiar
240 HISTORIA DE ESPANA
en su palacio al emir; las tropas de éste lograron vencer la insurrección,
y degollaron á gran número de cordobeses. Alhacam
perdonó á los restantes y los expulsó de Córdoba y de
España. Salieron con este motivo dos grupos de emigrantes,
en su mayor parte renegados, uno de los cuales, de 15,000, se
dirigió al Egipto, y otro, de 8,000 familias, á Fez, en el África
Occidental del Norte.
Vencido así el partido religioso en Córdoba, el emir acudió
á otro peligro no menos grande. La ciudad de Toledo, aunque
nominalmente sometida á los emires, gozaba en rigor de una
verdadera autonomía. Su población estaba formada principalmente
de visigodos é híspano-romanos, renegados los más de
ellos: árabes y beréberes había pocos, por haberse establecido,
en su mayoría, en el campo. Los toledanos no olvidaban que
eran españoles (es decir, que constituían la población nacional
frente á los invasores), ni que Toledo había sido la capital de
España. Mostrábanse orgullosos de ambas cosas, y se mantenían
en un estado continuo de independencia, quizás apoyada
en tratados análogos al de Mérida. Alhacam quiso concluir con
esto. Para inspirarles confianza, les mandó como gobernador
á un renegado, el cual atrajo á su palacio á las personas más
distinguidas por su nacimiento ó riquezas de Toledo y sus
cercanías, y las degolló. Privada así la ciudad de sus hombres
más influyentes, quedó sometida; pero, á los siete años de esto,
volvióse á declarar independiente (829), teniendo que luchar el
emir sucesor de Alhacam, Abderrahmán II, por espacio de ocho
años, hasta que, merced á disidencias ocurridas en Toledo entre
cristianos y renegados, se apoderó de ella en 837. En otras
partes del reino musulmán ocurrían también trastornos. En
Mérida, los cristianos (que estaban en inteligencia con el rey
franco Ludovico Pío) se sublevaban á cada momento, y en
Murcia los yemeníes y maadíes mantuvieron durante siete
años la guerra civil. El aumento de contribuciones que impuso
Abderrahmán II, quizá violando algunos tratados anteriores con
ciudades importantes, dio pábulo á estas continuas insurrecciones.
155. Los Normandos.—En estas circunstancias, aparecieron
en las costas de España las embarcaciones de un pueblo procePERSECUCIONES.
DE CRISTIANOS 241
dente del Ν. de Europa, el pueblo normando, cuyos guerreros,
saltando en tierra, saqueaban las ciudades y los campos, siempre
que podían. Medio siglo antes habían venido por primera
vez á España, pero como auxiliares de Alfonso el Casto (§ 164)
en la guerra contra los moros. Ahora sus expediciones piráti"
cas, hechas en barcos grandes, de vela y remo, y en número
que permitía el transporte de algunos miles de hombres, comenzaron
en las costas de Galicia, de donde fueron rechazados,
pasando luego á Lisboa (844) y á Cádiz y Sevilla. Las tropas
del emir lograron vencerlos y arrojarlos del Guadalquivir; pero
todavía permanecieron algún 'tiempo apostados en la isla Cristina,
en la desembocadura del Guadiana, desde donde hicieron
Fig. 07. — Barco normando, según Jal, conforme á miniaturas
de los siglos χ y XI.
frecuentes correrías por tierras de Sidonia. Para prevenir nuevos
ataques, mandó construir el emir buques de guerra, fundando
arsenales ó atarazanas en el Guadalquivir. En 858 ó 59
volvieron los normandos (llamados madjus por los árabes), asaltaron
y saquearon la ciudad de Algeciras, y siguieron luego sus
correrías por toda la costa de Levante, hasta el Ródano. Al
volver, los atacó la escuadra musulmana, apresándoles dos navios.
En 966 asolaron nuevamente los campos de Lisboa; pero
reformada la marina de los musulmanes, que adoptó el tipo de
los barcos normandos, éstos se retiraron en 971, al saber que
salía á su encuentro la escuadra enemiga. Desde entonces no
hicieron más excursiones por el S.
156. Persecuciones de cristianos.—Los emires musulmanes
habían seguido la política de tolerancia religiosa con que
242 HISTORIA DE ESPANA
empezara la conquista. Las gentes cultas respetaban á los
cristianos; pero no podía evitarse que el pueblo bajo se propasara,
sobre todo en los momentos de exaltación del fanatismo,
insultando á los sacerdotes cuando iban por la calle, bien solos,
bien en procesión. Estos hechos, y otros análogos de que eran
víctimas, tenían disgustados á los cristianos. Con esto fuéronse
exaltando poco á poco los ánimos de los más fervorosos, y
especialmente de muchos sacerdotes y monjes; pero, en vez de
producir sublevaciones dirigidas á sacudir el yugo musulmán,
los cristianos tomaron un camino diferente. Buscaron el martirio,
maldiciendo de Mahoma ante el pueblo y las autoridades; y
como esto lo castigaba la ley con la muerte, fueron decapitados
muchos. No faltaron cristianos que desaprobasen esta conducta,
diciendo que, permitiéndoseles el ejercicio de su religión,
no cabía pedir más, y tachando á los mártires voluntarios de
suicidas. Opinaban así, no sólo muchos legos, sino también sacerdotes,
más prudentes, más amigos de la paz ó quizá menos
fervorosos, como decían los exaltados. Dirigían á éstos dos
hombres de gran talento y de mucha cultura: Eulogio (sacerdote
y luego santo) y Alvaro (santo también).
Los escritos y las arengas de uno y otro sostenían el celo de
los que no encontraban mejor manera de protestar contra el
mahometismo que insultarlo y ofrecer así su vida en aras de la
religión católica. El emir, deseoso de aplacar los ánimos, hizo
reunir un Concilio de obispos cristianos para que decidiese
acerca de la conducta de aquéllos. En el Concilio hubo diferentes
opiniones, pero prevaleció la contraria á los exaltados, merced,
sobre todo, á las razones y la influencia del representante
del emir, que era un cristiano llamado Gómez, empleado en la
administración árabe y muy protegido de aquél. Sin condenar
en principio el martirio voluntario, el Concilio prohibió que en
adelante los cristianos siguieran aquella conducta; pero los partidarios
de Eulogio y Alvaro no depusieron su actitud. Entonces
el obispo Recafredo, metropolitano de Sevilla, ordenó prender
á los jefes de los exaltados, lo cual disminuyó la resistencia
de muchos de éstos, que se sometieron al Concilio, según testimonio
de Eulogio. De los presos, unos fueron decapitados,
como las Santas Flora y María; otros, puestos en libertad. No
EL PARTIDO ESPAÑOL 243
terminó por esto la cuestión religiosa. Muerto Abdcrrahmán
pccos días después de la decapitación de las santas, su sucesor,
Mohámed I, recrudeció las pasiones, mostrándose intolerante,
mandando derribar las iglesias construidas después de la conquista
musulmana. Sus ministros extremaron el rigor de esta
orden y persiguieron á los cristianos duramente. Muchos de éstos
abjuraron por temor; otros resistieron, haciéndose tuertes
en Toledo, que se sublevó pidiendo auxilio al rey de Oviedo
y León, el cual envió tropas al mando de Gatón, conde del
Bierzo. Mohamed derrotó á los sublevados y siguió persiguiendo
á los cristianos de Córdoba. Prendió á Eulogio por
haber ocultado á una joven musulmana apóstata (la apostasía
castigábanla los musulmanes con la muerte), y luego lo mandó
decapitar por haber insultado á la religión. Después de la muerte
de Eulogio fué decreciendo el número de mártires, hasta
terminar este período de persecuciones y sacrificios que la iglesia
ha sancionado luego, elevando á los altares á varios de los
mártires igordobeses.
157. ΈΙ partido español.—Apenas terminada en Córdoba
la cuestión religiosa, surgió otra de mayor peligro todavía para
el trono de los emires. Los subditos musulmanes de origen español,
que ya en Toledo y en otros puntos habían tratado de
hacerse independientes, renovaron sus propósitos con mayor
energía y éxito. Los toledanos volvieron á sus sublevaciones, y,
aliados con el rey de León, lograron que el emir se aviniese
en S73 á un tratado en que reconocía la independencia política
de aquéllos bajo el gobierno republicano que habían elegido,
sin más lazo con el Estado musulmán que el pago de un tributo
anual. Kn la región aragonesa (que llamaban los árabes Frontera
superior) una familia de origen visigodo, pero renegada, los
Beni-Casi, había llegado á constituir un reino emancipado del
emir de Córdoba, en el cual se comprendían poblaciones tan
importantes como Zaragoza, Tudela y Huesca. Uno de sus
jefes llegó á titularse «tercer rey de España». El emir logró
de momento (862) recobrar á Tudela y Zaragoza^ pero poco después
las perdió, y sus tropas fueron derrotadas por los Beni-
Casi unidos con el rey de León. Conviene decir, no obstante,
que los Beni-Casi no llevaban plan político determinado en su
244 HISTORIA DE ESPAÑA
independencia. Trabajaban para sí, no por ideal ninguno; y así
se les veía luchar unas veces contra e! emir y otras contra
los reyes y señores cristianos de España y Francia. Hubo
vez en que su jefe, aliado con el emir, gobernó en nombre de
éste en Tudela y otros pueblos.
En tierra de Extremadura se levantó otro estado independiente,
regido por un renegado, Ibn ó Ben-Meruan, el cual soliviantó
á los renegados de Mérida y lugares vecinos predicándoles
una religión nueva, término medio entre el islamismo y el
cristianismo, y excitando los odios de raza. Se alió con el rey
de León, impuso tributos sólo á los árabes y beréberes, y al
fin logró que el emir reconociese su independencia y le cediese
la plaza fortificada de Badajoz.
Todo estos hechos excitaron los sentimientos naturalmente
revoltosos de los ronegados y cristianos de una región andaluza
importante: la de Reya, serranía de Ronda, cuya capital era
Archidona. Sus habitantes pertenecían, casi todos, á la población
indígena (que llamamos española para caracterizarla de un
modo unitario, aunque en rigor por entonces no había aún, en
la extrema complejidad de elementos, ninguno que verdaderamente
representase la unidad nacional), y eran algunos cristianos,
pero en su mayoría musulmanes; no obstante lo cual,
odiaban á sus dominadores, especialmente á los árabes, de
quienes eran mal mirados. Los renegados ocupaban, en efecto,
en la sociedad musulmana, una situación inferior. Salvo algunos
que supieron ganarse la confianza de los emires, la mayoría
estaba excluida de los cargos públicos y era despreciada y sospechosa
para los mahometanos de abolengo. No es de extrañar,
pues, que los renegados, siempre que pudiesen, tomaran desquites
como el de los Beni-Casi, el de Toledo y el de Mérida.
El de la serranía de Ronda fué uno de los más formidables,
porque á su frente se puso un hombre de grandes condiciones
militares y políticas.
158. El reino independiente de Omar-ben-Hafsum.—Este
Ornar fué el hombre á quien aludimos. Descendía de ilustre familia
goda, y su juventud fué azarosa, merced á su carácter
altivo, pendenciero y amigo de aventuras. Llevado de él, y conociendo
el estado de exaltación de los renegados de la serraEL
REINO INDEPENDIENTE 245
nía, propicio á cualquier intentona, sublevó (880 ú 881) ágran
número de ellos, tomando como centro de operaciones un
lugar escabroso de la montaña, llamado Bobastro, cerca de
Antequera. Esta primera tentativa no le salió bien; pero la renovó
en 884, y logró entonces completo éxito. Establecido su
centro de operaciones en el castillo de Bobastro, reunió en
torno suyo á todos los cristianos y renegados de la comarca,
que le obedecían ciegamente, y organizó el país como un reino
independiente, tratando en primer término de limpiarlo de
gentes de mal vivir, dando seguridad á las personas y haciendas.
Hasta 886 no se vio atacado por las tropas del emir; pero
desde entonces la guerra fué continua, por más de 30 años, y
casi siempre favorable á Ornar. Llegó éste á ser dueño de casi
toda Andalucía, especialmente de los territorios actuales de
Málaga, Granada, Jaén y parte de Córdoba, á cuyas puertas
llegó alguna vez. Los emires Almondir y Abdalá, sucesores de
Abderrahmán II, tuvieron más de una vez que pactar con
Ornar y reconocer su independencia; pero en los últimos años
de Abdalá comenzó á decaer el nuevo reino.
La falta grave de Ornar fué no tener plan político determinado
y no procurar concertar su acción con la de los otros núcleos
españoles del N.; en cuyo caso, atacando á los musulmanes
por ambos lados á la vez, quizá se les hubiera vencido
completamente. Pero tales combinaciones, que suponen una
idea común política, no se pensaron entonces. Ornar parecía el
representante de un partido español cuyas aspiraciones, como
eminentemente patrióticas, habían de concurrir con las de los
cristianos del Norte; pero no era así, en realidad. Ornar varió
diferentes veces de criterio. Primero quiso ser independiente,
prescindiendo de los demás núcleos nacionales; luego intentó
concertarse con el gobernador árabe de Africa, que ya obedecía
de nuevo á los califas de Bagdad, para que éstos le nombrasen
emir de España; y, por fin, cambiando la aspiración puramente
patriótica ó de raza, que había reunido bajo una misma bandera
á cristianos y renegados, la convirtió en religiosa, abjurando
del mahometismo y haciéndose cristiano; con la cual, casi
todos los musulmanes que le ayudaban le abandonaron, preparando
de este modo su derrota y la desaparición de su reino.
1 16
246 HISTORIA DE ESPAÑA
159. La aristocracia árabe y los renegados.—No fueron
éstas las únicas luchas que se promovieron por causa de los renegados.
La enemiga constante entre ellos y la aristocracia
árabe estalló de un modo violento en Elvira (cerca de Granada)
y en Sevilla, dos grandes centros, sobre todo el segundo, en que
los renegados tenían en su mano toda la industria y todo el comercio,
haciendo de Sevilla una ciudad de primer orden. Los
señores árabes, que despreciaban á los renegados y los envidiaban
juntamente, estaban además animados de un espíritu
de rebelión que buscaba la independencia política aprovechándose
de la debilidad de los emires reinantes después de Mohámed.
En el reinado de Abdalá (888-912) los conatos de independencia
llegaron á producirse de un modo alarmante. Muchos
jeques y gobernadores negaron obediencia al emir, y se originó
una verdadera anarquía, cuya base era la independencia de la
aristocracia árabe. Entonces sobrevinieron los choques con los
renegados de Elvira y de Sevilla. Ornar auxilió á unos y á
otros, pero no pudo impedir que, tras largo período de lucha
sangrienta, fueran casi aniquilados en ambas poblaciones. En
Sevilla apenas quedó un español con vida, y la gran riqueza de
esta población desapareció con ellos. De este modo la aristocracia
árabe sació su odio de raza y adquirió mucho más poder
que antes. Pero en los últimos años del emir Abdalá empezaron
á cambiar las cosas. Los ejércitos del emir vencieron á
Omar, y, aunque no lograron reducir la independencia de los
nobles, la quebrantaron, obligándoles á pagar los tributos. Asi
quedó preparada la obra del sucesordeAbdalá, Abderrahmán III,
uno de los más grandes entre los gobernantes Omeyas. Con
él acaba el período de independencia de los renegados en Aragón,
Toledo, Mérida y Bobastro, y se reprimen por largo
tiempo las tendencias separatistas de los jeques.
160. Abderrahmán III.—El Califato.—En efecto: Abderrahmán
inauguró una política enérgica. Dotado de grandes condiciones
políticas y militares, redujo en poco tiempo á todos los
enemigos del poder central. Venció á Ornar, ya muy débil por
haberlo abandonado muchos de sus partidarios, y lo redujo
casi á la impotencia, hasta que murió (917) dejando .varios
hijos que no supieron conservar su reino independiente. Luego
ESPLENDOR DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 247
se dirigió contra los aristócratas de Sevilla y de Niebla, contra
los jeques berberiscos independientes del S.'de Portugal, contra
los de Orihuela, Alicante, Valencia, Elvira, Badajoz y otros
puntos, y á todos los sometió, favorecido por la falta de los
grandes caudillos que en tiempos de Abdalá habían dirigido el
movimiento aristocrático. Subyugó igualmente á Toledo y á
los Beni-Casi de Aragón, restableciendo con esto la unidad política
de los Estados árabes. Para caracterizar bien sus propósitos
de fundar una monarquía robusta, absoluta, dejó el título
de emir independiente, que habían usado los anteriores Omeyas,
desde Abderrahmán I, y tomó el de Califa, como el soberano
de Bagdad.
No contento con estos triunfos en el interior, llevó sus armas
contra los cristianos, talando la comarca del Duero por el lado
de León, y la del Ebro por la de Navarra, derrotando á los
reyes cristianos en Valdejunquera (920) y apoderándose de
muchas ciudades, incluso Pamplona. Estas victorias se contrapesaron
con la derrota de San Esteban de Gormáz (917), sufrida
por un general del califa; la toma de varios pueblos pollas
tropas leonesas y navarras; las dos batallas de Simancas y
Alhandega, en que fue vencido el propio califa por el rey de
León. Después de este período de guerras, Abderrahmán estableció
relaciones amistosas con los reyes cristianos, interviniendo,
en cuestiones de política interior de León, apoyando á
unos candidatos al trono contra otros (como veremos), mientras
sus tropas se apoderaban del N. de Africa sometiéndolo á su
poder.
161. Esplendor del Califato de Córdoba. -Las victorias
de Abderrahmán III llamaron la atención de toda Europa, y el
califa aumentó esta admiración con sus sabias medidas organizadoras.
No sólo creó un gran ejército, sino que, siguiendo la
iniciativa de los emires anteriores, acrecentó la marina de guerra,
la más poderosa en su tiempo de todo el Mediterráneo.
Reconociendo su poder, enviáronle embajadas pidiendo alianzas
todos los reyes europeos; con lo que la España árabe vino á
ser entonces el centro político de esta parte del mundo. Fué
también su centro de cultura. Abderrahmán cuidó tanto de
este orden de cosas como del poder poi/tico, favoreciendo la
248 HISTORIA DE ESPAÑA
agricultura, las industrias, el comercio, la literatura y la ense
ñanza y levantando grandes monumentos en la capital y en
otros puntos. Córdoba llegó á ser una de las ciudades más espléndidas
del mundo, con medio millón de habitantes y multitud
de mezquitas (templos mahometanos), casas de baños, palacios
y jardines.
El sucesor de Abderrahmán, Alhacam II (961-76), continuó
la política de su padre en todos los órdenes, y especialmente
en el intelectual. Apasionado por la literatura, dedicó casi
toda su actividad á reunir en la corte los más célebres literatos
y sabios, á enriquecer las bibliotecas y á mantener el
esplendor de las escuelas públicas. No dejó, por esto, de sostener
guerras, primero con los cristianos del N., á los cuales
v.enció obligándoles á la paz, y luego con los africanos que le
negaban obediencia. El poderío militar del califato llegó á su
colmo bajo el reinado del sucesor de Alhacam, Hixem II (976-
1015); pero así como en los reinados anteriores se debió todo,
en primer término, á la iniciativa de los califas mismos, en el de
Hixem su persona no representa nada, dirigiendo toda la acción
política un general y favorito suyo, con lo cual se inicia la deca
dencia del poder monárquico.
162. Almanzor.— Sus victorias.—Llamábase este general
Mohámed-ben-Abdalá, y era oriundo de Algeciras, de familia
noble. Favorecido por la sultana favorita de Alhacam, Aurora
vascongada de origen, obtuvo grandes mercedes del califa, llegando
á primer ministro (hagib) del nuevo soberano Hixem II.
Aprovechándose de la menor edad de éste (doce años), lo secuestró
en palacio, aislándolo de todo el mundo, y gobernó por
sí (aunque en nombre del califa) con toda libertad. El carácter
de Mohámed era principalmente guerrero, y precisamente á sus
victorias debió, más tarde, el sobrenombre de Almanzor (Almansur-
billah—ayudado por Dios ó victorioso por el favor divino).
Para cumplir sus propósitos, comenzó por reorganizar el ejército,
aumentándolo con gran número de beréberes adictos á
su persona, que hizo venir de Africa. Con ellos atacó, en primer
término, á su suegro, el general Galib, cuyo poder temía; y, habiéndolo
derrotado, se dirigió en seguida contra los leoneses,
aliados de Galib, apoderándose de Zamora, de Simancas y de
LA DINASTÍA DE ALMANZOR 249
otros pueblos, y derrotando repetidas .veces á las tropas cristianas.
A consecuencia de esto y de ias luchas entre varios pretendientes
á la corona de León (en las cuales intervino, como
veremos, Almanzor), se hizo éste verdadero arbitro del reino
leonés por algún tiempo, durante el cual siguió la lucha con los
núcleos cristianos del NE. (Cataluña), apoderándose de Barcelona.
Desavenido luego con el rey leonés, invadió los territorios
del Duero, conquistando primero á Coimbra y llegando
Insta León, después de asaltar é incendiar muchos pueblos y
monasterios. Resultado de esta campaña fué que casi todo el
reino de León reconociese la soberanía de Almanzor. No quedó,
en rigor, independiente más que la parte de Asturias y Galicia
y algo de Castilla; pero en nuevas campañas ganó Almanzor
á Astorga, y penetró en Galicia ayudado por los condes
sometidos y por la escuadra enviada á Oporto, apoderándose
de casi todo el territorio incluso ia ciudad de Santiago de
Compostela, donde los cristianos habían fundado un santuario
célebre en el mundo, sobre el sepulcro del Apóstol de aquel
nombre. Almanzor se llevó á Córdoba, como botín, las puertas
y las campanas del santuario. Por fin, en una nueva campaña,
asoló la Castilla, hasta que detuvo sus triunfos una derrota que
le causaron los ejércitos cristianos reunidos en Calatañazor
(provincia de Soria): aunque éste es hecho todavía dudoso para
muchos autores.
163. La dinastía de Almanzor y los últimos califas.—
Inmediatamente de la campaña de Castilla, murió Almanzor
(1002), según unos á causa de las heridas recibidas en Calatañazor,
según otros por enfermedad. El poderoso impulso dado
por él á la grandeza exterior é inferior del califato fué continuado
por su hijo Mudhaffar, que le sucedió en el cargo de
primer ministro, aunque en realidad él era el verdadero califa.
Tal estado de cosas no podía, sin embargo, mantenerse por
mucho tiempo. La preponderancia de la familia Almanzor era
mal mirada de muchos, y , además, la organización dada al ejército
por aquél—formándolo en su mayor parte de berberiscos,
africanos y de extranjeros esclavos ó á sueldo (gallegos, francos,
alemanes, lombardos, etc., todos los cuales recibían el nombre
común de eslavos)—habla creado el grave peligro del mili250
HISTORIA DK ESPAÑA
tarismo. Así como antes residía la fuerza en la aristocracia árabe,
ahora la tenían los generales beréberes y eslavos. Juntas todas
estas circunstancias, produjeron un largo período de luchas
cuyo primer paso fué la caída del segundo hijo de Almanzor, Abderrahmán
(1009), que se había hecho nombrar sucesor en el
trono, y á quien sustituyó, no como ministro, sino como califa,
mediante abdicación arrancada al débil Hixem, un jefe Omeya.
Siguiéronse luego peleas interminables entre varios pretendientes
al califato (no obstante vivir todavía Hixem) y los generales
beréberes y eslavos. Al fin, quedaron vencedores los berberiscos,
que fundaron una nueva dinastía, la cual tampoco reino
en paz, sino en medio de anarquía atroz que produjo la
existencia de varios califas á la vez y últimamente un interregno
de seis meses, durante los cuales gobernó en Córdoba el Consejo
del monarca. Pareció que iba á renacer la calma con el
nombramiento de un príncipe de la familia Omeya, Hixem III,
en 1027. Las escasas condiciones para el mando del nuevo califa
alentaron nuevas sublevaciones, perdiendo aquél el trono
(1031). Con esto terminó el califato, á los 275 años de haberlo
fundado Abderrahmán I. Los gobernadores de muchas ciudades
y los más poderosos jefes de tribu se declararon independientes,
fraccionando el territorio y constituyendo varios reinos de
corla extensión; mientras algunas ciudades importantes, v. gr.,
Córdoba, establecían como forma de gobierno una república
aristocrática.
164. El reino de Oviedo.—La muerte de Alfonso I (§ 152)
coincidió con la fundación del emirato independiente, durante
el cual el poderío enorme de los musulmanes no permitió seguros
progresos á los cristianos, no obstante algunas victorias
de éstos. Verdad es que la organización de las fuerzas del
nuevo reino se oponía á grandes empresas. Los reyes veíanse
forzados á atender, en primer término, á los asuntos interiores:
á las luchas con la nobleza, siempre anárquica y poderosa, y á
la repoblación de ciudades y territorios. Así, la historia de los
inmediatos sucesores de Alfonso I (Fruela I, Aurelio, Silo,
Mauregato y Bermudo I) se reduce á reprimir sublevaciones
en Galicia y otros puntos y á luchar con los nobles, que se oponían
resueltamente á que la corona se hiciera hereditaria, siendo
KL REINO DE OVIEDO 251
ellos por el contrario los que eligen é imponen reyes. Las cosas
variaron bastante al ocupar el trono Alfonso II, llamado el
Casto, hijo de Fruela (791), contemporáneo de los emires
Alhacam I y Abderrahmán II, contra quienes luchó recorriendo
militarmente varios territorios de Portugal y recogiendo botín
y prisioneros. Muchos mozárabes de las regiones visitadas se
unieron á Alfonso, y sirvieron para repoblar las tierras de! N.
Las expediciones militares del rey Casto terminaron mediante
pactos con los emires; pero Alfonso quería asegurar su poder
en España, y buscó alianzas con el emperador Carlomagno, el
monarca más poderoso de Europa, por entonces, y con su hijo
Ludovico Pío, que habían ya entrado en España diferentes
veces (§ .15 3 y 166). En esta alianza parece que vieron peligros
para su independencia los nobles asturianos y gallegos y que
trataron de impedirla; al menos así se desprende de la leyenda
de un cierto Bernardo del Carpió, que cuentan obligó al rey
á dejar todo trato que pareciera depresivo para la dignidad de
los españoles, con reyes extranjeros. Aunque la figura de Bernardo
es fabulosa y de invención muy posterior, es posible que
refleje tradiciones de la época, expresivas, más bien que de un
sentido patriótico (que no existía por entonces), de las suspicacias
de la nobleza, contraria al robustecimiento del poder real.
Alfonso II dedicó gran parte de su reinado á organizar inte
nórmente el país, restaurando la práctica de leyes visigodas
caídas en desuso, construyendo poblaciones, fijando la corte en
Oviedo y facilitando la venida de pobladores. En su tiempo verificóse
un suceso de carácter religioso que tuvo gran influencia,
más tarde, en la civilización de aquella parte de España; y fué
el hallazgo del sepulcro y cuerpo del Apóstol Santiago, en un
campo próximo á la ciudad de Iría. El descubrimiento causó
gran regocijo en los cristianos, y el rey mandó edificar en el
mismo punto una iglesia con residencia para el obispo. Alrededor
de esta iglesia se fueron construyendo habitaciones, que al
cabo formaron una población llamada Compos tela. Para visitar el
sepulcro se organizaron numerosas peregrinaciones, no sólo de
otros territorios españoles, sino del extranjero, produciéndose
así una corriente de visitantes y de influencias europeas en Galicia,
que pesaron mucho sobre las costumbres y la literatura.
252 HISTORIA DE ESPAÑA
165. Centros cristianos del Pirineo.—Mientras los cristianos
de Asturias y Galicia consolidaban sus dominios y se reorganizaban
interiormente, concretábanse en otros puntos de la
Península los nuevos centros dé resistencia de Navarra y Aragón,
iniciados confusamente en el período anterior '(§ 151).
Los Navarros pertenecían á la nación vasca, siempre independiente,
no obstante las muchas guerras que habían sostenido
para subyugarla los reyes visigodos. Los Árabes se apoderaron
de la parte llana del país, incluso la ciudad de Pamplona;
pero la región montañosa siguió libre y en lucha constante, ora
con los Musulmanes, ora con los Francos, que querían imponer
su dominio y que en tiempo de Carlomagno y su hijo
entraron varias veces en Pamplona. Como éste era el peligro
mayor, contra él parece que se dirigieron principalmente los navarros,
consiguiendo á comienzos del siglo ix—y con ayuda, según
se cree, de alguno de los renegados Beni-Casi, semi-independientes
del emir de Córdoba (§ 157)—derrotar y expulsar á
los condes que gobernaban en nombre de los Frances (824).
Lograda así su independencia respecto de unos enemigos, los
Navarros se dedicaron á librarse de los otros, los musulmanes,
pactando alianzas con condes de Aragón y de la Cerdeña, que
también luchaban por su cuenta. En estas luchas tuvo sin duda
origen la monarquía navarra. Para dirigirlas nombrábanse jefes
ó príncipes que, poco á poco, fueron logrando mayor importancia
y significación. Seguramente, á uno de éstos corresponde
el nombre de Iñigo Arista, que documentos antiguos suponen,
como ya hemos visto, primer rey de Pamplona. Siguiéronle
otros condes ó reyes de cronología dudosa, hasta un Sancho
García (comienzos del siglo x: 905-925) que luchó también
contra los Francos, aliándose con los musulmanes, y luego contra
éstos, ganándoles tierras hacia el S., en connivencia con
los cristianos de Asturias. A este Sancho llaman las crónicas
Abarca, por el calzado de cuero dicho así de que, según se
cuenta, proveyó á los soldados para hacer más ligera su marcha
sobre la nieve.
Parecido rumbo llevó el condado ó reinecillo de Aragón,
cuyas relaciones con el de Navarra fueron, por esto mismo,
acentuándose cada vez más. La comunidad de peligros—princiEL
CONDADO DE BARCfcLONA 253
pálmente el de los Francos, que dominaron, como resultado de
sus diferentes invasiones, algunos territorios del lado de acá de
los Pirineos, durante mucho tiempo—debió estrechar tan íntimamente
la vida política de ambos núcleos, que la leyenda ha
llegado á suponer un origen común á las monarquías de Aragón
y Navarra. Los musulmanes designaron á los españoles independientes
de estas regiones con el nombre de «cristianos de Alfranc
». Al cabo, desarrollándose con más vigor el núcleo navarro,
absorbió á los de la parte de Aragón (fines del siglo x?),
formando un reino que se extendía desde el O. de Pamplona
hasta Urgél. Aragón no alcanzó verdadera personalidad política,
como reino, hasta 1057 (§ 170).
166. El Condado de Barcelona.—Los musulmanes se
apoderaron, en el siglo vm, de todo el territorio catalán, incluso
sus principales poblaciones, entre ellas Barcelona (713). En este
dominio fueron inquietados por los Francos á fines del mismo
siglo; los cuales, más afortunados aquí que en la parte occidental,
lograron conquistar en diferentes excursiones, mandadas
algunas por el hijo de Carlomagno, Ludovico Pío, las plazas de
Gerona (785), Ausona (Vieh), Solsona, Manresa, Berga, Lérida,
Barcelona (801), Tarragona (809) y Tortosa(811). Con la región
así conquistada formaron los Francos una provincia llamada
Marca hispánica, para cuyo gobierno pusieron condes, de procedencia
franca ó visigoda. En 812 eran, éstos, cuatro: de Roselló,
Empurias, Besalú y Barcelona. En 815 se menciona el de
Cerdafia; en 819 los de Pallars y Urgell. No tardaron los
condes en declararse independientes de los reyes francos. Ya
en 827 se menciona la rebelión de un conde visigodo, Aizón,
aliado de los musulmanes. En 874 lo era ya (creen algunas autores
que por concesión, poco probable, del rey Carlos el Calvo
á la que se oponen documentos de fecha posterior) el de Barcelona,
Wifredo ó Guifré, llamado el Velloso, quien conquistó
¿ los Árabes varios territorios hasta el campo de Tarragona.
De este modo, á fines del siglo ix todo el N. de la Península,
desde Galicia á Cataluña—aunque la faja fuese estrecha en la
región navarra y en la de Aragón—era independiente de los
Musulmanes y de todo poder extranjero. Pues si bien á últimos
del siglo χ todavía los monjes del monasterio de Ripoll reco2
54 HISTORIA DK ESPANA
nocían la soberanía de los reyes francos, esto constituye un
hecho aislado. La mayoría de los señores, condes, etc., lo mismo
que los propietarios de tierras, no reconocen, al empezar el
siglo x, otra soberanía que la del país, y los eclesiásticos abandonan
la costumbre de pedir protección á los reyes francos,
buscando, para la confirmación de sus privilegios, bien al Papa,
bien al conde de Barcelona.
Cada uno de los núcleos cristianos luchaba y avanzaba por
su cuenta; y aunque el esfuerzo no era común, ni siquiera dentro
de cada Estado, y más de una vez pelearon éstos entre sí
en vez de pelear contra los Musulmanes, la resistencia partía de
tantos lados á la vez, que los Árabes no podían ahogarla en
absoluto.
167. Progresos del reino de Oviedo.—No obstante, el período
que va desde la muerte de Alfonso 1! (842) hasta la desaparición
del califato de Córdoba, fué, en general, desastroso
para los cristianos.
A pesar de todos los esfuerzos de los reyes, manifiestamente
el Estado leonés-gallego no tenía consistencia ni unidad interior.
Adviértese desde luego una oposición marcada entre la
región asturiano-leonesa y la gallega, incorporada en tiempo de
Alfonso I al reino ovetense. Los nobles gallegos se resisten
de continuo á la autoridad de los reyes; y, contando con fuerzas
propias é importantes, promueven continuos disturbios, cuya
dirección principal la marcaba un vivo sentimiento de independencia
anárquica. Aparte de esto, los condes de las fronteras,
atentos á su interés particular más que el general del Pistado,
solían proceder unas veces con entera libertad, y otras en connivencia
con los Musulmanes, A cuyos ejércitos ayudaban
contra los compatriotas leoneses y gallegos: así sucedió con los
de la región entre Miño y Duero y otros muchos. En las contiendas
con el rey ó en las luchas entre candidatos de la corona,
no vacilaban los cristianos en pedir auxilio á los Musulmanes,
mezclándolos así en las cuestiones interiores que tenían perturbado
el reino.
Con todas estas dificultades, y teniendo enfrente un Estado
tan poderoso como el califato, no es maravilla que los núcleos
del C. y O. de la Península avanzasen bien poco hasta la desLOS
REINOS CRISTIANOS 255
aparición de aquél, á comienzos del siglo xi. No faltaron reyes,
sin embargo, que en medio de tantos desórdenes prosiguieran
la guerra, á veces con buena fortuna, aunque momentánea y
poco aprovechada.
El inmediato sucesor de Alfonso II, Ramiro I (842), nada
hizo en este orden. Tuvo que combatir en primer término á
varios nobles que se habían sublevado, haciéndose nombrar
uno de ellos rey; y luego á los Normandos (§ 1 5 ?), que por este
tiempo (844) aparecen en las costas de Asturias y Galicia,-y á
los cuales vencieron las tropas de los condes gallegos, en dos
ocasiones.
El siguiente rey, Ordoño 1 (850), luchó y venció al reyezuelo
renegado de Zaragoza y recorrió la región entre Salamanca
y Coria, saqueando varias poblaciones, que no conservó. Con
Alfonso III, llamado el Magno (866), renacen las sublevaciones
de nobles gallegos, que no quieren reconocerle por rey. Vencidos,
dedicóse Alfonso á guerrear contra los Árabes, extendiendo
sus fronteras por el O. hasta el Mondego, y por el E. en
"ierra castellana, para afianzar cuyo dominio se dice fundó la
ciudad de Burgos, aunque otros atribuyen esta fundación á un
conde llamado Diego Porcellos. Casado eon una hija del rey de
Navarra, cuyo hecho pudo haber sido de beneficiosa influencia
para la marcha política de los Estados cristianos, gozó de poca
paz. interior, pues se le sublevaron sus hijos y su propia mujer,
de tal suerte, que tuvo el rey que abdicar. Como resultado de
este hecho, divídense los territorios del reino leonés, tomando
uno de los hijos de Alfonso, (jarcia, los de León; otro, Ordoño,
los de Galicia y Lusitania, y un tercero, Frucia, el señorío
de Asturias. El rey se reservó la plaza de Zamora.
168. Los reinos cristianos desde Ordoño II á Ramiro II.
— Castilla.—La división había sido funesta para el poder
político del reino, aunque duró pocos años. Frodújose precisamente
cuando subía al trono de Córdoba Abderrahmán III y
comenzaba el siglo de oro del califato. Así es que los sucesores
de Alfonso III, aunque trataron alguna vez de oponerse á
los musulmanes, fueron casi siempre vencidos, y la mayor parte
del tiempo vivieron sujetos de hecho á los califas. Exceptúànse
de esta regla únicamente Ordoño II (914), el rey de Galicia,
256 HISTORIA DE ESPAÑA
que reunió bajo sí las porciones gallega y leonesa de la herencia
de Alfonso III. Ordoño 11 luchó valientemente con los ejércitos
de Abderrahmán, venciendo á este califa en San Esteban
de Gormáz, después de haber tomado el castillo de Alanje
y saqueado el territorio de Mérida. Poco después, sin embargo,
el califa venció á Ordoño y al rey de Navarra en la
batalla de Valdejunquera. Ordoño trasladó la capital de su
reino á León.
A su muerte comienza un nuevo período de guerras civiles,
entre sus hijos Sancho y Alfonso IV, que llegaron á reinar á la
vez en diversos puntos, y luego entre Alfonso IV y su otro hermano
Ramiro. Fueron ocho años de anarquía y desconcierto,
agravados por la aparición de nuevas tendencias separatistas
en el E. del reino, más graves que las de Galicia declaradas
hasta entonces. Procedían estas tendencias de los condes de la
región castellana (llamada Bardulia y luego, por los muchos
castillos construidos, Castilla), conquistada por los reyes de
Oviedo y cuyo centro fué en un principio Amaya y luego Burgos
y su campo. Como los condes gallegos, los castellanos ó
burgaleses mostraron desde un principio gran espíritu de re
beldía contra los reyes, desobedeciendo sus órdenes y obrando
por cuenta propia, como sucedió en la última campaña de Ordoño
II. Desconocemos los términos concretos de la relación
política existente entre estos nobles y el rey, y la jerarquía
de ellos, aunque lo ordinario parece haber sido la existencia de
varios condes gobernadores en las diversas partes del territorio,
quizá bajo la jefatura del de Burgos, y todos con independencia
de los reyes de Oviedo y León; pero es el caso que Ordoño
los llamó al ejército y que ellos no acudieron, causando
esta falta, según se cree, la derrota de Valdejunquera. El rey
castigó á los condes con la muerte; pero el espíritu de independencia
no se apagó en aquellos nobles, que llegaron, en época
incierta, á nombrar (según dice la tradición) como autoridades
independientes á dos personajes que con el titulo de jueces gobernaron
á la vez el territorio. Todos estos hechos dejaban
presumir claramente que así que hubiera un digno representante
de las aspiraciones nobiliarias y regionales, el condado
de Castilla habría de subir grandemente en inportancia poliSUMISIÓN
DE LOS REINOS CRISTIANOS 257
tica. Este representante lo fué el conde Fernán González, á
quien veremos figurar mucho en el reinado de Ramiro II.
Este rey (950-50), así que terminó la guerra civil entre él y
su hermano Alfonso IV, comenzó con gran empeño la lucha contra
los musulmanes, intentando socorrer á Toledo cuando la amenazaba
Abderrahmán, y derrotando al califa en los campos de
Osma, aunque sin poder impedir que el ejército musulmán aso
lara la tierra de Castilla, tomando á Burgos y otros puntos fuertes.
A poco, siguiendo sus planes, se alió con el gobernador rebelde
de Zaragoza y con el rey de Navarra, menor de edad, en
cuyo nombre gobernaba el reino su madre, mujer de grandes
alientos, que batallaba al frente de las tropas. El resultado de
esta campaña fué desastroso para los aliados, tanto, que la reina
de Navarra tuvo que implorar el perdón del califa y reconocerlo
como señor. Ramiro fué más afortunado, aun habiéndose quedado
solo, puesto que algo después (959), en dos batallas sucesivas,
Simancas y Alhandega, derrotó al ejército del califa (§ 160).
Tales ventajas quedaron anuladas casi por completo merced á la
sublevación de los castellanos, que produjo nueva contienda civil.
El conde Fernán González declaró abiertamente la guerra al
rey, y, vencido, cayó prisionero. Ramiro le encerró en un calabozo
de León y nombró conde á un noble leonés; pero las gentes
castellanas partidarias de Fernán González continuaron la
guerra, y el rey hubo de dar libertad al conde, aunque haciéndole
jurar fidelidad y obediencia, condenándole á perder sus
bienes y obligándole á que diera su hija Urraca en matrimonio
á Ordoño, hijo mayor de Ramiro II. Este arreglo no borró
las diferencias entre castellanos y leoneses. Los primeros dejaron
que los árabes invadieran su territorio y que reedificasen y
fortificasen la ciudad de Medinaceli, lo cual constituyó un gran
punto de apoyo del califato en guerras posteriores; y poco más
tarde volvieron á las rebeldías, conquistando al fin su independencia.
Ramiro II todavía luchó por su cuenta y logró una vic
toria en Talavera, poco antes de morir (950).
169. Sumisión de los reinos cristianos al califato.—
Muerto Ramiro II, cae su reino en gran postración política, que
dura largos años. Disputáronse su sucesión dos hijos de diferentes
mujeres, Ordoño y Sancho. Sancho procedía del segundo
258 HISTORIA DE. ESPAÑA
matrimonio de Ramiro con una hermana del rey de Navarra, y
contó desde el primer momento con el auxilio de su abuela, la
reina Tota, y del conde Fernán González. Estas luchas civiles
trajeron, como primer paso en la política internacional, un tratado
con el califa, en que tanto Ordoño como Fernán González
salieron perdiendo.
La situación empeoró al morir Ordoño III y sucederle Sancho
(955). Malquistóse el nuevo rey con los nobles, cuyo espíritu
rebelde trató de Vencer, y aquéllos se vengaron destronándolo.
Alegaron como pretexto una derrota sufrida por el
rey en guerra con los árabes y la extremada gordura de Sancho,
que le imposibilitaba para montar á caballo y le daba figura
harto ridicula. Sancho se refugió en Pamplona, al lado de su
abuela la reina Tota ó Teuda, que aun gobernaba á Navarra en
nombre de su hijo, mientras los. nobles leoneses y castellanos
juntos elegían por monarca á Ordoño IV, primo del destronado.
No vaciló éste en buscar, para su reposición, el apoyo
del califa Abderrahmán III, el cual se lo prestó ampliamente,
empezandu por enviarle un médico judío que curó á Sancho de
su gordura. El rey fugitivo y su abuela Tota se presentaron
personalmente en Córdoba, donde el califa los trató con esplendidez,
pero como sometidos. Sancho firmó un tratado por el
cual se comprometía á entregar al califa, así que estuviese repuesto
en el trono, varias ciudades y castillos. Con esta condición,
Abderrahmánpuso á las órdenes de Sancho un ejército que
atacó los territorios de León, mientras las tropas navarras invadían
los de Castilla por el E.. Sancho salió victorioso, sentándose
de nuevo en el trono; pero, en vez de cumplir lo pactado
con el califa, se resistió á ello diferentes veces, sosteniendo guerras
con los musulmanes, hasta que Alhakam le obligó á pedir
la paz. En el interior seguía la lucha con la nobleza. Los señores
gallegos se sublevaron nuevamente, y uno de ellos, el conde
Gonzalo, envenenó al rey. Siguió á esto un período de completa
anarquía. Cada noble se declaró independiente en su territorio,
negándose á reconocer á Ramiro III, hijo de Sancho,
que por su escasa edad (cinco años) estaba bajo la tutela de.su
tía Doña Elvira, monja de San Salvador de León. Poco después
empezaron las campañas de Almanzor, tan fatales para los
REORGANIZACIÓN DK LOS REINOS CRISTIANOS 259
reinos cristianos, y que agravaron aún más la situación. Como
si esto fuera poco, los nobles gallegos declarados en rebeldía
eligieron por rey á Bermudo, primo de Ramiro, y derrotaron á
éste, que pidió auxilio á Almanzor. Por su parte, Bermudo lo
pidió también, con grandes promesas, y el general árabe se
lo concedió á cambió de una sumisión casi absoluta. La mayor
parte de las plazas fuertes leonesas quedaron guarnecidas por
soldados musulmanes, que causaban grandes daños en el país.
Varias tentativas que hizo Bermudo para romper este yugo, produjeron
otras tantas campañas victoriosas de Almanzor, á la vez
que los nobles seguían en abierta oposición al rey, desobedeciendo
sus órdenes, arrebatándole sus tierras, robándole sus
ganados y siervos. Estos mismos nobles ayudaron á Almanzor
en su última campaña contra Galicia, después de la cual
gozó Bermudo de algún tiempo de reposo, dedicado á reconstruir
las iglesias, monasterios y fortalezas destruidas en
la guerra.
170. Reorganización de los reinos cristianos.—El sucesor
de Bermudo II, su hijo Alfonso V (994), empezó á reinar
en mejores condiciones. Como menor de edad, eran sus tutores
la reina viuda Doña Mayor y el conde gallego Menendo González.
Tíos suyos eran el conde de Castilla y el rey de Navarra,
á la sazón Sancho el Mayor, nieto de la reina Teuda, gran
guerrero y político. Uunidos los tres, lucharon contra Almanzor,
á quien ganaron una batalla, la de Calatañazor (§ 162). Haya
existido ó no esta victoria, como á poco murió el general árabe,
el efecto fué el mismo, y altamente beneficioso para los reinos
cristianos, que se aprovecharon de las guerras civiles sobrevenidas
en Córdoba. Sancho el Mayor extendió las fronteras de
Navarra hacia el S., y Alfonso V pasó el Duero por el lado
de Portugal, procurando, á la vez que reconquistaba pueblos,
aumentar la población. Por su parte, los condes castellanos,
cuya alianza solicitaban en sus luchas los diferentes caudillos y
pretendientes árabes, se hicieron pagar su auxilio ó su neutralidad
con cesiones de territorios y plazas fuertes. ¡Tanto habían
variado las cosas desde la muerte de Almanzor! Alfonso V, para
organizar el gobierno de sus territorios, reunió en León un
Concilio (1020), en que se dio á la capital una ley especial
26ο HISTORIA DE ESPANA
(fuero) y varias leyes generales. Murió Alfonso en el sitio de
Viseo, sucediéndole su hijo Bermudo III (1027).
Las relaciones de familia entre los gobernantes de León,
Navarra y Castilla, se estrecharon mucho más por el casamiento
de Bermudo con una hermana del conde castellano Garcia, que
tenía otra casada con Sancho el Mayor. Debe advertirse
que los condes de Castilla, desde Fernán González, vivían en
efectiva independencia de León, aunque interviniendo en las
cuestiones interiores de este reino unas veces, y otras en las del
califato, contra el cual guerreó también mucho Fernán González,
que con esta política iba extendiendo poco á poco su poder.
La buena inteligencia entre los tres Estados cristianos se
rompió á poco, no obstante aquellas relaciones de familia, con
motivo del asesinato de García por los hijos del conde Vela de
Álava, á quienes aquél había expulsado de Castilla. Inmediatamente,
Sancho el Mayor, como cufiado de García, ocupó las
tierras castellanas, promoviéndose la guerra con Bermudo por
cuestión de limites. Intervinieron mediadores (entre ellos algunos
prelados), y cesó la guerra casándose una hermana de Bermudo
con el hijo mayor de Sancho, Fernando, quien tomó el
título de rey de Castilla (1037); pero á poco se reanudó la guerra,
y castellanos y navarros conquistaron todo el reino de
León, no dejando á Bermudo más que Galicia. Con esto vino
Navarra á ser el centro político cristiano de más importancia,
puesto que dominaba desde las fronteras de Galicia á las del
condado de Barcelona, reuniendo los antiguos territorios de
León, Castilla, Navarra, Aragón y territorios vascos de España
y Francia. Sancho el Mayor llegó á tomar el nombre de rey de
las Españas, pero no supo conservar la unidad de su poder.
Poco antes de morir dividió sus Estados entre sus hijos, dejando
á García el reino de Navarra, con el señorío de las provincias
vascas; á Fernando, Castilla; á Ramiro, el territorio del condado
de Aragón, y á Gonzalo, el señorío de Sobrarbe y Ribagorza.
En Galicia quedaba reinando Bermudo III; pero á la muerte
de Sancho (1035) se reanudó la guerra de castellanos y navarros
reunidos, contra leoneses y gallegos, venciendo las tropas
de Fernando en la batalla de Tamarón, con muerte de Bermudo
(1037}. Fernando, como cufiado suyo, entró á reinar, juntando
TERRITORIOS MUSULMANES 2ÓI
los dos Estados de León y Castilla. Ocurría esto seis años después
de haber terminado el gobierno de los califas en Córdoba·
Por su parte, los condes independientes de Barcelona habían
ido ensanchando, en el siglo x, sus dominios. El inmediato sucesor
de Wifredo I, Wifredo 11 (llamado también Borrell I), los
extendió más allá del Llobregat; y aunque poco después, en 986,
Almanzor invadió el territorio catalán, apoderándose de Barcelona,
que incendiaron y saquearon los Musulmanes, y en 1003
Abdelmelik, hijo de aquél, volvió á entrar en son de guerra
asolando el Panadas y las villas de Castellolí (cerca de Igualada),
Manresa y otras (siendo conde de Barcelona Ramón
Borrell), recuperaron luego los condes sus territorios, bien mediante
la guerra y la retirada de los musulmanes, bien á cambio
de la intervención que lograron en Córdoba (después de la
caída de los Almanzores: § 16 3), á solicitud de uno de los pretendientes
al califato, á quien auxiliaron tropas catalanas que
entraron en la capital cordobesa. Estas ventajas se afianzan con
la disgregación del imperio musulmán, al destronamiento de
Hixem III (1031); y de ellas se aprovechó notablemente el
conde Ramón Barenguer I, que poco después heredó el condado
(1035).
Para el mundo musulmán, como para el genuinamente español,
comenzaba una nueva época, muy distinta de la antigua.
3.—ESTADO SOCIAL Y CULTURA DEL SIGLO VIII AL XI
i.—TERRITORIOS MUSULMANES
171.—Relaciones entre el mundo musulmán y el cristiano.
—La oposición de intereses políticos y la lucha constante entre
los centros cristianos peninsulares y los invasores, no debe inducir
á error en punto á las relaciones ordinarias entre ambos
elementos. Fuera de los campos de batalla, tratábanse ambos
pueblos, á menudo, de manera cordial é íntima. Explícase que
así fuera, por las exigencias naturales del roce y de la vida próxima,
y por la manera, muy diferente de la actual, con que se
apreciaba entonces la misma oposición de cristianos y musulmanes,
y por la comunidad de intereses ó la necesidad de mutuo
1 17
2Ó2 HISTORIA DE ESPAÑA
auxilio que á veces los ligaban. No es de extrañar, pues, que se
visitasen frecuentemente, se ayudasen en las guerras civiles,
comerciasen entre sí y aun se enlazaron por el matrimonio
individuos de uno y otro pueblo, y no sólo de las clases bajas y
menos cultas, sino de las más altas y poderosas. Así, Muza,
caudillo musulmán de Aragón, casa á una hija suya con el conde
García; Doña Sancha, hija del conde aragonés Asnar Galindo,
contrae matrimonio con Mahommad Attawil, rey moro
de Huesca (893), engendrando un hijo, Muza, que fué luego
marido de Doña Dadilde, hija del rey navarro Jimén Garcés;
una nieta de Iñigo Arista, llamada Doña Ónneca (Iñiga), casó
en segundas nupcias con el príncipe cordobés Abdallá (889-
912), siendo abuelos ambos de Abderrahmán III; y por último,
el propio Almanzor, según el testimonio de historiadores árabes,
tomó por mujer á una princesa, probablemente hija del
rey de Navarra Sancho II. También se ha atribuido á Almanzor
otro matrimonio con una hija de Bermudo II, llamada Teresa;
pero la seguridad de este enlace es muy discutida por la
crítica moderna. Lo más extraordinario y curioso de estas
uniones mixtas es que, á pesar de no exigir la ley mahometana
la conversión de la mujer cristiana (los musulmanes pueden
celebrar justas nupcias con cristiana, judía ó parsi, pero no
con idólatra), se dio el caso de que se convirtiese alguna de
aquéllas, sin escrúpulo y con consentimiento de su familia,
como se sabe de la referida esposa de Almanzor. Los cruzamientos
debieron ser numerosos en todas las clases sociales,
obligando á ello también la falta de mujeres en los guerreros
invasores, diferentes en esto de los Germanos, cuyas
inmigraciones eran en masa, de la población entera. En esta
forma sobreponíanse las conveniencias particulares incluso á los
sentimientos religiosos, que, por otra parte, no fueron en todo
este tiempo barrera que apartase con odios invencibles á uno
y otro; así se ve que apenas hay guerra en que figuren exclusivamente
de un lado musulmanes y de otro cristianos,. sino
que en ambos ejércitos van mezcladas tropas de 'las dos procedencias.
Aparte de estas relaciones, en el seno mismo del Estado musulmán
existían, como ya sabemos, grandes núcleos de espaCLASES
SOCIALES 2Ó3
ñoles, renegados unos, cristianos otros (mozárabes), y éstos
respetados en su religión, usos y costumbres, salvo momentos
breves de persecución, que no tuvo nunca carácter general. En
el palacio de los emires y califas, y en las diversas esferas de
la administración árabe, no era raro ver cristianos españoles
(como cristianos había también al servicio de los califas de Damasco).
En el ejército musulmán figuraban tropas cristianas á
sueldo, y conocido nos es ya el inmenso poder que en los últimos
tiempos consiguieron los eslavos, gentes procedentes de
países cristianos (y, aunque esclavas, poderosas y ricas), junto á
las cuales figuraban también los soldados de varias regiones españolas.
Todo esto produjo una mezcla grande de condiciones
y caracteres, y mutua influencia de genios, civilización y costumbres.
172. Clases sociales.—Algo hemos dicho acerca de este
punto en párrafos anteriores, que deben recordarse. La grande
heterogeneidad de razas y tribus existente en el mundo musulmán,
daba también complejidad suma en la jerarquía y consideración
de sus diversos elementos; ni éstos fueron de hecho
los mismos en los diversos tiempos que van desde la invasión,
á comienzos del siglo vui, hasta la caída del califato á comienzos
del χι. Para los árabes—el núcleo dominante y organizador
del imperio musulmán—no eran iguales sus compatriotas que
los berberiscos, persas y otros pueblos añadidos por la conquista;
ni aun entre sí mirábanse de igual modo las diferentes
tribus de árabes (Yemenitas, Sirios, etc.), persistiendo, no obstante
los esfuerzos de algunos califas como Abderrahmán III
para unificar las razas, la lucha entre las tribus y los pueblos
distintos de los musulmanes españoles.
Los diferencias sociales más salientes eran, no obstante, muy
parecidas á las de los demás países. La división fundamental de
las personas consistía en la de libres y esclavos. En los primeros
tiempos distinguióse bien, en la clase de libres, una especie de
aristocracia y el pueblo, formada aquélla por los jeques de las tribus,
y éste por los demás individuos,clientes, etc. Las relaciones
entre ambos no fueron, sin embargo, uniformes en todos los elementos
de la población musulmana. La verdadera aristocracia
era la de los árabes, siendo más democráticas las relaciones de
264 HISTORIA DE ESPAÑA
clase entre los berberiscos. Pero la aristocracia árabe, después de
haber vivido mucho tiempo en abierta oposición con los emires,
de quienes se emancipaba con frecuencia, y en luchas continuas
entre sí, fué destruida y casi aniquilada en tiempos de Abderrahmán
III (§ 160). Desaparece entonces, si no enteramente
como clase, como poder social y político, sustituyéndola, de
un lado, los jefes militares, especie de aristocracia de la espada,
y de otra, la clase media (comerciantes, industriales, etc.), que,
por el gran desarrollo del comercio y las artes, había llegado
en las capitales de importancia á reunir considerables riquezas.
Por bajo de la clase media quedaba el pueblo obrero, muy numeroso
en la época de los califas y movido más de una vez por
odios de clase, motivados por la desigualdad económica.
La aristocracia, mientras existió, formaba la clase más rica,
por las concesiones de tierras que obtuvo en lo conquistado.
Los emires, para premiar servicios de guerra, y á veces para
acallar disturbios (como en tiempo de los sirios de Baich: § 149),
distribuyeron grandes extensiones de territorio entre las diferentes
tribus y sus jefes, concediéndoles que los siervos que las
cultivaban entregasen á estos últimos la parte de cosecha que
antes recibía el Estado. De este modo se fueron creando grandes
propiedades territoriales, base de verdaderos señoríos casi
independientes unas veces é independientes del todo otras; y es
de notar que, tal vez en gran parte por este hecho de las concesiones
de tierras, la población árabe y berebere vivió casi siempre
en el campo, quedando las ciudades principalmente habitadas
por los mozárabes y los renegados, es decir, la antigua masa
de población española: como sucedía en Toledo, Sevilla, Elvira,
etc.
Los renegados ocupaban una situación intermedia. Distinguíanse
en ellos los maulas ó cautivos cristianos que abrazaban
el mahometismo, recobrando así la libertad; los muladíes, hijos
de padre musulmán y madre cristiana ó viceversa, obligados
por la ley á ser musulmanes, y los renegados propiamente .dichos,
es decir, españoles sometidos en tiempo de la conquista y que
habían abjurado de su religión por diferentes causas. No obstante,
el nombre general con que se les conoce es el de muladíes.
Aunque todos ellos eran musulmanes, y llegaron á veces
LOS JUDÍOS 2ÓJ
á poseer grandes riquezas y poder, ya hemos visto que se les
consideraba mal, como inferiores á los musulmanes de abolengo;
de lo cual supieron vengarse con sus numerosas y á menudo
felices sublevaciones. No debe olvidarse que muchos de los
renegados procedían de los esclavos y siervos visigodos, que
abjurando adquirían la libertad. Los muladíes, aumentados en
gran número desde Abderrahmán II por frecuentes conversiones
de mozárabes, constituían ya en el siglo ix una parte importantísima
de la población, que influyó en la cultura. En cuanto
á los mozárabes, constituían un mundo aparte, del que hablaremos
luego ampliando noticias anteriores.
Los hombres no libres eran de varias clases: siervos labradores,
en condición análoga á la que tenían con los visigodos, aunque
más dulce; y esclavos ó siervos personales. De éstos, alcanzaron
situación privilegiada, envidiable aun para los hombres libres,
los eunucos y los eslavos. Los eunucos eran esclavos de procedencia
diversa (europea, asiática y africana) destinados al servicio
de las esposas y concubinas del emir ó califa (harem) y al particular
de éste, ocupando á veces cargos de importancia en Palacio,
como el de maestro guardarropas y gran alconero, ó
constituyendo una guardia especial del soberano. Todos ellos
poseían riquezas, en tierras y dinero, y criados—esclavos de
esclavos,—á quienes pagaban. Constituían, pues, como una
aristocracia en su clase, y en más de una ocasión intervinieron
poderosamente en las cuestiones políticas.
Los eslavos eran principalmente soldados, pero esclavos del
califa, aunque algunos pertenecían también á la clase de eunucos.
Abderrahmán III los aumentó en tan gran número, formando
de ellos la base de su ejército, que, según autores árabes, llegaron
á ser 13,750. Abderrahmán les dio tierras y esclavos y los
invistió con importantes funciones militares y civiles. Resultado
de esta preponderancia fueron las luchas sostenidas al caer los
Almanzores (§ 163).
173. Los judíos.—Los judíos mejoraron notablemente de
condición social con la conquista árabe. Los emires y los califas,
en vez de seguir la política restrictiva de los reyes visigodos,
.no sólo concedieron amplia libertad y tolerancia á los
Judíos (conforme al derecho de la guerra que usaban los musul266
HISTORIA DE ESPANA
manes, según hemos visto), sino que los protegieron en gran
manera. Durante los siete años de conquista, los judíos sirvieron
de auxiliares, ora encargándose de la custodia de las ciudades
dominadas, y cubriendo así la escasez de soldados que tenían
los conquistadores, ora desempeñando cargos públicos para el
gobierno de aquéllas. Con la tolerancia, florecieron el comercio
y la industria en las comunidades hebreas, llegando al más alto
grado de prosperidad la de Córdoba, sobre todo á partir del
califato independiente. Un sabio judío, Hasdai-ben-Schaprut
(915-970), fué tesorero y ministro de Abderrahmán III, cuyo
favor alcanzó mediante servicios diplomáticos y la traducción
al árabe de las obras del célebre médico griego Dioscórides.
Hasdai entabló relaciones con sus correligionarios de Oriente,
é hizo venir á Córdoba muchos poetas, gramáticos y sabios
judíos, de cuya concurrencia nació la escuela talmúdica de Córdoba.
El fundador de ésta, Rabí Moisés-ben Henoch (protegido
por Abderrahmán, en parte merced á la influencia de Hasdai y
quizá también con la intención política de que los judíos de
España se hiciesen independientes de la academia oriental
de Sura), elevó tanto los estudios, que bajo sus sucesores vino
á serla escuela cordobesa el centro de la ciencia talmúdica para
todos los judíos, eclipsando á las de Mesopotamia. Los califas
Omeyas continuaron protegiendo este desarrollo científico,
hasta el punto de que uno de ellos se hizo traducir al árabe la
Mischna (colección de leyes que forman parte del Talmud), y
colocó en su biblioteca un ejemplar de ella. Los judíos de Córdoba
adoptaron el traje y las costumbres árabes y se distinguían
por su exterior brillante y caballeresco.
174. Gobierno y administración.—Ya hemos visto que en
un principio (por espacio de medio siglo) España constituyó
una provincia del califato de Bagdad, con un gobernador (emir)
al frente. Esta dependencia acabó con Abderrahmán I, verdadero
fundador del califato de España ó Córdoba, aunque no
llevara el nombre de califa; título que, más"tarde, en 929, tomó
Abderrahmán III. Era, el califa, jefe supremo y realmente absoluto
del gobierno, aunque muchas veces debía su elección á sublevaciones
de la nobleza. Para auxiliarle en sus funciones tenía
un hagib ó primer ministro, otros varios vizires y catites ó secretaGOBIERNO
Y ADMINISTRACIÓN 267
rios, de los cuales uno había consagrado á la defensa de los
cristianos y judíos. Las oficinas de administración se llamaban
divan, y eran tantas como servicios públicos había (ejército, hacienda,
intervención del Tesoro, etc.)
Las provincias en que se dividieron los territorios musulmanes
(seis bajo Abderrahmán I) estaban dirigidas por un gobernador,
walí, jefe, á la vez, militar y civil. Algunas ciudades importantes,
aunque no fuesen capitales dé provincia (i), tenían
walies, así como á veces se nombraba para toda una región extensa
(especialmente de las fronterizas con los cristianos, en que
la guerra era continua ó muy frecuente) un solo jefe militar.
Al lado del califa, y como cuerpo consultivo, existía el mexuar
ó Consejo de Estado, compuesto de miembros de la nobleza y
el clero y de altos funcionarios de palacio; Consejo que, en los
últimos tiempos del califato cordobés, fué ganando en autoridad
y poderío, como representante del patriciado ó sea de las clases
superiores, hasta sustituir al califa en el gobierno (§ 163). También
se solían reunir asambleas de caudillos y patricios (addiguanes),
convocadas por el califa, para jurar al heredero del
trono, reconocer al nuevo monarca (ejemplo, la reunida en 2 de
Enero de 977, con asistencia de los parientes del soberano,
cadíes mayores, gobernadores, dignatarios y notables de la corte)
ó para modificar las leyes: v. gr., la de 5 de Febrero de 976,
reunida por Alhacam II para variar la ley que prohibía minoridades
y regencias.
El califa administraba personalmente justicia, á veces; pero
de ordinario ejercían esta función empleados especiales, llamados
cadíes (y en los pueblos pequeños hakimes), á cuyo frente
había uno superior, llamado cadi di los cadíes. El hdquem ó zavalaquén
era una especie de juez instructor. Estos funcionarios
daban diariamente audiencia pública, en que se presentaban los
interesados para alegar sus derechos ó hacer sus acusaciones. En
Córdoba existía también un juez especial llamado zahebaxorta ó
zabalmedina (zalmedina), que entendía en asuntos criminales y
de policía, aplicando procedimientos más rápidos y jurispruden-
(1) Eran estas capitales Toledo, Mérida, Zaragoza, Valencia, Granada y Murcia, aparte
de Córdoba.
268 HISTORIA DE ESPAÑA
cia más sencilla que el cadí. Tenía establecido su tribunal á las
puertas mismas del palacio real, con gran ceremonia. Carácter
análogo tenía otro juez especial existente en todas las ciudades
importantes, llamado mustaçaf (almohtasib, almotacén), encargado
particularmente de la policía del comercio y de los mercados
(comprobación de pesas, adulteraciones, etc.), del ornato
y obras públicas, prohibición del juego y otros asuntos que, si
bien pertenecían en principio al cadí, por costumbre, y por facilitar
la administración de justicia, se fueron atribuyendo al
mustaçaf. Por último, figura, en la jerarquía musulmana un funcionario
especialísimo, existente ya á comienzos del siglo χ y
llamado Eide las Injusticias (cadhialjamáa), cuya misión principal
consiste en oir las reclamaciones ó quejas contra la conducta de
los demás funcionarios públicos, de una manera análoga á como
vigilaban y corregían esta conducta en el reino visigodo
los obispos, el Concilio provincial y los Concilios generales
(§ 132 Y !34)·
Las penas que más generalmente se imponían eran la multa,
los palos, el emplumamiento y la muerte por decapitación.
Esta era forzosa para los que abjuraban del mahometismo ó
blasfemaban de Alá ó de Mahoma.
Para el sostenimiento de las cargas del Estado imponíanse
contribuciones. Aparte de las mencionadas en otro lugar (la
personal y la territorial, contando en primer término el censo
que pagaban los cultivadores del joms ó tierra del Estado, que
se convirtió en tierra del emir ó califa desde que se declararon
independientes los Omeyas), existía la llamada azzaque, consistente
en el décimo de los productos de la agricultura, industria
y comercio, y dedicada á los gastos particulares del califa, y las
aduanas, al frente de las cuales había un jefe denominado almoschrif
(almojarife). Como base del reparto de las contribuciones,
se hicieron desde el principio empadronamientos de la población,
indicando el número de personas y sus bienes, y tomando por
guía, en los primeros tiempos, la organización por tribus, de
modo que cada individuo estaba clasificado en su tribu respectiva,
aunque se hallase en territorio distinto del que aquélla ocupaba;
pero esta organización se perdió con la caída de la aristocracia,
y, aunque algún califa la quiso restaurar, ya no fué posible.
LOS MOZÁRABES 269
175. Los mozárabes.—Todo lo dicho hasta aquí se refiere
á la población musulmana. En cuanto á los mozárabes, se les
dejó, como vimos, su administración y gobierno, aunque en distinto
grado según las localidades. Parece que en las ciudades y
villas importantes tenían gobernadores especiales (condes) (1),
nombrados por el califa, y que unas veces eran de raza árabe y
otras de raza visigoda ó hispano-romana: así sucedía en Toledo.
En Córdoba existía un funcionario, defensor ó protector, que representaba
á todos los cristianos sometidos y defendía sus intereses
en la corte del califa. En los pueblos pequeños, según
la capitulación de Coimbra, había condes ó jueces hispano-godos,
nombrados por los mismos mozárabes. No se sabe si continuó,
ni en qué forma, la curta antigua, ó la asamblea de vecinos,
cuando menos; pero sí que se perpetuaron dos funcionarios
de aquélla, el exceptar, encargado ahora de recaudar los impuestos
municipales, y el censor ó juez de primera instancia para
los litigios entre ios cristianos. El conde lo era de segunda
instancia.
En los delitos contra la religión mahometana y en los que
merecieran pena de muerte, conocían los jueces musulmanes.
La ley que regía entre los mozárabes era el Fuero Juzgo, que
continuó por mucho tiempo vigente, á lo menos en algunas
ciudades, como Toledo. Interiormente, la población mozárabe
seguía distinguiendo sus dos elementos, el visigodo y el hispanoromano;
mas no parece que esta distinción fuese muy acentuada.
Por lo menos, el peligro común, y el interés de todos, unió
é hizo proceder acordes, frente á los mahometanos, á una y otra
raza. Por lo general, no parece que vivieran promiscuamente los
mozárabes con sus dominadores. Solían, por el contrario, agruparse
en barrios, separados, á veces extramuros, aunque el trato
con los musulmanes en la vida diaria era constante, según se
deduce de hechos antes consignados ó que se dirán luego.
La importancia de la población mozárabe se dejó sentir,
como era consiguiente, en el mundo musulmán: tanto en el orden
político (puesto que, en inteligencia con los cristianos del
Norte, ayudaron á la reconquista y crearon, según hemos visto,
(1) Son célebres los nombres del conde Servando, de Córdoba, y de Toddo, de Coimbra.
270 HISTORIA DE ESPAÑA
graves dificultades de orden público al gobierno musulmán),
cuanto en la cultura; aunque en ésta, no seguramente en la
medida extraordinaria que han supuesto algunos autores modernos
anti-arabistas.
176. Ejército y costumbres militares.—Pueblo tan batallador
como el musulmán, era lógico que atendiese, como cosa
importante, á la organización de su ejército. Sin embargo, en
los primeros tiempos no fué tan ordenada y segura como parece
debiera ser. Cada vez que se emprendía una campaña,
llamábase á las tribus, que acudían con todos sus hombres disponibles,
su jeque y su bandera respectiva, sin confundirse con
las demás.
En cada distrito (división de tribu) había dos jefes, que se
reemplazaban en la guerra. Los soldados recibían sueldo al fin
de la campaña, distinguiéndose los antiguos árabes de Muza
(llamados baladis), que sólo cobraban si pertenecían á la familia
del jefe, pero en cambio no eran llamados sino en casos de
apuro, cuando se formaban dos ejércitos. Para los sirios regía
otra regla. Los pertenecientes á la familia del jefe debían el servicio
obligatorio. En los demás era voluntario y cobraban de
cinco á diez piezas de oro por cabeza.
Generalmente se escogía, para las campañas, la primavera,
llamando á las tropas por un tiempo determinado. Más de una
vez sucedió que, prolongándose la acción militar hasta comienzos
del verano, desertaron los soldados y hubo que suspender
aquélla; y en otras ocasiones se excusaron de ir algunas tribus,
pretextando que las labores agrícolas exigían la presencia de los
hombres en el campo. Conviene advertir que muchas de estas
expediciones no eran verdaderas campañas, sino simples excursiones
'(razzias, algaradas) para talar campos, destruir fortalezas
y coger cautivos, retirándose luego las tropas. Lo mismo hacían,
por su parte, los cristianos.
El ejército constaba de infantería y caballería, yendo ésta
montada en mulos y no en caballos, de raro uso aún en el siglo
x, tanto, que se tenía hasta como vanidad censurable
montar en uno, á diferencia del resto de la tropa. No usaban
estribos. Para la impedimenta, cada dos ó tres soldados solían
llevar una mula. Acampaban en tiendas, colocando en medio
EJÉRCITO Y COSTUMBRES MILITARES 271
la del jefe y sujetando á los animales con estacas. En algunas
ciudades, como Sevilla, había milicias locales, formadas por los
mozárabes. Como armas usaban la espada, la pica, la lanza y el
arco y flechas, defendiéndose con los cascos, escudos, corazas y
cota de mallas. Para el sitio de ciudades y fuertes adoptaron los
aparatos romano-bizantinos (ariete, catapulta, etc.) Utilizaban
también las palomas mensajeras como medio de comunicación.
Para la defensa de las fronteras y de las costas solían establecerse,
dentro de castillos ó torres, especie de agrupaciones
ú Órdenes semejantes á las militares que luego tuvieron los
cristianos, puesto que sus miembros peleaban y rezaban en común,
adoptando reglas de carácter religioso, como la prohibición
de trato con las mujeres. Llamábase á éstos monasteriosfortalezas,
Rabat, ó Rápita, en castellano. El general en jefe
del ejército llamábase alcaide.
Toda esta organización fué cambiando con el tiempo. Los
califas se rodeaban cada vez más de tropas especiales, reclutadas
entre los esclavos ó traídas de fuera, constituyendo un núcleo
de ejército ajeno á la antigua distribución en tribus, debilitada
con la desaparición de la aristocracia. Por fin, Almanzor
consumó la reforma, aboliendo la división por tribus y sustituyéndola
por la de regimientos, en que iban mezclados los musulmanes
sin consideración á la tribu á que pertenecían. De este
modo acabó el poder militar de los jeques. El ejército contaba,
además, con muchos elementos extraños: de una parte, los eslavos,
y de otra, batallones formados por cristianos de León,
Castilla y Navarra, pagados espléndidamente por Almanzor y
entregados por completo á su servicio. Pero esta organización,
así que faltó la mano de hierro de Almanzor, se volvió en dafio
de la tranquilidad pública, según hemos visto anteriormente.
En punto á marina, aunque al principio no fué muy importante,
los emires y califas, sobre todo desde los ataques de los
normandos, se esforzaron por acrecentarla, y llegaron á tener,
ya en tiempo de Abderrahmán III, la escuadra más fuerte del
Mediterráneo, cuya estación central fué el puerto de Almería.
Con eila hacían expediciones y desembarcos frecuentes en las
costas cristianas de Galicia y Asturias, destruyendo pueblos y
Llevándose cautivos ó esclavos, y también a! Africa, contra el
272 HISTORIA DE ESPANA
imperio de los fatimitas. El jefe de la escuadra se llamaba Alcaide
de las naves. Erróneamente se ha querido derivar de la
nomenclatura árabe el nombre de Almirante. A fines del siglo x,
habiendo desaparecido el peligro de los normandos y el reino
fatimita de la región africana de Túnez, los califas españoles
dejaron de prestar atención á la marina.
177. Las leyes musulmanas.—La base y fundamento de
la legislación musulmana está en el Alcorán, que durante los
primeros tiempos fué la única fuente jurídica. Las necesidades
nuevas y cada vez mayores que el rápido crecimiento y complejidad
del mundo mahometano hubieron de producir, trajeron
la formación de una nueva fuente, como el Alcorán á la vez
religiosa y jurídica, constituida por las tradiciones de los dichos
y hechos del profeta, llamadas individualmente hadit, y en conjunto,
Sima. La primera colección de tradiciones la hizo un jurisconsulto
del siglo vii llamado Málik, quien las fijó en su libro
Mouata en número de 1,700: número que más tarde fué aumentado.
A estos dos elementos primordiales se unió á poco otro,
más propiamente legislativo: las disposiciones ú ordenanzas que
los califas iban dando á medida que los hechos lo requerían,
y entre las cuales gozaban de particular importancia las de los
primeros de aquéllos, ó sea de los más próximos descendientes
de Mahoma. A éstas se llamaba Athar. Semejante facultad legislativa
la ejercieron, en España, como era natural, los emires
y califas independientes, dando numerosas leyes, reglamentos,
etc., cuyo nombre general es el áefetvas. En la formación de
estas decisiones, intervenían frecuentemente los alfaquíes, reunidos
en asambleas, de que es ejemplo una de 1090. En tiempo
de los almorávides, se celebraron otras de igual clase (§ 221).
Sobre estas diversas fuentes se ejercía la interpretación de los
jurisconsultos, admitiéndose también la costumbre. Algunos de
éstos, que formaron escuela, añadían la razón como fuente, y
otros explicaban de diversa manera la jerarquía y relación de
los elementos citados, originando gran diversidad de direcciones.
Caracteriza á la legislación musulmana una dependencia estrecha
(que es confusión muchas veces) con la materia religiosa,
siguiendo el tipo que ofrecía ya el Alcorán. Códigos propiaRELIGION
273
mente dichos—al modo que el Fuero Juzgo, v. gr.—no los tuvieron,
aunque sí compilaciones privadas, hechas por jurisconsultos,
que presentan una mezcla muy heterogénea de asuntos:
por ejemplo, doctrinas sobre la purificación, los rezos, funerales,
diezmo y limosnas, ayuno legal, peregrinación á la Meca, transacciones
comerciales, herencia (muy complicada en sus grados
y reglas), matrimonio y divorcio, delitos, etc.
La escuela dominante en España en materia jurídica fué la
de Málik, que también rigió en el África del N.
178. Religión.--Ya hemos dicho lo más esencial con referencia
al carácter y las doctrinas de la religión musulmana ó
mahometana. Considerábase como jefe de ella al califa, por bajo
del cual estaban los doctores libres,teólogos, jurisconsultos, etc.
El culto celebrábase en templos (mezquitas), sin imágenes.
Cada mezquita tenía una torre (minarete ó alminar) desde la
cual un funcionario llamado almuédano anunciaba en voz alta á
los fieles la hora de la oración. Ésta era dirigida por un sacer-.
dote llamado imán, habiendo también predicadores ó catibes,
teólogos ó ulemas, jurisconsultos ó faquíes, é intérpretes de las
leyes ó muftíes. Vimos también cómo el fervor de los musulmanes
por su religión distaba mucho de ser general y vehemente.
Los árabes, por lo común, mostrábanse bastante fríos, al paso
que los bereberes eran intransigentes y fanáticos. Resultado de
esta diferencia de opiniones fué la formación de escuelas ó sectas—
muy numerosas, á pesar de los esfuerzos en contrario de
los doctores,—que negaban parte ó todos los dogmas de la religión
y hasta la existencia de Dios. Otras sostenían que todas
las religiones son falsas, ó que lo único verdadero son los principios
morales que la razón acepta. De todas estas ideas hubo
numerosos prosélitos en España; aunque, por lo general, no las
manifestaban abiertamente, por miedo á los sacerdotes y á la
masa ortodoxa del pueblo. Aquéllos conseguían más de una vez
hacer desterrar á los profesores y filósofos tachados de herejía
y quemar sus libros; pero la indiferencia ó la incredulidad en
las clases altas no era, por eso, menos grande. Las persecuciones,
sin embargo, continuaron, aumentadas en tiempo de AImanzor,
que quiso congraciarse así con los sacerdotes.
Pero, además de esto, entre los mismos ortodoxos había dife274
HISTORIA DE ESPANA
rentes maneras de explicar el Alcorán y los ritos; de modo, que
se formaron diferentes sectas, enemigas entre sí. En España, la
que dominó generalmente y por más tiempo en lo religioso
como en lo jurídico (§ 177) fué la de Málik, llamada así del
nombre de este gran teólogo y escritor, cuyos libros eran la
base de la instrucción religiosa y moral juntos con el libro sagrado.
Parte de los musulmanes fervientes tendieron al ascetismo
y fundaron verdaderos monasterios, como el de la Montaña,
de BenMasarra, el de Ben-Mocheid y el de Elvira, y
cofradías de análogo carácter; de modo que al lado del clero
ordinario había monjes, aunque pocos en número.
Por su parte, los mozárabes conservaban la religión cristiana,
con todos sus ritos, en las mismas poblaciones de los musulmanes.
Salvo breves períodos de intolerancia, celebraron sus
ceremonias en la iglesia y en la calle, á son de campana (aunque
en algunas localidades, como Coimbra, se ordenó que celebrasen
misa á puerta cerrada), siendo, cuando menos, respetados y
defendidos por las autoridades. En Córdoba tenían tres iglesias
(la de San Acisclo la conservaron siempre) y tres monasterios,
y en los alrededores ocho monasterios. En las afueras de Granada,
un templo, célebre por la belleza de su construcción y de
su ornato, y otros en Toledo, Zaragoza, Mérida, Valencia,
Málaga, etc. Aunque hubo califa que mandó destruir las iglesias
de la capital, éstas se reconstruyeron pronto (ó quizá no llegaron
á destruirse por completo) y hasta hubo sitio en que un
mismo edificio servía, á la vez, de mezquita y de iglesia cristiana.
La tolerancia mutua fué tal, que algunas fiestas cristianas,
como la de San Juan y el primero de año, las celebraban juntamente
mozárabes y musulmanes. En tiempo de Almanzor,
las tropas (en que, como sabemos, figuraban muchos cristianos)
tenían como día de fiesta general el domingo. Todo esto no
quita para que el vulgo fanático musulmán mirase con malos
ojos á los cristianos y les molestase algunas veces. En punto á
organización, conservaban éstos sus obispos, de los cuales se hicieron
célebres Elipando de Toledo, como herético; Recafredo
de Córdoba y Hostejesis de Málaga, como representantes de la
doctrina contraria á la de los mártires, según vimos, y otros.
Celebraban también concilios, de que es ejemplo el de 835 en
RIQUEZA Y POBLACIÓN 275
Córdoba, á que asistieron los obispos de Toledo, Sevilla, Mérida,
Acci, Astigi (Ecija), Córdoba, lliberi y Málaga; y era frecuente
que visitasen las poblaciones dominadas sacerdotes y
monjes de los países cristianos de España y del extranjero, ora
para redimir cautivos, ora con otros fines piadosos; lo mismo
que de los territorios musulmanes salían, para viajar, sacerdotes
y monjes, que luego volvían á su punto de origen (§ 181).
179. Riqueza y población.—La España musulmana llegó á
ser una de las regiones de Europa más ricas y pobladas, especialmente
en tiempo de los califas. Según el empadronamiento
hecho en el reinado de Alhacam, había seis ciudades grandes,
capitales de capitanías; otras ochenta de mucha población;
trescientas de tercera clase é innumerables lugares, torres y
alquerías, que en la región del Guadalquivir se hacían llegar
á 12,000. Córdoba llegó á tener doscientas mil casas, seiscientas
mezquitas, novecientas casas de baños y otros muchos edificios
de uso público. Abderrahmán II hizo empedrar las calles y
construir grandes tuberías para la conducción del agua de las
fuentes públicas. Sobre el río echáronse magníficos puentes, y
tanto los califas como los grandes funcionarios poseían hermosos
palacios rebosando lujo, con grandiosos jardines. Los más
nombrados de estos palacios fueron el de Azarha, que era casi
un pueblo, mandado levantar por Abderrahmán III para complacer
á una de sus mujeres, y el de Záhira, de Almanzor. Las
descripciones que traen los autores árabes de estos edificios y
su decorado, aunque algo exageradas sin duda, dan á entender
la gran riqueza desplegada en ellos.
En los templos no había menos lujo. La gran mezquita (aun
conservada como iglesia católica), comenzada por Abderrahmán
I y continuada y agrandada por los califas sucesivos, era
una maravilla. Tenía 19 arcadas de E. á O y 30 de N. á S.,
con 21 puertas y 1,293 columnas de pórfido y jaspe con capiteles
dorados. El pulpito era de marfil y maderas preciosas, y
del lecho pendían cientos de lámparas —de plata unas, hechas
otras con las campanas de Compostela,—que alumbraban de
noche la mezquita. De todas partes del mundo acudían viajeros
para admirar las bellezas y el fausto de la corte de los califas,
á pesar de que, por lo común, los caminos estaban infestados
276 HISTORIA DE ESPANA
de ladrones y era preciso reunirse en caravana muchas personas
para poder defenderse en caso de ataque. Hasta monjes de
monasterios franceses (el de San Germán de los Prados) estuvieron
en Córdoba, aunque éstos, no con aquel fin, sino para
recoger reliquias cristianas. Por aquel entonces, el Tesoro real
abundaba en dinero. En tiempo de Abderrahmán I, dícese que
las rentas públicas subieron á 300,000 dinares; en el de Abderrahmán
II á un millón, y en el de Abderrahmán III á 5.408,000,
ó sea unas 64.896,000 pesetas de la moneda actual. El ceremonial
con que los califas salían á la calle ó recibían en su
palacio á los embajadores extranjeros era tan fastuoso é imponente,
que se cuenta de una vez en que la persona á quien estaba
encomendado el discurso de presentación, emocionada y
sobrecogida, no supo decir una palabra.
180. Comercio é industria.—Todo este esplendor tenía
que fundarse en parte (aumentándolo á su vez) en un gran
bienestar económico y en el desarrollo del comercio y de las
industrias. Así era, en efecto. Ya hemos visto la gran mejora
alcanzada por la agricultura, merced á la creación de una clase
numerosa de pequeños propietarios y cultivadores, que gozaban
de mejor condición que en tiempo de los visigodos. Aunque
los árabes no eran por sí grandes agricultores, se asimilaron
bien pronto los conocimientos que en esta parte tenían los españoles,
y los aplicaron, como en Asia habían hecho con los de
otros pueblos, cuya experiencia agrícola reflejaron también
sobre nuestro país. Los grandes tratadistas de agricultura son
en España mozárabes, no árabes, pero éstos se amoldaron perfectamente
á las lecciones recibidas, hasta el punto de dar incremento
al cultivo de la viña, no obstante estarles prohibido el
vino, prohibición que no guardaron por lo general, á pesar de
algunos califas piadosos que mandaron arrancar gran cantidad
de vides. Por su parte, introdujeron los musulmanes en España
muchos vegetales hasta entonces desconocidos, como el arroz,
la granada, la caña de azúcar y otros frutales de Oriente. Generalmente
se dice que trajeron también la palmera; pero es
casi seguro que se conocía aquí hacía siglos, por otras influencias
orientales ó africanas. Completáronse ó se hicieron de
nuevo, también, las canalizaciones para el riego de las huertas,
COMERCIO É INDUSTRIA 277
sacándose el agua bien de los ríos, bien de pantanos, especialmente
en las comarcas de Granada, Murcia y Valencia. Los
labradores usaban, para las operaciones del cultivo, el calendario
romano, no el árabe, como en todos los países musulmanes.
En otros sitios dedicábanse á la ganadería en gran escala,
llevando los ganados de unos puntos á otros en las diversas
épocas del año, para huir del excesivo frío ó calor.
En punto á industrias, era importante la minería. Había minas
de oro, plata y otros metales, pertenecientes unas al califa y
otras á particulares. Las más célebres eran las de Jaén, Bulche
y Aroche, las del Algarbe y las de rubíes de Beja y Málaga.
Los tejidos de lana y seda de Córdoba, Málaga y Almería, los
de esta última población sobre todo (si no importados, altamente
desarrollados por el incremento del cultivo del gusano
de seda en tiempo de los califas), eran célebres en el mundo:
sólo en Córdoba existían, según se dice, 13,000 tejedores. En
varias localidades, como Paterna (Valencia), se trabajaba la cerámica
con gran perfección, con procedimientos y formas artísticas
de que luego hablaremos, exportándose los productos á
otros países. En Almería fabricábanse también vasijas de vidrio,
de hierro y bronce, con dibujos y esmaltes, tejidos de oro y
plata, y damasco para turbantes, así como en Málaga brocados
con pinturas y leyendas; en Córdoba se tallaban sobre marfil
objetos de arte, y en Játiva y otros puntos se fabricaba papel
de hilo para escribir, industria nueva traída por los Árabes.
Almería, Murcia, Sevilla, Toledo, Granada y sobre todo'Córdoba,
eran grandes centros de producción de armas ofensivas
y defensivas, siendo notables las armaduras y las espadas, cuyos
puños y vainas se adornaban con delicadísimas labores. La
fábrica de Toledo fué reformada por Abderrahmán II. En Córdoba
trabajábase también el cuero para toda clase de usos,
hasta los más artísticos, estampándolos y dorándolos, para
adorno de salones; y de aquí vino el nombre de cordobanes,
célebre en el comercio. En Murcia se tejían esteras de vivos
colores, con que se cubrían las paredes y pisos. Un médico
español, Aben-Firnás, inventó la fabricación del cristal (siglo ix)
y construyó diversos aparatos para medir el tiempo y también
(se dice) para la navegación aérea, mientras un cordobés ó tole-
1 18
278 HISTORIA DE ESPANA
daño, Aben-Azzarquel, fabricaba un magnífico reloj de agua. En
cuanto á otras artes relacionadas íntimamente con la arquitectura—
carpintería, mosaicos, labores en yeso, etc.—ya veremos
en el párrafo correspondiente, el gran desarrollo que hubieron
de adquirir.
Semejante movimiento industrial, lo numeroso de la población
y las extensas relaciones internacionales, era lógico que
produjesen un gran desarrollo del comercio. Así fué, especialmente
por mar. En tiempo de Abderrahmán 111, los derechos de
importación y exportación eran tan grandes, que constituían la
parte principal de los ingresos del Estado. Sevilla era uno de
los puertos principales. Embarcábase allí algodón, aceitunas,
higos, aceites y otros productos abundantes de la tierra. La
masa de la población sevillana, compuesta de renegados que
conservaban el tipo y las costumbres hispano-visigodas, se dedicaba
al comercio y había llegado á reunir grandes riquezas; y
cuando los árabes del campo entraron en Sevilla y degollaron
á casi todos los habitantes (§ 159), no por eso cesó la animación
comercial. Poco después, á comienzos del siglo x, siendo califa
Abdalá y jeque soberano de Sevilla Abn-Hachchach, el puerto
estaba nuevamente lleno de buques que traían tejidos de Egipto,
viajeros de la Arabia, esclavos y cantadoras de Europa y Asia.
El comercio de esclavos y el de mujeres era uno de los principales
en aquella época. Ya hemos visto que de esclavos se formaron
muchas tropas de los califas; los traían los corsarios y
los comerciantes, de Francia, de las costas N. de España, de
Italia, de Grecia, de Asia y de África.
En Almería había astillero para la construcción de buques.
De Jaén y Málaga se exportaban, además de los productos industriales
antes mencionados, azafrán, higos (superiores á los de
todo el mundo), vinos, maderas aromáticas, mármoles y piedras
preciosas, con otras materias importantes, como seda cruda,
azúcar, una especie de cochinilla, pimienta, hierro en barras,
antimonio, etc.
Enviábase todo esto por mar, bien al Africa fronteriza, de
donde seguía por caravanas á Oriente, bien á Egipto ó á Constantinople
y el mar Negro, donde los bizantinos hacían gran
comercio, comunicándose con la India y el Asia Central. Los
IDIOMAS DE LA ESPANA MUSULMANA 279
musulmanes españoles tuvieron siempre (y en especial á partir
de su independencia) estrechas relaciones con los bizantinos; y,
por otra parte, mantuvieron también frecuente comunicación,
por medio de viajes y peregrinaciones, con Oriente y en especial
con la Meca y con Bagdad y Damasco, yendo bien por mar,
bien en caravanas, por el N. de África. Los califas organizaron,
finalmente, un servicio oficial de correos, aunque no para el
público, sino para la administración.
moneda actual; de las (Arabas monedas son españolas.)
segundas, el dirhem,
que pesaba 2,71 y valía próximamente lo que hoy un franco,
aunque luego cambió mucho, rebajándose en peso y valor.
Como sistema de numeración, usaron, generalizándolo, el
que lleva su nombre (-cifras árabes). Los. árabes se cree que
introdujeron el cero, tomándolo de los indos y aplicándolo á la
composición de cantidades mediante su colocación á la derecha
de otras cifras, conforme hoy hacemos.
• 81. Idiomas de la España musulmana.—Siendo muy heterogénea
la población musulmana de la Península, no hablaba
toda ella la misma lengua. Los árabes y los berberiscos no se
entendían unos á otros; pero el idioma exigido en los negocios
28ο HISTORIA DE ESPAÑA
oficiales era el árabe puro, idioma de la misma familia que el
hebreo y que difiere mucho del latín, tanto en la construcción
y pronunciación como en la escritura, en la cual no se emplean
las vocales, sustituyéndolas por líneas. Los árabes cuidaron
mucho de mantener la pureza de su lengua. Para ellos una de
las primeras condiciones del hombre de Estado era hablar bien,
y los ministros y secretarios del califa habían de ser muy versados
en el manejo elegante del árabe. Gracias á este celo particular,
se mantuvo la lengua de los conquistadores asiáticos, á
pesar de los grandes contingentes berberiscos que las necesidades
de la guerra fueron echando sobre España. Debe entenderse,
sin embargo, que, si en los trabajos literarios y documentos
oficiales era de rigor el árabe puro, con su pronunciación
correcta, en la vida diaria, y para los usos generales,
hablábase una mezcla de los dialectos latinos é. indígenas de la
Península y los que trajeron las diferentes gentes conquistadoras,
berberiscas, egipcias, sirias, etc. En esta lengua vulgar, la
construcción se apartaba mucho del árabe, el diccionario tenía
numerosas voces latinas, y el modo de pronunciar las letras y
de modular las frases era tan especial y característico, que apenas
si los musulmanes de Oriente podían entenderlo.
Los mozárabes influyeron en la formación de este idioma de
los musulmanes españoles. Conservaban ellos el uso del latín,
aunque desfigurado y bastardeado por la modificación de muchas
palabras, la introducción de otras ibéricas y árabes y la
pérdida de la sintaxis clásica latina. Llamaban los musulmanes
á este idioma aljamia (que quiere decir idioma de los bárbaros,
ó sea extranjeros), indicando así su origen; y aunque los mozárabes
no lo perdieron nunca, conservándose especialmente en
la literatura y en el uso de las personas cultas (como atestiguan
multitud de libros y documentos escritos en latín, entiéndase
el latín de la época, muy decadente), no pudieron sustraerse á
la influencia de sus dominadores, con quienes estaban en roce
y trato continuo; tanto, que el pueblo habló pronto el árabe,
aunque sin olvidar la aljamía, y que los mismos individuos del
clero y de la nobleza, ya en el siglo xi, no sólo hablaban en
aquel idioma, sino que escribían en él libros y poesías: hechos
que declaran (y de que se quejan) San Eulogio y Alvaro, y
LA ENSEÑANZA MUSULMANA 281
con ellos multitud de obras, como la traducción de las Sagradas
Escrituras hecha en el siglo ix por el mozárabe Juan Hispalense;
la colección canónica en árabe del presbítero Vicencio (1049),
el calendario del obispo Recemundo (siglo x) y otras más. Probablemente,
la mayoría de estas traducciones se hicieron por
haberse perdido en la masa del pueblo mozárabe el conocimiento
del latín puro, en que estaban originariamente escritas;
porque lo cierto es que el uso del árabe lo conservaron los
cristianos de Toledo hasta el siglo xm, incluso en los documentos
privados y públicos. La aljamía no dejó de hablarse
tampoco, si bien modificándose y apartándose cada vez más del
latín y señalándose en ella dialectos ó modalidades de carácter
regional (Aragón, Valencia, etc.); al paso que el clero, especialmente,
procuraba mantener la tradición latina, mediante sus relaciones
con los países cristianos independientes—de los cuales
traían manuscritos de autores importantes clásicos, como hizo
San Eulogio al volver de Navarra,—.y la continuación de las escuelas
conventuales y catedrales, como la de San Acisclo y la del
abad Speraíndeo, en Córdoba. Todos estos hechos revelan que
la influencia (lógica y necesaria) de los árabes en los españoles—
notable también en los nombres de éstos, que solían ser dobles,
arábigos y latinos ó visigodos—se refiere, más bien que á la vida
común y diaria, en la cual, además, la influencia fué mutua, á la
cultura intelectual, en la medida que expondremos luego'(§ 190).
Los mozárabes comunicaron á los musulmanes muchas palabras
latinas ó aljamiadas, sobre todo en el vocabulario científico.
182. La enseñanza musulmana.—No se conoció entre los
musulmanes lo que hoy llamamos instrucción pública, es decir,
una organización oficial de la enseñanza, pagada por el Estado
ó por las ciudades, ni aun en la forma rudimentaria de los romanos
(§ 76). Hasta fines del siglo xi no se fundaron universidades
ó colegios generales en Oriente, empezando por el de
Bagdad (1065); pero en España no tomó pie esta innovación,
aunque más tarde (en el siglo xm) la inició en Murcia un rey
cristiano, Alfonso el Sabio, creando un colegio musulmán para
que un sabio árabe enseñase las ciencias á moros, judíos y cristianos
juntamente; ejemplo que copiaron, aunque efímeramente,
los árabes de Granada.
282 HISTORIA DE ESPANA
En todo el período que ahora nos ocupa no hubo más enseñanza
que la privada, es decir, la que daban, ora gratuitamente,
ora mediante paga, los particulares que se dedicaban á esta
profesión. Alguna vez hubo califas que pagaron á sabios extranjeros
venidos á España y les hicieron dar conferencias ó lecciones
públicas; pero esto fué temporal, y no respondió á organización
reflexiva de la enseñanza. También Alhakam II fundó,
como particular y en acto de penitencia, algunas escuelas para
enseñar la doctrina á los hijos de los pobres y desvalidos de
Córdoba. Tratábase, pues, en este caso, de una manda ó legado
pío del sultán, y el ejemplo fué seguido en la España árabe por
muchos particulares, que fundaron otras para enseñanza de los
pobres, con legados de esta clase y sin que interviniese para
nada la Administración.
Si el Estado no intervenía, pues, directamente en la enseñanza,
el sacerdocio musulmán la impulsó mucho al principio, especialmente
por lo que se refería á la instrucción religiosa,
enseñando con gran fervor por todas partes las máximas del
Alcorán y las tradiciones de Mahoma; pero más tarde, cuando
se hubieron desarrollado las ciencias y se forman sectas diferentes
(aun entre los ortodoxos), la dominante, que era la de
Málik, como sabemos, se hizo muy intolerante, coartando la
libertad de los maestros siempre que podía, y en especial de
los filósofos que se apartaban de la ortodoxia. Más de una vez
se quemaron los libros de éstos y fueron desterrados los profesores,
como ya dijimos (§ 178).
Pueden distinguirse en la enseñanza musulmana dos grados:
el primario y el superior. El primario comprendía, como base,
la lectura y escritura del Alcorán, á título de preparación religiosa
y gramatical al propio tiempo; uníanse á esto trozos de
poesía, ejemplos de composición epistolar, y finalmente elementos
de gramática árabe, aprendidos de memoria. La lectura y
escritura se enseñaban juntamente, «no haciendo que el alumno
trazase cada letra en particular, sino imitando las palabras enteras
que se les daban por modelo». Para escribir se usaban
unas tablillas de madera pulimentada, sobre las que se trazaban
los caracteres con un pedazo de caña afilada (cálamo), empapada
en tinta. Acabado un ejercicio, se mojaba la tablilla, se
LA LITERATURA 283
borraba lo escrito y servía de nuevo. Muchas veces, la instrucción
era gratuita, dándola por puro gusto los maestros.
Otras veces eran pagados por los discípulos, costumbre que,
andando el tiempo, fué la dominante; á pesar de lo cual, se
difundió tanto la lectura, y la escritura en especial, que la
mayor parte de los musulmanes españoles sabían leer y escribir,
aventajando en esto á las demás naciones europeas.
La enseñanza superior, como libre que era, no guardaba plan
uniforme. Cada maestro enseñaba más ó menos cosas, según su
cultura ó preferencias. Generalmente se empezaba por enseñar
las tradiciones religiosas, leyendo párrafos de libros, que explicaba
el profesor, y preguntando los alumnos, con toda libertad,
cuando no entendían bien una palabra ó un razonamiento. La
base del estudio era siempre la memoria. Además de las tradiciones,
se estudiaban los comentarios del Alcorán, la gramática,
el diccionario, la medicina, la filosofía y, sobre todo, la jurisprudencia
y la literatura. En punto á jurisprudencia, derivada de la
exposición y comentario de las leyes jurídicas del Alcorán, llegó
á haber gran número de autores que escribieron tratados, comentarios,
compendios, diccionarios, etc. La escuela de Córdoba
se hizo famosa.
183. La literatura.—Pero, de todos los órdenes de la cultura
general, ninguno era más favorecido y bien visto que el
literario, y especialmente la poesía. Primitivamente—antes de
la reforma mahometana—eran ya los árabes muy aficionados y
grandes cultivadores de aquel género. Cada tribu tenía su poeta,
que cantaba las victorias, las alegrías y las tristezas de sus contributos;
y de aquella época ha quedado una copiosa literatura
en verso, fuente y modelo constante hasta nuestros días, de los
escritores que no hicieron en su mayor parte más que repetir é
imitar sin gran variedad sus asuntos.
Los jeques que vinieron á España trajeron consigo á sus poetas,
por cuyos versos se conocen algunos hechos históricos importantes.
Con frecuencia, los carteles de desafío, las amenazas,
las declaraciones de guerra se hacían en verso. Los emires y
califas no se desdeñaban de escribirlos, incluso en cartas particulares;
y era usual la improvisación, en paseo y en la calle, á
propósito de cualquier hecho ó de cualquier objeto notable que
284 HISTORIA Di ESPANA
se veía. Hasta libros de ciencia llegaron á ponerse en verso, y
no era raro encontrar en el pueblo iliterato gran habilidad para
versificar. Las mujeres participaban de ella, y hubo algunas esposas
y esclavas de califas, notables en este arte. Los califas tenían
además, en su corte, poetas oficiales, que diríamos, favoritos
á quienes pagaban grandes sueldos y hacían repetidos
regalos.
Los asuntos preferidos por los poetas eran, en los primeros
tiempos, las hazañas de guerra y la vida de los grandes héroes;
luego fueron dominando los temas amorosos (llevados á un
grado de licencia y desnudez altamente inmorales) y las lisonjas
á los príncipes y soberanos. En las comidas solían recitarse
composiciones poéticas de la segunda clase, acompañadas de
música y baile. También se usó mucho el epigrama y la sátira.
Además de la poesía, cultivaron grandemente los árabes españoles
la historia (y en especialidad la biográfica), la geografía
y la novela, pero no conocieron la dramática en ninguna de sus
formas.
Entre los muchos nombres ilustres que se distinguieron en
todos estos géneros literarios merecen especial mención: el
propio califa Alhacam II, de vasta y sólida cultura; Aben-Ab·
derrabihi, gran cantor de los emires andaluces y autor de leyendas
históricas en prosa (Quitab-Alicd, el libro del collar);
Ahmed-Arrazi-Attariji, conocido en España por el Moro Rasis,
que escribió, entre otras obras, la Descripción general de España
y la Historia de los emires andaluces; Aben Habib, polígrafo eminente,
considerado por algunos de sus contemporáneos como
«el sabio por excelencia de España»; Yahia Albecrí ó Algazel,
poeta-historiador; Aben Abdelbar, autor de una obra sobre los
faquíes de Córdoba, copiosísima eñ noticias; Kásim ben Açbag,
famoso por sus libros históricos y jurídicos y por sus muchos
discípulos; el poeta, gramático, jurisconsulto y orador, Abú
lshak el Bechí; Jálid ben Saad, prodigio de erudición, que se
distinguió en la corte de Alhacam II y escribió una historia de
los hombres ilustres de España; Abú Ali El Kalí, oriental de nacimiento,
pero residente durante muchos años en nuestra Península,
donde gozó de gran influencia con Abderrahmán III y
Alhacam II y compuso varias de sus obras filológicas é históLA
FILOSOFÍA Y LAS CIENCIAS 285
ricas; Mohammad ben Háni, de Sevilla, calificado por algún
autor musulmán del más grande poeta entre los occidentales;
El Zobaidi, también nacido en Sevilla, «gramático y lexicógrafo
el más famoso de su tiempo en España»; Aben Ath:Thahán,
el más fecundo historiógrafo de su época; Aben Xohaid
de Córdoba, «uno de los más ilustres literatos de la España
musulmana»; el historiador Aben Ab-Dagáb, de extraordinaria
nombradla entre sus contemporáneos; el sevillano Aben Al-
Bechí (Abu Omar), á quien los biógrafos árabes dedican extraordinarios
elogios; el poeta Aben Abi Zamanin, natural de
Elvira; Aben Fothais, de Córdoba, «una de las más grandes
lumbreras del saber arábigo en España»; Aben Maimón y Aben
Xanthir, literatos toledanos eximios; Aben Abdelbar Al-Caxquinaní,
autor de dos Historias de los jurisconsultos y de \os jueces
de Córdoba y del Andalús; Mohámed-ben-Hixem-ben-Abdelazís,
de la familia de los Omeyas, autor de una Historia de los poetas
andaluces; Ahmed-ben-Farach, de Jaén, historiador y poeta á
quien se debe una importante colección de poesías titulada
Libro de ios Huertos; Aben-Alcutiya, famosísimo como historiador
y gramático, de origen godo; Motarrif-ben-Isa, geógrafo y cosmógrafo,
de Granada; Mohámed-ben-Hárits-Aljoxaní, de Córdoba,
autor de seis volúmenes de Vidas de jurisconsultos é historiadores
de Andalucía, y varias mujeres, como Radhia, Fátimaben-
Zacaría, Lobna, Aixa y otras. En los últimos tiempos del
califato figuran Ahmed-ben-Darrach-Alcasthalí, secretario de
Almanzor y uno de los mejores poetas hispano-árabes; Yúsufben-
Harún-Arramadí, de Córdoba, llamado Delicia de los Príncipes;
Obada-ben-Abdallah-ben-Massamai, de Córdoba, muy celebrado
como poeta; Aben-Alfaradhí, cronista célebre; Aben
Afif, ascético, pedagogo é historiador cordobés; Aben Zarucah,
literato é historiador; Aben Abid, dotado de vastísima erudición;
el jurisconsulto Abú Amrú El Dení; Moawia ben Hixem, y
otros muchos. El movimiento literario no se perdió con la caída
del califato; antes bien lo veremos, en los tiempos sucesivos,
muy pujante, y en algunos géneros superior, en cantidad y calidad,
á lo producido en la época de los califas.
184. La filosofía y las ciencias.—La filosofía era mal vista
por el vulgo, que consideraba como herejes á los que la cultiva2S6
HISTORIA DE ESPAÑA
ban, y desde luego por los teólogos y doctores, que temían las
audacias y libertades de pensamiento de los filósofos. Las clases
altas de la sociedad, por el contrario, gustaron mucho de aquella
ciencia; y aunque no solían hacer manifestación pública de estos
gustos—por miedo á la censura del pueblo—la cultivaron grandemente.
Hubo escuelas filosóficas que vivieron como sociedades
secretas, no atreviéndose á hacer ostentación de sus ideas.
Y, sin embargo, á este movimiento filosófico debe la civilización
árabe uno de los títulos de gloria mayores; porque, habiendo
algunos sabios conocido y leído en Oriente libros de filósofos
griegos y de discípulos é imitadores suyos—género de literatura
olvidado y casi desconocido por entonces en Europa,—trajeron
aquí el conocimiento de estos autores y de esta corriente, que
concordaba con la tradición clásica de los hispano-romanos. En
parte habían ya iniciado estos estudios en España los judíos,
entre los cuales descollaron grandes cultivadores de la filosofía,
de la gramática y de la literatura, como el malagueño (ó zaragozano)
Ben-Gabirol (conocido entre los cristianos por Avicebrón),
Moisen-ben-Ezra, Maimónides, y otros, que, como pertenecientes
á tiempos posteriores, nos ocuparán luego; pero los
filósofos musulmanes les sobrepujaron en fama é influencia, sobre
todo en los siglos xi y xn, según veremos, en que promovieron
en Europa un renacimiento filosófico que influyó notablemente
en la ciencia medioeval.
El florecimiento filosófico derivado de Oriente comienza en
el siglo ix y llega á tener gran importancia en el χ (reinado de
Alhakam II); mas, por la hostilidad del pueblo y especialmente
de los teólogos (en cuyo favor hizo Almanzor quemar muchos
libros de filosofía), han llegado á nosotros escasas muestras de
esta literatura en el período que nos ocupa. El único nombre
célebre que nos queda es el de Abn ó Aben Masarra (siglo x),
cuyas doctrinas eran marcadamente anti-religiosas y escépticas,
sentido que dominaba también en los naturalistas y matemáticos.
Entre los escritores ortodosos de materias filosóficas
y religiosas, citaremos al càdí Aben Aç-Çafar y á Abú
Ornar ó Chafar El Thalamanquí, famosísimo por su ciencia alcoránica.
Del mismo modo que la filosofía, la astronomía era mal miCULTURA
DE LA MUJER 2 87
rada por el vulgo, y esta prevención llegó á pesar tanto sobre
el gobierno, que más de una vez se prohibió su estudio. A pesar
de esto, hubo entre los musulmanes españoles muy famosos
astrónomos, como Moslema ó Maslama, de Madrid, Ben-Bargot,
Ben-Hay ó Hayyán, y otros, y observatorios importantes (á imitación
de los que había en Oriente) en las torres ó alminares de
las mezquitas. Con más libertad se cultivaron las ciencias propiamente
matemáticas, ya puras (1), ya aplicadas á las necesidades
de la vida, y la medicina, en la que predominaban los orientales,
que habían aprendido esta ciencia de los persas cristianos.
Los médicos estudiaban también las ciencias naturales (botánica,
zoología, etc.), porque eran, á la vez, farmacéuticos. No se tiene
noticia de que existieran hospitales en España, aunque en
Oriente los había abundantes. Médico español famoso fué el
cordobés Aben Cholchol (época de Hixem II), comentador de
Dioscórides y biógrafo de los médicos y filósofos más notables
de España.
Debe entenderse que el movimiento científico árabe era seguido
por los judíos, especialmente en las ciencias físicas y naturales,
á las que dieron muchos y notables cultivadores (médicos,
matemáticos, etc.). No así en filosofía, en cuyo estudio,
no sólo se anticiparon á la restauración clásica de los árabes
(según hemos dicho), sino que siguieron direcciones originales
inspiradas en su tradición religiosa. Por lo mismo fueron independientes
en literatura (no obstante que algunos de sus poetas
y novelistas, aunque pocos, imitaron á los árabes), distinguiéndose
su poesía por un fondo más elevado y serio que la de los
musulmanes. El siglo de oro de la cultura judía corresponde al
período siguiente, en que la estudiaremos, según hemos dicho.
Debemos recordar en este punto, que los mozárabes ayudaron
al movimiento científico musulmán mediante las versiones
arábigas que hicieron de obras de medicina, agricultura, historia
y filosofía de autores latinos, griegos y españoles, como
Columela, Orosio, Aristóteles y San Isidoro.
185. Cultura de la mujer.—En cuanto á la mujer árabe,
no sólo brilló en la poesía, sino en todas las ciencias. Los mu-
(1) Un matemático árabe fué el inventor dei álgebra.
288 HISTORIA DE ESPANA
sulmanes españoles no se opusieron nunca á la instrucción femenina,
antes bien la respetaron é impulsaron. No era infrecuente
que la enseñanza de las tradiciones religiosas estuviese
encomendada á maestras. Participaban las niñas de la misma enseñanza
elemental de los niños y luego se dedicaban á estudios
profesionales, de los cuales practicaban algunos, como los de
medicina y los de literatura (como secretarías ó redactoras en
las oficinas superiores del califa). Entre las mujeres de Córdoba
llegó á estar tan difundida la instrucción, que sólo en un barrio
había 170 dedicadas á la copia del Alcorán. Muchas veces, no
contentas con los medios que les procuraban las escuelas españolas,
iban á Oriente para estudiar en las de aquellos países,
asistiendo á las lecciones juntamente con los hombres. La cultura
de la mujer llegó á estimarse de tal modo, que un príncipe
de la familia real española se casó con una esclava negra sólo
por las dotes de inteligencia y saber que ésta tenía. Otro príncipe
(de Sevilla) se prendó de la que fué su mujer sólo por haberla
oído improvisar versos. Algunas de las poetisas célebres
que hemos mencionado antes, tuvieron también especial predilección
por reunir y copiar libros notables, signo de su gran
amor á las letras.
I8S. Bibliotecas.—Los árabes usaron principalmente para
escribir el papel de fabricación industrial, en vez del pergamino
y el papiro de los romanos. En Oriente se fabricaba desde mediados
del siglo vil y en España no se importó hasta el siglo xi,
en que hubo de fundarse en Játiva la primera manufactura. Esta
circunstancia y la forma cursiva de la escritura árabe, que da
gran celeridad, permitieron subvenir á las necesidades de la
cultura general hasta con exceso. Los libros se multiplicaron
enormemente, siendo las copias muy baratas; y el afán de reunir
las obras de muchos autores produjo la creación de grandes
bibliotecas (alguna de 400,000 volúmenes, según se dice) propiedad
de los reyes, de los nobles y de las personas importantes.
Hubo también bibliotecas ó gabinetes de lectura para los estudiantes
pobres, fundación de algunos amantes de Ja instrucción;
pero duraron poco, sustituyéndolos las bibliotecas de las mezquitas,
á las cuales se fué haciendo costumbre legar los libros.
Como prueba de la gran afición á éstos que tuvieron los musulARQUITECTURA
A<UBE 289
manes españoles, baste decir que mucha gente vivía de la copia
de manuscritos para satisfacer los pedidos de los bibliófilos, y
que en Córdoba y otros puntos había grandes mercados donde
se vendían á pública subasta los códices, que á veces alcanzaban
precios subidos.
187. Arquitectura árabe.—Si la civilización arábigo-española
adquirió celebridad universal en el orden científico, no la
tuvo menor en lo que se refiere á la arquitectura y á las artes
industriales. Algo hemos indicado ya al hablar de los grandes
palacios de Córdoba y del asombro que producían en los extranjeros.
La manera de construir de los árabes difería de la usada por
los hispano-romanos. Aquéllos habían tomado los fundamentos
de su arquitectura—en tiempos anteriores á Mahoma—de los
caldeos y asirios, de quienes, tal vez, por una serie de transformaciones,
se deriven también las bóvedas de yeso «decoradas
con alvéolos y pirámides suspendidas á modo de estalactitas»
y las estucaduras de muros con adornos y relieves, que ornamentan
tantísimo el interior de las construcciones musulmanas.
A estas influencias primitivas se unieron luego las de los
bizantinos, de los cuales tantas cosas tomó la civilización mahometana,
y que se reflejan en algunas partes de la construcción
y de la aplicación de los adornos; pero los musulmanes
españoles dieron á todos estos elementos una modalidad especial,
que distingue, hasta cierto punto, su arquitectura de
las orientales de que procede. En esta diferenciación creen
algunos autores que pudieron influir los arquitectos cristianoespañoles
ó de origen cristiano, que vivieron entre los árabes;
y aducen en su apoyo los indudables reflejos de arte
clásico y visigótico (especiales de España) que se observan en
las construcciones árabes, como á su vez, el arte musulmán influyó
más tarde en los países cristianos.
Uno de los edificios que se pueden tomar como modelos de
la arquitectura árabe, es la mezquita, de la cual es tipo notable
(y en algún concepto único y original) la de Córdoba, construida
entre los siglos vm y x, habiéndola empezado el primer emir
independiente Abderrahmán I. Conviene advertir que en el
desarrollo de la arquitectura árabe-española se observan tres
290 HISTORIA DE ESPAÑA
períodos, los cuales varían bastante en caracteres, aunque dentro
de la unidad fundamental del arte musulmán de Occidente.
El primer período va desde el siglo vm al x, y coincide precisamente
con el que ahora examinamos, es decir, con los
tiempos del califato. La mezquita de Córdoba es seguramente
el monumento más importante que resta de aquel brillante
período.
Fig. 69. —Mezquita de Ornar, con cúpula (siglo vn, cúpula rehecha en 1022).
El plano de las mezquitas es fundamentalmente rectangular,
con la cuadrícula como principio de distribución, y consta de
las siguientes partes: un patio de entrada, espacioso, rodeado de
pórticos y plantado generalmente de árboles, con una fuente
en medio para los lavatorios ó abluciones de los fieles; una ó
varias torres altas y esbeltas (alminares), desde las que anuncia
el almuédano las horas de hacer la oración; el templo propiamente
dicho, con una ó más naves, y el mihrab, nicho ó hornacina
(adornado algunas veces con ladrillos esmaltados, y en
Córdoba, como caso único, con mosaico de vidrio), orientado
ARQUlTtCTURA ÁRABE 291
hacia la Meca y delante del cual, y á la derecha del minbar,
tribuna ó pulpito, hacen oración los fieles. Los elementos arquitectónicos
son: el arco, de formas diversas, predominando
el de herradura (que ya usaron antes otros pueblos, entre
ellos el visigodo, según ya hemos hecho notar: § 140); la cúpula
sobre base cuadrada y de aspecto variado al exterior; las
columnas, tomadas con frecuencia, en los primeros siglos, de antiguos
edificios romanos y visigodos, reproduciendo luego ó
Fig_ 70.—Capiteles de !a mezquita de Córdoba. (Aprovechados por los musulmanes
de edificios anteriores.)
imitando en los capiteles las formas llamadas corintia y compuesta,
que son la base del capitel que podemos llamar cordobés,
adoptado y generalizado en la arquitectura hispano mahometana
hasta la formación del estilo granadino ó naserita, que más
adelante estudiaremos.
Rehuyen los árabes la monotonía de las líneas y de las superficies
lisas, por lo cual decoran las paredes con placas de
mármol ó de yeso labradas en hueco de poco relieve, con motivos,
ya de flora.esquemática, ya geométricos. A estos adornos
se les ha llamado arabescos (aunque se usaron antes en otros
pueblos), por el gran desarrollo que alcanzaron en los edificios
292 HISTORIA DE ESPAÑA
de los árabes. Generalmente se pintaban los fondos de rojo y
azul y doraban la parte saliente del dibujo, resultando un efecto
Fig. 71. —Vista interior de la mezquita (catedral) de Córdoba.
decorativo sorprendente, de gran brillantez y alegría. En cuanto
á los materiales, usaron poco de la piedra (á no ser en edificios
de lujo), prefiriendo los tapiales, hormigones y barros cocidos
(ladrillos).
ARQUITECTURA ARABE 293
La mezquita de Córdoba—la mayor en espacio cubierto de
todo el mundo mahometano—presenta muchos de los caracteres
Fig. 72.—Interior del mihrab de Córdoba.
fundamentales que hemos apuntado, pero con alguna modificación
local. La planta no era completamente cuadrada; los adornos
ofrecen reminiscencias del gusto clásico, del visigodo y del
sirio-bizantino, mezclados con otros de influjo persa. Tenía na-
1 It)
294 HISTORIA DE ESPAÑA
ves, con columnas y arcos, según hemos visto (§ 179), en gran
número y de gran riqueza. La fachada de la antecámara que
precede al mihrab, está decorada con mosaico de vidrio, de origen
y construcción bizantina (género de adorno que no arraigó
en España), y aquél forma un pequeño recinto octógono, con
pavimento de mármol blanco y bóveda de estuco imitando una
concha. Las paredes están adornadas con arcos sostenidos por
columnitas. La combinación de colores y dorados de los mármoles
y jaspes de las columnas, piso y muros,, de los arabescos
y de los zócalos, producen un efecto deslumbrador, aun hoy
día, no obstante lo mucho que con el tiempo y las restauraciones
ha perdido la mezquita.
Conviene advertir que las mezquitas no eran sólo lugares de
oración: servían también para reuniones políticas y de carácter
general, como lugar de publicación de las órdenes del califa
(que era, como sabemos, ¡efe á la vez civil y religioso) y en fin,
como edificio académico, puesto que gran parte de las enseñanzas,
tanto de materia religiosa' como de materia científica, se
daban allí. El profesor se sentaba en el suelo, cerca de un
muro ó de una columna, y alrededor los alumnos.
En los edificios civiles se siguió el mismo plan constructivo
de las mezquitas, con aquellas modificaciones que imponían los
usos distintos. Las casas ordinarias constaban de un patio central,
con arcos alrededor y fuente en medio. Casi siempre tenían
un piso y pocos huecos al exterior, completando las habitaciones
un jardín.
El tipo general de las ciudades era de calles estrechas, construidas
así de propósito, ya para evitar el sol, ya para ceñirse
al espacio del recinto amurallado que casi todas tenían. A veces
los barrios hallábanse también separados por muros con
puertas, de modo que podían aislarse unos de otros. Datos más
particulares sobre Córdoba, ya los hemos visto anteriormente
(S 179)·
188. Artes figuradas é industríales.—Cultivaron poco los
árabes españoles la pintura y la escultura, ya por considerarlas
como artes de puro lujo, ya por falta de amor á ellas ó de espíritu
para cultivarlas. El Alcorán no les prohibía taxativamente
la representación de seres animados (excepto en las mezARTES
FIGURADAS É INDUSTRIALES 295
quitas), y si algunos intérpretes consideraron ser esto cosa ilícita,
su doctrina no produjo efecto. De aquí que, no sólo en
España, sino en Oriente, se pintasen figuras en los techos, ó
se esculpiesen representaciones de animales y de personas. De
ello son ejemplos: una pila de jaspe verde,
con esculturas humanas, que se trajo de Asia
en tiempo del califa Abderrahmán III y que
se colocó en el palacio de Azahra (§ 179); un
fragmento de mármol blanco, que hoy se
halla en el Museo de Sevilla y representa
una cabeza vista de frente; varios ejemplares
de cajas de boda (siglos χ y xi) imitadas de los
trabajos griegos en marfil; las piezas de vidrio
que se fabricaban en Elvira y que llevaban
pintadas figuras humanas; una faja perteneciente
á Hixem II, con iguales representaciones;
una pila procedente de Játiva y correspondiente
al siglo xi, con algunas otras obras
de que se tiene noticia más ó menos exacta
y segura.
Las artes que alcanzaron mayor desarrollo
fueron la cerámica y la orfebrería. La cerámica
artística árabe es posterior á la época
del califato en sus tipos característicos de
platos, fuentes y jarros de reflejos metálicos,
que se fabricaron en varios puntos y especialmente
en Valencia y Mallorca (Mayorca en
árabe, de donde el nombre de mayólicas dado
á estos productos). Lo son también los ladrillos
esmaltados de que hemos hecho referencia.
En punto á orfebrería, son de notar las
lámparas de mezquita, de que ya veremos un
hermoso modelo en el período siguiente; los puños y vainas de
espadas y puñales, trabajados en oro y piedras preciosas, y
ciertas joyas, como la caja con planchas de plata labrada y adornada
con perlas, de tiempo del califa Alhakam II, que se conserva
hoy en la catedral de Gerona; otras dos, de marfil, que
se guardan en el Museo de Kensington (Londres) y la que fi-
Fig- 75 Espada árabe
del siglo IX, que se supone
regalada á Carlomagno.
(Probablemente
es muy posterior,
del siglo XV.)
296 HISTORIA DE ESPAÑA
gura en la catedral de Pamplona, procedente de un hijo de
Almanzor y decorada con relieves (figuras de hombres y animales)
y arabescos. En todas ellas se ve el influjo del arte persa.
En los muebles solían desplegar gran lujo: tapices, esterillas
de junco é hilo de oro, grandes candelabros, divanes y cojines
cubiertos de ricas telas, cortinas de seda, etc., todo lo cual
daba lugar á ramas importantes de industrias (§ 180). No conocieron
la cama como mueble, pues dormían sobre alfombras ó
almohadones, que durante el día se guardaban en un armario.
189. Costumbres.—Incidentalmente, hemos consignado en
párrafos anteriores algunas costumbres características de los
musulmanes acerca del modo de viajar y otros particuleres.
Expondremos aquí otras de importancia.
La familia musulmana se diferencia mucho de la de los cristianos.
En ésta, cada hombre no puede casarse más que con
una mujer. Los mahometanos podían tomar, y tomaban en
efecto, varias, hasta cuatro consideradas como legítimas y en
número mayor las ilegitimas ó concubinas. De aquí que los emires,
califas y gentes adineradas ó de posición, llegaran á tener
un crecido número, que formaba lo que se llama el harem.
Podía contrarrestarse esta libertad mediante el derecho, concedido
por la ley á la primera mujer, de exigir al marido que
no contraiga nuevo matrimonio, ni tome concubinas. También
le era permitido á la mujer imponer otras condiciones, como
la de que el marido no se ausentara de la casa muchos días sin
permiso de la esposa, que no causara perjuicio en sus bienes, y
otras análogas. Dentro del hogar, la mujer está sujeta al varón,
pero tiene reconocida la facultad de disponer en gran parte de
sus bienes y de comparecer ante los tribunales sin licencia del
marido. Sobre los hijos ejerce igual potestad que éste, en forma
tutelar; siendo en este punto tan celosa la ley musulmana de
los derechos del hijo, que el juez puede suspender la potestad
del padre, caso de que éste dilapide los bienes de aquél confiados
á su custodia. Existe el divorcio mediando justa causa.
En la vida de relación social, gozaron también las mujeres
de mayor libertad de la que vulgarmente se supone. Aunque
solían ir por la calle con la cara cubierta, muchas veces (en la
clase popular, sobre todo) no lo hacían así, acudiendo también
COSTUMBRES 297
sin dificultad á sitios donde se reunían hombres, como las escuelas,
y pudiendo imponer al marido la condición de recibir
libremente visitas y poder hacerlas á sus parientes. Los hijos
llevaban, unido al suyo, el nombre del padre, precedido de la
partícula ibn ó ben, que significa hijo de. Los de esclava concubina
se consideraban como legítimos y libres.
Gustaban los árabes mucho del baño; así que los edificios
destinados á este
uso se multiplicaron ¿¿7%)
aún más que en
tiempo de los romanos.
En ellos (así
como en las casas
particulares) había
estufas, ó sea, una
especie de cañones
ó cilindros llenos de
fuego, para templar
la temperatura ó
elevarla al grado deseado.
El vestido, el peinado
y otras particularidades,
varia
ron según los tiempos.
Al principio se
llevaban los cabellos ^ig. 74--Trajes de musulmanes españoles, del siglo vm al IX.
largos y divididos
en la frente; en el siglo ix, por influencias orientales (en especial
la de un célebre músico favorito del califa), se cortaron al rape.
Los manteles, que antes eran de hilo, se sustituyeron por los
de cuero, y los vasos de oro y plata por los de cristal.
El traje, aunque con modificaciones de época, consistía fundamentalmente
en una camisa larga y una capa (albornoz), ó
calzones anchos y cortos, para los hombres; y en pantalones de
igual género, camisa y mantos de colores vivos, ceñidos á la
cintura, para las mujeres, las cuales se aficionaron pronto á las
joyas, de que adornaban casi todo el cuerpo. El turbante era
3eAfi¿*
298 HISTORIA DE ESPAÑA
propio de los legistas y teólogos. Los califas llevaban un gorro
alto, signo de autoridad, y un manto con mangas echado sobre
los hombros, en recuerdo del que llevó el profeta. Consta que
los musulmanes españoles imitaron también el modo de vestir
de los cristianos.
Gustaban mucho de la música. Los instrumentos que usaban
eran la cítara, el rabel, el laúd, el canún (salterio ó arpa), la
flauta barítona, el flautín, el albogue, los adufes y tambores; y
con ellos se acompañaban canciones que solían ser alegres y de
escasa moralidad, ó bailes de invención árabe unos, y tomados
otros quizá de las poblaciones indígenas, que ya sabemos tuvieron
fama en este punto entre los romanos.
Las fiestas que daban los califas y grandes señores eran
fastuosísimas é iban acompañadas de banquetes, bailes y músicas.
Del imponente ceremonial de la corte ya hemos hablado
antes.
190. Influencia de la civilización árabe en los territorios
Cristianos.—La intimidad y continuidad de las relaciones sociales
y políticas que mantenían ambos pueblos (§ 171), y el movimiento
natural de imitación que se produce entre los individuos
y los grupos humanos que viven próximos—especialmente si,
como sucedió durante siglos con el califato de Córdoba, uno
de ellos es superior al otro en poderío, brillantez y riqueza—
motivaron necesariamente influencias mutuas á que ya hemos
hecho referencia en diversos párrafos. Las de los musulmanes
sobre los españoles nótanse particularmente en el segundo período,
esto es, á partir del siglo xi y más aún en los siglos XH y
xiii, en que las relaciones son más complejas y vanadas, como
veremos. Coincide también con este período el gran movimiento
filosófico musulmán, transmisor de doctrinas de la antigüedad
griega, que recibió la civilización española por este
conducto, así como muchos conocimientos científicos, la mayoría
no originales, sino tomados de autores clásicos. Mayor había
de ser la influencia en aquellos órdenes de la vida práctica
en que el contacto era más natural y frecuente y más fuertes
las solicitaciones de imitación, como en el político, en el militar
y, en términos generales, en el jurídico. Así veremos que en las
instituciones públicas y privadas de los reinos cristianos, y en
INFLUENCIA DE LA CIVILIZACIÓN ARABE 299
su legislación, aparecen elementos tomados de los musulmanes.
No fué tan intenso el influjo en el orden literario, si se
exceptúa el género de cuentos y apólogos, según hemos de
ver. En poesía, apenas se nota el contacto, aunque sí bastante en
la prosa, siendo frecuentes las fórmulas de saludo, respeto, etc.,
de origen arábigo que copian los documentos cristianos. No era
raro el uso del árabe en los territorios de León, Castilla, Navarra,
etc.; y á las lenguas romances, en formación entonces, y
de las que fué elemento importante la aljamía, pasaron muchas
voces, formándose otras mixtas (árabe-españolas), ó alterando,
por influencia de la escritura árabe recibida entre los mozárabes
y muladíes, las palabras latinas ó procedentes del latín.
El número de moros latinados ó ladinos, que sabían romance, y
el de cristianos algaraviados, que sabían árabe, fué grandísimo,
sobre todo en las regiones fronterizas. En éstas existió una
clase de gentes llamadas enaciados, que servían de medio de
comunicación constante, como recadistas y correos, entre las
poblaciones cristianas y las mahometanas, y de espías y prácticos
al ejército que les pagaba mejor. Los enaciados hablaban
corrientemente los dos idiomas. Por todas estas causas, en el
castellano figuran muchos vocablos derivados del árabe, aunque
no tantos como se ha creído hasta hoy.
Tales influencias nótanse particularmente, en este período, en
los mozárabes; y era natural que así ocurriese. «Muchos de mis
correligionarios—escribía aquel Alvaro de Córdoba que se inmortalizó
por su fervor religioso (§ 156)—leen las poesías y los
cuentos de los árabes y estudian los escritos de los teólogos y
filósofos mahometanos, no para refutarlos, sino para aprender
cómo han de expresarse en lengua arábiga con más elegancia y
corrección. ¡Ah! todos los jóvenes cristianos que se hacen notables
por su talento, sólo saben la lengua y la literatura de los
árabes, leen y estudian celosamente libros arábigos, á costa de
enormes sumas forman con ellos grandes bibliotecas, y por
donde quiera proclaman en alta voz que es digna de admiración
esta literatura.»
A su vez, los renegados y mozárabes dieron elementos de su
cultura visigoda al pueblo musulmán, esencialmente asimilador,
como tantos otros de la historia que, sin ser originales en los
joo HISTORIA DE ESPAÑA
fundamentos de su vida intelectual, han acumulado y fundido
restos de civilizaciones anteriores. En varios párrafos hemos
hecho notar cómo contribuyeron á esto los españoles, mediante
la traducción de obras científicas ó la producción de otras que,
no obstante estar escritas en árabe ó llevar sus autores nombres
arábigos, creen algunos que proceden del elemento español, y
quizá, también, mediante su concurso en el orden artístico
(§187). De Oriente ya traían los musulmanes, según vimos,
muchas influencias de pueblos extraños, como el persa, el bizantino,
el sirio, etc., influencias que mantuvo la constante comunicación
de los musulmanes españoles con los orientales. Los
mozárabes—á pesar de aquel entusiasmo por la literatura árabe
que declara Alvaro de Córdoba—mantenían en parte las antiguas
escuelas eclesiásticas, en que seguía cultivándose la tradición
isidoriana bajo la dirección de maestros célebres como el
abad Sansón, Speraindeo y otros: lo cual debió sin duda mantener
algo del sentido original de su civilización en medio del
mundo musulmán. Las mismas mujeres cristianas que venían á
formar parte de familias árabes, bereberes, etc., debieron ingerir
influencias latinas ó ibéricas que se sumaban á las anteriores;
aunque las condiciones fundamentales para desarrollarlas fueran
las propias del mundo musulmán en que vivían, superior en
este tiempo, sin duda ninguna, al de los reinos españoles independientes.
Per esto mismo, no es prudente, en términos de
crítica histórica, exagerar la influencia mozárabe sobre los
árabes, como algunos autores han hecho.
2.—TERRITORIOS CRISTIANOS
191. Diversidad regional.—La existencia de un gobierno
único, de un poder central y de cierta organización administrativa
común, dieron á los distintos territorios visigodos de la Península
aparente uniformidad, que oculta á nuestros ojos las
diferencias reales existentes entre ellos en la mayor parte de los
órdenes de la vida. Estas diferencias se manifestaron claramente
así que, invadida España por los musulmanes, se rompió la unidad
política y se interrumpieron las relaciones entre las regiones.
En el NO. (Asturias-Galicia) se continuó con más pureza
DIVERSIDAD REGIONAL 3d
la tradición visigoda; continuaron los reyes la línea de conducta
de los anteriores á la invasión, dando bien á entender que no
veían en ésta sino un accidente, aunque grave, en manera alguna
decisivo para la existencia política del reino visigodo; siguieron
rigiendo las mismas leyes, gobernando las mismas autoridades
(incluso en el ejército, v. gr., los tiufados), y el nombre de godos
se perpetúa en los escritores de los siglos ιχ, χ y xi para designar
á los reyes, á los nobles y á la población entera de aquellos
territorios.
En los del NE., sólo en parte continuó el orden de cosas
antiguo. Resultado de la incomunicación con el NO., perdieron
su relación con el poder central, con el rey, y recobraron una
autonomía política que les había de llevar á la organización de
nuevos Estados. En el orden social y el jurídico conservaron la
división de clases y las leyes visigodas (el Fuero Juzgo) por
mucho tiempo; pero su mayor roce con otros países (Francia,
principalmente), las influencias muy inmediatas que por esto recibieron
(incluso por dominación, como en Navarra y Cataluña),
y quizá también el propio carácter de Sos habitantes, dieron
giro diverso á su civilización y á los organismos sociales y políticos.
Esta diversidad se fué acentuando con el tiempo, á
medida que cambiaban las cosas en las regiones del NE., constituyéndose
así centros de muy distinta condición social y política,
que deben ser estudiados cada uno por sí, puesto que
sus instituciones se. diferenciaron mucho.
No hay, pues, en este período, vida nacional española, porque
no hay unidad entre las diversas partes de la Península. Cada
cual vive para sí y se desarrolla á su modo. La fusión y la unificación
son hechos muy posteriores. En la Edad Media, aunque
se conserve el nombre unitario de España—«rey de las
Españas» se llama un monarca; «tercer rey de España» un re
yezuelo,—no hay propiamente España, sino Asturias, Galicia,
León, Castilla, Navarra, Cataluña, Aragón, etc. Y todavía esta
diversidad se complica con nuevas diferencias interiores en régimen
y vida, puesto que las mismas instituciones no eran enteramente
iguales en Galicia y en Castilla, v. gr. La variedad de
Estados, de organismos, de nacionalidades, es la característica
de la Edad Media, como veremos en los párrafos siguientes.
302 HISTORIA DE ESPAÑA
REINOS DE ASTURIAS, LEÓN Y CASTILLA
192. Los nobles.—Ya hemos notado que la dominación
visigoda, en vez de variar el curso de la organización social
iniciada en los últimos tiempos del Imperio Romano, lo siguió
en igual dirección, contribuyendo grandemente al desarrollo
de la clases serviles y de la dependencia de unos hombres respecto
de otros. La invasión de los Árabes no modificó tampoco
este orden de cosas; por el contrario, la azarosa vida de la población
cristiana que seguía luchando, el decrecimiento de la
riqueza pública, del comercio y las artes, y la anarquía política
de los primeros años, lo favorecieron, aumentando la desigualdad
social y produciendo en las clases serviles y dependientes
la'formación de distintos grados, cuya respectiva condición es,
á veces, difícil de discernir y diferenciar.
Fundamentalmente, persistió la división de los hombres en
libres y siervos, entendiendo por libres á todos los que podían
disponer de su persona y trasladar á voluntad su domicilio de
un punto á otro, ya fuesen nobles ya plebeyos.
Los nobles formaban la clase superior, distinguiéndose en
ellos los funcionarios palatinos, es decir, los íntimos y favoritos
del rey, poseedores á menudo de grandes territorios (principes,
proceres, magnates, potestades, optimates, magnates togae palatii),
que con los condes ó gobernadores constituían el primer grado.
Dependía la nobleza del rey, en cuanto éste era quien concedía
los títulos, oficios y tierras, pudiendo quitar estas mercedes á
la muerte del donatario y aun en vida misma de él: no siendo,
pues, propiamente hereditarias y perpetuas las concesiones de
tierras y señoríos, aunque alguna vez llegasen á serlo, bien por
excepcional merced del rey, bien por continuación tácita de
ella (i). Aparte de esto, hubo conquistas de tierras sin intervención
del rey, por nobles que adquirían así un derecho respetado
generalmente. Formaban parte también de esta primera
nobleza los que, no siendo palatinos, poseían grandes territorios,
(i) Recuérdese lo explicado en el § 129 acerca del cambio sufrido en su organización por
la nobleza visigoda.
LOS NOBLES 303
bien por donación real, bien por tradición de familia, como los
antiguos poseedores hispano-romanos; aunque ahora, su independencia
era bastante menor. El nombre de infanzones, que se
usa en documentos de la época (siglos χ y xi), designa una clase
secundaria de nobles, que dependía directamente del rey.
No obstante la indicada subordinación de los magnates respecto
del monarca, mientras gozaban de esta categoría tenían
grandes privilegios en sus personas y en sus tierras, que les
desligaban bastante del poder real. Sus dominios ó tierras considerábanse
como sagrados. Cerrábanlos con piedras fijas,
mojones y cadenas, impidiendo la entrada incluso á los dependientes
y oficiales del rey, aun para la persecución de delincuentes;
excepto si se trataba de ciertos crímenes como
homicidio, camino deshecho, mujer forzada, etc. Dentro de sus
tierras eran los nobles verdaderos señores, dueños absolutos; y
su libertad personal llegaba al punto de poder dejar el servicio
del rey y marcharse á otro reino (desnaturarse) cuando se creían
ofendidos por el monarca; ocurriendo por esto, más de una vez,
que nobles cristianos se fuesen á territorio musulmán ó se aliasen
con los califas, guerreando contra sus correligionarios.
También estaban exentos de pagar los tributos, como en la
época visigoda, siendo su única obligación el asistir al rey en
la guerra, con sus personas y dependientes, pero á expensas de
aquél. Compensaba en parte esta situación privilegiada la circ.
instancia (ya existente en el período visigodo) de ser la nobleza,
no un cuerpo cerrado, sino una clase á -la que podían
ascender los individuos de las otras sólo con reunir riquezas ó
ciertas condiciones especiales, ó conquistar fama y poder, alcanzando
la consideración del monarca.
En los documentos de aquellos tiempos aparecen también
nombres que parecen designar un grado inferior de nobleza, ó,
por lo menos, una clase privilegiada, que se aproxima á la de
los nobles que acabamos de ver, sin serle igual; tales son los
de caballeros, milites y también infanzones de fuero. Llamábase
caballeros y milites á los hombres libres que podían costear por
sí caballos y armas para ir á la guerra, en virtud de cuyo servicio
se les conceden ciertos privilegios. Esta clase aumenta
mucho en el período siguiente. La palabra caballero se aplicaba
3°4 HISTORIA DE ESPANA
también á los nobles propiamente dichos, que se dedicaban á
la profesión militar á caballo; luego se hizo genérica de todo
noble. Los infanzones de fuero señalan otra especie de nobleza
ú orden privilegiado por concesión del rey, que solía darse á
veces, colectivamente, á todos los habitantes de una ciudad ó
villa, como veremos. Tampoco esta clase logra gran desarrollo
hasta el siglo xi. Tanto ella como la de caballeros, y los nobles
de origen que por vicisitudes de la suerte perdían sus riquezas
ó su posición social, vivían por lo común—en estos primeros
siglos—en dependencia de los nobles poderosos (como los bucelarios
del período visigodo), para que éstos les protegiesen.
193. Los patrocinados.—A esta dependencia ó patrocinio
se llamaba encomienda ó benefactoría. Lo mismo pasaba con el
tercer grado de hombres libres, los pequeños propietarios plebeyos
(hereditarü) y los industriales que, no siendo muy ricos,
se recomendaban también á los magnates; de modo que, propiamente,
los únicos completa y verdaderamente libres en esta
época son los nobles del primer grado. La clase, pues, de hombres
patrocinados (homo de benefactoría) fué numerosa, perteneciendo
á ella, no sólo individuos aislados y familias, sino colectividades
(pueblos, aldeas) que se recomendaban á un noble
(señor) en condiciones de que luego hablaremos. Los patrocinados
daban á veces, como premio del patrocinio que recibían,
una parte de sus bienes al señor, y en todo caso, ciertos tributos
y prestaciones personales; pero si no recibían del patrono
la protección que les era debida, podían abandonarlo y buscar
otro.
Figuraban también en esta clase los cultivadores libres, entendiendo
por tales á los que, siendo libres de condición, pero
no propietarios, recibían de otros hombres (possessores) terrenos
para su cultivo; ó los que habiendo estado antes en servidum
bre alcanzaban su libertad y tomaban tierras. Estaban obligados
unos y otros al pago de tributos (muy gravosos, á veces) y
á prestaciones personales enojosas·, pero podían abandonar á
su señor, si bien á veces perdían por esto parte de sus bienes.
Según las obligaciones que habían contraído para con el prcpietario
ó señor, al tomar las tierras ó adquirir la libertad, va
riaba su condición, que era más ó menos favorable, y recibían
CLASES SERVILES Ó ESCLAVAS 3O5
diferentes nombres. Con el tiempo fué cambiando esta condición,
mejorando en general, aunque empeorándose en algunos
casos por influencia de instituciones nuevas, de que hablaremos.
194. Clases serviles ó esclavas.—Siguieron la misma
condición que en la época visigoda, aunque algo aflojados los
lazos de dependencia al principio, pues los reyes tuvieron más
de una vez que sujetar al poder de los señores, por medio de
las armas, á los siervos sublevados. Eran los siervos, con relación
á las personas que los poseían, fiscales ó del Estado (del
Rey), eclesiásticos (de iglesias y monasterios) y de particulares;
y por su condición, personales y adscriptos á la gleba (colonos)
cuando estaban sujetos al cultivo de un campo. Los siervos personales
eran, ya prisioneros de guerra (moros), ya gentes compradas
á los comerciantes de esclavos, ya descendientes de
otros siervos. A pesar de las doctrinas del Cristianismo, duró
esta clase de esclavitud muy desarrollada hasta el siglo xii, en
que el número principal de siervos pertenecía á la gleba. Solían
llamarse los esclavos mancipia, y á veces pertenecían incluso á
la clase sacerdotal.
Los de la gleba se distinguían, no precisamente por ser cultivadores
de tierras (pues también las cultivaban á veces los siervos
personales), sino por no poder separarse de aquella á que
estaban adscriptos, siendo vendidos ó donados con ella, como
si fueran parte de la misma, al igual que los árboles ó los edificios.
Estos siervos, derivados de los colonos visigodos (§ 129),
cultivaban á sus expensas el campo ó gleba á que pertenecían,
y entregaban al señor (noble, iglesia, monasterio, etc.) una
parte de los frutos, pagando otros tributos generalmente en
especie (aves, ganados, queso, manteca, lino, etc.) y prestando
ciertos servicios como labrar las heredades del señor, segar y
trillar ia mies, elaborar el vino y el aceite, ayudar á la construcción
de edificios, etc.; y como todo esto variaba según los casos,
existían multitud de grados de servidumbre, más benignos unos
y más duros otros. Su principal ventaja era tener asegurada la
subsistencia y la morada en la gleba, no pudiendo separárseles
de ella para llevarlos á otro lado. Erales lícito, á veces, poseer
bienes fuera de ésta, aunque con ciertas limitaciones. En cambio
tenían mucho que sufrir en las relaciones personales, principaljo6
HISTORIA DE ESPAÑA
mente porque, á menudo, vendiendo los señores parte de la
gleba, separaban á las familias, yendo á un propietario el marido
y á otro la mujer ó los hijos. De igual modo, cuando se casaban
sin permiso de sus señores dos siervos de distinta gleba, los
hijos de este matrimonio se dividían por mitad entre aquéllos,
excepto en algunos puntos en que los señores se comprometían
por un pacto (consogrerium) á permitir las uniones entre sus
respectivos siervos, sin reclamar luego los hijos ni otro derecho
alguno. Los siervos del rey—como los del califa—llegaron á
ser personas de consideración, poseedoras de riquezas.
En la condición servil se entraba de varios modos: por nacimiento,
es decir, que los hijos de siervos eran también siervos;
por deudas, cuando el deudor por causa civil ó criminal no podía
pagar al acreedor; por cautiverio en la guerra, forma que se
aplicaba á los musulmanes, que constituían la clase más baja y
peor tratada de esclavos, y, finalmente, por obnoxacion, es decir,
voluntariamente, ya entregándose á un señor ó propietario, á
cambio de obtener bajo su protección cierta garantía de seguridad
y reposo, ya casándose una persona libre con otra sierva,
con lo cual se sujetaba aquélla á la condición de ésta, ya sometiéndose
por motivos piadosos al dominio de una iglesia ó monasterio.
Los que esto hacían se llamaban generalmente oblati
y eran de mejor condición que los demás siervos.
192. La manumisión.—La libertad se recobraba, ya per
manumisión, ya por sublevación ó fuga. Estos dos últimos
medios no eran frecuentes; pero á veces lograron algunos siervos,
después de alguna de las muchas sublevaciones en que se
significaron, ver reconocida su libertad. En cuanto á la manumisión,
se produjo á menudo, por influencia especialmente de
las predicaciones de la Iglesia cristiana. De aquí nació una clase
social intermedia, la de los libertos, cuyos individuos no gozaban
todos de iguales derechos. Unas veces, los señores les concedían
libertad plena, de primera intención; otras veces la concedían
limitada al principio, quedando sujeto el liberto á ciertos servicios
y prestaciones para con su señor, y más tarde la ampliaban
por nueva concesión. Lo más frecuente era que los manumitidos
quedasen sujetos á la protección ó benefactoría de las iglesias
y monasterios, como fué ya costumbre entre los godos, aunque
PROGRESOS DE L\ CLASE SERVIL 307
reservándoles la facultad de que, si eran maltratados, pudiesen
abandonar la benefactoría y quejarse al rey, al obispo ó al conde.
Los siervos no tuvieron, en los primeros tiempos, bienes propiamente
suyos, porque si adquirían algunos quedaban á disposición
de sus señores; pero en cambio, debían ser alimentados
los días que trabajaban para éstos, como se consigna en varias
escrituras de la época al hablar de los servicios de los siervos
(criationes) de monasterios, iglesias y nobles. Cuando se les
concedía la libertad, solía concedérseles también la facultad de
llevarse algunos bienes (peculio) y disponer de ellos; pero todavía
el señor, cuando el liberto moría sin hijos y sin testamento,
le sucedía en toda la herencia, y en la mitad si había testado.
196. Progresos de la clase servil.—El aumento de la po
blación, las manumisiones y otras causas análogas, fueron produciendo
poco á poco la formación de una clase intermedia,
constituida en parte por los libertos (veáse párrafo anterior) y en
parte por hombres originariamente libres: clase que á fines del
siglo χ formaba la gran masa de la población y cuyos derechos
y condiciones eran más ventajosos que los de la primitiva servidumbre.
Llamábanse, los que á ella pertenecían, con diversos
nombres, según la condición de que gozaban (que no era para
todos igual) ó la región en que se hallaban. El más frecuente
era el de juniores, que se decían de cabeza si eran libertos sujetos
por sí y por sus descendientes á una contribución personal en
favor del señor; y de heredad ó solariegos si trabajaban tierras
ajenas pagando un tributo, ó vivían en solar ajeno. A esta clase
pertenecían muchos antiguos colonos ó siervos de la gleba, que
se convertían, por concesión del señor, ó por voluntad propia,
una vez alcanzada la libertad, en cultivadores sujetos al pago
de ciertos tributos y á diversas prestaciones. Los juniores de
heredad podían poseer bienes, mudar de habitación dentro
de un mismo señorío y hasta irse á otro, pero perdiendo entonces
su peculio. Esta dependencia, con que se nos muestran
á comienzos del siglo xi en el citado Fuero de León, está basada
principalmente en el pago de los tributos que los señores
querían asegurarse, y fué perdiéndose con el tiempo. Ya veremos
cómo en el período siguiente han variado las condiciones
de las clases serviles y sus similares.